lunes, 22 de noviembre de 2010
Feliz Cumple Diosa!!!!
FELIZ CUMPLE DIOSA!!!
TE DECEO LO MEJOR DEL MUNDO EN ESTE DIA....
Y QUE SE TE CUMPLAN TODOS TUS DECEOS DE
AMOR Y SALUD.....
NUNCA CAMBIEN UN BESO !!!!!
♥♥♥♥♥♥
domingo, 21 de noviembre de 2010
CHICAS!!!!
Hola!!! chicas sole les queria decir...
que estoy un poco ocupada por eso
no suvo capi...
pero en cuanto pueda la sigo
un beso y cdns....♥
martes, 16 de noviembre de 2010
Novela " Jemy " Cap 1
Hola!!! chicas.... bueno
aqui les dejo la nove de ♥JEMY♥
sigue con la nove anterior de Kanielle...
espero les guste un beso...♥
Joe Deleasa llevaba ya seis semanas trabajando en el rancho para turistas Doble R, cerca de Tombstone, pero el árido paisaje del sureste de Arizona le seguía pareciendo tan poco acogedor como el de Marte.
Acababa de regresar hacía un par de días de Tisdaleville, donde había ido para asistir a la boda de su hermana Danielle con Kevin Jonas. Era desde luego un enlace bien extraño y repentino, sobre todo teniendo en cuenta que durante los últimos seis años, Kevin se había negado incluso a dirigirle la palabra a Danielle después de que ella hubiera roto su compromiso, pero, en cualquier caso, no era asunto suyo. Por el modo en que Danielle miraba a Kevin resultaba obvio que aún lo amaba, y estaba seguro de que él tampoco había dejado de quererla, así que tenía confianza en que fueran felices y se reconciliaran definitivamente.
Miley y Nick también habían ido a la boda, naturalmente, y a Joe le había aliviado ver que atracción por la joven había pasado. Se había sentido algo deprimido cuando ella admitió que estaba enamorada de Nick, pero de algún modo siempre lo había intuido, así que el golpe no fue tan grande como podía haberlo sido, y lo había encajado con bastante dignidad.
Sin embargo, aquello lo había hecho reflexionar respecto a sus relaciones con el género femenino. Se preguntaba si alguna vez llegaría a saber lo que era el amor, lo que era sentir algo más que pura atracción física. Claro que cuando uno menos se lo esperaba, aparecía la mujer que ponía el mundo del hombre patas arriba aún contra su voluntad, y, en el caso de Joe, el nombre de esa mujer era Demi Lovato: tan vulnerable, tan solícita....
En ese momento vio en lejanía acercarse a un jinete. Joe entornó los ojos tratando de distinguir de quien se trataba. Mentían quienes decían que el calor seco era más que el húmedo: el sudor le caía a raudales por el rostro, y tenía empapada la camisa. Se quito el sombrero un momento para secarse la frente, con el dorso del brazo, y se quedó mirando la vasta extensión, con las montañas en el horizonte.
Había salido en busca de unos terneros extraviados, y estaba cabalgando desde hacía rato entre la silla y las chumberas, donde la vegetación de chapotes no era tan espesa. Nada crecía en torno a los chapotes y por cómo olían, sobre todo cuando llovía, no era de extrañar.
La persona que se acercaba era Demi. Debía querer algo de él, porque en las últimas semanas solía evitarlo si podía. Era una pena que su relación se hubiera vuelto de pronto tan tirante. Al principio, nada más conocerla, le había parecido que se llevarían muy bien, pero, por la misma razón que no comprendía, ella había empezado mostrarse distante.
Por fin, se dijo, tal vez fuera lo mejor. Después de todo con lo que ganaba apenas sí le daba para vivir, y la riqueza de su familia se había esfumado. No tenía nada que ofrecer a una mujer. En cualquier caso, se sentía mal porque le daba la impresión de que la había herido sin querer. Demi nunca hablaba de su pasado, pero Joe intuía que debía haberle ocurrido algo que la había vuelto muy desconfiada y cuidadosa en lo que se refería a los hombres. Era obvio, porque de un modo deliberado disimulaba los pocos atractivos que tenía, como si estuviera decidida a no captar la atención de los hombres.
Al principio, Joe había sentido simpatía hacia ella, porque la veía como a una chiquilla adorable, ansiosa por asegurarse de que estuviera cómodo, llevándole una almohada de plumas y otras cosas de la casa para que se sintiera como en su hogar. Había flirteado un poco con ella, encantado con su dulce timidez, pero pronto la gobernanta le había hecho ver que no era una niña, sino una joven de veinticuatro años que podía acabar malinterpretando sus bromas y coqueteos. Desde ese momento, Demi y él se habían tratado prácticamente como si fueran extraños el uno para el otro. De hecho, ella siempre evitaba su compañía, excepto en el baile de cuadrillas que celebraban cada quince días para los huéspedes.
Parecía que para lo único que lo quería Demi era para esconderse detrás de él en esos bailes y evitar así tener que bailar con algún hombre. Debería agradarle que se le pegara, porque eso demostraba que aún tenía confianza en él, pero en cierta forma también le resultaba algo insultante, porque implicaba que no lo veía como a un hombre. En el cóctel después de la boda, le había hecho a su hermana Danielle algunos comentarios un poco duros acerca de Demi, pero lo cierto era que solo la había criticado porque no quería que se diese cuenta de hasta qué punto lo tenía obsesionado.
Suspiró con pesadez viéndola aproximarse. Desde luego no podía decirse que su forma de vestir fuera provocativa en absoluto, ya que siempre llevaba pantalones y blusa que le quedaban bastante amplios, pero sin duda era lo mejor. Ya lo incomodaba bastante cómo lo afectaban la timidez de Demi y la empatía entre ambos sin que tuviera también una figura enloquecedora. Frunció el entrecejo, preguntándose cómo sería el cuerpo que se escondía tras esa ropa de camuflaje. ¡Como si fuera averiguarlo alguna vez! Habiéndola ahuyentado con su inocente flirteo, se dijo riéndose con ironía para sus adentros.
La elevada posición social de que había gozado Joe hasta la muerte de su padre había hecho que estuviera siempre rodeado de mujeres hermosas, y de que aquella chica tan poco femenina lo desdeñase de aquel modo lo había herido en su orgullo.
— ¿Has encontrado esos terneros? —le preguntó Demi, haciendo que su caballo se detuviera cerca de él.
—No, supongo que con este calor lo más probable es que se hayan ido a buscar una charca donde poder saciar su sed. Claro que para mí es un misterio cómo podrían haber dado con una, porque en este desierto haría falta un zahorí para encontrar siquiera una gota.
Demi se quedó mirándolo un buen rato.
— ¿No te gusta Arizona, verdad?
—No es mi hogar —respondió él girando la cabeza hacia el horizonte—, y me costará hacerme a esto. De todos modos solo llevo aquí unas semanas.
— Yo crecí aquí —dijo ella—. Adoro este lugar. Solo es desolado en apariencia. Si te fijaras con detenimiento te sorprendería ver la cantidad de formas de vida que hay.
—Hea, sí... —murmuró él burlón—: sapos cornudos, serpientes de cascabel, monstruos de Gila...
—Yo me refería más bien a los mirlos alirrojos, las matracas del desierto, los correcaminos, los búhos, los ciervos — lo corrigió ella—. Por no mencionar la cantidad de flores silvestres que hay, contando con las de los cactus —añadió.
La mirada en sus ojos se había dulcificado de repente, y en su voz había una calidez que Joe no recordaba haber oído antes.
—Pues a mí me parece que es un desierto —murmuró inclinando la cabeza para encender un cigarrillo. ¿Qué hay de esa excursión a caballo que habías organizado?
—Los huéspedes que se habían apuntado salieron un rato con Chapí —respondió ella con un suspiro. Pero estoy algo preocupada, porque no estoy segura de que el señor Howes esté en forma para esas cosas. Espero que regresen bien al rancho.
Joe esbozó una leve sonrisa.
—Eso espero yo también. Si se cae del caballo, necesitaremos una grúa para levantarlo.
Demi no pudo evitar sonreír también. Joe no lo sabía, pero era el primer hombre que había logrado hacerla sonreír en años. Sí, excepto cuando estaba con él era una mujer seria y callada.
—Taylor y los chicos vienen a pasar el fin de semana al rancho, y tengo que ir a Tucson a recogerlos, ¿Te importaría encargarte de la acampada al aire libre de esta noche?
—No hay problema... siempre y cuando seas tú quien convenza a Crowbait para que cocine —le advirtió.
—Crowbait no es tan malo —lo defendió ella—. De hecho es... —entornó los ojos buscando el adjetivo apropiado—... único.
—Tiene el mal carácter de un puma, la lengua de una cobra y los modales de un toro en celo —replicó Joe.
— ¡Ahí lo tienes, es único! —asintió ella divertida.
Joe se rió suavemente y dio una calada al cigarrillo.
— Bueno, jefa, será mejor que siga buscando esos terneros antes de que alguien con el gatillo a punto los cocine pura cenar. No tardaré.
—Los chicos me dijeron que querían buscar puntas de flechas apaches mientras estuvieran aquí — murmuro Demi vacilante. Les prometí que te preguntaría.
—Tus sobrinos son buenos chicos, pero necesitan más mano dura —dijo él.
-La verdad es que Taylor nunca ha sido la madre ideal —repuso Demi—, y desde que Lucas murió la cosa ha empeorado. Tal vez si buscara una niñera...
Joe meneó la cabeza.
—Lo que Taylor necesita es volverse a casar —dijo sonriendo.
Taylor era la clase de mujer a las que estaba acostumbrado por su vida anterior: sofisticada, hermosa, y nada complicada. Le gustaba porque le traía recuerdos muy dulces de esa existencia sin apenas problemas que había llevado hasta que su padre muriera.
—En fin, de todos modos, una preciosidad como ella no debería tener demasiadas dificultades para encontrar un marido...
Era cierto que Taylor era muy atractiva, pero Demi no pudo evitar sentir una punzada de celos al oírlo de labios de Joe. Sabía que ella, en comparación, ni siquiera era bonita, con su cara ovalada y los ojos tan tristes que le daban un aspecto de niña huérfana. A de todo, asintió con la cabeza sin mirarlo y obligo a sus labios sin pintar a esbozar una sonrisa. Nunca se maquillaba. Nunca había hecho nada para llamar la atención de un hombre... nunca, hasta unas semanas atrás había querido atraer a Joe, pero los comentarios que le había oído hacerle semanas atrás a Bella, la gobernanta, la habían herido tanto que se le habían ido todas las ganas de intentar agradarlo de nuevo y el comportamiento de Joe a partir de entonces había reafirmado en su decisión.
Sí desde aquel día había logrado hacer acopio del sentido común para recordarse que no debía mirarlo con ojos de cordero degollado. Además, se dijo en ese momento con amargura, Taylor era muy de estilo, y también parecía interesada en él.
—Bueno, entonces, si no te importa hacerte cargo de la acampada, creo que me marcharé. Si no has encontrado esos terneros antes de las cinco, vuelve a la casa y les diremos a tus amigos que sigan buscándolos por la mañana —añadió.
Se refería a dos peones mayores, que como Joe también eran de Texas, y con los que este había trabado una buena amistad durante las seis semanas que llevaba
—No hará falta —replicó—. Todo lo que tengo que hacer es buscar un charco de agua... y allí estarán, con la cabeza metida en él.
—Ten cuidado de no adentrarte en ninguna hondonada- le dijo Demi—, el cielo sobre tu cabeza puede estar totalmente azul en un momento, y al instante siguiente echarse sobre ti una tormenta que estaba a mil kilómetros, y antes de que te des cuenta, te encontrarás atrapado en medio de una riada.
—También tenemos riadas relámpago en Texas — repuso él.
—Solo quería recordártelo —dijo Demi. Se odiaba por mostrar preocupación por él incluso de un modo inconsciente.
Joe entornó los ojos y torció el gesto. No le gustaba que lo trataran con condescendencia.
—Gracias, pero cuando necesite una niñera ya pondré un anuncio.
Demi ignoró ese comentario.
—Si tienes oportunidad mañana, quisiera que hablaras con Marlowe acerca de su lenguaje. Una de nuestros huéspedes ha venido a mí a quejarse de que está harta de oírlo jurar en arameo cada vez que le ensilla un caballo.
— ¿ Y por qué no se lo dices tú misma?
Demi tragó saliva.
—Pues, porque tú eres el capataz, y mantener a los peones del rancho a raya es tu trabajo.
—Como usted diga, señorita —murmuró él tocándose el ala del sombrero con insolencia.
Demi resopló, hizo a su montura dar media vuelta, y la espoleó en dirección al rancho. Joe se quedó pensativo, observando cómo desaparecía en la lejanía. Aquella chica era un verdadero enigma para él, distinta a todas las mujeres a las que había conocido, y con unas rarezas que lo tenían intrigado. Le sabía mal que hubiera acabado surgiendo antagonismo entre ambos. Incluso cuando ella lo trataba con cordialidad, se advertía en el fondo una cierta reserva, como si quisiera ocultarle algo. De hecho, cada vez que tenía que hablar con él, le daba la sensación de que se ponía muy tensa.
En fin, se dijo Joe suspirando, no podía perder el tiempo tratando de comprender las peculiaridades de su jefa.
Tenía que encontrar a aquellos terneros antes que empezara a oscurecer. Hizo que su caballo se diera la vuelta, y continuase avanzando por entre las chollas.
Demi, entretanto, estaba llegando ya a la casa de adobe del rancho. No le hacía demasiada gracia la idea de que unas horas después fuera a tener a su cuñada Taylor mariposeando por el lugar, pero no había encontrado ninguna excusa para disuadirla de que los visitara.
En ese momento recordó el comentario que acababa de hacerle Joe sobre la belleza de Taylor, y de pronto le pareció que todo encajaba: Taylor no iba al rancho para visitarla, ni tampoco por sus hijos... ¡Quería a Joe para ella! Sí, era obvio, no había hecho nada más que flirtear con él durante su anterior visita.
No podía negarse que era atractiva: Rubia, de ojos azules... y había sido bendecida con una figura a le sentaba bien cualquier cosa. Demi no se llevaba demasiado mal con ella... siempre y cuando lograra ahogar el recuerdo de lo ocurrido nueve años atrás, aunque indirectamente, Taylor era responsable de las heridas que Demi llevaba en el alma desde su adolescencia.
Por otra parte, desde la llegada de Joe, Demi había sido más consciente que nunca de la frecuencia con que Taylor la utilizaba. Era una aprovechada y sin importarle las molestias y gastos que pudiera ocasionar a Demi, se iba allí e invitaba a sus amigos a excusiones a caballo, mientras que dejaba a sus dos pequeños hijos al cuidado de su cuñada. Al principio, Demi lo había aceptado con resignación, porque era demasiado educada y no se atrevía a decirle nada, pero cada vez la desfachatez de Taylor era mayor, y en esa ocasión ya eran dos los fines de semana que iba a pasar en el rancho durante el mismo mes. Estaba harta. Había tratado de hacerle entrever que no le gustaba su comportamiento, pero si no se daba por aludida, tendría que asegurarse de que se enterase de que no iba a dejarse pisotear nunca más.
Su cuñada y sus sobrinos Less y Kart estaban esperando ya con el equipaje en las escaleras del bloque donde vivían cuando Demi aparcó su Ford Tempo junto a la acera. Los chicos, hueros y de ojos azules como su madre, salieron corriendo hacia ella ametrallándola con su verborrea infantil. Less, el mayor, tenía siete años, y Kart solo cinco.
— ¡Hola, tía Demi! —la saludó el segundo—. ¿Podremos ir a cazar lagartijas? —dijo entrando en la parte trasera del vehículo.
—Tonto, ¿quién quiere cazar lagartijas? —Masculló su hermano Less sentándose a su lado—. Lo que yo quiero es buscar puntas de flecha indias. La otra vez, Joe me dijo que me enseñaría dónde encontrarlas. ¿Le has preguntado, tía Demi?
— Sí, sí, le pregunté —lo tranquilizó Demi—. No te preocupes, Kart, yo iré contigo a cazar lagartijas.
— ¡Puja!, Yo no podría —intervino la delicada Taylor ocupando su sitio junto a Demi—, esos bichos me dan repelús.
Llevaba puesto un vestido a rayas blanco y verde que parecía tan caro como los pendientes de diamantes que lucía en las orejas y el anillo de rubíes en su mano derecha. Demi observó que no llevaba el anillo de casada... de hecho, si no recordaba mal, hacía bastante que no lo veía en su dedo, concretamente desde la llegada de Joe.
—Pues si cazo una lagartija me la llevaré a casa y dormirá en mi cuarto —anunció Kart beligerante a su madre.
Demi se rió, viendo en los rasgos del pequeño a su hermano Lucas. A veces la ponía triste que le recordara tanto a él, pero hacía ya dos años que había fallecido,
Una parte del dolor se había disipado.
—No a mi casa, jovencito —replicó Taylor con firmeza.
Tras la muerte de Lucas, Taylor le había vendido al Demi la parte que le correspondía del rancho, y ella se había mudado con sus hijos a la ciudad. No, nunca le había gustado el rancho.
—Pues me da igual, se la dejaré a la tía Demi para que viva con ella.
—Basta ya de responderme, pequeño diablo —lo calló su madre con un gran bostezo—. Espero que ya tengáis funcionando el aire acondicionado, Demi —dijo a su cuñada—, odio el calor. Y supongo que le habrás dicho a Bella que comprara varias botellas de Agua mineral, porque no pienso volver a beber agua de ese pozo.
