Un uniforme estupendo, sí. ¿Date la vuelta? – Taylor Swift sonrió a Miley-. Ahora sí que pareces una niñera. La gente no te tomará por una canguro de esas que trabajan por dos duros. ¿A ti qué te parece, Joe?
-¿De verdad te parece necesario que las niñeras lleven uniforme? -contestó el marido en tono de disculpa.
-Miley llevará uniforme, ¿está claro? -sentenció la mujer, plantando las manos en las caderas.
Joe asintió con sumisión y agarró el periódico. Miley, que no estaba muy convencida de la conveniencia de ir con sombrero y mandil blanco, optó por no ex-presar sus dudas. Taylor tenía un genio terrible y, por mucho que Joe fuese un hombre de negocios respetado, le tenía pánico a su esposa y sabía cuándo callarse. Miley se recordó que estaba ganando un dineral. Si tenía que llevar uniforme para complacer a Taylor, lo llevaría y no había más que discutir. Al fin y al cabo, la mujer había tenido la suficiente amplitud de miras como para contratar a una niñera joven y con una hija propia a cuestas, lo que había supuesto una pega insalvable para otras familias.
-Muy bien, los niños tienen que estar listos a las dos -le ordenó Taylor-. Pasaremos el fin de semana en el priorato de Torrisbrooke. Seguro que te gusta.
Miley salió del salón. Tres niños esperaban sentados en las escaleras: Jones, de diez años, Emily Jane, de ocho, y Robert, de cinco, todos rubios, de ojos azules, obedientes y educados. En definitiva, no parecían niños. Taylor Swift era una mujer muy dominante y tendría que acostumbrarse a su carácter y sentido de la disciplina, pensó, resuelta a integrarse lo mejor posible en la familia.
-¿Ha visto mamá la pinta que tienes? -le preguntó Jones-. No pienso dejar que me vean contigo mientras lleves ese disfraz.
-No es nada sofisticado -comentó Emily Jane con aires de grandeza.
-¡Estás muy rara! -Robert rió-. Me gusta el sombrero.
Miley se limitó a sonreír y agarró el cochecito de bebé que había junto a las escaleras. Aleida estaba despierta, con los ojazos azules relucientes bajo unos ricitos negros. Miley se agachó, levantó en brazos a la niña y empezó a subir las escaleras. Aleida tenía tres meses y era el centro del universo de su madre.
-¿Quién vive en Torrisbrooke? -preguntó a mitad de las escaleras.
-No sé, pero mamá está encantada con la invitación, así que será alguien noble con un título -refunfuñó Jones-. Ojalá pudiéramos quedarnos en casa. Cada vez que va a algún lado se pone en ridículo.
-No hables así de tu madre.
-Es que no me gusta que la gente se ría de ella -dijo Jones a la defensiva.
Finalmente, a las cuatro de la tarde, una caravana de limusinas partió hacia el priorato de Torrisbrooke. Al doblar una esquina, apareció un edificio amplio y antiguo, de amplios ventanales iluminados por el sol. Ya había seis coches aparcados frente a la puerta.
Un mayordomo de edad venerable los esperaba con diligencia. Taylor y Joe bajaron de la primera limusina. Miley, con Aleida en los brazos y cubierta con una gabardina a juego con el uniforme, bajó de la segunda limusina seguida de los niños. La tercera era sólo para el equipaje.
Entonces apareció un hombre alto y a perlado y Miley se quedó de piedra. No era posible. Pero, después de repasar las apuestas facciones de aquella cara que todavía la perseguía en sueños, no le quedó más remedio que reconocer que era... ¡Nick Jonas! Sintió pánico. ¿Sería el anfitrión?, ¿por qué si no iba a estar estrechándole la mano a Joe?, ¿significaba entonces que el priorato pertenecía a Nick?
Daphne llamó a sus hijos para proceder a las presentaciones. Miley permaneció quieta al fondo. No tenía donde ir, no tenía donde esconderse. Cuando registró su presencia, Nick se quedó desconcertado.
