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martes, 13 de marzo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 4


ak otro cap espero y les guste y comenten!!! las re kiero y extraño... ;) 




Joe no había tomado comida mexicana en de­masiado tiempo. No recordaba que los tacos y los nachos supieran tan bien. Tampoco había pen­sado nunca en celebrar una cena improvisada en el suelo de su despacho. Quizá no fuera la comida, sino compartirla con Demi lo que lo cambiaba todo. Era protestona, irritante y mucho más diver­tida de lo que había esperado. Vio cómo sus ojos chispeaban de humor mientras comentaba a algu­nos de sus clientes.
-Este tipo es cliente habitual -estaba diciendo. Se detuvo para mordisquear su taco. Tragó y si­guió hablando-. Tiene contratada una docena de rosas una vez a la semana.
-¿Un buen marido? -aventuró Joe.
-Difícilmente -Demi negó con la cabeza-. Es para la chica de la semana. Siempre una distinta, siempre rosas de un color diferente, adecuado a su personalidad, según dice él. Pero una semana cambió las rosas por un cactus.
-Eso da qué pensar, ¿no? -ironizó Joe.
-Yo me pregunto cómo encuentra tantas muje­res dispuestas a salir con él -suspiró y se echó ha­cia atrás, apoyando las manos en el suelo-. Su dor­mitorio debe ser como una línea de montaje en cadena.
-¿Y me llamas cínico a mí? -Joe levantó una rodilla y apoyó el antebrazo en ella.
-Tocada -Demi inclinó la cabeza, otorgándole un triunfo.
-Dime, ¿cómo le va a Selena? -preguntó Joe tras un minuto de silencio.
-Mi hermana mayor está muy bien -Demi son­rió, pensando en Selena y su creciente familia-. Tres hijos y medio, y un marido al que adora. Es asquerosamente feliz.
-¿Tres y medio?
-Está embarazada otra vez -dijo ella moviendo levemente la cabeza-. Es difícil de creer, pero a Selena le encanta estar embarazada, y Justin, su marido, está tan loco por los críos como ella -Demi clavó los ojos en Joe-. Si vosotros dos no hu­bierais roto, ahora podrías ser un papá muy ocu­pado.
-No, gracias -Joe arrugó la frente y dio un largo trago de su refresco. Después dejó el vaso en la alfombra-. Ya probé lo de ser marido. No fun­cionó. Además, no tengo madera de padre.
-Otra vez esa visión soleada del mundo que tan bien empiezo a conocer -rezongó Demi.
-Tocado -le tocó a él inclinar la cabeza otor­gando la victoria. Después preguntó-. ¿Qué me di­ces de ti?
-¿Qué quieres saber?
-¿Tienes relaciones con alguien? -Joe se pre­guntó qué diablos le importaba eso a él. Se dijo que no le importaba en realidad, sólo era una pre­gunta de cortesía.    
-últimamente no -ella se incorporó, se frotó las manos, recogió los restos de su comida y los metió en una bolsa de plástico.
Joe se alegró internamente, aunque sabía que hubiera sido preferible que estuviera comprometida. O casada. O que fuera monja.
-Es difícil de creer.
-¿Por qué? -Demi lo miró curiosa.
-Es sólo que... -la señaló con la mano-. Es de­cir...
-¿Estás a punto de hacerme un cumplido? -sonrió ella. Joe frunció el ceño, le quitó la bolsa y empezó a meter los restos de su cena dentro. -Cosas más raras se han visto -rezongó. -En películas de ciencia ficción.
-No eres una persona nada fácil, ¿verdad, Ra­nita?
-La abuela siempre ha dicho que nada bueno es fácil -le tiró una bola de papel, que rebotó en su frente.
-Ya, pero no creo que se refiera a ti.
Se hizo el silencio entre ellos. Afuera, el sol se estaba poniendo y las nubes tenían sombras mora­das y rojizas. El silencio siguió creciendo hasta convertirse en una presencia viva.
Joe la miró y se descubrió preguntándose cómo sería su sabor. Y se preguntó si después de probarlo podría pararse sin más. Pero no podía ocurrir; no podía involucrarse con Demi Lovato. Aparte de que le provocaba demasiadas emocio­nes, era la nieta de la mejor amiga de su abuela.
No era mujer de aventuras. Era de las de chime­nea, hogar y cenas familiares. Definitivamente, im­posible. Era casi como si llevara una señal de prohibido en la frente. Si era listo, no se la saltaría.
-Será mejor que acabemos con ese contrato -sugirió ella, mirándolo a los ojos.
-De acuerdo -Joe asintió y se puso en pie-. Si no, podríamos pasarnos aquí toda la noche. -Probablemente no sería buena idea -mur­muró Demi. Se humedeció los labios con la len­gua.
-No -dijo él haciendo una mueca al notar la re­acción de su cuerpo al gesto-. No sería buena idea para nada.


