nove espero les guste
un besho....
P/D: dejen comentarios quiero saver sus opiniones.
Miley miró inquieta una vez más por encima del hombro mientras aguardaba su turno en la cola de la taquilla. Había logrado salir de casa diciéndole a Kevin que iba a ver una exposición de arte, y Nick, gracias a Dios, estaba fuera comprando ganado y regresaría tarde. Cuando descubriera dónde había estado se pondría furioso, se dijo Miley sin poder reprimir que una sonrisa de satisfacción por su astucia.
Y desde luego hacía falta una gran dosis de astucia para engañar a Nicholas Jonas. Kevin, su hermano mayor, y él se habían convertido en sus tutores legales cuando ella solo tenía quince años. Iban a haber sido sus hermanastros, pero un desgraciado accidente de coche había segado la vida del padre de ellos y de la madre de Miley solo dos días antes de la boda.
Miley no tenía más familia, así que Nick había propuesto que Kevin y él podían ocuparse de la inconsolable adolescente, Miley Cyrus. Y así lo hicieron. Miley, naturalmente, se sentía muy agradecida hacia ambos, pero la irritaba sobremanera el hecho de que Nick fuese incapaz de darse cuenta de que se había convertido en una mujer.
La joven dejó escapar un profundo suspiro. Sí, aquel era el problema. Eso, y que se había obsesionado con protegerla del mundo exterior, hasta tal punto, que durante los últimos cuatro meses había sido casi una odisea para ella acudir a una simple cita.
Estaba llegando a extremos tan surrealistas, que incluso a Kevin, que raramente se reía, se le veía reprimir una sonrisa. A Miley, sin embargo, no le hacía ninguna gracia, porque, para mayor desgracia suya, se había enamorado perdidamente de Nick, y el fuerte y castaño vaquero solo la veía como a una chiquilla.
Sus intentos por demostrarle que había madurado, que ya era una mujer, habían resultado infructuosos: era imposible atravesar la dura coraza que lo rodeaba. Miley suspiró de nuevo. ¿Y cómo iba a hacer que se fijara en ella si ni siquiera sabía de qué modo podía atraerlo? Ya no era tan juerguista como había sido años atrás, pero Miley sabía que con frecuencia era visto en los clubes nocturnos de San Antonio con alguna belleza sofisticada. Y ella muriendo de amor por él... ¡Qué cruel era la vida! Lo tenía bastante difícil, porque ella no era ni una belleza, ni tampoco sofisticada. Era solo una chica provinciana, una chica normal y corriente, por mucho que su figura fuera mejor que la de muchas otras jóvenes de su edad.
Por eso, tras darle muchas vueltas al asunto, había llegado a la conclusión de que, si quería que se diera cuenta de que existía, tendría que convertirse en una mujer sofisticada. Tal vez ir a un espectáculo de striptease masculino no fuera lo más indicado como primer paso a la sofisticación, pero en un lugar como Tisdaleville no había muchas más opciones. Ser vista allí le demostraría a Nick que no era la adolescente puritana que él quería que fuera. Miley volvió a esbozar una sonrisa de satisfacción al pensar en la cara que pondría cuando se lo contase algún vecino.
Se alisó la falda de tablas gris y la blusa color hueso que llevaba, observando su reflejo en el escaparate de la tienda que había junto a la taquilla. Se había recogido el largo y castaño cabello como solía hacer, pero si lo dejaba suelto, era uno de sus mayores encantos, ya que era ondulado, suave y abundante. Sus ojos, grandes y de un azul grisáceo, tampoco estaban mal; su piel tenía un tono cremoso; y sus labios no podían ser más perfectos. Sin embargo, si no se maquillaba con esmero, era simplemente una chica del montón. De hecho, sus senos eran más grandes de lo que le gustaría que fueran, y en su opinión sus piernas eran demasiado largas. En contraste con muchas de sus amigas, bajitas y de constitución delicada y femenina, se sentía tremendamente desgarbada.
Al menos la chaqueta de terciopelo burdeos le daba un aspecto algo mayor, y los ojos le brillaban de un modo inusual, probablemente por la pequeña travesura que estaba a punto de cometer. Una sonrisa sarcástica acudió a sus labios ante la palabra «travesura». En realidad no creía que hubiera nada de malo en ver un striptease masculino. De algún modo tenía que aprender ciertas cosas, y Nick desde luego no la ayudaba ahuyentando a los chicos con los que se citaba. Era muy estricto en ese sentido: solo le permitía salir con jóvenes de su edad, y encima se encargaba de hacerles los pertinentes comentarios acerca de la frecuencia con que limpiaba sus pistolas y rifles, y lo que pensaba de «divertirse» antes del matrimonio. Con un tutor así no era de extrañar que muchos de aquellos chicos no volvieran a pedirle salir.
El fresco aire de la noche hizo estremecer a Miley. Aunque se encontraban al sur de Texas, era febrero y hacía bastante frío. Se arrebujó en su chaqueta y dirigió una sonrisa a otra joven que también tiritaba de frío en la cola del Grand Theater. Era el único teatro de Tisdaleville, y lógicamente había habido ciertas reticencias por parte de los más conservadores del lugar ante la idea de permitir que un espectáculo así se celebrase allí, pero finalmente se había hecho, y había una larga cola de mujeres esperando para comprar su entrada y averiguar si aquellos hombres eran tan increíbles como se mostraban en los anuncios que habían colocado por todas partes.
Nick se moriría cuando se enterase de dónde había estado. Se le pondrían los pelos de punta y querría fulminarla con la mirada. Kevin, en cambio, haría lo que siempre hacía, no decir nada ni a favor ni en contra, y esperar tranquilamente a que a su hermano se le pasara el enfado.
Los dos tenían un gran parecido físico, ambos altos, musculosos y de ojos oscuros, aunque Kevin tenía el cabello casi negro, y Nick era mucho más guapo. De hecho Kevin tenía unos rasgos más duros, una personalidad muy reservada y, aunque se mostraba cortés con las damas, no salía con ninguna. Claro que todo el mundo sabía por qué: Danielle Deleasa había rechazado su proposición de matrimonio años atrás.
Por aquel entonces, sin embargo, antes de que el buen hacer de Kevin y la intuición de Nick para el comercio los catapultara al éxito con una nave para engorde de ganado; los Jonas eran bastante pobres. La familia de Danielle, por el contrario, era muy rica, y se extendió el rumor de que Danielle lo había rechazado porque lo consideraba inferior a ella. Cierto o no, aquello había herido tremendamente a Kevin en su pundonor. Miley no acababa de comprenderlo. Parecía una mujer tan agradable... Y su hermano Joe también.
Las dos mujeres que iban delante de ella en la cola se retiraban ya, y Miley se apresuró a sacar el monedero de la chaqueta, pero justo antes de que pudiera llegar a la taquilla, alguien la agarró con fuerza de la muñeca y la arrastró a un lado.
