A la mañana siguiente, Miley se las arregló para saltarse el desayuno. La actitud de Nick la irritaba sobremanera. No la quería para él, pero con esa actitud tan posesiva de que hacía gala, era imposible que se le acercase otro hombre. Como mínimo, resultaba tremendamente frustrante. Cierto que no había nada acerca de sus sentimientos, pero ella tampoco quería que se enterase de que estaba loca por él.
Un hombre como Nick, adinerado y bastante atractivo, podía tener a la mujer que quisiera, y era obvio que nunca se interesaría por una chica tan corriente y poco sofisticada como ella. Aquella certeza le dolía muchísimo; y también era la razón por la que se comportaba con rebeldía. No quería pasar el resto de su vida penando por un hombre al que no podía tener, y la única alternativa posible era encapricharse de otro, pero, ¿cómo hacerlo si Nick no la dejaba respirar?
Al haber tenido que dejar el coche en la ciudad, no tuvo más remedio que tomar prestada la vieja camioneta de Kevin para ir a la nave de engorde. Gracias al hincapié que los dos hermanos hacían a sus empleados sobre la higiene, el olor de la nave era mucho más soportable que el de otras en las que había visitado con Nick. Ese mantenimiento implicaba más gastos, pero también mejores resultados, ya que apenas había muertes de ganado por enfermedad, y eso les había conseguido buena fama entre los rancheros que les llevaban a sus reses.
Era temprano, y Miley encontró la oficina desierta. Tenía por compañeras a tres mujeres, todas casadas, y su trabajo consistía en redactar y organizar los registros, los contratos, partes de vacunación de las reses y demás.
Antes de entrar a formar parte del negocio, Miley nunca habría imaginado que fuese tan grande y complicado.
El tamaño de la nave, incluso para un lugar como Texas, donde todo se hacía a lo grande, resultaba descomunal. La zona vallada se extendía hacia el horizonte, y los novillos, al moverse de aquí para allá levantaban una polvareda formidable.
Dejó el bolso sobre el escritorio y encendió el ordenador. Tenía varios contratos de nuevas partidas de clientes de cuatro patas esperando para ser rellenados.
En la nave solo aceptaban novillos que pesaran entre los doscientos setenta y los trescientos kilos, y los engordaban hasta que alcanzaban el peso de matadero: entre los cuatrocientos cincuenta y los quinientos kilos. Los Jonas contaban con un nutricionista residente y un experimentado ganadero que se encargaban de regular la rutina de alimentación de los animales dos veces al día, con el sistema altamente automatizado de que disponían.
La nave había logrado tal renombre que se encontraba entre las mejores del país, pero era un negocio que también conllevaba enormes riesgos: una posible caída en el precio del ganado, una epidemia inesperada, o una sequía, por ejemplo.
A Miley le fascinaba la enorme actividad del negocio. Allí fuera, en ese mismo momento, había miles de novillos y vaquillas mugiendo, grandes camiones de ganado que iban y venían, y peones jaleando a los animales para reunirlos, vacunarlos o descornarlos. El ruido podía llegar a ser casi ensordecedor a pesar de las paredes insonorizadas de la oficina.
Miley metió el primer contrato en la máquina de escribir eléctrica y trató de descifrar la nota que lo acompañaba. La letra de Caudell Ayker, el gerente de la oficina, era como la de un médico. Era el segundo en la cadena de mando, después de Nick. Los hermanos Jonas tenían la propiedad conjunta del negocio, pero Kevin se encargaba solo de las finanzas. No se le daba bien tratar con los clientes y, por tanto, prefería dejarle eso a Nick.
Esa era precisamente una de las razones por las que a Miley le gustaba tanto trabajar allí, porque le permitía tener más contacto con Nick. Y hablando del rey de Roma, ¿quién sino Nick fue a entrar en ese momento por la puerta? La pobre Miley levantó la vista y se lo encontró de frente, tan guapo con su traje color tierra claro, que apretó la tecla equivocada y se imprimieron varias equis en el contrato. Contrajo el rostro con fastidio y volvió hacia atrás para corregirlo, pero ya era demasiado tarde, así que arrancó irritada el papel de la máquina y metió otra copia para volver a empezar.
— ¿Tienes problemas tan temprano? —inquirió Nick alegremente. Siempre hacía lo mismo, se le olvidaban los enfados de un día para otro. Por un lado era una virtud, porque demostraba que no era nada rencoroso, pero a Miley le molestaba tener que actuar como si nada hubiera pasado.
—Nada que no se pueda arreglar, «jefe» —respondió con una media sonrisa.
Se sostuvieron la mirada un buen rato. Nick no pudo evitar observar que los ojos de su joven tutelada brillaban de un modo peculiar últimamente. Cada día la encontraba más turbadora, sobre todo cuando se ponía esos trajes de falda y chaqueta ajustados, como el de color azul que llevaba ese día. Parecía abrazar con el celo de un amante cada curva de su esbelto y espigado cuerpo, marcando las curvas de los senos y las caderas.
Nick inspiró profundamente, tratando de ocultarle la creciente atracción que sentía por ella. No acababa de comprender cómo era que cada día parecía metérsele más adentro.
—Estás muy guapa hoy —le dijo de pronto.