-Y esta es la niñera, Miley -dijo Taylor con entusiasmo-. Y la pequeña Ale.
Miley alzó la barbilla con actitud desafiante. ¿De qué tenía que avergonzarse? ¡Era Nick, quien debería sentirse abochornado! De hecho, ni siquiera le había dirigido la mirada a su propia hija.
-Conozco a Miley. Trabajaba en Sistemas Jonas comentó con calma - Nick-. Vamos dentro, hace frío.
Mientras Taylor comentaba alegremente lo pequeño que era el mundo, Nick se negaba a aceptar el estado de perplejidad en que se hallaba. No era más que una coincidencia, se dijo. Miley era la niñera de los Swift y estaría ocupada todo el fin de semana con los niños. Había pasado casi un año desde... No, por nada del mundo recordaría aquellos momentos. Oyó el llanto de un bebé. No había reparado en ningún bebé. Giró la cabeza confundida y lo vio en brazos de Miley.
-No sabía que hubieras tenido otra niña -le comentó sonriente a Taylor, forzándose a cumplir con sus obligaciones de anfitrión.
-No es nuestra -Taylor sonrió halagada, pues andaba cerca de los cincuenta-. Con tres ya tengo bastante. Ale es la niña de Miley.
A los pies de las escaleras donde el mayordomo la esperaba para enseñarle las habitaciones, Miley miró a Nick con ojos de asombro. ¿A qué estaba jugando?, ¿por qué se hacía el sorprendido? ¿Acaso no sabía que los embarazos solían acabar con el parto de un bebé?
-Se llama Aleida-dijo Tris-. Es mamá la que la llama Ale.
-Aleida... -repitió Nick.
-Es italiano -comentó Taylor.
Nick examinó el bebé. Demasiada información. ¿Sería Aleida su hija?, ¿qué edad tendría? Estaba envuelta en un chal y, por el modo en que la sujetaban, apenas podía verla. Podía ser de otro hombre. ¡No podía ser su hija! Miley se lo habría dicho, ¿no?
Nick retiró la vista de la niña. Al encontrarse ante la mirada curiosa de Taylor Swift, condujo a sus invitados al salón.
Miley subió las escaleras como en una nebulosa. Nick se había quedado estupefacto cuando Taylor le había dicho que el bebé era de la niñera. Se había quedado mirando a Aleida como si fuese una caja de Pandora a punto de abrirse y provocar una tormenta de catástrofes. Sintió un escalofrío por el cuerpo y se apretó a la niña contra el pecho. ¿Por qué se negaba a asumir la explicación más lógica? Estaba claro que la incredulidad de Nick se debía a que había dado por sentado que no seguiría adelante con el embarazo. ¿Cómo si no debía interpretar su asombro?
¿Estaría Selena esperándolos en el salón abajo?, ¿se habrían casado en aquel último año? Sólo de pensarlo se le revolvió el estómago. Por primera vez, lamentó no haber comprobado si la boda había tenido lugar o no. Pero se había obligado a olvidarse de cualquier información relacionada con Nick como mecanismo de defensa. Había pasado página y se había disciplinado para centrarse en el presente.
-¿La casa es del señor Jonas? -le preguntó al mayordomo, Jenkins, que subía cada escalón más despacio que el anterior.
-Sí, señorita -contestó sin entrar en más detalles.
Tres horas más tarde, después de supervisar que los niños cenaran en un salón de la planta baja, Miley metió a Aleida en su cunita y la preparó para la noche. Miley estaba cansada. Los días empezaban a las seis, cuando la niña se despertaba. Era una suerte que fuese su noche libre. Le había costado llegar a aquel acuerdo con Taylor, pero sabía que las niñeras internas tenían que establecer ciertos límites si no querían acabar de servicio las veinticuatro horas al día.
