Hasta que llegó al pasillo, descalza, a Danielle no se le ocurrió que las tres de la madrugada no era el mejor momento para compartir secretos íntimos con un hombre que llevaba semanas esperando ansioso la consumación de su matrimonio. Se quedó dudando frente a la puerta entreabierta de su dormitorio. La luz estaba encendida, pero el silencio era absoluto. Tal se hubiera quedado dormido.
—No hay nadie hay dentro —dijo una voz a sus espaldas, sobresaltándola.
Danielle se giró, para encontrarse a Kevin allí de pie con un vaso de whisky en la mano.
—Pensé que te habías ido a la cama —murmuró.
— ¿Y qué haces tú deambulando por los pasillos?
Danielle se rio avergonzada, y una sonrisa se dibujó involuntariamente en los labios de Justin. Estaba preciosa cuando se reía. No, estaba preciosa de cualquier modo.
— ¿Has venido porque quieres dormir conmigo? —aventuró Kevin confuso.
—Bueno, no es la única razón —balbució ella sonrojándose. Alzó los ojos hacia el rostro de él, y luego volvió a bajarlos—. ¿Sabías que nadie me había besado antes de que lo hicieras tú?
Kevin parpadeó incrédulo.
— ¿Has venido a decirme eso a las tres de la mañana?
—Bueno... es que me parecía que era importante que lo supieras —dijo ella encogiéndose de hombros. Volvió a alzar la vista hacia él, y sus ojos verdes miraron con aire melancólico las duras facciones, la boca, los marcados músculos del tórax y el estomago...
—Es increíble — murmuró con un suspiro, sin poder apartar la mirada del torso bronceado.
— ¿El qué? —inquirió él frunciendo el entrecejo, y observando algo turbado cómo lo estaba devorando con los ojos.
—Que no tengas que echar a las mujeres de tu dormitorio con el palo de una escoba —contestó ella distraídamente.
—Ese relajante muscular... ¿tenía efectos secundarios? —inquirió Kevin enarcando las cejas. No podía creer lo que estaba oyendo.
Danielle se rio suavemente.
— ¿Puedo dormir contigo? La verdad es que aún estoy temblando por dentro por el susto. Es decir... — dijo aclarándose la garganta—, si no te importa demasiado. No querría empeorar las cosas.
—No creo que puedan ponerse peor de lo que están ya —repuso él quedamente. La miró a los ojos—. Lista bien, pasa.
Danielle lo siguió al interior del dormitorio, y subió a la cama mientras él sostenía las sábanas para que se deslizara bajo ellas.
—Puedo ajustar el aire acondicionado si quieres—le ofreció Kevin.
—No, está bien —replicó ella—. Detesto dormir en una habitación calurosa, incluso en invierno.
—A mí me pasa lo mismo —admitió él con una débil sonrisa. Apagó la luz y se metió en la cama.
— ¿No vas... uní... no vas a quitarte los pantalón verdad? —inquirió Danielle agradeciendo que en la oscuridad él no pudiera verla enrojecer.
Kevin se echó a reír.
—Por Dios, Danielle...
—No te rías de mí —murmuró ella ofendida.
—Yo siempre pensé que eras una chica sofisticada —confesó Kevin—, ya sabes, una de esas chicas liberadas que tienen una ristra de hombres bajo la manga y beben champán y lucen diamantes.
—Pues sí que estabas equivocado... —murmuró Danielle —. Hasta que apareciste tú, solo había salido con un hombre, y la única vez que intentó besarme, mi padre le pegó una bofetada. Estaba obsesionado con mantenerme casta y pura hasta que encontrara a alguien a quien venderme, a alguien que lo hiciera aún más rico de lo que era. Pero claro, tú no podías saber eso, porque crees que fue un santo...
Kevin encendió la luz y la miró fijamente a los ojos, advirtiendo el rubor que teñía sus mejillas.
— ¿Te importaría apagar la luz, por favor? No puedo hablar de estas cosas mirándote a la cara.
Kevin se limitó a sonreír divertido e hizo lo que le pedía.
—Está bien, continúa.
—Mi padre jamás quiso que me casara contigo, a pesar del teatro que montó —le explicó Danielle —. Quería que me casara con Rob Pattison porque él también criaba caballos de carreras, y quería asociarse con él.
