Miley creyó que la jugarreta del pastel le desanimaría. Pero se equivocaba.
A la mañana siguiente, salió muy temprano de su casa para correr un poco y empezar bien el día. De pronto, oyó el motor de un coche que parecía seguirla de cerca. Miró hacia atrás.
Allí estaba el llamativo Rolls blanco de Nick, con Josito al volante y su flamante dueño con la cabeza asomada por la ventanilla trasera.
-Buenos días -dijo Nick.
-Buenos días -contestó Miley sin hacerle ni caso.
-Qué día tan bonito hace hoy, ¿verdad? Parece mentira que todavía no hayamos entrado plenamente en el verano. Miley continuó corriendo sin mirarle.
-Sí. Hace un día precioso.
-¿Por qué no descansas un poquito y te vienes con nosotros a dar un paseo en coche?
-¿No te parecería mejor que tú salieras del coche y corrieras un rato conmigo? ¿No decías que los ejecutivos están tan gordos por culpa de la vida sedentaria que llevan?
Josito detuvo el coche y un momento después, Nick corría a su lado.
-Miley, muchas gracias por el pastel. El otro día no tuve ocasión de dártelas. Lo
poco que probé era delicioso. Miley no se pudo contener más y soltó la carcajada.
-No hay de qué. De verdad, Nick, lo siento, pero fue un impulso de esos que me dan. No pude contenerme.
-¿El plato de espaguetis también fue un impulso?
-¡Yo creía que te gustaban los espaguetis!
-Antes, sí. Oye, Miley, estás muy pálida. ¿Te encuentras bien?
-Sí.
La verdad era que se sentía fatal, pero no pensaba demostrarlo. Continuaron corriendo un rato en silencio, acompañados siempre por el Rolls. No serían más de las cinco y media de la mañana. De pronto, el suelo se volvió blando bajo los pies de Miley, y una sensación de angustia le inundó la garganta.
-Nick, me parece que me voy a desmayar -consiguió decir con voz entrecortada.
Nick la cogió en vilo justo cuando empezaban a doblárseles las piernas, y la levantó en brazos.
-¡Miley! ¿Qué te pasa? -preguntó alarmado.
Ella no dijo nada. Se limitó a apoyar la cabeza en su pecho y a cerrar los ojos, aliviada al sentirse en aquel refugio seguro. Nick se metió enseguida en el coche con ella. La colocó sobre sus piernas y le dijo a Josito que condujera sin rumbo fijo.
-Miley, tú me contaste que el médico te dijo que no tenías nada. ¿A qué viene esto entonces?
-Nick, no me des la lata -gimió Miley-. Estoy mareadísima.
Nick la apretó con ternura entre sus brazos.
-¿Quieres beber algo frío entonces? ¿Una limonada, un granizado?
Miley se acurrucó contra su pecho.
-Me apetece algo helado.
-Dicho y hecho, nena. Josito, llévanos a esa heladería nueva que han abierto por aquí.
-Sí señor. ¿Se encuentra mejor la señorita?
-Eso creo.
Miley ya iba recuperando los colores. Nick la miró muy serio.
-Nena, ¿por qué no te casas conmigo? ¿Es que ni siquiera vas a pensártelo?
Ella le miró a los ojos.
-Está bien, Nick. Lo pensaré. Pero, por favor, no sigas persiguiéndome. Se trata de una decisión muy importante que necesito tomar yo sola. No quiero que me presiones. Me hace falta un poco de tiempo, nada más.
-Lo que tú digas, Smiley -murmuró Nick abrazándola-. Lo que tú digas.
Pero de nada servían las promesas, porque las rosas seguían llegando puntualmente. Miley no se lo reprochaba, ya que conocía por experiencia la forma de ser de Nick y sabía muy bien que no iba a cambiar de la noche a la mañana. Lo que más la impacientaba era encontrárselo en todas partes, como si la estuviera vigilando continuamente.
Una mañana, volvía del supermercado a casa cuando, en mitad de la carretera, tuvo un pinchazo. Tratando de conservar la calma a pesar de su desesperación, salió del coche y buscó en el maletero las herramientas necesarias para arreglarlo. Cuándo se disponía a meter el gato debajo de la rueda, sintió un crujido de ramas muy cerca.
Antes de volverse, supo que se trataba de Nick. Efectivamente, acababa de dejar el Ferrari aparcado al otro lado de la carretera y se acercaba hacia ella.
-¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? -preguntó de mala manera.
-Pues creo que está bastante claro. Estoy cambiando una rueda.
Nick se quitó la chaqueta y se remangó la camisa hasta los codos.
-Quítate de ahí, anda. Eso es trabajo de hombres.
-¡Cómo te atreves! -exclamó Miley interponiéndose entre el gato y él-. ¡Te recuerdo que no estamos en la edad de piedra. Además, tú puedes tener una compañía de petróleo si quieres pero no eres dueño de este coche ni de mí. ¿Entendido?
-He dicho que voy a cambiar la rueda. Quítate de ahí.
-¡No!
-Tú y yo nos vamos a casar, Miley -anunció Nick-. Y pronto. Ya no puedo esperar más; estoy cansado de cuidar de ti mientras espero a que te decidas de una vez.
-¿Qué quieres decir con eso?
Al otro lado de la calle empezaba a congregarse un grupo de personas que contemplaban la escena, entre divertidos y curiosos.
-¡Quiero decir que me estás volviendo loco! ¿Comprendes?
-¿Quién? ¿Yo? -gritó Miley indignada.
-¡Tú! Por tu culpa no puedo comer, no puedo dormir, ni siquiera puedo trabajar como es debido. ¡Dedico todo mi tiempo a vigilarte para que no te pase nada!
