hola mis niñas hermosas ak un cap de jemi... espero y les guste!! las kiero y comenten!! pliss... :D gracias... bye bye ;)
Joe se recostó en la silla y miró a Demi detenerse en el
umbral de la puerta. Llevaba tres días haciendo lo mismo. Cumplía con su
trabajo, era eficiente, lista y organizada. Pero lo mantenía a distancia.
Siempre procuraba mantenerse alejada de él. Y, si fuera inteligente, debería
agradecérselo; en cambio, lo frustraba.
No había contado con sentirse tan atraído por ella. Cuando su
abuela había sugerido a Demi como secretaría temporal, Joe no había sido capaz
de imaginárselo. La Demi que recordaba distaba mucho de su idea de una
asistente eficaz. Pero estaba desesperado y dispuesto a probarlo todo. Desde
que estaba allí, no podía pensar en otra cosa.
Probablemente eso no era buena señal.
-¿Hola? Tierra llamando a Joe.
-¿Qué? -él parpadeó y disipó sus pensamientos, como un hombre
que despertara de un coma.
-No lo sé. Me has pedido que viniera, ¿recuerdas? -Demi
seguía en el umbral, pero ahora lo miraba como si le faltara un tornillo.
Joe se maldijo, pensando que quizá tuviera razón. Apartó la
silla y se levantó. Siempre había pensado mejor de pie.
-Sí, es cierto. Necesitaré que te quedes algo más tarde hoy...
-calló cuando empezó a sonar el teléfono del despacho exterior.
-Espera un momento -Demi giró y fue hacia su mesa mientras Joe
se obligaba a no observar el bamboleo de sus caderas; no le resultó fácil.
-Financiera Jonas -dijo ella en el auricular. Joe observó cómo
se estiraba sobre la mesa para alcanzar un bolígrafo. El bajo de su falda subió
seductoramente por sus muslos. Joe intentó no mirar, pero era un hombre, y
estaba vivo. No mirar era imposible.
-¿Ashley Green? -Demi con una pregunta en los ojos.
Maldición. «No», esbozó él con los labios, negando con la
cabeza y moviendo las manos. Lo último que necesitaba era oír a Ashley
parlotear sobre los cócteles a los que quería que la llevase. Daba igual que
no la hubiera llamado en semanas. Ashley sencillamente suponía que todos los
hombres que se cruzaban en su camino iban a ser sus amorosos esclavos. Joe Jonas,
en cambio, no creía en el amor ni en la esclavitud.
-Dile cualquier cosa -dijo con la boca, sin hablar, con la
esperanza de que Demi fuera buena leyendo los labios. No se arriesgaba ni a un
susurro. Ashley tenía oídos de murciélago. Si se enteraba de que estaba allí,
insistiría en hablar con él, y no tenía ningún interés.
Ni siquiera lo había tenido cuando salían juntos.
-¿Cualquier cosa? -gesticuló Demi, con un brillo decidido en
los ojos. Cuando él asintió, sonrió con perversidad se volvió a mirarlo, y
dijo-. Lo siento, señorita Green, pero Joe no puede ponerse al teléfono ahora.
Los médicos le han aconsejado que no hable hasta que le quiten
los puntos.
«¿Qué?» Joe dio un paso adelante.
-Oh, ¿no se había enterado? Un pequeño accidente -Demi
retrocedió un paso, sus ojos chispearon de risa y simuló un tono compasivo-.
Estoy segura de que no quedará desfigurado para siempre -un segundo después,
se apartó el auricular del oído con un gesto de dolor-. Uff. Ha colgado con
tanta fuerza que temo haberme quedado sorda.
-¿Desfigurado? ¿Estoy desfigurado? -Joe la miró fijamente-.
¿Por qué has hecho eso?
-¿Eh? -ella se puso una mano alrededor de la oreja y ladeó la
cabeza.
-Muy gracioso, Joe -Joe hizo una mueca, se echó la chaqueta
hacia atrás y metió las manos en los bolsillos del pantalón-. ¿Qué es esto?
-Dijiste que podía decirle cualquier cosa. -Hasta un límite.
-No has dicho nada de límites -ella alzó un dedo y lo movió de
lado a lado. Joe sacó las manos de los bolsillos y se cruzó de brazos. Demi no
hacía más que sorprenderlo. Eso lo intrigaba y preocupaba también.
-No se me ocurrió que tuviera que pedirlos. La próxima vez
estaré preparado.
Ella soltó una risa.