— ¡Eh!
—Ya me había parecido a mí que conocía esta chaqueta... —murmuró una voz profunda.
Miley alzó la mirada incrédula al reconocerla. ¡Nick! ¿Por qué estaba allí? Había un sutil brillo de ira en sus ojos.
—Hice bien en pasar por aquí de camino a casa. ¿Dónde está Kevin? ¿Sabe que estás aquí?
—Le dije que iba a una exposición de arte —contestó Miley. Al ver que Nick enarcaba una ceja incrédulo, añadió con picardía—: Bueno, en cierto modo es una exposición de arte, solo que las estatuas masculinas están vivas...
—Por amor de Dios... —fue la respuesta de Nick. Se quedó mirando un momento a las mujeres que hacían cola y tiró de la muñeca de Miley hacia su Jaguar blanco—. Vamos.
—No pienso irme a casa —replicó ella parándose en seco y luchando por zafarse de su agarrón. Le encantaba desafiarlo—. Voy a comprar un ticket y voy a entrar ahí —le aseguró soltándose y girándose.
Nick, sin embargo, no estaba de humor para seguir con aquella discusión, y la tomó en brazos para llevarla al coche.
— ¡Nicholas! —chilló Miley al sentirse alzada en volandas.
—Es increíble que no pueda salir del estado ni un día sin que hagas una locura —murmuró él—. Recuerdo que la última vez que tuve que ausentarme por negocios te encontré a mi regreso a punto de marcharte al lago Tahoe con esa Selena Gómez.
—Oh, sí, y me encantó: echaste a perder mí fin de semana esquiando. Muchas gracias —masculló ella ásperamente.
Enfurruñada como estaba, no lo admitiría ni aunque le pusieran una pistola en la sien, pero lo cierto era que estar en sus brazos era como estar en el séptimo cielo. Además, la calidez de su aliento en el rostro le estaba provocando un cosquilleo por todo el cuerpo que nunca antes había experimentado.
—Si no recuerdo mal... os acompañaban dos universitarios —apuntó Nick con sarcasmo.
— ¿Y qué pasa con mi coche? —Replicó Miley—. Lo tengo aparcado calle abajo. ¿No querrás que lo deje aquí?
— ¿Por qué no? Dudo mucho que nadie vaya a intentar robar esa birria —contestó él. Su rostro permaneció impasible, pero el ligero peso y calor corporal de Miley empezaban a resultarle algo turbador.
—No te metas con mi coche —protestó Miley. Estaba comenzando a sentirse mareada por el olor de su colonia—. Puede que sea pequeño, pero es un buen coche.
—Si hubiera ido yo contigo al concesionario en vez de Kevin te aseguro que no te habrías comprado ese coche —le contestó él al momento—. Es increíble lo consentida que te tiene. Tenía que haberse casado con Danielle y haber tenido un montón de niños para malcriarlos como le viniera en gana. Ese condenado coche tuyo deportivo no es nada seguro.
—Pues es mío y me gusta, y además estoy pagándolo a plazos —repuso ella.
Nick buscó los ojos de Miley.
—Disfrutas haciendo cosas que me fastidian, ¿verdad? —murmuró bajando deliberadamente la mirada hacia los labios de la joven.
Miley apenas podía respirar, pero no iba a dejarse amilanar, no por él. No podía permitir que se diera cuenta del efecto que tenía sobre ella.
—Tengo casi veintiún años —le recordó. Nick la miró otra vez, con cierto sarcasmo. —No haces más que decirme eso —le contestó con aspereza—, y luego en cambio estás haciendo siempre chiquilladas como la de hoy.
— ¿Qué tiene de malo que quiera hacer cosas de adultos? —farfulló ella—. A este paso nunca me enteraré de cómo va el mundo. Parece que quisieras que fuera virgen toda mi vida.
—Oh, se trata de eso... Pues si insistes en venir a este tipo de locales, desde luego no te durará mucho esa condición beatífica —replicó él enfadado.
Lo ponía nervioso cuando hablaba de ese modo. Además, llevaba meses con la misma cantinela, y no le parecía que el problema estuviera solucionándose, sino todo lo contrario. Apretó el paso, pisando furibundo los adoquines de la acera.
A Miley le divertía verlo así. Llevaba puesto un traje oscuro, y su viejo e inseparable sombrero texano. ¿Podía existir un hombre más perfecto?, se dijo el joven, ¿más masculino? Así, enfurruñado, le parecía todavía más sexy. Sin embargo, se había propuesto no dejarle entrever sus sentimientos, por lo que, como de costumbre, recurrió a las pullas para despistarlo.
—Estás de mal humor, ¿eh? —lo picó con voz dulce. La expresión de Nick se endureció, pero Miley esbozó una nueva sonrisa de satisfacción. Le encantaba hacerlo rabiar. Aunque probablemente llevaba años haciéndolo de un modo inconsciente, no se había dado cuenta de ello hasta las últimas semanas. Sí, se divertía pinchándolo y observando sus reacciones.
—Ya soy mayor. Me gradué en la escuela de comercio el año pasado y estoy trabajando como secretaria en las oficinas de la nave de engorde...
—No he sufrido un ataque repentino de amnesia, Miley fui yo quien te pagó todos los cursos y también fui yo quien te dio el trabajo —le respondió Nick calmadamente.
Había llegado junto al coche. Nick la dejó en el suelo, abrió la portezuela e hizo un gesto para que entrara y se sentara
—Es verdad, fuiste tú —asintió Miley, sonriéndole con malicia mientras tomaba asiento.
Nick le cerró la puerta de un golpe y rodeó el vehículo. Cuando se sentó junto a ella, hubo una muda violencia en el modo en que rugió el coche blanco al arrancarlo, en cómo se alejó de un volantazo de la acera, y en cómo bajó la calle principal a toda velocidad.
—Miley, no puedo creer que estuvieras dispuesta a pagar dinero por ver a unos cuantos tíos quitarse la ropa —masculló.
—Me parece más divertido que dejarles que me quiten la mía —contestó ella con humor—. Y creo que tú debes opinar lo mismo cuando te pones histérico cada vez que intento tener una cita con un hombre con un mínimo de experiencia.
Nick frunció el ceño. Era verdad. Le ponía furioso la idea de que un hombre pudiera aprovecharse de Miley. No quería que la tocaran.
—Ya puedes jurarlo. Si un hombre tratara de desabrocharte un solo botón, le daría una paliza.
— ¡Mi pobre futuro marido! —Suspiró Miley—. No quiero ni pensarlo. Imagínatelo, llamando a la policía en nuestra noche de bodas...
—Eres demasiado joven como para hablar siquiera de casarte —repuso Nick.
