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viernes, 24 de septiembre de 2010

Novelas Niley " Amigos y Amantes" Cap 9




Miley se le quedó mirando como si fuera una aparición. Iba vestido con su elegancia de siempre, impecable con su traje azul marino.
-Acabo de mantener una larga conversación con mi primo -dijo mirándola fijamente-. Ahora veo que tenía razón. Te encuentro desmejorada.
Miley sintió ganas de llorar. Iba a reconciliarse, cuando ya no había remedio. Todo estaba perdido... La angustia se le agolpó en la garganta, formando un nudo difícil de tragar.
-Me alegro de verte por aquí, Nick, pero la fiesta de reinauguración de la casa será dentro de diez años. Yo me ocuparé personalmente de que te llegue una invitación -añadió intentando cerrar la puerta.
Nick la detuvo con el pie.
-¿No vas a dejarme pasar aunque sea en nombre de los viejos tiempos? -le preguntó mirándola con ansiedad.
-No vas a pasar -fue la respuesta-. Y ahora, por favor, quita el pie de ahí.
Nick esbozó una mueca de desesperación.
-Lo que le mandé a Josito que te dijera por teléfono no era verdad.
-Ah, ¿no? -preguntó Miley mirándole con los ojos cargados de tristeza.
Nick apretó la mano con que tenía cogidas las rosas.
-Pero, Dios mío, ¿qué esperabas? ¿Querías que me pusiera de rodillas cuando acababas de decirme que mi primo te estaba esperando para acostarse contigo?
-Deberías haberme creído, Nick, pero desde el principio. ¡En cuanto me viste en el estudio de tu primo te pensaste lo peor! Y eso no te lo perdono, Nick. No te lo perdono porque lo que más me puede doler es que no confíes en mí.
-Tú no sabes cómo están las cosas entre mi primo y yo. Nuestra rivalidad no viene de ahora, sino de años atrás, sobre todo desde la muerte de Ellen. Él me odia por ciertas cosas que yo no podía evitar, que se escapaban a mi voluntad. Y ninguno de los dos hemos dado jamás ningún paso para reconciliarnos, hasta esta mañana. Mi primo... le ha dicho a Josito que quería hablar conmigo. Le dije que viniera a mi oficina y hemos charlado... sobre el pasado y sobre ti. Estaba muy preocupado por tu salud -concluyó con un suspiro-. Y es verdad. Estás pálida...
Miley se echó hacia atrás la larga melena, perfectamente consciente de cómo Nick seguía su movimiento con la mirada.
-Lo que pasa es que estoy trabajando muy deprisa, porque me han puesto una fecha límite y duermo muy poco. Ayer fui al médico y me dijo que me encuentra perfectamente.
«Para estar embarazada», añadió para sus adentros.
-¿Estás segura de que el médico te examinó bien? -preguntó Nick frunciendo el ceño.
-Sí, Nick, y ahora, si no te importa, márchate. Estoy muy ocupada...
-Y yo también, ¡maldita sea! Ahora mismo tenía que estar reunido con un jeque árabe, y le he dejado plantado.
-Entonces no te entretengo más -contestó Miley intentando cerrar la puerta de nuevo.
-¿Quieres hacer el favor de escucharme? -gritó Nick furioso.
-Sí, ¡voy a escucharte igual que me escuchaste tú cuando intenté contarte lo de Kevin!
-Eso ya me lo ha contado él, todo lo que dijo y por qué, y también la mentira que me hiciste creer en el baile de Caridad.
Miley se sonrojó vivamente, desviando la mirada.
-Eso ya no tiene ninguna importancia. Pasó a la historia. Se acabó.
-Miley, yo no puedo aceptarlo. ¿No lo comprendes?
Miley le miró con los ojos centelleantes.
-¿Qué te ha dicho Kevin?
Nick adoptó entonces una actitud de fría dignidad.
-¿Aceptas las rosas por lo menos? Las malditas flores me dan alergia.
-¡Encantada!
Miley le arrancó las rosas de la mano y se las estampó en la pechera de su camisa de seda blanca.
A la mañana siguiente, Miley se levantó, se tomó la pastilla contra las náuseas que el médico le había recetado y se vistió para marcharse de compras a la ciudad. Estaba engordando a pasos agigantados y necesitaba ropa amplia.
Sin embargo, no tenía intención todavía de comprarse modelos premamá. Antes de manifestar públicamente su embarazo debía decidir su futuro. Una de las posibilidades era marcharse con una vieja tía suya que vivía muy lejos, pero para ello debería inventarse la historia de un marido trágicamente muerto en un accidente.
Miley quería unos cuantos pares de pantalones de cintura elástica, pero no los encontró por ninguna parte, así que no le quedó otro remedio que ir al gran complejo comercial de la parte administrativa de Houston, desgraciadamente donde Nick tenía su oficina.
