-Seguro -miró sus ojos: chispeaban de ira. Su estrategia
estaba funcionando, no había cambiado nada. Durante un segundo deseó haberse
equivocado y oírla decir «Vale, de acuerdo. Nos vemos», pero se le pasó
enseguida-. Además, como he dicho, puedo hacerlo solo. Me llevaré un ordenador
portátil. Tomaré mis propias notas.
Ella resopló y él la miró de reojo.
-No necesitaré secretaria -siguió, animándose con el tema. Demi
estaba reaccionando justo como había esperado, como cuando era niña. Si se le
decía que no podía hacer algo, se empeñaba en conseguirlo. Como la vez que, a
los diez años, su abuela le dijo que no podía agarrarse del parachoques de un
coche cuando iba en patinete. Naturalmente, lo hizo; el coche giró bruscamente
y Demi se estrelló contra los cubos de basura de la vecina y se rompió la
muñeca.
Quizá fuera un error pincharla hasta que aceptara acompañarlo
el fin de semana, pero no podía resistirse a la tentación. Nunca se había
sentido tan atraído por una mujer; era imposible negarlo.
Tenía los ojos verdes tormentosos, y podía ver el torbellino
de pensamientos y emociones que ocupaban su mente. Era increíblemente fácil de
leer. Le encantaba, después de años de mirar a una mujer y preguntarse qué
diablos ocurría tras su educada máscara de interés.
-¿No necesitas una secretaria? -dijo ella-. ¿Tú, que tecleas
con dos dedos?
-No hará falta velocidad. Sólo precisión.
Ella hizo una mueca y su deliciosa boca esbozó un mohín que le
hizo desear morderla. Sería mucho más seguro que le dijera que no pero,
maldita fuera, quería que aceptara.
-Puedo tomar apuntes. Me llevaré una grabadora. Tú podrás
transcribirlo todo el lunes.
-Podría ir contigo.
-Bueno, claro que podrías -dijo Joe, contemplando cómo
apoyaba las dos manos en la mesa se inclinaba hacia él. El cuello de la camisa
se abrió un poco y atisbó el principio de un pecho tentador. Pero esa minucia
provocó tal tensión en su entrepierna, que dio gracias al cielo por estar sentado
tras una mesa. Se aclaró la garganta-. Sólo digo que no hay razón para que lo
hagas. No me gustaría estropear tus planes.
-Trabajo para ti. Entra dentro de mis funciones -contraatacó
ella, poniéndose las manos en las caderas.
-No puedo pedirte que vengas conmigo el fin de semana
-insistió él, sabiendo que su naturaleza la llevaría a protestar. Era la mujer
más contradictoria que había conocido nunca, y eso lo fascinaba-. No sería
justo.
-¿Justo? -repitió ella-. ¿Ahora hablamos de justicia?
-Oye -Joe se reclinó en la silla-. Sólo intento ser
razonable.
-Ya, ya. ¿Dónde es la reunión? -preguntó ella golpeando
rítmicamente la moqueta con el zapato.
Él ocultó la sonrisa que le provocaba su ira. Debería
sentirse culpable por manipularla de esa manera, pero no era el caso.
-Demi, no hace falta que vayas.
-Iré -lo fulminó con la mirada-. Soy tu secretaria y es mi
trabajo.
-No me parece buena idea.
-Pues te aguantas -replicó ella-. Es ridículo, primero me
pides que haga el trabajo, y cuando acepto me dices que no.
-Intento ser justo.
-Pues deja de intentarlo.
-De acuerdo -alzó las manos con gesto de derrota-. No sabía
que esto significara tanto para ti.
-Ahora lo sabes.
-Te lo agradezco.
-No hace falta -inhaló con fuerza y soltó el aire de golpe-.
¿Dónde quieres que reserve las habitaciones?
-En el hotel Hammond. El número está en la agenda.
-Bien -dijo ella y fue hacia la puerta.
-Reserva una suite con dos dormitorios. Podemos utilizar la
sala de estar para trabajar.
Demi se detuvo y lo miró por encima del hombro. Sus ojos
marrones parecían suaves, oscuros e increíblemente profundos. Sintió un nudo en
el estómago.
-No voy a dormir contigo, espero que lo sepas.
-No recuerdo haberlo sugerido -Joe entrecerró los ojos.
-De acuerdo, entonces -soltó aire y agitó la cabeza-. Quería
que estuviese claro.
-Como el cristal.
Ella salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas. Se
apoyó en ella y miró ciegamente el techo.
-¿Qué ha ocurrido? -susurró-. Acabas de renunciar a tu fin de
semana, ¿en qué estabas pensando? -prácticamente le había suplicado que la
llevara. Peor aún, compartiría una suite con el hombre del que pretendía
mantenerse alejada-. Vas lista, Demi, lo estás haciendo de maravilla.
