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lunes, 2 de abril de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 6





chicas ak un cap mas de jemii... espero q les gustee!! las kierooo :)


La suite era mayor que la que solía ocupar cuando iba allí. Pero también era verdad que Joe no solía llevar a su secretaria con él. Margo no ha­bría ido, prefería pasar el fin de semana en casa, con su marido. En cuanto a Demi, sabía que no debía haber simulado que la necesitaría en las reuniones.
El viaje por la autopista había sido tortuoso. Sus hormonas estuvieron dando vueltas de campana, como nunca le había ocurrido desde que tuvo sus primeras fantasías eróticas al alcanzar la pubertad. Decidió que debía mantener la palabra fantasía fuera de su mente. Ya tenía estímulos más que su­ficientes.
Observó a Demi pasear por el salón, inspeccio­nándolo todo, desde los libros de las estanterías hasta la chimenea, lista para un fuego romántico. Frente a ella había un mullido sofá de color claro, estampado con flores, y dos sillones de mimbre a cada lado. Había ramos de flores frescas sobre re­lucientes mesitas de madera y docenas de velas perfumadas por todos sitios.
-Es impresionante.
Él asintió. Ella sí que lo era. Llevaba una falda negra que lo había estado volviendo loco desde que llegó a la oficina. Demi había dejado el co­che en el aparcamiento para poder ir con él. Durante hora y media, él había intentado no mirar demasiado sus piernas desnudas. Llevaba una ca­misa seria y sencilla, de color rojo oscuro, pero aun así resultaba sensual. Lo que más lo tentaba era su pelo. Deseaba intensamente enredar los dedos en las largas ondas sueltas que acariciaban sus hombros. En el coche había tenido que apretar las manos contra el volante para contener el impulso de comprobar su suavidad.
-¿Quieres que prepare esa mesa?
-¿Mmm? -Joe sacudió la cabeza mentalmente y la miró-. ¿Qué?
-La primera reunión -ella consultó su reloj-. Tu señor Harrington llegará dentro de veinte mi­nutos.
-Sí -aceptó. Kevin Harrington. Un cliente. Negocios. Tenía que concentrarse-. Desde luego. Coloca sus archivos allí y llamaré al servicio de ha­bitaciones para que suban cuando llegue.
-Yo puedo ocuparme de eso.
-Bien -Joe agarró su maleta-. ¿Qué dormito­rio quieres?
-Me da igual -encogió los hombros-. Sorpréndeme.
Él sintió que el corazón le daba un vuelco. El tipo de sorpresa que tenía en mente no tenía nada que ver con la elección de un dormitorio, sino con lo que se hacía en su interior.
-Para ti el de la derecha. Yo me quedo con este. Sin esperar respuesta, escapó al dormitorio y cerró la puerta. Dejó la maleta en el suelo, fue ha­cia la cómoda y se miró en el espejo que había so­bre ella. Se mesó el cabello con las dos manos e hizo una mueca.
-Mantén la mente en el negocio, Jonas. Cualquier otra cosa sólo supondrá problemas.


