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sábado, 31 de marzo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 5




-Seguro -miró sus ojos: chispeaban de ira. Su estrategia estaba funcionando, no había cambiado nada. Durante un segundo deseó haberse equivo­cado y oírla decir «Vale, de acuerdo. Nos vemos», pero se le pasó enseguida-. Además, como he di­cho, puedo hacerlo solo. Me llevaré un ordenador portátil. Tomaré mis propias notas.
Ella resopló y él la miró de reojo.
-No necesitaré secretaria -siguió, animándose con el tema. Demi estaba reaccionando justo como había esperado, como cuando era niña. Si se le decía que no podía hacer algo, se empeñaba en conseguirlo. Como la vez que, a los diez años, su abuela le dijo que no podía agarrarse del para­choques de un coche cuando iba en patinete. Na­turalmente, lo hizo; el coche giró bruscamente y Demi se estrelló contra los cubos de basura de la vecina y se rompió la muñeca.
Quizá fuera un error pincharla hasta que acep­tara acompañarlo el fin de semana, pero no podía resistirse a la tentación. Nunca se había sentido tan atraído por una mujer; era imposible negarlo.
Tenía los ojos verdes tormentosos, y podía ver el torbellino de pensamientos y emociones que ocupaban su mente. Era increíblemente fácil de leer. Le encantaba, después de años de mirar a una mujer y preguntarse qué diablos ocurría tras su educada máscara de interés.
-¿No necesitas una secretaria? -dijo ella-. ¿Tú, que tecleas con dos dedos?
-No hará falta velocidad. Sólo precisión.
Ella hizo una mueca y su deliciosa boca esbozó un mohín que le hizo desear morderla. Sería mu­cho más seguro que le dijera que no pero, maldita fuera, quería que aceptara.
-Puedo tomar apuntes. Me llevaré una graba­dora. Tú podrás transcribirlo todo el lunes.
-Podría ir contigo.
-Bueno, claro que podrías -dijo Joe, contemplando cómo apoyaba las dos manos en la mesa se inclinaba hacia él. El cuello de la camisa se abrió un poco y atisbó el principio de un pecho tenta­dor. Pero esa minucia provocó tal tensión en su entrepierna, que dio gracias al cielo por estar sen­tado tras una mesa. Se aclaró la garganta-. Sólo digo que no hay razón para que lo hagas. No me gustaría estropear tus planes.
-Trabajo para ti. Entra dentro de mis funciones -contraatacó ella, poniéndose las manos en las ca­deras.
-No puedo pedirte que vengas conmigo el fin de semana -insistió él, sabiendo que su naturaleza la llevaría a protestar. Era la mujer más contradic­toria que había conocido nunca, y eso lo fasci­naba-. No sería justo.
-¿Justo? -repitió ella-. ¿Ahora hablamos de justicia?
-Oye -Joe se reclinó ­en la silla-. Sólo intento ser razonable.
-Ya, ya. ¿Dónde es la reunión? -preguntó ella golpeando rítmicamente la moqueta con el za­pato.
Él ocultó la sonrisa que le provocaba su ira. De­bería sentirse culpable por manipularla de esa ma­nera, pero no era el caso.
-Demi, no hace falta que vayas.
-Iré -lo fulminó con la mirada-. Soy tu secretaria y es mi trabajo.
-No me parece buena idea.
-Pues te aguantas -replicó ella-. Es ridículo, primero me pides que haga el trabajo, y cuando acepto me dices que no.
-Intento ser justo.
-Pues deja de intentarlo.
-De acuerdo -alzó las manos con gesto de de­rrota-. No sabía que esto significara tanto para ti.
-Ahora lo sabes.
-Te lo agradezco.
-No hace falta -inhaló con fuerza y soltó el aire de golpe-. ¿Dónde quieres que reserve las habita­ciones?
-En el hotel Hammond. El número está en la agenda.
-Bien -dijo ella y fue hacia la puerta.
-Reserva una suite con dos dormitorios. Podemos utilizar la sala de estar para trabajar.
Demi se detuvo y lo miró por encima del hom­bro. Sus ojos marrones parecían suaves, oscuros e increíblemente profundos. Sintió un nudo en el estómago.
-No voy a dormir contigo, espero que lo sepas.
-No recuerdo haberlo sugerido -Joe entrece­rró los ojos.
-De acuerdo, entonces -soltó aire y agitó la cabeza-. Quería que estuviese claro.
-Como el cristal.
Ella salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas. Se apoyó en ella y miró ciegamente el te­cho.
-¿Qué ha ocurrido? -susurró-. Acabas de renunciar a tu fin de semana, ¿en qué estabas pen­sando? -prácticamente le había suplicado que la llevara. Peor aún, compartiría una suite con el hombre del que pretendía mantenerse alejada-. Vas lista, Demi, lo estás haciendo de maravilla.
Fue hacia la mesa. Tenía que hacer la reserva antes de marcharse.
-Simplemente de maravilla -masculló.