—Perdona, pero no me lo trago —replicó él. ¿Cómo podía creerse esa historia? Bass Deleasa lo había ayudado a echar adelante su negocio. Se preguntó si ella habría jugado a averiguar aquello. Danielle suspiró.
—Pues es la verdad. Estaba decidido a hundirte y a pararnos, y por eso se inventó esa mentira de que yo estaba enamorada de Rob y quería casarme con él.
—Tú admitiste que te acostabas con él —le recordó Kevin irritado—. Y me habías rechazado aquella noche. No necesitaba más pruebas.
—Pero no te rechacé porque te encontrara repulsivo como tú crees —le espetó ella.
— ¿Ah, no?
Y antes de que Danielle pudiera decir nada, rodó para colocarse encima de ella. Con un brazo la atrajo hacia sí, y buscó sus labios en la oscuridad, besándolos con rudeza. Danielle, asustada, alzó las manos con ira su pecho para apartarlo, y cuando la rodilla de Kevin se deslizó entre las de ella, se puso rígida y luchó aún con más ahínco.
Entonces Kevin se apartó sin decir nada y se bajó de la cama. Danielle escuchó como accionaba el interruptor de la pared, y cuando lo vio volverse hacia ella, sus ojos relampagueaban furiosos.
— ¡Sal de aquí! —rugió.
Danielle sabía que nada de lo que pudiera decirle lo calmaría, así que se bajó de la cama, llorosa y pidiéndole disculpas con la mirada, y obedeció. No miró atrás. Cerró la puerta suavemente tras de sí y, sin que las lágrimas dejaran de rodar por sus mejillas, bajó las escaleras.
Al llegar al salón, encendió la luz y fue al mueble bar para sacar una botella de brandy. Se sirvió una copa y bebió un sorbo.
En la casa reinaba el silencio más absoluto, pero su mente era un verdadero torbellino. ¿Por qué no podía comprender Kevin que al tratarla con tan poca delicadeza solo lograba asustarla? ¿Y por qué se negaba siempre a escucharla? Porque lo había vuelto a rechazar, esa era la razón, se dijo apesadumbrada. Pero, si no lo hubiera apartado, si hubiera perdido el control... Cerró los ojos espantada ante la idea del dolor que podría haber experimentado, y se estremeció.
Fue a sentarse al sofá con las piernas temblando, y agachó la cabeza, apoyando la frente en el borde de la copa. Se incorporó y, con los ojos nublados por las lágrimas, bebió otro sorbo y otro y otro... hasta que al fin se fue tranquilizando.
Cuando advirtió que no estaba sola, ni siquiera alzó la vista.
—Ya sé que me odias —murmuró sin fuerzas—. No hacía falta que bajaras para decirme eso.
Kevin contrajo el rostro al ver las lágrimas en su cara y notar la angustia en su voz. Había vuelto a herirlo, pero no podía evitar sentirse fatal al verla así.
Se sentó en el borde de la mesita de café frente a ella.
—He estado allí arriba llamándote toda clase de cosas horribles —le dijo al cabo de un minuto—, hasta que de pronto recordé lo que habías dicho, acerca de que ningún hombre te había besado antes de hacerlo yo.
—Da igual, tú piensas que soy una furcia —dijo ella amargamente—, que me acosté con Rob Pattison.
—Y recordé algo más... —murmuró Kevin, arrodillándose frente a ella para poder mirarla a los ojos—. Recordé que esta noche, cuando te saqué del arcén... me besaste. No parecías tenerme miedo, y tampoco parecía repugnarte. ¿Era porque... porque eras tú quien llevabas las riendas?
Danielle suspiró temblorosa. Al fin Kevin estaba empezando a comprender. Tragó saliva y asintió con la cabeza.
—Pero hasta ahora yo siempre he sido muy brusco cuando he intentado acercarme a ti... —prosiguió él
Esperando otra confirmación.
—Así es —murmuró ella sonrojándose y rehuyendo su intensa mirada,
—Entonces... no te apartas de mí por repulsión, sino por miedo... no a quedarte embarazada... tienes miedo al acto en sí -acertó por fin.
—Tómate otro whisky a mi cuenta —murmuró Danielle con un humor forzado.