Demi tuvo que hacer un gran esfuerzo para no responderle una grosería. ¿Por qué Taylor siempre hablaba como si fuera ella quien mandase? Era muy embarazoso que le dijera lo que tenía que hacer y que diera por hecho que se merecía ciertos derechos. Demi había sido paciente con ella durante mucho tiempo solo por consideración a su hermano y a los niños, pero ya se había cansado. Los chicos estaban discutiendo en el asiento de atrás, así que Demi le dirigió una mirada fría a Taylor y le espetó con voz calmada.
—El rancho es mío. El tío Ted es únicamente el albacea y por eso está a cargo de él hasta que yo cumpla los veinticinco, pero después pasará a ser de mi propiedad exclusiva, ¿o es que no recuerdas las condiciones del testamento de mi padre? Mi hermano habría tenido la mitad, y yo la otra mitad. Yo te pagué lo que te habría correspondido por la mitad de él, así que no pienso dejar que sigas dándome órdenes, ni obtendrás un trato preferente sobre los demás huéspedes solo porque seas mi cuñada.
Taylor se había quedado de piedra. Demi nunca le había hablado de aquella manera.
—Yo no quería decir que... —empezó en un tono vacilante.
— Y no he olvidado lo que ocurrió hace nueve años, aunque a veces creas que sí solo porque no te lo he vuelto a echar en cara —añadió Demi interrumpiéndola sin alzar la voz.
Taylor enrojeció y apartó la vista hacia la ventanilla.
—Yo... siento mucho aquello. Sé que no me crees, pero de verdad que lo siento. Además, sé que Lucas me despreciaba por ello, y he tenido que vivir con la culpa desde entonces. Las cosas nunca volvieron a ser iguales entre nosotros después de aquella fiesta, y todavía lo hecho mucho, muchísimo de menos —le dijo en un tono conciliador, lanzando una mirada rápida de reojo a su cuñada.
—Seguro que sí —masculló Demi entre dientes—, Y supongo que esa es la razón por la que vistes tan recatada.
Taylor aspiró sorprendida, pero Demi la ignoró y arrancó el coche, poniéndose a hablar a los chicos de los nuevos terneros que habían nacido en el rancho, y cortando así una posible réplica de la viuda de su hermano.
En el instante en el que Bella vio entrar a Taylor, se dirigió a la puerta de atrás con la excusa de que tenía que llevar una tarta de manzana a la casa-dormitorio de los trabajadores de la hacienda, y de camino allí se encontró con Joe, que parecía cansado y harto.
—OH. Hola, Bella, ¿qué haces por aquí? —preguntó sonriendo a la mujer.
—Esconderme, ¿qué voy a hacer? —gruñó ella apartándose del rostro mechones de cabello plateado. Ha vuelto —explicó en un tono frío.
— ¿Quién ha vuelto?
—Su alteza, la reina de la pereza —se burló Bella liando la tarta de mano—. Era lo que le faltaba a la pobre Demi... más gente de la que ocuparse. Esa huera no ha levantado un dedo desde que el pobre Lucas muriera. Y si supieras lo que esa modelo dichosa le hizo a Demi... —se sonrojó al darse cuenta de que había hablado de más, y se aclaró la garganta incómoda—. Bueno, en realidad venía por qué les he hecho una tarta, a ti y a los demás hombres.
—De eso nada —masculló Demi mirando furibunda a la gobernanta mientras avanzaba hacia ellos a zancadas -. Yo te pedí que hicieras esa tarta, y ahora vas a dársela a los hombres sólo porque ha venido mi cuñada. Vamos, Bella, a los chicos les encanta la tarta de manzana, y, además, dudo que Taylor la pruebe, no querrá estropear su figura comiendo dulces.
—En cualquier caso nos estropeará el día —repuso Bella—. Quiero esto; quiero lo otro... —dijo remedándola—. Hazme la cama, Bella; tráeme una toalla; hazme unos huevos pasados por agua... No se molestaría ni en agacharse a recoger un zapato del suelo, no se vaya a herniar. No, ella no, ella es demasiado frágil para trabajar...
—No airees los trapos sucios aquí fuera, ¿quieres? —la reprendió Demi mirando de reojo a Joe.
—No está ciego —dijo Bella alzando la barbilla—. Sabe tan bien como tú y como yo lo que pasa aquí.
—Bella, ya basta, vuelve dentro con «mi» tarta,
—No pienso dejar que ella se coma ni un pedazo—insistió la mujer obstinada.
—Muy bien, pues díselo —le contestó Demi.
—No creas que no lo haré —replicó la gobernanta. Se volvió hacia Joe con una sonrisa—. Pero a ti, si quieres, te daremos un trozo.
Joe se quitó el sombrero e hizo una pequeña reverencia.
—Muy agradecido, Bella.
La mujer prorrumpió en risitas y volvió dentro.
— ¿No tenías que estar ya con el grupo que se había apuntado para la acampada? —le preguntó Demi a Joe, extrañada, cuando se quedaron solos.
—Hemos tenido que cancelarlo —le explicó él—. El señor Curtís se cayó encima de un cactus, y a la señora Giménez le entró dolor de estómago por el chile que llevaba la comida del almuerzo, y... Bueno, los demás decidieron que preferían quedarse a ver la televisión.
—Bueno, supongo que es la fatalidad... —suspiró Demi—. Lo pospondremos para el fin de semana.
Joe se quedó mirándola en silencio con los ojos entornados, pensativo.
—Oye, Demi... antes, cuando...
Pero no pudo terminar la frase, porque en ese momento la puerta trasera de la casa se abrió y apareció Taylor.
— ¡Vaya, Joe, qué alegría volver a verte! —lo saludó dejando escapar su cantarina risa.
—Yo también me alegro de verla, señora Lovato — contestó él divertido. Y sus ojos recorrieron despacio el esbelto cuerpo de Taylor con una mirada apreciativa.
Demi quería tirarse al suelo y llorar, pero no iba a darle a su cuñada esa satisfacción, y tampoco iba a permitir que Joe supiera lo loca que estaba por él, así que optó por una rendición silenciosa y volvió a entrar en la vivienda sin decir una palabra.
Taylor le lanzó una mirada curiosa, pero Demi ni siquiera se dignó a volverse a mirarla. Si quería a Joe que se lo quedara, se dijo deprimida. Después de todo, para él era solo una chiquilla sin atractivo...
-Joe me va a llevar mañana a dar un paseo a caballo —le dijo Taylor a Demi durante la cena—. ¿No te importa encargarte de los niños, verdad?
Demi alzó la vista del plato indignada. ¿Qué se había creído?
—Pues... de hecho, eso no va a ser posible —le respondió con una sonrisa forzada—. Llévalos contigo. Joe me dijo que los acompañaría a buscar esas puntas de flecha.
— ¡Eso, eso! —exclamó Less tan emocionado que casi volcó su vaso de leche.
—Yo también quiero ir —se apuntó Kart.
—No, no podéis venir —repuso su madre claramente molesta.
—No nos quieres... —gimoteó Less—. Eres mala.
— ¡Nunca nos has querido! —lo secundó Kart empezando a llorar.
— ¡Buena la has hecho! —acusó su madre a Demi, arrojando los brazos al aire.
—Yo no he hecho nada —se defendió Demi—, nada excepto negarme a seguir siendo tu esclava. No recuerdo haberte invitado a venir —añadió con frialdad—, así que no esperes que te entretenga ni que haga de niñera.
— ¡Pero si hasta ahora siempre lo has hecho! —exclamó Taylor sorprendida, como si aquello fuera lo más natural del mundo.
—Pues eso era antes —le espetó Demi—, ya me he hartado de hacer el primo. A partir de ahora, tendrás que hacerte cargo de tus responsabilidades.
— ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? — inquirió Taylor incrédula por el cambio de actitud de su cuñada.
—Nadie —respondió Demi—, estoy cansada de que todo el mundo intente aprovecharse de mí. ¿Por qué no te buscas una vida, o mejor, un trabajo?
Taylor aspiró asombrada, pero antes de que pudiera contestar, Demi ya se había levantado de la mesa y se había marchado.
Joe había accedido a llevar Taylor y a los chicos a dar un paseo a caballo a la mañana siguiente. Al ver bajar a Taylor, Demi tuvo que admitir que los vaqueros que se había puesto le sentaban de maravilla, pero también advirtió que en su rostro se podía leer el fastidio por tener que llevar a los críos con ellos. Pues que se aguantara, se dijo Demi, era su madre, y los había tenido porque había querido.
Cuando hubieron salido de la casa, la joven fue a la cocina. No había desayunado porque no quería oír a Taylor quejarse de cómo había fastidiado su paseo romántico.
— ¿Qué te ha dado, Demi? —le preguntó Bella mirándola curiosa cuando entró—. Anoche, antes de que subieras a tu habitación, te oí poner a Taylor en su sitio. ¿Estás enferma?
La joven se rió mientras tomaba una galleta.
—No —contestó mordiendo un trozo—, supongo que me he hartado de que me pisotee.
—Y de ver a Taylor flirtear con Joe... ¿me equivoco?
Demi se quedó mirándola.
—Basta ya con eso, ¿quieres? Sabes que Joe no me gusta.
—Pues claro que te gusta —replicó Bella—. Y mucho me temo que sea culpa mía que las cosas no hayan funcionado entre vosotros —confesó compungida-.
Yo solo quería evitarte otro desengaño...
Demi se dio la vuelta y contrajo el rostro. No tenía muchas ganas de hablar de eso.
—No es mi tipo —insistió con voz ronca—. En cambio él y Taylor hacen muy buena pareja.
Bella dejó sobre la encimera la bayeta que tenía en la mano, se acercó a ella, y le acarició la mejilla.
—Los hombres no son tan malos, Demi... Algunos incluso se dejan domesticar —le dijo entre risas—. No todos son como Jacob Black —al ver que Demi se ponía pálida, añadió—. Oh, vamos, ni siquiera él era un demonio. Amaba a Taylor, y a veces cuando ama una a una persona se hacen cosas estúpidas... y, además, estaba borracho y no sabía lo que...
—Yo estaba enamorada de él —la cortó la joven disgustada—. Flirteó descaradamente conmigo, me hizo abrigar esperanzas... igual que Joe, al principio. Y después me... después me hizo «aquello». Cuando me enteré de que ni siquiera se sentía atraído por mí, que lo que quería era poner celosa a Taylor, yo...
—Fue algo despreciable —asintió Bella—, y sé que fue terrible para ti porque te habías enamorado, y te sentiste traicionada y utilizada. Fue una suerte que yo subiera al piso de ese momento...
Demi no contestó. Había apartado la vista, dolida al recordar aquello.
—Pero gracias a Dios la cosa no llegó a mayores, niña, es eso en lo que tienes que pensar.
— ¿Podemos dejar de hablar de esto, Bella? —Le rogó Demi, metiéndose las manos en los bolsillos de los vaqueros—. De todos modos, ya no importa nada. Soy fea y provinciana, y ningún nombre se fijará jamás en mí, haga lo que haga... Y oí lo que te dijo Joe esa noche —añadió lanzándole una mirada fría a la gobernanta—. Oí cada palabra, y dijo que no quería tener revoloteando a su alrededor a una «marimacho enferma de amor».
Bella suspiró.
—De modo que lo oíste... ¿Es esa la razón por la que últimamente lo ignoras y lo evitas?
— ¿Y qué si es así? —espetó Demi molesta—. En parte me alegré de haberme enterado de que estaba molestándolo, y sí, desde entonces he procurado no cruzarme más en su camino.
Bella iba a decir algo, pero su intuición le dijo que era mejor dejar ese tema aparcado.
— ¿Cuánto tiempo se va a quedar «su alteza»? — inquirió al cabo de un rato.
—Solo hasta mañana por la tarde, gracias a Dios —murmuró Demi con un suspiro—. Bueno, será mejor que me vaya ya. He organizado una excursión a caballo para el grupo, y esta tarde llevo a las mujeres de compras al pueblo para que puedan adquirir artesanía y recuerdos.
—Yo también tengo cosas que hacer —respondió Bella—. He de pensar qué preparar para la cena de esta noche... ¿O va a hacer Chapí esa barbacoa antes del baile? No sé por qué nunca me consulta ni me cuenta nada.
—Sí, creo que va a hacerla, pero seguro que los huéspedes agradecerían tus patatas aliñadas, con tu pan y tu tarta de manzana —dijo Demi rodeándole los hombros con el brazo mientras caminaban hacia la puerta trasera—. De todos modos, Bella, deberías estar agradecida a Chapí... así te quita trabajo. Es tan dulce contigo...
La mujer se puso roja y se apartó de ella indignada
— ¿De qué hablas, niña? Anda, haz el favor de salir de aquí y dejarme trabajar.
Demi salió de la casa entre risitas y se dirigió a los establos para asegurarse de que las monturas estaban dispuestas para la excursión. Encontró a Chapí Staples, el más veterano de los peones, allí solo. Demi lo conocía desde que era niña, pero el hombre, era bastante grande, siempre le había dado un poco de miedo.
— ¿Cómo está la yegua? —le preguntó, refiriéndose a un animal que tenía problemas con una pezuña.
— Llamé al herrero para que le echara un vistazo le dijo Chapí—. Le cambió la herradura, pero está algo inquieta. Yo de usted no me la llevaría, señorita Demi.
La joven suspiró contrariada.
— Si no me la llevo nos faltará una montura —murmuró.
—Bueno, si puede usted hacerse cargo sola del grupo —sugirió Chapí, Marlowe podría quedarse conmigo a echarme una mano, y así uno de los huéspedes podría montar en su caballo.
—Gran idea, Chapí —sonrió Demi aliviada.
Además, así el vasto lenguaje de Marlowe no incomodaría a los huéspedes. De hecho, si persistía en ese comportamiento grosero, tendría que despedirlo, y no le hacía gracia la idea de tener que buscar un nuevo peón, porque le había costado mucho hacerse a los que tenía.
—Saldremos a las diez —le dijo a Chapí—, y estaremos de vuelta a la hora del almuerzo, porque sobre las dos quiero llevar a las mujeres de compras.
—Bien, señorita Demi—respondió el hombre tocándose el borde del ala del sombrero.
Demi salió del establo y se encaminó de nuevo a la casa. Iba tan absorta en sus pensamientos que estuvo a punto de darse de bruces con Joe.
—Lo... lo siento —balbució—. No te había visto. Pensé que ya te habrías ido con Taylor y los chicos.
— Y estaba a punto de hacerlo... cuando me he enterado de que me has emparejado con ella para el baile de cuadrillas de esta noche —repuso él. Parecía bastante enfadado.
— ¿Yo? —dijo Demi incrédula.
—Eso es lo que me ha dicho Taylor —contestó Joe enarcando una ceja— que había sido idea tuya.
Demi suspiró con pesadez.
—Imagino que no me creerás si te digo que no es cierto, ¿verdad?
— ¿Cómo voy a creerlo?, Me cargas con ella cada vez que viene —respondió Joe irónico.
Demi bajó la vista y se dio la vuelta.
—Pensaba que disfrutabas de su compañía... — murmuró—. Porque es como tú: sofisticada, con clase... Pero si prefieres que vaya con otro, puedo intentar convencerla.
Joe, viendo que se marchaba, la retuvo por el brazo, y lo sorprendió ver que se ponía tensa de repente.
—Está bien, déjalo, es solo que no me gusta sentirme como un acompañante obligado. Taylor me cae bien, pero no necesito una alcahueta.
—Es cierto, no la necesitas —contestó ella con tristeza—. ¿Te importaría soltarme el brazo?
—No soportas que te toque... —murmuró Joe entornando los ojos—. Me di cuenta de ello la primera semana. ¿Por qué, Demi?
El corazón de la joven comenzó a latir muy deprisa. Joe debía pensar que le tenía miedo, y no podía decirle que no era más que temor a dejarle entrever que su contacto le producía placer.
—Mi vida privada no es asunto tuyo —le dijo incómoda, sorprendiéndose a sí misma.
—Eso ya lo sé, te has encargado de dejármelo muy claro últimamente —contestó Joe, soltándole el brazo como si le estuviera quemando los dedos—. Muy bien, como quieras. Y respecto a Taylor... No tienes que, preocuparte, ya solucionaré yo mis asuntos con ella.
Parecía exasperado, pero Demi estaba demasiado nerviosa como para advertir ese matiz en el tono de su voz. Quería alejarse de Joe lo antes posible, porque cuando estaba con él tenía que controlarse todo el tiempo para no lanzarse a sus brazos a pesar de su timidez.
—Me parece perfecto —le contestó encogiéndose de hombros, como si no le importara en absoluto lo que hiciera.
Y, dicho eso, rodeó a Joe y entró en la casa sin mirar atrás, y sin imaginar que él se había quedado observándola pensativo.
Acababa de regresar hacía un par de días de Tisdaleville, donde había ido para asistir a la boda de su hermana Danielle con Kevin Jonas. Era desde luego un enlace bien extraño y repentino, sobre todo teniendo en cuenta que durante los últimos seis años, Kevin se había negado incluso a dirigirle la palabra a Danielle después de que ella hubiera roto su compromiso, pero, en cualquier caso, no era asunto suyo. Por el modo en que Danielle miraba a Kevin resultaba obvio que aún lo amaba, y estaba seguro de que él tampoco había dejado de quererla, así que tenía confianza en que fueran felices y se reconciliaran definitivamente.
Miley y Nick también habían ido a la boda, naturalmente, y a Joe le había aliviado ver que atracción por la joven había pasado. Se había sentido algo deprimido cuando ella admitió que estaba enamorada de Nick, pero de algún modo siempre lo había intuido, así que el golpe no fue tan grande como podía haberlo sido, y lo había encajado con bastante dignidad.