El hotel Hammond era perfecto para una aventura romántica. A sólo una hora del condado de Orange, era un mundo diferente. La ciudad de Temecula había empezado como parada de dili­gencias y se había convertido en una interesante mezcla de antiguo y moderno.
Muchos de los edificios originales seguían en pie, pero nuevas zonas residenciales surgían por todos sitios como un virus. Pero seguía habiendo ranchos y elegantes mansiones, y el Hammond era el ejemplo perfecto.
La mansión de estilo victoriano, había sido perfectamente restaurada para recuperar su glo­ria inicial. El porche que la rodeaba se sostenía sobre pilares de madera tallados a mano, pinta­dos de blanco. La casa era de un color amarillo dorado, con remates en blanco y contraventanas verde oscuro. En el porche había grupos de muebles de mimbre color blanco, que invitaban a mantener conversaciones distendidas. Del te­cho colgaban tiestos que salpicaban la pared de frondosas hojas verdes. Había tiestos con crisan­temos de colores variados en el suelo, y también bordeando el camino que llevaba a la entrada. Robles y arces, que lucían sus brillantes colores de otoño, rodeaban la casa como soldados vesti­dos de gala.
Mientras Joe y Demi recorrían el sendero, un frío viento llegó de las colinas, agitando las hojas y combando los tallos de las flores.
-Es fantástico -dijo ella, girando para captar una panorámica completa. Había árboles salpi­cando las colinas y, aunque las nuevas residencias se acercaban, aún estaban suficientemente lejos para hacer que el hotel pareciera aislado. Privado.
Demi miró a Joe de reojo y se dijo que debía controlarse. No estaban allí para tener un ro­mance. El hotel era sólo un lugar de trabajo tem­poral. Iban a mantener reuniones con los clientes de Joe, y era mucho más sencillo quedarse allí que ir y volver durante tres días. Pero, sin duda, como lugar romántico, era el ideal.
-Me gusta -comentó Joe-. Los dueños no son de los que organizan «actividades» para los clien­tes. Me dejan en paz para que me dedique a mis negocios.
-Siempre igual de aguafiestas -Demi movió la cabeza de lado a lado.
Él se detuvo y le dirigió esa mirada a la que em­pezaba a acostumbrarse; era como si le hablara en un idioma extranjero. Como si pensara que si es­cuchaba con atención, llegaría a entenderlo.
-¿Aguafiestas?
-Era sarcasmo.
-Eso me pareció.
-De verdad, Joe -le pasó una mano por delante de los ojos-. Mírate. Arrastras ese mundo gris en el que trabajas a donde quiera que vas.
-Este traje es azul -protestó él, tocando una so­lapa.
-Vaya, ¡todo un exceso!
-Esto es un viaje de negocios -le recordó él, al­zando una ceja, como solía hacer.
-¿Nunca has oído hablar de un viernes de ropa informal?
-Es mi empresa, allí no hay viernes informal. -Ese es el problema, que es tu empresa. Podrías tener un viernes informal todos los días, si quisie­ras.
-No quiero.
-Y, en consecuencia, un mundo gris -comentó ella empezando a andar-. Una vida al estilo convencional.
Joe la alcanzó en dos zancadas. Era mucho más alto que ella. A Demi le gustaba la diferencia de altura. Y su aspecto serio, incluso cuando sus ojos chispeaban. Le pareció ver un brillo divertido en ellos.
-Sabes, algunas personas se visten para el éxito.
-A mi modo de ver, el éxito implica que uno puede vestirse como quiere.
-Ya, entonces opinas que debería llevar unos vaqueros y una camiseta rota.
-Nadie ha dicho que tenga que estar rota -su­bió los cinco escalones del porche, se detuvo y se volvió hacia él-. No recuerdo que fueras tan tieso cuando eras niño.
-Yo -declaró él subiendo los escalones y po­niéndose a su altura-, crecí. Y tú eres imposible.
-Eso se ha dicho antes.
-No me cuesta creerlo.
Durante unos segundos se miraron. Joe rom­pió el contacto cuando Demi seguía en puro trance sexual. Subió el resto de los escalones y cruzó el porche. Abrió la puerta y la sujetó para cederle el paso.
Además, no veo que tú lleves vaqueros -dijo, mirándola de arriba abajo.
-Lo verás después -sonrió ella.
-Me muero de impaciencia.
Demi alzó la vista y se dijo que debía ignorar el calor que chispeaba en esas profundidades marrones. No necesitaba complicaciones en su vida.



jueves, 29 de marzo de 2012

"The son of the Greek magnate" Nueva nove NILEY Cap 6




Día 5: Viernes

Miley fue a trabajar, recordándose a sí misma que Nick seguiría en Sistemas Miller solo durante tres semanas más. Ya casi había pasado una semana y él seguía sin tener ni idea de que tenía un hijo.
¿Por qué iba a enterarse? ¿Quién iba a contárselo?
El día anterior, Miley había escuchado la cinta una y otra vez solo para escuchar la rica voz de barítono de Nick, con su fuerte acento griego. Se enteró así de que acababa de comprar una casa en Londres donde ella tendría que organizar la fiesta. La empresa de catering estaba contratada, pero Miley tenía que encargarse de todos los detalles.
Lo que no entendía era por qué el eficiente secretario de Nick, Rob, no se estaba encargando de esos asuntos domésticos. La confusión y sorpresa de Miley inevitablemente la llevaban de vuelta dieciocho meses atrás.
Se había enamorado de Nick Jonas como una cría y no le había importado que él se convirtiera en su primer amante. Sabía que Nick tenía reputación de mujeriego.
Atractivo, millonario y un hombre de éxito a los veintinueve años, Nick Jonas tenía el mundo a sus pies. Pero lo que a Miley le dolía era verse obligada a reconocer que no podía culpar solo a Nick de que se hubiera cansado de ella...
Un par de semanas después de que empezara su mágico romance, la madre de Miley había muerto repentinamente y Nick la había consolado de todas las formas posibles. Sin embargo, ella había cambiado de actitud completamente. ¿Qué hombre hubiera querido seguir soportando sus problemas después de un par de semanas?
Naturalmente, Nick se había hartado de ella, pero su dependencia había hecho difícil que fuera él quien la abandonara. De modo que Nick había dejado que la relación se echara a perder, sin duda esperando que ella entendiera el mensaje.
Desgraciadamente, recordó Miley volviendo de nuevo al presente con los ojos llenos de lágrimas, mientras le daba de comer a Frankie en la guardería, el primer y único mensaje que recibió había sido la castaña semidesnuda.
Cortar con Nick por teléfono aquel mismo día había sido un penoso intento de salvar su orgullo. Ni siquiera había mencionado su humillante encuentro con la rubia que la había reemplazado.
Unas horas más tarde, una elegante y pizpireta morena entró en el despacho de Miley.
—Soy Alyson Stoner. Llama a Nick de mi parte y dile que, al final, estoy libre este fin de semana —sonrió la joven—. ¡Y dile que tengo unas ideas maravillosas para su dormitorio!
Miley se puso colorada, pero intentó mantener la sonrisa.
—Me temo que solo tengo acceso a su buzón de voz. No sé dónde está el señor Jonas, pero intentaré averiguarlo.
Alyson rió alegremente.
—No hace falta. Cuando Nick reciba el mensaje, y no te atrevas a cambiar ni una sola palabra, sabrá dónde puede encontrarme.
Cuando la morena desapareció, Miley marcó el teléfono de Nick, odiándolo y odiando la posición en la que la había puesto. Grabó el mensaje de Alyson, o más bien su provocativa invitación, y entonces unos celos tormentosos y humillantes la envolvieron mientras decía con alegría fingida:
— ¡Que pases un buen fin de semana!