-Has disfrutado haciéndolo -rezongó él.
-Sí -admitió ella, apoyándose en el borde de la mesa-. Por
cierto, ¿Ashley? -movió la cabeza con tristeza-. No parece muy profunda. La
palabra «desfigurado» tuvo un efecto fulminante -lo escrutó con ojos
divertidos-. Te dedicas a lo superficial, ¿no?
Superficial era una buena descripción de Ashey y de todas sus
amigas. Pero a él no lo interesaba lo profundo. Cuando la conoció lo único que
quería era compañía para cenar y alguien que le calentara la cama. Ashley no
había sido muy buena en ninguna de las dos categorías, pero eso no venía al
caso.
-¿Eres así de descarada con todos tus jefes?
-No tengo jefes -Demi se apartó de la mesa.- Ya no, ahora soy
mi propia jefa.
-Probablemente, una decisión muy sábia.
-¿Qué se supone que significa eso?
-No se te da bien tratar con los demás, ¿verdad?
-Creo que aquí estoy haciendo un buen trabajo, ¿no?
-Claro que sí -Joe se acercó un poco. Percibió el aroma de su
perfume e inhaló con fuerza, como un estúpido-. Si no tenemos en cuenta tus
quejas, tu rechazo a aceptar órdenes y...
-No necesito aceptar órdenes. Sé cómo llevar una oficina...
Joe sonrió al comprender que era tan fácil picarla como
cuando era niña. Su temperamento irlandés siempre estaba a flor de piel. Ver
la ira destellar en sus ojos era casi hipnótico. Sus profundidades verde
esmeralda ardían y se oscurecían amenazando peligro, Joe estaba fascinado.
-Pero esta es mi oficina -contraatacó para irritarla. Ella se
sonrojó, se le agitó la respiración y adquirió el aspecto de un muelle a punto
de saltar. A Joe se le hizo la boca agua, iba a tener problemas serios. No
había deseado a una mujer tanto en... nunca.
-Ya sé que es tu oficina -aseveró ella, inclinándose hacia
delante-. Tiene tu sello aburrido y poco original. Cualquier otra persona
habría añadido un poco de color, excepto el gran Joe Jonas. No, no. El se
dedica al juego empresarial. Gris de barco de batalla, eso es lo tuyo, ¿no? Un
imitador sin ápice de originalidad.
-¿Originalidad? -repitió él. Demi podía decir lo que le
viniera en gana sobre la decoración, porque a él le importaba un bledo el
aspecto del lugar, mientras diera imagen de dignidad y de éxito. Se preguntó
si lo consideraba uno de esos tipos que andaba por ahí eligiendo tapicerías.
A pesar de todo, no estaba dispuesto a permitir que lo acusara
de mediocridad. Había conseguido más cuentas en el último año que cualquiera de
la competencia. En los últimos tres años su empresa había sido la de
crecimiento más rápido de la costa este; eso no se lograba siguiendo ciegamente
a los demás.
-Mira a tu alrededor -exclamó ella-. Todo el edificio es como
una madriguera de conejos. Cada conejito está encerrado en su pequeño mundo
gris -agitó las manos a su alrededor, señalando las paredes gris claro, la
moqueta azul acerado y las acuarelas indistintas que salpicaban la pared-.
Apuesto lo que quieras a que el mismo decorador se encargó de todas las oficinas.
Seguro todos tenéis los mismos horribles cuadros en el mismo sitio, sobre
idénticas paredes grises.
-¿Soy poco original simplemente porque trabajo en un edificio
de oficinas?
-Es difícil ser un espíritu libre cuando se trabaja en
Conformidad, S. L. -declaró ella.
-¿Qué? -tuvo que reírse a pesar de su tono insultante. Demi
hablaba disparatadamente, como si fuera una hippy. Casi esperaba que se pusiera
a cantar y a pedirle a la Hermana Luna que lo ayudara a liberar su alma. Lo
peor era que hacía mucho que no se divertía tanto.
-Lo que necesitas es... -Demi se llevó una mano al ojo
izquierdo y gritó-. ¡Quieto!
-¿Qué? -instintivamente, Joe dio un paso adelante.
-No te muevas -lo miró con furia-. ¿No sabes lo que significa
«quieto»?
-¿De qué diablos estás hablando?
-Mi lentilla -se agachó lentamente-. He perdido una lentilla.
-Bromeas.
-¿Acaso parece broma? -alzó la cabeza y lo miró.