El priorato era una casa enorme. Quizá pudiera pasar el fin de semana sin volver a cruzarse con Nick. Aunque otra parte de ella estaba deseando hacerle frente y decirle lo canalla que era. Se quitó el uniforme con un suspiro de alivio, se llenó la bañera del cuarto de baño situado frente a la habitación de Aleida y se metió a relajarse.
Abajo, en la biblioteca, tras pretextar que tenía que hacer una llamada urgente, Nick hojeaba con frustración un libro sobre bebés. Sólo quería saber el peso normal de un bebé al nacer. Una vez que tuviese ese dato, quizá pudiera arreglárselas para sostener a Aleida en sus brazos un momento y calcular si cabía la posibilidad de que fuese su hija. ¿Por qué no se lo preguntaba directamente a Miley? Corría el riesgo de equivocarse y la situación sería muy violenta.
Convencido de que Miley estaría en la piscina con los chicos de los Swift, Nick se coló en la habitación de Aleida. Respiró profundo y avanzó con tanto sigilo como pudo hacia la niña. Lo primero que vio fue un mechón de rizos negros y un par de ojos azules que se fijaron en él. Se sorprendió pensando que, para ser un bebé, Aleida era muy guapa.
Pero no fue lo que más le llamó la atención. Nick siempre había creído que los niños pequeños sólo realizaban dos actividades: llorar o dormir. Había supuesto que encontraría a Aleida dormida, pero tenía los ojos bien abiertos, como si fuesen un detector de intrusos, y empezaba a arrugar la nariz y abría la boquita.
Nick retrocedió. Por suerte, aunque ya se había resignado a lo inevitable, la niña no rompió a llorar. Aleida giró la cabecita para mirarlo, pero cuando Nick hizo ademán de aproximarse de nuevo, volvió a ponerse tensa. No podría sostenerla en brazos. Era una chica lista, dispuesta a chillar como una alarma en cuanto un desconocido se acercaba más de la cuenta, y no quería asustarla.
Envuelta en una toalla y descalza, Miley echó un vistazo a la habitación de Aleida para asegurarse de que estaba bien antes de vestirse. No pudo creer lo que vio. Quiso pedirle a Nick que le explicara qué hacía, pero el modo en que la niña lo mantenía cautivado resultaba realmente divertido. Pero la diversión apenas le duró diez segundos. Luego la invadió una emoción profunda. Padre e hija nunca conocerían el vínculo que los unía. Nick habría entrado a verla por curiosidad, pero eso no significaba que hubiese cambiado de actitud respecto a ella.
Al oír un leve suspiro a sus espaldas, Nick se giró a tiempo de ver a Miley echar a correr hacia su habitación y encerrarse en ella. Se desplomó sobre la cama y hundió la cabeza entre los brazos. Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma. Pensó en todas las experiencias desagradables que había sufrido en los últimos meses, en lo sola que se había sentido en el hospital sin recibir una sola visita después de dar a luz a Aleida, en el rechazo inicial de sus padres al enterarse de aquella nieta concebida fuera de matrimonio. Aunque las relaciones se habían suavizado poco a poco y le habían enviado algún regalo para la niña, Miley no podía evitar sentir que había vuelto a defraudar a su familia.
En ningún momento imaginó que Nick abriría la puerta de la habitación y se arriesgaría a tener una discusión en su propia casa. Pero ahí estaba, ciento noventa centímetros de masculinidad, con la cabeza alta y sin el menor asomo de arrepentimiento. Durante unos segundos eternos, se limitó a disfrutar de lo atractivo que seguía siendo, reconoció a su pesar.
-Sólo tengo una pregunta -dijo él, rompiendo el silencio-. ¿Aleida es hija mía?
-¿Estás loco o qué? -replicó Miley. ¿Qué pretendía?, ¿hacerla pasar por una mujer de vida disoluta, incapaz de determinar la paternidad de su hija? ¿Cómo podía caer tan bajo como para insinuarle semejante ofensa?-. ¡Sabes de sobra que es hija tuya!, ¡así que no te atrevas a preguntármelo! -exclamó furiosa.