Kevin suspiró, viendo cómo ella deslizaba el pulgar por el borde de su copa de brandy medio vacía. Se la quitó de las manos y la puso en la mesita.
—Levántate.
Danielle elevó los ojos hacia él extrañada, pero hizo lo que le decía. Kevin se tumbó en el sofá.
—Y ahora siéntate aquí —le indicó, dando una palmadita en el hueco que había dejado al borde.
Ella obedeció vacilante, preguntándose qué pretendía. Justin le tomó una mano y la colocó sobre su tórax.
—Piensa en esto como si fuera parte del... proceso de aprendizaje —le dijo.
Danielle dejó escapar un suave gemido, y buscó sus ojos.
—Pero tú... A ti no te gusta que... —balbuciera recordando que en el pasado jamás la había animado a dar el primer paso.
—Olvídate de mí —le espetó él — Si de este modo logro que me pierdas el miedo, estoy dispuesto a darte ventaja.
Nuevas lágrimas acudieron a los ojos de Danielle, y tuvo que morderse el labio inferior para que dejara de temblar.
—Oh, Kevin... —murmuró, emocionada por aquel gesto.
—¿Podrás hacerlo así? —Le preguntó él con ternura—. Si te dejo, ¿crees que podrías hacerme el amor tú a mí?
Las lágrimas rodaban ya por las mejillas de ella, incapaz de contenerlas por más tiempo.
—Quería decírtelo, Kevin, pero me daba vergüenza... —sollozó.
—Está bien —la tranquilizó él—. Debí haberlo comprendido hace tiempo. No te haré daño, Danielle, yo jamás te haría daño...
Entre lágrimas, Danielle emitió una risa ahogada. Tenía gracia que al final hubiera tenido que ser él quien lo adivinara por sí mismo. Sonrió, y se inclinó insegura para besarlo.
Kevin sentía que el corazón le iba a estallar. ¿Por qué no había sido capaz de comprenderlo hasta entonces? Obviamente Rob Pattison le había hecho daño, y por eso ella tenía miedo de hacer el amor con otros hombres. Detestaba la idea de que aquel tipo hubiera sido su amante, pero no podía soportar ver a Danielle sufrir el resto de sus días por cómo la había tratado. Tenían que empezar a construir una vida junta de algún modo, y aquel parecía el más indicado.
Apartó todo pensamiento de su mente y se concentró, curioso, en el tímido beso de Danielle. No, era evidente que no sabía besar, se dijo esbozando una sonrisa. Llevaba mucho tiempo de abstinencia, pero antes de conocerla su falta de atractivo jamás había sido un impedimento para atraer a las mujeres. Sabía lo que tenía que hacer para volverlas locas.
Como le había prometido, no la tocó. Se quedó allí mudo, quieto, permitiendo que la boca de ella jugara con la suya.
—Puedes acercarte más —le dijo—, no voy a comerte.
Danielle sonrió, y se tumbó a su lado, con los senos apretados contra su tórax, aunque no se atrevió aún a entrelazar las piernas con las de él. Los labios le temblaban ligeramente cuando lo besó de nuevo, pero Kevin se mantuvo fiel a su palabra y no trató de atraerla hacia sí, ni de hacer el beso más íntimo.
Las manos de Danielle se enredaron en el cabello negro, y recorrió con los labios cada rasgo de su rostro. De sus labios escapó una risa; encantada como estaba de descubrir lo dulce que era poder tomarse la libertad de acariciarlo y besarlo.
Kevin abrió los ojos y la miró sorprendido.
—¿A qué ha venido eso?
—Es que... si supieras cuánto tiempo hace que quería hacer esto...
—Podías habérmelo dicho — le espetó él.
—No, no podía —replicó Danielle repasando la mano por el vasto tórax—. Es algo demasiado íntimo... —y entonces, de un modo impulsivo, se agachó para rozar con sus labios el esternón—. Oh, Kevin, te he echado tanto de menos...
El tórax de Kevin se hinchó ante aquella caricia.
—Yo también te echaba de menos —murmuró con voz ronca—. ¡Dios, Danielle, no puedo...! —masculló.
— ¿No es suficiente para ti, verdad? —inquirió ella, vacilante, alzando el rostro— Lo siento, me temo que estoy un poco verde en esto. El deseo oscureció la mirada de él.
