Aquella noche, Miley pasó horas pensando. Desde que conocía a Nick, aquella era la primera vez que le decía una mentira.
Enseguida se arrepintió y sintió la imperiosa necesidad de llamarle por teléfono para contarle la verdad. No tenía nada que perder. Nada, salvo su orgullo y su estima...
El teléfono sonó muchas veces. Miley ni se paró a pensar que estaba llamando a altas horas de la madrugada. Por fin alguien contestó. Era Josito, con voz de sueño.
-Residencia Jonas. Dígame.
-Hola, Josito, soy yo. Hubo una breve pausa.
-Me... me alegro de oírla señorita, en que puedo servirla?
-¿Me puedes poner con Nick? Josito carraspeó ligeramente.
-Un momento. ¡Señor Jonas! Es la señorita Cyrus.
Se oyeron unos desagradables cuchicheos ahogados, apenas inteligibles.
Josito volvió al aparato, carraspeando de nuevo.
-¡Ejem! Señorita, dice que...
-¡Díselo, maldita sea! -se oyó la voz de Nick a su lado.
-Lo siento, señorita -continuó Josito muy despacio-, pero dice que... no quiere volver a hablar con usted ni... ni verla nunca más... y también que no le vuelva a molestar.
Miley ni siquiera contestó.
Colgó el auricular y dejó que las lágrimas se deslizasen por sus mejillas. Se sentía como si Nick acabase de dictar su sentencia de muerte. Porque, sin él, eso iba a ser la vida para ella, una muerte constante.
El fin de semana pasó como una pesadilla. El lunes siguiente recibió una buena noticia; su casa ya estaba lista para volver a ser ocupada.
Rápidamente se puso a hacer los preparativos para trasladarse.
Kevin la observaba ir y venir con las manos en los bolsillos. Desde que habían tenido aquella conversación, parecía más feliz y relajado.
-Me ha encantado tenerte en casa -le dijo con una sonrisa-. Y te aseguro que no es porque a Nick le ponga furioso.
-Yo también he estado muy a gusto aquí. Es un favor que te debo.
-¡Qué bien! Así cuando un árbol aplaste mi tejado tendré un sitio seguro a donde ir.
Los dos se echaron a reír.
-Hablando en serio, Miley; cuídate, te veo muy pálida. Deberías ir al médico.
-Deben ser nervios, nada más. Además, no creo que esté enferma, porque en lugar de adelgazar estoy ganando peso. Mira, casi no me puedo abrochar los pantalones.
-De todas formas me preocupas.
-¡Qué amable! -le dijo Miley con una sonrisa de vampiresa-. Oye, ¿harás el favor de decir a quien me llame que ya estoy en casa?
Kevin le dirigió una mirada inquisitiva.
-Sobre todo si se trata de Nick, ¿verdad? Miley se sonrojó.
-Da lo mismo quien sea.
Kevin se quedó pensativo un momento.
-Oye, ¿quieres que le diga que lo del champán de aquella noche no fue más que una broma?
-No, porque si se lo dices yo le tendría que explicar otra mentira que le conté en el baile de caridad... le dejé creer que tenía que marcharme pronto porque tú me estabas esperando aquí, ¿comprendes?
-Pero, ¿por qué hiciste eso?
-Es una larga historia. Por desgracia no le costó nada creérselo, y cuando le llamé para contarle la verdad se negó a ponerse al teléfono. Y me dijo que no volviera a molestarle nunca más.
-Lo más probable es que estuviera fuera de sus casillas y no fuese eso lo que quería decir. Conociéndole...
-Quizás -suspiró Miley-. Sólo me queda esperar. No tuvo que esperar mucho. Aquella misma tarde, un Rolls Royce se detuvo ante su puerta.
Miley se asomó a la ventana a toda prisa pensando que se trataba de Nick, pero la esperaba una decepción. No era Nick quien llegaba, era Josito.