Se quedó tan anonadado por la acusación que, durante unos segundos, en los que ni siquiera reparó en la exquisita figura de Miley bajo la toalla, no halló respuesta alguna. Era padre. Tenía una hija. Su madre era abuela. La madre de su hija lo odiaba tanto que ni siquiera había aceptado su ayuda, económica o de cualquier otro tipo...
-No sabes qué decir, ¿verdad? -dijo entonces Miley.
-No... -reconoció con voz rugosa Nick.
-¿Está Selena abajo? -quiso saber ella, dando por supuesto lo que estaría pensando.
-¿Selena? -Nick frunció el ceño-. ¿Qué Selena?
Miley agarró lo primero que encontró a mano y se lo lanzó. El zapato izquierdo le golpeó en el pecho; el segundo, en la oreja.
-¿Qué Selena? ¡Selena Gómez!, ¡tu prometida!, ¡la que decías que sólo era una amiga, mentiroso!
Los ojos de Nick parecieron salirse de sus órbitas.
-No estoy prometido. Selena es mi amiga. Estuve en su boda este verano -contestó. Miley lo miró con incredulidad y una inquietante sensación de vacío en el estómago. ¿Había ido de invitado a la boda de Selena? Nick había sonado muy sincero-. ¿Se puede saber de dónde te has sacado que estaba prometido a Selena?
-Lo vi... en el periódico... Había una foto. Decía que estabas prometido... aunque no lo leí entero...
Nick se quedó callado unos segundos con el entrecejo arrugado.
-Ahora recuerdo que un amigo me llamó para felicitarme por mi supuesta pedida -comentó-. En el periódico donde lo había leído salía una foto antigua en la que aparecía con Selena y había malinterpretado el pie de foto. En el artículo decía que su prometido era David.
Un silencio envolvente como un manto de nieve cayó sobre la habitación.
Miley se había quedado sin palabras. Tilly sólo le había enseñado la foto porque había reconocido a Nick, pero su tía abuela no solía leer el periódico a fondo. Y ella tampoco se había atrevido a hacerlo.
-Dime, ¿cuándo viste ese periódico y decidiste que era un mentiroso?
Contuvo la respiración. Era normal que hubiese adivinado lo que había pensado de él. Se sintió culpable, abochornada, arrastrada por un torbellino de emociones.
-Antes de que vinieras a Gales -reconoció con voz trémula.
Nick soltó una risotada cargada de resentimiento.
-¡Qué maravilla!, ¡menudo concepto tenías de mí! Pensabas que había engañado a otra mujer contigo. No me extraña que te sorprendiera verme en Gales, pero no tuviste valor de enfrentarte a mí. No te atreviste a decirme que me tomabas por un canalla sin escrúpulos.
-Lo... lo siento -se disculpó Miley.
-Eso díselo a tu hija. No gastes saliva conmigo.
-No, se lo dices tú -replicó ella, súbitamente envalentonada-. Eres tú quien decidió que no quería saber nada de ella.
-¡Ni siquiera sabía que existía! -exclamó Nick-. ¿Cómo demonios iba a ocuparme de ella si no era consciente de que había nacido?
-Te escribí una carta diciéndote que estaba embarazada -protestó Miley.
-No recibí ninguna carta. Además, ¿por qué la escribiste?, ¿por qué dejaste una noticia tan importante al capricho del correo? ¿Por qué no me llamaste? -replicó Nick, no creyéndose la existencia de dicha carta.
Miley cerró los ojos, tragó saliva mientras intentaba serenarse. Sólo, entonces recordó haber leído que cada año se extraviaban miles de cartas. Pero, ¿por qué precisamente esa tan importante, por qué su carta? Se habría echado a llorar.
-Mira, tengo treinta personas abajo esperando para cenar -continuó Nick-. No tengo tiempo para seguir hablando ahora mismo.
-Te escribí -aseguró ella.
-¿Y qué si lo hiciste? -la castigó Nick-. ¿Qué clase de mujer confía el futuro de su bebé a una carta miserable?
