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martes, 6 de marzo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 3



hola mis niñas hermosas ak un cap de jemi... espero y les guste!! las kiero y comenten!! pliss... :D gracias... bye bye ;) 


Joe se recostó en la silla y miró a Demi dete­nerse en el umbral de la puerta. Llevaba tres días haciendo lo mismo. Cumplía con su trabajo, era eficiente, lista y organizada. Pero lo mantenía a distancia. Siempre procuraba mantenerse alejada de él. Y, si fuera inteligente, debería agradecér­selo; en cambio, lo frustraba.
No había contado con sentirse tan atraído por ella. Cuando su abuela había sugerido a Demi como secretaría temporal, Joe no había sido ca­paz de imaginárselo. La Demi que recordaba dis­taba mucho de su idea de una asistente eficaz. Pero estaba desesperado y dispuesto a probarlo todo. Desde que estaba allí, no podía pensar en otra cosa.
Probablemente eso no era buena señal.
-¿Hola? Tierra llamando a Joe.
-¿Qué? -él parpadeó y disipó sus pensamientos, como un hombre que despertara de un coma.
-No lo sé. Me has pedido que viniera, ¿recuer­das? -Demi seguía en el umbral, pero ahora lo miraba como si le faltara un tornillo.
Joe se maldijo, pensando que quizá tuviera ra­zón. Apartó la silla y se levantó. Siempre había pensado mejor de pie.
-Sí, es cierto. Necesitaré que te quedes algo más tarde hoy... -calló cuando empezó a sonar el teléfono del despacho exterior.
-Espera un momento -Demi giró y fue hacia su mesa mientras Joe se obligaba a no observar el bamboleo de sus caderas; no le resultó fácil.
-Financiera Jonas -dijo ella en el auricular. Joe observó cómo se estiraba sobre la mesa para alcanzar un bolígrafo. El bajo de su falda su­bió seductoramente por sus muslos. Joe intentó no mirar, pero era un hombre, y estaba vivo. No mirar era imposible.
-¿Ashley Green? -Demi con una pregunta en los ojos.
Maldición. «No», esbozó él con los labios, ne­gando con la cabeza y moviendo las manos. Lo úl­timo que necesitaba era oír a Ashley parlotear so­bre los cócteles a los que quería que la llevase. Daba igual que no la hubiera llamado en semanas. Ashley sencillamente suponía que todos los hom­bres que se cruzaban en su camino iban a ser sus amorosos esclavos. Joe Jonas, en cambio, no creía en el amor ni en la esclavitud.
-Dile cualquier cosa -dijo con la boca, sin ha­blar, con la esperanza de que Demi fuera buena leyendo los labios. No se arriesgaba ni a un susu­rro. Ashley tenía oídos de murciélago. Si se ente­raba de que estaba allí, insistiría en hablar con él, y no tenía ningún interés.
Ni siquiera lo había tenido cuando salían jun­tos.
-¿Cualquier cosa? -gesticuló Demi, con un bri­llo decidido en los ojos. Cuando él asintió, sonrió con perversidad se volvió a mirarlo, y dijo-. Lo siento, señorita Green, pero Joe no puede ponerse al teléfono ahora.
Los médicos le han aconsejado que no hable hasta que le quiten los puntos.
«¿Qué?» Joe dio un paso adelante.
-Oh, ¿no se había enterado? Un pequeño acci­dente -Demi retrocedió un paso, sus ojos chispe­aron de risa y simuló un tono compasivo-. Estoy segura de que no quedará desfigurado para siem­pre -un segundo después, se apartó el auricular del oído con un gesto de dolor-. Uff. Ha colgado con tanta fuerza que temo haberme quedado sorda.
-¿Desfigurado? ¿Estoy desfigurado? -Joe la miró fijamente-. ¿Por qué has hecho eso?
-¿Eh? -ella se puso una mano alrededor de la oreja y ladeó la cabeza.
-Muy gracioso, Joe -Joe hizo una mueca, se echó la chaqueta hacia atrás y metió las manos en los bolsillos del pantalón-. ¿Qué es esto?
-Dijiste que podía decirle cualquier cosa. -Hasta un límite.
-No has dicho nada de límites -ella alzó un dedo y lo movió de lado a lado. Joe sacó las ma­nos de los bolsillos y se cruzó de brazos. Demi no hacía más que sorprenderlo. Eso lo intrigaba y preocupaba también.
