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martes, 3 de mayo de 2011

"♥" RINGS OF WEDDING "♥" Niley"♥ Cap 13




Edith se echó hacia delante con una ancha sonrisa en los labios.
—Cuando me reúna con la nave nodriza, ellos me darán un arma con la que os dispararé. Vuestros átomos quedarán dispersos por todo el coche.
—Usted no va a desintegrar a nadie —dijo Nick con voz amistosa. Luego, bajó el tono de voz—. Miley, para el coche.
—No. Edith quiere que la llevemos a Ros­well. Esta carretera conecta con la autopista de Nuevo México.
Edith hizo un gesto con el arma.
—Todo el mundo creía que aterrizarían en la presa de Hoover. Los generadores eléctricos pa­recían preparados para nuestra nave. Pero yo de­bería haberme dado cuenta de que aterrizarían en Nuevo México, aunque también podrían ha­cerlo en el área cincuenta y uno, al norte de Las Vegas.
—Miley, para ahora mismo.
Aunque fue casi un susurro, la voz de Nick sonó de un modo autoritario y ella obedeció. Cuando el coche se detuvo en la carretera pol­vorienta, Nick tomó su mano y la besó. Luego, alzó los ojos y la miró fijamente para que obe­deciera una vez más.
—Edith, vamos a dejar aquí a Miley. Yo conduciré hasta Roswell, ¿de acuerdo?
—No me importa quien conduzca, hijo.
Siempre que llegue antes de que la nave espa­cial despegue.
Miley hizo un gesto negativo con la cabe­za, pero Nick apretó su mano.
—Vendrá otro coche enseguida. No te preo­cupes, no te pasará nada —sacó la cartera de su bolsillo —. Toma dinero y ve a casa. Te veré en Chicago.
—No quiero que te vayas sin mí —suplicó Miley.
No quería que él pusiera su vida en peligro para protegerla a ella. Después de todo, era su marido y habían prometido cuidarse el uno al otro, en lo bueno y en lo malo.
—Me voy a quedar contigo.
—No hace falta, no me pasará nada —insis­tió Nick—. Edith y yo iremos a Roswell y luego regresaré a Chicago. Te lo prometo. Y ahora, haz lo que te digo.
—No, no iré —dijo con lágrimas en los ojos— . Iremos juntos o no iremos ninguno de los dos.
—Maldita sea, Miley, por una vez en la vida haz lo que te dicen. Estoy tratando de protegerte y tú lo conviertes en un ataque a tu independencia.
—Ya te he dicho antes que no me gusta que me den órdenes y yo...
—¡Basta! —gritó Edith. Dirigió el revólver a Miley y después a Nick—. Dadme la cartera.
Miley se la tiró asustada. La anciana contó cuidadosamente el dinero y lo metió en la suya. Luego, le devolvió la cartera vacía a Nick.
—Y ahora, salid los dos del coche. Ya estoy harta de vuestras peleas.
Miley cerró los ojos y rezó una plegaria en silencio. ¿Por qué no se habría quedado callada? No era muy inteligente hacer enfurecer a una persona que llevaba un revólver en la mano... Salió del coche y vio cómo Nick también salía. Después, se alejaron despacio.
—¿Crees que nos va a disparar? —preguntó Miley, agarrada al brazo de Nick.
Éste la obligó a ponerse detrás de él para protegerla del arma de Edith.
—Si nos dispara, quiero que eches a correr. Es mayor y no nos podrá alcanzar. Corre todo lo que puedas, ¿de acuerdo?
—Yo no...
Miley no necesitaba ver su cara para saber que su paciencia estaba llegando al límite.
—Miley, no quiero que discutas. Sólo haz lo que te digo.
Ella soltó un suspiro y miró por encima del hombro de Nick. Edith salió del asiento trasero y se agachó para agarrar las bolsas con la ropa de Miley y la maleta nueva de Nick. Final­mente, las colocó en la carretera.
—No dejaría nuestras cosas si planea matar­nos, ¿no crees?
—No me pidas que adivine lo que va a hacer esa loca.
—No es una loca. Lo que pasa es que está desesperada porque tiene que subirse a la nave nodriza.
—Cuando obtengas el título para practicar la psiquiatría, dímelo. Me iré a vivir a Groenlandia.
Cuando Edith terminó de sacar todo del co­che, dejó el revólver sobre la maleta de Nick. Después, hizo un gesto de despedida con la mano y se metió de nuevo en el coche.
—Gracias por el viaje. Los terrícolas sois muy generosos.