—Dentro de tres meses cumpliré los veintiuno. Esa es la edad que tenía mi madre cuando me tuvo a mí —le recordó la joven.
—Pues yo tengo treinta y dos y aún no me he casado —contestó él—. Tienes mucho tiempo por delante. No tienes que precipitarte a dar ese paso. ¡Apenas has visto el mundo por un agujero!
— ¿Y cómo puedo ver nada si tú no me dejas ni respirar? —exclamó ella airada.
Nick le lanzó una mirada furibunda.
—Lo que no me gusta es la parte del mundo a la que te tratas de asomar: ¡Un striptease masculino!, por amor de Dios!
— ¿Qué tiene de malo? Ni siquiera se lo quitan todo... —le aseguró ella—. Solo la mayor parte de la ropa.
—Dime una cosa: ¿Qué interés tienes en ver eso?
—No tenía nada mejor que hacer —suspiró ella—. Y además, Selena ya ha ido a verlo.
— Selena Gómez... —murmuró Nick entre dientes—. Siempre Selena Gómez... Ya te he dicho que no apruebo tu amistad con esa cabeza hueca. Es mayor que tú, y se da esos aires de chica sofisticada...
—«Es» sofisticada. ¿Y sabes por qué? Porque no tiene a un perro guardián pendiente de ella todo el día. —Pues no le vendría mal. Una mujer que se comporta de ese modo no atrae a los hombres que buscan una relación seria.
—Eso es lo que tú dices... Además, al menos ella no se desmayará del susto cuando su marido se desnude la noche de bodas. Yo en mi vida he visto a un hombre sin ropa... Bueno, excepto en esa revista que tenía Selena de...
— ¡Por todos los santos! No quiero que vuelvas a leer esa clase de revistas —ordenó Nick.
— ¿Por qué no? —inquirió Miley enarcando las cejas y abriendo los ojos como platos.
—Porque... Porque... ¡Porque no y ya está!
—Pues a los hombres les encanta mirar las fotos de mujeres que salen esa clase de revistas —le espetó ella—. Si a nosotras pueden explotarnos... ¿Por qué a los hombres no?
— ¿Es que no puedes mantener la boca cerrada ni un segundo? —rugió Nick dejándose llevar finalmente por su arrebato de mal humor.
— ¿Eso es lo que quieres? Muy bien, pues me callaré —dijo ella cruzándose de brazos y fingiendo una rabieta. Sin embargo, lo miró por el rabillo del ojo, sonriendo por la facilidad con que lograba irritarlo. Tal vez no estuviera enamorado de ella, pero no había duda de que no le resultaba indiferente.
—Toda esta estúpida obsesión repentina con ver a un hombre desnudo... —farfulló Nick para sí—. No sé qué es lo que te ha dado.
—Frustración —contestó Miley—, por la cantidad de noches que me he quedado en casa... sola.
—Yo nunca te he prohibido tener citas —repuso él.
—Oh, no... Ya lo creo que no... Simplemente te sientas con los chicos con los que quiero salir, y les empiezas a soltar toda esa bravuconada de la frecuencia con que limpias tus pistolas, y les aburres con tus arcaicas ideas sobre el sexo prematrimonial.
—No son arcaicas —respondió él con aspereza—. Hay un montón de hombres que piensan de ese modo.
— ¿De veras? ¿A cuántos conoces? —Dijo ella con sarcasmo, enarcando una ceja—. ¿Tú eres virgen?
Los ojos oscuros de él la miraron de soslayo, advirtiéndole que no siguiera por ese camino.
— ¿Tú qué crees?
Miley se notó sonrojar. El tono sugerente de su voz y la sombra de arrogancia en la mirada la hicieron sentirse increíblemente estúpida y joven. Por supuesto que no era virgen. Apartó los ojos de él, turbada.
— ¡Qué ingenua por mi parte! —murmuró con suavidad.
Nick pisó el acelerador. Por alguna razón le resultaba incómodo el haber sugerido siquiera a Miley cómo era su vida privada. Probablemente sabía más de lo que creía, sobre todo con una amiga como Selena Gómez.
Selena solía frecuentar los mismos locales de moda que él en la ciudad, y lo había visto un par de veces con acompañantes ocasionales. Esperaba que no le hubiera contado nada a Miley, pero no podía estar seguro.
Aquel repentino silencio no agradó a la joven, del mismo modo que le ponía enferma pensar en las mujeres con las que habría salido y salía.
— ¿Cómo has sabido dónde estaba? —le preguntó por hablar de algo.
—No lo sabía, cariño —le contestó Nick. «Cariño». Aquel término le habría irritado viniendo de otro, por las connotaciones machistas, pero de sus labios sonaba tan natural, que a Miley no le molestaba jamás.
— ¿Y entonces...?
—Como te dije, volvía a casa pasando por Tisdaleville, y de repente, ¿a quién vi delante de esos ridículos posters sino a ti?
—Es mi destino —suspiró Miley con comicidad—, no puedo escapar de él.
Nick giró para tomar la carretera que llevaba a la casa donde vivían. Pasaron el hogar de los Deleasa, una enorme construcción de estilo colonial, en cuyos vastos campos salpicados de robles, se podían ver varios caballos árabes purasangre. Sin embargo, no había demasiada hierba, ya que todavía hacía frío. De hecho, el día anterior, unas pequeñas ráfagas de nieve habían provocado la excitación general de los niños del lugar. En varios puntos del rancho se habían colocado no obstante grandes balizas de heno para que los animales pudieran comer.
—He oído que los Deleasa tienen problemas financieros —comentó Miley distraídamente. Nick giró la cabeza hacia ella.
—Desde que el viejo murió el verano pasado están casi en la bancarrota. Es más, según parece había hecho tratos que Joe desconocía por completo, y ha dejado a la familia endeudada hasta las cejas. Si pierden el rancho será un duro golpe para su honor.
—Y también para Danielle —apuntó Miley.
—Por Dios, no la menciones, ¿quieres? —dijo Nick con una mueca de desagrado.
—Si Kevin no está aquí... —repuso ella.
—Sí, bueno, ahora no está, pero cuando sí está tampoco te acuerdas nunca de lo mal que le sienta que se hable de ella.
— ¿Verdad que es gracioso como se pone?
—Yo no llamaría «gracioso» a que le entren ganas de pegarle un puñetazo a alguien.
—Pues yo te he visto a ti pegar uno o dos puñetazos —dijo Miley.
En ese momento estaba recordando un día, no hacía mucho, en que uno de los nuevos peones del rancho había golpeado a un caballo. Nick le había pegado tal puñetazo que lo había tirado al suelo, y lo había despedido en el acto, con una voz tan fría y aparentemente calmada, que un escalofrío le había recorrido la espalda a la joven. Ni a Nick ni a Kevin les hacía falta elevar el tono de voz para imponerse, y cuando perdían la paciencia, la sola mirada en sus ojos hacía las palabras innecesarias.