-¿De verdad te parece necesario que las niñeras lleven uniforme? -contestó el marido en tono de disculpa.
-Miley llevará uniforme, ¿está claro? -sentenció la mujer, plantando las manos en las caderas.
Joe asintió con sumisión y agarró el periódico. Miley, que no estaba muy convencida de la conveniencia de ir con sombrero y mandil blanco, optó por no ex-presar sus dudas. Taylor tenía un genio terrible y, por mucho que Joe fuese un hombre de negocios respetado, le tenía pánico a su esposa y sabía cuándo callarse. Miley se recordó que estaba ganando un dineral. Si tenía que llevar uniforme para complacer a Taylor, lo llevaría y no había más que discutir. Al fin y al cabo, la mujer había tenido la suficiente amplitud de miras como para contratar a una niñera joven y con una hija propia a cuestas, lo que había supuesto una pega insalvable para otras familias.
-Muy bien, los niños tienen que estar listos a las dos -le ordenó Taylor-. Pasaremos el fin de semana en el priorato de Torrisbrooke. Seguro que te gusta.
Miley salió del salón. Tres niños esperaban sentados en las escaleras: Jones, de diez años, Emily Jane, de ocho, y Robert, de cinco, todos rubios, de ojos azules, obedientes y educados. En definitiva, no parecían niños. Taylor Swift era una mujer muy dominante y tendría que acostumbrarse a su carácter y sentido de la disciplina, pensó, resuelta a integrarse lo mejor posible en la familia.
-¿Ha visto mamá la pinta que tienes? -le preguntó Jones-. No pienso dejar que me vean contigo mientras lleves ese disfraz.
-No es nada sofisticado -comentó Emily Jane con aires de grandeza.
-¡Estás muy rara! -Robert rió-. Me gusta el sombrero.
Miley se limitó a sonreír y agarró el cochecito de bebé que había junto a las escaleras. Aleida estaba despierta, con los ojazos azules relucientes bajo unos ricitos negros. Miley se agachó, levantó en brazos a la niña y empezó a subir las escaleras. Aleida tenía tres meses y era el centro del universo de su madre.
-¿Quién vive en Torrisbrooke? -preguntó a mitad de las escaleras.
-No sé, pero mamá está encantada con la invitación, así que será alguien noble con un título -refunfuñó Jones-. Ojalá pudiéramos quedarnos en casa. Cada vez que va a algún lado se pone en ridículo.
-No hables así de tu madre.
-Es que no me gusta que la gente se ría de ella -dijo Jones a la defensiva.
Finalmente, a las cuatro de la tarde, una caravana de limusinas partió hacia el priorato de Torrisbrooke. Al doblar una esquina, apareció un edificio amplio y antiguo, de amplios ventanales iluminados por el sol. Ya había seis coches aparcados frente a la puerta.
Un mayordomo de edad venerable los esperaba con diligencia. Taylor y Joe bajaron de la primera limusina. Miley, con Aleida en los brazos y cubierta con una gabardina a juego con el uniforme, bajó de la segunda limusina seguida de los niños. La tercera era sólo para el equipaje.
Entonces apareció un hombre alto y a perlado y Miley se quedó de piedra. No era posible. Pero, después de repasar las apuestas facciones de aquella cara que todavía la perseguía en sueños, no le quedó más remedio que reconocer que era... ¡Nick Jonas! Sintió pánico. ¿Sería el anfitrión?, ¿por qué si no iba a estar estrechándole la mano a Joe?, ¿significaba entonces que el priorato pertenecía a Nick?
Daphne llamó a sus hijos para proceder a las presentaciones. Miley permaneció quieta al fondo. No tenía donde ir, no tenía donde esconderse. Cuando registró su presencia, Nick se quedó desconcertado.
-Y esta es la niñera, Miley -dijo Taylor con entusiasmo-. Y la pequeña Ale.