Cuando llegó el jueves por la tarde, Demi no podía dejar de arrepentirse de haber aceptado el trabajo. Se sentía como si estuviera andando en la cuerda floja, sobre un foso lleno de leones ham­brientos. Un paso en falso y se convertiría en un aperitivo rápido.
Necesitaba el fin de semana. Tiempo para pa­sarlo en la playa, en su casita. Pintando la cabaña de porcelana que había comprado en el mercadi­llo hacía un mes. O decorando las paredes de la cocina, llevaba meses retrasándolo. Nunca tenía suficiente tiempo para dedicarlo a las tareas ma­nuales que tanto le gustaban. Solía estar dema­siado ocupada con la tienda.
Por eso había estado deseando las dos semanas de vacaciones. Con Taylor, su nueva gerente, al frente de Larkspur, Demi podía relajarse; la tienda estaba en buenas manos.
Sus vacaciones habían pasado a la historia, así que tenía intención de aprovechar los fines de se­mana. Además necesitaba aire, estar lejos de Joe Joenas para poder respirar. Mantenerse ocupada para dejar de soñar despierta con lo que le gusta­ría hacer con Joe. Demi gimió para sí. Sólo tenía que soportar lo que quedaba de tarde y el día si­guiente; después tendría dos días enteros para re­lajarse.
-¿Demi?
-Sí, señor, ¿jefe? -volvió la cabeza y lo vio salir de su despacho. Él frunció el ceño al verla levan­tarse y agarrar su bolso y las llaves del coche.
-¿Te vas ya?
-No es «ya» -replicó ella, agarrando la rebeca negra que había en el respaldo de la silla-. Son más de las cinco y me voy a casa -en realidad, esca­paba a casa, pero no pensaba decírselo. En su casa no tendría que mirar los ojos marrones de Joe. No tendría que recordarse que no estaba intere­sada en una relación con nadie, y menos aún con quien fue la pesadilla de su infancia.
Se puso la rebeca, y señaló un sobre marrón que había sobre el escritorio.
-Las últimas cartas que me pediste están ahí. Fírmalas y saldrán con el correo de la mañana.
-Muy bien, pero...
-Hasta luego.
-Demi.
Su voz la detuvo cuando estaba a tres pasos de la puerta. Miró el umbral como añoranza, inspiró con fuerza y se dio la vuelta. Él tenía el pelo re­vuelto, la corbata floja y el cuello de la camisa de­sabrochado. Estaba demasiado atractivo. Si suge­ría que se quedara otra vez y volver a pedir cena, tendría que aceptar. Se pasaría toda la cena embo­bada con él y volvería a marcharse a casa sola y frustrada. Y si no se lo pedía, sentiría una gran de­silusión, por no poder mirarlo embobada. Era ob­vio que los problemas psicológicos empezaban a aflorar.
-¿Qué? -espetó, con más dureza de la que pre­tendía.
-¿Estás libre este fin de semana?
Demi se tambaleó levemente y se preguntó si estaba preguntándole lo que ella pensaba. Una cita, en vez de una cena improvisada en mitad del trabajo. Quizá quería llevarla al cine, o cualquier otra cosa, que sería totalmente inapropiada para dos personas que trabajaban juntas. Sobre todo te­niendo en cuenta que habían sido las abuelas de ambos las que lo habían organizado todo. Y consi­derando que ella no estaba de humor para incluir a un hombre en su vida. Los nervios le atenazaron el estómago.
-¿Por qué?
-Tengo unas reuniones.
Demi comprendió que no hablaba de una cita, sino de trabajo.
-Es una pena -dijo acercándose a la puerta. -Necesitaré una secretaria.
De ninguna manera pensaba aceptar, ya había renunciado a dos semanas de vacaciones y no pen­saba hacer lo mismo con sus fines de semana.
-Joe...
-Una reunión es mañana por la mañana a úl­tima hora, luego tengo el sábado entero y quizá una el domingo por la mañana.
-Pero yo no...
-Te pagaré horas extra.
-No se trata de eso -curvó los dedos alrededor de la correa del bolso.
-¿De qué se trata? -Joe cruzó los brazos sobre ese pecho que ella no podía dejar de imaginarse desnudo-. ¿Te da miedo irte conmigo?
-Sí -lanzó una breve carcajada y esperó que so­nara convincente-. Eso debe ser... ¿irme contigo? ¿Ir dónde?
-A Temecula.
-¿En el condado de Riverside?
-¿Es que hay otra?
-No, pero...
Joe cruzó la habitación, miró por la ventana un instante y se volvió de nuevo hacia ella.
-Kevin Harrington fue mi primer cliente cuando inicié mi negocio -Joe encogió los hom­bros-. Se arriesgó conmigo. Dos veces al año voy a Riverside, estudio su cartera de acciones y comen­tamos posibles cambios e inversiones.
-¿Vas tú a verlo?
-La mayoría de los agentes independientes visi­tan a sus clientes -Joe sonrió.
-Aun así. ¿Vas a dedicarle todo el fin de semana a un cliente?
-No, Kevin me recomendó a algunos de sus amigos y los veo a todos cuando voy. Mañana veré a Kevin y el sábado a los demás.
-Así que trabajas toda la semana y aún más el fin de semana.
-Pssí -la estudió detenidamente, descruzó los brazos y agitó las manos-. ¿Sabes qué? No im­porta, tienes razón.
-Tengo razón sobre qué -Demi lo miró in­quieta; no solía cambiar de táctica tan súbitamente.
-No puedo pedirte que vengas.
-Ya lo has hecho -señaló ella.
-Lo retiro.
-¿Qué? -exclamó ella. Joe se dio la vuelta y en­tró a su despacho; ella lo siguió. Él se sonrió al oír sus pasos apresurados-. ¿Lo retiras? ¿Qué se su­pone que eres, un crío de primaria?
-No -rodeó el escritorio y se sentó. Sin mirarla, empezó a remover los montones de informes fi­nancieros. En cuanto le pidió que lo acompañara, supo que se negaría. Quizá debería dejarlo así, se­ría un millón de veces más seguro. Pero quería que fuera con él.
Quería verla lejos de la oficina, en un terreno neutral. Demonios, la quería a ella. La deseaba.
-Sólo estoy siendo lógico -explicó-. Puedo ha­cer el trabajo sin tu ayuda. Tú lo odiarías, y no te culpo por ello. Te aburrirías.
-¿Aburrirme?

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