¡Qué contradicción tan curiosa era Nick!, pensó Miley mirándolo, estudiándolo. Podía mostrarse tan tierno que, tras haber tenido que sacrificar un ternero, o cuando a uno de sus hombres le había ocurrido algo, desaparecía durante varias horas para estar solo. Y, otras veces, actuaba de un modo tan impetuoso, que los peones del rancho procuraban no cruzarse en su camino para escapar de su ira... igual que Kevin. Sí, ambos hombres tenían un carácter muy fuerte, pero en el fondo subyacía esa ternura, esa vulnerabilidad que poca gente llegaba a ver. Miley, sin embargo, habiendo vivido con ellos tantos años, los conocía mejor que nadie.
— ¿Y cómo es que volviste tan pronto? —le preguntó en un nuevo intento de romper el silencio. Nick se encogió de hombros.
—Supongo que he desarrollado una especie de radar de peligro —murmuró sonriendo levemente—. De algún modo intuí que no estarías en casa con Kevin viendo películas en blanco y negro.
—Yo pensaba que no volverías hasta mañana por la mañana.
—Ya, y por eso decidiste irte a ver a unos cuantos musculitos desnudarse y menearse sobre un escenario.
—Al menos lo intenté —repuso ella suspirando trágicamente—. En fin, por tu culpa ahora moriré ignorante a pesar de todo.
Nick se echó a reír ante aquella respuesta. Siempre acababa haciéndolo reír, algo que no le había sucedido jamás con otra mujer. Lo cierto era que últimamente estaba pensando en ella más de lo que debería, reflexionó. Llevaba demasiado tiempo solo, se dijo. Los ligues ocasionales que tenía no lo satisfacían realmente. Pero no podía hacerle aquello a Miley, no sería justo. Miley le importaba, la había protegido y cuidado durante años. Era la clase de chica que merecía respeto, la clase de chica que debía encontrar un buen hombre y casarse, no alguien para pasar el rato. Tenía que controlarse.
Cuando llegaron a la casa, encontraron a Kevin sentado en uno de los sillones del salón, inclinado sobre la mesa baja, repasando el libro de cuentas con el ceño fruncido. Al entrar ellos, alzó la vista inexpresiva, pero sus ojos oscuros centellearon cuando leyó la irritación en el rostro de Nick y la frustración en el de Miley.
— ¿Qué tal la exposición de arte?
—No era una exposición de arte —intervino Nick, arrojando el sombrero sobre la mesa—. Era un striptease masculino.
Kevin miró a Miley espantado, y la joven se sintió incómoda, porque era todavía más anticuado y reaccionario que Nick a ese respecto. De hecho, jamás hablaba de nada que fuera un poco personal, ni siquiera con ellos.
— ¡Miley! —exclamó en tono de reproche y asombro.
— ¿Qué? Tengo casi veintiún años —replicó ella—. Conduzco, estoy trabajando, y podría estar ya casada y con hijos. Si quiero puedo ir a ver un striptease masculino. No tengo que pedir permiso.
Kevin cerró el libro de cuentas y encendió un cigarrillo.
—Eso suena a declaración de guerra —dijo.
—Porque eso es lo que es —contestó Miley alzando la barbilla. Se volvió hacia Nick —. Si no dejas de avergonzarme delante de todo el mundo, me iré a vivir con Selena.
La paciencia de Nick se esfumó.
— ¡Eso ni hablar! —gritó—. No pienso dejar que te vayas a vivir con esa mujer.
— ¡Haré lo que me dé la gana!
— ¿Les importaría...? —comenzó Kevin calmadamente. Pero Nick y Miley no le estaban escuchando.
— ¡Por encima de mi cadáver! —Bramó su hermano acercándose a la joven—. ¡Celebra fiestas que duran días!
— ¿Y qué tiene eso de malo? —exclamó Miley sin escucharlo—. Le gusta la gente, no es una persona asocial como tú —acusó a Nick con los ojos entornados y los brazos en jarras.
—Oye, ¿por qué no...? —intervino una vez más Kevin.
— ¡Tiene el cerebro de un mosquito y es una excéntrica! —repuso Nick sin hacerle ningún caso.
— ¿Podríais escucharme un momento? —rugió Kevin levantándose del sillón.
Nick y Miley se quedaron paralizados. Nunca antes le habían oído alzar la voz, ni siquiera en las ocasiones en que lo habían visto más enfadado.
—Maldita sea, hasta a mí me duelen los oídos del grito que os he pegado —murmuró Kevin—. Muy bien, escuchadme: Así no vamos a ninguna parte. Además, seguro que de un momento a otro aparecerán María y López corriendo pensando que estamos matándonos... —y, antes de que terminara la frase se asomaron a la puerta un hombre y una mujer mayor en bata con expresión entre preocupada y aprensiva—. ¿Lo ven?
— ¿A qué viene todo este jaleo? —Preguntó María peinándose el cabello entrecano y mirando en derredor—. Pensamos que había ocurrido algo malo.
— ¡Ay, Diosito! ¿Otra regañina? —Dijo López sacudiendo la cabeza y sonriendo a Miley—. ¿Qué has hecho esta vez, niña?
La joven lo miró con aire de no haber roto un plato en su vida.
—No he hecho nada —respondió muy tranquila—. Absolutamente na...
—Ha ido a un striptease masculino —intervino Nick.
— ¡No es cierto! —protestó Miley enrojeciendo.
—Pero, hija, ¿cómo se te ocurren esas ideas? —inquirió María llevándose las manos a la cabeza y farfullando por lo bajo algo en español. López se rio.
La pareja, casada desde hacía más de treinta años llevaba trabajando mucho tiempo para los Jonas, y eran como de la familia, no solo la cocinera y el encargado de los arneses y la remonta.
— ¡Pero si no llegué a entrar! —exclamó Miley. Le lanzó una mirada acusadora a Nick, que estaba apoyado imperturbable en el brazo de uno de los sillones—. ¡Mira lo que has hecho!
— ¿Yo? —Dijo Nick sarcástico— ¡Eres tú la que tienes una curiosidad mala por ver a un hombre desnudo!
— ¿Mala? —Repitió ella incrédula—. Y seguro que tú no has ido nunca un striptease femenino...
—Eso es distinto —replicó Nick.
— ¡Oh, por favor! Así que una mujer puede ser un objeto sexual y un hombre no, ¿verdad?
—Te ha pillado —dijo Kevin.
Nick los miró furibundo a los dos, se levantó y salió de la habitación. Miley lo observó con cierta satisfacción, sintiendo que al menos había ganado esa batalla. Sin embargo, aquel triunfo no era un gran consuelo. Nick era cada día más difícil de manejar. Tenía que hacer algo. No sabía muy bien qué o cómo, pero tenía que hacer algo... y pronto.
