PASARON cinco
días maravillosos en los que salieron a navegar en el barco de Nick, «The Shiralee»,
algo que encantó a Miley, que había heredado de su padre el amor por el mar.
Un día, mientras
navegaban, Miley al timón, Nick llegó por detrás y le pasó los brazos por la
cintura.
—Apaga el motor
—le indicó.
El silencio que
se hizo a continuación fue maravilloso, como maravillosos también fueron el
ulular de la brisa en las velas y el chapoteo del agua contra el casco de la
embarcación.
—Este barco es
una maravilla —comentó Miley dejándose caer sobre el pecho de Nick.
— ¿Cómo no iba a
serlo si lo he diseñado yo? —contestó Nick.
—Qué modesto es
usted, señor Jonas —sonrió Miley.
—Hablando de otra
cosa, usted no está nada mal, señorita Cyrus —bromeó Nick dándole la vuelta
entre sus brazos.
—Me he ataviado
de manera marinera para venir a su barco, espero que le guste —contestó Miley,
que se había puesto unos pantalones cortos azules, una camiseta blanca y una
gorra azul también bajo la que llevaba recogido el pelo.
—Me encanta —le
aseguró Nick quitándole las gafas de sol.
Miley enarcó las
cejas.
—Tienes unos ojos
espectaculares y me encanta verlos, sobre todo ahora que ya no me miran con
miradas asesinas.
Aquello hizo reír
a Miley.
—Eso fue hace una
eternidad —contestó.
—Te recuerdo que
ayer me abofeteaste.
Miley se sonrojó.
—Bueno, fue el
acaloramiento del momento.
— ¿Acaso no hay
siempre acaloramiento entre nosotros? —murmuró Nick.
— ¿Me estás
diciendo que soy demasiado impulsiva e irracional?
—En estos
momentos, el único impulso que a mí me viene es el de besarte —contestó Nick
acercándose a su boca—. ¿Qué te parece?
— ¡Me parece una
idea muy acertada! —exclamó Miley.
Nick estalló en
carcajadas y la besó hasta que el viento cambio de dirección y las velas
comenzaron a protestar y tuvieron que concentrarse en navegar.
—Nos ha faltado
poco para golpearnos contra esas rocas —se lamentó Miley.
—Es que teniendo
a bordo a una sirena como tú uno pierde el norte —sonrió Nick.
Miley se quedó
observándolo mientras Nick se subía por una cuerda. Aquel hombre era preciso y
económico en sus movimientos y su físico resultaba espectacular pues solamente
llevaba unos pantalones cortos e iba con el torso desnudo.
«Lo sabía, es un
hombre de acción», pensó.
Para su sorpresa,
también era un excelente cocinero.
Y así se lo
demostró preparándole un pollo frito con arroz y azafrán. Además, también sabía
preparar un pescado delicioso, hacía una salsa para marinar la carne que era
absolutamente divina y una gran parte del marisco y el pescado que comían lo
pescaba él.
Un día, mientras navegaban, Miley
intentó pescar y, de repente, se encontró con que un gran pez había mordido el
anzuelo.
Tras una lucha
desigual, consiguió subirlo a la cubierta y, tras mirarlo atentamente, comenzó
a llorar.
—¿Qué te pasa?
¿Te has hecho daño? —le dijo Nick preocupado.
—No —contestó Miley—.
Lo que me pasa es que, ahora que lo veo aquí, muerto, me muero de pena. Tendría
que haberlo dejado ir.
—No te preocupes,
te prometo que aprovecharemos absolutamente todo de él —intentó consolarla Nick.
—No voy a volver
a pescar jamás —prometió Miley.
— ¿Tan
desagradable te ha resultado?
—Sí, una cosa es
comer pescado que ya viene fileteado y en el que no piensas como en un ser vivo
con sistema nervioso, capaz de sufrir y de gozar como tú, y otra muy diferente
matarlo con tus propias manos.
Nick se quedó
pensativo.
—Creo que tienes
razón —comentó al cabo de unos segundos—. Sin embargo, ¿no te parece más digno
matar sólo lo que necesitas y hacerla con respeto y dando las gracias por ello
que consumir sin pensar y sin verdaderamente apreciar el sacrificio de un
animal para tu supervivencia?
—Es otra forma de
verlo.