Sin embargo, aquello lo había hecho reflexionar respecto a sus relaciones con el género femenino. Se preguntaba si alguna vez llegaría a saber lo que era el amor, lo que era sentir algo más que pura atracción física. Claro que cuando uno menos se lo esperaba, aparecía la mujer que ponía el mundo del hombre patas arriba aún contra su voluntad, y, en el caso de Joe, el nombre de esa mujer era Demi Lovato: tan vulnerable, tan solícita....
En ese momento vio en lejanía acercarse a un jinete. Joe entornó los ojos tratando de distinguir de quien se trataba. Mentían quienes decían que el calor seco era más que el húmedo: el sudor le caía a raudales por el rostro, y tenía empapada la camisa. Se quito el sombrero un momento para secarse la frente, con el dorso del brazo, y se quedó mirando la vasta extensión, con las montañas en el horizonte.
Había salido en busca de unos terneros extraviados, y estaba cabalgando desde hacía rato entre la silla y las chumberas, donde la vegetación de chapotes no era tan espesa. Nada crecía en torno a los chapotes y por cómo olían, sobre todo cuando llovía, no era de extrañar.
La persona que se acercaba era Demi. Debía querer algo de él, porque en las últimas semanas solía evitarlo si podía. Era una pena que su relación se hubiera vuelto de pronto tan tirante. Al principio, nada más conocerla, le había parecido que se llevarían muy bien, pero, por la misma razón que no comprendía, ella había empezado mostrarse distante.
Por fin, se dijo, tal vez fuera lo mejor. Después de todo con lo que ganaba apenas sí le daba para vivir, y la riqueza de su familia se había esfumado. No tenía nada que ofrecer a una mujer. En cualquier caso, se sentía mal porque le daba la impresión de que la había herido sin querer. Demi nunca hablaba de su pasado, pero Joe intuía que debía haberle ocurrido algo que la había vuelto muy desconfiada y cuidadosa en lo que se refería a los hombres. Era obvio, porque de un modo deliberado disimulaba los pocos atractivos que tenía, como si estuviera decidida a no captar la atención de los hombres.
Al principio, Joe había sentido simpatía hacia ella, porque la veía como a una chiquilla adorable, ansiosa por asegurarse de que estuviera cómodo, llevándole una almohada de plumas y otras cosas de la casa para que se sintiera como en su hogar. Había flirteado un poco con ella, encantado con su dulce timidez, pero pronto la gobernanta le había hecho ver que no era una niña, sino una joven de veinticuatro años que podía acabar malinterpretando sus bromas y coqueteos. Desde ese momento, Demi y él se habían tratado prácticamente como si fueran extraños el uno para el otro. De hecho, ella siempre evitaba su compañía, excepto en el baile de cuadrillas que celebraban cada quince días para los huéspedes.
Parecía que para lo único que lo quería Demi era para esconderse detrás de él en esos bailes y evitar así tener que bailar con algún hombre. Debería agradarle que se le pegara, porque eso demostraba que aún tenía confianza en él, pero en cierta forma también le resultaba algo insultante, porque implicaba que no lo veía como a un hombre. En el cóctel después de la boda, le había hecho a su hermana Danielle algunos comentarios un poco duros acerca de Demi, pero lo cierto era que solo la había criticado porque no quería que se diese cuenta de hasta qué punto lo tenía obsesionado.
Suspiró con pesadez viéndola aproximarse. Desde luego no podía decirse que su forma de vestir fuera provocativa en absoluto, ya que siempre llevaba pantalones y blusa que le quedaban bastante amplios, pero sin duda era lo mejor. Ya lo incomodaba bastante cómo lo afectaban la timidez de Demi y la empatía entre ambos sin que tuviera también una figura enloquecedora. Frunció el entrecejo, preguntándose cómo sería el cuerpo que se escondía tras esa ropa de camuflaje. ¡Como si fuera averiguarlo alguna vez! Habiéndola ahuyentado con su inocente flirteo, se dijo riéndose con ironía para sus adentros.
La elevada posición social de que había gozado Joe hasta la muerte de su padre había hecho que estuviera siempre rodeado de mujeres hermosas, y de que aquella chica tan poco femenina lo desdeñase de aquel modo lo había herido en su orgullo.
— ¿Has encontrado esos terneros? —le preguntó Demi, haciendo que su caballo se detuviera cerca de él.
—No, supongo que con este calor lo más probable es que se hayan ido a buscar una charca donde poder saciar su sed. Claro que para mí es un misterio cómo podrían haber dado con una, porque en este desierto haría falta un zahorí para encontrar siquiera una gota.
Demi se quedó mirándolo un buen rato.
— ¿No te gusta Arizona, verdad?
—No es mi hogar —respondió él girando la cabeza hacia el horizonte—, y me costará hacerme a esto. De todos modos solo llevo aquí unas semanas.
— Yo crecí aquí —dijo ella—. Adoro este lugar. Solo es desolado en apariencia. Si te fijaras con detenimiento te sorprendería ver la cantidad de formas de vida que hay.
—Hea, sí... —murmuró él burlón—: sapos cornudos, serpientes de cascabel, monstruos de Gila...
—Yo me refería más bien a los mirlos alirrojos, las matracas del desierto, los correcaminos, los búhos, los ciervos — lo corrigió ella—. Por no mencionar la cantidad de flores silvestres que hay, contando con las de los cactus —añadió.
La mirada en sus ojos se había dulcificado de repente, y en su voz había una calidez que Joe no recordaba haber oído antes.
—Pues a mí me parece que es un desierto —murmuró inclinando la cabeza para encender un cigarrillo. ¿Qué hay de esa excursión a caballo que habías organizado?
—Los huéspedes que se habían apuntado salieron un rato con Chapí —respondió ella con un suspiro. Pero estoy algo preocupada, porque no estoy segura de que el señor Howes esté en forma para esas cosas. Espero que regresen bien al rancho.
Joe esbozó una leve sonrisa.
—Eso espero yo también. Si se cae del caballo, necesitaremos una grúa para levantarlo.
Demi no pudo evitar sonreír también. Joe no lo sabía, pero era el primer hombre que había logrado hacerla sonreír en años. Sí, excepto cuando estaba con él era una mujer seria y callada.
—Taylor y los chicos vienen a pasar el fin de semana al rancho, y tengo que ir a Tucson a recogerlos, ¿Te importaría encargarte de la acampada al aire libre de esta noche?
—No hay problema... siempre y cuando seas tú quien convenza a Crowbait para que cocine —le advirtió.
—Crowbait no es tan malo —lo defendió ella—. De hecho es... —entornó los ojos buscando el adjetivo apropiado—... único.
—Tiene el mal carácter de un puma, la lengua de una cobra y los modales de un toro en celo —replicó Joe.
— ¡Ahí lo tienes, es único! —asintió ella divertida.
Joe se rió suavemente y dio una calada al cigarrillo.
— Bueno, jefa, será mejor que siga buscando esos terneros antes de que alguien con el gatillo a punto los cocine pura cenar. No tardaré.
—Los chicos me dijeron que querían buscar puntas de flechas apaches mientras estuvieran aquí — murmuro Demi vacilante. Les prometí que te preguntaría.
—Tus sobrinos son buenos chicos, pero necesitan más mano dura —dijo él.
-La verdad es que Taylor nunca ha sido la madre ideal —repuso Demi—, y desde que Lucas murió la cosa ha empeorado. Tal vez si buscara una niñera...
Joe meneó la cabeza.
—Lo que Taylor necesita es volverse a casar —dijo sonriendo.
Taylor era la clase de mujer a las que estaba acostumbrado por su vida anterior: sofisticada, hermosa, y nada complicada. Le gustaba porque le traía recuerdos muy dulces de esa existencia sin apenas problemas que había llevado hasta que su padre muriera.
—En fin, de todos modos, una preciosidad como ella no debería tener demasiadas dificultades para encontrar un marido...
Era cierto que Taylor era muy atractiva, pero Demi no pudo evitar sentir una punzada de celos al oírlo de labios de Joe. Sabía que ella, en comparación, ni siquiera era bonita, con su cara ovalada y los ojos tan tristes que le daban un aspecto de niña huérfana. A de todo, asintió con la cabeza sin mirarlo y obligo a sus labios sin pintar a esbozar una sonrisa. Nunca se maquillaba. Nunca había hecho nada para llamar la atención de un hombre... nunca, hasta unas semanas atrás había querido atraer a Joe, pero los comentarios que le había oído hacerle semanas atrás a Bella, la gobernanta, la habían herido tanto que se le habían ido todas las ganas de intentar agradarlo de nuevo y el comportamiento de Joe a partir de entonces había reafirmado en su decisión.
Sí desde aquel día había logrado hacer acopio del sentido común para recordarse que no debía mirarlo con ojos de cordero degollado. Además, se dijo en ese momento con amargura, Taylor era muy de estilo, y también parecía interesada en él.
—Bueno, entonces, si no te importa hacerte cargo de la acampada, creo que me marcharé. Si no has encontrado esos terneros antes de las cinco, vuelve a la casa y les diremos a tus amigos que sigan buscándolos por la mañana —añadió.
Se refería a dos peones mayores, que como Joe también eran de Texas, y con los que este había trabado una buena amistad durante las seis semanas que llevaba
—No hará falta —replicó—. Todo lo que tengo que hacer es buscar un charco de agua... y allí estarán, con la cabeza metida en él.
—Ten cuidado de no adentrarte en ninguna hondonada- le dijo Demi—, el cielo sobre tu cabeza puede estar totalmente azul en un momento, y al instante siguiente echarse sobre ti una tormenta que estaba a mil kilómetros, y antes de que te des cuenta, te encontrarás atrapado en medio de una riada.
—También tenemos riadas relámpago en Texas — repuso él.
—Solo quería recordártelo —dijo Demi. Se odiaba por mostrar preocupación por él incluso de un modo inconsciente.
Joe entornó los ojos y torció el gesto. No le gustaba que lo trataran con condescendencia.
—Gracias, pero cuando necesite una niñera ya pondré un anuncio.
Demi ignoró ese comentario.
—Si tienes oportunidad mañana, quisiera que hablaras con Marlowe acerca de su lenguaje. Una de nuestros huéspedes ha venido a mí a quejarse de que está harta de oírlo jurar en arameo cada vez que le ensilla un caballo.
— ¿ Y por qué no se lo dices tú misma?
Demi tragó saliva.
—Pues, porque tú eres el capataz, y mantener a los peones del rancho a raya es tu trabajo.
—Como usted diga, señorita —murmuró él tocándose el ala del sombrero con insolencia.
Demi resopló, hizo a su montura dar media vuelta, y la espoleó en dirección al rancho. Joe se quedó pensativo, observando cómo desaparecía en la lejanía. Aquella chica era un verdadero enigma para él, distinta a todas las mujeres a las que había conocido, y con unas rarezas que lo tenían intrigado. Le sabía mal que hubiera acabado surgiendo antagonismo entre ambos. Incluso cuando ella lo trataba con cordialidad, se advertía en el fondo una cierta reserva, como si quisiera ocultarle algo. De hecho, cada vez que tenía que hablar con él, le daba la sensación de que se ponía muy tensa.
En fin, se dijo Joe suspirando, no podía perder el tiempo tratando de comprender las peculiaridades de su jefa.
Tenía que encontrar a aquellos terneros antes que empezara a oscurecer. Hizo que su caballo se diera la vuelta, y continuase avanzando por entre las chollas.
Demi, entretanto, estaba llegando ya a la casa de adobe del rancho. No le hacía demasiada gracia la idea de que unas horas después fuera a tener a su cuñada Taylor mariposeando por el lugar, pero no había encontrado ninguna excusa para disuadirla de que los visitara.
En ese momento recordó el comentario que acababa de hacerle Joe sobre la belleza de Taylor, y de pronto le pareció que todo encajaba: Taylor no iba al rancho para visitarla, ni tampoco por sus hijos... ¡Quería a Joe para ella! Sí, era obvio, no había hecho nada más que flirtear con él durante su anterior visita.
No podía negarse que era atractiva: Rubia, de ojos azules... y había sido bendecida con una figura a le sentaba bien cualquier cosa. Demi no se llevaba demasiado mal con ella... siempre y cuando lograra ahogar el recuerdo de lo ocurrido nueve años atrás, aunque indirectamente, Taylor era responsable de las heridas que Demi llevaba en el alma desde su adolescencia.
Por otra parte, desde la llegada de Joe, Demi había sido más consciente que nunca de la frecuencia con que Taylor la utilizaba. Era una aprovechada y sin importarle las molestias y gastos que pudiera ocasionar a Demi, se iba allí e invitaba a sus amigos a excusiones a caballo, mientras que dejaba a sus dos pequeños hijos al cuidado de su cuñada. Al principio, Demi lo había aceptado con resignación, porque era demasiado educada y no se atrevía a decirle nada, pero cada vez la desfachatez de Taylor era mayor, y en esa ocasión ya eran dos los fines de semana que iba a pasar en el rancho durante el mismo mes. Estaba harta. Había tratado de hacerle entrever que no le gustaba su comportamiento, pero si no se daba por aludida, tendría que asegurarse de que se enterase de que no iba a dejarse pisotear nunca más.
Su cuñada y sus sobrinos Less y Kart estaban esperando ya con el equipaje en las escaleras del bloque donde vivían cuando Demi aparcó su Ford Tempo junto a la acera. Los chicos, hueros y de ojos azules como su madre, salieron corriendo hacia ella ametrallándola con su verborrea infantil. Less, el mayor, tenía siete años, y Kart solo cinco.
— ¡Hola, tía Demi! —la saludó el segundo—. ¿Podremos ir a cazar lagartijas? —dijo entrando en la parte trasera del vehículo.
—Tonto, ¿quién quiere cazar lagartijas? —Masculló su hermano Less sentándose a su lado—. Lo que yo quiero es buscar puntas de flecha indias. La otra vez, Joe me dijo que me enseñaría dónde encontrarlas. ¿Le has preguntado, tía Demi?
— Sí, sí, le pregunté —lo tranquilizó Demi—. No te preocupes, Kart, yo iré contigo a cazar lagartijas.
— ¡Puja!, Yo no podría —intervino la delicada Taylor ocupando su sitio junto a Demi—, esos bichos me dan repelús.
Llevaba puesto un vestido a rayas blanco y verde que parecía tan caro como los pendientes de diamantes que lucía en las orejas y el anillo de rubíes en su mano derecha. Demi observó que no llevaba el anillo de casada... de hecho, si no recordaba mal, hacía bastante que no lo veía en su dedo, concretamente desde la llegada de Joe.
—Pues si cazo una lagartija me la llevaré a casa y dormirá en mi cuarto —anunció Kart beligerante a su madre.
Demi se rió, viendo en los rasgos del pequeño a su hermano Lucas. A veces la ponía triste que le recordara tanto a él, pero hacía ya dos años que había fallecido,
Una parte del dolor se había disipado.
—No a mi casa, jovencito —replicó Taylor con firmeza.
Tras la muerte de Lucas, Taylor le había vendido al Demi la parte que le correspondía del rancho, y ella se había mudado con sus hijos a la ciudad. No, nunca le había gustado el rancho.
—Pues me da igual, se la dejaré a la tía Demi para que viva con ella.
—Basta ya de responderme, pequeño diablo —lo calló su madre con un gran bostezo—. Espero que ya tengáis funcionando el aire acondicionado, Demi —dijo a su cuñada—, odio el calor. Y supongo que le habrás dicho a Bella que comprara varias botellas de Agua mineral, porque no pienso volver a beber agua de ese pozo.
Demi tuvo que hacer un gran esfuerzo para no responderle una grosería. ¿Por qué Taylor siempre hablaba como si fuera ella quien mandase? Era muy embarazoso que le dijera lo que tenía que hacer y que diera por hecho que se merecía ciertos derechos. Demi había sido paciente con ella durante mucho tiempo solo por consideración a su hermano y a los niños, pero ya se había cansado. Los chicos estaban discutiendo en el asiento de atrás, así que Demi le dirigió una mirada fría a Taylor y le espetó con voz calmada.
—El rancho es mío. El tío Ted es únicamente el albacea y por eso está a cargo de él hasta que yo cumpla los veinticinco, pero después pasará a ser de mi propiedad exclusiva, ¿o es que no recuerdas las condiciones del testamento de mi padre? Mi hermano habría tenido la mitad, y yo la otra mitad. Yo te pagué lo que te habría correspondido por la mitad de él, así que no pienso dejar que sigas dándome órdenes, ni obtendrás un trato preferente sobre los demás huéspedes solo porque seas mi cuñada.
Taylor se había quedado de piedra. Demi nunca le había hablado de aquella manera.
—Yo no quería decir que... —empezó en un tono vacilante.
— Y no he olvidado lo que ocurrió hace nueve años, aunque a veces creas que sí solo porque no te lo he vuelto a echar en cara —añadió Demi interrumpiéndola sin alzar la voz.
Taylor enrojeció y apartó la vista hacia la ventanilla.
—Yo... siento mucho aquello. Sé que no me crees, pero de verdad que lo siento. Además, sé que Lucas me despreciaba por ello, y he tenido que vivir con la culpa desde entonces. Las cosas nunca volvieron a ser iguales entre nosotros después de aquella fiesta, y todavía lo hecho mucho, muchísimo de menos —le dijo en un tono conciliador, lanzando una mirada rápida de reojo a su cuñada.
—Seguro que sí —masculló Demi entre dientes—, Y supongo que esa es la razón por la que vistes tan recatada.
Taylor aspiró sorprendida, pero Demi la ignoró y arrancó el coche, poniéndose a hablar a los chicos de los nuevos terneros que habían nacido en el rancho, y cortando así una posible réplica de la viuda de su hermano.
En el instante en el que Bella vio entrar a Taylor, se dirigió a la puerta de atrás con la excusa de que tenía que llevar una tarta de manzana a la casa-dormitorio de los trabajadores de la hacienda, y de camino allí se encontró con Joe, que parecía cansado y harto.