-¡Pero bueno! ¿Es que acaso es tan peligroso correr un poco por las mañanas o cambiar una rueda?
-¡En tu estado, sí!
Miley palideció instantáneamente.
-¿Cómo dices? ¿En mi estado?
Nick exhaló un gran suspiro; empezó a decir algo, pero luego cambió de opinión.
-Lo que quiero decir, querida, es que últimamente has estado enferma y todavía no te has recuperado del todo. ¡Ponerte a cambiar una rueda con este calor no puede hacerte ningún bien!
Miley inclinó la cabeza y le observó con cuidado, sin moverse.
-¿Quiere apartarse de ahí su señoría, o prefiere que la quite yo de en medio? -le preguntó Nick, que parecía haber llegado al colmo de su paciencia.
-¡Tú intenta quitarme a la fuerza y verás!
Un segundo después, Nick la había levantado del suelo y la llevaba en brazos hasta el otro lado de la calle, donde tenía aparcado su coche.
-¡Nicholas Jerry Jonas! -empezó a decir Miley. Nick se detuvo junto al deportivo negro y la hizo callar con un largo y apasionado beso en los labios, haciendo caso omiso de los numerosos mirones.
Ella ni siquiera se resistió. Los labios de Nick la hacían perder la razón con sus movimientos lentos y suaves.
Nick tomó aire.
-¿Quieres seguir discutiendo conmigo? -susurró.
-Sí, si tu castigo va a ser como el que me acabas de dar, quiero discutir.
Nick se echó a reír suavemente.
-Espera a que lleguemos a casa, nena -dijo dejándola en el suelo-. Anda, entra. Ya enviaré a alguien para que venga a recoger tu coche.
-Ah, ¿es que lo vas a dejar ahí?
-No creo que se escape, ¿verdad? Miley esbozó una mueca.
-Pues lo mínimo que puedes hacer es traerme mi bolso. Nick elevó los ojos al cielo como invocando paciencia.
-De acuerdo -dijo.
«Conque trabajo de hombres, ¿eh?», se dijo Miley, pasándose al asiento del conductor. Al tiempo que arrancaba, sacó medio cuerpo por la ventanilla y gritó:
-¡Dejaré tu coche enfrente de mi casa! ¡Cuando me traigas el Volkswagen puedes llevártelo!
Y después de derrapar se alejó a toda velocidad, entre las risas de los curiosos y la manifiesta desesperación de Nick Jonas.
Nick lo sabía todo. Estaba segura. Así se explicaba su extraña actitud, los regalos, los encuentros inesperados. Sabía lo del niño, y por eso insistía en casarse con ella. Quería a su hijo y también a Miley, aunque sólo fuese físicamente. Seguramente lo que le impulsaba a pedirle el matrimonio era su abrumador sentido de la responsabilidad. Nick nunca consentiría que un hijo suyo fuera ilegítimo.
Cuando llegó a casa ya se había echado a llorar desconsoladamente. Dejó el Ferrari fuera, con las llaves puestas, y corrió a encerrarse.
Pasó horas y horas llorando. Cuando empezaba a calmarse, se oyeron unos golpes furiosos en la puerta.
-¡Vete! -gritó entre sollozos.
-O me abres o echo la puerta abajo. Tú decides. Pensando en lo caras que estaban las puertas, Miley se decidió a abrir. Antes se limpió las lágrimas apresuradamente con el reverso de la mano.
La expresión terrible de Nick se dulcificó un tanto cuando la miró a la cara.
-Te he traído tu coche -le dijo tendiéndole las llaves-. ¿Te encuentras bien?
-Gracias -contestó Miley intentando aparentar una calma que estaba muy lejos de sentir.
Nick esbozó un gesto vago, como si quisiera decirle algo.
-Hasta luego -dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Miley contempló su espalda con los ojos llenos de lágrimas. Pensó que era una ingrata, Nick se tomaba todas aquellas molestias porque estaba preocupado, mientras ella le pagaba tirándole pasteles a la cara y obligándole a cambiar una rueda a pleno sol.
-¡Nick!
Nick se detuvo en seco, sin volverse.
-Si quieres... venir a cenar esta noche a las siete, te invito a espaguetis.
Hubo un largo silencio.
-Sí, aquí estaré -dijo por fin, en voz muy baja. Luego se marchó sin dignarse a mirarla.
La tarde pasó lentamente, en un torbellino de atormentados pensamientos. Miley se repetía una y otra vez que Nick no la quería, que quería casarse con ella porque se sentía culpable y responsable de su hijo... Y un matrimonio sin amor estaba destinado de antemano a fracasar. De nada serviría que ella le amase con todo su corazón... Además, amar y no ser amada, sería para ella una tortura semejante a la muerte.
No necesitaba más tiempo para pensarlo. La única solución que había era que Nick y ella dejasen de verse. Debía marcharse de Houston cuanto antes. Y debía decírselo a Nick esa misma noche.
A las siete en punto, Miley abrió la puerta. Nick estaba en el umbral, con un ramo de margaritas en la mano. Miley se echó a reír.
-¿Qué pasa? ¿Se han acabado las rosas en la floristería?
-Me dijiste que estabas harta de rosas, ¿o no?
Con cierto cansancio, Miley sacó un tarro de cristal de un armario y colocó las margaritas. Nick la miraba desde la puerta.
-Me has dicho que ibas a preparar espaguetis, ¿verdad?' ¿Son para comer ó para tirármelos encima otra vez?
-No te quejes y da gracias, porque no te he preparado merengue de postre.
