Unos días después, estaba tasando una propiedad cuyos dueños se habían mudado a Melbourne hacía un año.
La habían llamado desde allí para que fuera a tasar su casa porque la querían vender y le habían enviado las llaves por correo.
Al entrar, Miley comprobó que el lugar había sufrido al estar deshabitado y era una pena porque debía de haber sido una casa preciosa en otro tiempo. Tenía un terreno maravilloso alrededor con árboles increíbles y un fantástico arroyo de aguas cristalinas.
La propiedad contaba también con un cobertizo en el que se había habilitado un apartamento con cocina, dormitorio y baño.
Miley se fijó en que había pasta y latas en los muebles, pero lo que verdaderamente le extasió fue que hubiera luz y agua.
Estaba a punto de irse cuando oyó que se acercaba un coche y su sorpresa fue mayúscula cuando, al mirar por la ventana, comprobó que se trataba ni, más ni menos que de Nick Jonas.
Miley no daba crédito a lo que estaba viendo, pero sin duda el hombre que se estaba bajando del coche y mirando a su alrededor era Nick Jonas.
«¡Oh, no, de eso nada! ¡No pienso permitir que conviertas este paraíso en una urbanización!», pensó Miley.
Acto seguido, salió de la casa para enfrentarse a su adversario.
—Vaya, vaya, pero si es la señorita Cyrus, cruzada del medio ambiente y odiadora profesional de hombres —se burló Nick al verla.
Sin embargo, no pudo evitar pensar que, si aquella mujer no fuera hija de Billy Cyrus, pensaría de ella que era un bombón.
¿Un bombón? ¿De dónde había salido aquello? ¿Acaso habría dicho de Samantha Barks, una mujer increíblemente guapa, sensual y sofisticada, que era un bombón?
No, así que, ¿por qué lo pensaba de aquella chica? ¿Acaso porque detectada en ella cierta inocencia que resultaba de lo más interesante y atrayente aunque vistiera también ropas caras y tuviera unos penetrantes ojos verdes?
Nick sacudió la cabeza, sobre todo para intentar no imaginársela sin aquella ropa tan cara, y se repitió que era la hija de Billy Cyrus.
Mientras tanto, Miley se había dado cuenta de que estaba apretando con tanta fuerza el teléfono móvil que lo iba a romper, así que lo dejó sobre el techo del coche junto a sus notas.
—Para usted, soy eso y mucho más, señor Jonas —le dijo apretando las mandíbulas. Estoy aquí en calidad de agente inmobiliaria porque los propietarios de esta casa me han encargado que viniera, así que no sé qué hace usted aquí. Váyase.
Nick sonrió con desfachatez y la miró de arriba abajo. Miley vestía vaqueros, botas y una blusa rosa, llevaba el pelo suelto y no lucía apenas maquillaje, sólo pintalabios.
Aun así, era fácil darse cuenta de que tenía unas piernas larguísimas, buenos pechos y una manera muy graciosa de andar que resultaba toda una invitación para que un hombre se la imaginara entre sus brazos, en su cama...
Obviamente, Miley se dio cuenta de que la estaba desnudando con la mirada porque se sonrojó y lo miró con rabia.
Nick sonrió encantado.
—Así que a esto se dedica... para pasar el rato, ¿eh? —se burló—. Pues se equivoca, señorita Cyrus, porque los propietarios de esta casa se han puesto también en contacto conmigo. Por lo visto, quieren saber si tiene potencial como urbanización.
Miley cerró los ojos.
— ¡A mí no me han dicho nada de eso! —exclamó frustrada.
Nick se encogió de hombros.
—Llame y pregúnteselo.
Miley agarró el móvil, pero lo volvió a dejar en su sitio.
— ¡No puede... no lo haga! Es una casa preciosa. Sería una pena.
— ¿Sería una pena destruir este lugar y convertirlo en una urbanización de cajitas? —se burló Nick entrando en el cobertizo.
Miley lo siguió.
— ¡Sí!
—Mire, las personas que siempre quieren hacer el bien como usted me sorprenden.
Miley dio un paso atrás.
Era imposible no sentirse ligeramente intimidada por Nick Jonas porque era alto y fuerte, de mirada gris como el acero y rasgos angulosos y fríos.
Además, era tan masculino que era imposible estar en su compañía sin sentir cierta atracción fatal por él.
Miley no podía dar crédito a lo que acababa de pensar.
—Si le preocupa de verdad el medio ambiente y el impacto urbano sobre él, vaya al ayuntamiento. Si tiene usted objeciones que hacer a que las áreas rurales se urbanicen, haga algo —le dijo con desprecio.
— ¿Algo?
—Sí, haga campaña en contra de las urbanizaciones, preséntese a alcaldesa, consiga que el ayuntamiento ponga en funcionamiento políticas más verdes, pero no vaya por ahí metiéndose conmigo de manera poco educada porque yo no estoy haciendo nada ilegal.
—Su comportamiento no es moral ni ético —lo desafió Miley—. Se está usted enriqueciendo a costa del medio ambiente y de personas como los Smith.