Traía consigo una caja de cartón llena de pequeños objetos que Miley había ido dejando en la casa durante todo aquel tiempo. Al verlos, casi se echa a llorar.
-Lo siento -dijo Josito-. Estos días está que no se puede hablar con él. Le dije que quería llamarla para disculparme por lo que le tuve que decir el otro día, y me amenazó con despedirme.
-¿Despedirte a ti? Pero si llevas años...
-Así es. Pero yo no sé qué le pasa. La noche que usted llamó, se encerró en su cuarto con una botella de whisky y ayer no se pudo levantar en toda la mañana. Es la primera vez, desde la muerte de la señora Jonas, que le veo beber así. Cuando por fin dio señales de vida, me ordenó de muy mala manera que buscase por toda la casa todas las cosas suyas y que las trajera aquí... es decir, a casa del otro señor Jonas. ¡Está furioso, y no hace más que tirar cosas!
Lanzó un suspiro y añadió:
-El otro día, viendo esa serie de televisión que les gustaba tanto a los dos, lanzó una maceta de flores en plena pantalla. ¡Un destrozo!
Miley lanzó un sentido suspiro.
-Josito, dime una cosa... ¿sabes si el señor Jonas sigue saliendo con Melody? Ella me comentó hace poco que iban a pasar un fin de semana en Nassau.
-¿Melody? Pero señorita, de un tiempo a esta parte el señor se pasa las noches en la oficina trabajando en un nuevo pozo...
A la mañana siguiente, en cuanto puso los pies en el suelo, Miley sintió un fuerte mareo y náuseas. Se sentó en la cama, diciéndose a sí misma que no eran más que nervios.
Pero los días se convirtieron en semanas, y las náuseas se repetían invariablemente todas las mañanas. Miley empezó a preocuparse seriamente. Finalmente tuvo que meterse en la cama, porque iba de mal en peor. Cuando ya llevaba dos días, apareció Kevin.
Miley acudió a abrirle en bata, despeinada y pálida como una muerta.
-Hola -dijo con voz débil.
-Dios mío, ¿pero qué te pasa? -le preguntó él mirándola alarmado.
-Debe ser gripe. ¿Qué es ese paquete que traes?
Kevin rasgó el papel de embalar y apareció un cuadro que representaba su casita con el Volkswagen amarillo aparcado en la puerta.
-Es un regalo de bienvenida a tu propia casa -dijo con una sonrisa-. Quiero que te pongas contenta.
A Miley se le llenaron los ojos de lágrimas sin querer. De un tiempo a esa parte le pasaba algo raro; estaba tan sensible que ni siquiera podía ver las películas sentimentales que ponían en televisión.
-Muchas gracias. ¡Qué detalle tan bonito, Kevin!
Él se encogió de hombros con timidez.
-No tenía nada mejor que hacer y... oye, ¿has visto a Nick últimamente?
-No. Ya sabes que todo ha terminado entre nosotros.
-¿Me vas a perdonar alguna vez?
Miley le puso la mano en el hombro.
-No te sientas culpable, Kevin. De todas formas habríamos terminado así. Perdóname, pero tengo que volver a la cama -añadió-. Me encuentro un poco enferma.
-¿Quieres que te traiga algo? ¿Llamo al médico?
Miley meneó la cabeza.
-No debe ser nada importante, el único inconveniente es que resulta muy pesado no poder salir de la cama. Me encuentro sin fuerzas. Me he llevado la máquina de escribir a la cama, no te digo más.
-Bueno, si necesitas algo, llámame, ¿vale?
-Eres un amor, Kevin, gracias.
Kevin hizo un gracioso ademán de despedida y se marchó.
A medida que pasaba el tiempo, Miley fue llegando a la conclusión de que su mal no tenía nada que ver con la gripe. Empezaba a asaltarla una seria sospecha.
La noche que Nick y ella hicieron el amor no tomaron ninguna precaución... Tenía que reconocer que no había ido al médico por miedo a saber la verdad.