Las mejillas de Miley se tiñeron de rubor y sonrió tímidamente.
—Gracias.
Los oscuros ojos de Nick acariciaron el rostro de la joven.
—Pero el cabello recogido no te sienta bien —añadió con suavidad—. Me gusta más cuando te lo dejas suelto.
A la joven le costaba respirar. Quería bajar la vista, rehuir su intensa mirada, pero era como si una fuerza magnética mantuviera sus ojos fijos en los de él. Las piernas le temblaban como si se hubieran vuelto gelatina.
—Bueno, tengo que... tengo que volver al trabajo —balbució sintiendo la garganta seca.
—Sí, yo también —contestó él.
Se dio la vuelta y entró en su despacho sin saber muy bien lo que hacía. Una vez dentro, se sentó frente a su gran mesa de roble y se quedó observando a Miley a través de la puerta abierta, hasta que el zumbido del intercomunicador le recordó las tareas del día. La mañana transcurrió con tranquilidad hasta que, justo antes de comer, entró en la oficina uno de los clientes.
—Vaya, que chica tan preciosa eres —le dijo a Miley con una sonrisa lobuna.
Estaba devorándola con los ojos, desde la falda azul, la blusa blanca, y el cabello recogido, hasta el bonito rostro ligeramente maquillado.
Miley se sonrojó. El hombre sería aproximadamente de la edad de Nick, y si bien no era tan guapo, si tenía unas facciones agradables y parecía inofensivo.
—Gracias —musitó sonriendo.
Le había sonreído como a cualquier otro cliente, pero el tipo lo interpretó erróneamente como que le daba permiso para coquetear con ella. Se sentó en una esquina del escritorio, estudiándola con sus ojos azules claros.
—Me llamo Justin Gastón —se presentó—. Voy camino de Oklahoma City, y pensé pasar por aquí para invitar a Nick a almorzar y hablar de unos asuntos con él si es que está, pero creo que me gustaría más llevarte a ti —murmuró en voz baja. Y entonces, sin previo aviso, extendió la mano y acarició la mejilla de la joven con los nudillos, y susurró, ignorando la repentina tirantez de ella—: Sí, eres realmente preciosa, como una flor abierta, lista para ser cortada.
Miley no sabía qué hacer o decir. Por mucho que hubiera leído sobre romances, ni eso ni su imaginación la habían preparado para aquella clase de flirteo descarado por parte de un hombre mayor que ella. Se sentía como una niña que no hiciera pie en el agua. — ¿No te gustaría venir a almorzar conmigo? Te llevaría a algún sitio agradable donde la comida sea buena, y así podríamos conocernos mejor. ¿Qué me dices? —murmuró Justin sin dejar de acariciarle la mejilla.
El cerebro de Miley estaba todavía tratando de encontrar las palabras para salir de aquella embarazosa situación cuando Nick salió de su despacho y se situó justo detrás del cliente con expresión asesina en el rostro.
—No es a ella a quien tienes que pedir permiso, Gastón, sino a mí —le dijo con voz aparentemente calmada—. Soy su tutor legal, y no la dejo salir con hombres mayores.
—Caray —dijo el ranchero, poniéndose de pie y frotándose la nuca como un tonto—, lo siento Nick, no tenía ni idea.
—No importa —contestó Nick. Su tono era despreocupado, pero la mirada fría y oscura no había abandonado sus ojos—. Bien, ¿le estabas diciendo que venías a invitarme a comer? Pues vamos entonces —se volvió hacia la joven—. Miley, quiero que tengas listo el último informe sobre el estado del ganado del señor Gastón para cuando regresemos.
Miley se quedó mirándolo, entre esperanzada y furiosa por ese comportamiento celoso que él jamás admitiría.
Nick se dio cuenta de que estaba muy azorada por la situación, y pudo leer la confusión en su rostro. Bajó la mirada hacia los labios de la joven, y los vio abrirse, como si fuera a decir algo, y de pronto reaccionó de un modo que ni él mismo se esperaba.
—Muy bien, a comer —dijo empujando al otro hombre hacia la puerta—. Ve a por el coche, voy a por mí sombrero y me reuniré contigo en un momento —dio una palmada en el hombro y le abrió la puerta al perplejo ranchero, que obedeció sin decir nada.
Una vez hubo salido Gastón, Nick se volvió de nuevo hacia Miley.
—Ven, tenemos que hablar —dijo arrastrándola del brazo hasta su despacho.
Cerró la puerta tras de sí. La mirada en sus ojos tenía un brillo tan salvaje que la joven se sintió amenazada por una parte, pero por otra también tremendamente excitada.
—P... pero el señor Gastón te estará esperando — balbució.
Nick fue hacia ella, acorralándola frente a la mesa. ¿Iría a declararse tal vez? Miley sentía que el corazón iba a salírsele del pecho, pero entonces vio cómo la barbilla de Nick se alzaba, y le pareció que era ira lo que destilaban sus ojos, no celos. —Escúchame bien —le dijo con aspereza—. Justin Gastón ha tenido tres esposas, y ahora mismo tiene, que se sepa, al menos una amante. Y sus valores morales no están muy claros que digamos. Tú no sabes nada todavía, y no quiero que aprendas esa lección con un tenorio como él.