Comieron en la mesa de madera de la cocina, frente a frente, en silencio. Aquella velada no se parecía en nada a las de los viejos tiempos, cuando Nick le contaba cómo fueron sus comienzos en la compañía de petróleo y le describía los sitios que había conocido en alguno de sus viajes de negocios. Entonces ella solía hablarle de los protagonistas que tenía entre manos, o de las historias de misterio que bullían en su imaginación. Pero aquella noche, aparentemente, no tenían nada que decirse el uno al otro; los dos parecían sumidos en los mismos nostálgicos recuerdos.
Cuando terminaron, se instalaron juntos en el salón con una taza de café.
-Ahora me dirás que quieres marcharte de Houston, ¿verdad? -preguntó Nick con toda naturalidad.
Miley se quedó boquiabierta.
-¿Sabes por qué me lo he imaginado? Hacía mucho tiempo que no me preparabas una cena tan buena, incluyendo mi postre preferido... ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Es que no te atrevías?
-Nick, sabes que a mí me sobra valor. ¿Por qué iba a tener miedo de ti?
-Pues quiero que sepas una cosa, Miley. Si te marchas de Houston, yo me voy contigo.
Miley sintió deseos de zarandearle.
-¡Sé un poco razonable! -estalló-. Tengo veintisiete años, y sé cuidarme muy bien yo solita.
-Ni siquiera comes como es debido. Miley... si quieres, tú puedes vivir en el rancho y yo en el apartamento de Houston. Josito te cuidaría, y podrías contratar una criada, si quisieras.
Nick respiró hondo, y la contempló con una tristeza indefinible.
-¿Por qué no te casas conmigo? -exclamó casi en un lamento-. ¿Qué te he hecho para que ya no sientas nada por mí? A Miley le dolía mucho verle sufrir así. Se le llenaron los ojos de lágrimas y corrió a ponerse de pie junto a él.
-Lo sabes, ¿verdad? -susurró ansiosamente.
Muy despacio, Nick se quitó el cigarro de los labios y lo aplastó en el cenicero. Después la cogió por la cintura y la apretó contra sí.
-Aunque soy un hombre -empezó a decir mirándola a los ojos-, sé mucho sobre esas cosas. Los mareos, las náuseas... el aumento de peso.
Diciendo esto la acarició el vientre, que se adivinaba ligeramente abultado.
-¿Y qué pensaste al darte cuenta?
-Creí volverme loco. Me fui a una tienda de juguetes, compré la mitad de las existencias y luego lo escondí en un armario. Después me compré uno de esos libros de información sobre los hijos y me lo leí entero en una noche. Entonces me puse a pensar cómo iba a decirte que lo sabía, cuando tú estabas tan empeñada en que no me enterase.
Miley, que jugueteaba con un botón de su camisa, cerró los ojos un momento.
-No quería que te enterases porque temía que hicieras precisamente lo que has hecho... insistir en casarte conmigo.
-Pero si nosotros siempre nos hemos llevado muy bien... hasta hace poco. Además, yo querría mucho al niño, sería un buen padre.
De pronto, con un movimiento brusco, la cogió por la cara y la miró a los ojos.
-Dime que quieres tener al niño, por favor. ¡Aunque sea mentira, dímelo!
Miley rompió a llorar. Levantó una mano vacilante y le acarició la cabeza con una ternura que hacía mucho, muchísimo tiempo que no sentía.
-Pero si le deseo con todo mi corazón... -susurró con voz trémula-. Es tu hijo. Nuestro hijo. Con lo que yo te amo, ¿cómo no lo voy a querer?
-¿Que tú me amas?
Nick se estremeció. Después la apretó contra sí hasta hacerle daño, recorriéndola. obsesivamente con la mirada.
-Oh, Dios mío, si esto es un sueño, no quisiera despertar nunca... ¡Amor mío, mi amor! ¡Un hijo! Nuestro hijo. ¿Y querías marcharte? ¿Cómo es posible?
Miley apoyó la cabeza en su hombro y ahogó un sollozo.
-No quería que te casaras conmigo sólo por el niño, ¿comprendes?
-¡Dios mío, tú no me conoces en absoluto! Deberías saber que yo soy incapaz de hacer cualquier cosa que me desagrade. ¡Casarme contigo me parece maravilloso! Fuiste tonta al pensar que era sólo por el niño. ¡Si el niño es un regalo!
Miley sentía que el corazón le estallaba de gozo.
-Deberíamos haberlo sabido desde el principio, ¿verdad? -añadió Nick-. Aquella noche fue tan maravillosa... Es natural que haya dado fruto.
Miley sonreía, radiante de dicha.
-Me encanta que lo digas así.
Un poco turbada, escondió después la cabeza en su pecho.
-Ahora prométeme -añadió Nick-, que no vas a volverme a tirar los espaguetis encima, ni a aplastarme un merengue en la cara, ni cosas así...
Miley se empinó para besarle en los labios.
-Te lo prometo si tú dejas de seguirme a todas partes y de enterrarme viva en rosas. Nick... ¿me quieres?
Nick cerró los ojos un momento.
-Yo nunca le he dicho eso a nadie. Ni a Ellen, ni a mi padre. Debe ser por las condiciones en que crecí, supongo. Pero te juro que cuando te miro a ti lo siento; lo siento cuando te toco. No puedo decírtelo -susurró con la voz velada por la pasión-... todavía no. Pero puedo demostrártelo.
Nick la cogió en brazos y la depositó con cuidado en el sofá. Después, se inclinó sobre ella, la desabrochó la blusa y capturó entre sus labios sus senos rosados y suaves.
-Nick... -gimió ella estremeciéndose.