Miley alzó la barbilla con actitud desafiante. ¿De qué tenía que avergonzarse? ¡Era Nick, quien debería sentirse abochornado! De hecho, ni siquiera le había dirigido la mirada a su propia hija.
-Conozco a Miley. Trabajaba en Sistemas Jonas comentó con calma - Nick-. Vamos dentro, hace frío.
Mientras Taylor comentaba alegremente lo pequeño que era el mundo, Nick se negaba a aceptar el estado de perplejidad en que se hallaba. No era más que una coincidencia, se dijo. Miley era la niñera de los Swift y estaría ocupada todo el fin de semana con los niños. Había pasado casi un año desde... No, por nada del mundo recordaría aquellos momentos. Oyó el llanto de un bebé. No había reparado en ningún bebé. Giró la cabeza confundida y lo vio en brazos de Miley.
-No sabía que hubieras tenido otra niña -le comentó sonriente a Taylor, forzándose a cumplir con sus obligaciones de anfitrión.
-No es nuestra -Taylor sonrió halagada, pues andaba cerca de los cincuenta-. Con tres ya tengo bastante. Ale es la niña de Miley.
A los pies de las escaleras donde el mayordomo la esperaba para enseñarle las habitaciones, Miley miró a Nick con ojos de asombro. ¿A qué estaba jugando?, ¿por qué se hacía el sorprendido? ¿Acaso no sabía que los embarazos solían acabar con el parto de un bebé?
-Se llama Aleida-dijo Tris-. Es mamá la que la llama Ale.
-Aleida... -repitió Nick.
-Es italiano -comentó Taylor.
Nick examinó el bebé. Demasiada información. ¿Sería Aleida su hija?, ¿qué edad tendría? Estaba envuelta en un chal y, por el modo en que la sujetaban, apenas podía verla. Podía ser de otro hombre. ¡No podía ser su hija! Miley se lo habría dicho, ¿no?
Nick retiró la vista de la niña. Al encontrarse ante la mirada curiosa de Taylor Swift, condujo a sus invitados al salón.
Miley subió las escaleras como en una nebulosa. Nick se había quedado estupefacto cuando Taylor le había dicho que el bebé era de la niñera. Se había quedado mirando a Aleida como si fuese una caja de Pandora a punto de abrirse y provocar una tormenta de catástrofes. Sintió un escalofrío por el cuerpo y se apretó a la niña contra el pecho. ¿Por qué se negaba a asumir la explicación más lógica? Estaba claro que la incredulidad de Nick se debía a que había dado por sentado que no seguiría adelante con el embarazo. ¿Cómo si no debía interpretar su asombro?
¿Estaría Selena esperándolos en el salón abajo?, ¿se habrían casado en aquel último año? Sólo de pensarlo se le revolvió el estómago. Por primera vez, lamentó no haber comprobado si la boda había tenido lugar o no. Pero se había obligado a olvidarse de cualquier información relacionada con Nick como mecanismo de defensa. Había pasado página y se había disciplinado para centrarse en el presente.
-¿La casa es del señor Jonas? -le preguntó al mayordomo, Jenkins, que subía cada escalón más despacio que el anterior.
-Sí, señorita -contestó sin entrar en más detalles.
Tres horas más tarde, después de supervisar que los niños cenaran en un salón de la planta baja, Miley metió a Aleida en su cunita y la preparó para la noche. Miley estaba cansada. Los días empezaban a las seis, cuando la niña se despertaba. Era una suerte que fuese su noche libre. Le había costado llegar a aquel acuerdo con Taylor, pero sabía que las niñeras internas tenían que establecer ciertos límites si no querían acabar de servicio las veinticuatro horas al día.
El priorato era una casa enorme. Quizá pudiera pasar el fin de semana sin volver a cruzarse con Nick. Aunque otra parte de ella estaba deseando hacerle frente y decirle lo canalla que era. Se quitó el uniforme con un suspiro de alivio, se llenó la bañera del cuarto de baño situado frente a la habitación de Aleida y se metió a relajarse.