En la distancia se veía el destello de los relám­pagos y, en la sala, los truenos sonaban como rugi­dos de un tigre enjaulado. Demi se rodeó el cuerpo con los brazos y salió al estrecho balcón. El viento la abofeteó, levantando su pelo y alborotán­dolo en una cascada de rizos. Alzó la mano para echárselo hacia atrás e inclinó la cabeza hacia el viento, disfrutando de su caricia. El olor a la lluvia que se avecinaba la rodeó, y tuvo la sensación de que su piel se electrificaba con la tormenta.
No había nadie fuera, y el suyo era el único bal­cón de ese lado de la casa. Era discreto y privado. A sus espaldas, la lámpara iluminaba con luz dorada la mesa en la que Joe seguía trabajando en el informe de Kev Harrington. Se dio media vuelta para mirarlo y observó cómo se pasaba los dedos por el pelo. Siempre que estaba suficiente­mente cansado para aflojarse la corbata, se le tor­cía hacia la derecha. Sus ojos brillaban a la luz de la lámpara y sus hombros parecían más anchos cuando no estaban embutidos en su siempre pre­sente chaqueta.
Le hirvió la sangre sólo con mirarlo y se dio la vuelta, agradeciendo que siguiera inmerso en el trabajo. Era mejor así. Habían trabajado bien todo el día. Lo había escuchado asesorando a Kev con respecto a sus inversiones y, aunque no había entendido una palabra, tenía que admitir que la ha­bía impresionado.
Pero con el trabajo acabado, su cerebro estaba libre para pensar en otras cosas. Y ninguna de las que se le ocurrían tenía que ver con el «cerebro» de él.
Un relámpago iluminó los bordes de las nubes y un rayo dibujó líneas blancas y quebradas en el cielo. El trueno resonó mucho más cerca.
-Dentro de un minuto, te vas a mojar.
A ella se le aceleró el pulso cuando Joe salió al balcón y se puso a su lado.
-Me encantan las tormentas -dijo ella-. No ve­mos muchas.
-Me alegro. He tenido que apagar el ordena­dor, por si acaso.
-Pobrecito, obligado a dejar de trabajar -sonrió Demi.
-Siempre puedo utilizar la batería. -Entonces, ¿por qué has salido?
-Como has dicho -replicó él, mirando el cielo-, no vemos muchas -se inclinó hacia delante y apoyó las manos en la barandilla-. Lo has hecho muy bien hoy.
-Gracias -era un cumplido agradable, pero en realidad no había hecho mucho. Teclear mientras ellos hablaban no era tan difícil.
-Kevin nunca había hablado tanto como hoy. Es mi cliente desde hace dos años y nunca le había oído hablar de su difunta esposa, -Joe soltó un suspiro y volvió la cabeza hacia ella-. Pero conse­guiste que empezara a hablar de sus recuerdos en menos de media hora.
-Opina que eres lo mejor que se ha inventado desde el pan de molde -comentó ella, recordando cómo el hombre había alabado a Joe-. Dice que te ocupaste de su modesta cuenta de ahorros y lo arreglaste de modo que no tenga que preocuparse de nada... -hizo una pausa y sonrió-, ¡y que sus nietos hablarán bien de él porque le dejará mu­cho dinero!
-Sus nietos lo adoran -Joe sonrió y movió la ca­beza-. Los lleva a pescar todos los fines de semana. -Y dice que también has ganado mucho dinero para todos sus amigos -continuó Demi-. Todas las mañanas le invitan a café, en agradecimiento por haberles dado tu nombre.
-Me alegra oírlo -la recorrió con la mirada. -Dice que eres el hombre más listo que ha co­nocido.
-Exagera.
-Quizá -pero Demi tenía que admitir que ese día había visto una faceta completamente distinta de Joe. Aunque eso le llevaba ocurriendo toda la semana. El chico terrible había desaparecido para convertirse en un hombre reflexivo e inteligente, que se preocupaba tanto de los ahorros de sus clientes como se hubiera preocupado de los de su abuela.
Además, con la corbata suelta estaba guapí­simo. «Oh, oh», pensó, «¿A qué viene eso?»
-Kev es un encanto -dijo rápidamente-. Dulce, triste y solo, que aún echa de menos a la mujer que amó durante la mayor parte de su vida.
