Ak les dejo un cap de Jemi... ;) je
espero q comenten!!
-Sí -murmuró-. Es lo mejor -sirvió más café en las dos tazas-.
Hoy hay tres reuniones y mañana una.
-Entendido.
-Si quieres, después podemos salir. Hay un casino cerca.
Quizá haya alguna actuación.
-Suena bien.
Joe dio un respingo al oír la tirantez de su voz. Diablos,
incluso la suya sonaba tensa.
-Mira, no tenemos que ser tan educados y formales el uno con
el otro -dijo, odiando la distancia que crecía entre ellos, aunque sabía que
era mejor así. No tenía sentido seguir adelante cuando sabía que le diría adiós
en una semana. Y él diría adiós.
Así actuaba siempre. No se quedaba lo suficiente para dar a
una mujer la oportunidad de que lo dejara. Otra vez no. Nunca más.
-Lo hemos pasado bien -dijo-. Ahora se acabó. -De acuerdo
-dijo ella, recostándose en la cabecera de la cama-. Somos adultos, ninguno de
los dos está comprometido con otra persona. Nada nos impide seguir nuestro
propio camino. Podemos hacerlo.
-Es una suerte que no vayamos a pasar otra noche como la de
ayer -sonrió él.
-¿Por qué? -preguntó ella, agarrando la taza con ambas manos. Joe
sonrió y tomó un sorbo de café, fuerte y caliente.
-Cuando la señora Hammond subió la bandeja del desayuno, me
preguntó si había oído algo raro durante la noche.
-¿Raro? -Demi abrió los ojos de par en par.
-Ajá. Parece que, justo antes de que empezara la lluvia, oyó
un aullido.
-Oh, Dios -Demi se llevó una mano a la boca.
-No te preocupes -rió y movió la cabeza-. Pensó que debía ser
un coyote que había atrapado a un animal pequeño.
-¿Un coyote?
-Sí. Por lo visto, tu grito sonó exactamente como el de un
conejo a punto de morir.
Ella le tiró una almohada a la cabeza.
-Bueno, esto de que se acabó el sexo no está funcionando.
-Sí, ya me he dado cuenta -Joe se dejó caer a su costado y se
tumbó de espaldas, esforzándose por recuperar el aliento.
Desnuda, sobre la alfombra que había ante la chimenea, Demi
hizo una mueca de dolor y rebuscó con una mano. Sacó un bolígrafo de debajo de
su trasero.
-Así que eso era.
-¿Eh?
-El bolígrafo que perdió tu último cliente -lo alzó para que
lo viera-. Lo he encontrado.
-¿Qué diablos estamos haciendo, Ranita? -preguntó Joe, tras
soltar una carcajada.
-Ni idea, Jonas -dejó caer la mano con el bolígrafo sobre su
abdomen-. Pero si no lo averiguamos pronto, acabaremos matándonos el uno al
otro.
El último cliente había abandonado el hotel tan sólo una hora
antes, y Demi y Joe ya estaban desnudos y exhaustos. El ardor sexual aún
flotaba en el ambiente y Demi volvió a sentir una oleada de necesidad empezando
a crecer en ella. Si seguían así, no tendrían fuerzas para regresar conduciendo
a casa.
Habían conseguido sobrellevar el día, aunque la tensión entre
ellos casi podía mascarse. Demi había tomado notas, las había mecanografiado y
había ayudado a Joe a redactar los informes necesarios para que dos de sus
clientes diversificaran sus inversiones. Había charlado amablemente y evitado
la mirada de Joe. Había notado que la observaba mientras los clientes iban y
venían. Ella había sonreído y hecho amistad con los ancianos que, uno tras
otro, le habían asegurado que Joe Jonas era un gran partido. Listo y rico.
Por supuesto, cada vez que la conversación había tomando ese
rumbo, había notado que los ojos de Joe se cerraban como persianas. Como si se
distanciara de la conversación, aunque era obvio que los hombres bromeaban. Demi
había sentido la necesidad de decirle que estaba a salvo, no estaba interesada
en un «buen partido», ni en ningún otro tipo de partido. Pero no le había parecido
apropiado hacerlo delante de sus clientes; cuando se quedaron a solas... el
tema no había surgido.
-En fin -dijo él finalmente-. Nuestro pacto de una noche se ha
ido al cuerno.
-Está claro -asintió ella.
-¿Hacemos otro pacto de una noche? -Técnicamente, eso sería un
pacto de dos noches.
-Bien. Dos noches. Lo que sea.
-¡Ehh! -giró la cabeza hacia él-. ¿La falta de sueño te ha
puesto de malhumor?
-No -la miró a los ojos-. No es exactamente dormir lo que me
apetece.
-Ni a mí tampoco -admitió ella, sintiendo un cosquilleo en el
estómago-. Pero antes de que esto se convierta en El Fin de Semana Perdido, más
vale que fijemos algunas reglas.