Cuando se cumplieron seis semanas, acudió por fin al ginecólogo. El resultado no se dejó esperar. Estaba embarazada. ¡Embarazada! Nada más enterarse de la noticia, Miley se desplomó en su sillón, llevándose las manos al vientre en un movimiento involuntario.
De pronto la asaltó la certeza de que una pequeña vida se estaba desarrollando en su interior. Un hijo.
Un hijo. Sonrió, pensando en las ropitas diminutas y en aquel muñequito al que querría tanto. No importaba que se encontrase sola y soltera... Pero, ¿qué futuro podía esperarle a un niño sin padre? Houston era una ciudad grande, pero aún así ella era muy conocida, y todo el mundo lo comentaría. No iba a poder quedarse allí.
No sería justo para el niño crecer en un ambiente hostil, como un marginado.
Otra solución podía ser casarse con Kevin. Seguramente, él lo haría encantado, pero no era lo que ella quería. Y si Nick se enteraba de que estaba embarazada... A Miley se le dibujó en el rostro una sonrisa amarga. Pensaría que el niño era de Kevin, no suyo.
Ellen y él no pudieron tener hijos, y ella sabía que Nick se había negado siempre a someterse a pruebas para averiguar cuál de los dos era el estéril.
Por un momento, Miley consideró la posibilidad de contárselo. Pero sólo fue un momento.
No merecía la pena decírselo, pues sabía que Nick nunca iba a creer que el niño era suyo. Y, en caso de que lo creyera y la pidiera que se casase con él, lo haría por obligación, pues estaba muy claro que no la amaba.
Con un suspiro, Miley se levantó del sillón y se dispuso a ponerse a trabajar.
En aquel momento sonó el timbre de la puerta. «Oh, no», pensó, «por favor, que no sea la señorita Rose». Estaba cansada' de oír sus interminables quejas por culpa de los ruidosos vecinos de enfrente.
Abrió la puerta, resignada a lo peor. Pero no era la señorita Rose, sino Nick Jonas, que llevaba un ramo de rosas blancas en la mano.
Enseguida se arrepintió y sintió la imperiosa necesidad de llamarle por teléfono para contarle la verdad. No tenía nada que perder. Nada, salvo su orgullo y su estima...
El teléfono sonó muchas veces. Miley ni se paró a pensar que estaba llamando a altas horas de la madrugada. Por fin alguien contestó. Era Josito, con voz de sueño.
-Residencia Jonas. Dígame.
-Hola, Josito, soy yo. Hubo una breve pausa.
-Me... me alegro de oírla señorita, en que puedo servirla?
-¿Me puedes poner con Nick? Josito carraspeó ligeramente.
-Un momento. ¡Señor Jonas! Es la señorita Cyrus.
Se oyeron unos desagradables cuchicheos ahogados, apenas inteligibles.
Josito volvió al aparato, carraspeando de nuevo.
-¡Ejem! Señorita, dice que...
-¡Díselo, maldita sea! -se oyó la voz de Nick a su lado.
-Lo siento, señorita -continuó Josito muy despacio-, pero dice que... no quiere volver a hablar con usted ni... ni verla nunca más... y también que no le vuelva a molestar.
Miley ni siquiera contestó.
Colgó el auricular y dejó que las lágrimas se deslizasen por sus mejillas. Se sentía como si Nick acabase de dictar su sentencia de muerte. Porque, sin él, eso iba a ser la vida para ella, una muerte constante.
El fin de semana pasó como una pesadilla. El lunes siguiente recibió una buena noticia; su casa ya estaba lista para volver a ser ocupada.
Rápidamente se puso a hacer los preparativos para trasladarse.
Kevin la observaba ir y venir con las manos en los bolsillos. Desde que habían tenido aquella conversación, parecía más feliz y relajado.
-Me ha encantado tenerte en casa -le dijo con una sonrisa-. Y te aseguro que no es porque a Nick le ponga furioso.
-Yo también he estado muy a gusto aquí. Es un favor que te debo.