-Ha disfrutado hablando de ella hoy -comentó Joe. Demi asintió con la cabeza.
-Lo único que hice fue escuchar. Es muy agra­dable.
-Sí -asintió Joe, mirando sus ojos con tal fijeza que ella se estremeció-. Tú también eres muy agradable.
-¡Guau! -se abanicó la cara con fuerza, como si quisiera apagar un rubor inexistente-. Mi cora­zoncito se ha disparado.
-Ya, ya -Joe esbozó una medio sonrisa-. Huele bien aquí fuera -deslizó la mano por la barandilla hasta encontrarse con la de ella.
-Es el olor de la lluvia que trae el viento -dijo ella, con la piel ardiendo y el pulso acelerado. -No -giró la cabeza para mirarla-. Es más como... -se inclinó hacia ella e inhaló-...de flo­res. Eres tú, Demi -su mirada recorrió su rostro, su cuello y su pecho, después volvió a subir. -Joe... -dijo ella casi sin aliento. No se había esperado eso. No había esperado que dijera nada sobre la tensión que se acrecentaba entre ellos. Y no estaba segura de qué hacer al respecto.
Su cuerpo, por otro lado, sabía exactamente qué hacer. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos, con más fuerza que los truenos. El calor recorría su cuerpo en una espiral ascendente, nu­blando su cerebro y doblándole las rodillas.
-Olvídalo -masculló, él, se apartó y giró la ca­beza para mirar la tormenta-. No debería haber dicho nada. Déjalo pasar.
Demi se dijo que eso debería hacer. Si existía un momento para escuchar, para aceptar una or­den, era ese. Debería obedecer y olvidar el tema. Pero no lo haría. No podía hacerlo.
-No quiero dejarlo pasar -admitió, aunque sus palabras casi se perdieron en el estallido de un trueno. Él la miró y se enderezó.
-Pero deberíamos hacerlo -le dijo, acercándose a ella y atrayéndola.
-Correcto -puso las manos en sus antebrazos-. Ni siquiera nos gustamos.
-Verdad. Tú eres un bicho raro.
-Y tú eres tan tieso y compacto que dentro de cien años serás un diamante.
-Entonces -dijo él-, mejor lo olvidamos.
-Eso sería lo razonable -replicó ella, deslizando las manos por sus brazos y rodeándole el cuello.
-Te deseo más que al aire que respiro. Al cuerno con la razón -posó su boca en la de ella justo cuando otro rayo, aún mayor, se dibujó en el cielo. Demi notó el brillo de la luz a través de los párpados cerrados y notó la electricidad del aire. El siguiente trueno sonó encima de ellos, pero a Demi no le pareció comparable con el sonido desbocado de su corazón.
Joe alzó la cabeza, la miró y soltó el aire de golpe. Tras ellos, la habitación estaba sumida en la oscuridad.
-Se ha ido la luz -murmuró.
Un golpe de viento frío y fuerte los azotó, rode­ando sus cuerpos como un abrazo helado, que se disolvió en el calor que emanaban. Los relámpa­gos y truenos sólo servían para aumentar su deseo. Demi se sentía como si la niebla invadiera su cerebro, impidiéndola pensar. Pero no hacía falta pensar cuando la sangre se aceleraba y la excita­ción se percibía en cada poro de la piel.
Joe debía sentir lo mismo, porque volvió a to­mar su boca. Le abrió los labios con la lengua y se perdió en su interior, probando, explorando, una y otra vez. Ella lo aceptó con ganas, su lengua se enzarzó con la de él en un baile hambriento y car­nal.
Se arqueó hacia delante, apretándose contra él, frotando sus pezones erectos contra su torso, tor­turándose al hacerlo. Le temblaban las rodillas y se agarró a sus hombros con más fuerza, para mantener la estabilidad. Él recorrió su espalda de arriba abajo con las manos. Después, le sacó la blusa de la falda e introdujo las manos debajo. Ella sintió un cálido cosquilleo que se convirtió en una llama que recorría su piel.
Él dejó su boca y recorrió su cuello con labios y lengua. Demi dejó escapar un gemido y echó la cabeza hacia atrás, invitándolo, pidiendo más en silencio. Y él aceptó el reto, la acarició con labios y lengua, sus dientes la mordisquearon suavemente, provocándole escalofríos. Se apretó contra él, cla­vándole los dedos en los hombros, percibiendo que su almidonada camisa ocultaba unos múscu­los fuertes y potentes.