Abajo, en la biblioteca, tras pretextar que tenía que hacer una llamada urgente, Nick hojeaba con frustración un libro sobre bebés. Sólo quería saber el peso normal de un bebé al nacer. Una vez que tuviese ese dato, quizá pudiera arreglárselas para sostener a Aleida en sus brazos un momento y calcular si cabía la posibilidad de que fuese su hija. ¿Por qué no se lo preguntaba directamente a Miley? Corría el riesgo de equivocarse y la situación sería muy violenta.
Convencido de que Miley estaría en la piscina con los chicos de los Swift, Nick se coló en la habitación de Aleida. Respiró profundo y avanzó con tanto sigilo como pudo hacia la niña. Lo primero que vio fue un mechón de rizos negros y un par de ojos azules que se fijaron en él. Se sorprendió pensando que, para ser un bebé, Aleida era muy guapa.
Pero no fue lo que más le llamó la atención. Nick siempre había creído que los niños pequeños sólo realizaban dos actividades: llorar o dormir. Había supuesto que encontraría a Aleida dormida, pero tenía los ojos bien abiertos, como si fuesen un detector de intrusos, y empezaba a arrugar la nariz y abría la boquita.
Nick retrocedió. Por suerte, aunque ya se había resignado a lo inevitable, la niña no rompió a llorar. Aleida giró la cabecita para mirarlo, pero cuando Nick hizo ademán de aproximarse de nuevo, volvió a ponerse tensa. No podría sostenerla en brazos. Era una chica lista, dispuesta a chillar como una alarma en cuanto un desconocido se acercaba más de la cuenta, y no quería asustarla.
Envuelta en una toalla y descalza, Miley echó un vistazo a la habitación de Aleida para asegurarse de que estaba bien antes de vestirse. No pudo creer lo que vio. Quiso pedirle a Nick que le explicara qué hacía, pero el modo en que la niña lo mantenía cautivado resultaba realmente divertido. Pero la diversión apenas le duró diez segundos. Luego la invadió una emoción profunda. Padre e hija nunca conocerían el vínculo que los unía. Nick habría entrado a verla por curiosidad, pero eso no significaba que hubiese cambiado de actitud respecto a ella.
Al oír un leve suspiro a sus espaldas, Nick se giró a tiempo de ver a Miley echar a correr hacia su habitación y encerrarse en ella. Se desplomó sobre la cama y hundió la cabeza entre los brazos. Lo odiaba. Lo odiaba con toda su alma. Pensó en todas las experiencias desagradables que había sufrido en los últimos meses, en lo sola que se había sentido en el hospital sin recibir una sola visita después de dar a luz a Aleida, en el rechazo inicial de sus padres al enterarse de aquella nieta concebida fuera de matrimonio. Aunque las relaciones se habían suavizado poco a poco y le habían enviado algún regalo para la niña, Miley no podía evitar sentir que había vuelto a defraudar a su familia.
En ningún momento imaginó que Nick abriría la puerta de la habitación y se arriesgaría a tener una discusión en su propia casa. Pero ahí estaba, ciento noventa centímetros de masculinidad, con la cabeza alta y sin el menor asomo de arrepentimiento. Durante unos segundos eternos, se limitó a disfrutar de lo atractivo que seguía siendo, reconoció a su pesar.
-Sólo tengo una pregunta -dijo él, rompiendo el silencio-. ¿Aleida es hija mía?
-¿Estás loco o qué? -replicó Miley. ¿Qué pretendía?, ¿hacerla pasar por una mujer de vida disoluta, incapaz de determinar la paternidad de su hija? ¿Cómo podía caer tan bajo como para insinuarle semejante ofensa?-. ¡Sabes de sobra que es hija tuya!, ¡así que no te atrevas a preguntármelo! -exclamó furiosa.