Segundos después, todo lo que quedaba de Omega Steven, alias Edith, junto con el coche al­quilado y el dinero del divorcio no era más que una nube de polvo.
Ambos se quedaron mirando en silencio el coche mientras éste desaparecía en el horizon­te. Miley pensó que Nick estaría muy enfada­do con ella, pero éste sólo soltó un suspiro y la tomó de la mano, entrelazando sus dedos con los de él.
—Espero que no llenaras el depósito.
Miley lo miró de reojo. Luego, se echó a reír a carcajadas. El ataque de histeria estaba dando a su fin cuando Nick soltó su mano y ca­minó hacia las bolsas que había en la carretera.
Tomó el revólver y, con una maldición, lo tiró hacia el desierto. Fue a parar a un grupo de hierbajos.
—Era de plástico —gritó—. Era un juguete.
A Miley le entró de nuevo la risa. Se sentó y enterró la cara entre las manos, tratando de detener las lágrimas que le corrían por la cara. Cuando se calmó, miró a Nick, que se había acercado a ella.
—Esto no tiene gracia.
—Claro que sí. Mira cómo estamos —replicó con la voz todavía temblorosa a causa de la risa—. Los dos somos de Chicago, así que se su­pone que debemos ser personas de mundo, y resulta que hemos dejado que una anciana nos robe el coche con una pistola de juguete. Creo que es bastante gracioso.
Nick la tomó de las manos para que se le­vantara.
—Será más gracioso cuando anochezca y esto se llene de serpientes y coyotes.
—Las serpientes y los coyotes no serán nada comparados con la vieja Edith y su pistola.
—Vamos. Hay una ciudad a siete kilómetros. Vi un cartel justo antes de que salieras de la au­topista. Aunque no pase ningún coche, podre­mos llegar caminando antes de que se ponga el sol. Recogieron sus cosas y se pusieron a andar a buen paso por el estrecho sendero asfaltado. La verdad era que Miley estaba muy contenta de haber salido del coche. Aquel paisaje, aun­que ligeramente desolado, poseía una belleza salvaje e inquietante. En la distancia, a ambos lados de la carretera, se veían montañas. Y, aun­que sabía que el desierto estaba lleno de anima­les salvajes, no tenía ningún miedo. No con Nick a su lado.
—Quiero darte las gracias por querer prote­germe —declaró ella después de haber camina­do un rato—. Nunca nadie había hecho nada así por mí.
— ¿Me estás diciendo que es la primera vez que tú y el hombre con el que te acabas de ca­sar en Las Vegas han sido abandonados en me­dio del desierto por una mujer con una pirámi­de en la cabeza?
—Estoy segura de que ha sido la primera vez —hizo una pausa. Nick siguió caminando has­ta que él también se detuvo—. ¿Cómo es que no estás harto de mí? Todo esto es por mi culpa. Yo fui la que quise llevar a Edith.
—Estaba muy enfadado contigo, pero sólo hasta que se marchó. Cuando desapareció, sólo sentí alivio. Estaba contento de que no te hubie­ra pasado nada... y a mí tampoco, quiero decir.
Una sonrisa curvó los labios de Miley. Se adelantó hacia él y lo tomó de la mano.
—No eres tan mal marido, aunque seas un poco mandón.
Nick la miró y esbozó una sonrisa.
—Y tú no eres tan mala esposa, a pesar de que nunca me haces caso.
— ¿Vamos a discutir de nuevo?
—Firmamos una tregua. ¿No te acuerdas?
—Sí. ¿Y qué vamos a hacer para conseguir dinero?
Nick se encogió de hombros.
—Tenemos los doscientos dólares que gané al blackjack, el reloj, el anillo y mis tarjetas de crédito. Ya veremos cuando lleguemos a la ciu­dad.
Mientras Miley caminaba al lado de Nick, pensó en todo lo que les había ocurrido en las últimas horas. Y cada vez que recordaba algún incidente, se veía obligada a reconocer que Nick Jonas era un buen marido. Siempre que había tenido que enfrentarse a un problema, se había mostrado tranquilo y seguro y lo primero en lo que había pensado había sido en prote­gerla.
Dio un suspiro y se volvió para mirar su per­fil, dorado por la luz del crepúsculo. Sin ningu­na duda, Nick Jonas era un buen partido…


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