"The son of the Greek magnate" Nueva nove NILEY Cap 5






Día 4: Jueves por la tarde

Una hora más tarde, las tumultuosas emociones de Miley se calmaron lo suficiente como para sentirse horrorizada por su comportamiento.
Había pasado diez minutos llorando en el almacén, veinte minutos intentando recuperar la compostura y los consiguientes treinta minutos abrazando a Frankie en la guardería.
Frankie, cuyo confort y seguridad dependían de su éxito en el mundo laboral. Frankie, cuya madre acababa de perder tontamente la cabeza y se había puesto a gritar como una fiera a un hombre monstruoso e insensible. Frankie, cuya madre tendría que verse obligada a pedir perdón. Por él.
De nuevo en el último piso del edificio, Miley llamó a la puerta del despacho de Nick con mano temblorosa. Furiosa consigo misma, respiró profundamente para darse valor antes de entrar.
Apoyado en el respaldo de su sillón, Nick la miró de arriba abajo, su expresión era indescifrable.
—Te debo una disculpa. No sé qué me ha pasado —dijo Miley, intentando leer los pensamientos del hombre.
—Pues yo sí me imagino qué te ha pasado.
—Naturalmente, estoy dispuesta a llevar a cabo las actividades que conlleve mi puesto —siguió diciendo ella apresuradamente para evitar que Nick diera su opinión sobre qué era lo que había despertado su ira.
— ¿Eso incluye ir de compras para la mujer que hay en este momento en mi vida? —preguntó él con voz de terciopelo.
Miley sintió un estremecimiento y tuvo que apretar los puños para calmarse. No discutió, pero tampoco consiguió decir que estaba de acuerdo.
—Y pensar que mientras estábamos juntos, nunca me di cuenta de que tenías ese temperamento —añadió Nick, mirándola con los ojos entrecerrados—. Te has puesto histérica, Miley.
—Y ofensiva, lo sé. Lo siento —dijo ella—. No volverá a pasar.
—Danielle es la mujer de mi hermano. Y la fiesta es para celebrar su cumpleaños —explicó Nick entonces.
Miley se puso colorada hasta la raíz del cabello, pero se sentía tan aliviada al oír aquello, que el alivio fue más fuerte que la vergüenza. Involuntariamente, sus ojos se encontraron. La apasionada boca del hombre se curvó en una lenta y displicente sonrisa y Miley perdió toda la fuerza de voluntad, permitiendo que unos recuerdos muy turbadores salieran a la superficie.
Recuerdos de Nick besándola con ansia, excitándola, haciéndola perder el control. El calor la consumía por completo. Ella temblaba, con el corazón acelerado, el pulso aumentando de ritmo, mientras su traidor cuerpo respondía como siempre había respondido ante la potente sexualidad de aquel hombre...
Y entonces recordó a la furiosa y semidesnuda rubia que había encontrado en su apartamento catorce meses atrás. Había sido culpa suya, por ir a casa de Nick sin avisar, usando por fin la llave que él le había dado, deseando darle una agradable sorpresa y... fracasando miserablemente en el intento.
Afortunadamente, Nick ya se había marchado, pero la rubia explosiva no había tenido tiempo de vestirse.
Aquel humillante recuerdo sirvió para enfriar el calor sensual que Nick despertaba en ella.
—¿Miley? —escuchó la fría voz del hombre.
Miley tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada.
—¿Sigo trabajando para ti?
—La cinta está en tu despacho, junto con la agenda. Hay una pila de correspondencia de la que también tendrás que encargarte. Estaré fuera de la oficina hasta el lunes...


"The son of the Greek magnate" Nueva nove NILEY Cap 4





Día 4: Jueves por la mañana.

Nick estaba presidiendo un consejo de administración cuando Miley entró en la planta de presidencia.
Nerviosa como una gata sobre un tejado caliente, pasó algún tiempo organizando el pequeño despacho que le había sido asignado hasta que, por fin, sonó el teléfono y fue requerida en la sala de juntas.
Nick Jonas se puso de pie y todos los ejecutivos imitaron el gesto de cortesía, provocando un estruendo de sillas contra el suelo.
—La señorita Marshall tiene una licenciatura en marketing y además habla francés y español —dijo Nick, desconcertando a Miley con tal presentación—. ¿Alguien puede decirme qué estaba haciendo en la recepción?
Sorprendidos, los miembros del consejo de administración se miraron unos a otros sin saber qué contestar.
—Una empresa que falla colocando al personal más prometedor en puestos de importancia es una empresa que pierde dinero —siguió Nick—. Y también he tomado nota del hecho de que no haya mujeres en puestos directivos, algo sorprendente en una empresa de este tamaño.

Dejando aquel comentario colgando en el aire, Nick dio por terminada la reunión. Y, de repente, Miley entendió que no había nada personal en la decisión de ascenderla de categoría. Simplemente, la había usado como ejemplo para su sermón sobre igualdad de oportunidades en la empresa. Una confusa mezcla de admiración, dolor y resentimiento la asaltó entonces.
Nick, el colmo de la masculina sofisticación con un soberbio traje gris de raya diplomática, acompañó a Miley a su despacho.
—Veo que estás muy interesado en la posición que ocupan tus empleadas —murmuró ella, incómoda.
—El año pasado, Sistemas Miller tuvo que resolver dos querellas por discriminación sexual fuera de los tribunales. Y no estoy dispuesto a que haya una tercera.
—Creí que no aprobabas que las mujeres trabajasen.
Nick levantó una ceja.
—Tú fuiste la primera mujer trabajadora que me llevé a la cama y solías estar siempre ocupada cuando te necesitaba —afirmó, mirándola de arriba abajo—. Lo que busco para mi propia satisfacción en la vida privada no tiene relación con mis opiniones como presidente de una empresa.
Miley se ruborizó ante la ruda clarificación y tuvo que apartar la mirada, lamentando su propio comentario. Solo había trabajado para Nick durante tres días antes de que empezara su apasionada aventura y había sido ella quien tomó la decisión de pedir el traslado a otra sucursal.
—Tengo una larga lista de tareas para ti —continuó Nick un segundo después, sin que, aparentemente, el pesado silencio lo molestara en absoluto.
Pero eso no debía pillarla por sorpresa. Miley sabía que Nick Jonas no tenía un gramo de sensibilidad en todo su cuerpo y estaba dejando claro que ella no había sido más que un simple revolcón. A pesar de todo, Miley sintió un nudo en la garganta.
Nick le dio entonces una cinta de audio.
—Todo está aquí. Primero, tienes que enviar las invitaciones para la fiesta. Después, puedes pasarte por Tiffanys y elegir una pulsera para Danielle. Yo escribiré la tarjeta...
Con un terrible sentimiento de humillación y dolor, ella levantó la cabeza, con los ojos azules brillantes de indignación.
    ¿Me estás pidiendo que elija joyas para una amante? —exclamó, tirando la cinta sobre la mesa.
—Yo no...
    ¿A eso lo llamas trabajar? Yo lo llamo venganza. ¡Vete al infierno, Nick! —exclamó Miley. Él la estudió con expresión incrédula—. Te odio. Te odio con todo mi corazón. Tú eres el mayor error que he cometido en toda mi vida.
Después de aquella amarga declaración, Miley salió del despacho...