—Pues antes o después tendrá que enseñármela alguien —repuso Miley, tragando saliva.
La había invadido de pronto una sensación extraña, como si los músculos se le hubieran puesto rígidos y un cosquilleo le recorriera todo el cuerpo. Tal vez se debía a que, él estaba tan cerca, que podía sentir su fuerza y su calor.
—Eso ya lo sé —le respondió Nick en un tono impaciente—. Pero desde luego, Gastón no entra en la lista de posibles pretendientes. Es un playboy experimentado, y si te quedaras a solas con él, a los cinco minutos empezarías a gritar pidiendo auxilio.
De modo que de eso se trataba... No estaba celoso, solo se había enfadado porque se habían puesto en marcha sus instintos protectores. Poco a poco los latidos del corazón de la joven fueron descendiendo. «Eres una estúpida, Miley, soñando otra vez con alcanzar las estrellas...»
—Yo no estaba tratando de alentarlo, créeme —le dijo dolida—. Solo le sonreí, igual que sonrío a todo el mundo. Supongo que pensó que le estaba dando mi aprobación para que siguiera adelante, pero no era así, te lo aseguro.
La expresión de Nick se relajó.
—Está bien.
Y entonces ocurrió algo inesperado: Nick se inclinó hacia delante, extendiendo un brazo por detrás de ella, y sus labios se quedaron a escasos milímetros de los de ella. Miley casi gimió al sentir el aliento mentolado de él sobre su boca, y bajó la vista hacia la de Nick, siguiendo su contorno. El corazón se le había desbocado de nuevo, parecía habérsele cortado la respiración y, durante un instante glorioso, notó todo el peso del tórax de él contra sus senos. Abrió mucho los ojos y los alzó hasta encontrarse con los de él y... Nick se apartó. En la mano derecha, la que había pasado por detrás de ella, tenía su sombrero, y la expresión en su rostro era de extrañeza.
—Solo quería alcanzar el sombrero —dijo, como a modo de disculpa al verla tan alterada.
Miley murmuró algo incomprensible mientras apartaba la mirada. Nick se caló el sombrero hasta los ojos.
—Bien, puedes volver a tu escritorio, pero recuerda que te contraté para que trabajaras, no para que mandaras señales a los clientes, intencionadas o no.
—Te odio —masculló Miley, asqueada de pronto de sus acusaciones y comentarios hirientes.
—Eso no es nada nuevo —dijo él. Le dio unos golpecitos en la barbilla con el índice—. A trabajar.
La joven estaba todavía luchando por recobrar la compostura cuando él abrió la puerta del despacho y salió sin mirar atrás.
En la hora siguiente, Miley apenas hizo nada. No podía recordar otra ocasión en la que se hubiera sentido tan humillada, tan confundida. En ese momento estaba segura de que detestaba a Nick, pero también de que, cuando regresara y le sonriera, lo perdonaría al instante. Aquello era lo que la hacía sentirse tan mal, el saber que, hiciera lo que hiciera, seguiría amándolo. ¡Maldita atracción!
Se tomó un descanso de media hora para ir a la cafetería a tomar algo, donde se compró un sándwich que ni siquiera saboreó. Justo cuando regresaba a su puesto, reapareció el señor Gastón... con Kevin en vez de Nick.
Miley le tendió el informe a Kevin, que condujo al señor Gastón al despacho de su hermano, estuvo charlando allí con él diez minutos escasos, y volvió a salir para acompañarlo a la puerta. Miley mantuvo agachada la cabeza todo el tiempo, y el señor Gastón tampoco miró en su dirección.
— ¿Sabes qué mosca le ha picado a Nick? —Le preguntó Kevin a Miley cuando el cliente se hubo marchado—. Me hizo dejar una reunión de la junta para almorzar con él y con Gastón porque quería hablar de su contrato, y en el restaurante va y nos deja solos.
—Pues... pues la verdad es que no tengo ni idea — murmuró Miley forzando una sonrisa.
Kevin arqueó una ceja, se encogió de hombros, y regresó al despacho. Miley se quedó mirándolo mientras se alejaba, extrañada también por el comportamiento de Nick. Tal vez no se tratara solo de que no le gustara Justin Gastón, tal vez hubieran tenido una disputa por una mujer.., Quizá una de las amantes del tipo.
Miley sacudió la cabeza y volvió a su trabajo. La ponía enferma pensar en ese aspecto de la vida de Nick
Kevin estuvo ocupado durante el resto de la tarde, pero cuando regresó Nick, justo antes del final de la jornada. Tenía bastante que decir, y Miley pudo escuchar la conversación a través de la puerta entreabierta del despacho mientras recogía sus cosas:
—Tienes que poner fin a esto, Nick —le decía Kevin a su hermano—. Una de las secretarias me ha contado que Gastón se puso demasiado «amistoso» con Miley y que tú se lo quitaste de encima. Esto está llegando a un punto en que Miley ni siquiera puede sonreír a un hombre sin que tú te abalances sobre el tipo como un lobo. ¡Por Dios!, ¡tiene casi veintiún años! No esperarás que viva el resto de su vida como una monja.
—Eso no fue así —replicó Nick molestó—. Simplemente le hice una advertencia a Gastón. ¡No irás a decirme que no conoces su reputación!