—Quiero tocarte —le susurró—, quiero tenerte tumbada debajo de mí y sacarte la camisa del pijama.
Danielle se estremeció.
—Pero... si perdieras el control, ocurriría lo mismo que ocurrió arriba hace un rato —gimió—, me asustaré.
—Te juro por Dios que no lo perderé —le aseguró Kevin—, aunque tenga que salir fuera a chillar en la oscuridad.
Danielle se rio, pero le creyó. Aquello iba a ser lo más difícil para ella: confiar en él. Tragó saliva y se tumbó de espaldas, viendo cómo él se colocaba sobre ella.
—Dar tu confianza a los demás es difícil, ¿no es verdad? —murmuró Kevin adivinando sus pensamientos. La verdad era que la frase podía aplicarse a los dos.
—Sí —asintió ella—, pero ya he comprendido que no hay más remedio que arriesgarse. Antes de acostarme estaba pensando en que podía haber muerto en ese deportivo, y todos los problemas parecen tan insignificantes cuando has estado a punto de morir... Lo único en que podía pensar mientras frenaba era en ti, y en lo triste que me sentía por no haber construido recuerdos felices a tu lado.
— ¿Por eso viniste a mi dormitorio? —le preguntó él con una sonrisa.
—No, no solo por eso —respondió ella estudiando sus labios—, tenía hambre de ti, y quería saber si podría controlar mi miedo, pero cuando me agarraste arriba, en tu cuarto, me desmoroné.
—Esta vez no seré brusco —le prometió Kevin.
Inclinó la cabeza para rozar sus labios y mordisquearlos con cuidado, hasta que ella lo imitó. Cuando notó que su respiración estaba empezando a tornarse algo entrecortada, se puso a dibujarle arabescos invisibles en la camisa del pijama con los dedos.
Danielle se puso rígida un instante, pero al ver que sus movimientos eran lentos y suaves se relajó de nuevo.
— ¿Todo bien? —le preguntó Kevin levantando la cabeza.
Danielle no podría haberle expresado con palabras lo que aquella ternura significaba para ella. Asintió con la cabeza y sonrió.
Kevin bajó la mirada hacia sus senos, y observó cómo se ponían de punta sus pezones cuando los acariciaba. Enseguida la escuchó gemir suavemente y notó que se estremecía. Le gustó aquella reacción, así que lo repitió, y ella se arqueó hacia él como un gato.
—Me siento... extraña —murmuró Danielle —, temblorosa.
—Yo también —susurró Kevin. La besó dulcemente hasta que ella abrió la boca para darle acceso—.
— ¿Quieres que te diga lo que voy a hacer ahora?
El corazón de Danielle empezó a latir como un loco, pero volvió a asentir con la cabeza.
—Voy a desabrocharte la camisa —le dijo Kevin, y procedió a sacar, uno tras otro, cada botón de su ojal.
Cuando estuvo totalmente desabrochada, Kevin la abrió por abajo, pero dejando aún cubiertos sus senos, y la miró a los ojos, y vio reflejados en ellos su timidez, pero también una creciente excitación que no podía ocultar.
—Tienes los pechos pequeños —susurró pasando la mano por una de sus curvas, tapada todavía por el satén—. Me gustan las mujeres con los pechos pequeños.
Danielle volvió a estremecerse, y gimió maravillada mientras él los acariciaba con maestría, evitando siempre el pezón endurecido.
—Sí, eso te gusta, ¿verdad? —murmuró contra sus labios.
Volvió a acariciarle los senos, pero esa vez no se detuvo al llegar a los pezones, sino que abrió las palmas y las apretó contra aquellas cálidas cumbres.
Danielle emitió un profundo gemido que la debió sorprender a ella misma, porque tragó saliva y se humedeció los labios con la lengua.
—Te comportas... como una virgen —susurró Kevin.
Finalmente, apartó sensualmente el resto de la tela y se incorporó un poco para admirarlos. Aquellos montículos cremosos de areolas sonrosadas estaban modelados tan exquisitamente, que por un momento se quedó sin respiración.
— ¿De verdad no te importa que sean... pequeños? —Se escuchó preguntar Danielle,
—Dios, claro que no —fue la respuesta inmediata de él—. ¿Te importaría que los besara?