"The son of the Greek magnate" Nueva nove NILEY Cap 3



holis mis niñas ak les dejare unos cap de las noves espero q les guste y comenten....
tambn les keria pedir disculpa x tardar el subir los cap... ahora se m hace muy complicado... y m falta tiempo pero prometo subir cuanto pueda,  no se olviden de mi q yo d uds no m olvidare jamas...!!! las kiero mucho mucho y gracias x sus hermosos comentarios!! un beso grande grande :D 



Día 3: Miércoles.


A las tres menos diez, Miley se presentó en el último piso, en el que estaban las oficinas del presidente, vestida con un traje de chaqueta verde oscuro, los rizos pelirrojos sujetos en una coleta, los ojos color esmeralda sin brillo, la palidez marcando sus delicadas facciones.
Llevaba dos noches seguidas sin dormir.
Había estado dando vueltas y vueltas en la cama, pensando si Nick sabría que ella tenía un hijo. Nick, que una vez había declarado tener un amigo “atrapado” para siempre por una buscavidas que se había quedado embarazada a propósito.
¿Habría mirado Nick el archivo de personal? Si fuera así, se habría enterado de que Miley había dado a luz un niño prematuro, ocho meses después de que ellos rompieran.
En el papel que Selena le había dado decía que se presentara directamente en el despacho del presidente de la empresa y, nerviosa, llamó a la puerta antes de entrar.
Nick estaba al teléfono, su duro y marcado perfil muy serio. Él le indicó que se sentara en la silla que había frente a su mesa mientras seguía hablando. Miley obedeció, manteniendo las manos en el regazo para disimular que estaba temblando. Intentaba recordar lo que era el lenguaje corporal defensivo, porque estaba segura de que Nick lo conocía y no quería darle pistas. Mientras lo miraba, un dolor en el corazón que era casi insoportable la mantenía tensa.
Nick Jonas la había reemplazado por otra mujer sin decírselo. Pero, claro, había circunstancias “importantes” para justificar su comportamiento. Y la verdad era que Miley aún no había podido olvidar su aventura con él. Jamás la olvidaría.
—Perdona —se disculpó él después de colgar, levantándose para pasear por el despacho con la energía que lo caracterizaba—. Deja de mirarme como un ratón asustado, Miley. No te he pedido que vengas a mi despacho para pegarte ni para despedirte. Lo creas o no, puedo soportar que me abandonases sin comportarme como un hombre de las cavernas.
¿Aquel era el mismo hombre que catorce meses antes le había gritado: “A mí no me deja ninguna mujer”?
Cuando sus ojos se encontraron con los prodigiosos ojos castaños bajo dos rectas cejas oscuras, Miley se sintió hipnotizada, con el corazón acelerado, la mente en blanco...
Afortunadamente, Nick seguía hablando con aquel rico acento suyo que era como música en sus oídos.
—Necesito una ayudante personal para el próximo mes —estaba diciendo, mientras se acercaba a la ventana con movimientos gráciles como los de un tigre—. Tú eres rápida e inteligente y no me irritas con preguntas estúpidas. Cuando me vaya de aquí, serás ayudante ejecutiva del equipo de dirección.
Desconcertada por esas palabras, Miley se apoyó en el respaldo de la silla. Estaba claro que había reaccionado de forma exagerada ante la llegada de Nick, confundiendo su natural sorpresa al verla con hostilidad.
—¿Ayudante personal? —repitió.
Nick mencionó un salario que hizo que le diera vueltas la cabeza y después miró su reloj de oro con gesto impaciente.
—Si quieres el puesto, es tuyo. Empiezas mañana. Hablaremos más tarde sobre cuáles serán tus obligaciones porque ahora mismo tengo prisa.
—Lo acepto... —se escuchó decir Miley a sí misma, aunque su fría indiferencia, después de lo que habían sido el uno para el otro, era para ella como un cuchillo.



martes, 13 de marzo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 4


ak otro cap espero y les guste y comenten!!! las re kiero y extraño... ;) 




Joe no había tomado comida mexicana en de­masiado tiempo. No recordaba que los tacos y los nachos supieran tan bien. Tampoco había pen­sado nunca en celebrar una cena improvisada en el suelo de su despacho. Quizá no fuera la comida, sino compartirla con Demi lo que lo cambiaba todo. Era protestona, irritante y mucho más diver­tida de lo que había esperado. Vio cómo sus ojos chispeaban de humor mientras comentaba a algu­nos de sus clientes.
-Este tipo es cliente habitual -estaba diciendo. Se detuvo para mordisquear su taco. Tragó y si­guió hablando-. Tiene contratada una docena de rosas una vez a la semana.
-¿Un buen marido? -aventuró Joe.
-Difícilmente -Demi negó con la cabeza-. Es para la chica de la semana. Siempre una distinta, siempre rosas de un color diferente, adecuado a su personalidad, según dice él. Pero una semana cambió las rosas por un cactus.
-Eso da qué pensar, ¿no? -ironizó Joe.
-Yo me pregunto cómo encuentra tantas muje­res dispuestas a salir con él -suspiró y se echó ha­cia atrás, apoyando las manos en el suelo-. Su dor­mitorio debe ser como una línea de montaje en cadena.
-¿Y me llamas cínico a mí? -Joe levantó una rodilla y apoyó el antebrazo en ella.
-Tocada -Demi inclinó la cabeza, otorgándole un triunfo.
-Dime, ¿cómo le va a Selena? -preguntó Joe tras un minuto de silencio.
-Mi hermana mayor está muy bien -Demi son­rió, pensando en Selena y su creciente familia-. Tres hijos y medio, y un marido al que adora. Es asquerosamente feliz.
-¿Tres y medio?
-Está embarazada otra vez -dijo ella moviendo levemente la cabeza-. Es difícil de creer, pero a Selena le encanta estar embarazada, y Justin, su marido, está tan loco por los críos como ella -Demi clavó los ojos en Joe-. Si vosotros dos no hu­bierais roto, ahora podrías ser un papá muy ocu­pado.
-No, gracias -Joe arrugó la frente y dio un largo trago de su refresco. Después dejó el vaso en la alfombra-. Ya probé lo de ser marido. No fun­cionó. Además, no tengo madera de padre.
-Otra vez esa visión soleada del mundo que tan bien empiezo a conocer -rezongó Demi.
-Tocado -le tocó a él inclinar la cabeza otor­gando la victoria. Después preguntó-. ¿Qué me di­ces de ti?
-¿Qué quieres saber?
-¿Tienes relaciones con alguien? -Joe se pre­guntó qué diablos le importaba eso a él. Se dijo que no le importaba en realidad, sólo era una pre­gunta de cortesía.    
-últimamente no -ella se incorporó, se frotó las manos, recogió los restos de su comida y los metió en una bolsa de plástico.
Joe se alegró internamente, aunque sabía que hubiera sido preferible que estuviera comprometida. O casada. O que fuera monja.
-Es difícil de creer.
-¿Por qué? -Demi lo miró curiosa.
-Es sólo que... -la señaló con la mano-. Es de­cir...
-¿Estás a punto de hacerme un cumplido? -sonrió ella. Joe frunció el ceño, le quitó la bolsa y empezó a meter los restos de su cena dentro. -Cosas más raras se han visto -rezongó. -En películas de ciencia ficción.
-No eres una persona nada fácil, ¿verdad, Ra­nita?
-La abuela siempre ha dicho que nada bueno es fácil -le tiró una bola de papel, que rebotó en su frente.
-Ya, pero no creo que se refiera a ti.
Se hizo el silencio entre ellos. Afuera, el sol se estaba poniendo y las nubes tenían sombras mora­das y rojizas. El silencio siguió creciendo hasta convertirse en una presencia viva.
Joe la miró y se descubrió preguntándose cómo sería su sabor. Y se preguntó si después de probarlo podría pararse sin más. Pero no podía ocurrir; no podía involucrarse con Demi Lovato. Aparte de que le provocaba demasiadas emocio­nes, era la nieta de la mejor amiga de su abuela.
No era mujer de aventuras. Era de las de chime­nea, hogar y cenas familiares. Definitivamente, im­posible. Era casi como si llevara una señal de prohibido en la frente. Si era listo, no se la saltaría.
-Será mejor que acabemos con ese contrato -sugirió ella, mirándolo a los ojos.
-De acuerdo -Joe asintió y se puso en pie-. Si no, podríamos pasarnos aquí toda la noche. -Probablemente no sería buena idea -mur­muró Demi. Se humedeció los labios con la len­gua.
-No -dijo él haciendo una mueca al notar la re­acción de su cuerpo al gesto-. No sería buena idea para nada.