—OH. Hola, Bella, ¿qué haces por aquí? —preguntó sonriendo a la mujer.
—Esconderme, ¿qué voy a hacer? —gruñó ella apartándose del rostro mechones de cabello plateado. Ha vuelto —explicó en un tono frío.
— ¿Quién ha vuelto?
—Su alteza, la reina de la pereza —se burló Bella liando la tarta de mano—. Era lo que le faltaba a la pobre Demi... más gente de la que ocuparse. Esa huera no ha levantado un dedo desde que el pobre Lucas muriera. Y si supieras lo que esa modelo dichosa le hizo a Demi... —se sonrojó al darse cuenta de que había hablado de más, y se aclaró la garganta incómoda—. Bueno, en realidad venía por qué les he hecho una tarta, a ti y a los demás hombres.
—De eso nada —masculló Demi mirando furibunda a la gobernanta mientras avanzaba hacia ellos a zancadas -. Yo te pedí que hicieras esa tarta, y ahora vas a dársela a los hombres sólo porque ha venido mi cuñada. Vamos, Bella, a los chicos les encanta la tarta de manzana, y, además, dudo que Taylor la pruebe, no querrá estropear su figura comiendo dulces.
—En cualquier caso nos estropeará el día —repuso Bella—. Quiero esto; quiero lo otro... —dijo remedándola—. Hazme la cama, Bella; tráeme una toalla; hazme unos huevos pasados por agua... No se molestaría ni en agacharse a recoger un zapato del suelo, no se vaya a herniar. No, ella no, ella es demasiado frágil para trabajar...
—No airees los trapos sucios aquí fuera, ¿quieres? —la reprendió Demi mirando de reojo a Joe.
—No está ciego —dijo Bella alzando la barbilla—. Sabe tan bien como tú y como yo lo que pasa aquí.
—Bella, ya basta, vuelve dentro con «mi» tarta,
—No pienso dejar que ella se coma ni un pedazo—insistió la mujer obstinada.
—Muy bien, pues díselo —le contestó Demi.
—No creas que no lo haré —replicó la gobernanta. Se volvió hacia Joe con una sonrisa—. Pero a ti, si quieres, te daremos un trozo.
Joe se quitó el sombrero e hizo una pequeña reverencia.
—Muy agradecido, Bella.
La mujer prorrumpió en risitas y volvió dentro.
— ¿No tenías que estar ya con el grupo que se había apuntado para la acampada? —le preguntó Demi a Joe, extrañada, cuando se quedaron solos.
—Hemos tenido que cancelarlo —le explicó él—. El señor Curtís se cayó encima de un cactus, y a la señora Giménez le entró dolor de estómago por el chile que llevaba la comida del almuerzo, y... Bueno, los demás decidieron que preferían quedarse a ver la televisión.
—Bueno, supongo que es la fatalidad... —suspiró Demi—. Lo pospondremos para el fin de semana.
Joe se quedó mirándola en silencio con los ojos entornados, pensativo.
—Oye, Demi... antes, cuando...
Pero no pudo terminar la frase, porque en ese momento la puerta trasera de la casa se abrió y apareció Taylor.
— ¡Vaya, Joe, qué alegría volver a verte! —lo saludó dejando escapar su cantarina risa.
—Yo también me alegro de verla, señora Lovato — contestó él divertido. Y sus ojos recorrieron despacio el esbelto cuerpo de Taylor con una mirada apreciativa.
Demi quería tirarse al suelo y llorar, pero no iba a darle a su cuñada esa satisfacción, y tampoco iba a permitir que Joe supiera lo loca que estaba por él, así que optó por una rendición silenciosa y volvió a entrar en la vivienda sin decir una palabra.
Taylor le lanzó una mirada curiosa, pero Demi ni siquiera se dignó a volverse a mirarla. Si quería a Joe que se lo quedara, se dijo deprimida. Después de todo, para él era solo una chiquilla sin atractivo...
-Joe me va a llevar mañana a dar un paseo a caballo —le dijo Taylor a Demi durante la cena—. ¿No te importa encargarte de los niños, verdad?
Demi alzó la vista del plato indignada. ¿Qué se había creído?
—Pues... de hecho, eso no va a ser posible —le respondió con una sonrisa forzada—. Llévalos contigo. Joe me dijo que los acompañaría a buscar esas puntas de flecha.
— ¡Eso, eso! —exclamó Less tan emocionado que casi volcó su vaso de leche.
—Yo también quiero ir —se apuntó Kart.
—No, no podéis venir —repuso su madre claramente molesta.
—No nos quieres... —gimoteó Less—. Eres mala.
— ¡Nunca nos has querido! —lo secundó Kart empezando a llorar.
— ¡Buena la has hecho! —acusó su madre a Demi, arrojando los brazos al aire.
—Yo no he hecho nada —se defendió Demi—, nada excepto negarme a seguir siendo tu esclava. No recuerdo haberte invitado a venir —añadió con frialdad—, así que no esperes que te entretenga ni que haga de niñera.
— ¡Pero si hasta ahora siempre lo has hecho! —exclamó Taylor sorprendida, como si aquello fuera lo más natural del mundo.
—Pues eso era antes —le espetó Demi—, ya me he hartado de hacer el primo. A partir de ahora, tendrás que hacerte cargo de tus responsabilidades.
— ¿Quién te ha metido esas ideas en la cabeza? — inquirió Taylor incrédula por el cambio de actitud de su cuñada.
—Nadie —respondió Demi—, estoy cansada de que todo el mundo intente aprovecharse de mí. ¿Por qué no te buscas una vida, o mejor, un trabajo?
Taylor aspiró asombrada, pero antes de que pudiera contestar, Demi ya se había levantado de la mesa y se había marchado.
Joe había accedido a llevar Taylor y a los chicos a dar un paseo a caballo a la mañana siguiente. Al ver bajar a Taylor, Demi tuvo que admitir que los vaqueros que se había puesto le sentaban de maravilla, pero también advirtió que en su rostro se podía leer el fastidio por tener que llevar a los críos con ellos. Pues que se aguantara, se dijo Demi, era su madre, y los había tenido porque había querido.
Cuando hubieron salido de la casa, la joven fue a la cocina. No había desayunado porque no quería oír a Taylor quejarse de cómo había fastidiado su paseo romántico.
— ¿Qué te ha dado, Demi? —le preguntó Bella mirándola curiosa cuando entró—. Anoche, antes de que subieras a tu habitación, te oí poner a Taylor en su sitio. ¿Estás enferma?
La joven se rió mientras tomaba una galleta.
—No —contestó mordiendo un trozo—, supongo que me he hartado de que me pisotee.
—Y de ver a Taylor flirtear con Joe... ¿me equivoco?
Demi se quedó mirándola.
—Basta ya con eso, ¿quieres? Sabes que Joe no me gusta.
—Pues claro que te gusta —replicó Bella—. Y mucho me temo que sea culpa mía que las cosas no hayan funcionado entre vosotros —confesó compungida-.
Yo solo quería evitarte otro desengaño...
Demi se dio la vuelta y contrajo el rostro. No tenía muchas ganas de hablar de eso.
—No es mi tipo —insistió con voz ronca—. En cambio él y Taylor hacen muy buena pareja.
Bella dejó sobre la encimera la bayeta que tenía en la mano, se acercó a ella, y le acarició la mejilla.
—Los hombres no son tan malos, Demi... Algunos incluso se dejan domesticar —le dijo entre risas—. No todos son como Jacob Black —al ver que Demi se ponía pálida, añadió—. Oh, vamos, ni siquiera él era un demonio. Amaba a Taylor, y a veces cuando ama una a una persona se hacen cosas estúpidas... y, además, estaba borracho y no sabía lo que...
—Yo estaba enamorada de él —la cortó la joven disgustada—. Flirteó descaradamente conmigo, me hizo abrigar esperanzas... igual que Joe, al principio. Y después me... después me hizo «aquello». Cuando me enteré de que ni siquiera se sentía atraído por mí, que lo que quería era poner celosa a Taylor, yo...
—Fue algo despreciable —asintió Bella—, y sé que fue terrible para ti porque te habías enamorado, y te sentiste traicionada y utilizada. Fue una suerte que yo subiera al piso de ese momento...
Demi no contestó. Había apartado la vista, dolida al recordar aquello.
—Pero gracias a Dios la cosa no llegó a mayores, niña, es eso en lo que tienes que pensar.
— ¿Podemos dejar de hablar de esto, Bella? —Le rogó Demi, metiéndose las manos en los bolsillos de los vaqueros—. De todos modos, ya no importa nada. Soy fea y provinciana, y ningún nombre se fijará jamás en mí, haga lo que haga... Y oí lo que te dijo Joe esa noche —añadió lanzándole una mirada fría a la gobernanta—. Oí cada palabra, y dijo que no quería tener revoloteando a su alrededor a una «marimacho enferma de amor».
Bella suspiró.
—De modo que lo oíste... ¿Es esa la razón por la que últimamente lo ignoras y lo evitas?
— ¿Y qué si es así? —espetó Demi molesta—. En parte me alegré de haberme enterado de que estaba molestándolo, y sí, desde entonces he procurado no cruzarme más en su camino.
Bella iba a decir algo, pero su intuición le dijo que era mejor dejar ese tema aparcado.
— ¿Cuánto tiempo se va a quedar «su alteza»? — inquirió al cabo de un rato.
—Solo hasta mañana por la tarde, gracias a Dios —murmuró Demi con un suspiro—. Bueno, será mejor que me vaya ya. He organizado una excursión a caballo para el grupo, y esta tarde llevo a las mujeres de compras al pueblo para que puedan adquirir artesanía y recuerdos.
—Yo también tengo cosas que hacer —respondió Bella—. He de pensar qué preparar para la cena de esta noche... ¿O va a hacer Chapí esa barbacoa antes del baile? No sé por qué nunca me consulta ni me cuenta nada.
—Sí, creo que va a hacerla, pero seguro que los huéspedes agradecerían tus patatas aliñadas, con tu pan y tu tarta de manzana —dijo Demi rodeándole los hombros con el brazo mientras caminaban hacia la puerta trasera—. De todos modos, Bella, deberías estar agradecida a Chapí... así te quita trabajo. Es tan dulce contigo...
La mujer se puso roja y se apartó de ella indignada
— ¿De qué hablas, niña? Anda, haz el favor de salir de aquí y dejarme trabajar.
Demi salió de la casa entre risitas y se dirigió a los establos para asegurarse de que las monturas estaban dispuestas para la excursión. Encontró a Chapí Staples, el más veterano de los peones, allí solo. Demi lo conocía desde que era niña, pero el hombre, era bastante grande, siempre le había dado un poco de miedo.
— ¿Cómo está la yegua? —le preguntó, refiriéndose a un animal que tenía problemas con una pezuña.
— Llamé al herrero para que le echara un vistazo le dijo Chapí—. Le cambió la herradura, pero está algo inquieta. Yo de usted no me la llevaría, señorita Demi.
La joven suspiró contrariada.
— Si no me la llevo nos faltará una montura —murmuró.
—Bueno, si puede usted hacerse cargo sola del grupo —sugirió Chapí, Marlowe podría quedarse conmigo a echarme una mano, y así uno de los huéspedes podría montar en su caballo.
—Gran idea, Chapí —sonrió Demi aliviada.
Además, así el vasto lenguaje de Marlowe no incomodaría a los huéspedes. De hecho, si persistía en ese comportamiento grosero, tendría que despedirlo, y no le hacía gracia la idea de tener que buscar un nuevo peón, porque le había costado mucho hacerse a los que tenía.
—Saldremos a las diez —le dijo a Chapí—, y estaremos de vuelta a la hora del almuerzo, porque sobre las dos quiero llevar a las mujeres de compras.
—Bien, señorita Demi—respondió el hombre tocándose el borde del ala del sombrero.
Demi salió del establo y se encaminó de nuevo a la casa. Iba tan absorta en sus pensamientos que estuvo a punto de darse de bruces con Joe.
—Lo... lo siento —balbució—. No te había visto. Pensé que ya te habrías ido con Taylor y los chicos.
— Y estaba a punto de hacerlo... cuando me he enterado de que me has emparejado con ella para el baile de cuadrillas de esta noche —repuso él. Parecía bastante enfadado.
— ¿Yo? —dijo Demi incrédula.
—Eso es lo que me ha dicho Taylor —contestó Joe enarcando una ceja— que había sido idea tuya.
Demi suspiró con pesadez.
—Imagino que no me creerás si te digo que no es cierto, ¿verdad?
— ¿Cómo voy a creerlo?, Me cargas con ella cada vez que viene —respondió Joe irónico.
Demi bajó la vista y se dio la vuelta.
—Pensaba que disfrutabas de su compañía... — murmuró—. Porque es como tú: sofisticada, con clase... Pero si prefieres que vaya con otro, puedo intentar convencerla.
Joe, viendo que se marchaba, la retuvo por el brazo, y lo sorprendió ver que se ponía tensa de repente.
—Está bien, déjalo, es solo que no me gusta sentirme como un acompañante obligado. Taylor me cae bien, pero no necesito una alcahueta.
—Es cierto, no la necesitas —contestó ella con tristeza—. ¿Te importaría soltarme el brazo?
—No soportas que te toque... —murmuró Joe entornando los ojos—. Me di cuenta de ello la primera semana. ¿Por qué, Demi?
El corazón de la joven comenzó a latir muy deprisa. Joe debía pensar que le tenía miedo, y no podía decirle que no era más que temor a dejarle entrever que su contacto le producía placer.
—Mi vida privada no es asunto tuyo —le dijo incómoda, sorprendiéndose a sí misma.
—Eso ya lo sé, te has encargado de dejármelo muy claro últimamente —contestó Joe, soltándole el brazo como si le estuviera quemando los dedos—. Muy bien, como quieras. Y respecto a Taylor... No tienes que, preocuparte, ya solucionaré yo mis asuntos con ella.
Parecía exasperado, pero Demi estaba demasiado nerviosa como para advertir ese matiz en el tono de su voz. Quería alejarse de Joe lo antes posible, porque cuando estaba con él tenía que controlarse todo el tiempo para no lanzarse a sus brazos a pesar de su timidez.
—Me parece perfecto —le contestó encogiéndose de hombros, como si no le importara en absoluto lo que hiciera.
Y, dicho eso, rodeó a Joe y entró en la casa sin mirar atrás, y sin imaginar que él se había quedado observándola pensativo.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Novela " Kevin " Cap 11 ♥ Final ♥
Nick y Miley no sabían qué hacer. Kevin se había quedado catatónico cuando la mujer tras el mostrador le dijo que el avión ya había despegado. Se desmoronó, y cayó al suelo, quedándose sentado con las piernas flexionadas, temblando incontrolablemente. Las lágrimas rodaban por sus mejillas, y miraba fijamente las losetas con los ojos muy abiertos, espantado por lo que había hecho.
No paraba de repetir «la he perdido, la he perdido...», y de nada servía que le dijeran que la encontrarían, costara lo que costara.
Solo entonces, al levantar Nick la cabeza un instante, vio entre la gente que iba y venía, una figura de pie, a lo lejos, observándolos, con una maleta en las manos.
Danielle se acercó lentamente donde se encontraban, y se detuvo frente a Kevin. Este, como atraído por un imán, alzó los ojos hacia ella, y Miley y Nick se alejaron discretamente, dejándolos a solas.
—Estás aquí... —murmuró Kevin incrédulo.
—Iba a marcharme —admitió Danielle con lágrimas en los ojos—... pero no pude. Siento haber huido de este modo, pero ya no podía aguantar más.
—No tienes por qué disculparte —repuso Kevin secándole las mejillas con los pulgares—. Nunca te di una oportunidad. Creí que te había perdido... Y no podía soportarlo, no podía soportar la idea de perder todo lo que amo...
Danielle esbozó una sonrisa y le tomó la mano entre las suyas.
— ¿Por qué no me dijiste nunca que me amabas? Yo jamás he dejado de amarte, Kevin, y nunca podré dejar de amarte. Tú eres lo único que yo quiero.
La otra mano de Kevin se aferró a las suyas.
— ¿Acaso no lo sabías... aunque no te lo dijera con palabras? —Murmuró mirándola a los ojos con amor—. Habría cruzado brasas descalzo si tú me lo hubieras pedido. Tú eres todo mi mundo, Danielle. Te amo...
Danielle se acercó más a él y lo rodeó con sus brazos. Kevin la tomó por la cintura y la besó en la frente.
—Oh, Dios Danielle,... Si tú supieras... Yo creía que te habías casado conmigo solo porque estabas sola y asustada.
—Y yo creía que me lo habías pedido porque te daba lástima —le contestó ella sin tratar de retener ya las lágrimas.
Kevin se puso de pie y la abrazó con fuerza, y la besó con ternura en los labios.
—Salgamos de aquí... Oh, Danielle, Danielle, creí que me moriría... Creí que te había perdido...
Nick y Miley los llevaron directamente a casa.
— ¿Por qué no venís a casa a cenar? —Les propuso Miley cuando se bajaron del coche—. María me dijo que ella y López se van a casa de su hermana, y no creo que ninguno de los dos tengáis muchas ganas de cocinar.
—Eso sería estupendo —se lo agradeció Kevin—. Gracias por todo... a los dos.
—Vosotros haríais lo mismo por nosotros —contestó Nick asomándose por la ventanilla de Miley y guiñándoles un ojo—. Os esperamos a las siete.
Los despidieron y entraron en la casa, siendo recibidos por una María eufórica de ver de vuelta a Danielle. Kevin la alzó en sus brazos y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
—Gracias por haber llamado a Miley, María, te estaremos agradecidos eternamente —le dijo Danielle abrazándola.