Danielle se sonrojó profusamente, pero sonrió y sacudió la cabeza.
—No.
Kevin le devolvió la sonrisa y agachó la cabeza. Danielle volvió a arquearse al sentir el contacto de aquellos labios en sus senos, diciéndose que, en toda su vida, jamás había imaginado que pudiera experimentarse un placer semejante al ser acariciada. Hundió los dedos en su cabello y lo sostuvo apretado contra su cuerpo, temblorosa. Suspiró y gimió, y sus ojos se llenaron de lágrimas de dicha.
Kevin la notó estremecerse, y comprendió inmediatamente la razón. Era la señal que había estado esperando. Sus grandes manos descendieron hacia las caderas de Danielle y siguieron bajando hasta llegar al vientre.
Kevin le estaba quitando el pantalón del pijama con tanta sensualidad y destreza que a ella no le importó en absoluto, y tampoco se sintió amenazada. Le encantaba el contraste algo áspero de sus manos con la suavidad de su piel.
Tomó uno de sus senos en la boca y succionó, hasta hacerla gemir de placer otra vez. De pronto Danielle se miró subiendo y bajando las manos por los musculosos brazos, atrayéndolo más hacia sí, susurrándole, rogándole que le diera algo sin saber muy bien lo que era. Le mordió el hombro, y cuando Kevin alzó la cabeza y la miró, Danielle apenas sí podía verlo, nublada tenía la vista por el deseo que él había despertado poco a poco en ella. Le pareció que sonreía antes de volver a reclamar sus labios, y entonces sintió que invadía su boca con la lengua en envites lentos y exquisitos, supo que su cuerpo titilaba debajo del de él.
Le rodeó el cuello con los brazos y lo apretó contra si deleitándose en los duros contornos de su cuerpo y el calor que se generaba al estar piel contra piel, sus sentidos registraron vagamente el hecho de que él ya no tenía puesto el pantalón del pijama, pero el tacto de su cuerpo desnudo era tan excitante que verdaderamente no quería que se detuviera.
—Va a suceder... ahora —le susurró Kevin. Introdujo la rodilla entre sus largas piernas, notándola temblar—. No te haré daño, Danielle y tampoco te presionaré. En cualquier momento puedes decirme que pare. Voy a hacer esto con tanta dulzura que no tendrás ningún miedo. Quédate quieta y confía en mí... solo unos segundos más.
Danielle estaba temblando, y notaba que él también, pero nunca había deseado nada con tanta intensidad como aquello. Estaba
compartiendo el momento más íntimo de su vida con Kevin, con su marido, con el hombre al que amaba más que a nada en el mundo. Se había mostrado tan paciente, tan tierno, que quería entregarse a él en cuerpo y alma.
—Kevin,.. —le susurró ansiosa, observando cómo se tensaban sus facciones.
Al notar el primer contacto, Danielle dio un pequeño respingo.
—Shh... —la tranquilizó él, y sonrió, forzándose a controlarse—. Voy a estar pendiente de tus reacciones —murmuró contra sus labios—, así que en el instante en que sientas el más mínimo dolor lo sabré.
Habían dejado las luces encendidas, pero lo único que Danielle podía ver era el rostro de Kevin. En el silencio de la noche escuchaba su respiración entrecortada, jadeante. Sin embargo, no estaba asustada, ni siquiera por el peso de su cuerpo. Pero entonces el dolor le sobrevino como un cuchillo al rojo vivo. Gritó, y las lágrimas rodaron sin poder contenerlas por sus mejillas.
Kevin se había quedado quieto como si se hubiera convertido en piedra. Entreabrió los labios y la miró incrédulo. Se movió de nuevo, y vio que Danielle apretaba los dientes.
—Lo siento —sollozó ella—, no pares... Está bien, creo que puedo... soportarlo.
— Dios del cielo!
Kevin se retiró, estremeciéndose violentamente.
—Kevin... No tenías... no tenías por qué parar — murmuró ella.
Pero él no estaba escuchándola. Alargó la mano para alcanzar su vaso de whisky, pero las manos le temblaban de tal modo que casi derramó el contenido antes de que llegara a su boca.