Cuando llegó el jueves por la tarde, Demi no podía dejar de arrepentirse de haber aceptado el trabajo. Se sentía como si estuviera andando en la cuerda floja, sobre un foso lleno de leones ham­brientos. Un paso en falso y se convertiría en un aperitivo rápido.
Necesitaba el fin de semana. Tiempo para pa­sarlo en la playa, en su casita. Pintando la cabaña de porcelana que había comprado en el mercadi­llo hacía un mes. O decorando las paredes de la cocina, llevaba meses retrasándolo. Nunca tenía suficiente tiempo para dedicarlo a las tareas ma­nuales que tanto le gustaban. Solía estar dema­siado ocupada con la tienda.
Por eso había estado deseando las dos semanas de vacaciones. Con Taylor, su nueva gerente, al frente de Larkspur, Demi podía relajarse; la tienda estaba en buenas manos.
Sus vacaciones habían pasado a la historia, así que tenía intención de aprovechar los fines de se­mana. Además necesitaba aire, estar lejos de Joe Joenas para poder respirar. Mantenerse ocupada para dejar de soñar despierta con lo que le gusta­ría hacer con Joe. Demi gimió para sí. Sólo tenía que soportar lo que quedaba de tarde y el día si­guiente; después tendría dos días enteros para re­lajarse.
-¿Demi?
-Sí, señor, ¿jefe? -volvió la cabeza y lo vio salir de su despacho. Él frunció el ceño al verla levan­tarse y agarrar su bolso y las llaves del coche.
-¿Te vas ya?
-No es «ya» -replicó ella, agarrando la rebeca negra que había en el respaldo de la silla-. Son más de las cinco y me voy a casa -en realidad, esca­paba a casa, pero no pensaba decírselo. En su casa no tendría que mirar los ojos marrones de Joe. No tendría que recordarse que no estaba intere­sada en una relación con nadie, y menos aún con quien fue la pesadilla de su infancia.
Se puso la rebeca, y señaló un sobre marrón que había sobre el escritorio.
-Las últimas cartas que me pediste están ahí. Fírmalas y saldrán con el correo de la mañana.
-Muy bien, pero...
-Hasta luego.
-Demi.
Su voz la detuvo cuando estaba a tres pasos de la puerta. Miró el umbral como añoranza, inspiró con fuerza y se dio la vuelta. Él tenía el pelo re­vuelto, la corbata floja y el cuello de la camisa de­sabrochado. Estaba demasiado atractivo. Si suge­ría que se quedara otra vez y volver a pedir cena, tendría que aceptar. Se pasaría toda la cena embo­bada con él y volvería a marcharse a casa sola y frustrada. Y si no se lo pedía, sentiría una gran de­silusión, por no poder mirarlo embobada. Era ob­vio que los problemas psicológicos empezaban a aflorar.
-¿Qué? -espetó, con más dureza de la que pre­tendía.
-¿Estás libre este fin de semana?
Demi se tambaleó levemente y se preguntó si estaba preguntándole lo que ella pensaba. Una cita, en vez de una cena improvisada en mitad del trabajo. Quizá quería llevarla al cine, o cualquier otra cosa, que sería totalmente inapropiada para dos personas que trabajaban juntas. Sobre todo te­niendo en cuenta que habían sido las abuelas de ambos las que lo habían organizado todo. Y consi­derando que ella no estaba de humor para incluir a un hombre en su vida. Los nervios le atenazaron el estómago.
-¿Por qué?
-Tengo unas reuniones.
Demi comprendió que no hablaba de una cita, sino de trabajo.
-Es una pena -dijo acercándose a la puerta. -Necesitaré una secretaria.
De ninguna manera pensaba aceptar, ya había renunciado a dos semanas de vacaciones y no pen­saba hacer lo mismo con sus fines de semana.
-Joe...
-Una reunión es mañana por la mañana a úl­tima hora, luego tengo el sábado entero y quizá una el domingo por la mañana.
-Pero yo no...
-Te pagaré horas extra.
-No se trata de eso -curvó los dedos alrededor de la correa del bolso.
-¿De qué se trata? -Joe cruzó los brazos sobre ese pecho que ella no podía dejar de imaginarse desnudo-. ¿Te da miedo irte conmigo?
-Sí -lanzó una breve carcajada y esperó que so­nara convincente-. Eso debe ser... ¿irme contigo? ¿Ir dónde?
-A Temecula.
-¿En el condado de Riverside?
-¿Es que hay otra?
-No, pero...
Joe cruzó la habitación, miró por la ventana un instante y se volvió de nuevo hacia ella.
-Kevin Harrington fue mi primer cliente cuando inicié mi negocio -Joe encogió los hom­bros-. Se arriesgó conmigo. Dos veces al año voy a Riverside, estudio su cartera de acciones y comen­tamos posibles cambios e inversiones.
-¿Vas tú a verlo?
-La mayoría de los agentes independientes visi­tan a sus clientes -Joe sonrió.
-Aun así. ¿Vas a dedicarle todo el fin de semana a un cliente?
-No, Kevin me recomendó a algunos de sus amigos y los veo a todos cuando voy. Mañana veré a Kevin y el sábado a los demás.
-Así que trabajas toda la semana y aún más el fin de semana.
-Pssí -la estudió detenidamente, descruzó los brazos y agitó las manos-. ¿Sabes qué? No im­porta, tienes razón.
-Tengo razón sobre qué -Demi lo miró in­quieta; no solía cambiar de táctica tan súbitamente.
-No puedo pedirte que vengas.
-Ya lo has hecho -señaló ella.
-Lo retiro.
-¿Qué? -exclamó ella. Joe se dio la vuelta y en­tró a su despacho; ella lo siguió. Él se sonrió al oír sus pasos apresurados-. ¿Lo retiras? ¿Qué se su­pone que eres, un crío de primaria?
-No -rodeó el escritorio y se sentó. Sin mirarla, empezó a remover los montones de informes fi­nancieros. En cuanto le pidió que lo acompañara, supo que se negaría. Quizá debería dejarlo así, se­ría un millón de veces más seguro. Pero quería que fuera con él.
Quería verla lejos de la oficina, en un terreno neutral. Demonios, la quería a ella. La deseaba.
-Sólo estoy siendo lógico -explicó-. Puedo ha­cer el trabajo sin tu ayuda. Tú lo odiarías, y no te culpo por ello. Te aburrirías.
-¿Aburrirme?