-Me encanta tu sabor -murmuró él, acaricián­dole la piel con su aliento. Deslizó las manos a la cinturilla de su falda; Demi, sin aliento, oyó el so­nido de la cremallera al abrirse. Él empujó el te­jido y, un segundo después, la falda caía a sus pies. Rápidamente, Demi salió del círculo de tela y echó la prenda a un lado de un puntapié.
Sentía el aire frío y húmedo en la piel desnuda, pero tenía demasiado calor para preocuparse por eso. Sólo le importaba el tacto de las manos de Joe en su cuerpo, de su boca en la piel. Necesi­taba más, lo necesitaba entero. Movió las manos hacia la parte delantera de la camisa. Con rapidez y destreza desabrochó los botones de la tradicio­nal camisa blanca, cuando la abrió, deslizó las pal­mas sobre la camiseta blanca que llevaba debajo. A través del cálido tejido de algodón, percibió los bien definidos músculos que él siempre ocultaba. Él inhaló entre dientes, la soltó, se quitó la ca­misa y después la camiseta.
-Guau -murmuró ella, mirando la amplia ex­tensión de su pecho. Tenía la piel dorada, aún bronceada del verano, y cada músculo parecía de­finido por un escultor. Pasó las manos por su piel, enredando los dedos en los rizos de vello oscuro. Sonrió al oírlo gemir-. Escondes muchas cosas de­bajo de esos trajes y corbatas.
-Aún no has visto nada -sonrió él con malicia. A Demi se le contrajo el estómago y sintió una lla­marada de pasión.
Joe se abalanzó sobre ella y empezó a luchar denodadamente con los botones de su blusa, peguntándose por qué demonios los harían tan pe­queños. La impaciencia lo volvía loco, y tuvo que contener el impulso de arrancarle la blusa de un tirón. Finalmente, consiguió quitársela y descu­brió una camisola de seda rojo oscuro. El encaje del escote acariciaba la parte superior de sus se­nos. Los pezones, duros y erectos, se marcaban en el delicado tejido y, al verlos, deseó saborearla. En­tera. La deseaba bajo él, y encima de él. La dese­aba más de lo que nunca había deseado nada.
Alzó las manos y rodeó sus senos; ella se inclinó hacia él y echó la cabeza hacia atrás. Con un ge­mido, entreabrió la boca y se pasó la lengua por el labio inferior, enviándole un mensaje claro.
Un relámpago, seguido por un trueno situado justo sobre ellos, electrificó el aire. El olor a lluvia se hizo más intenso, pero aunque hubiera dilu­viado, Joe no se habría movido. La deseaba allí, en el balcón, en la oscuridad y rodeados por la fu­ria de la naturaleza. En ese momento.
Rodeó sus pezones con pulgares e índices y ti­roneó, acarició y pellizcó, tirando de la tela y tor­turándola suavemente. Ella se retorció, acercán­dose, presionando el abdomen contra su erección, hasta que él no pudo soportarlo más.
-Espera aquí -ordenó, soltándola. Entró en la oscura suite y volvió un momento después. Mien­tras la tormenta se desataba a su alrededor, se quitó el resto de la ropa y fue hacia ella de nuevo.
-Un momento -gimió ella entrecortadamente. Levantó la camisola y se la quitó, ofreciéndole sus pechos. Su piel era translúcida y cremosa a la luz de la tormenta. Sólo unas diminutas braguitas de encaje cubrían su cuerpo, y él deseó quitárselas.
Demi avanzó hacia su abrazo; los brazos de Joe la rodearon y la apretó contra sí. Sus cuerpos se juntaron. Blando y duro, suave y áspero. La tor­menta entre ellos se hizo insostenible.
-Necesito tomarte -murmuró él contra su boca. Tomó su labio inferior entre los dientes, mordisqueando, exigiendo.
-Oh, sí -gimió ella, tragando saliva y mor­diendo su cuello suavemente-. Ahora. Por favor, ahora.
-Ahora -accedió él. Con un rápido giro de mu­ñeca, rompió el elástico de sus braguitas. La roja seda se desprendió de su piel y cayó al suelo de madera del balcón.
