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sábado, 31 de marzo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 5




-Seguro -miró sus ojos: chispeaban de ira. Su estrategia estaba funcionando, no había cambiado nada. Durante un segundo deseó haberse equivo­cado y oírla decir «Vale, de acuerdo. Nos vemos», pero se le pasó enseguida-. Además, como he di­cho, puedo hacerlo solo. Me llevaré un ordenador portátil. Tomaré mis propias notas.
Ella resopló y él la miró de reojo.
-No necesitaré secretaria -siguió, animándose con el tema. Demi estaba reaccionando justo como había esperado, como cuando era niña. Si se le decía que no podía hacer algo, se empeñaba en conseguirlo. Como la vez que, a los diez años, su abuela le dijo que no podía agarrarse del para­choques de un coche cuando iba en patinete. Na­turalmente, lo hizo; el coche giró bruscamente y Demi se estrelló contra los cubos de basura de la vecina y se rompió la muñeca.
Quizá fuera un error pincharla hasta que acep­tara acompañarlo el fin de semana, pero no podía resistirse a la tentación. Nunca se había sentido tan atraído por una mujer; era imposible negarlo.
Tenía los ojos verdes tormentosos, y podía ver el torbellino de pensamientos y emociones que ocupaban su mente. Era increíblemente fácil de leer. Le encantaba, después de años de mirar a una mujer y preguntarse qué diablos ocurría tras su educada máscara de interés.
-¿No necesitas una secretaria? -dijo ella-. ¿Tú, que tecleas con dos dedos?
-No hará falta velocidad. Sólo precisión.
Ella hizo una mueca y su deliciosa boca esbozó un mohín que le hizo desear morderla. Sería mu­cho más seguro que le dijera que no pero, maldita fuera, quería que aceptara.
-Puedo tomar apuntes. Me llevaré una graba­dora. Tú podrás transcribirlo todo el lunes.
-Podría ir contigo.
-Bueno, claro que podrías -dijo Joe, contemplando cómo apoyaba las dos manos en la mesa se inclinaba hacia él. El cuello de la camisa se abrió un poco y atisbó el principio de un pecho tenta­dor. Pero esa minucia provocó tal tensión en su entrepierna, que dio gracias al cielo por estar sen­tado tras una mesa. Se aclaró la garganta-. Sólo digo que no hay razón para que lo hagas. No me gustaría estropear tus planes.
-Trabajo para ti. Entra dentro de mis funciones -contraatacó ella, poniéndose las manos en las ca­deras.
-No puedo pedirte que vengas conmigo el fin de semana -insistió él, sabiendo que su naturaleza la llevaría a protestar. Era la mujer más contradic­toria que había conocido nunca, y eso lo fasci­naba-. No sería justo.
-¿Justo? -repitió ella-. ¿Ahora hablamos de justicia?
-Oye -Joe se reclinó ­en la silla-. Sólo intento ser razonable.
-Ya, ya. ¿Dónde es la reunión? -preguntó ella golpeando rítmicamente la moqueta con el za­pato.
Él ocultó la sonrisa que le provocaba su ira. De­bería sentirse culpable por manipularla de esa ma­nera, pero no era el caso.
-Demi, no hace falta que vayas.
-Iré -lo fulminó con la mirada-. Soy tu secretaria y es mi trabajo.
-No me parece buena idea.
-Pues te aguantas -replicó ella-. Es ridículo, primero me pides que haga el trabajo, y cuando acepto me dices que no.
-Intento ser justo.
-Pues deja de intentarlo.
-De acuerdo -alzó las manos con gesto de de­rrota-. No sabía que esto significara tanto para ti.
-Ahora lo sabes.
-Te lo agradezco.
-No hace falta -inhaló con fuerza y soltó el aire de golpe-. ¿Dónde quieres que reserve las habita­ciones?
-En el hotel Hammond. El número está en la agenda.
-Bien -dijo ella y fue hacia la puerta.
-Reserva una suite con dos dormitorios. Podemos utilizar la sala de estar para trabajar.
Demi se detuvo y lo miró por encima del hom­bro. Sus ojos marrones parecían suaves, oscuros e increíblemente profundos. Sintió un nudo en el estómago.
-No voy a dormir contigo, espero que lo sepas.
-No recuerdo haberlo sugerido -Joe entrece­rró los ojos.
-De acuerdo, entonces -soltó aire y agitó la cabeza-. Quería que estuviese claro.
-Como el cristal.
Ella salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas. Se apoyó en ella y miró ciegamente el te­cho.
-¿Qué ha ocurrido? -susurró-. Acabas de renunciar a tu fin de semana, ¿en qué estabas pen­sando? -prácticamente le había suplicado que la llevara. Peor aún, compartiría una suite con el hombre del que pretendía mantenerse alejada-. Vas lista, Demi, lo estás haciendo de maravilla.
Fue hacia la mesa. Tenía que hacer la reserva antes de marcharse.
-Simplemente de maravilla -masculló.