martes, 6 de marzo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 3



hola mis niñas hermosas ak un cap de jemi... espero y les guste!! las kiero y comenten!! pliss... :D gracias... bye bye ;) 


Joe se recostó en la silla y miró a Demi dete­nerse en el umbral de la puerta. Llevaba tres días haciendo lo mismo. Cumplía con su trabajo, era eficiente, lista y organizada. Pero lo mantenía a distancia. Siempre procuraba mantenerse alejada de él. Y, si fuera inteligente, debería agradecér­selo; en cambio, lo frustraba.
No había contado con sentirse tan atraído por ella. Cuando su abuela había sugerido a Demi como secretaría temporal, Joe no había sido ca­paz de imaginárselo. La Demi que recordaba dis­taba mucho de su idea de una asistente eficaz. Pero estaba desesperado y dispuesto a probarlo todo. Desde que estaba allí, no podía pensar en otra cosa.
Probablemente eso no era buena señal.
-¿Hola? Tierra llamando a Joe.
-¿Qué? -él parpadeó y disipó sus pensamientos, como un hombre que despertara de un coma.
-No lo sé. Me has pedido que viniera, ¿recuer­das? -Demi seguía en el umbral, pero ahora lo miraba como si le faltara un tornillo.
Joe se maldijo, pensando que quizá tuviera ra­zón. Apartó la silla y se levantó. Siempre había pensado mejor de pie.
-Sí, es cierto. Necesitaré que te quedes algo más tarde hoy... -calló cuando empezó a sonar el teléfono del despacho exterior.
-Espera un momento -Demi giró y fue hacia su mesa mientras Joe se obligaba a no observar el bamboleo de sus caderas; no le resultó fácil.
-Financiera Jonas -dijo ella en el auricular. Joe observó cómo se estiraba sobre la mesa para alcanzar un bolígrafo. El bajo de su falda su­bió seductoramente por sus muslos. Joe intentó no mirar, pero era un hombre, y estaba vivo. No mirar era imposible.
-¿Ashley Green? -Demi con una pregunta en los ojos.
Maldición. «No», esbozó él con los labios, ne­gando con la cabeza y moviendo las manos. Lo úl­timo que necesitaba era oír a Ashley parlotear so­bre los cócteles a los que quería que la llevase. Daba igual que no la hubiera llamado en semanas. Ashley sencillamente suponía que todos los hom­bres que se cruzaban en su camino iban a ser sus amorosos esclavos. Joe Jonas, en cambio, no creía en el amor ni en la esclavitud.
-Dile cualquier cosa -dijo con la boca, sin ha­blar, con la esperanza de que Demi fuera buena leyendo los labios. No se arriesgaba ni a un susu­rro. Ashley tenía oídos de murciélago. Si se ente­raba de que estaba allí, insistiría en hablar con él, y no tenía ningún interés.
Ni siquiera lo había tenido cuando salían jun­tos.
-¿Cualquier cosa? -gesticuló Demi, con un bri­llo decidido en los ojos. Cuando él asintió, sonrió con perversidad se volvió a mirarlo, y dijo-. Lo siento, señorita Green, pero Joe no puede ponerse al teléfono ahora.
Los médicos le han aconsejado que no hable hasta que le quiten los puntos.
«¿Qué?» Joe dio un paso adelante.
-Oh, ¿no se había enterado? Un pequeño acci­dente -Demi retrocedió un paso, sus ojos chispe­aron de risa y simuló un tono compasivo-. Estoy segura de que no quedará desfigurado para siem­pre -un segundo después, se apartó el auricular del oído con un gesto de dolor-. Uff. Ha colgado con tanta fuerza que temo haberme quedado sorda.
-¿Desfigurado? ¿Estoy desfigurado? -Joe la miró fijamente-. ¿Por qué has hecho eso?
-¿Eh? -ella se puso una mano alrededor de la oreja y ladeó la cabeza.
-Muy gracioso, Joe -Joe hizo una mueca, se echó la chaqueta hacia atrás y metió las manos en los bolsillos del pantalón-. ¿Qué es esto?
-Dijiste que podía decirle cualquier cosa. -Hasta un límite.
-No has dicho nada de límites -ella alzó un dedo y lo movió de lado a lado. Joe sacó las ma­nos de los bolsillos y se cruzó de brazos. Demi no hacía más que sorprenderlo. Eso lo intrigaba y preocupaba también.
-No se me ocurrió que tuviera que pedirlos. La próxima vez estaré preparado.
Ella soltó una risa.
-Has disfrutado haciéndolo -rezongó él.
-Sí -admitió ella, apoyándose en el borde de la mesa-. Por cierto, ¿Ashley? -movió la cabeza con tristeza-. No parece muy profunda. La palabra «desfigurado» tuvo un efecto fulminante -lo es­crutó con ojos divertidos-. Te dedicas a lo superfi­cial, ¿no?
Superficial era una buena descripción de Ashey y de todas sus amigas. Pero a él no lo intere­saba lo profundo. Cuando la conoció lo único que quería era compañía para cenar y alguien que le calentara la cama. Ashley no había sido muy buena en ninguna de las dos categorías, pero eso no venía al caso.
-¿Eres así de descarada con todos tus jefes?
-No tengo jefes -Demi se apartó de la mesa.- ­Ya no, ahora soy mi propia jefa.
-Probablemente, una decisión muy sábia.
-¿Qué se supone que significa eso?
-No se te da bien tratar con los demás, ¿verdad?
-Creo que aquí estoy haciendo un buen tra­bajo, ¿no?
-Claro que sí -Joe se acercó un poco. Percibió el aroma de su perfume e inhaló con fuerza, como un estúpido-. Si no tenemos en cuenta tus quejas, tu rechazo a aceptar órdenes y...
-No necesito aceptar órdenes. Sé cómo llevar una oficina...