Se puso de pie, y Danielle apartó la mirada pudorosa ante su masculinidad erecta.
—Lo siento mucho, Danielle —dijo Kevin.
Se agachó para recoger el pantalón del pijama y ponérselo. Después, fue junto a ella, la tomó en sus brazos y se sentó de nuevo en el sofá con ella encima, acunándola y susurrándole palabras que la calmaran mientras las lágrimas seguían cayendo.
Cuando el llanto paró, Kevin le secó la cara con un ludo. La mejilla de Danielle descansaba contra el hombro de Kevin, mientras que sus senos estaban suaves y apretados contra el estómago de él.
—Eres mi esposa, Danielle —le susurró Kevin al azoramiento—, no pasa nada porque te vea sin ropa
—Lo siento —musitó ella—, supongo que tienes razón. Es solo que esto es... nuevo para mí.
Lo sé —respondió Kevin sonriendo—. Mi esposa virgen... —murmuró acariciándole suavemente los senos —. ¡Oh, Danielle, Danielle...!
— Yo... El doctor Rey me hizo una intervención quirúrgica, pero solo de un modo parcial —le explicó —. Me temo que no fue suficiente —le dijo poniéndose roja como una amapola.
— ¿Y por qué no le dejaste que te hiciera la operación completa?
—Para poder demostrarte que no me había acostado con Rob —respondió ella.
— ¡Dios mío! —murmuró él tomándola por la barbilla para que lo mirara a los ojos —. Dios mío, no quiero ni pensar en lo que habría ocurrido si no me hubiera detenido arriba en el dormitorio, o ahora, hace un momento.
—Habría dejado de dolerme, Kevin, seguro... — murmuró ella con timidez.
— ¡Y un cuerno! —Exclamó él suspirando con pesadez—. He sido un bruto, Danielle, por no querer escucharte. Me temo que no te va a hacer gracia, pero deberías ir otra vez a tu médico para que acabe de hacerte esa operación.
—Pero...
—Un poco de dolor es una cosa, pero lo que tienes ahí es... —notó que ella estaba bastante incómoda hablando del tema, así que la abrazó y le dijo—. Ponte la ropa. Te serviré un poco de brandy.
Danielle se levantó y se vistió. Se notaba las mejillas ardiendo. Nunca hubiera imaginado que la intimidad entre un hombre y una mujer fuera así. Estaba contenta a pesar del susto y del miedo, porque había descubierto que Justin era capaz de controlarse, era paciente y considerado cuando quería serlo.
— Danielle —dijo él de pronto—, ¿por qué no habías contado nada de esto?
— ¿Y cómo iba a hacerlo? —Le respondió ella con un suspiro—. Oh, Kevin, tengo veintisiete años y estoy tan verde como una adolescente... Ni siquiera puedo hablar de esto contigo ahora sin sonrojarme.
— Yo creía que me encontrabas repulsivo —murmuró él—. Nunca pensé... Sí hubiera sabido esto no te habría tratado como te he tratado hasta ahora. Yo... me dolía tanto pensar que me hubieras engañado con otro hombre... y cuando tú me rechazabas yo me sentía fatal.
—Bueno, al menos ahora sabes por qué me apartaba de ti.
Kevin la miró a los ojos largo rato.
— ¡Dios, te deseo tanto...!
— Yo también te deseo, Kevin —musitó ella bajando la vista a la alfombra.
—Pues entonces solucionemos esto: ve a ver al doctor Rey, hazte esa operación, tengamos un matrimonio de verdad, la clase de matrimonio en el que dos personas duermen juntas y tienen hijos.
Danielle volvió a sonrojarse, pero se obligó al alzar la vista hacia él.
—¿De verdad quieres que tengamos hijos?
—Sí, los quiero tener contigo, con nadie más.
—Entonces no tendré que tomar... nada.
—No —contestó Kevin esbozando una sonrisa.
Danielle se quedó allí de pie incómoda, sin saber cómo decirle lo que le quería decir.
—Supongo que no sería una buena idea que durmiéramos juntos después de esto, ¿verdad? —musitó esperanzada de que él le dijera que no, que podían dormir juntos.
—Tal vez no sería lo más sensato, pero vamos a dormir juntos —le respondió Kevin—. Aunque no hagamos el amor, puedo abrazarte mientras duermes.