Se abrazaron con una ternura nueva, desconocida. Lo que en aquel momento se expresaban mediante los besos y las caricias iba mucho más lejos que la pasión sexual. Miley le quitó la camisa a Nick con manos temblorosas, y le acarició el pecho, arrancándole gemidos de placer. Deseaba con una fuerza casi sobrehumana besar sus labios llenos y sensuales. De pronto, sacudida por una duda, se detuvo y le miró a los ojos.- Nick, ¿puedo hacerte una pregunta?
-Dime.
-¿Llegaste a hacer el amor con Melody?
-No -dijo simplemente Nick-. ¿Es que no sabes que sólo te quiero a ti? ¿No te diste cuenta la noche que nos amamos de que hacía mucho tiempo que no hacía el amor?
-Si te digo la verdad, lo pensé, pero como no tenía apenas experiencia...
-Desde aquella noche que te encontré vagando bajo la lluvia, no volví a tocar a otra mujer. Desde el principio tú has sido una obsesión para mí. Tú no te dabas cuenta... Al principio estabas tan débil... Después depositaste en mí toda tu confianza, y yo tenía las manos atadas, hasta aquel día en la fiesta de Elise. Me mirabas como si te murieras de sed por un beso mío...
-No me di cuenta -musitó ella.
-Miley, ¿por qué te sentías tan avergonzada de la noche que pasamos juntos? ¿Tenías miedo quizás de que te considerase una conquista fácil?
-Sí -admitió Miley-. Pensé que al haberme abandonado a ti, había pasado a formar parte de tu lista de aventuras.
-Boba -murmuró Nick acariciándole un mechón de su melena-. Ya te he dicho que no hubo otras conquistas...
-Pero tú me hiciste creer lo contrario, ¿recuerdas? Y te portaste muy duramente conmigo cuando me fui a casa de Kevin. Nick suspiró con cierta tristeza.
-Me dio por pensar que tú te arrepentías de lo ocurrido y que te estabas vengando en cierto modo. Verás, es que siempre que Ellen y yo teníamos algún problema, ella acudía a Kevin. No es que sospechara que me engañasen, no me malinterpretes. Pero siempre que ella necesitaba consuelo, allí estaba Kevin. Y a mí eso me dolía como no te puedes imaginar. Con el paso del tiempo, llegue a odiarles a los dos. Cuando Ellen murió y vi a Kevin desmoronarse, lo comprendí todo. Yo nunca debí casarme con ella. Era la novia de Kevin, supongo que lo sabes. Debí haber sabido que lo que yo sentía por ella no era sólido; se trataba de pura y simple atracción. Pero cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde. Ella se había enamorado de mí, y yo me sentía responsable. Pero ella necesitaba más de lo que yo podía darle, y yo no me di cuenta. Ese fue mi error. Miley le acarició la mejilla.
-Kevin nunca me ha tocado, ¿sabes? Después de ti, no quería que nadie más me tocase.
-Debería haberme dado cuenta, pero no sé porque me dio por pensar que tú preferías a Kevin... ¡qué tonto fui!
La apartó el pelo de la cara y la miró largamente, recreándose en su desnudez.
-Dios mío, eres bellísima -murmuró.
Miley se sonrojó intensamente y bajó la cabeza. Él recorrió su piel con sus labios, poniendo en ello una ternura infinita.
-Te amo -susurró Miley con voz trémula-. Eres mi mejor amigo, Nick Jonas.
Él levantó la cabeza y observó sus ojos verdes.
-Necesitas que te lo diga, ¿verdad? Las mujeres necesitáis palabras bonitas.
Miley esbozó una sonrisa.
-No hace falta que me lo digas. Lo veo en ti.
Nick le acarició los labios, y pronunció las palabras muy despacio.
-Yo... te amo. Y siempre te amare. Nunca habrá otra mujer para mí -añadió, apoyando su frente en la de ella.
-Ni otro hombre para mí. Me he sentido tan sola sin ti... -dijo acariciándole con la mirada.
Nick le besó los ojos cerrados, aún húmedos por las lágrimas. Después la besó en la boca con mucha suavidad.
-Amor mío -susurró Miley cuando pudo recobrar el aliento.
Entonces Nick se recostó sobre su cuerpo, fundiéndose con ella en un beso de pasión. Miley le sintió temblar y le miró a los ojos, que le parecieron dos llamaradas grises.
-Entonces, ¿vas a casarte conmigo? -preguntó él.
-Me parece que sí -murmuró Miley con un hilo de voz-. Pero con una condición.
-¿Cuál?
-Que no quiero dormir en un barracón con serpientes de tres metros -susurró recorriéndole las sienes con una caricia mimosa.
Nick rió muy bajito.
-No, no te preocupes. Tú dormirás conmigo. Y te protegeré entre mis brazos toda la noche, todas las noches... Mientras vivamos.
Miley le abrazó con todas sus fuerzas.
-Nosotros viviremos para siempre, porque yo pienso amarte siempre.
En la casa de al lado, la señorita Rose vio que las luces se apagaban en el hogar de Miley y distinguió en el jardín la sombra de un Ferrari negro. Después de cerrar las cortinas, con una sonrisa enternecida en los labios, pensó que al día siguiente tendría que salir a comprar un regalo de bodas.
♥FIN♥
A la mañana siguiente, salió muy temprano de su casa para correr un poco y empezar bien el día. De pronto, oyó el motor de un coche que parecía seguirla de cerca. Miró hacia atrás.
Allí estaba el llamativo Rolls blanco de Nick, con Josito al volante y su flamante dueño con la cabeza asomada por la ventanilla trasera.
-Buenos días -dijo Nick.
-Buenos días -contestó Miley sin hacerle ni caso.