-No se me ocurrió que tuviera que pedirlos. La próxima vez estaré preparado.
Ella soltó una risa.
-Has disfrutado haciéndolo -rezongó él.
-Sí -admitió ella, apoyándose en el borde de la mesa-. Por cierto, ¿Ashley? -movió la cabeza con tristeza-. No parece muy profunda. La palabra «desfigurado» tuvo un efecto fulminante -lo es­crutó con ojos divertidos-. Te dedicas a lo superfi­cial, ¿no?
Superficial era una buena descripción de Ashey y de todas sus amigas. Pero a él no lo intere­saba lo profundo. Cuando la conoció lo único que quería era compañía para cenar y alguien que le calentara la cama. Ashley no había sido muy buena en ninguna de las dos categorías, pero eso no venía al caso.
-¿Eres así de descarada con todos tus jefes?
-No tengo jefes -Demi se apartó de la mesa.- ­Ya no, ahora soy mi propia jefa.
-Probablemente, una decisión muy sábia.
-¿Qué se supone que significa eso?
-No se te da bien tratar con los demás, ¿verdad?
-Creo que aquí estoy haciendo un buen tra­bajo, ¿no?
-Claro que sí -Joe se acercó un poco. Percibió el aroma de su perfume e inhaló con fuerza, como un estúpido-. Si no tenemos en cuenta tus quejas, tu rechazo a aceptar órdenes y...
-No necesito aceptar órdenes. Sé cómo llevar una oficina...
Joe sonrió al comprender que era tan fácil pi­carla como cuando era niña. Su temperamento ir­landés siempre estaba a flor de piel. Ver la ira deste­llar en sus ojos era casi hipnótico. Sus profundidades verde esmeralda ardían y se oscurecían amenazando peligro, Joe estaba fascinado.
-Pero esta es mi oficina -contraatacó para irri­tarla. Ella se sonrojó, se le agitó la respiración y ad­quirió el aspecto de un muelle a punto de saltar. A Joe se le hizo la boca agua, iba a tener problemas serios. No había deseado a una mujer tanto en... nunca.
-Ya sé que es tu oficina -aseveró ella, inclinán­dose hacia delante-. Tiene tu sello aburrido y poco original. Cualquier otra persona habría aña­dido un poco de color, excepto el gran Joe Jonas. No, no. El se dedica al juego empresarial. Gris de barco de batalla, eso es lo tuyo, ¿no? Un imitador sin ápice de originalidad.
-¿Originalidad? -repitió él. Demi podía decir lo que le viniera en gana sobre la decoración, por­que a él le importaba un bledo el aspecto del lu­gar, mientras diera imagen de dignidad y de éxito. Se preguntó si lo consideraba uno de esos tipos que andaba por ahí eligiendo tapicerías.
A pesar de todo, no estaba dispuesto a permitir que lo acusara de mediocridad. Había conseguido más cuentas en el último año que cualquiera de la competencia. En los últimos tres años su empresa había sido la de crecimiento más rápido de la costa este; eso no se lograba siguiendo ciegamente a los demás.
-Mira a tu alrededor -exclamó ella-. Todo el edificio es como una madriguera de conejos. Cada conejito está encerrado en su pequeño mundo gris -agitó las manos a su alrededor, señalando las paredes gris claro, la moqueta azul acerado y las acuarelas indistintas que salpicaban la pared-. Apuesto lo que quieras a que el mismo decorador se encargó de todas las oficinas. Seguro todos te­néis los mismos horribles cuadros en el mismo si­tio, sobre idénticas paredes grises.
-¿Soy poco original simplemente porque tra­bajo en un edificio de oficinas?
-Es difícil ser un espíritu libre cuando se tra­baja en Conformidad, S. L. -declaró ella.
-¿Qué? -tuvo que reírse a pesar de su tono in­sultante. Demi hablaba disparatadamente, como si fuera una hippy. Casi esperaba que se pusiera a cantar y a pedirle a la Hermana Luna que lo ayu­dara a liberar su alma. Lo peor era que hacía mu­cho que no se divertía tanto.
-Lo que necesitas es... -Demi se llevó una mano al ojo izquierdo y gritó-. ¡Quieto!
-¿Qué? -instintivamente, Joe dio un paso ade­lante.
-No te muevas -lo miró con furia-. ¿No sabes lo que significa «quieto»?
-¿De qué diablos estás hablando?
-Mi lentilla -se agachó lentamente-. He per­dido una lentilla.
-Bromeas.
