chicas ak un cap mas de jemii... espero q les gustee!! las kierooo :)
La suite era mayor que la que solía ocupar cuando iba allí.
Pero también era verdad que Joe no solía llevar a su secretaria con él. Margo
no habría ido, prefería pasar el fin de semana en casa, con su marido. En
cuanto a Demi, sabía que no debía haber simulado que la necesitaría en las
reuniones.
El viaje por la autopista había sido tortuoso. Sus hormonas
estuvieron dando vueltas de campana, como nunca le había ocurrido desde que
tuvo sus primeras fantasías eróticas al alcanzar la pubertad. Decidió que debía
mantener la palabra fantasía fuera de su mente. Ya tenía estímulos más que suficientes.
Observó a Demi pasear por el salón, inspeccionándolo todo,
desde los libros de las estanterías hasta la chimenea, lista para un fuego
romántico. Frente a ella había un mullido sofá de color claro, estampado con
flores, y dos sillones de mimbre a cada lado. Había ramos de flores frescas
sobre relucientes mesitas de madera y docenas de velas perfumadas por todos
sitios.
-Es impresionante.
Él asintió. Ella sí que lo era. Llevaba una falda negra que lo
había estado volviendo loco desde que llegó a la oficina. Demi había dejado el
coche en el aparcamiento para poder ir con él. Durante hora y media, él había
intentado no mirar demasiado sus piernas desnudas. Llevaba una camisa seria y
sencilla, de color rojo oscuro, pero aun así resultaba sensual. Lo que más lo
tentaba era su pelo. Deseaba intensamente enredar los dedos en las largas ondas
sueltas que acariciaban sus hombros. En el coche había tenido que apretar las
manos contra el volante para contener el impulso de comprobar su suavidad.
-¿Quieres que prepare esa mesa?
-¿Mmm? -Joe sacudió la cabeza mentalmente y la miró-. ¿Qué?
-La primera reunión -ella consultó su reloj-. Tu señor
Harrington llegará dentro de veinte minutos.
-Sí -aceptó. Kevin Harrington. Un cliente. Negocios. Tenía que
concentrarse-. Desde luego. Coloca sus archivos allí y llamaré al servicio de
habitaciones para que suban cuando llegue.
-Yo puedo ocuparme de eso.
-Bien -Joe agarró su maleta-. ¿Qué dormitorio quieres?
-Me da igual -encogió los hombros-. Sorpréndeme.
Él sintió que el corazón le daba un vuelco. El tipo de
sorpresa que tenía en mente no tenía nada que ver con la elección de un
dormitorio, sino con lo que se hacía en su interior.
-Para ti el de la derecha. Yo me quedo con este. Sin esperar
respuesta, escapó al dormitorio y cerró la puerta. Dejó la maleta en el suelo,
fue hacia la cómoda y se miró en el espejo que había sobre ella. Se mesó el
cabello con las dos manos e hizo una mueca.
-Mantén la mente en el negocio, Jonas. Cualquier otra cosa
sólo supondrá problemas.
En la distancia se veía el destello de los relámpagos y, en
la sala, los truenos sonaban como rugidos de un tigre enjaulado. Demi se rodeó
el cuerpo con los brazos y salió al estrecho balcón. El viento la abofeteó,
levantando su pelo y alborotándolo en una cascada de rizos. Alzó la mano para
echárselo hacia atrás e inclinó la cabeza hacia el viento, disfrutando de su
caricia. El olor a la lluvia que se avecinaba la rodeó, y tuvo la sensación de
que su piel se electrificaba con la tormenta.
No había nadie fuera, y el suyo era el único balcón de ese
lado de la casa. Era discreto y privado. A sus espaldas, la lámpara iluminaba
con luz dorada la mesa en la que Joe seguía trabajando en el informe de Kev
Harrington. Se dio media vuelta para mirarlo y observó cómo se pasaba los dedos
por el pelo. Siempre que estaba suficientemente cansado para aflojarse la
corbata, se le torcía hacia la derecha. Sus ojos brillaban a la luz de la
lámpara y sus hombros parecían más anchos cuando no estaban embutidos en su
siempre presente chaqueta.