Y desde luego hacía falta una gran dosis de astucia para engañar a Nicholas Jonas. Kevin, su hermano mayor, y él se habían convertido en sus tutores legales cuando ella solo tenía quince años. Iban a haber sido sus hermanastros, pero un desgraciado accidente de coche había segado la vida del padre de ellos y de la madre de Miley solo dos días antes de la boda.
Miley no tenía más familia, así que Nick había propuesto que Kevin y él podían ocuparse de la inconsolable adolescente, Miley Cyrus. Y así lo hicieron. Miley, naturalmente, se sentía muy agradecida hacia ambos, pero la irritaba sobremanera el hecho de que Nick fuese incapaz de darse cuenta de que se había convertido en una mujer.
La joven dejó escapar un profundo suspiro. Sí, aquel era el problema. Eso, y que se había obsesionado con protegerla del mundo exterior, hasta tal punto, que durante los últimos cuatro meses había sido casi una odisea para ella acudir a una simple cita.
Estaba llegando a extremos tan surrealistas, que incluso a Kevin, que raramente se reía, se le veía reprimir una sonrisa. A Miley, sin embargo, no le hacía ninguna gracia, porque, para mayor desgracia suya, se había enamorado perdidamente de Nick, y el fuerte y castaño vaquero solo la veía como a una chiquilla.
Sus intentos por demostrarle que había madurado, que ya era una mujer, habían resultado infructuosos: era imposible atravesar la dura coraza que lo rodeaba. Miley suspiró de nuevo. ¿Y cómo iba a hacer que se fijara en ella si ni siquiera sabía de qué modo podía atraerlo? Ya no era tan juerguista como había sido años atrás, pero Miley sabía que con frecuencia era visto en los clubes nocturnos de San Antonio con alguna belleza sofisticada. Y ella muriendo de amor por él... ¡Qué cruel era la vida! Lo tenía bastante difícil, porque ella no era ni una belleza, ni tampoco sofisticada. Era solo una chica provinciana, una chica normal y corriente, por mucho que su figura fuera mejor que la de muchas otras jóvenes de su edad.
Por eso, tras darle muchas vueltas al asunto, había llegado a la conclusión de que, si quería que se diera cuenta de que existía, tendría que convertirse en una mujer sofisticada. Tal vez ir a un espectáculo de striptease masculino no fuera lo más indicado como primer paso a la sofisticación, pero en un lugar como Tisdaleville no había muchas más opciones. Ser vista allí le demostraría a Nick que no era la adolescente puritana que él quería que fuera. Miley volvió a esbozar una sonrisa de satisfacción al pensar en la cara que pondría cuando se lo contase algún vecino.
Se alisó la falda de tablas gris y la blusa color hueso que llevaba, observando su reflejo en el escaparate de la tienda que había junto a la taquilla. Se había recogido el largo y castaño cabello como solía hacer, pero si lo dejaba suelto, era uno de sus mayores encantos, ya que era ondulado, suave y abundante. Sus ojos, grandes y de un azul grisáceo, tampoco estaban mal; su piel tenía un tono cremoso; y sus labios no podían ser más perfectos. Sin embargo, si no se maquillaba con esmero, era simplemente una chica del montón. De hecho, sus senos eran más grandes de lo que le gustaría que fueran, y en su opinión sus piernas eran demasiado largas. En contraste con muchas de sus amigas, bajitas y de constitución delicada y femenina, se sentía tremendamente desgarbada.
Al menos la chaqueta de terciopelo burdeos le daba un aspecto algo mayor, y los ojos le brillaban de un modo inusual, probablemente por la pequeña travesura que estaba a punto de cometer. Una sonrisa sarcástica acudió a sus labios ante la palabra «travesura». En realidad no creía que hubiera nada de malo en ver un striptease masculino. De algún modo tenía que aprender ciertas cosas, y Nick desde luego no la ayudaba ahuyentando a los chicos con los que se citaba. Era muy estricto en ese sentido: solo le permitía salir con jóvenes de su edad, y encima se encargaba de hacerles los pertinentes comentarios acerca de la frecuencia con que limpiaba sus pistolas y rifles, y lo que pensaba de «divertirse» antes del matrimonio. Con un tutor así no era de extrañar que muchos de aquellos chicos no volvieran a pedirle salir.
El fresco aire de la noche hizo estremecer a Miley. Aunque se encontraban al sur de Texas, era febrero y hacía bastante frío. Se arrebujó en su chaqueta y dirigió una sonrisa a otra joven que también tiritaba de frío en la cola del Grand Theater. Era el único teatro de Tisdaleville, y lógicamente había habido ciertas reticencias por parte de los más conservadores del lugar ante la idea de permitir que un espectáculo así se celebrase allí, pero finalmente se había hecho, y había una larga cola de mujeres esperando para comprar su entrada y averiguar si aquellos hombres eran tan increíbles como se mostraban en los anuncios que habían colocado por todas partes.
Nick se moriría cuando se enterase de dónde había estado. Se le pondrían los pelos de punta y querría fulminarla con la mirada. Kevin, en cambio, haría lo que siempre hacía, no decir nada ni a favor ni en contra, y esperar tranquilamente a que a su hermano se le pasara el enfado.
Los dos tenían un gran parecido físico, ambos altos, musculosos y de ojos oscuros, aunque Kevin tenía el cabello casi negro, y Nick era mucho más guapo. De hecho Kevin tenía unos rasgos más duros, una personalidad muy reservada y, aunque se mostraba cortés con las damas, no salía con ninguna. Claro que todo el mundo sabía por qué: Danielle Deleasa había rechazado su proposición de matrimonio años atrás.
Por aquel entonces, sin embargo, antes de que el buen hacer de Kevin y la intuición de Nick para el comercio los catapultara al éxito con una nave para engorde de ganado; los Jonas eran bastante pobres. La familia de Danielle, por el contrario, era muy rica, y se extendió el rumor de que Danielle lo había rechazado porque lo consideraba inferior a ella. Cierto o no, aquello había herido tremendamente a Kevin en su pundonor. Miley no acababa de comprenderlo. Parecía una mujer tan agradable... Y su hermano Joe también.
Las dos mujeres que iban delante de ella en la cola se retiraban ya, y Miley se apresuró a sacar el monedero de la chaqueta, pero justo antes de que pudiera llegar a la taquilla, alguien la agarró con fuerza de la muñeca y la arrastró a un lado.
— ¡Eh!
—Ya me había parecido a mí que conocía esta chaqueta... —murmuró una voz profunda.
Miley alzó la mirada incrédula al reconocerla. ¡Nick! ¿Por qué estaba allí? Había un sutil brillo de ira en sus ojos.