-¡Qué bien! Así cuando un árbol aplaste mi tejado tendré un sitio seguro a donde ir.
Los dos se echaron a reír.
-Hablando en serio, Miley; cuídate, te veo muy pálida. Deberías ir al médico.
-Deben ser nervios, nada más. Además, no creo que esté enferma, porque en lugar de adelgazar estoy ganando peso. Mira, casi no me puedo abrochar los pantalones.
-De todas formas me preocupas.
-¡Qué amable! -le dijo Miley con una sonrisa de vampiresa-. Oye, ¿harás el favor de decir a quien me llame que ya estoy en casa?
Kevin le dirigió una mirada inquisitiva.
-Sobre todo si se trata de Nick, ¿verdad? Miley se sonrojó.
-Da lo mismo quien sea.
Kevin se quedó pensativo un momento.
-Oye, ¿quieres que le diga que lo del champán de aquella noche no fue más que una broma?
-No, porque si se lo dices yo le tendría que explicar otra mentira que le conté en el baile de caridad... le dejé creer que tenía que marcharme pronto porque tú me estabas esperando aquí, ¿comprendes?
-Pero, ¿por qué hiciste eso?
-Es una larga historia. Por desgracia no le costó nada creérselo, y cuando le llamé para contarle la verdad se negó a ponerse al teléfono. Y me dijo que no volviera a molestarle nunca más.
-Lo más probable es que estuviera fuera de sus casillas y no fuese eso lo que quería decir. Conociéndole...
-Quizás -suspiró Miley-. Sólo me queda esperar. No tuvo que esperar mucho. Aquella misma tarde, un Rolls Royce se detuvo ante su puerta.
Miley se asomó a la ventana a toda prisa pensando que se trataba de Nick, pero la esperaba una decepción. No era Nick quien llegaba, era Josito.
Traía consigo una caja de cartón llena de pequeños objetos que Miley había ido dejando en la casa durante todo aquel tiempo. Al verlos, casi se echa a llorar.
-Lo siento -dijo Josito-. Estos días está que no se puede hablar con él. Le dije que quería llamarla para disculparme por lo que le tuve que decir el otro día, y me amenazó con despedirme.
-¿Despedirte a ti? Pero si llevas años...
-Así es. Pero yo no sé qué le pasa. La noche que usted llamó, se encerró en su cuarto con una botella de whisky y ayer no se pudo levantar en toda la mañana. Es la primera vez, desde la muerte de la señora Jonas, que le veo beber así. Cuando por fin dio señales de vida, me ordenó de muy mala manera que buscase por toda la casa todas las cosas suyas y que las trajera aquí... es decir, a casa del otro señor Jonas. ¡Está furioso, y no hace más que tirar cosas!
Lanzó un suspiro y añadió:
-El otro día, viendo esa serie de televisión que les gustaba tanto a los dos, lanzó una maceta de flores en plena pantalla. ¡Un destrozo!
Miley lanzó un sentido suspiro.
-Josito, dime una cosa... ¿sabes si el señor Jonas sigue saliendo con Melody? Ella me comentó hace poco que iban a pasar un fin de semana en Nassau.
-¿Melody? Pero señorita, de un tiempo a esta parte el señor se pasa las noches en la oficina trabajando en un nuevo pozo...
A la mañana siguiente, en cuanto puso los pies en el suelo, Miley sintió un fuerte mareo y náuseas. Se sentó en la cama, diciéndose a sí misma que no eran más que nervios.
Pero los días se convirtieron en semanas, y las náuseas se repetían invariablemente todas las mañanas. Miley empezó a preocuparse seriamente. Finalmente tuvo que meterse en la cama, porque iba de mal en peor. Cuando ya llevaba dos días, apareció Kevin.
Miley acudió a abrirle en bata, despeinada y pálida como una muerta.
-Hola -dijo con voz débil.
-Dios mío, ¿pero qué te pasa? -le preguntó él mirándola alarmado.
-Debe ser gripe. ¿Qué es ese paquete que traes?