Le hirvió la sangre sólo con mirarlo y se dio la vuelta,
agradeciendo que siguiera inmerso en el trabajo. Era mejor así. Habían
trabajado bien todo el día. Lo había escuchado asesorando a Kev con respecto a
sus inversiones y, aunque no había entendido una palabra, tenía que admitir que
la había impresionado.
Pero con el trabajo acabado, su cerebro estaba libre para
pensar en otras cosas. Y ninguna de las que se le ocurrían tenía que ver con el
«cerebro» de él.
Un relámpago iluminó los bordes de las nubes y un rayo dibujó
líneas blancas y quebradas en el cielo. El trueno resonó mucho más cerca.
-Dentro de un minuto, te vas a mojar.
A ella se le aceleró el pulso cuando Joe salió al balcón y se
puso a su lado.
-Me encantan las tormentas -dijo ella-. No vemos muchas.
-Me alegro. He tenido que apagar el ordenador, por si acaso.
-Pobrecito, obligado a dejar de trabajar -sonrió Demi.
-Siempre puedo utilizar la batería. -Entonces, ¿por qué has
salido?
-Como has dicho -replicó él, mirando el cielo-, no vemos
muchas -se inclinó hacia delante y apoyó las manos en la barandilla-. Lo has
hecho muy bien hoy.
-Gracias -era un cumplido agradable, pero en realidad no había
hecho mucho. Teclear mientras ellos hablaban no era tan difícil.
-Kevin nunca había hablado tanto como hoy. Es mi cliente desde
hace dos años y nunca le había oído hablar de su difunta esposa, -Joe soltó un
suspiro y volvió la cabeza hacia ella-. Pero conseguiste que empezara a hablar
de sus recuerdos en menos de media hora.
-Opina que eres
lo mejor que se ha inventado desde el pan de molde -comentó ella, recordando
cómo el hombre había alabado a Joe-. Dice que te ocupaste de su modesta cuenta
de ahorros y lo arreglaste de modo que no tenga que preocuparse de nada...
-hizo una pausa y sonrió-, ¡y que sus nietos hablarán bien de él porque le
dejará mucho dinero!
-Sus nietos lo adoran -Joe sonrió y movió la cabeza-. Los
lleva a pescar todos los fines de semana. -Y dice que también has ganado mucho
dinero para todos sus amigos -continuó Demi-. Todas las mañanas le invitan a
café, en agradecimiento por haberles dado tu nombre.
-Me alegra oírlo -la recorrió con la mirada. -Dice que eres el
hombre más listo que ha conocido.
-Exagera.
-Quizá -pero Demi tenía que admitir que ese día había visto
una faceta completamente distinta de Joe. Aunque eso le llevaba ocurriendo toda
la semana. El chico terrible había desaparecido para convertirse en un hombre
reflexivo e inteligente, que se preocupaba tanto de los ahorros de sus clientes
como se hubiera preocupado de los de su abuela.
Además, con la corbata suelta estaba guapísimo. «Oh, oh»,
pensó, «¿A qué viene eso?»
-Kev es un encanto -dijo rápidamente-. Dulce, triste y solo,
que aún echa de menos a la mujer que amó durante la mayor parte de su vida.
-Ha disfrutado hablando de ella hoy -comentó Joe. Demi asintió
con la cabeza.
-Lo único que hice fue escuchar. Es muy agradable.
-Sí -asintió Joe, mirando sus ojos con tal fijeza que ella se
estremeció-. Tú también eres muy agradable.
-¡Guau! -se abanicó la cara con fuerza, como si quisiera
apagar un rubor inexistente-. Mi corazoncito se ha disparado.
-Ya, ya -Joe esbozó una medio sonrisa-. Huele bien aquí fuera
-deslizó la mano por la barandilla hasta encontrarse con la de ella.