Fue hacia la mesa. Tenía que hacer la reserva antes de
marcharse.
-Simplemente de maravilla -masculló.
El hotel Hammond era perfecto para una aventura romántica. A
sólo una hora del condado de Orange, era un mundo diferente. La ciudad de
Temecula había empezado como parada de diligencias y se había convertido en
una interesante mezcla de antiguo y moderno.
Muchos de los edificios originales seguían en pie, pero nuevas
zonas residenciales surgían por todos sitios como un virus. Pero seguía
habiendo ranchos y elegantes mansiones, y el Hammond era el ejemplo perfecto.
La mansión de estilo victoriano, había sido perfectamente
restaurada para recuperar su gloria inicial. El porche que la rodeaba se
sostenía sobre pilares de madera tallados a mano, pintados de blanco. La casa
era de un color amarillo dorado, con remates en blanco y contraventanas verde
oscuro. En el porche había grupos de muebles de mimbre color blanco, que
invitaban a mantener conversaciones distendidas. Del techo colgaban tiestos
que salpicaban la pared de frondosas hojas verdes. Había tiestos con crisantemos
de colores variados en el suelo, y también bordeando el camino que llevaba a la
entrada. Robles y arces, que lucían sus brillantes colores de otoño, rodeaban
la casa como soldados vestidos de gala.
Mientras Joe y Demi recorrían el sendero, un frío viento llegó
de las colinas, agitando las hojas y combando los tallos de las flores.
-Es fantástico -dijo ella, girando para captar una panorámica
completa. Había árboles salpicando las colinas y, aunque las nuevas residencias
se acercaban, aún estaban suficientemente lejos para hacer que el hotel
pareciera aislado. Privado.
Demi miró a Joe de reojo y se dijo que debía controlarse. No
estaban allí para tener un romance. El hotel era sólo un lugar de trabajo temporal.
Iban a mantener reuniones con los clientes de Joe, y era mucho más sencillo
quedarse allí que ir y volver durante tres días. Pero, sin duda, como lugar
romántico, era el ideal.
-Me gusta -comentó Joe-. Los dueños no son de los que
organizan «actividades» para los clientes. Me dejan en paz para que me dedique
a mis negocios.
-Siempre igual de aguafiestas -Demi movió la cabeza de lado a
lado.
Él se detuvo y le dirigió esa mirada a la que empezaba a
acostumbrarse; era como si le hablara en un idioma extranjero. Como si pensara
que si escuchaba con atención, llegaría a entenderlo.
-¿Aguafiestas?
-Era sarcasmo.
-Eso me pareció.
-De verdad, Joe -le pasó una mano por delante de los ojos-.
Mírate. Arrastras ese mundo gris en el que trabajas a donde quiera que vas.
-Este traje es azul -protestó él, tocando una solapa.
-Vaya, ¡todo un exceso!
-Esto es un viaje de negocios -le recordó él, alzando una
ceja, como solía hacer.
-¿Nunca has oído hablar de un viernes de ropa informal?
-Es mi empresa, allí no hay viernes informal. -Ese es el
problema, que es tu empresa. Podrías tener un viernes informal todos los días,
si quisieras.
-No quiero.
-Y, en consecuencia, un mundo gris -comentó ella empezando a
andar-. Una vida al estilo convencional.
Joe la alcanzó en dos zancadas. Era mucho más alto que ella. A
Demi le gustaba la diferencia de altura. Y su aspecto serio, incluso cuando sus
ojos chispeaban. Le pareció ver un brillo divertido en ellos.
-Sabes, algunas personas se visten para el éxito.
-A mi modo de ver, el éxito implica que uno puede vestirse
como quiere.
-Ya, entonces opinas que debería llevar unos vaqueros y una
camiseta rota.
-Nadie ha dicho que tenga que estar rota -subió los cinco
escalones del porche, se detuvo y se volvió hacia él-. No recuerdo que fueras
tan tieso cuando eras niño.
-Yo -declaró él subiendo los escalones y poniéndose a su
altura-, crecí. Y tú eres imposible.
-Eso se ha dicho antes.
-No me cuesta creerlo.
Durante unos segundos se miraron. Joe rompió el contacto
cuando Demi seguía en puro trance sexual. Subió el resto de los escalones y
cruzó el porche. Abrió la puerta y la sujetó para cederle el paso.
Además, no veo que tú lleves vaqueros -dijo, mirándola de
arriba abajo.
-Lo verás después -sonrió ella.
-Me muero de impaciencia.
Demi alzó la vista y se dijo que debía ignorar el calor que
chispeaba en esas profundidades marrones. No necesitaba complicaciones en su
vida.