Se quedó tan anonadado por la acusación que, durante unos segundos, en los que ni siquiera reparó en la exquisita figura de Miley bajo la toalla, no halló respuesta alguna. Era padre. Tenía una hija. Su madre era abuela. La madre de su hija lo odiaba tanto que ni siquiera había aceptado su ayuda, económica o de cualquier otro tipo...
-No sabes qué decir, ¿verdad? -dijo entonces Miley.
-No... -reconoció con voz rugosa Nick.
-¿Está Selena abajo? -quiso saber ella, dando por supuesto lo que estaría pensando.
-¿Selena? -Nick frunció el ceño-. ¿Qué Selena?
Miley agarró lo primero que encontró a mano y se lo lanzó. El zapato izquierdo le golpeó en el pecho; el segundo, en la oreja.
-¿Qué Selena? ¡Selena Gómez!, ¡tu prometida!, ¡la que decías que sólo era una amiga, mentiroso!
Los ojos de Nick parecieron salirse de sus órbitas.
-No estoy prometido. Selena es mi amiga. Estuve en su boda este verano -contestó. Miley lo miró con incredulidad y una inquietante sensación de vacío en el estómago. ¿Había ido de invitado a la boda de Selena? Nick había sonado muy sincero-. ¿Se puede saber de dónde te has sacado que estaba prometido a Selena?
-Lo vi... en el periódico... Había una foto. Decía que estabas prometido... aunque no lo leí entero...
Nick se quedó callado unos segundos con el entrecejo arrugado.
-Ahora recuerdo que un amigo me llamó para felicitarme por mi supuesta pedida -comentó-. En el periódico donde lo había leído salía una foto antigua en la que aparecía con Selena y había malinterpretado el pie de foto. En el artículo decía que su prometido era David.
Un silencio envolvente como un manto de nieve cayó sobre la habitación.
Miley se había quedado sin palabras. Tilly sólo le había enseñado la foto porque había reconocido a Nick, pero su tía abuela no solía leer el periódico a fondo. Y ella tampoco se había atrevido a hacerlo.
-Dime, ¿cuándo viste ese periódico y decidiste que era un mentiroso?
Contuvo la respiración. Era normal que hubiese adivinado lo que había pensado de él. Se sintió culpable, abochornada, arrastrada por un torbellino de emociones.
-Antes de que vinieras a Gales -reconoció con voz trémula.
Nick soltó una risotada cargada de resentimiento.
-¡Qué maravilla!, ¡menudo concepto tenías de mí! Pensabas que había engañado a otra mujer contigo. No me extraña que te sorprendiera verme en Gales, pero no tuviste valor de enfrentarte a mí. No te atreviste a decirme que me tomabas por un canalla sin escrúpulos.
-Lo... lo siento -se disculpó Miley.
-Eso díselo a tu hija. No gastes saliva conmigo.
-No, se lo dices tú -replicó ella, súbitamente envalentonada-. Eres tú quien decidió que no quería saber nada de ella.
-¡Ni siquiera sabía que existía! -exclamó Nick-. ¿Cómo demonios iba a ocuparme de ella si no era consciente de que había nacido?
-Te escribí una carta diciéndote que estaba embarazada -protestó Miley.
-No recibí ninguna carta. Además, ¿por qué la escribiste?, ¿por qué dejaste una noticia tan importante al capricho del correo? ¿Por qué no me llamaste? -replicó Nick, no creyéndose la existencia de dicha carta.
Miley cerró los ojos, tragó saliva mientras intentaba serenarse. Sólo, entonces recordó haber leído que cada año se extraviaban miles de cartas. Pero, ¿por qué precisamente esa tan importante, por qué su carta? Se habría echado a llorar.
-Mira, tengo treinta personas abajo esperando para cenar -continuó Nick-. No tengo tiempo para seguir hablando ahora mismo.
-Te escribí -aseguró ella.
-¿Y qué si lo hiciste? -la castigó Nick-. ¿Qué clase de mujer confía el futuro de su bebé a una carta miserable?
que cruel Nick :S
ResponderEliminarque linda la pequeña Ale
me encantoooo