-¿Llevas lentillas? -Joe miró el suelo y se arrodilló con
cuidado-. Sabía que el verde de tus ojos no podía ser natural.
-¡Cuidado con dónde te apoyas! -gritó ella, mirándolo con el
ojo que tenía abierto-. Para que lo sepas, no son lentillas con color.
-Pruébalo.
Demi abrió el ojo izquierdo. Era exactamente igual de verde
que el derecho. Profundo y claro, del color de la hierba en primavera, o como
una esmeralda iluminada desde atrás. Joe se perdió por un momento en sus
profundidades y tuvo la sensación de que podía ahogarse allí dentro. Controló
de inmediato sus pensamientos, no pensaba ahogarse en los ojos de ninguna
mujer. Nunca más.
-Bueno -Demi tragó saliva e inspiró con fuerza-. Pasa los
dedos suavemente por la moqueta. -¿Esto te ocurre con frecuencia?
-Sólo ocurre cuando me irrito.
-Es decir, con frecuencia.
-Muy gracioso -le dio un codazo en las costillas.
-Eso me dicen.
-¿Ashley? -preguntó ella.
-Ashley era una cliente –explicó él-. Cenamos juntos un par de
veces, eso es todo.
-Pues parece que sigue con hambre.
-Peor para ella -masculló Joe, recordando lo aburrida que era Ashley-,
porque yo ya me harté.
-Oh, oh -Demi volvió la cabeza para mirarlo-. Parece que ahí
hay historia.
Él la miró. Ella se echó el pelo a un lado y sonrió. Sus
dedos se rozaron mientras buscaban y sintió que una punzada de calor lo
atravesaba. Eso nunca le había ocurrido con Ashley. Ni con su ex mujer. Ni con
nadie, a decir verdad.
Estaba atrapándolo y no podía permitirlo. Tenía que
recordarse que Demi no era más que una vieja, no amiga, ni enemiga. Además, no
era vieja. Se preguntó qué era, además de, por supuesto, tina tentación de primera.
-¿Hola? -farfulló ella, pasando una ante sus ojos.
-Sí. Historia. No hay historia. Ashley no fue más que... -lo
pensó un momento. No le debía ninguna explicación, pero era obvio que ella no
iba a dejar el tema-... temporal.
-Hay mucho de eso por ahí -Demi arqueó las cejas.
-Nada dura para siempre -replicó él, con voz tensa y dura.
-Eso es tomárselo con filosofía. -Sencillamente, es realista -Joe
lo sabía mejor que nadie. Amor, amistad, relaciones: todo acababa. Normalmente
cuando menos lo esperaba uno. Hacía mucho tiempo que Joe había decidido tomar
las riendas de su vida; ahora era él quien terminaba las cosas antes de que se
complicaran. Era él quien se marchaba. No volvería a ser el que se quedara
solo con el corazón roto. Avanzó a gatas por la moqueta, acercándose a ella.
-¿Cómo de lejos pueden rodar estas cosas?
-Bastante -dijo ella-. ¿Por qué llamas ser realista a lo que
es puro cinismo?
Él la miró. Estaba demasiado cerca de él, tanto que podía contar
las pecas de su nariz. Eran seis. Pero eso no le importaba.
-¿Por qué te interesa tanto?
-Curiosidad -se encogió de hombros-. Síguele la corriente a
una mujer medio ciega.
Joe soltó una carcajada. Ella le hacía reír. Llevaba
ocurriendo desde el primer día, y no era algo frecuente en su vida. Había
estado demasiado ocupado construyendo su mundo para disfrutar de lo que había
creado. Demasiado ocupado probándole a todo el mundo, incluido él mismo, que
podía llegar a la cima y disfrutar del viaje. Pero Demi lo revitalizaba todo,
incluso cuando discutía con él.
Era imposible ignorarla y demasiado peligroso prestarle
atención. Una combinación fatal.
-No hay ninguna explicación oscura y profunda -dijo,
negándose a entrar en la historia de sus relaciones del pasado. No sólo no era
asunto de Demi, había decidido olvidarlas-. Ashley y yo sólo fuimos dos barcos
que chocaron brevemente en la noche y después siguieron su camino. Eso es
realista, no cínico. Pretender que fue otra cosa sería una pérdida de tiempo.
Demi consideró brevemente su metáfora. Si los barcos habían
chocado, seguramente habían dormido juntos. Eso quería decir que Ashley había
visto a Joe desnudo. Inmediatamente, una imagen asaltó su mente. La misma
imagen que llevaba días provocándola.
