La puerta se abrió. Demi tenía el pelo suelto, y caía sobre
sus hombros en suaves ondas de color rojo dorado. Llevaba una camiseta blanca
de tirantes y unos vaqueros cortos. Tenía los pies descalzos y sus piernas
parecían increíblemente largas. Empezó a salivar y se olvidó por completo de
la alfombra pintada del porche. Se olvidó del nuevo cliente que había
conseguido en el almuerzo. Se olvidó del vino que llevaba en la mano. Sólo
podía centrarse en ella y, que el cielo lo ayudara, en el efecto que tenía
sobre él.
-Hola -Demi sonrió y Joe se quedó sin aliento.
-Hola -respondió.
-¿Eso es para mí? -preguntó ella, señalando el vino.
-Sí.
-¿Quieres tomar un poco ahora? -preguntó ella, apartándose
para dejarle entrar.
-No tengo sed -dijo él, entrando y cerrando la puerta a sus
espaldas.
-Yo tampoco -dijo ella, quitándole el vino y dejándolo en el
sofá.
-Me alegro -masculló él, la agarró y la rodeó con sus brazos,
como si se le fuera la vida en ello. Y quizá, en ese momento, era verdad.
Ella se puso de puntillas y se encontró con su boca, que
bajaba a besarla. Entreabrió los labios y la lengua de él la penetró,
exigiendo, desvalijando, llevándola de nuevo a ese umbral de deseo que tan
bien había llegado a conocer.
Joe apartó la boca y dibujó un camino de besos calientes y
húmedos en su cuello. Ella gimió suavemente, agarrándose a sus hombros y arqueándose
hacia él. Sus manos le levantaron la camiseta y agarraron sus pechos; después
sus dedos la acariciaron, pellizcaron y cosquillearon con insistencia.
Ella inspiró entre dientes y contuvo el aliento, como si
tuviera miedo de no volver a respirar. Joe le mordisqueó la nuca, lamió la vena
que latía acelerada en la base de su cuello y sintió cómo su propio corazón
se disparaba y acompasaba al ritmo salvaje del de ella.
Alzó la cabeza y siguió acariciando sus pezones, para ver cómo
los ojos de ella, resplandecientes, se cubrían con un velo de deseo.
-¿Dormitorio?
Demi se pasó la lengua por los labios, parpadeó un par de
veces, e intentó centrar la vista en su rostro. Alzó una mano y señaló.
-Por allí.
-Vamos -se agachó lo suficiente para colocan un hombro en su
estómago. Después se irguió, doblándola sobre su espalda.
-¡Eh! -ella apoyó las manos en su espalda y se irguió-. ¿Qué
esto de la vuelta a los tiempos de las cavernas?
-Es más rápido así -replicó él, dándole un azote cariñoso en
el trasero.
-De acuerdo -dijo ella, dejándose caer contra su espalda-.
Siempre que haya una buena razón.
Joe cruzó la sala sin mirarla. En ese momento, no le
interesaba la decoración. Lo único que le interesaba era Demi. Y la dulce
satisfacción que únicamente había encontrado con ella. La necesitaba, maldita
fuera.
No quería eso. No lo había planeado.
Pero el fin de semana se había convertido en algo...
importante. La apretó con más fuerza al darse cuenta, pero decidió no
considerar las implicaciones que podía haber tras esa palabra, «importante».
Miró a través de una puerta abierta. Azulejos verdes y una
cortina de plástico con palmeras y loros. Era el cuarto de baño.
-Gira a la izquierda -dijo ella, al notar que paraba. Él lo
hizo-. No, a la otra izquierda -corrigió ella-. Mi izquierda. Esto de dar
direcciones boca abajo es un asco.
El entró en el dormitorio, vio la cama de matrimonio,
cubierta con una colcha azul y blanca e ignoró todo lo demás. Había una
lámpara encendida en la mesilla, que emitía una suave luz amarilla. Se inclinó
y la dejó caer sobre el colchón. Ella soltó una carcajada al rebotar un par de
veces.
-No hay nada como un cavernícola -dijo, estirándose en la
cama como un gato.
-Me alegra que me des tu aprobación.
-Oh, sí.
Demi lo miró con ojos brillantes de pasión. Tenía un aspecto
diferente. Llevaba un jersey negro y pantalones vaqueros; la ropa informal
hacía que pareciese más asequible. Los trajes que solía utilizar eran casi
como una coraza bien cortada, que lo aislaba del mundo. Por lo visto, esa noche
había pasado por casa para cambiarse. Por mucho que apreciara el detalle,
quería que se quitara esa ropa. Inmediatamente.
Como si hubiera oído sus pensamientos, él se arrancó el jersey
y lo tiró a un lado. La luz de la lámpara definió su ancho pecho y ella sintió
un escalofrío. Mientras se quitaba los vaqueros, a Demi se le aceleró la
respiración y su cuerpo se tornó caliente y húmedo, dispuesto para recibirlo.
Él se arrodilló en la cama, junto a ella y la levantó del
colchón para quitarle la camiseta. Después se inclinó hacia sus pechos y
empezó a besarlos, primero un pezón y luego el otro, probando, lamiendo,
iniciando otra larga escalada hacia un placer sin límite.