-Es el olor de la lluvia que trae el viento -dijo ella, con la
piel ardiendo y el pulso acelerado. -No -giró la cabeza para mirarla-. Es más
como... -se inclinó hacia ella e inhaló-...de flores. Eres tú, Demi -su mirada
recorrió su rostro, su cuello y su pecho, después volvió a subir. -Joe... -dijo
ella casi sin aliento. No se había esperado eso. No había esperado que dijera
nada sobre la tensión que se acrecentaba entre ellos. Y no estaba segura de qué
hacer al respecto.
Su cuerpo, por otro lado, sabía exactamente qué hacer. Los
latidos de su corazón resonaban en sus oídos, con más fuerza que los truenos.
El calor recorría su cuerpo en una espiral ascendente, nublando su cerebro y
doblándole las rodillas.
-Olvídalo -masculló, él, se apartó y giró la cabeza para
mirar la tormenta-. No debería haber dicho nada. Déjalo pasar.
Demi se dijo que eso debería hacer. Si existía un momento para
escuchar, para aceptar una orden, era ese. Debería obedecer y olvidar el tema.
Pero no lo haría. No podía hacerlo.
-No quiero dejarlo pasar -admitió, aunque sus palabras casi se
perdieron en el estallido de un trueno. Él la miró y se enderezó.
-Pero deberíamos hacerlo -le dijo, acercándose a ella y
atrayéndola.
-Correcto -puso las manos en sus antebrazos-. Ni siquiera nos
gustamos.
-Verdad. Tú eres un bicho raro.
-Y tú eres tan tieso y compacto que dentro de cien años serás
un diamante.
-Entonces -dijo él-, mejor lo olvidamos.
-Te deseo más que al aire que respiro. Al cuerno con la razón
-posó su boca en la de ella justo cuando otro rayo, aún mayor, se dibujó en el
cielo. Demi notó el brillo de la luz a través de los párpados cerrados y notó
la electricidad del aire. El siguiente trueno sonó encima de ellos, pero a Demi
no le pareció comparable con el sonido desbocado de su corazón.
Joe alzó la cabeza, la miró y soltó el aire de golpe. Tras
ellos, la habitación estaba sumida en la oscuridad.
-Se ha ido la luz -murmuró.
Un golpe de viento frío y fuerte los azotó, rodeando sus
cuerpos como un abrazo helado, que se disolvió en el calor que emanaban. Los
relámpagos y truenos sólo servían para aumentar su deseo. Demi se sentía como
si la niebla invadiera su cerebro, impidiéndola pensar. Pero no hacía falta
pensar cuando la sangre se aceleraba y la excitación se percibía en cada poro
de la piel.
Joe debía sentir lo mismo, porque volvió a tomar su boca. Le
abrió los labios con la lengua y se perdió en su interior, probando,
explorando, una y otra vez. Ella lo aceptó con ganas, su lengua se enzarzó con
la de él en un baile hambriento y carnal.
Se arqueó hacia delante, apretándose contra él, frotando sus
pezones erectos contra su torso, torturándose al hacerlo. Le temblaban las
rodillas y se agarró a sus hombros con más fuerza, para mantener la
estabilidad. Él recorrió su espalda de arriba abajo con las manos. Después, le
sacó la blusa de la falda e introdujo las manos debajo. Ella sintió un cálido
cosquilleo que se convirtió en una llama que recorría su piel.
Él dejó su boca y recorrió su cuello con labios y lengua. Demi
dejó escapar un gemido y echó la cabeza hacia atrás, invitándolo, pidiendo más
en silencio. Y él aceptó el reto, la acarició con labios y lengua, sus dientes
la mordisquearon suavemente, provocándole escalofríos. Se apretó contra él, clavándole
los dedos en los hombros, percibiendo que su almidonada camisa ocultaba unos
músculos fuertes y potentes.
-Me encanta tu sabor -murmuró él, acariciándole la piel con
su aliento. Deslizó las manos a la cinturilla de su falda; Demi, sin aliento,
oyó el sonido de la cremallera al abrirse. Él empujó el tejido y, un segundo
después, la falda caía a sus pies. Rápidamente, Demi salió del círculo de tela
y echó la prenda a un lado de un puntapié.