La mujer se sonrojó, asegurándoles que no había hecho nada excepcional, y después se disculpó, diciéndoles que tenía que ayudar a López a recoger las cosas, porque se iban dentro de media hora.
Kevin y Danielle entraron de la mano en la casa, se sentaron en el salón, abrazados el uno al otro.
—Te quiero, Danielle, aunque nunca haya encontrado el modo de decírtelo —le dijo besándola dulcemente.
—Acabas de hacerlo —sonrió Danielle devolviéndole el beso apasionadamente.
—Si pudiera te compensaría por esos seis años, y por el tiempo que llevamos casados y no te he tratado como debería.
—Ya me has compensado por ello, Kevin —le dijo ella con dulzura. Tomó su mano y la colocó despacio sobre su vientre—. Llevo dentro de mí un hijo tuyo — le dijo mirándolo a los ojos.
Kevin ya lo sabía, pero oírlo de labios de ella lo hizo cien veces más hermoso, y más real. Le acarició el vientre con suavidad mientras volvía a besarla.
—Voy a dejar el trabajo —le dijo ella de pronto—. Creo que Vanessa y el señor Efron se las apañarán muy bien sin mí.
—No tienes por qué hacerlo por mí, Danielle. He sido muy egoísta.
—No se trata de eso, Kevin. Ahora nuestro bebé es mi prioridad. Además, tal vez haga unos cursos, o vuelva a hacer labores de voluntariado social.
Kevin se rio.
— ¿De cuántos meses estás?
—Creo que solo de seis semanas —murmuró ella.
—La primera vez que hicimos el amor —comentó él haciendo cálculos mentales.
Danielle ocultó el rostro en el hueco de su cuello, sonrojándose.
—Sí, creo que sí —asintió entre risas.
—No está mal, ¿eh? A la primera —se pavoneó Kevin con una sonrisa lobuna.
—No está «nada» mal —murmuró ella alzando la cabeza hacia él.
Kevin agachó la suya para tomar sus labios, y ella se relajó, dejando que la acariciara. Suspiró dentro de su boca, y le echó los brazos al cuello para atraerlo más hacia sí. Los besos se fueron volviendo más apasionados, y pronto Danielle pudo notar que él la deseaba. Había aprendido sus señales, pero aquella vez sería diferente, porque sabía que él la amaba y él sabía que ella a él también.
—La primera vez que lo hicimos... también fue aquí —murmuró Danielle mientras Kevin le iba desabrochando uno a uno los botones de la camisa.
—Si lo prefieres siempre nos queda la alfombra... —bromeó él.
—Kevin... —se rio ella ante la ocurrencia.
— ¿Qué? Es bastante gruesa, mullida y suave. Y además nadie nos verá. Y para aseguramos...
Se levantó, aún sonriendo, y fue a cerrar la puerta del salón con pestillo. Se quitó la camisa observando como ella miraba su torso desnudo con puro deleite.
Después, Kevin la tumbó sobre la alfombra, echándose junto a ella, le desabrochó la falda, y se deshizo de la ropa interior con destreza y sensualidad.
Los temores de Danielle se habían desvanecido después de la primera vez, y su cuerpo confiaba plenamente en Justin, sabiendo los placeres que le aguardaban más adelante.
Durante largo rato, no satisfecho con verla estremecerse y gemir, Kevin se dedicó por entero a excitarla, hasta que la tuvo completamente a su merced. Solo entonces se fue desvistiendo él también, mientras iba devorando las suaves curvas de ella y su cremosa piel.
Danielle alzó la vista, enturbiada por el deseo, cuando vio que Kevin se arqueaba sobre ella, apoyando el peso en los brazos, y se concentró maravillada en el contacto entre ambos cuando la poseyó.
— ¡Oh, Kevin! —gimió al sentir que comenzaba a moverse dentro de ella.
—Te quiero —susurró él—. Nunca te he demostrado cuánto, pero ahora voy a hacerlo... No te muevas, cariño, voy a llevarte directa a las estrellas.
Posó su boca sobre la de ella, y comenzó a murmurarle palabras de amor, palabras que subrayaba con pequeños besos y caricias. Aquella vez no tenía que contenerse, no había barreras, pero aun así, ajustó sus movimientos a las necesidades del cuerpo de Danielle, tratándola con exquisita ternura. Y de pronto, en medio de aquel fuego lento, la escuchó gemir cada vez con más fuerza mientras se adentraba con él en el remolino del placer.
Cuando hubieron alcanzado la cima, Danielle notaba que no podía dejar de temblar, y se agarró a los fuertes hombros de Kevin, pero él estaba igual.
—Está bien, no pasa nada... —la tranquilizó él besándola en la frente—. Es normal... es lo que pasa cuando se desciende de repente de las alturas a las que nosotros hemos volado.
—Nunca antes había sido tan increíble —murmuró Danielle.
—Eso es porque nunca lo habíamos hecho con tanta pasión, abriéndonos el uno al otro.
Danielle le tocó el rostro con dedos temblorosos.
—No quiero parar, Kevin.
—Yo tampoco... —susurró él—. Y tampoco tenemos por qué hacerlo. Estamos solos, y no tenemos otra cosa que hacer. ¿Qué te parece si subimos arriba y averiguamos si podemos superarlo?
Y se levantó, ofreciéndole una mano para ayudarla. Danielle la tomó y se incorporó también, pero echó un vistazo al montón de prendas desperdigadas por el suelo.
—Kevin... ¿y nuestra ropa?
Pero él ya la había tomado en brazos y se dirigía con ella hacia la puerta.
— Seguirá ahí cuando bajemos —le prometió divertido.
Ya había atardecido cuando se despertaron, exhaustos pero satisfechos.
—Um... qué sed tengo... —murmuró Danielle.
—Yo también —dijo él levantándose de la cama y estirándose—. ¿Qué te apetece? ¿Un poco de té helado y algo de comer?
— Estupendo —asintió ella—. No tardes —dijo tumbándose mimosa.
Kevin miró en derredor buscando algo con lo que taparse, pero se habían quedado en la habitación de invitados porque era la que estaba más cerca, y finalmente tuvo que ir al baño a por una toalla para liársela en torno a las caderas. La más grande era una toalla de playa con una rana gigante estampada en ella.
—Por Dios, Danielle... ¿No podías haber comprado algo más discreto? —gruñó.
A ella sin embargo daba la impresión de parecerle muy divertido.
— ¿Qué tiene de malo? Me encantan las ranas.
Kevin ignoró sus risitas y bajó a la cocina, donde preparó unos sándwiches, y los colocó en una bandeja con unos vasos y la jarra de té helado.
Sin embargo, justo cuando salía y se dirigía hacia las escaleras, se abrió la puerta de la casa y apareció Nick. Se quedó de piedra, mirando con los ojos como platos a su serio hermano, vestido solo con una toalla con una rana gigante estampada.
—Eee... Pensé que ibais a venir a cenar a casa — comenzó Nick.
Kevin lo había olvidado por completo.
—Como eran más de las siete y media llamamos, pero no contestabais y pensamos que habría ocurrido algo y por eso vine a ver... —continuó Nick sin poder apartar los ojos de la rana.
Kevin recordó que había descolgado el teléfono antes de llevar a Danielle arriba.
—Um... No, no ha pasado nada. Estaba... dándome una ducha —improvisó, algo avergonzado de que su hermano pequeño lo hubiera pillado en una situación tan comprometedora, aunque estuviera en su propia casa.
Nick vio la puerta del salón abierta, y el reguero de ropa por el suelo.
— ¿Y esa ropa? —dijo para picarlo.
—Iba a... hacer la colada. Y me entró hambre.
—Pero si os habíamos invitado a cenar.
—Bueno, solo iba a tomar un tentempié —farfulló Kevin sonrojándose por la insistencia.
— ¿Y dónde está Danielle?
—Em... arriba, estaba cansada y se echó.
Pero entonces, la voz de Danielle se escuchó desde el piso de arriba.
—Kevin... ¿vas a subir ya? Me siento sola —dijo como haciendo pucheros.
Kevin se puso rojo como un tomate mientras Nick se aguantaba la risa a duras penas.
—Bueno, cuando acabes de poner la colada, darte esa ducha y tomarte el tentempié, venid a casa —le dijo — Pero ponte algo menos... llamativo —y se marchó.
Kevin subió las escaleras con la poca dignidad que le quedaba y dejó la bandeja sobre la cama.
—Me ha parecido oír la voz de alguien hablando contigo abajo —le dijo Danielle mientras se servía té.
—Era Nick. ¿Te acordabas tú de que nos habían invitado a cenar?
— ¡Cielos, no, lo había olvidado! —exclamó ella llevándose una mano a la boca.
—Y yo.
—No te preocupes, Kevin —le dijo Danielle al verlo tan enfurruñado—. Nick y Miley lo entenderán, están casados.
—Lo sé, pero resulta un poco incómodo —repuso él—. Y conociendo a mi hermano, prepárate, va a pasarse toda la cena picándonos.
Ella se rio y lo besó en la mejilla.
— Danielle... —le dijo él de pronto—. ¿Me habrías dicho lo del bebé si te hubieras marchado?
Ella asintió con la cabeza.
—Tenías derecho a saberlo. Además, nunca pensé en abandonarte, Kevin, solo necesitaba tiempo para pensar. Habría vuelto a tu lado: ya no sé vivir sin ti. Y tú, ¿habrías ido tras de mí?
—Por supuesto. Ya me imaginaba recorriendo la ciudad meses y meses, pero no habría desesperado, habría buscado hasta en el último rincón.
—Lo sé —murmuró ella besándolo suavemente. Lo quería tanto que sentía que el corazón le iba a explotar de felicidad—. Um... tengo un hambre terrible, me comería una vaca entera.
—Llamaré a Miley para que la vaya preparando...
Danielle se rio. Fuera, la noche estaba cayendo, y a unos kilómetros de allí, Miley estaba recalentando el estofado de carne con verduras que había preparado, mientras Nick descorchaba una botella de champán. Había tratado de decirle que esa bebida no iba precisamente con la comida tan sencilla que había preparado, pero él insistió, así que, entre risas, Miley fue a buscar las copas de champán. En el fondo, Nick tenía razón: había mucho que celebrar.
FIN!!
No paraba de repetir «la he perdido, la he perdido...», y de nada servía que le dijeran que la encontrarían, costara lo que costara.
Solo entonces, al levantar Nick la cabeza un instante, vio entre la gente que iba y venía, una figura de pie, a lo lejos, observándolos, con una maleta en las manos.
Danielle se acercó lentamente donde se encontraban, y se detuvo frente a Kevin. Este, como atraído por un imán, alzó los ojos hacia ella, y Miley y Nick se alejaron discretamente, dejándolos a solas.
—Estás aquí... —murmuró Kevin incrédulo.
—Iba a marcharme —admitió Danielle con lágrimas en los ojos—... pero no pude. Siento haber huido de este modo, pero ya no podía aguantar más.
—No tienes por qué disculparte —repuso Kevin secándole las mejillas con los pulgares—. Nunca te di una oportunidad. Creí que te había perdido... Y no podía soportarlo, no podía soportar la idea de perder todo lo que amo...
Danielle esbozó una sonrisa y le tomó la mano entre las suyas.
— ¿Por qué no me dijiste nunca que me amabas? Yo jamás he dejado de amarte, Kevin, y nunca podré dejar de amarte. Tú eres lo único que yo quiero.
La otra mano de Kevin se aferró a las suyas.
— ¿Acaso no lo sabías... aunque no te lo dijera con palabras? —Murmuró mirándola a los ojos con amor—. Habría cruzado brasas descalzo si tú me lo hubieras pedido. Tú eres todo mi mundo, Danielle. Te amo...
Danielle se acercó más a él y lo rodeó con sus brazos. Kevin la tomó por la cintura y la besó en la frente.
—Oh, Dios Danielle,... Si tú supieras... Yo creía que te habías casado conmigo solo porque estabas sola y asustada.
—Y yo creía que me lo habías pedido porque te daba lástima —le contestó ella sin tratar de retener ya las lágrimas.
Kevin se puso de pie y la abrazó con fuerza, y la besó con ternura en los labios.
—Salgamos de aquí... Oh, Danielle, Danielle, creí que me moriría... Creí que te había perdido...
Nick y Miley los llevaron directamente a casa.
— ¿Por qué no venís a casa a cenar? —Les propuso Miley cuando se bajaron del coche—. María me dijo que ella y López se van a casa de su hermana, y no creo que ninguno de los dos tengáis muchas ganas de cocinar.
—Eso sería estupendo —se lo agradeció Kevin—. Gracias por todo... a los dos.
—Vosotros haríais lo mismo por nosotros —contestó Nick asomándose por la ventanilla de Miley y guiñándoles un ojo—. Os esperamos a las siete.
Los despidieron y entraron en la casa, siendo recibidos por una María eufórica de ver de vuelta a Danielle. Kevin la alzó en sus brazos y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
—Gracias por haber llamado a Miley, María, te estaremos agradecidos eternamente —le dijo Danielle abrazándola.
La mujer se sonrojó, asegurándoles que no había hecho nada excepcional, y después se disculpó, diciéndoles que tenía que ayudar a López a recoger las cosas, porque se iban dentro de media hora.
Kevin y Danielle entraron de la mano en la casa, se sentaron en el salón, abrazados el uno al otro.
—Te quiero, Danielle, aunque nunca haya encontrado el modo de decírtelo —le dijo besándola dulcemente.
—Acabas de hacerlo —sonrió Danielle devolviéndole el beso apasionadamente.
—Si pudiera te compensaría por esos seis años, y por el tiempo que llevamos casados y no te he tratado como debería.
—Ya me has compensado por ello, Kevin —le dijo ella con dulzura. Tomó su mano y la colocó despacio sobre su vientre—. Llevo dentro de mí un hijo tuyo — le dijo mirándolo a los ojos.
Kevin ya lo sabía, pero oírlo de labios de ella lo hizo cien veces más hermoso, y más real. Le acarició el vientre con suavidad mientras volvía a besarla.
—Voy a dejar el trabajo —le dijo ella de pronto—. Creo que Vanessa y el señor Efron se las apañarán muy bien sin mí.
—No tienes por qué hacerlo por mí, Danielle. He sido muy egoísta.
—No se trata de eso, Kevin. Ahora nuestro bebé es mi prioridad. Además, tal vez haga unos cursos, o vuelva a hacer labores de voluntariado social.
Kevin se rio.
— ¿De cuántos meses estás?
—Creo que solo de seis semanas —murmuró ella.
—La primera vez que hicimos el amor —comentó él haciendo cálculos mentales.
Danielle ocultó el rostro en el hueco de su cuello, sonrojándose.
—Sí, creo que sí —asintió entre risas.
—No está mal, ¿eh? A la primera —se pavoneó Kevin con una sonrisa lobuna.
—No está «nada» mal —murmuró ella alzando la cabeza hacia él.
Kevin agachó la suya para tomar sus labios, y ella se relajó, dejando que la acariciara. Suspiró dentro de su boca, y le echó los brazos al cuello para atraerlo más hacia sí. Los besos se fueron volviendo más apasionados, y pronto Danielle pudo notar que él la deseaba. Había aprendido sus señales, pero aquella vez sería diferente, porque sabía que él la amaba y él sabía que ella a él también.
—La primera vez que lo hicimos... también fue aquí —murmuró Danielle mientras Kevin le iba desabrochando uno a uno los botones de la camisa.
—Si lo prefieres siempre nos queda la alfombra... —bromeó él.
—Kevin... —se rio ella ante la ocurrencia.
— ¿Qué? Es bastante gruesa, mullida y suave. Y además nadie nos verá. Y para aseguramos...
Se levantó, aún sonriendo, y fue a cerrar la puerta del salón con pestillo. Se quitó la camisa observando como ella miraba su torso desnudo con puro deleite.
Después, Kevin la tumbó sobre la alfombra, echándose junto a ella, le desabrochó la falda, y se deshizo de la ropa interior con destreza y sensualidad.
Los temores de Danielle se habían desvanecido después de la primera vez, y su cuerpo confiaba plenamente en Justin, sabiendo los placeres que le aguardaban más adelante.
Durante largo rato, no satisfecho con verla estremecerse y gemir, Kevin se dedicó por entero a excitarla, hasta que la tuvo completamente a su merced. Solo entonces se fue desvistiendo él también, mientras iba devorando las suaves curvas de ella y su cremosa piel.
Danielle alzó la vista, enturbiada por el deseo, cuando vio que Kevin se arqueaba sobre ella, apoyando el peso en los brazos, y se concentró maravillada en el contacto entre ambos cuando la poseyó.
— ¡Oh, Kevin! —gimió al sentir que comenzaba a moverse dentro de ella.
—Te quiero —susurró él—. Nunca te he demostrado cuánto, pero ahora voy a hacerlo... No te muevas, cariño, voy a llevarte directa a las estrellas.
Posó su boca sobre la de ella, y comenzó a murmurarle palabras de amor, palabras que subrayaba con pequeños besos y caricias. Aquella vez no tenía que contenerse, no había barreras, pero aun así, ajustó sus movimientos a las necesidades del cuerpo de Danielle, tratándola con exquisita ternura. Y de pronto, en medio de aquel fuego lento, la escuchó gemir cada vez con más fuerza mientras se adentraba con él en el remolino del placer.
Cuando hubieron alcanzado la cima, Danielle notaba que no podía dejar de temblar, y se agarró a los fuertes hombros de Kevin, pero él estaba igual.
—Está bien, no pasa nada... —la tranquilizó él besándola en la frente—. Es normal... es lo que pasa cuando se desciende de repente de las alturas a las que nosotros hemos volado.
—Nunca antes había sido tan increíble —murmuró Danielle.
—Eso es porque nunca lo habíamos hecho con tanta pasión, abriéndonos el uno al otro.