Demi gimió, enredó los dedos en su pelo y luego deslizó las
manos hacia sus hombros, su espalda. Él alzo la cabeza y la miró a los ojos.
-Te he echado de menos, diablos -admitió-. A pesar de que
hemos trabajado juntos todo el día, te he echado de menos.
-Sí -dijo ella, poniendo una mano en su mejilla-. Lo sé. Yo
he sentido lo mismo.
-Eso significa que...
-Que me maten si lo sé -Demi tragó aire cuando él llevó la
mano a la cinturilla de sus pantalones cortos. Lo contuvo mientras él desabrochaba
el botón, bajaba la cremallera y después los deslizaba, junto con la ropa
interior, piernas abajo. Se libró de ambas prendas de una patada. Sólo sé que
te deseo. Un montón.
-Ahora mismo estoy contigo, Ranita -dijo él. Sus labios se
curvaron con esa sonrisa que enloquecía a Demi.
Ella se rió mientras él se tumbaba sobre ella. Se abrió para
él, dándole la bienvenida. Aún sonriendo, pegó las caderas a las suyas y se
rindió al intenso placer que creaba en su interior. Miró sus ojos y vio en
ellos algo más que simple deseo. También vio calidez, humor y ternura.
Las sensaciones la recorrieron como un torbellino y, cuando
estaba a punto de alcanzar el clímax, comprendió que Joe y ella habían cruzado
una frontera en algún momento. Habían pasado de la mera pasión y deseo a un
punto en el que las cosas podían complicarse. Entre ellos había algo más que
deseo. No sabía cuánto más.
Él empezó a empujar con más fuerza, más rápido, y se olvidó
de pensar. Se concentró en el momento. En los dos, solos, iluminados por una
luz suave mientras sus cuerpos se reclamaban el uno al otro y sus respiraciones
se fundían en una.
Cuando sitió que las primeras llamas incendiaban su sangre,
se abrazó a él con fuerza, clavándole las uñas en los hombros. Gimió su nombre
y, un momento después, él se puso rígido y encontró su propia culminación. Demi
lo abrazó fuertemente mientras, juntos, iniciaban una infinita caída libre.
Dos días después estaban de nuevo en su dormitorio, como
habían hecho en todos los momentos en los que no estaban trabajando. Algo
estaba ocurriendo entre ellos, pero ninguno estaba dispuesto a admitirlo y,
menos aún, a hablar de ellos. En vez de eso, se dejaban llevar por las
fantásticas sensaciones que los rodeaban. Se perdían en la magia. Habían
encontrado más de lo que esperaban, más de lo que querían reclamar.
A Joe lo preocupaba que la relación se estuviera complicando
demasiado, pero era incapaz de mantenerse alejado de ella. En un diminuto rincón
racional de su mente, una vocecita le advertía que debía empezar a
distanciarse. A escapar de Demi y el peligro que representaba.
Pero no podía hacerlo. Aún no.
Lo haría. Tenía que hacerlo. Pasara lo que pasara, no estaba
dispuesto a ponerse en una situación en la que una mujer tuviera el poder de
aplastarlo de nuevo. Había tiempo. Todavía tenía tiempo para disfrutar de lo
que había encontrado, antes de tener que renunciar a ello.
Volvió a moverse en su interior, balanceándose, llevándolos a
ambos al límite. Después, con una última embestida, Joe sintió como ella fundía
su cuerpo con el suyo, observó sus pupilas dilatarse y oyó cómo susurraba su
nombre mientras empezaban sus espasmos; sólo entonces se permitió a sí mismo
buscar la cima que necesitaba desesperadamente.
Unos minutos después se dejó caer a su costado y soltó un
gruñido.
-Maldición.
Demi intentaba recuperar el aliento y que los latidos de su
corazón volvieran a la normalidad. Se volvió hacia él con una sonrisa
satisfecha en el rostro.
-Joe, ¿es posible que algo vaya mal?
-El preservativo se ha roto -dijo él con rostro tenso. Ella
abrió los ojos de par en par y la vio palidecer.
- Oh, oh.
-Eso lo dice todo -sentía una opresión en la boca del
estómago, pero aún había una esperanza-. Dime que tomas la píldora.
-¿Quieres que mienta en un momento como este?
-Maldición.
-Oye -dijo ella, agarrando la colcha para taparse-, hacía un
par de años que no estaba con nadie -lo tapó también a él-. No iba a estar tomando
la píldora cuando no había ninguna necesidad.
-Entendido -se pasó una mano por el pelo y apretó la
mandíbula-. Vamos a echar cuentas. ¿Cuándo tuviste el periodo la última vez?
Demi miró el techo e intentó concentrarse. Le resultaba
difícil pensar cuando su cuerpo aún no había dejado de vibrar. Pero lo intentó.
Mentalmente, contó. Después volvió a contar. Lo hizo una vez más. «Oh, Dios»,
pensó. Titubeó y comprendió que no había forma fácil de decirlo.
-Fue, erm..., debió empezar hace tres días.
omg
ResponderEliminardemi puede estar embarazadaaa
me encantooooooooo
aaaaaaaaaaaaaaaaaa dios me mata esta nove
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