—Hice bien en pasar por aquí de camino a casa. ¿Dónde está Kevin? ¿Sabe que estás aquí?
—Le dije que iba a una exposición de arte —contestó Miley. Al ver que Nick enarcaba una ceja incrédulo, añadió con picardía—: Bueno, en cierto modo es una exposición de arte, solo que las estatuas masculinas están vivas...
—Por amor de Dios... —fue la respuesta de Nick. Se quedó mirando un momento a las mujeres que hacían cola y tiró de la muñeca de Miley hacia su Jaguar blanco—. Vamos.
—No pienso irme a casa —replicó ella parándose en seco y luchando por zafarse de su agarrón. Le encantaba desafiarlo—. Voy a comprar un ticket y voy a entrar ahí —le aseguró soltándose y girándose.
Nick, sin embargo, no estaba de humor para seguir con aquella discusión, y la tomó en brazos para llevarla al coche.
— ¡Nicholas! —chilló Miley al sentirse alzada en volandas.
—Es increíble que no pueda salir del estado ni un día sin que hagas una locura —murmuró él—. Recuerdo que la última vez que tuve que ausentarme por negocios te encontré a mi regreso a punto de marcharte al lago Tahoe con esa Selena Gómez.
—Oh, sí, y me encantó: echaste a perder mí fin de semana esquiando. Muchas gracias —masculló ella ásperamente.
Enfurruñada como estaba, no lo admitiría ni aunque le pusieran una pistola en la sien, pero lo cierto era que estar en sus brazos era como estar en el séptimo cielo. Además, la calidez de su aliento en el rostro le estaba provocando un cosquilleo por todo el cuerpo que nunca antes había experimentado.
—Si no recuerdo mal... os acompañaban dos universitarios —apuntó Nick con sarcasmo.
— ¿Y qué pasa con mi coche? —Replicó Miley—. Lo tengo aparcado calle abajo. ¿No querrás que lo deje aquí?
— ¿Por qué no? Dudo mucho que nadie vaya a intentar robar esa birria —contestó él. Su rostro permaneció impasible, pero el ligero peso y calor corporal de Miley empezaban a resultarle algo turbador.
—No te metas con mi coche —protestó Miley. Estaba comenzando a sentirse mareada por el olor de su colonia—. Puede que sea pequeño, pero es un buen coche.
—Si hubiera ido yo contigo al concesionario en vez de Kevin te aseguro que no te habrías comprado ese coche —le contestó él al momento—. Es increíble lo consentida que te tiene. Tenía que haberse casado con Danielle y haber tenido un montón de niños para malcriarlos como le viniera en gana. Ese condenado coche tuyo deportivo no es nada seguro.
—Pues es mío y me gusta, y además estoy pagándolo a plazos —repuso ella.
Nick buscó los ojos de Miley.
—Disfrutas haciendo cosas que me fastidian, ¿verdad? —murmuró bajando deliberadamente la mirada hacia los labios de la joven.
Miley apenas podía respirar, pero no iba a dejarse amilanar, no por él. No podía permitir que se diera cuenta del efecto que tenía sobre ella.
—Tengo casi veintiún años —le recordó. Nick la miró otra vez, con cierto sarcasmo. —No haces más que decirme eso —le contestó con aspereza—, y luego en cambio estás haciendo siempre chiquilladas como la de hoy.
— ¿Qué tiene de malo que quiera hacer cosas de adultos? —farfulló ella—. A este paso nunca me enteraré de cómo va el mundo. Parece que quisieras que fuera virgen toda mi vida.
—Oh, se trata de eso... Pues si insistes en venir a este tipo de locales, desde luego no te durará mucho esa condición beatífica —replicó él enfadado.
Lo ponía nervioso cuando hablaba de ese modo. Además, llevaba meses con la misma cantinela, y no le parecía que el problema estuviera solucionándose, sino todo lo contrario. Apretó el paso, pisando furibundo los adoquines de la acera.
A Miley le divertía verlo así. Llevaba puesto un traje oscuro, y su viejo e inseparable sombrero texano. ¿Podía existir un hombre más perfecto?, se dijo el joven, ¿más masculino? Así, enfurruñado, le parecía todavía más sexy. Sin embargo, se había propuesto no dejarle entrever sus sentimientos, por lo que, como de costumbre, recurrió a las pullas para despistarlo.
—Estás de mal humor, ¿eh? —lo picó con voz dulce. La expresión de Nick se endureció, pero Miley esbozó una nueva sonrisa de satisfacción. Le encantaba hacerlo rabiar. Aunque probablemente llevaba años haciéndolo de un modo inconsciente, no se había dado cuenta de ello hasta las últimas semanas. Sí, se divertía pinchándolo y observando sus reacciones.
—Ya soy mayor. Me gradué en la escuela de comercio el año pasado y estoy trabajando como secretaria en las oficinas de la nave de engorde...
—No he sufrido un ataque repentino de amnesia, Miley fui yo quien te pagó todos los cursos y también fui yo quien te dio el trabajo —le respondió Nick calmadamente.
Había llegado junto al coche. Nick la dejó en el suelo, abrió la portezuela e hizo un gesto para que entrara y se sentara
—Es verdad, fuiste tú —asintió Miley, sonriéndole con malicia mientras tomaba asiento.
Nick le cerró la puerta de un golpe y rodeó el vehículo. Cuando se sentó junto a ella, hubo una muda violencia en el modo en que rugió el coche blanco al arrancarlo, en cómo se alejó de un volantazo de la acera, y en cómo bajó la calle principal a toda velocidad.
—Miley, no puedo creer que estuvieras dispuesta a pagar dinero por ver a unos cuantos tíos quitarse la ropa —masculló.
—Me parece más divertido que dejarles que me quiten la mía —contestó ella con humor—. Y creo que tú debes opinar lo mismo cuando te pones histérico cada vez que intento tener una cita con un hombre con un mínimo de experiencia.
Nick frunció el ceño. Era verdad. Le ponía furioso la idea de que un hombre pudiera aprovecharse de Miley. No quería que la tocaran.
—Ya puedes jurarlo. Si un hombre tratara de desabrocharte un solo botón, le daría una paliza.
— ¡Mi pobre futuro marido! —Suspiró Miley—. No quiero ni pensarlo. Imagínatelo, llamando a la policía en nuestra noche de bodas...
—Eres demasiado joven como para hablar siquiera de casarte —repuso Nick.
—Dentro de tres meses cumpliré los veintiuno. Esa es la edad que tenía mi madre cuando me tuvo a mí —le recordó la joven.
—Pues yo tengo treinta y dos y aún no me he casado —contestó él—. Tienes mucho tiempo por delante. No tienes que precipitarte a dar ese paso. ¡Apenas has visto el mundo por un agujero!