—Kevin, yo... quería pedirte perdón por tantas cosas— Danielle suspiró aliviada.
— Yo también a ti, Danielle —contestó él inclinándose para besarla suavemente—, pero creo que lo mejor será que dejemos que las cosas vayan poco a poco. No volveré a presionarte.
—Gracias.- Kevin apagó la luz y subieron juntos a su dormitorio.
— ¿Seguro que estás bien? —Le preguntó cuando ya estaban en la cama, con ella acurrucada contra su cuerpo—. ¿No te he hecho mucho daño?
—No —susurró ella en la oscuridad.
— ¿Y tampoco te asusté demasiado? —insistió él preocupado.
—No, Kevin, fuiste muy dulce —lo tranquilizó ella frotando su mejilla contra el pecho de él.
—Así debería hacerse siempre el amor —dijo Kevin—, pero soy un hombre apasionado, señora Jonas, y llevo bastante tiempo de abstinencia.
— ¿Unos meses? —preguntó Danielle con una media sonrisa.
—Um... Un poco más —contestó Kevin besándola en la frente—. Unos seis años.
— ¡Cielos! Nunca hubiera imaginado que... —balbució Danielle sorprendida—. Kevin, yo...
— Shhh... Anda, duérmete, tienes que descansar. Volvió a besarla, y la atrajo más hacia sí.
—Kevin,.. —le susurró ansiosa, observando cómo se tensaban sus facciones.
Al notar el primer contacto, Danielle dio un pequeño respingo.
—Shh... —la tranquilizó él, y sonrió, forzándose a controlarse—. Voy a estar pendiente de tus reacciones —murmuró contra sus labios—, así que en el instante en que sientas el más mínimo dolor lo sabré.
Habían dejado las luces encendidas, pero lo único que Danielle podía ver era el rostro de Kevin. En el silencio de la noche escuchaba su respiración entrecortada, jadeante. Sin embargo, no estaba asustada, ni siquiera por el peso de su cuerpo. Pero entonces el dolor le sobrevino como un cuchillo al rojo vivo. Gritó, y las lágrimas rodaron sin poder contenerlas por sus mejillas.
Kevin se había quedado quieto como si se hubiera convertido en piedra. Entreabrió los labios y la miró incrédulo. Se movió de nuevo, y vio que Danielle apretaba los dientes.
—Lo siento —sollozó ella—, no pares... Está bien, creo que puedo... soportarlo.
— Dios del cielo!
Kevin se retiró, estremeciéndose violentamente.
—Kevin... No tenías... no tenías por qué parar — murmuró ella.
Pero él no estaba escuchándola. Alargó la mano para alcanzar su vaso de whisky, pero las manos le temblaban de tal modo que casi derramó el contenido antes de que llegara a su boca.
Se puso de pie, y Danielle apartó la mirada pudorosa ante su masculinidad erecta.
—Lo siento mucho, Danielle —dijo Kevin.
Se agachó para recoger el pantalón del pijama y ponérselo. Después, fue junto a ella, la tomó en sus brazos y se sentó de nuevo en el sofá con ella encima, acunándola y susurrándole palabras que la calmaran mientras las lágrimas seguían cayendo.
Cuando el llanto paró, Kevin le secó la cara con un ludo. La mejilla de Danielle descansaba contra el hombro de Kevin, mientras que sus senos estaban suaves y apretados contra el estómago de él.
—Eres mi esposa, Danielle —le susurró Kevin al azoramiento—, no pasa nada porque te vea sin ropa
—Lo siento —musitó ella—, supongo que tienes razón. Es solo que esto es... nuevo para mí.
Lo sé —respondió Kevin sonriendo—. Mi esposa virgen... —murmuró acariciándole suavemente los senos —. ¡Oh, Danielle, Danielle...!
— Yo... El doctor Rey me hizo una intervención quirúrgica, pero solo de un modo parcial —le explicó —. Me temo que no fue suficiente —le dijo poniéndose roja como una amapola.
— ¿Y por qué no le dejaste que te hiciera la operación completa?
—Para poder demostrarte que no me había acostado con Rob —respondió ella.