Sentía el aire frío y húmedo en la piel desnuda, pero tenía
demasiado calor para preocuparse por eso. Sólo le importaba el tacto de las
manos de Joe en su cuerpo, de su boca en la piel. Necesitaba más, lo
necesitaba entero. Movió las manos hacia la parte delantera de la camisa. Con
rapidez y destreza desabrochó los botones de la tradicional camisa blanca,
cuando la abrió, deslizó las palmas sobre la camiseta blanca que llevaba
debajo. A través del cálido tejido de algodón, percibió los bien definidos
músculos que él siempre ocultaba. Él inhaló entre dientes, la soltó, se quitó
la camisa y después la camiseta.
-Guau -murmuró ella, mirando la amplia extensión de su pecho.
Tenía la piel dorada, aún bronceada del verano, y cada músculo parecía definido
por un escultor. Pasó las manos por su piel, enredando los dedos en los rizos
de vello oscuro. Sonrió al oírlo gemir-. Escondes muchas cosas debajo de esos
trajes y corbatas.
-Aún no has visto nada -sonrió él con malicia. A Demi se le
contrajo el estómago y sintió una llamarada de pasión.
Joe se abalanzó sobre ella y empezó a luchar denodadamente con
los botones de su blusa, peguntándose por qué demonios los harían tan pequeños.
La impaciencia lo volvía loco, y tuvo que contener el impulso de arrancarle la
blusa de un tirón. Finalmente, consiguió quitársela y descubrió una camisola
de seda rojo oscuro. El encaje del escote acariciaba la parte superior de sus
senos. Los pezones, duros y erectos, se marcaban en el delicado tejido y, al
verlos, deseó saborearla. Entera. La deseaba bajo él, y encima de él. La deseaba
más de lo que nunca había deseado nada.
Alzó las manos y rodeó sus senos; ella se inclinó hacia él y
echó la cabeza hacia atrás. Con un gemido, entreabrió la boca y se pasó la
lengua por el labio inferior, enviándole un mensaje claro.
Un relámpago, seguido por un trueno situado justo sobre ellos,
electrificó el aire. El olor a lluvia se hizo más intenso, pero aunque hubiera
diluviado, Joe no se habría movido. La deseaba allí, en el balcón, en la
oscuridad y rodeados por la furia de la naturaleza. En ese momento.
Rodeó sus pezones con pulgares e índices y tironeó, acarició
y pellizcó, tirando de la tela y torturándola suavemente. Ella se retorció,
acercándose, presionando el abdomen contra su erección, hasta que él no pudo
soportarlo más.
-Espera aquí -ordenó, soltándola. Entró en la oscura suite y
volvió un momento después. Mientras la tormenta se desataba a su alrededor, se
quitó el resto de la ropa y fue hacia ella de nuevo.
-Un momento -gimió ella entrecortadamente. Levantó la camisola
y se la quitó, ofreciéndole sus pechos. Su piel era translúcida y cremosa a la
luz de la tormenta. Sólo unas diminutas braguitas de encaje cubrían su cuerpo,
y él deseó quitárselas.
Demi avanzó hacia su abrazo; los brazos de Joe la rodearon y
la apretó contra sí. Sus cuerpos se juntaron. Blando y duro, suave y áspero. La
tormenta entre ellos se hizo insostenible.
-Necesito tomarte -murmuró él contra su boca. Tomó su labio
inferior entre los dientes, mordisqueando, exigiendo.
-Oh, sí -gimió ella, tragando saliva y mordiendo su cuello
suavemente-. Ahora. Por favor, ahora.
-Ahora -accedió él. Con un rápido giro de muñeca, rompió el
elástico de sus braguitas. La roja seda se desprendió de su piel y cayó al
suelo de madera del balcón.