— ¿Y cómo puedo ver nada si tú no me dejas ni respirar? —exclamó ella airada.
Nick le lanzó una mirada furibunda.
—Lo que no me gusta es la parte del mundo a la que te tratas de asomar: ¡Un striptease masculino!, por amor de Dios!
— ¿Qué tiene de malo? Ni siquiera se lo quitan todo... —le aseguró ella—. Solo la mayor parte de la ropa.
—Dime una cosa: ¿Qué interés tienes en ver eso?
—No tenía nada mejor que hacer —suspiró ella—. Y además, Selena ya ha ido a verlo.
— Selena Gómez... —murmuró Nick entre dientes—. Siempre Selena Gómez... Ya te he dicho que no apruebo tu amistad con esa cabeza hueca. Es mayor que tú, y se da esos aires de chica sofisticada...
—«Es» sofisticada. ¿Y sabes por qué? Porque no tiene a un perro guardián pendiente de ella todo el día. —Pues no le vendría mal. Una mujer que se comporta de ese modo no atrae a los hombres que buscan una relación seria.
—Eso es lo que tú dices... Además, al menos ella no se desmayará del susto cuando su marido se desnude la noche de bodas. Yo en mi vida he visto a un hombre sin ropa... Bueno, excepto en esa revista que tenía Selena de...
— ¡Por todos los santos! No quiero que vuelvas a leer esa clase de revistas —ordenó Nick.
— ¿Por qué no? —inquirió Miley enarcando las cejas y abriendo los ojos como platos.
—Porque... Porque... ¡Porque no y ya está!
—Pues a los hombres les encanta mirar las fotos de mujeres que salen esa clase de revistas —le espetó ella—. Si a nosotras pueden explotarnos... ¿Por qué a los hombres no?
— ¿Es que no puedes mantener la boca cerrada ni un segundo? —rugió Nick dejándose llevar finalmente por su arrebato de mal humor.
— ¿Eso es lo que quieres? Muy bien, pues me callaré —dijo ella cruzándose de brazos y fingiendo una rabieta. Sin embargo, lo miró por el rabillo del ojo, sonriendo por la facilidad con que lograba irritarlo. Tal vez no estuviera enamorado de ella, pero no había duda de que no le resultaba indiferente.
—Toda esta estúpida obsesión repentina con ver a un hombre desnudo... —farfulló Nick para sí—. No sé qué es lo que te ha dado.
—Frustración —contestó Miley—, por la cantidad de noches que me he quedado en casa... sola.
—Yo nunca te he prohibido tener citas —repuso él.
—Oh, no... Ya lo creo que no... Simplemente te sientas con los chicos con los que quiero salir, y les empiezas a soltar toda esa bravuconada de la frecuencia con que limpias tus pistolas, y les aburres con tus arcaicas ideas sobre el sexo prematrimonial.
—No son arcaicas —respondió él con aspereza—. Hay un montón de hombres que piensan de ese modo.
— ¿De veras? ¿A cuántos conoces? —Dijo ella con sarcasmo, enarcando una ceja—. ¿Tú eres virgen?
Los ojos oscuros de él la miraron de soslayo, advirtiéndole que no siguiera por ese camino.
— ¿Tú qué crees?
Miley se notó sonrojar. El tono sugerente de su voz y la sombra de arrogancia en la mirada la hicieron sentirse increíblemente estúpida y joven. Por supuesto que no era virgen. Apartó los ojos de él, turbada.
— ¡Qué ingenua por mi parte! —murmuró con suavidad.
Nick pisó el acelerador. Por alguna razón le resultaba incómodo el haber sugerido siquiera a Miley cómo era su vida privada. Probablemente sabía más de lo que creía, sobre todo con una amiga como Selena Gómez.
Selena solía frecuentar los mismos locales de moda que él en la ciudad, y lo había visto un par de veces con acompañantes ocasionales. Esperaba que no le hubiera contado nada a Miley, pero no podía estar seguro.
Aquel repentino silencio no agradó a la joven, del mismo modo que le ponía enferma pensar en las mujeres con las que habría salido y salía.
— ¿Cómo has sabido dónde estaba? —le preguntó por hablar de algo.
—No lo sabía, cariño —le contestó Nick. «Cariño». Aquel término le habría irritado viniendo de otro, por las connotaciones machistas, pero de sus labios sonaba tan natural, que a Miley no le molestaba jamás.
— ¿Y entonces...?
—Como te dije, volvía a casa pasando por Tisdaleville, y de repente, ¿a quién vi delante de esos ridículos posters sino a ti?
—Es mi destino —suspiró Miley con comicidad—, no puedo escapar de él.
Nick giró para tomar la carretera que llevaba a la casa donde vivían. Pasaron el hogar de los Deleasa, una enorme construcción de estilo colonial, en cuyos vastos campos salpicados de robles, se podían ver varios caballos árabes purasangre. Sin embargo, no había demasiada hierba, ya que todavía hacía frío. De hecho, el día anterior, unas pequeñas ráfagas de nieve habían provocado la excitación general de los niños del lugar. En varios puntos del rancho se habían colocado no obstante grandes balizas de heno para que los animales pudieran comer.
—He oído que los Deleasa tienen problemas financieros —comentó Miley distraídamente. Nick giró la cabeza hacia ella.
—Desde que el viejo murió el verano pasado están casi en la bancarrota. Es más, según parece había hecho tratos que Joe desconocía por completo, y ha dejado a la familia endeudada hasta las cejas. Si pierden el rancho será un duro golpe para su honor.
—Y también para Danielle —apuntó Miley.
—Por Dios, no la menciones, ¿quieres? —dijo Nick con una mueca de desagrado.
—Si Kevin no está aquí... —repuso ella.
—Sí, bueno, ahora no está, pero cuando sí está tampoco te acuerdas nunca de lo mal que le sienta que se hable de ella.
— ¿Verdad que es gracioso como se pone?
—Yo no llamaría «gracioso» a que le entren ganas de pegarle un puñetazo a alguien.
—Pues yo te he visto a ti pegar uno o dos puñetazos —dijo Miley.
En ese momento estaba recordando un día, no hacía mucho, en que uno de los nuevos peones del rancho había golpeado a un caballo. Nick le había pegado tal puñetazo que lo había tirado al suelo, y lo había despedido en el acto, con una voz tan fría y aparentemente calmada, que un escalofrío le había recorrido la espalda a la joven. Ni a Nick ni a Kevin les hacía falta elevar el tono de voz para imponerse, y cuando perdían la paciencia, la sola mirada en sus ojos hacía las palabras innecesarias.