-Qué día tan bonito hace hoy, ¿verdad? Parece mentira que todavía no hayamos entrado plenamente en el verano. Miley continuó corriendo sin mirarle.
-Sí. Hace un día precioso.
-¿Por qué no descansas un poquito y te vienes con nosotros a dar un paseo en coche?
-¿No te parecería mejor que tú salieras del coche y corrieras un rato conmigo? ¿No decías que los ejecutivos están tan gordos por culpa de la vida sedentaria que llevan?
Josito detuvo el coche y un momento después, Nick corría a su lado.
-Miley, muchas gracias por el pastel. El otro día no tuve ocasión de dártelas. Lo
poco que probé era delicioso. Miley no se pudo contener más y soltó la carcajada.
-No hay de qué. De verdad, Nick, lo siento, pero fue un impulso de esos que me dan. No pude contenerme.
-¿El plato de espaguetis también fue un impulso?
-¡Yo creía que te gustaban los espaguetis!
-Antes, sí. Oye, Miley, estás muy pálida. ¿Te encuentras bien?
-Sí.
La verdad era que se sentía fatal, pero no pensaba demostrarlo. Continuaron corriendo un rato en silencio, acompañados siempre por el Rolls. No serían más de las cinco y media de la mañana. De pronto, el suelo se volvió blando bajo los pies de Miley, y una sensación de angustia le inundó la garganta.
-Nick, me parece que me voy a desmayar -consiguió decir con voz entrecortada.
Nick la cogió en vilo justo cuando empezaban a doblárseles las piernas, y la levantó en brazos.
-¡Miley! ¿Qué te pasa? -preguntó alarmado.
Ella no dijo nada. Se limitó a apoyar la cabeza en su pecho y a cerrar los ojos, aliviada al sentirse en aquel refugio seguro. Nick se metió enseguida en el coche con ella. La colocó sobre sus piernas y le dijo a Josito que condujera sin rumbo fijo.
-Miley, tú me contaste que el médico te dijo que no tenías nada. ¿A qué viene esto entonces?
-Nick, no me des la lata -gimió Miley-. Estoy mareadísima.
Nick la apretó con ternura entre sus brazos.
-¿Quieres beber algo frío entonces? ¿Una limonada, un granizado?
Miley se acurrucó contra su pecho.
-Me apetece algo helado.
-Dicho y hecho, nena. Josito, llévanos a esa heladería nueva que han abierto por aquí.
-Sí señor. ¿Se encuentra mejor la señorita?
-Eso creo.
Miley ya iba recuperando los colores. Nick la miró muy serio.
-Nena, ¿por qué no te casas conmigo? ¿Es que ni siquiera vas a pensártelo?
Ella le miró a los ojos.
-Está bien, Nick. Lo pensaré. Pero, por favor, no sigas persiguiéndome. Se trata de una decisión muy importante que necesito tomar yo sola. No quiero que me presiones. Me hace falta un poco de tiempo, nada más.
-Lo que tú digas, Smiley -murmuró Nick abrazándola-. Lo que tú digas.
Pero de nada servían las promesas, porque las rosas seguían llegando puntualmente. Miley no se lo reprochaba, ya que conocía por experiencia la forma de ser de Nick y sabía muy bien que no iba a cambiar de la noche a la mañana. Lo que más la impacientaba era encontrárselo en todas partes, como si la estuviera vigilando continuamente.
Una mañana, volvía del supermercado a casa cuando, en mitad de la carretera, tuvo un pinchazo. Tratando de conservar la calma a pesar de su desesperación, salió del coche y buscó en el maletero las herramientas necesarias para arreglarlo. Cuándo se disponía a meter el gato debajo de la rueda, sintió un crujido de ramas muy cerca.
Antes de volverse, supo que se trataba de Nick. Efectivamente, acababa de dejar el Ferrari aparcado al otro lado de la carretera y se acercaba hacia ella.
-¿Se puede saber qué demonios estás haciendo? -preguntó de mala manera.
-Pues creo que está bastante claro. Estoy cambiando una rueda.
Nick se quitó la chaqueta y se remangó la camisa hasta los codos.
-Quítate de ahí, anda. Eso es trabajo de hombres.
-¡Cómo te atreves! -exclamó Miley interponiéndose entre el gato y él-. ¡Te recuerdo que no estamos en la edad de piedra. Además, tú puedes tener una compañía de petróleo si quieres pero no eres dueño de este coche ni de mí. ¿Entendido?
-He dicho que voy a cambiar la rueda. Quítate de ahí.
-¡No!
-Tú y yo nos vamos a casar, Miley -anunció Nick-. Y pronto. Ya no puedo esperar más; estoy cansado de cuidar de ti mientras espero a que te decidas de una vez.
-¿Qué quieres decir con eso?
Al otro lado de la calle empezaba a congregarse un grupo de personas que contemplaban la escena, entre divertidos y curiosos.
-¡Quiero decir que me estás volviendo loco! ¿Comprendes?
-¿Quién? ¿Yo? -gritó Miley indignada.
-¡Tú! Por tu culpa no puedo comer, no puedo dormir, ni siquiera puedo trabajar como es debido. ¡Dedico todo mi tiempo a vigilarte para que no te pase nada!
-¡Pero bueno! ¿Es que acaso es tan peligroso correr un poco por las mañanas o cambiar una rueda?
-¡En tu estado, sí!
Miley palideció instantáneamente.
-¿Cómo dices? ¿En mi estado?
Nick exhaló un gran suspiro; empezó a decir algo, pero luego cambió de opinión.
-Lo que quiero decir, querida, es que últimamente has estado enferma y todavía no te has recuperado del todo. ¡Ponerte a cambiar una rueda con este calor no puede hacerte ningún bien!