-Siempre es bueno definir reglas -él se puso de lado y apoyó
la cabeza en la mano. Demi soltó una risita, esa frase definía la personalidad
de Joe.
-Imaginaba que dirías algo así -ella también estaba de lado,
mirándolo. Las llamas bailoteaban en la chimenea, detrás de él, e iluminaban
las puntas de su cabello, casi como si llevara una aureola.
Pensar en Joe Jonas con una aureola, la decidió. ¡Tenía que
fijar reglas inmediatamente! Joe estiró un brazo con indolencia y le acarició
un pecho. Demi inspiró y soltó el aire con un silbido.
-Primera -dijo, más alto de lo que pretendía-, nada de
compromisos.
-De acuerdo -aceptó él, mirándola con los ojos entrecerrados-.
No busco nada permanente.
-Yo tampoco -captó un chispazo de sorpresa en sus ojos y
atacó-. ¿Qué? ¿Acaso crees que todas las mujeres que conoces pretenden cazarte?
El alzó una ceja, expresando todo un de comentarios con ese
gesto.
-Puedes estar tranquilo, Don Fantástico -le aseguró-. Estás
totalmente a salvo.
-¿Qué significa exactamente «nada de compromisos»? -inquirió
él, ignorando su comentario.
-Supongo que significa que disfrutamos de lo que hay mientras
dure -Demi tragó saliva cuando sus dedos le pellizcaron un pezón. Cerró los
ojos un segundo y volvió a abrirlos-. Cuando uno de nosotros se canse, se
acabó. ¿Hay trato?
-Trato hecho.
-¿Nos damos la mano para sellar el pacto?
-No, se me ocurren mejores maneras de hacerlo -dijo él, con
media sonrisa.
El resto del fin de semana fue un desdibujo. Bueno, pero
desdibujo al fin y al cabo.
El domingo por la tarde, Demi entró en su casa, dejó la maleta
en el vestíbulo y se dejó caer en el desgastado y mullido sofá. Los cojines de
plumas la rodearon como un abrazo. Apoyó los pies en la mesita de café, se
puso las manos en la cara y pensó en las consecuencias de haber aceptado ese
trabajo temporal.
Dios sabía que no lo había planeado. Nunca habría adivinado
que Joe Jonas sería el hombre que la encendería como un árbol de Navidad. No
había pensado que el favor de dos semanas que le había hecho a su abuela se
convertiría en... dejó caer las manos. ¿En qué? ¿Qué había ocurrido
exactamente? ¿Un fin de semana caliente?
Si al final no era más que eso, una parte de ella lo
lamentaría. No quería tener una relación pero, por otro lado, hacía mucho
tiempo que no estaba con un hombre. Mucho tiempo sin sentirse... cerca de
alguien. Y le gustaba. No sólo por el sexo, aunque Joe era todo un experto, era
más que eso. Era reírse con él, hablar con él, compartir tentempiés a
medianoche y sestear ante la chimenea. Eran los paseos por las colinas y
escuchar cómo explicaba los mercados de valores.
Eran demasiadas cosas que no había esperado. No se había
sentido así desde que rompió su compromiso con Sterling
Knight. Demi frunció el ceño, agarró uno de los cojines de cuadros verdes y lo
apretó contra su pecho. Sterling había sido su novio en la universidad. Cuando
se conocieron, él empezaba Medicina, y habían hecho planes de futuro. Habían
hablado de su boda, de su vida en común, e incluso de cuántos hijos tendrían:
tres, dos niños y una niña. Cuando ella se graduó, Sterling sugirió que
esperaran un poco. Prefería que ella empezara a trabajar. Podían vivir juntos y
ella lo mantendría mientras él acababa la carrera. Después, si todo iba bien,
se casarían.
Demi echó la cabeza hacia atrás con un suspiro. Recordó la
cara de sorpresa de Sterling el día que regresó del trabajo antes de tiempo.
Por supuesto, la chica sobre la que estaba, también se sorprendió, pero sólo
recordaba la expresión de Sterling. No era de dolor, derrota o siquiera culpabilidad.
Era de ira. Estaba enfadado con ella por no estar en el trabajo, por no ser la
vaca obediente que él pretendía que fuese.
Demi agarró toda la ropa que pudo y salió, dejando a Sterling
y a su conquista donde los había encontrado. Esa fue la última vez que entregó
su corazón; se había jurado no volver a hacerlo.
-Pero esto es distinto -arguyó, en la habitación vacía-. Mi
corazón no tiene nada que ver... son sólo mis hormonas.
Sus palabras resonaron en el silencio y ni siquiera ella
consiguió creerlas del todo. Pero lo haría. Sólo tenía que recordarse
continuamente que toda la situación era temporal.
-Sí -dijo, levantándose del sofá-. Eso funcionará.