El hotel Hammond era perfecto para una aventura romántica. A sólo una hora del condado de Orange, era un mundo diferente. La ciudad de Temecula había empezado como parada de dili­gencias y se había convertido en una interesante mezcla de antiguo y moderno.
Muchos de los edificios originales seguían en pie, pero nuevas zonas residenciales surgían por todos sitios como un virus. Pero seguía habiendo ranchos y elegantes mansiones, y el Hammond era el ejemplo perfecto.
La mansión de estilo victoriano, había sido perfectamente restaurada para recuperar su glo­ria inicial. El porche que la rodeaba se sostenía sobre pilares de madera tallados a mano, pinta­dos de blanco. La casa era de un color amarillo dorado, con remates en blanco y contraventanas verde oscuro. En el porche había grupos de muebles de mimbre color blanco, que invitaban a mantener conversaciones distendidas. Del te­cho colgaban tiestos que salpicaban la pared de frondosas hojas verdes. Había tiestos con crisan­temos de colores variados en el suelo, y también bordeando el camino que llevaba a la entrada. Robles y arces, que lucían sus brillantes colores de otoño, rodeaban la casa como soldados vesti­dos de gala.
Mientras Joe y Demi recorrían el sendero, un frío viento llegó de las colinas, agitando las hojas y combando los tallos de las flores.
-Es fantástico -dijo ella, girando para captar una panorámica completa. Había árboles salpi­cando las colinas y, aunque las nuevas residencias se acercaban, aún estaban suficientemente lejos para hacer que el hotel pareciera aislado. Privado.
Demi miró a Joe de reojo y se dijo que debía controlarse. No estaban allí para tener un ro­mance. El hotel era sólo un lugar de trabajo tem­poral. Iban a mantener reuniones con los clientes de Joe, y era mucho más sencillo quedarse allí que ir y volver durante tres días. Pero, sin duda, como lugar romántico, era el ideal.
-Me gusta -comentó Joe-. Los dueños no son de los que organizan «actividades» para los clien­tes. Me dejan en paz para que me dedique a mis negocios.
-Siempre igual de aguafiestas -Demi movió la cabeza de lado a lado.
Él se detuvo y le dirigió esa mirada a la que em­pezaba a acostumbrarse; era como si le hablara en un idioma extranjero. Como si pensara que si es­cuchaba con atención, llegaría a entenderlo.
-¿Aguafiestas?
-Era sarcasmo.
-Eso me pareció.
-De verdad, Joe -le pasó una mano por delante de los ojos-. Mírate. Arrastras ese mundo gris en el que trabajas a donde quiera que vas.
-Este traje es azul -protestó él, tocando una so­lapa.
-Vaya, ¡todo un exceso!
-Esto es un viaje de negocios -le recordó él, al­zando una ceja, como solía hacer.
-¿Nunca has oído hablar de un viernes de ropa informal?
-Es mi empresa, allí no hay viernes informal. -Ese es el problema, que es tu empresa. Podrías tener un viernes informal todos los días, si quisie­ras.
-No quiero.
-Y, en consecuencia, un mundo gris -comentó ella empezando a andar-. Una vida al estilo convencional.
Joe la alcanzó en dos zancadas. Era mucho más alto que ella. A Demi le gustaba la diferencia de altura. Y su aspecto serio, incluso cuando sus ojos chispeaban. Le pareció ver un brillo divertido en ellos.
-Sabes, algunas personas se visten para el éxito.
-A mi modo de ver, el éxito implica que uno puede vestirse como quiere.
-Ya, entonces opinas que debería llevar unos vaqueros y una camiseta rota.
-Nadie ha dicho que tenga que estar rota -su­bió los cinco escalones del porche, se detuvo y se volvió hacia él-. No recuerdo que fueras tan tieso cuando eras niño.
-Yo -declaró él subiendo los escalones y po­niéndose a su altura-, crecí. Y tú eres imposible.
-Eso se ha dicho antes.
-No me cuesta creerlo.
Durante unos segundos se miraron. Joe rom­pió el contacto cuando Demi seguía en puro trance sexual. Subió el resto de los escalones y cruzó el porche. Abrió la puerta y la sujetó para cederle el paso.
Además, no veo que tú lleves vaqueros -dijo, mirándola de arriba abajo.
-Lo verás después -sonrió ella.
-Me muero de impaciencia.
Demi alzó la vista y se dijo que debía ignorar el calor que chispeaba en esas profundidades marrones. No necesitaba complicaciones en su vida.



1 comentario:

  1. feñadejonasxsiempre1 de abril de 2012, 9:04

    me encanta la noove amo a jemi por siempre demi es una mujer hermoa y talentosa y joe el fenomenal jonatic por siempre son grandiosos y tu escribes demaciado bkn

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