—No tengo ni idea de quiénes son los Smith, pero me resulta curioso porque las personas que más dinero tienen se creen intocables en sus torres de marfil y creen que desde allí pueden decirnos a los demás lo que tenemos que hacer cuando ellos no se preocupan en absoluto por la mayoría de la población.
Miley ahogó un grito de sorpresa.
— ¡No lo dirá por mí!
—Por supuesto que sí. Debería usted intentar vivir como vive la mayoría de la gente, señorita Cyrus. Debería experimentar lo que es vivir en pareja y criar a los hijos con el sueldo de uno porque los niños son demasiado pequeños como para dejarlos solos y poder trabajar los dos y que te los cuide otra persona está fuera de tus posibilidades económicas. Así, comprendería el valor que tiene tener una casa.
—Yo...
—A usted le parecen cajitas porque son pequeñas, pero la gente las puede pagar, la gente puede ser propietaria de su propia casa. Veo que el haber nacido en un entorno económicamente privilegiado hace que sea usted incapaz de entender las circunstancias vitales de otras personas menos afortunadas. ¿Cuántos acres de tierra verde y virgen posee su padre?
Aquello ya fue demasiado.
La furia se apoderó de Miley, que miró a su alrededor en busca de algo donde poder dar rienda suelta a su enfado.
Al ver la puerta del cobertizo, la empujó con fuerza cerrándola de un portazo.
— ¿Me quiere secuestrar? —preguntó Nick—. ¿Es que acaso me quiere para usted solita?
— ¿Cómo? Lo último que querría hacer es...
—Espero que tenga usted llaves.
Miley lo miró confusa.
— ¿Llaves? No. ¿Por qué?
Nick se acercó a la puerta y forcejeo con el pomo, pero la puerta no se abrió.
—Está cerrada —anunció—. Me parece recordar que tenía usted puestas las llaves por fuera, ¿no?
—Sí —contestó Miley dándose cuenta de lo que había hecho—. Sí —repitió confusa—, pero seguro que hay otra manera de salir.
— ¿Ah, sí? —se burló Nick—. Todas las ventanas tienen rejas y la puerta está cerrada, así que...
— ¡No me lo puedo creer! —se lamentó Miley—. ¿Y usted no tiene llaves?
—No, yo sólo venía a ver el terreno, no me interesan ni la casa ni el cobertizo.
—Bueno, bueno... tenemos teléfonos —recapacitó Miley.
Entonces, recordó que había dejado el suyo so1re el techo del coche.
—Por favor, dígame que usted lleva su teléfono —rogó.
—No, lo he dejado cargando en el coche —contestó Nick—. Mire, señorita Cyrus, no sé si usted lo llamará secuestro o no, pero lo cierto es que me está privando de mi libertad y va a pagar por ello —añadió mirándola con frialdad.
—Un momento, un momento —dijo Miley tomando aire—. Todo esto ha sido un accidente. Reconozco que me he dejado llevar por las emociones, estaba enfadada, pero tenía derecho. ¡Aunque solamente fuera por los Smith!
—Y dale con los Smith —murmuró Nick—. ¿Y no será que le he gustado desde el primer momento y lo tenía todo planeado?
— ¿Cómo? —se indignó Miley—. Creía que le había quedado muy claro que no lo soporto.
—Sí, ya sé que dijo usted que no le gustan los hombres ricos, poderosos y enamorados de sí mismos.
—Veo que lo tiene claro.
—Lo que pasa es que yo no estoy enamorado de mí mismo, así que, aplicando esa teoría, no me odia.
— ¡No pretenda poner usted en mi boca cosas que yo no he dicho! —le advirtió Miley—. ¿Cómo iba a tenerlo todo planeado si nos hemos encontrado aquí por casualidad?
—Yo lo único que digo es que hay mujeres que se toman unas libertades sorprendentes y que saben aprovechar la oportunidad cuando se presenta.
Miley se quedó mirándolo fijamente y se dio cuenta de que era cierto que aquel hombre debía de resultar atractivo a muchas mujeres. Si a eso se le añadía la inmensa fortuna que tenía, suponía que Nick Jonas estaba acostumbrado a que las cazafortunas lo persiguieran.
—Olvida que tengo tanto dinero como usted —le recordó.
— ¡Me importan un bledo sus motivos! —gritó Nick enfadado—. Lo que me gustaría es que encontrara usted la manera de salir de aquí porque tengo un vuelo dentro de dos horas.
Miley miró a su alrededor.
— ¿Y por el tejado? —sugirió dándose cuenta al instante de que era imposible porque no había manera de subir tan alto ya que no había ninguna escalera a la vista.
Nick suspiró exasperado.
—Bueno, usted es el hombre, ¿no? —se desesperó Miley—. Seguro que se le ocurre algo —se burló.
—Vaya, ahora resulta que los hombres ricos y poderosos servimos para algo, ¿eh? Eso es doble rasero, ¿no?
Miley abrió la boca para decir algo, pero la cerró.
— ¿Se le ha comido la lengua el gato, señorita Cyrus? —se burló Nick—. Da igual, usted nos ha metido en este lío y usted nos tiene que sacar.
me desespera Nick
ResponderEliminarpor dios el es el hombre
¬¬ bueno para nada...
sube el siguente capi pronto
bye