Por fin, en una pequeña tienda, encontró lo que quería. Compró tres pares de pantalones, tres tallas más grandes de lo que ella solía usar y dos blusas amplias a juego. Cuando hubo terminado, salió a la calle y se sentó en un banco a descansar un poco.
Empezaba a sentir un calor insoportable, apenas podía respirar del sofoco. Se encontraba cada vez peor. Agachó la cabeza, pero el mareo y las náuseas se hicieron más intensos, hasta el punto de que se sentía incapaz de llegar al coche.
Después de unos minutos agobiantes, decidió que tenía que andar como fuera, porque o hacía el esfuerzo, o se quedaba allí sentada todo el día.
Con el bolso en una mano y el paquete en la otra, Miley echó a andar con paso vacilante, mientras las paredes iniciaban una absurda danza circular a su alrededor y las figuras se desdibujaban. Lo último que acertó a ver fue un hombre alto, vestido con un traje oscuro, de rostro borroso. Después, su visión quedó reducida a una nube de puntos blancos y negros...
Despertó tumbada en un sofá, mirando a un techo que le resultaba completamente desconocido. Volvió a cerrar los ojos, respirando profundamente. Gracias a Dios, ya no tenía ganas de vomitar. Se encontraba tranquila y relajada. El mareo había remitido. Muy cerca de su rostro, los ojos atormentados de Nick Jonas la vigilaban.
-¿Te encuentras mejor?
Miley miró a su alrededor. Había en la habitación tres hombres desconocidos, que estaban de pie, cerca de la puerta, y Nick, que se encontraba sentado a su lado en el sofá.
-Sí, gracias -contestó con un hilo de voz.
-¿Te importa decirme entonces qué demonios hacías paseando por el centro comercial con este maldito calor? Miley sacó fuerzas de su indignación para incorporarse y sentarse.
-Estaba de compras. ¿O es que no lo ves? -dijo señalando a los paquetes-. Además. ¿A ti qué te importa dónde me desmaye yo? ¿Es que eres el dueño de las tiendas?
Los otros tres personajes se retiraron discretamente, dejando la puerta cerrada.
-¿Te apetece beber algo frío?
-Bueno, una limonada no me vendría mal.
-Ahora mismo te la traigo -dicho esto, salió del despacho. Miley se entretuvo contemplando el despacho, que estaba decorado con notable buen gusto. Cuando llegó, bebió un largo sorbo de refresco. Estaba helado.
-Eres como un mago -murmuró.
-Eso es exactamente lo que soy -respondió Nick con una extraña sonrisa y un brillo malicioso en los ojos-. ¿No quieres nada de comer? -añadió-. ¿Qué has desayunado hoy?
-Una taza de té.
-¡Cómo es posible! Anda, ven conmigo. Te invito a comer.
-Todavía no es la hora de comer -protestó Miley.
-Entonces te invito a desayunar.
-Es ya un poco tarde para eso.
-Mira, nena, si a mí me apetece desayunar a las doce de la noche, pues desayuno sin más. ¿Qué te apuestas?
Miley sonrió. Hacía siglos que no le sonreía así a Nick. La reacción de él la dejó atónita; se quedó mirándola tanto rato que ella no fue capaz de sostenerle la mirada y bajó los ojos tímidamente.
-¿Vamos, Smile?
Miley se alegró enormemente al oír de nuevo aquel diminutivo; eso significaba que Nick ya no estaba enfadado con ella... había por lo tanto esperanza de que volvieran a ser amigos, por lo menos hasta que ella se fuese a vivir fuera con su hijo.
Tomaron huevos fritos con jamón en un pequeño restaurante. Nick se encontraba pletórico.
-Los huevos son muy buenos para evitar los mareos -decía-, porque contienen muchas proteínas. La carne asada tampoco viene mal. Si quieres, podemos cenar juntos esta noche. Miley le miró con cierto temor.
-No lo sé...
Nick se inclinó sobre la mesa y pasó su mano sobre la de ella.
-Nena, no voy a intentar llevarte a la cama otra vez, lo prometo. Si tú no quieres, ni siquiera te tocaré.
-Nick, ¿tú crees que podemos volver atrás, como si nada hubiera pasado?
-No, lo único que podemos hacer es avanzar día a día, paso a paso. Sin compromisos, sin tensiones, sin mirar atrás. Miley le miró despacio, pensando que no debería aceptar. Su sentido común le decía que lo que tenía que hacer era huir lo antes posible.
Pero le amaba demasiado como para rechazar aquella mano de consuelo que le tendía. Unos cuantos días más en su compañía no tenían por qué hacerle ningún daño. Después, en cuanto su estado empezase a hacerse manifiestamente evidente, se marcharía de Houston.