Se imaginaba a Joe mojado. Saliendo de la ducha con una toalla
anudada a la cintura y gotas de agua en el vello de su pecho. Después, se lo
imaginaba sacudiendo la cabeza; veía diminutas gotas salir disparadas de su
pelo, como diamantes. El dejaba caer la toalla y daba un paso adelante, para
tomarla en brazos. La visión era tan clara, tan tentadora, que sentía la piel
húmeda junto a la suya. Él inclinaba la cabeza, su boca se acercaba y...
-¡La encontré!
-¿Qué? -Demi tragó una bocanada de aire.
-Tu lentilla -Joe se la mostró-. La encontré.
-Perfecto -DEmi intentó controlarse. Se preguntó por qué
hacía tanto calor en la habitación. Tenía la sensación de estar ardiendo. Lo
miró a sus ojos y sus profundidades marrones parecieron absorberla. Su sonrisa
victoriosa provocó una serie de explosiones en todo su cuerpo y se le aceleró
la sangre como estuviera corriendo un maratón.
Nunca había reaccionado así ante un hombre. Los atractivos la
ponían nerviosa, y de vez en cuando una boca fabulosa le hacía reaccionar. Pero
nunca había tenido una fantasía que provocara un cosquilleo de calor y deseo
en cada poro de su piel.
Ni si siquiera con su ex prometido. Ni con su último jefe, el
experto en hacerle promesas y olvidarlas. No. Joe removía cosas que nadie
había removido.
-Gracias -dijo, tomando la lentilla que le ofrecía en la
palma de la mano. El roce de los dedos con su piel hizo que otro dardo
recorriera su cuerpo, pero Demi luchó contra él. Si no lo hacía, se vería
obligada a tumbarse boca arriba y gritar: «¡Tómame, chico grande!»
¡Horror! Se puso en pie de un salto.
-Bueno, será mejor que vaya a ponérmela. No me gusta mirar el
mundo como un cíclope -fue hacia la puerta y, aunque Joe la seguía, no se volvió.
Tenía la sensación de que se convertiría en estatua de sal.
-¿Puedo ayudarte?
-No, gracias -negó con la mano-. Llevo años haciéndolo.
-No sabía que usabas lentillas.
-No tenías por qué, hace seis años que no nos vemos.
El pasillo parecía increíblemente largo. La pared de la
derecha estaba pintada de gris, pero la de la derecha era de cristal. El sol de
la tarde atravesaba el ventanal y, cinco pisos más abajo, se reflejaba en las
capotas de los coches que atascaban la autovía 405. La idea de unirse a ese
caos hizo que Demi agradeciese que Joe le hubiera pedido quedarse un rato más.
-Vaya -dijo Joe a sus espaldas, como si leyera su mente-, la
autovía está colapsada.
-Ya lo he visto -giró a la derecha y entró en el aseo de
señoras.
-Habrá menos tráfico después. Podemos pedir que nos traigan la
cena, mientras trabajamos. Cena. Demi no estaba segura de ser capaz de tragar.
Se miró en el espejo y vio el reflejo de Joe. Estaba allí, justo a sus
espaldas. En el aseo de señoras, ¡por Dios! Había dos sillas de vinilo a ambos
lados de una mesa baja, decorada con un cuenco de flores.
-¿Cena? -repitió, mirándolo fijamente por el espejo.
-¿Qué pasa? ¿Es que tú no comes?
-Claro que como. Es sólo que no estoy acostumbrada a que los
hombres me sigan al aseo de señoras para invitarme a cenar.
Él desvió la vista y miró a su alrededor, como si lo
sorprendiera descubrir dónde estaba. Después volvió a mirar el espejo y, al
encontrar sus ojos, esbozó una mueca contrita.
-¡Huy!
Demi sintió que algo botaba en su interior al ver esa sonrisa.
Por lo visto, en el fondo de su corazón, seguía siendo esa niña de once años
encandilada de él. ¡Que Dios la librara!
-Yo..., te veré fuera -dijo él señalando la puerta con el
pulgar.
-Buena idea.
Cuando se marchó, Demi dejó escapar el aire, que no había sido
consciente de estar reteniendo. Se inclinó hacia delante, apoyó las manos en la
encimera color azul pizarra y miró su reflejo.
-Este trabajo temporal fue una mala idea, Demi. Muy mala.
Me encantoo
ResponderEliminarsiguela pronto plixxx!!!!
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