Miley inclinó la cabeza y le observó con cuidado, sin moverse.
-¿Quiere apartarse de ahí su señoría, o prefiere que la quite yo de en medio? -le preguntó Nick, que parecía haber llegado al colmo de su paciencia.
-¡Tú intenta quitarme a la fuerza y verás!
Un segundo después, Nick la había levantado del suelo y la llevaba en brazos hasta el otro lado de la calle, donde tenía aparcado su coche.
-¡Nicholas Jerry Jonas! -empezó a decir Miley. Nick se detuvo junto al deportivo negro y la hizo callar con un largo y apasionado beso en los labios, haciendo caso omiso de los numerosos mirones.
Ella ni siquiera se resistió. Los labios de Nick la hacían perder la razón con sus movimientos lentos y suaves.
Nick tomó aire.
-¿Quieres seguir discutiendo conmigo? -susurró.
-Sí, si tu castigo va a ser como el que me acabas de dar, quiero discutir.
Nick se echó a reír suavemente.
-Espera a que lleguemos a casa, nena -dijo dejándola en el suelo-. Anda, entra. Ya enviaré a alguien para que venga a recoger tu coche.
-Ah, ¿es que lo vas a dejar ahí?
-No creo que se escape, ¿verdad? Miley esbozó una mueca.
-Pues lo mínimo que puedes hacer es traerme mi bolso. Nick elevó los ojos al cielo como invocando paciencia.
-De acuerdo -dijo.
«Conque trabajo de hombres, ¿eh?», se dijo Miley, pasándose al asiento del conductor. Al tiempo que arrancaba, sacó medio cuerpo por la ventanilla y gritó:
-¡Dejaré tu coche enfrente de mi casa! ¡Cuando me traigas el Volkswagen puedes llevártelo!
Y después de derrapar se alejó a toda velocidad, entre las risas de los curiosos y la manifiesta desesperación de Nick Jonas.
Nick lo sabía todo. Estaba segura. Así se explicaba su extraña actitud, los regalos, los encuentros inesperados. Sabía lo del niño, y por eso insistía en casarse con ella. Quería a su hijo y también a Miley, aunque sólo fuese físicamente. Seguramente lo que le impulsaba a pedirle el matrimonio era su abrumador sentido de la responsabilidad. Nick nunca consentiría que un hijo suyo fuera ilegítimo.
Cuando llegó a casa ya se había echado a llorar desconsoladamente. Dejó el Ferrari fuera, con las llaves puestas, y corrió a encerrarse.
Pasó horas y horas llorando. Cuando empezaba a calmarse, se oyeron unos golpes furiosos en la puerta.
-¡Vete! -gritó entre sollozos.
-O me abres o echo la puerta abajo. Tú decides. Pensando en lo caras que estaban las puertas, Miley se decidió a abrir. Antes se limpió las lágrimas apresuradamente con el reverso de la mano.
La expresión terrible de Nick se dulcificó un tanto cuando la miró a la cara.
-Te he traído tu coche -le dijo tendiéndole las llaves-. ¿Te encuentras bien?
-Gracias -contestó Miley intentando aparentar una calma que estaba muy lejos de sentir.
Nick esbozó un gesto vago, como si quisiera decirle algo.
-Hasta luego -dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
Miley contempló su espalda con los ojos llenos de lágrimas. Pensó que era una ingrata, Nick se tomaba todas aquellas molestias porque estaba preocupado, mientras ella le pagaba tirándole pasteles a la cara y obligándole a cambiar una rueda a pleno sol.
-¡Nick!
Nick se detuvo en seco, sin volverse.
-Si quieres... venir a cenar esta noche a las siete, te invito a espaguetis.
Hubo un largo silencio.
-Sí, aquí estaré -dijo por fin, en voz muy baja. Luego se marchó sin dignarse a mirarla.
La tarde pasó lentamente, en un torbellino de atormentados pensamientos. Miley se repetía una y otra vez que Nick no la quería, que quería casarse con ella porque se sentía culpable y responsable de su hijo... Y un matrimonio sin amor estaba destinado de antemano a fracasar. De nada serviría que ella le amase con todo su corazón... Además, amar y no ser amada, sería para ella una tortura semejante a la muerte.
No necesitaba más tiempo para pensarlo. La única solución que había era que Nick y ella dejasen de verse. Debía marcharse de Houston cuanto antes. Y debía decírselo a Nick esa misma noche.
A las siete en punto, Miley abrió la puerta. Nick estaba en el umbral, con un ramo de margaritas en la mano. Miley se echó a reír.
-¿Qué pasa? ¿Se han acabado las rosas en la floristería?
-Me dijiste que estabas harta de rosas, ¿o no?
Con cierto cansancio, Miley sacó un tarro de cristal de un armario y colocó las margaritas. Nick la miraba desde la puerta.
-Me has dicho que ibas a preparar espaguetis, ¿verdad?' ¿Son para comer ó para tirármelos encima otra vez?
-No te quejes y da gracias, porque no te he preparado merengue de postre.
Comieron en la mesa de madera de la cocina, frente a frente, en silencio. Aquella velada no se parecía en nada a las de los viejos tiempos, cuando Nick le contaba cómo fueron sus comienzos en la compañía de petróleo y le describía los sitios que había conocido en alguno de sus viajes de negocios. Entonces ella solía hablarle de los protagonistas que tenía entre manos, o de las historias de misterio que bullían en su imaginación. Pero aquella noche, aparentemente, no tenían nada que decirse el uno al otro; los dos parecían sumidos en los mismos nostálgicos recuerdos.