Danielle le tocó el rostro con dedos temblorosos.
—No quiero parar, Kevin.
—Yo tampoco... —susurró él—. Y tampoco tenemos por qué hacerlo. Estamos solos, y no tenemos otra cosa que hacer. ¿Qué te parece si subimos arriba y averiguamos si podemos superarlo?
Y se levantó, ofreciéndole una mano para ayudarla. Danielle la tomó y se incorporó también, pero echó un vistazo al montón de prendas desperdigadas por el suelo.
—Kevin... ¿y nuestra ropa?
Pero él ya la había tomado en brazos y se dirigía con ella hacia la puerta.
— Seguirá ahí cuando bajemos —le prometió divertido.
Ya había atardecido cuando se despertaron, exhaustos pero satisfechos.
—Um... qué sed tengo... —murmuró Danielle.
—Yo también —dijo él levantándose de la cama y estirándose—. ¿Qué te apetece? ¿Un poco de té helado y algo de comer?
— Estupendo —asintió ella—. No tardes —dijo tumbándose mimosa.
Kevin miró en derredor buscando algo con lo que taparse, pero se habían quedado en la habitación de invitados porque era la que estaba más cerca, y finalmente tuvo que ir al baño a por una toalla para liársela en torno a las caderas. La más grande era una toalla de playa con una rana gigante estampada en ella.
—Por Dios, Danielle... ¿No podías haber comprado algo más discreto? —gruñó.
A ella sin embargo daba la impresión de parecerle muy divertido.
— ¿Qué tiene de malo? Me encantan las ranas.
Kevin ignoró sus risitas y bajó a la cocina, donde preparó unos sándwiches, y los colocó en una bandeja con unos vasos y la jarra de té helado.
Sin embargo, justo cuando salía y se dirigía hacia las escaleras, se abrió la puerta de la casa y apareció Nick. Se quedó de piedra, mirando con los ojos como platos a su serio hermano, vestido solo con una toalla con una rana gigante estampada.
—Eee... Pensé que ibais a venir a cenar a casa — comenzó Nick.
Kevin lo había olvidado por completo.
—Como eran más de las siete y media llamamos, pero no contestabais y pensamos que habría ocurrido algo y por eso vine a ver... —continuó Nick sin poder apartar los ojos de la rana.
Kevin recordó que había descolgado el teléfono antes de llevar a Danielle arriba.
—Um... No, no ha pasado nada. Estaba... dándome una ducha —improvisó, algo avergonzado de que su hermano pequeño lo hubiera pillado en una situación tan comprometedora, aunque estuviera en su propia casa.
Nick vio la puerta del salón abierta, y el reguero de ropa por el suelo.
— ¿Y esa ropa? —dijo para picarlo.
—Iba a... hacer la colada. Y me entró hambre.
—Pero si os habíamos invitado a cenar.
—Bueno, solo iba a tomar un tentempié —farfulló Kevin sonrojándose por la insistencia.
— ¿Y dónde está Danielle?
—Em... arriba, estaba cansada y se echó.
Pero entonces, la voz de Danielle se escuchó desde el piso de arriba.
—Kevin... ¿vas a subir ya? Me siento sola —dijo como haciendo pucheros.
Kevin se puso rojo como un tomate mientras Nick se aguantaba la risa a duras penas.
—Bueno, cuando acabes de poner la colada, darte esa ducha y tomarte el tentempié, venid a casa —le dijo — Pero ponte algo menos... llamativo —y se marchó.
Kevin subió las escaleras con la poca dignidad que le quedaba y dejó la bandeja sobre la cama.
—Me ha parecido oír la voz de alguien hablando contigo abajo —le dijo Danielle mientras se servía té.
—Era Nick. ¿Te acordabas tú de que nos habían invitado a cenar?
— ¡Cielos, no, lo había olvidado! —exclamó ella llevándose una mano a la boca.
—Y yo.
—No te preocupes, Kevin —le dijo Danielle al verlo tan enfurruñado—. Nick y Miley lo entenderán, están casados.
—Lo sé, pero resulta un poco incómodo —repuso él—. Y conociendo a mi hermano, prepárate, va a pasarse toda la cena picándonos.
Ella se rio y lo besó en la mejilla.
— Danielle... —le dijo él de pronto—. ¿Me habrías dicho lo del bebé si te hubieras marchado?
Ella asintió con la cabeza.
—Tenías derecho a saberlo. Además, nunca pensé en abandonarte, Kevin, solo necesitaba tiempo para pensar. Habría vuelto a tu lado: ya no sé vivir sin ti. Y tú, ¿habrías ido tras de mí?
—Por supuesto. Ya me imaginaba recorriendo la ciudad meses y meses, pero no habría desesperado, habría buscado hasta en el último rincón.
—Lo sé —murmuró ella besándolo suavemente. Lo quería tanto que sentía que el corazón le iba a explotar de felicidad—. Um... tengo un hambre terrible, me comería una vaca entera.
—Llamaré a Miley para que la vaya preparando...
Danielle se rio. Fuera, la noche estaba cayendo, y a unos kilómetros de allí, Miley estaba recalentando el estofado de carne con verduras que había preparado, mientras Nick descorchaba una botella de champán. Había tratado de decirle que esa bebida no iba precisamente con la comida tan sencilla que había preparado, pero él insistió, así que, entre risas, Miley fue a buscar las copas de champán. En el fondo, Nick tenía razón: había mucho que celebrar.
FIN!!
Novela " Kevin " Cap 10
Danielle observó, fascinada, como el jarrón pasaba a pocos centímetros de la oreja izquierda de Rob y se hacía añicos al caer estruendosamente contra el suelo.
— ¿Danielle? —fue todo lo que acertó a decir el hombre antes de dar un paso atrás.
Danielle y agarró una pequeña estatuilla de bronce de una librería.
— ¡Danielle, no!, ¡espera!—exclamó Rob Pattison poniéndose las manos sobre la cabeza y corriendo hacia la puerta,
Danielle lo siguió fuera a la carrera, con la estatuilla en la mano, ignorando las miradas de asombro de los invitados y de su marido.
— ¡Insecto! —le gritó—. ¡Sanguijuela!
Le arrojó la estatuilla, fallando por poco, y Rob casi perdió el equilibrio en las escaleras de la entrada. Sin pararse siquiera a mirar atrás, corrió como alma que lleva el diablo hacia su todoterreno y se perdió en la noche.
Danielle lo observó alejarse con verdaderas llamas en los ojos. Aquel hombre había sido responsable, aunque indirectamente, del dolor que había sufrido durante seis años, del dolor que aún sufría. ¿Cómo podía tener la desfachatez de presentarse aquella noche, de todas las noches? No, ¿cómo había tenido Kevin la desfachatez de invitarlo?
Dio media vuelta y volvió a subir los escalones de la entrada, sin dignarse a mirar a Kevin.
—Buenas noches —saludó a una pareja que acababa de llegar, como si no hubiera pasado nada. Después, fue junto a Nick—. ¡Felicidades, Nick! Estamos tan contentos de que Miley nos permitiera celebrar aquí tu fiesta de cumpleaños —le dijo besándolo en la mejilla.
— Um... Gracias, Danielle —murmuró su cuñado.
— ¿Pasamos a cenar? —les dijo Danielle, como la perfecta anfitriona al resto de los invitados.
La mayoría eran amigos de Kevin y Nick a quienes apenas conocía.
— ¿A qué diablos ha venido todo eso? —le siseó Kevin, agarrándola del brazo y llevándola aparte mientras los demás pasaban al comedor.
Danielle ignoró la pregunta.
— ¿Cómo te has atrevido a invitar a ese hombre? —le dijo señalando hacia la puerta por donde había salido—. ¿Cómo te has atrevido a traerlo a nuestra casa, después de saber que colaboró con mi padre para separarnos?
—Quería saber si aún te quedaba algún rescoldo de amor por él —le contestó Kevin con una sonrisa cínica.
— ¿Rescoldo? —Masculló Danielle fuera de sí—, Tienes suerte de que no lo haya matado... Lamento no haberlo hecho.
—Qué temperamento... —murmuró él chasqueando la lengua desaprobadora.
—Vete al infierno, Kevin —le espetó ella con una sonrisa tan cínica como la de él. Estaba harta de sus celos y su suspicacia—. Y llévate contigo tu mal humor y tus deseos de venganza.
Entró en el comedor, donde los demás ya estaban tomando asiento.
— ¿No vas a contarme otra vez esa historia de cómo tu padre quería hacernos romper? —le pregunte él con toda la intención, siguiéndola.
— ¿Por qué no quieres creerme?
—Muy sencillo —contestó él—, porque fue el dinero de tu padre el que nos ayudó a sacar a flote de nuevo nuestro negocio —observó sorpresa en los ojos de ella—. Sí, eso hizo, ¿te parece que puedo dudar de un hombre que me ayudó de ese modo?
Danielle sintió que se iba a desmayar, y casi le faltó tiempo para sentarse.
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó Kevin.
—No, no estoy bien —murmuró ella con una risa temblorosa.
Miley, que había reparado en su inusitada palidez, se sentó a su lado.
— ¿Quieres que te traiga algo, Danielle? —le susurró.
—No, gracias, estaré bien... si te llevas a Kevin lejos de mí —dijo alzando la vista hacia él furiosa.
—No te preocupes, ya me iba —le espetó él irguiéndose y dirigiéndose al otro extremo de la mesa.
Danielle no sabría jamás cómo había sobrevivido a aquella noche. Contestaba a las preguntas de los invitados y sonreía como un autómata. En un momento dado, logró escabullirse con la excusa de retocarse el maquillaje, y Miley la siguió arriba, a la habitación de invitados.
— ¿Qué ha ocurrido, Danielle? —le preguntó sin preámbulos.
—Para empezar, estoy embarazada —le respondió Danielle muy tensa.
Miley se quedó boquiabierta.
— ¡Oh, Danielle...! ¿Lo sabe Kevin?
—No, no lo sabe, y no quiero que se lo digas —se apresuró a advertirle Danielle sentándose en el borde de la cama—. Vuelve a estar furioso por lo que le hice hace seis años. Durante unas semanas pareció que todo iba bien, pero cuando volvió de Wyoming no lo reconocí. ¿Y cómo voy a contarle lo del bebé cuando me odia? No quiero su compasión... —se llevó las manos al rostro—. Nunca funcionará, Miley, no puede dejar atrás el pasado, y yo ya no sé qué hacer... No lo soporto más.
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, y Miley fue a su lado a consolarla como pudo.
— ¿Y qué piensas hacer? —le preguntó con suavidad, mientras Danielle se secaba las lágrimas con un pañuelo.
— Me iré a Houston. Tengo una prima allí, y sé que no le importará que me quede un par de días con ella, hasta que averigüe qué hacer con mi vida.
— ¿Y si intentaras hablar con Kevin? Sé que te quiere, Danielle.
—Bonita manera la suya de demostrarlo —repuso Danielle con ironía—. ¡Primero me dice que vamos a llevar vidas separadas y luego trae a... a esa sabandija aquí!
—Bueno, creo que al menos se habrá dado cuenta de que no estabas enamorada de él —dijo Miley con una sonrisa, recordando cómo le había arrojado aquel florero.
—Y lo peor es que cree que mi padre era un santo. Acaba de decirme que le dio dinero para reflotar el negocio... No me extraña que piense que yo le miento
—Necesitas descansar —le dijo Miley—. ¿Por qué no te acuestas? Yo haré de anfitriona en tu lugar, le diré a Kevin que...
— ¿Qué tienes que decirme? —inquirió Kevin apareciendo en ese momento.
Las dos alzaron la vista, sobresaltadas.
—Hay una chica que pregunta por ti —le dijo Kevin a Danielle —. Una Vanessa no-sé qué. Dice que trabaja contigo en el bufete...
— ¿Qué quiere?
—Está subiendo. Ahora podrás preguntárselo tú.
Y en efecto, al momento asomó la cabeza de Vanessa. Se quedó un poco cortada al ver el cuadro.
—Um... Lo siento, veo que no es un buen momento...
—No, Vanessa, espera, ¿qué ocurre? —dijo Danielle levantándose y reteniéndola por el brazo.
La joven se volvió hacia ella con los ojos brillantes.
—Solo venía a decirte que... ¡me ha pedido que me case con él! —casi chilló como una adolescente histérica—. Mira, ¡hasta me ha comprado un anillo! —le dijo mostrándoselo emocionada—. Ha sido una suerte que se haya decidido, porque estoy segura de que toda la ciudad estaba empezando a murmurar. Amanda Jones, una de las dependientas del supermercado nos vio el otro día besándonos al señor Efron y a mí en el despacho, imagínate... la cortinilla estaba echada, claro, pero podía verse desde fuera... qué vergüenza...
Kevin se había puesto lívido, pero Danielle y Miley no lo advirtieron.
—Me alegro mucho por vosotros, Vanessa, felicidades —le dijo Danielle abrazándola.
—Gracias —murmuró la chica—. Bueno, solo quería decirte eso... Perdón por la intrusión. Buenas noches.
Miley acompañó a la joven abajo, y Kevin se quedó allí de pie, tratando de averiguar cómo deshacer aquel entuerto. Danielle parecía tan dolida, tan frágil... Era solo culpa suya, por haber sacado conclusiones antes de cerciorarse de que lo que había visto era lo que creía haber visto.
— Danielle, yo...
—Kevin, por favor, márchate, no tengo nada más que decirte. No quiero ni mirarte después de lo que has hecho... ¡Traer aquí a ese hombre!
—Necesitaba saber...
— ¡Yo te dije la verdad! —le espetó Danielle y enfadada—. Y tú no me escuchaste. Nunca me has escuchado, pero ya no me importa lo que pienses de mí.
—Es que hay algo que no comprendo, Danielle... si lo que tu padre quería era separarnos... ¿Por qué me prestó ese dinero?
Danielle lo miró cansada.
—Kevin, no lo sé, no sé más de lo que te he contado. Hace mucho tiempo de eso, y yo no quiero vivir eternamente revolcándome en el fango del pasado. Si no te importa me voy a la cama —le dijo dirigiéndose hacia la puerta.
Kevin abrió la boca, pero no sabía que decir.
—Yo... los vi besándose. Bueno, creí que eras tú... en la ventana de la oficina, cuando fui a recogerte la noche que regresé de Wyoming —le confesó titubeante.
Danielle se quedó paralizada, y se giró sobre los talones con los ojos muy abiertos.
— ¿Pensaste que estaba besándome con el señor Efron?
Kevin se encogió de hombros.
—Lo cierto es que esa chica y tú tenéis una figura parecida, y la misma estatura, y la vi a través de la cortina y... Tú no me contaste que había entrado a trabajar otra chica con vosotros.
—Muchas gracias —le contestó Danielle con voz ronca, ofendida—, muchas gracias por tu maravillosa opinión de mi moralidad, Kevin.
Él enrojeció, entre avergonzado y airado.
— ¿Qué querías que creyera? ¡Tú me traicionaste una vez!, ¡me abandonaste por otro!
—Yo jamás hice eso. ¡Jamás! Mi padre me amenazo con llevarte a la ruina, y me hizo decirte lo que te dije para evitarlo. Me prometió que si rompía contigo te salvaría, pero nunca imaginé que sería prestándote dinero Salí con Rob solo para seguir con la pantomima, pero me negué a casarme con él. La vida sin ti esos seis años fue un infierno, y más sabiendo que creías que te había traicionado y que no podía demostrártelo. He intentado explicártelo de todas las maneras posibles, pero tú nunca me escuchas —las lágrimas le nublaban la vista—. Estoy cansada, Kevin, estoy cansada. Estás demasiado resentido como para dejar atrás el pasado, y yo ya no puedo seguir viviendo así. Sé que yo, con mi cobardía, he tenido mucha culpa de lo que nos ha ocurrido, pero lo que hice lo hice para protegerte. Tú has sido lo único que yo siempre he querido, pero a ti yo únicamente te interesaba en un sentido, y supongo que ahora que has... ¿cómo lo expresaste...? Oh, sí, «satisfecho tu deseo»... Supongo que ahora que has satisfecho tu deseo por mí ya no te intereso.
—Oh, Dios, Danielle... —masculló él apretando los dientes.
—Sin confianza no tenemos nada, Kevin. Creí que lo nuestro podría funcionar, pero si sigues sin confiar en mí, no hay nada que podamos hacer. Y ahora, si no te importa, me gustaría que te fueras, estoy cansada y quiero acostarme.
Kevin quería abrazarla, decirle que su frialdad se había debido solo a los celos, porque era incapaz de creer que una mujer tan preciosa y maravillosa pudiese amarlo. Sin embargo, ciertamente parecía muy cansada, y le pareció que sería cruel seguir discutiendo. Sí, lo mejor sería dejarla dormir.
—Está bien, mañana hablaremos... —le dijo saliendo y cerrando la puerta tras de sí.
Kevin apenas pudo dormir en toda la noche y al rayar el alba entró sigiloso en la habitación de invitados. Danielle se había quedado dormida sobre la colcha, vestida. Con mucho cuidado de no despertarla, Kevin le quitó los zapatos y la tapó, quedándose después admirando su hermoso rostro.
—Te quiero tanto... —susurró—. ¡Dios!, ¿por qué no puedo decírtelo cuando estás despierta? Anoche me dijiste que no confiaba en ti, pero no es así: no confío en mí mismo. Te mereces a alguien más comprensivo que yo, alguien menos posesivo. Me estaría bien merecido si te perdiera, pero no sé si sería capaz de seguir viviendo...
Le acarició suavemente la mejilla y salió de la habitación.
Una hora después, Danielle se despertó. La sorprendió verse tapada, pero se dijo que tal vez hubieran sido Miley o María. No importaba, no había tiempo, tenía que acabar con aquello.