—Miley no es tonta —fue la respuesta de Kevin—. Es una chica sensata.
—Oh, sí.., —repuso Nick con una risotada sarcástica—. Eso es justo lo que nos ha demostrado... yendo a un striptease masculino.
— ¡Eso no significa nada! —exclamó Miley desde su sitio.
— ¡Y encima está escuchándonos! —dijo Nick, anonadado, abriendo por completo la puerta del despacho y lanzándole una mirada furiosa—. Deja de escuchar conversaciones ajenas, es de mala educación.
—Pues, entonces, ¡dejen de hablar a mis espaldas! —Replicó ella levantándose y agarrando su bolso—. Aunque no te hubieras entrometido, no habría salido con un hombre como ese aunque se hubiera puesto de rodillas. No soy tan estúpida como para dejarme embaucar.
Nick la miró fijamente.
—Eso dices... Además, ¿sabes qué? Fue una mala idea dejar que trabajaras aquí.
— ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? —quiso saber ella, cruzándose de brazos.
—Porque aquí siempre estás rodeada de hombres. Kevin reprimió a duras penas una sonrisa.
—Oh, claro... —dijo Miley enarcando las cejas y sonriendo divertida—. Esos hombres tan atractivos, sin afeitar, que huelen a vaca y a estiércol... Es tan romántico... —dijo suspirando con comicidad.
Kevin se había dado la vuelta para poder reírse a gusto, pero los ojos de Nick centelleaban peligrosamente.
—Gastón no olía a estiércol —apuntó. Miley volvió a arquear las cejas.
—Humm... ¡Qué interesante que te fijaras en eso! —dijo con una mueca burlona.
Nick parecía dispuesto a arrojarle algo a la cabeza.
—Ya basta —masculló. Miley suspiró.
—De acuerdo, de acuerdo... —dijo haciendo un gesto con las manos para aplacarle—. Yo solo quería tranquilizarte. Dios no quiera que me seduzca un extraño que huela bien...
—¡A casa! —bramó Nick perdiendo los estribos.
—Ya me voy, ya me voy... —dijo Miley yendo hacia la salida—. Estás hoy de un humor de perros... — se volvió al llegar a la puerta—. Le diré a María que te haga una buena sopa de cuchillas para que sigas teniendo la lengua igual de afilada.
—Gracias a Dios no estaré en casa para la cena — repuso Nick—. Tengo una cita —añadió.
No quería que se enterara de lo furioso que lo había puesto el que Gastón flirteara con ella. Y mucho menos quería que supiera que los celos habían hecho presa de él hasta tal punto, que no se había creído capaz de almorzar con el tipo sin que la cosa acabara como el rosario de la aurora, y que por eso había llamado a Kevin.
Miley, sin embargo, ignorante de todo aquello, simplemente pensaba que le había dado uno de sus ramalazos sobre protectores y, el escuchar de sus labios que tenía una cita, fue como una puñalada en la espalda. ¿Por qué no podía ser rubia y sofisticada? Sin embargo, trató lo mejor que pudo de ocultar sus sentimientos.
— ¡Estupendo! No sabes lo que me alegro por ti —le espetó—. Ve y diviértete mientras yo me quedo en casa sola. Así tal vez yo también pueda tener una cita, porque desde luego contigo siendo mi sombra me es imposible.
—Sigue soñando —fue la contestación de Nick—. No saldrás con nadie sin mi permiso hasta que nieve en el infierno.
—Creo que será mejor que te vayas a casa, Miley —intervino Kevin conciliador—. Es viernes, y he comprado una película de guerra. Puedes quedarte a verla conmigo.
¡Menudo plan! A pesar de todo, Miley sonrió. Al menos Kevin empezaba a mostrarse comprensivo.
—Gracias. Será lo mejor —añadió lanzando una mirada significativa a Nick—, a mi perro guardián no le gusta que salga después de que oscurezca.
Kevin retuvo a Nick por el brazo justo a tiempo, y Miley salió corriendo de la oficina con el pulso latiéndole acelerado en la garganta. Nick estaba perdiendo el sentido del humor... y la paciencia. Bueno, era cierto que ella lo picaba, pero no podía evitarlo. Era el único modo de mantener la cordura y de ocultarle lo que sentía por él. De lo contrario, si empezaba a pestañear con coquetería o a suspirar delante de él, lo más seguro era que la despidiera en un santiamén.
Subió a la vieja camioneta de Kevin y puso rumbo a casa. Toda la furia que había sentido al salir de la nave empezó a transformarse en tristeza. ¿A quién pretendía engañar? Se le había partido el corazón al enterarse de que Nick iba a salir con una de esas mujeres a las que ella no llegaba ni a la suela de los zapatos. Ella seguiría siendo un patito feo de por vida, y todavía cuando fuese vieja, Nick le daría palmaditas en la cabeza como a un perro.
En algunos momentos casi le había dado la impresión de que sentía algo por ella, de que estaba empezando a darse cuenta de que ya no era una adolescente, pero en ese instante le parecía que solo había sido un espejismo. Solo le prestaba un poco de atención cuando ella se negaba a seguir sus reglas o se metía en problemas. Claro, porque era su responsabilidad, su dolor de cabeza... Nunca sería una mujer atractiva con la que poder compartir su vida.