Joe sonrió al comprender que era tan fácil pi­carla como cuando era niña. Su temperamento ir­landés siempre estaba a flor de piel. Ver la ira deste­llar en sus ojos era casi hipnótico. Sus profundidades verde esmeralda ardían y se oscurecían amenazando peligro, Joe estaba fascinado.
-Pero esta es mi oficina -contraatacó para irri­tarla. Ella se sonrojó, se le agitó la respiración y ad­quirió el aspecto de un muelle a punto de saltar. A Joe se le hizo la boca agua, iba a tener problemas serios. No había deseado a una mujer tanto en... nunca.
-Ya sé que es tu oficina -aseveró ella, inclinán­dose hacia delante-. Tiene tu sello aburrido y poco original. Cualquier otra persona habría aña­dido un poco de color, excepto el gran Joe Jonas. No, no. El se dedica al juego empresarial. Gris de barco de batalla, eso es lo tuyo, ¿no? Un imitador sin ápice de originalidad.
-¿Originalidad? -repitió él. Demi podía decir lo que le viniera en gana sobre la decoración, por­que a él le importaba un bledo el aspecto del lu­gar, mientras diera imagen de dignidad y de éxito. Se preguntó si lo consideraba uno de esos tipos que andaba por ahí eligiendo tapicerías.
A pesar de todo, no estaba dispuesto a permitir que lo acusara de mediocridad. Había conseguido más cuentas en el último año que cualquiera de la competencia. En los últimos tres años su empresa había sido la de crecimiento más rápido de la costa este; eso no se lograba siguiendo ciegamente a los demás.
-Mira a tu alrededor -exclamó ella-. Todo el edificio es como una madriguera de conejos. Cada conejito está encerrado en su pequeño mundo gris -agitó las manos a su alrededor, señalando las paredes gris claro, la moqueta azul acerado y las acuarelas indistintas que salpicaban la pared-. Apuesto lo que quieras a que el mismo decorador se encargó de todas las oficinas. Seguro todos te­néis los mismos horribles cuadros en el mismo si­tio, sobre idénticas paredes grises.
-¿Soy poco original simplemente porque tra­bajo en un edificio de oficinas?
-Es difícil ser un espíritu libre cuando se tra­baja en Conformidad, S. L. -declaró ella.
-¿Qué? -tuvo que reírse a pesar de su tono in­sultante. Demi hablaba disparatadamente, como si fuera una hippy. Casi esperaba que se pusiera a cantar y a pedirle a la Hermana Luna que lo ayu­dara a liberar su alma. Lo peor era que hacía mu­cho que no se divertía tanto.
-Lo que necesitas es... -Demi se llevó una mano al ojo izquierdo y gritó-. ¡Quieto!
-¿Qué? -instintivamente, Joe dio un paso ade­lante.
-No te muevas -lo miró con furia-. ¿No sabes lo que significa «quieto»?
-¿De qué diablos estás hablando?
-Mi lentilla -se agachó lentamente-. He per­dido una lentilla.
-Bromeas.
-¿Acaso parece broma? -alzó la cabeza y lo miró.
-¿Llevas lentillas? -Joe miró el suelo y se arro­dilló con cuidado-. Sabía que el verde de tus ojos no podía ser natural.
-¡Cuidado con dónde te apoyas! -gritó ella, mirándolo con el ojo que tenía abierto-. Para que lo sepas, no son lentillas con color.
-Pruébalo.
Demi abrió el ojo izquierdo. Era exactamente igual de verde que el derecho. Profundo y claro, del color de la hierba en primavera, o como una esmeralda iluminada desde atrás. Joe se perdió por un momento en sus profundidades y tuvo la sensación de que podía ahogarse allí dentro. Con­troló de inmediato sus pensamientos, no pensaba ahogarse en los ojos de ninguna mujer. Nunca más.
-Bueno -Demi tragó saliva e inspiró con fuerza-. Pasa los dedos suavemente por la moqueta. -¿Esto te ocurre con frecuencia?
-Sólo ocurre cuando me irrito.
-Es decir, con frecuencia.
-Muy gracioso -le dio un codazo en las costi­llas.
-Eso me dicen.
-¿Ashley? -preguntó ella.
-Ashley era una cliente –explicó él-. Cenamos juntos un par de veces, eso es todo.
-Pues parece que sigue con hambre.
-Peor para ella -masculló Joe, recordando lo aburrida que era Ashley-, porque yo ya me harté.
-Oh, oh -Demi volvió la cabeza para mirarlo-. Parece que ahí hay historia.
Él la miró. Ella se echó el pelo a un lado y son­rió. Sus dedos se rozaron mientras buscaban y sin­tió que una punzada de calor lo atravesaba. Eso nunca le había ocurrido con Ashley. Ni con su ex mujer. Ni con nadie, a decir verdad.
Estaba atrapándolo y no podía permitirlo. Te­nía que recordarse que Demi no era más que una vieja, no amiga, ni enemiga. Además, no era vieja. Se preguntó qué era, además de, por supuesto, tina tentación de primera.
-¿Hola? -farfulló ella, pasando una ante sus ojos.
-Sí. Historia. No hay historia. Ashley no fue más que... -lo pensó un momento. No le debía ninguna explicación, pero era obvio que ella no iba a dejar el tema-... temporal.
-Hay mucho de eso por ahí -Demi arqueó las cejas.
-Nada dura para siempre -replicó él, con voz tensa y dura.
-Eso es tomárselo con filosofía. -Sencillamente, es realista -Joe lo sabía mejor que nadie. Amor, amistad, relaciones: todo aca­baba. Normalmente cuando menos lo esperaba uno. Hacía mucho tiempo que Joe había deci­dido tomar las riendas de su vida; ahora era él quien terminaba las cosas antes de que se compli­caran. Era él quien se marchaba. No volvería a ser el que se quedara solo con el corazón roto. Avanzó a gatas por la moqueta, acercándose a ella.
-¿Cómo de lejos pueden rodar estas cosas?