Llamó por teléfono para reservar un billete en el vuelo de mediodía que salía del aeropuerto de Tisdaleville con destino Houston, y después pidió un taxi. Hizo a toda prisa una maleta con lo estrictamente imprescindible, y salió de su cuarto, bajando las escaleras sigilosamente.
Sin embargo, al llegar a la puerta, se encontró con María.
— ¡Señorita! —exclamó al verla con la maleta.
— Solo me voy fuera un par de días —mintió Danielle —. Miley sabe dónde estaré, pero no le digas nada a Kevin, María, prométemelo.
La pobre mujer no pudo hacer otra cosa que darle su palabra, y, consternada, la vio marcharse. Sin embargo, en cuanto se hubo ido, se le ocurrió una idea: le había prometido a Danielle que ella no se lo diría a Kevin, pero no que se lo diría a Miley.
Kevin se despertó zarandeado por alguien. Se habría dormido hacía apenas una hora y media... ¿Por qué tenían que despertarlo?
—Kevin... Kevin, despierta.
La voz de Miley lo sobresaltó y se incorporó de inmediato.
¿Qué... qué pasa?
El rostro de Miley le dijo que algo no iba bien, y un horrible presagio lo asaltó.
—María me llamó para que viniera. Danielle le hizo prometer que no te diría nada y por eso me llamó a mí... —le explicó haciéndose un lío por los nervios—. Yo... no sé cómo decirte esto...
La mirada de él se ensombreció.
—Me ha dejado, ¿no es cierto, Miley?
Ella asintió con tristeza.
—Pero la pregunta es qué vas a hacer al respecto.
Kevin se había tapado la cara con las manos.
—Dejarla marchar —dijo al cabo de un minuto—. Ya le he hecho bastante daño.
— ¡Kevin, no! Va a tomar un vuelo a Houston, aún estás a tiempo... Nick está abajo en el coche esperándonos y...
—No sabes cómo la he tratado, Miley... Lo que le he hecho pasar, y todo por culpa de mis estúpidos celos, del miedo a perderla por otro... ¿Qué puedo ofrecerle yo?
— ¿Por qué no tratas simplemente de decirle que la amas? Es lo único que ella quiere.
—Tal vez sea lo mejor que se vaya —farfulló poniéndose de pie y caminando arriba y abajo por la habitación—. Puede que encuentre a alguien mejor que yo y...
Así no llegarían a ningún sitio, se dijo Miley. En otras circunstancias se lo habría dicho con mayor delicadeza, pero no había tiempo:
— Danielle está embarazada —le soltó.
Kevin, que se iba a sentar en ese momento en una silla, no calculó bien por la repentina noticia y se cayó al suelo. Se agarró al borde de la cómoda para levantarse, tembloroso y con los ojos como platos.
— ¿Embarazada? —repitió—. ¿Está embarazada y no me lo había dicho?
No hizo falta decirle nada más a Kevin. Se pusieron en camino de inmediato, y corrieron por todo el aeropuerto, pero cuando llegaron a las puertas de embarque, el vuelo hacia Houston ya había salido.
Novela " Kevin " Cap 9
Durante los días que Kevin estuvo fuera, el señor Efron tuvo dos pleitos por divorcio, otro por una disputa sobre unos terrenos, otro por un accidente de tráfico, y también tuvo que defender a un hombre acusado de asesinato, por lo que Vanessa y Danielle estuvieron más atareadas que nunca.
—Siento que tengas que hacer tantas horas extra esta semana —le dijo esa mañana Zac Efron a Danielle — pero andamos tan escasos de tiempo y hay tanto que preparar...
—No se preocupe —lo tranquilizó ella— Kevin está fuera de la ciudad, así que no pasa nada porque me quede unas horas más.
—Bueno, lo que él pierde yo lo gano —murmuró el abogado sonriendo—. Gracias, Danielle, no sé qué haría sin ti. Me voy corriendo al juzgado. Si alguien preguntara por mí después estaré en el Carson's Café almorzando, y volveré sobre la una.
—De acuerdo.
Al ir a salir, el señor Efron se chocó con Vanessa casi la hizo caer, pero la sostuvo a tiempo por la cintura mientras que ella apoyó las manos en su pecho para no perder el equilibrio. Se quedaron como paralizados un momento, mirándose embelesados el uno al otro. « ¡Qué tierna escena!», pensó Danielle divertida.
— ¿Estás bien, Nessa? —le preguntó él.
—Sí —balbució ella aturdida, sonrojándose y quedándose con los labios entreabiertos. Finalmente Zac Efron la soltó.
—Bueno, ten más cuidado, no quiero quedarme sin secretaria —le dijo suavemente con una sonrisa.
—Sí, señor —murmuró Vanessa dócilmente. Los ojos del señor Efron descendieron brevemente a los gruesos labios de ella antes de darse media vuelta y salir.
Danielle tuvo que reprimir una sonrisa: de llevarse como el perro y el gato habían pasado a mostrarse tímidos el uno con el otro, y Vanessa parecía iluminarse como un árbol de navidad cada vez que él aparecía.
— Yo, Um... voy a pasar unas notas —balbució Vanessa.
Danielle sonrió.
— Pues yo iba a salir. ¿Quieres que te traiga algo de comer?
—Oh, sí, gracias. Una ensalada con atún y unas galletas saladas estaría bien. Gracias, Danny, mañana iré yo.
—Trato hecho. Bueno, volveré enseguida.
Tras pagar sus compras en el supermercado de la esquina, Danielle vio a Miley mirando unas tarjetas de felicitación junto a las cajas registradoras.
— ¡Eh, hola!
— ¡Oh, hola, Danielle! —La saludó sonriente su cuñada—. Estaba buscando una tarjeta para el cumpleaños de Nick... Es ya la semana que viene.
—Oh, sí, no lo he olvidado. Sé que tenía que haberte llamado para hablar de los preparativos, pero he estado muy ocupada y... —murmuró sin poder evitar sonrojarse. La verdad era que la tarde que había querido llamarla, Justin se había puesto juguetón y no la había dejado.
—Las cosas os van bien, ¿eh? —adivinó Miley con una sonrisa picara al verla tan colorada—. Nick dice que Kevin se pasa todo el día en su despacho mirando una foto tuya y soñando despierto.
— ¿En serio? —contestó Danielle riéndose encantada.
—Humm... la vida de recién casados es maravillosa —dijo Miley—. Me alegra que os vaya bien. De algún modo sabía que sería así. Estáis hechos el uno para el otro. Incluso Joe lo dijo aquel día en el baile, que erais como las dos mitades de un todo.
—Nick no sabe nada de la fiesta, ¿verdad? —le preguntó Danielle cambiando de tema.
—Oh, no, no me lo sacaría ni a punta de pistola. Por cierto, Kevin me llamó anoche para decirme que había invitado a una persona que no está en la lista que hice. ¿No te ha comentado nada de eso a ti?
—Pues no —contestó Danielle frunciendo el entrecejo—. ¿De quién se tratará? Espero que no sea una de sus antiguas novias —murmuró celosa.
—No lo creo —la tranquilizó Miley—. Tendremos que esperar para averiguarlo —suspiró.
—Bueno, tengo que dejarte ya, he dejado sola a Vanessa. Espero que le encuentres una buena tarjeta — le dijo Danielle sonriendo. .
—Hasta luego.
Aquella noche, cuando Kevin la llamó desde Wyoming, Danielle pensó en preguntarle sobre ese invitado o invitada sorpresa, pero cuando él le dijo que no volvería hasta el lunes, se le fue por completo de la cabeza
— ¡Oh, Kevin...! —gimió ella—. En fin, yo también estoy bastante fastidiada... El señor Efron está con pleitos toda la semana próxima, lo que significa que tendré que hacer un montón de horas extras — inspiró.
— Si me hicieras caso y dejarás ese trabajo... — murmuró Kevin. Danielle casi podía imaginarlo meneando la cabeza—. Bueno, tengo que dejarte, cariño, mañana he de levantarme temprano. Nos vemos el lunes por la noche, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Oye, si llegas a casa y no estoy, podrías venir a recogerme a la oficina.
—Muy bien. Buenas noches.
—Buenas noches, Kevin —musitó ella besando el auricular antes de colgar.
El fin de semana pasó lentamente, pero el lunes estaba tan atareada, que casi no tuvo tiempo ni de echar de menos a su marido. El teléfono no paraba de sonar, y Vanessa tuvo que ir corriendo dos veces a llevar unos papeles al señor Efron al juzgado.
Hacia el final de la jornada, Danielle estaba ya desesperada, preguntándose cuánto faltaría para poder irse a casa. El señor Efron entró en ese momento con unas cartas que quería que le pasara a máquina: Paginas y paginas...
Entretanto, Vanessa entraba y salía haciéndole recibos a su impaciente jefe, y Danielle se olía que iba a haber problemas cuando vio que en un momento dado Vanessa se mordió el labio inferior furiosa y lanzó una mirada furibunda hacia el despacho del señor Efron. Entonces, hacia las nueve, este fue a la mesa de la joven y le hizo un comentario sarcástico acerca de algo que había escrito incorrectamente. Vanessa explotó.
— ¡Es que usted quiere que haga milagros! — le espetó muy ofendida—. ¡Llevamos varios días haciendo horas extra, y todavía no hemos cenado! ¡Y casi he tenido que ponerme de rodillas para conseguir parte la información que me había pedido, y encima me grita! ¡Lo odio!
— ¡Eres una blandengue! —replicó él—. ¿Qué crees?, ¿que lo que haces es un trabajo muy duro?, yo te daría unos días del mío para que lo probaras...
Y con una sonrisa de autosuficiencia, se giró sobre los talones y volvió a su despacho.
— ¿Qué se ha creído? —exclamó Vanessa. Lo siguió, y cerró la puerta del despacho con violencia.
Danielle oyó más gritos, y algo que caía al suelo pero de pronto se hizo un silencio muy sospechoso. Danielle sonrió. Bueno, parecía que al fin el amor lo había atrapado.
Sin embargo, al hombre que había fuera, en la calle, sentado en un Thunderbird negro, las dos siluetas amalgamadas en un ardiente beso que vio a través de las cortinillas del despacho del abogado no le parecieron las de Zac Efron y Vanessa Hudgen, sino las de Zac Efron y Danielle.
Por un momento fue como si se le parara el corazón. Había llegado al aeropuerto y se había dirigido directamente a la ciudad, ansioso por ver a su esposa y se encontraba con... aquello.
Le pareció que el dolor que lo atenazaba no remitiría nunca. Lo estaba matando verla en los brazos de aquel hombre... No, no podía ser cierto... ¿Cómo podía haberle hecho aquello? ¡Él había confiado en ella y había vuelto a apuñalarlo por la espalda!
Volvió a poner en marcha el coche y pisó el acelerador para alejarse de allí. ¿Cómo podía haberle hecho eso? Había sido un idiota. Ella lo había traicionado en el pasado, pero él lo había olvidado todo por sus huídas, sus besos y las noches de pasión. ¿Cómo pudo haber olvidado lo que le había hecho? Tal vez no se hubiera acostado con Rob Pattison, pero aun así lo había traicionado, había roto su compromiso.
Llegó a casa sin siquiera saber cómo, con el corazón roto de dolor. ¿Cómo podía haberle hecho aquello?
Mientras Kevin se dirigía a casa, Danielle había recogido ya sus cosas para marcharse, dejando a los tortolitos a solas, y había llamado a casa para preguntarle a María si este había llegado, pero la mujer le había dicho que no, así que dejó una nota en la puerta de la oficina por si él pasaba por allí, tomó su coche y se fue.
¡Cuál sería su sorpresa al llegar y encontrarse con el Thunderbird allí aparcado! Corrió dentro ilusionada por abrazarlo. Kevin estaba en su estudio.
— ¡Hola!—lo saludó alegremente. Los ojos negros del hombre que se volvió a mirarla no se parecían en nada a los del tierno amante que había salido para Wyoming el miércoles. Estaba fumando un cigarrillo, y por la mirada que le había dirigido, podría haber sido un extraño.
—Llegas tarde —le dijo.
—Yo... estamos muy atareados —balbució Danielle —. Bueno, te dije que tendría que hacer horas extra.
— Es cierto —asintió él dando una larga calada al cigarrillo—. Pareces preocupada. ¿Ocurre algo?
— Pensé que te alegrarías de verme —murmuró ella con una sonrisa insegura.
Kevin le sonrió también, pero no de un modo cordial. Estaba muriéndose por dentro, pero no iba a dejar que se diera cuenta del daño que le había hecho.
— ¿Eso creías? —le espetó—. ¿Acaso crees que se me ha olvidado lo que me hiciste hace seis años. Siento decepcionarte si creías que había vuelto a caer bajo tu hechizo. Lo que te he dado estas últimas semanas no ha sido más que una pequeña revancha por la angustia que me provocaste en el pasado. ¿No esperarías que lo olvidara todo y construyera un futuro a tu lado como si nada? —se rio cruelmente—. Lo siento cariño, con una vez me bastó. Pero tampoco creas que seré incapaz de vivir sin ti. Eres como el vino: no necesito emborracharme, me conformo con una copa de vez en cuando.
Danielle no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Se había puesto lívida. Estaba embarazada de él, Kevin estaba diciéndola que no la quería a su lado.
— Yo creí... que habías comprendido que no me había acostado con Rob.
— Y es verdad —admitió él—, pero rompiste nuestro compromiso de todos modos, y me dijiste que no era lo suficientemente rico como para hacerte feliz— un brillo frío cruzó sus ojos — Ahora ha llegado la hora de mi venganza. Ahora yo soy el hombre rico, no te necesito. ¿Qué tal te sienta eso?
Ashley salió corriendo del estudio, llorosa, y fue a refugiarse en la habitación de invitados. Era como una horrible pesadilla. Quería despertar.
Pasaron varios minutos, durante los cuales ella espero que Kevin no hubiera dicho en serio lo que le había dicho. Se quedó escuchando, en silencio, aguardando que en cualquier momento entrara y le pidiera disculpas, pero no fue así.
Mucho más tarde escuchó los pasos de Kevin subiendo las escaleras, pero se dirigieron hacia su dormitorio, y oyó la puerta cerrarse con un golpe seco. Por más vueltas que le daba Danielle no lograba imaginar qué había hecho mal. Cuando Kevin se marchó a Wyoming todo iba como la seda entre ellos.
Pero esa noche la había mirado con desprecio, como si no le importara nada, y lo que le había dicho le había hecho añicos el corazón, entre lágrimas, con los ojos rojos e hinchados, se quedó finalmente dormida, preguntándose qué iba a hacer. Tendría que afrontar que definitivamente había perdido todo lo que amaba, incluido Kevin.
Al final del pasillo, el hombre que había regresado de Wyoming no podía pegar ojo. Echaba de menos la respiración acompasada de Danielle al dormir, y la calidez de su cuerpo en la oscuridad. Se sentía culpable de cómo le había hablado, y por haberla hecho llorar, pero él también estaba dolido. Había llegado a creer que Danielle lo amaba, cuando en realidad ella solo se había casado con él para tener un hogar y una cierta seguridad. Había vuelto a jugar con él, con un amante en la sombra, y el hecho de que fuera su atractivo jefe le sentaba aún peor. Ahora sabía por qué ella se había negado una y otra vez a dejar su trabajo, y por qué había defendido a Efron... Apenas podía soportar el dolor que sentía en el pecho, no sabía cómo iba a hacer para seguir viviendo con ella después de lo que había visto.
Por un instante consideró la posibilidad de ir a verla y pedirle explicaciones, pero, ¿de qué serviría? La había interrogado acerca de lo ocurrido en el pasado y le había mentido. ¡Qué desgraciada coincidencia que hubiera llegado antes de lo previsto a la ciudad y hubiera ido directamente a recogerla! Pero ya no podría volver a engañarlo. La había visto tal y como era.
Con un suspiro de frustración, cerró los ojos y se obligó a sacarla de su mente, y no fue casi hasta las cuatro de la madrugada que se quedó dormido.
A la mañana siguiente, cuando bajó la escalera lo hizo con una expresión bien estudiada, para que Danielle no pudiera entrever las emociones que lo sacudían. Danielle estaba ya levantada, y la encontró tomando café y mordisqueando sin ganas una tostada. Alzó la vista hacia él cuando lo oyó llegar, y él vio que tenía los ojos rojos e hinchados, y leyó la incertidumbre en su rostro.
—Kevin... Lo que dijiste anoche... no lo dijiste en serio, ¿verdad? — inquirió escrutándolo con sus ojos verdes.
Él pasó a su lado y se sentó a la cabecera de la mesa. Se sirvió un café antes de contestar.
—Lo decía muy en serio, cada palabra que dije —se sirvió bacón y huevos revueltos—. Sigue comiendo.
Danielle se estremeció y lo miró espantada.
Kevin le devolvió la mirada con los ojos entornados. Parecía cansada y estaba muy pálida.
—No tengo hambre —murmuró.
—Tú misma —dijo él como si no le importara.
En realidad él tampoco tenía el menor apetito, pero se forzó a comer para que ella no supiera que estaba destrozado. Sin embargo, al cabo de un rato, la mirada fija y horrorizada de Danielle empezó a hacerlo sentir incómodo.
— ¿Qué clase de relación esperas que tengamos a partir de ahora? —le preguntó ella en un hilo de voz con la poca dignidad que le quedaba.
Kevin apartó su plato y tomó un sorbo de café.
— Seguirás viviendo en mi casa y te mantendré, pero dormiremos en habitaciones separadas y llevaremos vidas separadas.
Danielle cerró los ojos llena de angustia. « ¿Y qué va ser del bebé que llevo dentro de mí?», quería preguntar, «¿qué hay de nuestro hijo?»