¡Qué contradicción tan curiosa era Nick!, pensó Miley mirándolo, estudiándolo. Podía mostrarse tan tierno que, tras haber tenido que sacrificar un ternero, o cuando a uno de sus hombres le había ocurrido algo, desaparecía durante varias horas para estar solo. Y, otras veces, actuaba de un modo tan impetuoso, que los peones del rancho procuraban no cruzarse en su camino para escapar de su ira... igual que Kevin. Sí, ambos hombres tenían un carácter muy fuerte, pero en el fondo subyacía esa ternura, esa vulnerabilidad que poca gente llegaba a ver. Miley, sin embargo, habiendo vivido con ellos tantos años, los conocía mejor que nadie.
— ¿Y cómo es que volviste tan pronto? —le preguntó en un nuevo intento de romper el silencio. Nick se encogió de hombros.
—Supongo que he desarrollado una especie de radar de peligro —murmuró sonriendo levemente—. De algún modo intuí que no estarías en casa con Kevin viendo películas en blanco y negro.
—Yo pensaba que no volverías hasta mañana por la mañana.
—Ya, y por eso decidiste irte a ver a unos cuantos musculitos desnudarse y menearse sobre un escenario.
—Al menos lo intenté —repuso ella suspirando trágicamente—. En fin, por tu culpa ahora moriré ignorante a pesar de todo.
Nick se echó a reír ante aquella respuesta. Siempre acababa haciéndolo reír, algo que no le había sucedido jamás con otra mujer. Lo cierto era que últimamente estaba pensando en ella más de lo que debería, reflexionó. Llevaba demasiado tiempo solo, se dijo. Los ligues ocasionales que tenía no lo satisfacían realmente. Pero no podía hacerle aquello a Miley, no sería justo. Miley le importaba, la había protegido y cuidado durante años. Era la clase de chica que merecía respeto, la clase de chica que debía encontrar un buen hombre y casarse, no alguien para pasar el rato. Tenía que controlarse.
Cuando llegaron a la casa, encontraron a Kevin sentado en uno de los sillones del salón, inclinado sobre la mesa baja, repasando el libro de cuentas con el ceño fruncido. Al entrar ellos, alzó la vista inexpresiva, pero sus ojos oscuros centellearon cuando leyó la irritación en el rostro de Nick y la frustración en el de Miley.
— ¿Qué tal la exposición de arte?
—No era una exposición de arte —intervino Nick, arrojando el sombrero sobre la mesa—. Era un striptease masculino.
Kevin miró a Miley espantado, y la joven se sintió incómoda, porque era todavía más anticuado y reaccionario que Nick a ese respecto. De hecho, jamás hablaba de nada que fuera un poco personal, ni siquiera con ellos.
— ¡Miley! —exclamó en tono de reproche y asombro.
— ¿Qué? Tengo casi veintiún años —replicó ella—. Conduzco, estoy trabajando, y podría estar ya casada y con hijos. Si quiero puedo ir a ver un striptease masculino. No tengo que pedir permiso.
Kevin cerró el libro de cuentas y encendió un cigarrillo.
—Eso suena a declaración de guerra —dijo.
—Porque eso es lo que es —contestó Miley alzando la barbilla. Se volvió hacia Nick —. Si no dejas de avergonzarme delante de todo el mundo, me iré a vivir con Selena.
La paciencia de Nick se esfumó.
— ¡Eso ni hablar! —gritó—. No pienso dejar que te vayas a vivir con esa mujer.
— ¡Haré lo que me dé la gana!
— ¿Les importaría...? —comenzó Kevin calmadamente. Pero Nick y Miley no le estaban escuchando.
— ¡Por encima de mi cadáver! —Bramó su hermano acercándose a la joven—. ¡Celebra fiestas que duran días!
— ¿Y qué tiene eso de malo? —exclamó Miley sin escucharlo—. Le gusta la gente, no es una persona asocial como tú —acusó a Nick con los ojos entornados y los brazos en jarras.
—Oye, ¿por qué no...? —intervino una vez más Kevin.
— ¡Tiene el cerebro de un mosquito y es una excéntrica! —repuso Nick sin hacerle ningún caso.
— ¿Podríais escucharme un momento? —rugió Kevin levantándose del sillón.
Nick y Miley se quedaron paralizados. Nunca antes le habían oído alzar la voz, ni siquiera en las ocasiones en que lo habían visto más enfadado.
—Maldita sea, hasta a mí me duelen los oídos del grito que os he pegado —murmuró Kevin—. Muy bien, escuchadme: Así no vamos a ninguna parte. Además, seguro que de un momento a otro aparecerán María y López corriendo pensando que estamos matándonos... —y, antes de que terminara la frase se asomaron a la puerta un hombre y una mujer mayor en bata con expresión entre preocupada y aprensiva—. ¿Lo ven?
— ¿A qué viene todo este jaleo? —Preguntó María peinándose el cabello entrecano y mirando en derredor—. Pensamos que había ocurrido algo malo.
— ¡Ay, Diosito! ¿Otra regañina? —Dijo López sacudiendo la cabeza y sonriendo a Miley—. ¿Qué has hecho esta vez, niña?
La joven lo miró con aire de no haber roto un plato en su vida.
—No he hecho nada —respondió muy tranquila—. Absolutamente na...
—Ha ido a un striptease masculino —intervino Nick.
— ¡No es cierto! —protestó Miley enrojeciendo.
—Pero, hija, ¿cómo se te ocurren esas ideas? —inquirió María llevándose las manos a la cabeza y farfullando por lo bajo algo en español. López se rio.
La pareja, casada desde hacía más de treinta años llevaba trabajando mucho tiempo para los Jonas, y eran como de la familia, no solo la cocinera y el encargado de los arneses y la remonta.
— ¡Pero si no llegué a entrar! —exclamó Miley. Le lanzó una mirada acusadora a Nick, que estaba apoyado imperturbable en el brazo de uno de los sillones—. ¡Mira lo que has hecho!
— ¿Yo? —Dijo Nick sarcástico— ¡Eres tú la que tienes una curiosidad mala por ver a un hombre desnudo!
— ¿Mala? —Repitió ella incrédula—. Y seguro que tú no has ido nunca un striptease femenino...
—Eso es distinto —replicó Nick.
— ¡Oh, por favor! Así que una mujer puede ser un objeto sexual y un hombre no, ¿verdad?
—Te ha pillado —dijo Kevin.
Nick los miró furibundo a los dos, se levantó y salió de la habitación. Miley lo observó con cierta satisfacción, sintiendo que al menos había ganado esa batalla. Sin embargo, aquel triunfo no era un gran consuelo. Nick era cada día más difícil de manejar. Tenía que hacer algo. No sabía muy bien qué o cómo, pero tenía que hacer algo... y pronto.
woow! me encanto, siguela pronto pleasee! de vdd sta mui buena!!
ResponderEliminarhaha xD besos!! cdtm
atte. valpal :)
jejejejeje
ResponderEliminarme encantooo
estubo genial
muy divertido
jejeje