-Bastante -dijo ella-. ¿Por qué llamas ser rea­lista a lo que es puro cinismo?
Él la miró. Estaba demasiado cerca de él, tanto que podía contar las pecas de su nariz. Eran seis. Pero eso no le importaba.
-¿Por qué te interesa tanto?
-Curiosidad -se encogió de hombros-. Síguele la corriente a una mujer medio ciega.
Joe soltó una carcajada. Ella le hacía reír. Lle­vaba ocurriendo desde el primer día, y no era algo frecuente en su vida. Había estado demasiado ocu­pado construyendo su mundo para disfrutar de lo que había creado. Demasiado ocupado probán­dole a todo el mundo, incluido él mismo, que po­día llegar a la cima y disfrutar del viaje. Pero Demi lo revitalizaba todo, incluso cuando discutía con él.
Era imposible ignorarla y demasiado peligroso prestarle atención. Una combinación fatal.
-No hay ninguna explicación oscura y pro­funda -dijo, negándose a entrar en la historia de sus relaciones del pasado. No sólo no era asunto de Demi, había decidido olvidarlas-. Ashley y yo sólo fuimos dos barcos que chocaron brevemente en la noche y después siguieron su camino. Eso es realista, no cínico. Pretender que fue otra cosa se­ría una pérdida de tiempo.
Demi consideró brevemente su metáfora. Si los barcos habían chocado, seguramente habían dormido juntos. Eso quería decir que Ashley ha­bía visto a Joe desnudo. Inmediatamente, una imagen asaltó su mente. La misma imagen que lle­vaba días provocándola.
Se imaginaba a Joe mojado. Saliendo de la ducha con una toalla anudada a la cintura y gotas de agua en el vello de su pecho. Después, se lo imaginaba sacudiendo la cabeza; veía diminutas gotas salir disparadas de su pelo, como diaman­tes. El dejaba caer la toalla y daba un paso ade­lante, para tomarla en brazos. La visión era tan clara, tan tentadora, que sentía la piel húmeda junto a la suya. Él inclinaba la cabeza, su boca se acercaba y...
-¡La encontré!
-¿Qué? -Demi tragó una bocanada de aire.
-Tu lentilla -Joe se la mostró-. La encontré.
-Perfecto -DEmi intentó controlarse. Se pre­guntó por qué hacía tanto calor en la habitación. Tenía la sensación de estar ardiendo. Lo miró a sus ojos y sus profundidades marrones parecie­ron absorberla. Su sonrisa victoriosa provocó una serie de explosiones en todo su cuerpo y se le aceleró la sangre como estuviera corriendo un ma­ratón.
Nunca había reaccionado así ante un hombre. Los atractivos la ponían nerviosa, y de vez en cuando una boca fabulosa le hacía reaccionar. Pero nunca había tenido una fantasía que provo­cara un cosquilleo de calor y deseo en cada poro de su piel.
Ni si siquiera con su ex prometido. Ni con su úl­timo jefe, el experto en hacerle promesas y olvi­darlas. No. Joe removía cosas que nadie había re­movido.
-Gracias -dijo, tomando la lentilla que le ofre­cía en la palma de la mano. El roce de los dedos con su piel hizo que otro dardo recorriera su cuerpo, pero Demi luchó contra él. Si no lo hacía, se vería obligada a tumbarse boca arriba y gritar: «¡Tómame, chico grande!»
¡Horror! Se puso en pie de un salto.
-Bueno, será mejor que vaya a ponérmela. No me gusta mirar el mundo como un cíclope -fue hacia la puerta y, aunque Joe la seguía, no se vol­vió. Tenía la sensación de que se convertiría en es­tatua de sal.
-¿Puedo ayudarte?
-No, gracias -negó con la mano-. Llevo años haciéndolo.
-No sabía que usabas lentillas.
-No tenías por qué, hace seis años que no nos vemos.
El pasillo parecía increíblemente largo. La pa­red de la derecha estaba pintada de gris, pero la de la derecha era de cristal. El sol de la tarde atra­vesaba el ventanal y, cinco pisos más abajo, se reflejaba en las capotas de los coches que atascaban la autovía 405. La idea de unirse a ese caos hizo que Demi agradeciese que Joe le hubiera pedido quedarse un rato más.
-Vaya -dijo Joe a sus espaldas, como si leyera su mente-, la autovía está colapsada.
-Ya lo he visto -giró a la derecha y entró en el aseo de señoras.
-Habrá menos tráfico después. Podemos pedir que nos traigan la cena, mientras trabajamos. Cena. Demi no estaba segura de ser capaz de tragar. Se miró en el espejo y vio el reflejo de Joe. Estaba allí, justo a sus espaldas. En el aseo de señoras, ¡por Dios! Había dos sillas de vinilo a ambos lados de una mesa baja, decorada con un cuenco de flores.
-¿Cena? -repitió, mirándolo fijamente por el espejo.
-¿Qué pasa? ¿Es que tú no comes?
-Claro que como. Es sólo que no estoy acos­tumbrada a que los hombres me sigan al aseo de señoras para invitarme a cenar.
Él desvió la vista y miró a su alrededor, como si lo sorprendiera descubrir dónde estaba. Después volvió a mirar el espejo y, al encontrar sus ojos, es­bozó una mueca contrita.
-¡Huy!
Demi sintió que algo botaba en su interior al ver esa sonrisa. Por lo visto, en el fondo de su cora­zón, seguía siendo esa niña de once años encandi­lada de él. ¡Que Dios la librara!
-Yo..., te veré fuera -dijo él señalando la puerta con el pulgar.
-Buena idea.
Cuando se marchó, Demi dejó escapar el aire, que no había sido consciente de estar reteniendo. Se inclinó hacia delante, apoyó las manos en la en­cimera color azul pizarra y miró su reflejo.
-Este trabajo temporal fue una mala idea, Demi. Muy mala.