Kevin rasgó el papel de embalar y apareció un cuadro que representaba su casita con el Volkswagen amarillo aparcado en la puerta.
-Es un regalo de bienvenida a tu propia casa -dijo con una sonrisa-. Quiero que te pongas contenta.
A Miley se le llenaron los ojos de lágrimas sin querer. De un tiempo a esa parte le pasaba algo raro; estaba tan sensible que ni siquiera podía ver las películas sentimentales que ponían en televisión.
-Muchas gracias. ¡Qué detalle tan bonito, Kevin!
Él se encogió de hombros con timidez.
-No tenía nada mejor que hacer y... oye, ¿has visto a Nick últimamente?
-No. Ya sabes que todo ha terminado entre nosotros.
-¿Me vas a perdonar alguna vez?
Miley le puso la mano en el hombro.
-No te sientas culpable, Kevin. De todas formas habríamos terminado así. Perdóname, pero tengo que volver a la cama -añadió-. Me encuentro un poco enferma.
-¿Quieres que te traiga algo? ¿Llamo al médico?
Miley meneó la cabeza.
-No debe ser nada importante, el único inconveniente es que resulta muy pesado no poder salir de la cama. Me encuentro sin fuerzas. Me he llevado la máquina de escribir a la cama, no te digo más.
-Bueno, si necesitas algo, llámame, ¿vale?
-Eres un amor, Kevin, gracias.
Kevin hizo un gracioso ademán de despedida y se marchó.
A medida que pasaba el tiempo, Miley fue llegando a la conclusión de que su mal no tenía nada que ver con la gripe. Empezaba a asaltarla una seria sospecha.
La noche que Nick y ella hicieron el amor no tomaron ninguna precaución... Tenía que reconocer que no había ido al médico por miedo a saber la verdad.
Cuando se cumplieron seis semanas, acudió por fin al ginecólogo. El resultado no se dejó esperar. Estaba embarazada. ¡Embarazada! Nada más enterarse de la noticia, Miley se desplomó en su sillón, llevándose las manos al vientre en un movimiento involuntario.
De pronto la asaltó la certeza de que una pequeña vida se estaba desarrollando en su interior. Un hijo.
Un hijo. Sonrió, pensando en las ropitas diminutas y en aquel muñequito al que querría tanto. No importaba que se encontrase sola y soltera... Pero, ¿qué futuro podía esperarle a un niño sin padre? Houston era una ciudad grande, pero aún así ella era muy conocida, y todo el mundo lo comentaría. No iba a poder quedarse allí.
No sería justo para el niño crecer en un ambiente hostil, como un marginado.
Otra solución podía ser casarse con Kevin. Seguramente, él lo haría encantado, pero no era lo que ella quería. Y si Nick se enteraba de que estaba embarazada... A Miley se le dibujó en el rostro una sonrisa amarga. Pensaría que el niño era de Kevin, no suyo.
Ellen y él no pudieron tener hijos, y ella sabía que Nick se había negado siempre a someterse a pruebas para averiguar cuál de los dos era el estéril.
Por un momento, Miley consideró la posibilidad de contárselo. Pero sólo fue un momento.
No merecía la pena decírselo, pues sabía que Nick nunca iba a creer que el niño era suyo. Y, en caso de que lo creyera y la pidiera que se casase con él, lo haría por obligación, pues estaba muy claro que no la amaba.
Con un suspiro, Miley se levantó del sillón y se dispuso a ponerse a trabajar.
En aquel momento sonó el timbre de la puerta. «Oh, no», pensó, «por favor, que no sea la señorita Rose». Estaba cansada' de oír sus interminables quejas por culpa de los ruidosos vecinos de enfrente.
Abrió la puerta, resignada a lo peor. Pero no era la señorita Rose, sino Nick Jonas, que llevaba un ramo de rosas blancas en la mano.
aaaaaaaaaaaa
ResponderEliminaresta embarazadaaaa!!!
jejejeje
me encantoooo