Cuando terminaron, se instalaron juntos en el salón con una taza de café.
-Ahora me dirás que quieres marcharte de Houston, ¿verdad? -preguntó Nick con toda naturalidad.
Miley se quedó boquiabierta.
-¿Sabes por qué me lo he imaginado? Hacía mucho tiempo que no me preparabas una cena tan buena, incluyendo mi postre preferido... ¿Por qué no me lo has dicho antes? ¿Es que no te atrevías?
-Nick, sabes que a mí me sobra valor. ¿Por qué iba a tener miedo de ti?
-Pues quiero que sepas una cosa, Miley. Si te marchas de Houston, yo me voy contigo.
Miley sintió deseos de zarandearle.
-¡Sé un poco razonable! -estalló-. Tengo veintisiete años, y sé cuidarme muy bien yo solita.
-Ni siquiera comes como es debido. Miley... si quieres, tú puedes vivir en el rancho y yo en el apartamento de Houston. Josito te cuidaría, y podrías contratar una criada, si quisieras.
Nick respiró hondo, y la contempló con una tristeza indefinible.
-¿Por qué no te casas conmigo? -exclamó casi en un lamento-. ¿Qué te he hecho para que ya no sientas nada por mí? A Miley le dolía mucho verle sufrir así. Se le llenaron los ojos de lágrimas y corrió a ponerse de pie junto a él.
-Lo sabes, ¿verdad? -susurró ansiosamente.
Muy despacio, Nick se quitó el cigarro de los labios y lo aplastó en el cenicero. Después la cogió por la cintura y la apretó contra sí.
-Aunque soy un hombre -empezó a decir mirándola a los ojos-, sé mucho sobre esas cosas. Los mareos, las náuseas... el aumento de peso.
Diciendo esto la acarició el vientre, que se adivinaba ligeramente abultado.
-¿Y qué pensaste al darte cuenta?
-Creí volverme loco. Me fui a una tienda de juguetes, compré la mitad de las existencias y luego lo escondí en un armario. Después me compré uno de esos libros de información sobre los hijos y me lo leí entero en una noche. Entonces me puse a pensar cómo iba a decirte que lo sabía, cuando tú estabas tan empeñada en que no me enterase.
Miley, que jugueteaba con un botón de su camisa, cerró los ojos un momento.
-No quería que te enterases porque temía que hicieras precisamente lo que has hecho... insistir en casarte conmigo.
-Pero si nosotros siempre nos hemos llevado muy bien... hasta hace poco. Además, yo querría mucho al niño, sería un buen padre.
De pronto, con un movimiento brusco, la cogió por la cara y la miró a los ojos.
-Dime que quieres tener al niño, por favor. ¡Aunque sea mentira, dímelo!
Miley rompió a llorar. Levantó una mano vacilante y le acarició la cabeza con una ternura que hacía mucho, muchísimo tiempo que no sentía.
-Pero si le deseo con todo mi corazón... -susurró con voz trémula-. Es tu hijo. Nuestro hijo. Con lo que yo te amo, ¿cómo no lo voy a querer?
-¿Que tú me amas?
Nick se estremeció. Después la apretó contra sí hasta hacerle daño, recorriéndola. obsesivamente con la mirada.
-Oh, Dios mío, si esto es un sueño, no quisiera despertar nunca... ¡Amor mío, mi amor! ¡Un hijo! Nuestro hijo. ¿Y querías marcharte? ¿Cómo es posible?
Miley apoyó la cabeza en su hombro y ahogó un sollozo.
-No quería que te casaras conmigo sólo por el niño, ¿comprendes?
-¡Dios mío, tú no me conoces en absoluto! Deberías saber que yo soy incapaz de hacer cualquier cosa que me desagrade. ¡Casarme contigo me parece maravilloso! Fuiste tonta al pensar que era sólo por el niño. ¡Si el niño es un regalo!
Miley sentía que el corazón le estallaba de gozo.
-Deberíamos haberlo sabido desde el principio, ¿verdad? -añadió Nick-. Aquella noche fue tan maravillosa... Es natural que haya dado fruto.
Miley sonreía, radiante de dicha.
-Me encanta que lo digas así.
Un poco turbada, escondió después la cabeza en su pecho.
-Ahora prométeme -añadió Nick-, que no vas a volverme a tirar los espaguetis encima, ni a aplastarme un merengue en la cara, ni cosas así...
Miley se empinó para besarle en los labios.
-Te lo prometo si tú dejas de seguirme a todas partes y de enterrarme viva en rosas. Nick... ¿me quieres?
Nick cerró los ojos un momento.
-Yo nunca le he dicho eso a nadie. Ni a Ellen, ni a mi padre. Debe ser por las condiciones en que crecí, supongo. Pero te juro que cuando te miro a ti lo siento; lo siento cuando te toco. No puedo decírtelo -susurró con la voz velada por la pasión-... todavía no. Pero puedo demostrártelo.
Nick la cogió en brazos y la depositó con cuidado en el sofá. Después, se inclinó sobre ella, la desabrochó la blusa y capturó entre sus labios sus senos rosados y suaves.
-Nick... -gimió ella estremeciéndose.
Se abrazaron con una ternura nueva, desconocida. Lo que en aquel momento se expresaban mediante los besos y las caricias iba mucho más lejos que la pasión sexual. Miley le quitó la camisa a Nick con manos temblorosas, y le acarició el pecho, arrancándole gemidos de placer. Deseaba con una fuerza casi sobrehumana besar sus labios llenos y sensuales. De pronto, sacudida por una duda, se detuvo y le miró a los ojos.- Nick, ¿puedo hacerte una pregunta?
-Dime.