-¿Acaso parece broma? -alzó la cabeza y lo miró.
-¿Llevas lentillas? -Joe miró el suelo y se arro­dilló con cuidado-. Sabía que el verde de tus ojos no podía ser natural.
-¡Cuidado con dónde te apoyas! -gritó ella, mirándolo con el ojo que tenía abierto-. Para que lo sepas, no son lentillas con color.
-Pruébalo.
Demi abrió el ojo izquierdo. Era exactamente igual de verde que el derecho. Profundo y claro, del color de la hierba en primavera, o como una esmeralda iluminada desde atrás. Joe se perdió por un momento en sus profundidades y tuvo la sensación de que podía ahogarse allí dentro. Con­troló de inmediato sus pensamientos, no pensaba ahogarse en los ojos de ninguna mujer. Nunca más.
-Bueno -Demi tragó saliva e inspiró con fuerza-. Pasa los dedos suavemente por la moqueta. -¿Esto te ocurre con frecuencia?
-Sólo ocurre cuando me irrito.
-Es decir, con frecuencia.
-Muy gracioso -le dio un codazo en las costi­llas.
-Eso me dicen.
-¿Ashley? -preguntó ella.
-Ashley era una cliente –explicó él-. Cenamos juntos un par de veces, eso es todo.
-Pues parece que sigue con hambre.
-Peor para ella -masculló Joe, recordando lo aburrida que era Ashley-, porque yo ya me harté.
-Oh, oh -Demi volvió la cabeza para mirarlo-. Parece que ahí hay historia.
Él la miró. Ella se echó el pelo a un lado y son­rió. Sus dedos se rozaron mientras buscaban y sin­tió que una punzada de calor lo atravesaba. Eso nunca le había ocurrido con Ashley. Ni con su ex mujer. Ni con nadie, a decir verdad.
Estaba atrapándolo y no podía permitirlo. Te­nía que recordarse que Demi no era más que una vieja, no amiga, ni enemiga. Además, no era vieja. Se preguntó qué era, además de, por supuesto, tina tentación de primera.
-¿Hola? -farfulló ella, pasando una ante sus ojos.
-Sí. Historia. No hay historia. Ashley no fue más que... -lo pensó un momento. No le debía ninguna explicación, pero era obvio que ella no iba a dejar el tema-... temporal.
-Hay mucho de eso por ahí -Demi arqueó las cejas.
-Nada dura para siempre -replicó él, con voz tensa y dura.
-Eso es tomárselo con filosofía. -Sencillamente, es realista -Joe lo sabía mejor que nadie. Amor, amistad, relaciones: todo aca­baba. Normalmente cuando menos lo esperaba uno. Hacía mucho tiempo que Joe había deci­dido tomar las riendas de su vida; ahora era él quien terminaba las cosas antes de que se compli­caran. Era él quien se marchaba. No volvería a ser el que se quedara solo con el corazón roto. Avanzó a gatas por la moqueta, acercándose a ella.
-¿Cómo de lejos pueden rodar estas cosas?
-Bastante -dijo ella-. ¿Por qué llamas ser rea­lista a lo que es puro cinismo?
Él la miró. Estaba demasiado cerca de él, tanto que podía contar las pecas de su nariz. Eran seis. Pero eso no le importaba.
-¿Por qué te interesa tanto?
-Curiosidad -se encogió de hombros-. Síguele la corriente a una mujer medio ciega.
Joe soltó una carcajada. Ella le hacía reír. Lle­vaba ocurriendo desde el primer día, y no era algo frecuente en su vida. Había estado demasiado ocu­pado construyendo su mundo para disfrutar de lo que había creado. Demasiado ocupado probán­dole a todo el mundo, incluido él mismo, que po­día llegar a la cima y disfrutar del viaje. Pero Demi lo revitalizaba todo, incluso cuando discutía con él.
Era imposible ignorarla y demasiado peligroso prestarle atención. Una combinación fatal.
-No hay ninguna explicación oscura y pro­funda -dijo, negándose a entrar en la historia de sus relaciones del pasado. No sólo no era asunto de Demi, había decidido olvidarlas-. Ashley y yo sólo fuimos dos barcos que chocaron brevemente en la noche y después siguieron su camino. Eso es realista, no cínico. Pretender que fue otra cosa se­ría una pérdida de tiempo.
Demi consideró brevemente su metáfora. Si los barcos habían chocado, seguramente habían dormido juntos. Eso quería decir que Ashley ha­bía visto a Joe desnudo. Inmediatamente, una imagen asaltó su mente. La misma imagen que lle­vaba días provocándola.