Un hombre como Nick, adinerado y bastante atractivo, podía tener a la mujer que quisiera, y era obvio que nunca se interesaría por una chica tan corriente y poco sofisticada como ella. Aquella certeza le dolía muchísimo; y también era la razón por la que se comportaba con rebeldía. No quería pasar el resto de su vida penando por un hombre al que no podía tener, y la única alternativa posible era encapricharse de otro, pero, ¿cómo hacerlo si Nick no la dejaba respirar?
Al haber tenido que dejar el coche en la ciudad, no tuvo más remedio que tomar prestada la vieja camioneta de Kevin para ir a la nave de engorde. Gracias al hincapié que los dos hermanos hacían a sus empleados sobre la higiene, el olor de la nave era mucho más soportable que el de otras en las que había visitado con Nick. Ese mantenimiento implicaba más gastos, pero también mejores resultados, ya que apenas había muertes de ganado por enfermedad, y eso les había conseguido buena fama entre los rancheros que les llevaban a sus reses.
Era temprano, y Miley encontró la oficina desierta. Tenía por compañeras a tres mujeres, todas casadas, y su trabajo consistía en redactar y organizar los registros, los contratos, partes de vacunación de las reses y demás.
Antes de entrar a formar parte del negocio, Miley nunca habría imaginado que fuese tan grande y complicado.
El tamaño de la nave, incluso para un lugar como Texas, donde todo se hacía a lo grande, resultaba descomunal. La zona vallada se extendía hacia el horizonte, y los novillos, al moverse de aquí para allá levantaban una polvareda formidable.
Dejó el bolso sobre el escritorio y encendió el ordenador. Tenía varios contratos de nuevas partidas de clientes de cuatro patas esperando para ser rellenados.
En la nave solo aceptaban novillos que pesaran entre los doscientos setenta y los trescientos kilos, y los engordaban hasta que alcanzaban el peso de matadero: entre los cuatrocientos cincuenta y los quinientos kilos. Los Jonas contaban con un nutricionista residente y un experimentado ganadero que se encargaban de regular la rutina de alimentación de los animales dos veces al día, con el sistema altamente automatizado de que disponían.
La nave había logrado tal renombre que se encontraba entre las mejores del país, pero era un negocio que también conllevaba enormes riesgos: una posible caída en el precio del ganado, una epidemia inesperada, o una sequía, por ejemplo.
A Miley le fascinaba la enorme actividad del negocio. Allí fuera, en ese mismo momento, había miles de novillos y vaquillas mugiendo, grandes camiones de ganado que iban y venían, y peones jaleando a los animales para reunirlos, vacunarlos o descornarlos. El ruido podía llegar a ser casi ensordecedor a pesar de las paredes insonorizadas de la oficina.
Miley metió el primer contrato en la máquina de escribir eléctrica y trató de descifrar la nota que lo acompañaba. La letra de Caudell Ayker, el gerente de la oficina, era como la de un médico. Era el segundo en la cadena de mando, después de Nick. Los hermanos Jonas tenían la propiedad conjunta del negocio, pero Kevin se encargaba solo de las finanzas. No se le daba bien tratar con los clientes y, por tanto, prefería dejarle eso a Nick.
Esa era precisamente una de las razones por las que a Miley le gustaba tanto trabajar allí, porque le permitía tener más contacto con Nick. Y hablando del rey de Roma, ¿quién sino Nick fue a entrar en ese momento por la puerta? La pobre Miley levantó la vista y se lo encontró de frente, tan guapo con su traje color tierra claro, que apretó la tecla equivocada y se imprimieron varias equis en el contrato. Contrajo el rostro con fastidio y volvió hacia atrás para corregirlo, pero ya era demasiado tarde, así que arrancó irritada el papel de la máquina y metió otra copia para volver a empezar.
— ¿Tienes problemas tan temprano? —inquirió Nick alegremente. Siempre hacía lo mismo, se le olvidaban los enfados de un día para otro. Por un lado era una virtud, porque demostraba que no era nada rencoroso, pero a Miley le molestaba tener que actuar como si nada hubiera pasado.
—Nada que no se pueda arreglar, «jefe» —respondió con una media sonrisa.
Se sostuvieron la mirada un buen rato. Nick no pudo evitar observar que los ojos de su joven tutelada brillaban de un modo peculiar últimamente. Cada día la encontraba más turbadora, sobre todo cuando se ponía esos trajes de falda y chaqueta ajustados, como el de color azul que llevaba ese día. Parecía abrazar con el celo de un amante cada curva de su esbelto y espigado cuerpo, marcando las curvas de los senos y las caderas.
Nick inspiró profundamente, tratando de ocultarle la creciente atracción que sentía por ella. No acababa de comprender cómo era que cada día parecía metérsele más adentro.
—Estás muy guapa hoy —le dijo de pronto.
Las mejillas de Miley se tiñeron de rubor y sonrió tímidamente.
—Gracias.
Los oscuros ojos de Nick acariciaron el rostro de la joven.
—Pero el cabello recogido no te sienta bien —añadió con suavidad—. Me gusta más cuando te lo dejas suelto.