-¿Llegaste a hacer el amor con Melody?
-No -dijo simplemente Nick-. ¿Es que no sabes que sólo te quiero a ti? ¿No te diste cuenta la noche que nos amamos de que hacía mucho tiempo que no hacía el amor?
-Si te digo la verdad, lo pensé, pero como no tenía apenas experiencia...
-Desde aquella noche que te encontré vagando bajo la lluvia, no volví a tocar a otra mujer. Desde el principio tú has sido una obsesión para mí. Tú no te dabas cuenta... Al principio estabas tan débil... Después depositaste en mí toda tu confianza, y yo tenía las manos atadas, hasta aquel día en la fiesta de Elise. Me mirabas como si te murieras de sed por un beso mío...
-No me di cuenta -musitó ella.
-Miley, ¿por qué te sentías tan avergonzada de la noche que pasamos juntos? ¿Tenías miedo quizás de que te considerase una conquista fácil?
-Sí -admitió Miley-. Pensé que al haberme abandonado a ti, había pasado a formar parte de tu lista de aventuras.
-Boba -murmuró Nick acariciándole un mechón de su melena-. Ya te he dicho que no hubo otras conquistas...
-Pero tú me hiciste creer lo contrario, ¿recuerdas? Y te portaste muy duramente conmigo cuando me fui a casa de Kevin. Nick suspiró con cierta tristeza.
-Me dio por pensar que tú te arrepentías de lo ocurrido y que te estabas vengando en cierto modo. Verás, es que siempre que Ellen y yo teníamos algún problema, ella acudía a Kevin. No es que sospechara que me engañasen, no me malinterpretes. Pero siempre que ella necesitaba consuelo, allí estaba Kevin. Y a mí eso me dolía como no te puedes imaginar. Con el paso del tiempo, llegue a odiarles a los dos. Cuando Ellen murió y vi a Kevin desmoronarse, lo comprendí todo. Yo nunca debí casarme con ella. Era la novia de Kevin, supongo que lo sabes. Debí haber sabido que lo que yo sentía por ella no era sólido; se trataba de pura y simple atracción. Pero cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde. Ella se había enamorado de mí, y yo me sentía responsable. Pero ella necesitaba más de lo que yo podía darle, y yo no me di cuenta. Ese fue mi error. Miley le acarició la mejilla.
-Kevin nunca me ha tocado, ¿sabes? Después de ti, no quería que nadie más me tocase.
-Debería haberme dado cuenta, pero no sé porque me dio por pensar que tú preferías a Kevin... ¡qué tonto fui!
La apartó el pelo de la cara y la miró largamente, recreándose en su desnudez.
-Dios mío, eres bellísima -murmuró.
Miley se sonrojó intensamente y bajó la cabeza. Él recorrió su piel con sus labios, poniendo en ello una ternura infinita.
-Te amo -susurró Miley con voz trémula-. Eres mi mejor amigo, Nick Jonas.
Él levantó la cabeza y observó sus ojos verdes.
-Necesitas que te lo diga, ¿verdad? Las mujeres necesitáis palabras bonitas.
Miley esbozó una sonrisa.
-No hace falta que me lo digas. Lo veo en ti.
Nick le acarició los labios, y pronunció las palabras muy despacio.
-Yo... te amo. Y siempre te amare. Nunca habrá otra mujer para mí -añadió, apoyando su frente en la de ella.
-Ni otro hombre para mí. Me he sentido tan sola sin ti... -dijo acariciándole con la mirada.
Nick le besó los ojos cerrados, aún húmedos por las lágrimas. Después la besó en la boca con mucha suavidad.
-Amor mío -susurró Miley cuando pudo recobrar el aliento.
Entonces Nick se recostó sobre su cuerpo, fundiéndose con ella en un beso de pasión. Miley le sintió temblar y le miró a los ojos, que le parecieron dos llamaradas grises.
-Entonces, ¿vas a casarte conmigo? -preguntó él.
-Me parece que sí -murmuró Miley con un hilo de voz-. Pero con una condición.
-¿Cuál?
-Que no quiero dormir en un barracón con serpientes de tres metros -susurró recorriéndole las sienes con una caricia mimosa.
Nick rió muy bajito.
-No, no te preocupes. Tú dormirás conmigo. Y te protegeré entre mis brazos toda la noche, todas las noches... Mientras vivamos.
Miley le abrazó con todas sus fuerzas.
-Nosotros viviremos para siempre, porque yo pienso amarte siempre.
En la casa de al lado, la señorita Rose vio que las luces se apagaban en el hogar de Miley y distinguió en el jardín la sombra de un Ferrari negro. Después de cerrar las cortinas, con una sonrisa enternecida en los labios, pensó que al día siguiente tendría que salir a comprar un regalo de bodas.
♥FIN♥
amé esta novela! está súper!! :D gracias x pasarte x el mío, :D me hizo feliiiizzz!!! :D
ResponderEliminar-Deberíamos haberlo sabido desde el principio, ¿verdad? -añadió Nick-. Aquella noche fue tan maravillosa... Es natural que haya dado fruto.
ResponderEliminarESA PARTE LA AMÉ!! :DD eres maravillosa escribiendo, espero nunca pares!!
Ahhhhhhhhhh!!!*
ResponderEliminarMuii ermoza la novela!!
Hazta ze puede zentir el amor!!*
La ameee la guardare qomo favorito xD
No dejez de ezqribir llegariaz a zr una perzona muii famoza!!*
Ioo te dezqubri hahaha!!*
xP
aaaaaaa
ResponderEliminarque linda
estubo genial la nove
me encanto
y fue hermoso el final!!!
Hermooooooza tu novela :-) felicidades :-)
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