La alzó sin esfuerzo y la sentó en la estrecha barandilla de
metal. Ella gritó al notar el beso del frío hierro en su cuerpo desnudo y
sintió una punzada de pánico al recordar que estaban en el segundo piso. Pero
sus manos eran fuertes y cálidas, y la sostenían con firmeza. Él volvió a
besarla, tomando su boca con un asalto de deseo largo y duro. El pánico se
disolvió y la llama que ardía entre ellos explotó. Arrancó su boca de la de él
y, sin aliento, se agarró con fuerza a sus hombros.
-Ahora, Joe -urgió, abriendo las piernas para él-. Te quiero
dentro de mí. Ahora.
Joe, ardiendo, consiguió, a duras penas, ponerse con una mano
el preservativo que había ido a buscar al dormitorio. Después, sin otra intención
que aliviar el torbellino que se desataba en su interior, la penetró.
Ella gimió y echó la cabeza hacia atrás, mirando sin ver el
cielo tormentoso. Él agarró su cintura con fuerza y seguridad. Sujetándola, se
movió en su interior, reclamándola, tomándola, dándole todo y exigiéndole lo
mismo. Su cuerpo, ardiente, lo rodeaba con tanta fuerza como el de él a ella.
Sobre ellos, los relámpagos se sucedían. Los truenos apagaban
los gemidos de su unión, tan urgentes y salvajes como los de la tormenta.
Cuerpos y respiraciones que se fundían, bocas que exigían
todo, manos que aferraban.
Demi sentía cómo él entraba y salía de su cuerpo, llevándola a
una ascensión sin igual. La dominaba, arrastrándola con él, cada vez más rápido.
Sólo veía los relámpagos que se reflejaban en sus ojos: llamaradas de luz
bailoteando en marrones lagunas de emoción y sensación. Se perdió en ellas, en
él...
Se sentía sensual, salvaje, insaciable.
Rodeados por la tormenta, el viento frío y cortante, cargado
de lluvia, los rodeaba. La barandilla de metal en la que se apoyaba era fría y
estrecha, pero la seguridad de la fuerza de Joe la permitía disfrutar del
momento. Podía concentrarse en la fuerza dura y sólida de su cuerpo
penetrándola una y otra vez.
Demi, próxima al orgasmo, rodeó su cintura con las piernas. Se
unió a él, balanceándose tanto como podía, tomando todo lo que él podía darle,
ofreciéndose y absorbiéndolo más y más, profundamente.
Empezó a llover. Gotas de agua helada bombardearon sus
cuerpos. Era como si el cielo hubiera llegado al límite y no pudiera
contenerse.
Demi entendía la sensación. Bajo una cascada de lluvia, agitó
la cabeza para apartar el pelo y luchó por recuperar el aliento. Su mente se
disolvió en mil pedazos y su cuerpo también.
-Joe..., Joe... -clavó los dedos en sus hombros, sujetándose,
presionando mientras él la ayudaba a escalar ese último peldaño hacia la
liberación. Abrió los ojos y lo miró mientras la besaba. Él acarició sus
labios con la lengua, atrapó su aliento y le dio el suyo. Ella lo sintió todo,
sintió la escalada de la magia. Sintió la súbita disolución de su cuerpo en la
pasión. Gimió y se dejó llevar en la cresta de esa ola de éxtasis, unida a él,
que apagaba sus gritos con la boca.
Antes de que su cuerpo dejara de estremecerse, él se clavó en
su interior, se puso rígido y alcanzó la cima de su placer a tiempo de
acompañarla en el largo y dulce descenso de ese paraíso.
ME ENCANTOO EL CAPIS SUPER BEUENO SEGUILAA!!!
ResponderEliminardios siguela plisss me encanto espectacular enserio
ResponderEliminarwaooo !!
ResponderEliminarme qede con la boca abierta me encanta The son of the Greek magnate ya sabes k amo esa novela pero цаутива де Ту Амор jemy " tambien es grandiosa por favor sube mas frecuente tus novelas me encantan :♥' LAS AMO♥ SUBE MAS SEGUIDO PORFIS :D
omgggggggggggggggg
ResponderEliminar