A la joven le costaba respirar. Quería bajar la vista, rehuir su intensa mirada, pero era como si una fuerza magnética mantuviera sus ojos fijos en los de él. Las piernas le temblaban como si se hubieran vuelto gelatina.
—Bueno, tengo que... tengo que volver al trabajo —balbució sintiendo la garganta seca.
—Sí, yo también —contestó él.
Se dio la vuelta y entró en su despacho sin saber muy bien lo que hacía. Una vez dentro, se sentó frente a su gran mesa de roble y se quedó observando a Miley a través de la puerta abierta, hasta que el zumbido del intercomunicador le recordó las tareas del día. La mañana transcurrió con tranquilidad hasta que, justo antes de comer, entró en la oficina uno de los clientes.
—Vaya, que chica tan preciosa eres —le dijo a Miley con una sonrisa lobuna.
Estaba devorándola con los ojos, desde la falda azul, la blusa blanca, y el cabello recogido, hasta el bonito rostro ligeramente maquillado.
Miley se sonrojó. El hombre sería aproximadamente de la edad de Nick, y si bien no era tan guapo, si tenía unas facciones agradables y parecía inofensivo.
—Gracias —musitó sonriendo.
Le había sonreído como a cualquier otro cliente, pero el tipo lo interpretó erróneamente como que le daba permiso para coquetear con ella. Se sentó en una esquina del escritorio, estudiándola con sus ojos azules claros.
—Me llamo Justin Gastón —se presentó—. Voy camino de Oklahoma City, y pensé pasar por aquí para invitar a Nick a almorzar y hablar de unos asuntos con él si es que está, pero creo que me gustaría más llevarte a ti —murmuró en voz baja. Y entonces, sin previo aviso, extendió la mano y acarició la mejilla de la joven con los nudillos, y susurró, ignorando la repentina tirantez de ella—: Sí, eres realmente preciosa, como una flor abierta, lista para ser cortada.
Miley no sabía qué hacer o decir. Por mucho que hubiera leído sobre romances, ni eso ni su imaginación la habían preparado para aquella clase de flirteo descarado por parte de un hombre mayor que ella. Se sentía como una niña que no hiciera pie en el agua. — ¿No te gustaría venir a almorzar conmigo? Te llevaría a algún sitio agradable donde la comida sea buena, y así podríamos conocernos mejor. ¿Qué me dices? —murmuró Justin sin dejar de acariciarle la mejilla.
El cerebro de Miley estaba todavía tratando de encontrar las palabras para salir de aquella embarazosa situación cuando Nick salió de su despacho y se situó justo detrás del cliente con expresión asesina en el rostro.
—No es a ella a quien tienes que pedir permiso, Gastón, sino a mí —le dijo con voz aparentemente calmada—. Soy su tutor legal, y no la dejo salir con hombres mayores.
—Caray —dijo el ranchero, poniéndose de pie y frotándose la nuca como un tonto—, lo siento Nick, no tenía ni idea.
—No importa —contestó Nick. Su tono era despreocupado, pero la mirada fría y oscura no había abandonado sus ojos—. Bien, ¿le estabas diciendo que venías a invitarme a comer? Pues vamos entonces —se volvió hacia la joven—. Miley, quiero que tengas listo el último informe sobre el estado del ganado del señor Gastón para cuando regresemos.
Miley se quedó mirándolo, entre esperanzada y furiosa por ese comportamiento celoso que él jamás admitiría.
Nick se dio cuenta de que estaba muy azorada por la situación, y pudo leer la confusión en su rostro. Bajó la mirada hacia los labios de la joven, y los vio abrirse, como si fuera a decir algo, y de pronto reaccionó de un modo que ni él mismo se esperaba.
—Muy bien, a comer —dijo empujando al otro hombre hacia la puerta—. Ve a por el coche, voy a por mí sombrero y me reuniré contigo en un momento —dio una palmada en el hombro y le abrió la puerta al perplejo ranchero, que obedeció sin decir nada.
Una vez hubo salido Gastón, Nick se volvió de nuevo hacia Miley.
—Ven, tenemos que hablar —dijo arrastrándola del brazo hasta su despacho.
Cerró la puerta tras de sí. La mirada en sus ojos tenía un brillo tan salvaje que la joven se sintió amenazada por una parte, pero por otra también tremendamente excitada.
—P... pero el señor Gastón te estará esperando — balbució.
Nick fue hacia ella, acorralándola frente a la mesa. ¿Iría a declararse tal vez? Miley sentía que el corazón iba a salírsele del pecho, pero entonces vio cómo la barbilla de Nick se alzaba, y le pareció que era ira lo que destilaban sus ojos, no celos. —Escúchame bien —le dijo con aspereza—. Justin Gastón ha tenido tres esposas, y ahora mismo tiene, que se sepa, al menos una amante. Y sus valores morales no están muy claros que digamos. Tú no sabes nada todavía, y no quiero que aprendas esa lección con un tenorio como él.
—Pues antes o después tendrá que enseñármela alguien —repuso Miley, tragando saliva.
La había invadido de pronto una sensación extraña, como si los músculos se le hubieran puesto rígidos y un cosquilleo le recorriera todo el cuerpo. Tal vez se debía a que, él estaba tan cerca, que podía sentir su fuerza y su calor.