— ¡Dios mío! —murmuró él tomándola por la barbilla para que lo mirara a los ojos —. Dios mío, no quiero ni pensar en lo que habría ocurrido si no me hubiera detenido arriba en el dormitorio, o ahora, hace un momento.
—Habría dejado de dolerme, Kevin, seguro... — murmuró ella con timidez.
— ¡Y un cuerno! —Exclamó él suspirando con pesadez—. He sido un bruto, Danielle, por no querer escucharte. Me temo que no te va a hacer gracia, pero deberías ir otra vez a tu médico para que acabe de hacerte esa operación.
—Pero...
—Un poco de dolor es una cosa, pero lo que tienes ahí es... —notó que ella estaba bastante incómoda hablando del tema, así que la abrazó y le dijo—. Ponte la ropa. Te serviré un poco de brandy.
Danielle se levantó y se vistió. Se notaba las mejillas ardiendo. Nunca hubiera imaginado que la intimidad entre un hombre y una mujer fuera así. Estaba contenta a pesar del susto y del miedo, porque había descubierto que Justin era capaz de controlarse, era paciente y considerado cuando quería serlo.
— Danielle —dijo él de pronto—, ¿por qué no habías contado nada de esto?
— ¿Y cómo iba a hacerlo? —Le respondió ella con un suspiro—. Oh, Kevin, tengo veintisiete años y estoy tan verde como una adolescente... Ni siquiera puedo hablar de esto contigo ahora sin sonrojarme.
— Yo creía que me encontrabas repulsivo —murmuró él—. Nunca pensé... Sí hubiera sabido esto no te habría tratado como te he tratado hasta ahora. Yo... me dolía tanto pensar que me hubieras engañado con otro hombre... y cuando tú me rechazabas yo me sentía fatal.
—Bueno, al menos ahora sabes por qué me apartaba de ti.
Kevin la miró a los ojos largo rato.
— ¡Dios, te deseo tanto...!
— Yo también te deseo, Kevin —musitó ella bajando la vista a la alfombra.
—Pues entonces solucionemos esto: ve a ver al doctor Rey, hazte esa operación, tengamos un matrimonio de verdad, la clase de matrimonio en el que dos personas duermen juntas y tienen hijos.
Danielle volvió a sonrojarse, pero se obligó al alzar la vista hacia él.
—¿De verdad quieres que tengamos hijos?
—Sí, los quiero tener contigo, con nadie más.
—Entonces no tendré que tomar... nada.
—No —contestó Kevin esbozando una sonrisa.
Danielle se quedó allí de pie incómoda, sin saber cómo decirle lo que le quería decir.
—Supongo que no sería una buena idea que durmiéramos juntos después de esto, ¿verdad? —musitó esperanzada de que él le dijera que no, que podían dormir juntos.
—Tal vez no sería lo más sensato, pero vamos a dormir juntos —le respondió Kevin—. Aunque no hagamos el amor, puedo abrazarte mientras duermes.
—Kevin, yo... quería pedirte perdón por tantas cosas— Danielle suspiró aliviada.
— Yo también a ti, Danielle —contestó él inclinándose para besarla suavemente—, pero creo que lo mejor será que dejemos que las cosas vayan poco a poco. No volveré a presionarte.
—Gracias.- Kevin apagó la luz y subieron juntos a su dormitorio.
— ¿Seguro que estás bien? —Le preguntó cuando ya estaban en la cama, con ella acurrucada contra su cuerpo—. ¿No te he hecho mucho daño?
—No —susurró ella en la oscuridad.
— ¿Y tampoco te asusté demasiado? —insistió él preocupado.
—No, Kevin, fuiste muy dulce —lo tranquilizó ella frotando su mejilla contra el pecho de él.
—Así debería hacerse siempre el amor —dijo Kevin—, pero soy un hombre apasionado, señora Jonas, y llevo bastante tiempo de abstinencia.
— ¿Unos meses? —preguntó Danielle con una media sonrisa.
—Um... Un poco más —contestó Kevin besándola en la frente—. Unos seis años.
— ¡Cielos! Nunca hubiera imaginado que... —balbució Danielle sorprendida—. Kevin, yo...
— Shhh... Anda, duérmete, tienes que descansar. Volvió a besarla, y la atrajo más hacia sí.
aaaaaaa
ResponderEliminarque lindooo Kevin
me encantoooo