La alzó sin esfuerzo y la sentó en la estrecha ba­randilla de metal. Ella gritó al notar el beso del frío hierro en su cuerpo desnudo y sintió una pun­zada de pánico al recordar que estaban en el se­gundo piso. Pero sus manos eran fuertes y cálidas, y la sostenían con firmeza. Él volvió a besarla, to­mando su boca con un asalto de deseo largo y duro. El pánico se disolvió y la llama que ardía en­tre ellos explotó. Arrancó su boca de la de él y, sin aliento, se agarró con fuerza a sus hombros.
-Ahora, Joe -urgió, abriendo las piernas para él-. Te quiero dentro de mí. Ahora.
Joe, ardiendo, consiguió, a duras penas, po­nerse con una mano el preservativo que había ido a buscar al dormitorio. Después, sin otra inten­ción que aliviar el torbellino que se desataba en su interior, la penetró.
Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás, mirando sin ver el cielo tormentoso. Él agarró su cintura con fuerza y seguridad. Sujetándola, se movió en su interior, reclamándola, tomándola, dándole todo y exigiéndole lo mismo. Su cuerpo, ardiente, lo rodeaba con tanta fuerza como el de él a ella.
Sobre ellos, los relámpagos se sucedían. Los truenos apagaban los gemidos de su unión, tan ur­gentes y salvajes como los de la tormenta.
Cuerpos y respiraciones que se fundían, bocas que exigían todo, manos que aferraban.
Demi sentía cómo él entraba y salía de su cuerpo, llevándola a una ascensión sin igual. La dominaba, arrastrándola con él, cada vez más rá­pido. Sólo veía los relámpagos que se reflejaban en sus ojos: llamaradas de luz bailoteando en ma­rrones lagunas de emoción y sensación. Se perdió en ellas, en él...
Se sentía sensual, salvaje, insaciable.
Rodeados por la tormenta, el viento frío y cor­tante, cargado de lluvia, los rodeaba. La barandilla de metal en la que se apoyaba era fría y estrecha, pero la seguridad de la fuerza de Joe la permitía disfrutar del momento. Podía concentrarse en la fuerza dura y sólida de su cuerpo penetrándola una y otra vez.
Demi, próxima al orgasmo, rodeó su cintura con las piernas. Se unió a él, balanceándose tanto como podía, tomando todo lo que él podía darle, ofreciéndose y absorbiéndolo más y más, profun­damente.
Empezó a llover. Gotas de agua helada bombar­dearon sus cuerpos. Era como si el cielo hubiera llegado al límite y no pudiera contenerse.
Demi entendía la sensación. Bajo una cascada de lluvia, agitó la cabeza para apartar el pelo y lu­chó por recuperar el aliento. Su mente se disolvió en mil pedazos y su cuerpo también.
-Joe..., Joe... -clavó los dedos en sus hom­bros, sujetándose, presionando mientras él la ayu­daba a escalar ese último peldaño hacia la libera­ción. Abrió los ojos y lo miró mientras la besaba. Él acarició sus labios con la lengua, atrapó su aliento y le dio el suyo. Ella lo sintió todo, sintió la escalada de la magia. Sintió la súbita disolución de su cuerpo en la pasión. Gimió y se dejó llevar en la cresta de esa ola de éxtasis, unida a él, que apagaba sus gritos con la boca.
Antes de que su cuerpo dejara de estremecerse, él se clavó en su interior, se puso rígido y alcanzó la cima de su placer a tiempo de acompañarla en el largo y dulce descenso de ese paraíso.




4 comentarios:

  1. ME ENCANTOO EL CAPIS SUPER BEUENO SEGUILAA!!!

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  2. dios siguela plisss me encanto espectacular enserio

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  3. waooo !!
    me qede con la boca abierta me encanta The son of the Greek magnate ya sabes k amo esa novela pero цаутива де Ту Амор jemy " tambien es grandiosa por favor sube mas frecuente tus novelas me encantan :♥' LAS AMO♥ SUBE MAS SEGUIDO PORFIS :D

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  4. feñadejonasxsiempre5 de abril de 2012, 10:24

    omgggggggggggggggg

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