—Eso ya lo sé —le respondió Nick en un tono impaciente—. Pero desde luego, Gastón no entra en la lista de posibles pretendientes. Es un playboy experimentado, y si te quedaras a solas con él, a los cinco minutos empezarías a gritar pidiendo auxilio.
De modo que de eso se trataba... No estaba celoso, solo se había enfadado porque se habían puesto en marcha sus instintos protectores. Poco a poco los latidos del corazón de la joven fueron descendiendo. «Eres una estúpida, Miley, soñando otra vez con alcanzar las estrellas...»
—Yo no estaba tratando de alentarlo, créeme —le dijo dolida—. Solo le sonreí, igual que sonrío a todo el mundo. Supongo que pensó que le estaba dando mi aprobación para que siguiera adelante, pero no era así, te lo aseguro.
La expresión de Nick se relajó.
—Está bien.
Y entonces ocurrió algo inesperado: Nick se inclinó hacia delante, extendiendo un brazo por detrás de ella, y sus labios se quedaron a escasos milímetros de los de ella. Miley casi gimió al sentir el aliento mentolado de él sobre su boca, y bajó la vista hacia la de Nick, siguiendo su contorno. El corazón se le había desbocado de nuevo, parecía habérsele cortado la respiración y, durante un instante glorioso, notó todo el peso del tórax de él contra sus senos. Abrió mucho los ojos y los alzó hasta encontrarse con los de él y... Nick se apartó. En la mano derecha, la que había pasado por detrás de ella, tenía su sombrero, y la expresión en su rostro era de extrañeza.
—Solo quería alcanzar el sombrero —dijo, como a modo de disculpa al verla tan alterada.
Miley murmuró algo incomprensible mientras apartaba la mirada. Nick se caló el sombrero hasta los ojos.
—Bien, puedes volver a tu escritorio, pero recuerda que te contraté para que trabajaras, no para que mandaras señales a los clientes, intencionadas o no.
—Te odio —masculló Miley, asqueada de pronto de sus acusaciones y comentarios hirientes.
—Eso no es nada nuevo —dijo él. Le dio unos golpecitos en la barbilla con el índice—. A trabajar.
La joven estaba todavía luchando por recobrar la compostura cuando él abrió la puerta del despacho y salió sin mirar atrás.
En la hora siguiente, Miley apenas hizo nada. No podía recordar otra ocasión en la que se hubiera sentido tan humillada, tan confundida. En ese momento estaba segura de que detestaba a Nick, pero también de que, cuando regresara y le sonriera, lo perdonaría al instante. Aquello era lo que la hacía sentirse tan mal, el saber que, hiciera lo que hiciera, seguiría amándolo. ¡Maldita atracción!
Se tomó un descanso de media hora para ir a la cafetería a tomar algo, donde se compró un sándwich que ni siquiera saboreó. Justo cuando regresaba a su puesto, reapareció el señor Gastón... con Kevin en vez de Nick.
Miley le tendió el informe a Kevin, que condujo al señor Gastón al despacho de su hermano, estuvo charlando allí con él diez minutos escasos, y volvió a salir para acompañarlo a la puerta. Miley mantuvo agachada la cabeza todo el tiempo, y el señor Gastón tampoco miró en su dirección.
— ¿Sabes qué mosca le ha picado a Nick? —Le preguntó Kevin a Miley cuando el cliente se hubo marchado—. Me hizo dejar una reunión de la junta para almorzar con él y con Gastón porque quería hablar de su contrato, y en el restaurante va y nos deja solos.
—Pues... pues la verdad es que no tengo ni idea — murmuró Miley forzando una sonrisa.
Kevin arqueó una ceja, se encogió de hombros, y regresó al despacho. Miley se quedó mirándolo mientras se alejaba, extrañada también por el comportamiento de Nick. Tal vez no se tratara solo de que no le gustara Justin Gastón, tal vez hubieran tenido una disputa por una mujer.., Quizá una de las amantes del tipo.
Miley sacudió la cabeza y volvió a su trabajo. La ponía enferma pensar en ese aspecto de la vida de Nick
Kevin estuvo ocupado durante el resto de la tarde, pero cuando regresó Nick, justo antes del final de la jornada. Tenía bastante que decir, y Miley pudo escuchar la conversación a través de la puerta entreabierta del despacho mientras recogía sus cosas:
—Tienes que poner fin a esto, Nick —le decía Kevin a su hermano—. Una de las secretarias me ha contado que Gastón se puso demasiado «amistoso» con Miley y que tú se lo quitaste de encima. Esto está llegando a un punto en que Miley ni siquiera puede sonreír a un hombre sin que tú te abalances sobre el tipo como un lobo. ¡Por Dios!, ¡tiene casi veintiún años! No esperarás que viva el resto de su vida como una monja.
—Eso no fue así —replicó Nick molestó—. Simplemente le hice una advertencia a Gastón. ¡No irás a decirme que no conoces su reputación!
—Miley no es tonta —fue la respuesta de Kevin—. Es una chica sensata.
—Oh, sí.., —repuso Nick con una risotada sarcástica—. Eso es justo lo que nos ha demostrado... yendo a un striptease masculino.