—Yo creo que es
la acertada. Yo no defiendo en absoluto la matanza indiscriminada de animales
tal y como se entiende hoy en día, pero comprendo que nos alimentemos de ellos
siempre y cuando lo hagamos desde el respeto. Ellos lo entienden.
Miley se quedó
más tranquila.
Transcurrieron
los días paseando, navegando, nadando, leyendo, escuchando música y viendo
películas.
A Nick le hizo
gracia ver lo que leía Miley.
—No te rías —le
dijo ella—. ¡Me encanta Harry Potter! A los hijos de mis vecinos también les
apasiona, así que procuro estar al día porque luego quedo con ellos para ver
las películas.
—Yo no he dicho
nada —se defendió Nick.
—Por si acaso
—sonrió Miley—. Para que lo sepas, leo de todo, novelas de suspenso, de amor,
de aventuras, de ciencia ficción...
—Eso está bien.
— ¿Y tú qué lees?
Nick levantó el
libro que tenía entre las manos.
—Master
and Commander —leyó Miley—. No me sorprende.
Nick sonrió.
—Me gustan las
historias del mar.
— ¡Yo diría que
te apasiona todo lo que tiene que ver con el mar!
—También me apasionan
otras cosas —le aseguró Nick mirándola de manera inequívoca.
— ¿Las mujeres en
general o yo en particular? —preguntó Miley.
—Menuda pregunta
—contestó Nick—. Digamos que me está encantando conocerte mejor.
—Lo mismo digo
—dijo Miley—. Sin embargo, tengo la impresión de que las mujeres no son lo
primero en tu vida.
Nick se encogió
de hombros.
—Te aseguro que
soy tan cuidadoso a la hora de diseñar una casa o un barco como lo soy con las
mujeres —contestó.
—No te entiendo.
—Mira.
Acto seguido, le
enseñó los dibujos que había hecho de varios catamaranes y, a continuación, de
unas cuantas casas.
Miley se
sorprendió al ver muchas similitudes.
—Siempre tienes
mucho cuidado de no, dejar espacios vacíos —comentó mirando los planos de dos
casas muy pequeñitas y compactas—. Parecen barcos.
—Me encanta
diseñar barcos.
—Algunas de tus
ideas para aprovechar el espacio son realmente buenas. Desde luego, retiro lo
que dije sobre tus casas. No son cajitas.
—Gracias, pero
tampoco son como la tuya —sonrió Nick.
—Para que lo
sepas, he heredado mi casa de mi abuela. ¿Tú dónde vives cuando estás en tierra
firme?
—En Runaway Bay.
— ¿En un ático?
—No —contestó Nick
haciendo una mueca de disgusto.
—Le recuerdo,
señor Jonas, que tiene usted una maravillosa cabaña en cabo Gloucester.
—Sí, pero tú
seguramente heredarás una finca ganadera y varias otras casas en la Costa Dorada.
Miley se quedó
mirándolo estupefacta.
— ¿Y tú cómo lo
sabes?
—Lo sabe todo el
mundo.
—Ya —dijo Miley
frunciendo el ceño—. Supongo que a mi padre le hubiera gustado más tener un
hijo. Está muerto de miedo ante la posibilidad de que algún hombre me vaya a
tomar el pelo y a quedarse con mi fortuna.
Nick se quedó
mirándola intensamente.
— ¿Qué he dicho
ahora? —sonrió Miley.
—Nada —contestó Nick
recogiendo los planos de las casas.
Al hacerlo,
apartó unos libros de la mesa y de uno de ellos cayó una fotografía. Miley la
recogió.
— ¿Quién es?
—preguntó estudiando a una mujer delgada y no muy alta como Nick.
—Mi hermana Demi
—contestó Nick.
— ¿Tu hermana de
sangre?
—No, mi hermana
adoptiva. Ella también es adoptada. Es un par de años mayor que yo y sigue
viviendo con nuestra madre en Sidney. La cuida porque mamá está enferma,
¿sabes? Tiene problemas locomotores y nuestro padre murió hace unos años.
—A lo mejor, por
eso parece triste —comentó Miley—. Es muy guapa, pero está triste. ¿Está
casada?
—No —contestó
Jack—. ¿Sabes cómo se hace esto? —añadió mostrándole una botella de cristal con
un barquito dentro.
A Miley le
sorprendió el repentino cambio de conversación, pero decidió no darle
importancia.
— ¡No me digas
que la has hecho tú!
—Por supuesto. ¿Quieres que te enseñe?
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