-Me parece muy bien -contestó después de un momento-. Podemos cenar juntos esta noche.
La expresión de Nick se iluminó.
-Mandaré a Josito a buscarte a las seis. O mejor todavía iré yo con él.
-¡Pero Nick! No necesito una escolta completa.
-Es que no quiero que conduzcas sola por la noche, ¿vale?
-Pero si siempre he conducido sola y nunca me ha pasado nada.
Nick la miró como si estuviera muriéndose por decirle algo y no se atreviera.
-Esta semana ha habido dos atracos. Y ha sido siempre por la noche. Hazlo por mí, por favor.
Miley se echó a reír.
-Muy bien. La gasolina es tuya.
-Exactamente, la gasolina es mía. Y además, ¿de qué sirve tener una compañía de petróleo si no puedes disfrutar consumiendo tu propio producto?
Miley no pudo discutirle eso.
A las seis en punto el Rolls se paró en su puerta. Dentro la esperaban un Josito sonriente y un Nick radiante y guapísimo.
-¿Dónde vamos? -preguntó Miley. ((Miley iba vestida como en la imagen))
-Vamos al sitio donde preparan la mejor carne asada de Houston -replicó Nick con una sonrisa.
-¿Y dónde es eso?
-En mi casa.
Miley palideció sin querer, pero rápidamente Nick le cogió la mano con gesto tranquilizador.
-No tienes nada que temer -le dijo en voz baja-. Recuerda lo que te he dicho antes. Además, Josito va a quedarse en casa toda la noche.
Miley se tranquilizó un tanto, aunque no del todo, porque sabía que en cuanto cruzase aquel umbral los recuerdos de aquella noche única iban a agolparse en su memoria.
Por un momento se preguntó qué pasaría si de pronto le dijera a Nick que estaba embarazada. Probablemente se desmayaría...pero, ¿y después?
Eso era una incógnita para ella.
La carne estaba deliciosa, así como los bollitos de pan, las patatas asadas y la salsa. Miley lo devoró todo como si aquella fuese la última comida de su vida, siempre bajo la mirada atenta y divertida de Nick.
-Estaba buenísimo -comentó ella al terminar, quizás un poco a la defensiva.
-Me alegro de que te haya gustado.
Se levantaron de la mesa y fueron a sentarse al salón.
-¿Quieres una copita de coñac?
Miley lo rechazó, pensando que no le haría bien al niño que estaba por venir.
Nick se sirvió un vaso de whisky y, apoyado en el bar, la contempló con mirada ardiente.
-¿Te gusta la tela de mi vestido? -preguntó ella con fingida inocencia.
-Prefiero la percha. Además, has engordado un poco, me he dado cuenta.
Miley sonrió y le hizo un sitio a Nick, que se sentó junto a ella en el sofá. Mirándole, se le vino a la memoria cómo terminó la velada el último día que estuvieron así.
-No me mires con tanto pavor. He prometido no tocarte, ¿verdad?
-Pero es que a veces también se puede tocar con la mirada, Nick Jonas, y tú lo sabes hacer especialmente bien. Miley le sentía cerca, turbadora mente cerca... Su calor, su olor característico. Cada vez más nerviosa, cruzó las piernas en una postura rígida.
Nick se recostó en el respaldo con un profundo suspiro. Parecía muy fatigado.
-¿Estás cansado?
-Estoy muerto. Últimamente llevo un ritmo de trabajo que mataría a cualquiera. Por no mencionar lo mucho que me ha afectado enfadarme contigo -añadió mirándola con el rabillo del ojo.
Miley se ruborizó.
-No me eches a mí la culpa de todo, por favor. Todo empezó por culpa de tus exageradas sospechas.
-No, nena. Todo se desencadenó en el momento en que te llevé a la cama. Dime una cosa, Miley, ¿te ha resultado tan difícil como a mí dejar de vernos?
Ella asintió.
-Hasta ahora no me había dado cuenta de la cantidad de tiempo que pasábamos juntos normalmente. Me sentía... sola -añadió con una sonrisa tímida.
-Yo también -dijo Nick. Entonces la cogió la mano y, entrelazando sus dedos con los de ella, añadió-: Miley, imagínate que pasáramos mucho más tiempos juntos.
-¿Qué quieres decir?
Él respiró hondo y la miró directamente a los ojos.
-Quiero decir que... ¿por qué no nos casamos?
Miley se quedó muda de la impresión, incapaz de hacer otra cosa más que mirarle.
-¡Vaya por Dios! -exclamó Nick chasqueando la lengua-. No debería habértelo dicho tan de sopetón. Yo quería ir sugiriéndotelo poco a poco... Pero, bueno, ya está hecho. ¿Te quieres casar conmigo?