— ¡Eso no significa nada! —exclamó Miley desde su sitio.
— ¡Y encima está escuchándonos! —dijo Nick, anonadado, abriendo por completo la puerta del despacho y lanzándole una mirada furiosa—. Deja de escuchar conversaciones ajenas, es de mala educación.
—Pues, entonces, ¡dejen de hablar a mis espaldas! —Replicó ella levantándose y agarrando su bolso—. Aunque no te hubieras entrometido, no habría salido con un hombre como ese aunque se hubiera puesto de rodillas. No soy tan estúpida como para dejarme embaucar.
Nick la miró fijamente.
—Eso dices... Además, ¿sabes qué? Fue una mala idea dejar que trabajaras aquí.
— ¿Ah, sí? ¿Y eso por qué? —quiso saber ella, cruzándose de brazos.
—Porque aquí siempre estás rodeada de hombres. Kevin reprimió a duras penas una sonrisa.
—Oh, claro... —dijo Miley enarcando las cejas y sonriendo divertida—. Esos hombres tan atractivos, sin afeitar, que huelen a vaca y a estiércol... Es tan romántico... —dijo suspirando con comicidad.
Kevin se había dado la vuelta para poder reírse a gusto, pero los ojos de Nick centelleaban peligrosamente.
—Gastón no olía a estiércol —apuntó. Miley volvió a arquear las cejas.
—Humm... ¡Qué interesante que te fijaras en eso! —dijo con una mueca burlona.
Nick parecía dispuesto a arrojarle algo a la cabeza.
—Ya basta —masculló. Miley suspiró.
—De acuerdo, de acuerdo... —dijo haciendo un gesto con las manos para aplacarle—. Yo solo quería tranquilizarte. Dios no quiera que me seduzca un extraño que huela bien...
—¡A casa! —bramó Nick perdiendo los estribos.
—Ya me voy, ya me voy... —dijo Miley yendo hacia la salida—. Estás hoy de un humor de perros... — se volvió al llegar a la puerta—. Le diré a María que te haga una buena sopa de cuchillas para que sigas teniendo la lengua igual de afilada.
—Gracias a Dios no estaré en casa para la cena — repuso Nick—. Tengo una cita —añadió.
No quería que se enterara de lo furioso que lo había puesto el que Gastón flirteara con ella. Y mucho menos quería que supiera que los celos habían hecho presa de él hasta tal punto, que no se había creído capaz de almorzar con el tipo sin que la cosa acabara como el rosario de la aurora, y que por eso había llamado a Kevin.
Miley, sin embargo, ignorante de todo aquello, simplemente pensaba que le había dado uno de sus ramalazos sobre protectores y, el escuchar de sus labios que tenía una cita, fue como una puñalada en la espalda. ¿Por qué no podía ser rubia y sofisticada? Sin embargo, trató lo mejor que pudo de ocultar sus sentimientos.
— ¡Estupendo! No sabes lo que me alegro por ti —le espetó—. Ve y diviértete mientras yo me quedo en casa sola. Así tal vez yo también pueda tener una cita, porque desde luego contigo siendo mi sombra me es imposible.
—Sigue soñando —fue la contestación de Nick—. No saldrás con nadie sin mi permiso hasta que nieve en el infierno.
—Creo que será mejor que te vayas a casa, Miley —intervino Kevin conciliador—. Es viernes, y he comprado una película de guerra. Puedes quedarte a verla conmigo.
¡Menudo plan! A pesar de todo, Miley sonrió. Al menos Kevin empezaba a mostrarse comprensivo.
—Gracias. Será lo mejor —añadió lanzando una mirada significativa a Nick—, a mi perro guardián no le gusta que salga después de que oscurezca.
Kevin retuvo a Nick por el brazo justo a tiempo, y Miley salió corriendo de la oficina con el pulso latiéndole acelerado en la garganta. Nick estaba perdiendo el sentido del humor... y la paciencia. Bueno, era cierto que ella lo picaba, pero no podía evitarlo. Era el único modo de mantener la cordura y de ocultarle lo que sentía por él. De lo contrario, si empezaba a pestañear con coquetería o a suspirar delante de él, lo más seguro era que la despidiera en un santiamén.
Subió a la vieja camioneta de Kevin y puso rumbo a casa. Toda la furia que había sentido al salir de la nave empezó a transformarse en tristeza. ¿A quién pretendía engañar? Se le había partido el corazón al enterarse de que Nick iba a salir con una de esas mujeres a las que ella no llegaba ni a la suela de los zapatos. Ella seguiría siendo un patito feo de por vida, y todavía cuando fuese vieja, Nick le daría palmaditas en la cabeza como a un perro.
En algunos momentos casi le había dado la impresión de que sentía algo por ella, de que estaba empezando a darse cuenta de que ya no era una adolescente, pero en ese instante le parecía que solo había sido un espejismo. Solo le prestaba un poco de atención cuando ella se negaba a seguir sus reglas o se metía en problemas. Claro, porque era su responsabilidad, su dolor de cabeza... Nunca sería una mujer atractiva con la que poder compartir su vida.
Idiota
ResponderEliminarencima Nick hace que
Miley se sienta mal
pufff
me encantoooooo!!!!
:)