Se imaginaba a Joe mojado. Saliendo de la ducha con una toalla anudada a la cintura y gotas de agua en el vello de su pecho. Después, se lo imaginaba sacudiendo la cabeza; veía diminutas gotas salir disparadas de su pelo, como diaman­tes. El dejaba caer la toalla y daba un paso ade­lante, para tomarla en brazos. La visión era tan clara, tan tentadora, que sentía la piel húmeda junto a la suya. Él inclinaba la cabeza, su boca se acercaba y...
-¡La encontré!
-¿Qué? -Demi tragó una bocanada de aire.
-Tu lentilla -Joe se la mostró-. La encontré.
-Perfecto -DEmi intentó controlarse. Se pre­guntó por qué hacía tanto calor en la habitación. Tenía la sensación de estar ardiendo. Lo miró a sus ojos y sus profundidades marrones parecie­ron absorberla. Su sonrisa victoriosa provocó una serie de explosiones en todo su cuerpo y se le aceleró la sangre como estuviera corriendo un ma­ratón.
Nunca había reaccionado así ante un hombre. Los atractivos la ponían nerviosa, y de vez en cuando una boca fabulosa le hacía reaccionar. Pero nunca había tenido una fantasía que provo­cara un cosquilleo de calor y deseo en cada poro de su piel.
Ni si siquiera con su ex prometido. Ni con su úl­timo jefe, el experto en hacerle promesas y olvi­darlas. No. Joe removía cosas que nadie había re­movido.
-Gracias -dijo, tomando la lentilla que le ofre­cía en la palma de la mano. El roce de los dedos con su piel hizo que otro dardo recorriera su cuerpo, pero Demi luchó contra él. Si no lo hacía, se vería obligada a tumbarse boca arriba y gritar: «¡Tómame, chico grande!»
¡Horror! Se puso en pie de un salto.
-Bueno, será mejor que vaya a ponérmela. No me gusta mirar el mundo como un cíclope -fue hacia la puerta y, aunque Joe la seguía, no se vol­vió. Tenía la sensación de que se convertiría en es­tatua de sal.
-¿Puedo ayudarte?
-No, gracias -negó con la mano-. Llevo años haciéndolo.
-No sabía que usabas lentillas.
-No tenías por qué, hace seis años que no nos vemos.
El pasillo parecía increíblemente largo. La pa­red de la derecha estaba pintada de gris, pero la de la derecha era de cristal. El sol de la tarde atra­vesaba el ventanal y, cinco pisos más abajo, se reflejaba en las capotas de los coches que atascaban la autovía 405. La idea de unirse a ese caos hizo que Demi agradeciese que Joe le hubiera pedido quedarse un rato más.
-Vaya -dijo Joe a sus espaldas, como si leyera su mente-, la autovía está colapsada.
-Ya lo he visto -giró a la derecha y entró en el aseo de señoras.
-Habrá menos tráfico después. Podemos pedir que nos traigan la cena, mientras trabajamos. Cena. Demi no estaba segura de ser capaz de tragar. Se miró en el espejo y vio el reflejo de Joe. Estaba allí, justo a sus espaldas. En el aseo de señoras, ¡por Dios! Había dos sillas de vinilo a ambos lados de una mesa baja, decorada con un cuenco de flores.
-¿Cena? -repitió, mirándolo fijamente por el espejo.
-¿Qué pasa? ¿Es que tú no comes?
-Claro que como. Es sólo que no estoy acos­tumbrada a que los hombres me sigan al aseo de señoras para invitarme a cenar.
Él desvió la vista y miró a su alrededor, como si lo sorprendiera descubrir dónde estaba. Después volvió a mirar el espejo y, al encontrar sus ojos, es­bozó una mueca contrita.
-¡Huy!
Demi sintió que algo botaba en su interior al ver esa sonrisa. Por lo visto, en el fondo de su cora­zón, seguía siendo esa niña de once años encandi­lada de él. ¡Que Dios la librara!
-Yo..., te veré fuera -dijo él señalando la puerta con el pulgar.
-Buena idea.
Cuando se marchó, Demi dejó escapar el aire, que no había sido consciente de estar reteniendo. Se inclinó hacia delante, apoyó las manos en la en­cimera color azul pizarra y miró su reflejo.
-Este trabajo temporal fue una mala idea, Demi. Muy mala.

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