-Pero nosotros... Tú siempre dices que no quieres volver a casarte.
-He cambiado de idea.
Nick, muy nervioso, se puso un cigarrillo en los labios y lo encendió. Miley seguía contemplándole, atónita. En ningún momento Nick le había dicho que la amaba. También estaba el niño... ¿cómo convencerle de que era verdaderamente suyo y no de Kevin? ¿Y si volvía a abandonarla? El embarazo empezaría a ser patente un mes más tarde; la situación era imposible.
-No puedo casarme contigo -dijo al fin.
Por la sonrisa que le dirigió Nick, el miedo y la indecisión de Miley debían leerse claramente en su rostro.
-Yo creo que sí te vas a casar conmigo, nena. Lo único que necesitas es hacerte a la idea. Ya sabes que yo siempre me salgo con la mía... precisamente a ti te deseo muchísimo. Y ahora mismo más que nunca -añadió con un insinuante susurro.
-¿Por qué? -preguntó Miley turbada.
-Te sorprenderías si te lo dijera, nena. Mejor ven aquí y te lo demostraré sobre la marcha.
Sin dar lugar a más, Miley cogió su bolso y se dirigió hacia la puerta con paso enérgico.
-Adiós, Nick. Gracias por la cena.
-¿Cómo pretendes marcharte a casa? -preguntó él sin alterarse lo más mínimo.
-Buscaré un taxi.
-Espera un momento. Voy a llamar a Josito para que te lleve a casa en coche. Yo no iré esta vez, tranquila. Lo prefieres, ¿verdad?
-Si quieres que te sea sincera, sí.
Entonces Nick se levantó y la acompañó afuera con una sonrisa. Por el camino iba diciendo:
-No te olvides de lo que te he dicho, Smiley. Me saldré con la mía más tarde o más temprano.
La casa de Miley iba cobrando gradualmente el aspecto de una floristería. Cada día llegaba una variedad de rosas distintas; rojas, rosas, blancas, amarillas. Todas de Nick.
También mandaba a Josito por las mañanas, a la hora del desayuno, con un plato de huevos fritos con jamón.
Pero Miley no cedía un ápice de todas aquellas atenciones, y se negaba a hablar con él, aunque la llamase seis veces al día, cada cuatro horas exactamente. Y se negaba por miedo a que la convenciera. Conocía a Nick tan bien como para saber que cuando algo se le ponía en la cabeza solía llegar hasta el final, sin reparar en obstáculos. No obstante, su decisión era firme.
Ella le demostraría a Nick Jonas que las cosas no siempre se pueden conseguir a base de voluntad.
El viernes por la tarde, como tenía por costumbre, Miley fue al supermercado para hacer la compra de la semana. En la puerta se encontraba Nick, esperándola con gesto impaciente.
-¿Se puede saber por qué te niegas a hablar conmigo? -gruñó nada más verla-. ¿Es que no te gustan las condenadas rosas que te mando?
-Me tienen que gustar, no me queda otro remedio -replicó Miley impacientemente-. Tengo dos habitaciones llenas hasta arriba. Ya he hecho con ellas almohadillas perfumadas, jabones, adornos para pasteles... ¡hasta puedo bañarme en agua de rosas si quiero!
-Pues yo creía que te gustaban las rosas.
-Fíjate qué curioso, yo también. ¡Lo que no me gusta es morir enterrada por kilos de rosas! Me estoy quedando sin cacharros de cocina, porque todos los estoy utilizando como jarrones. ¡Si sigo así voy a morirme de hambre!
-Ah, entonces le diré a Josito que te lleve también la comida y la cena, preparadas de mi casa.
La gente de su alrededor les dirigía miradas de asombro.
-¡No! -exclamó Miley horrorizada-. Con el desayuno tengo suficiente, gracias. Además, a propósito, tú sabes perfectamente que odio desayunar.
-Has estado enferma, Miley. Necesitas recuperar fuerzas. Si te casaras conmigo, no habría problema, porque yo mismo me encargaría de darte de comer personalmente.
-¡Mira, Nick, te repito por última vez que no pienso casarme contigo! Por favor, déjame en paz.
-No pienso marcharme hasta que me digas que sí. Tengo todo el día libre, te acompañaré a donde vayas.
Miley le dirigió una mirada furibunda, y después fue hacia la sección de pastelería.
-Te encanta el merengue, ¿verdad Nick? Él asintió.
-Sí me gusta mucho. Qué, ¿me vas a comprar un pastelito? Miley cogió un pastel y lo miró con una sonrisa beatífica.
-Sí, cariño. Aquí tienes, que lo disfrutes.
Dicho y hecho, se lo aplastó en mitad de la cara.

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