—Imagino que ya no te importará dormir sola... ahora que ya has satisfecho tu curiosidad — le espetó Kevin.
—No, no me importa —murmuró Danielle con voz ronca. Se levantó muy despacio—. Voy a llegar tarde si no me marcho ya.
—Sí, Dios no permita que llegues tarde al... trabajo —dijo Kevin con puro veneno en la voz.
Sin embargo, Danielle se sentía demasiado mal como para captar la indirecta, y salió por la puerta sin mirar atrás.
En el trabajo tuvo que ir al cuarto de baño en cuanto llegó por las fuertes náuseas, y vomitó lo poco que había desayunado. Se lavó la cara y se sentó frente a su mesa, tratando de tranquilizarse. Tenía que hacerlo por el bien del bebé, era lo único que le quedaba. Le sería muy difícil volver a acostumbrarse al Kevin frío y rencoroso. Era como haber visto un pedazo de cielo azul a través de las nubes y tener que hacerse otra vez a los días nublados. No estaba segura de poder soportar el seguir viviendo con él, pero, ¿dónde podría ir?
— ¿No te has olvidado del cumpleaños de Nick, verdad? —le preguntó Danielle a Kevin durante la cena el día anterior a la fiesta.
Kevin alzó la vista hacia ella, y no pudo evitar admitir que tenía muy mal aspecto. Sabía que era por la frialdad con que la estaba volviendo a tratar, pero no podía sacarse de encima el resentimiento por su traición
—No, no lo he olvidado le contestó —. No tienes buena cara
—Ha sido una semana muy larga —mintió ella —No tienes por qué preocuparte —le aseguró con una risa apagada—. Estoy bien. Tengo un techo bajo el que cobijarme, y comida en la mesa, y un trabajo. ¿Qué más puedo pedir? He conseguido todo lo que me prometiste cuando nos casamos. No tengo ninguna queja.
Soltó el tenedor, incapaz de permanecer más en la misma habitación que él, y se levantó, pero lo hizo demasiado rápido y le entraron mareos, haciéndola tambalearse ligeramente. Se agarró al respaldo de la silla rogando a Dios para que Justin no lo hubiese notado pero él estaba ya a su lado.
— ¿Seguro que estás bien? —le preguntó. Se detestaba. ¿Cómo podía estar tratándola de aquel modo. Era increíble que tuviera que sentirse culpable cuando era ella quien lo había herido a él, pero no podía soportar verla así.
—Estoy perfectamente, ya te lo he dicho —murmuró Danielle. Y salió del comedor con la cabeza lo más alta que pudo.
La noche de la fiesta, Danielle se había echado a descansar un poco para que nadie notara demasiado su estado. Cuando se levantó, se puso un vestido que tenía de color esmeralda, se recogió el cabello y se maquilló lo mejor que pudo para disimular el cansancio de su rostro. Se preguntaba qué pensaría Nick cuando la viera aquella noche. Seguramente Miley le habría dicho lo feliz que la había encontrado aquel día en el supermercado, y le chocaría mucho verla en ese estado, y notaría también sin duda la tensión y frialdad de Kevin. Esperaba que no le dijera nada, no quería otra confrontación.
Se llevó una mano al vientre, preguntándose cuánto tiempo más debería esperar antes de ir a ver a un medico. No podría ser el doctor Rey, porque la comunidad de Tisdaleville era pequeña, y ella no quería que Kevin se enterase. Tal vez si fuera a Houston...
Escuchó música abajo. La orquesta que habían contratado ya había empezado a tocar. Se puso unas gotas de perfume y bajó las escaleras con cuidado, agarrándose a la barandilla. Se sentía temblorosa, no solo por el embarazo, sino también por toda la tensión de la semana, causada por la frialdad de Kevin.
En cuanto llegó al rellano inferior vio a Nick y Miley entre la gente. Estaban agarrados del brazo, y parecían tan felices que le entraron ganas de llorar.
Danielle no vio a Kevin hasta un momento después. Allí estaba, tan elegante... Danielle se preguntó si pretendía actuar delante de los invitados para que nadie se diese cuenta de que tenían problemas. No quería mirarlo a los ojos, no quería que se diese cuenta de la desesperación que reflejaban los suyos.
Se dio la vuelta y fue junto a María y López, que estaban al lado de la puerta, dando la bienvenida a las personas que iban llegando. Y entonces vio a alguien a quien no querría haber vuelto a ver en su vida. Danielle se quedó paralizada y sus ojos relampaguearon.
No podía creerlo, no podía creer la desfachatez que había tenido Kevin para invitar a esa sanguijuela. Era el cumpleaños de Nick, y sabía que estaría muy mal montar una escena, pero no pudo evitar que la sangre le hirviera mientras avanzaba hacia él, e ignorando a todos, agarró un jarrón y siguió caminando hacia él.
—Hola, Rob —lo saludó en un tono gélido—. Cuánto me alegro de verte.
Y sin pensarlo, levantó el jarrón con las dos manos, y lo lanzó a la cabeza de Rob Pattison.
—Siento que tengas que hacer tantas horas extra esta semana —le dijo esa mañana Zac Efron a Danielle — pero andamos tan escasos de tiempo y hay tanto que preparar...
—No se preocupe —lo tranquilizó ella— Kevin está fuera de la ciudad, así que no pasa nada porque me quede unas horas más.
—Bueno, lo que él pierde yo lo gano —murmuró el abogado sonriendo—. Gracias, Danielle, no sé qué haría sin ti. Me voy corriendo al juzgado. Si alguien preguntara por mí después estaré en el Carson's Café almorzando, y volveré sobre la una.
—De acuerdo.
Al ir a salir, el señor Efron se chocó con Vanessa casi la hizo caer, pero la sostuvo a tiempo por la cintura mientras que ella apoyó las manos en su pecho para no perder el equilibrio. Se quedaron como paralizados un momento, mirándose embelesados el uno al otro. « ¡Qué tierna escena!», pensó Danielle divertida.
— ¿Estás bien, Nessa? —le preguntó él.
—Sí —balbució ella aturdida, sonrojándose y quedándose con los labios entreabiertos. Finalmente Zac Efron la soltó.
—Bueno, ten más cuidado, no quiero quedarme sin secretaria —le dijo suavemente con una sonrisa.
—Sí, señor —murmuró Vanessa dócilmente. Los ojos del señor Efron descendieron brevemente a los gruesos labios de ella antes de darse media vuelta y salir.
Danielle tuvo que reprimir una sonrisa: de llevarse como el perro y el gato habían pasado a mostrarse tímidos el uno con el otro, y Vanessa parecía iluminarse como un árbol de navidad cada vez que él aparecía.
— Yo, Um... voy a pasar unas notas —balbució Vanessa.
Danielle sonrió.
— Pues yo iba a salir. ¿Quieres que te traiga algo de comer?
—Oh, sí, gracias. Una ensalada con atún y unas galletas saladas estaría bien. Gracias, Danny, mañana iré yo.
—Trato hecho. Bueno, volveré enseguida.
Tras pagar sus compras en el supermercado de la esquina, Danielle vio a Miley mirando unas tarjetas de felicitación junto a las cajas registradoras.
— ¡Eh, hola!
— ¡Oh, hola, Danielle! —La saludó sonriente su cuñada—. Estaba buscando una tarjeta para el cumpleaños de Nick... Es ya la semana que viene.
—Oh, sí, no lo he olvidado. Sé que tenía que haberte llamado para hablar de los preparativos, pero he estado muy ocupada y... —murmuró sin poder evitar sonrojarse. La verdad era que la tarde que había querido llamarla, Justin se había puesto juguetón y no la había dejado.
—Las cosas os van bien, ¿eh? —adivinó Miley con una sonrisa picara al verla tan colorada—. Nick dice que Kevin se pasa todo el día en su despacho mirando una foto tuya y soñando despierto.
— ¿En serio? —contestó Danielle riéndose encantada.
—Humm... la vida de recién casados es maravillosa —dijo Miley—. Me alegra que os vaya bien. De algún modo sabía que sería así. Estáis hechos el uno para el otro. Incluso Joe lo dijo aquel día en el baile, que erais como las dos mitades de un todo.
—Nick no sabe nada de la fiesta, ¿verdad? —le preguntó Danielle cambiando de tema.
—Oh, no, no me lo sacaría ni a punta de pistola. Por cierto, Kevin me llamó anoche para decirme que había invitado a una persona que no está en la lista que hice. ¿No te ha comentado nada de eso a ti?
—Pues no —contestó Danielle frunciendo el entrecejo—. ¿De quién se tratará? Espero que no sea una de sus antiguas novias —murmuró celosa.
—No lo creo —la tranquilizó Miley—. Tendremos que esperar para averiguarlo —suspiró.
—Bueno, tengo que dejarte ya, he dejado sola a Vanessa. Espero que le encuentres una buena tarjeta — le dijo Danielle sonriendo. .
—Hasta luego.
Aquella noche, cuando Kevin la llamó desde Wyoming, Danielle pensó en preguntarle sobre ese invitado o invitada sorpresa, pero cuando él le dijo que no volvería hasta el lunes, se le fue por completo de la cabeza
— ¡Oh, Kevin...! —gimió ella—. En fin, yo también estoy bastante fastidiada... El señor Efron está con pleitos toda la semana próxima, lo que significa que tendré que hacer un montón de horas extras — inspiró.
— Si me hicieras caso y dejarás ese trabajo... — murmuró Kevin. Danielle casi podía imaginarlo meneando la cabeza—. Bueno, tengo que dejarte, cariño, mañana he de levantarme temprano. Nos vemos el lunes por la noche, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. Oye, si llegas a casa y no estoy, podrías venir a recogerme a la oficina.
—Muy bien. Buenas noches.
—Buenas noches, Kevin —musitó ella besando el auricular antes de colgar.
El fin de semana pasó lentamente, pero el lunes estaba tan atareada, que casi no tuvo tiempo ni de echar de menos a su marido. El teléfono no paraba de sonar, y Vanessa tuvo que ir corriendo dos veces a llevar unos papeles al señor Efron al juzgado.
Hacia el final de la jornada, Danielle estaba ya desesperada, preguntándose cuánto faltaría para poder irse a casa. El señor Efron entró en ese momento con unas cartas que quería que le pasara a máquina: Paginas y paginas...
Entretanto, Vanessa entraba y salía haciéndole recibos a su impaciente jefe, y Danielle se olía que iba a haber problemas cuando vio que en un momento dado Vanessa se mordió el labio inferior furiosa y lanzó una mirada furibunda hacia el despacho del señor Efron. Entonces, hacia las nueve, este fue a la mesa de la joven y le hizo un comentario sarcástico acerca de algo que había escrito incorrectamente. Vanessa explotó.
— ¡Es que usted quiere que haga milagros! — le espetó muy ofendida—. ¡Llevamos varios días haciendo horas extra, y todavía no hemos cenado! ¡Y casi he tenido que ponerme de rodillas para conseguir parte la información que me había pedido, y encima me grita! ¡Lo odio!
— ¡Eres una blandengue! —replicó él—. ¿Qué crees?, ¿que lo que haces es un trabajo muy duro?, yo te daría unos días del mío para que lo probaras...
Y con una sonrisa de autosuficiencia, se giró sobre los talones y volvió a su despacho.
— ¿Qué se ha creído? —exclamó Vanessa. Lo siguió, y cerró la puerta del despacho con violencia.
Danielle oyó más gritos, y algo que caía al suelo pero de pronto se hizo un silencio muy sospechoso. Danielle sonrió. Bueno, parecía que al fin el amor lo había atrapado.
Sin embargo, al hombre que había fuera, en la calle, sentado en un Thunderbird negro, las dos siluetas amalgamadas en un ardiente beso que vio a través de las cortinillas del despacho del abogado no le parecieron las de Zac Efron y Vanessa Hudgen, sino las de Zac Efron y Danielle.
Por un momento fue como si se le parara el corazón. Había llegado al aeropuerto y se había dirigido directamente a la ciudad, ansioso por ver a su esposa y se encontraba con... aquello.
Le pareció que el dolor que lo atenazaba no remitiría nunca. Lo estaba matando verla en los brazos de aquel hombre... No, no podía ser cierto... ¿Cómo podía haberle hecho aquello? ¡Él había confiado en ella y había vuelto a apuñalarlo por la espalda!
Volvió a poner en marcha el coche y pisó el acelerador para alejarse de allí. ¿Cómo podía haberle hecho eso? Había sido un idiota. Ella lo había traicionado en el pasado, pero él lo había olvidado todo por sus huídas, sus besos y las noches de pasión. ¿Cómo pudo haber olvidado lo que le había hecho? Tal vez no se hubiera acostado con Rob Pattison, pero aun así lo había traicionado, había roto su compromiso.
Llegó a casa sin siquiera saber cómo, con el corazón roto de dolor. ¿Cómo podía haberle hecho aquello?
Mientras Kevin se dirigía a casa, Danielle había recogido ya sus cosas para marcharse, dejando a los tortolitos a solas, y había llamado a casa para preguntarle a María si este había llegado, pero la mujer le había dicho que no, así que dejó una nota en la puerta de la oficina por si él pasaba por allí, tomó su coche y se fue.
¡Cuál sería su sorpresa al llegar y encontrarse con el Thunderbird allí aparcado! Corrió dentro ilusionada por abrazarlo. Kevin estaba en su estudio.
— ¡Hola!—lo saludó alegremente. Los ojos negros del hombre que se volvió a mirarla no se parecían en nada a los del tierno amante que había salido para Wyoming el miércoles. Estaba fumando un cigarrillo, y por la mirada que le había dirigido, podría haber sido un extraño.
—Llegas tarde —le dijo.
—Yo... estamos muy atareados —balbució Danielle —. Bueno, te dije que tendría que hacer horas extra.
— Es cierto —asintió él dando una larga calada al cigarrillo—. Pareces preocupada. ¿Ocurre algo?
— Pensé que te alegrarías de verme —murmuró ella con una sonrisa insegura.
Kevin le sonrió también, pero no de un modo cordial. Estaba muriéndose por dentro, pero no iba a dejar que se diera cuenta del daño que le había hecho.
— ¿Eso creías? —le espetó—. ¿Acaso crees que se me ha olvidado lo que me hiciste hace seis años. Siento decepcionarte si creías que había vuelto a caer bajo tu hechizo. Lo que te he dado estas últimas semanas no ha sido más que una pequeña revancha por la angustia que me provocaste en el pasado. ¿No esperarías que lo olvidara todo y construyera un futuro a tu lado como si nada? —se rio cruelmente—. Lo siento cariño, con una vez me bastó. Pero tampoco creas que seré incapaz de vivir sin ti. Eres como el vino: no necesito emborracharme, me conformo con una copa de vez en cuando.
Danielle no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Se había puesto lívida. Estaba embarazada de él, Kevin estaba diciéndola que no la quería a su lado.
— Yo creí... que habías comprendido que no me había acostado con Rob.
— Y es verdad —admitió él—, pero rompiste nuestro compromiso de todos modos, y me dijiste que no era lo suficientemente rico como para hacerte feliz— un brillo frío cruzó sus ojos — Ahora ha llegado la hora de mi venganza. Ahora yo soy el hombre rico, no te necesito. ¿Qué tal te sienta eso?
Ashley salió corriendo del estudio, llorosa, y fue a refugiarse en la habitación de invitados. Era como una horrible pesadilla. Quería despertar.
Pasaron varios minutos, durante los cuales ella espero que Kevin no hubiera dicho en serio lo que le había dicho. Se quedó escuchando, en silencio, aguardando que en cualquier momento entrara y le pidiera disculpas, pero no fue así.
Mucho más tarde escuchó los pasos de Kevin subiendo las escaleras, pero se dirigieron hacia su dormitorio, y oyó la puerta cerrarse con un golpe seco. Por más vueltas que le daba Danielle no lograba imaginar qué había hecho mal. Cuando Kevin se marchó a Wyoming todo iba como la seda entre ellos.
Pero esa noche la había mirado con desprecio, como si no le importara nada, y lo que le había dicho le había hecho añicos el corazón, entre lágrimas, con los ojos rojos e hinchados, se quedó finalmente dormida, preguntándose qué iba a hacer. Tendría que afrontar que definitivamente había perdido todo lo que amaba, incluido Kevin.
Al final del pasillo, el hombre que había regresado de Wyoming no podía pegar ojo. Echaba de menos la respiración acompasada de Danielle al dormir, y la calidez de su cuerpo en la oscuridad. Se sentía culpable de cómo le había hablado, y por haberla hecho llorar, pero él también estaba dolido. Había llegado a creer que Danielle lo amaba, cuando en realidad ella solo se había casado con él para tener un hogar y una cierta seguridad. Había vuelto a jugar con él, con un amante en la sombra, y el hecho de que fuera su atractivo jefe le sentaba aún peor. Ahora sabía por qué ella se había negado una y otra vez a dejar su trabajo, y por qué había defendido a Efron... Apenas podía soportar el dolor que sentía en el pecho, no sabía cómo iba a hacer para seguir viviendo con ella después de lo que había visto.
Por un instante consideró la posibilidad de ir a verla y pedirle explicaciones, pero, ¿de qué serviría? La había interrogado acerca de lo ocurrido en el pasado y le había mentido. ¡Qué desgraciada coincidencia que hubiera llegado antes de lo previsto a la ciudad y hubiera ido directamente a recogerla! Pero ya no podría volver a engañarlo. La había visto tal y como era.
Con un suspiro de frustración, cerró los ojos y se obligó a sacarla de su mente, y no fue casi hasta las cuatro de la madrugada que se quedó dormido.
A la mañana siguiente, cuando bajó la escalera lo hizo con una expresión bien estudiada, para que Danielle no pudiera entrever las emociones que lo sacudían. Danielle estaba ya levantada, y la encontró tomando café y mordisqueando sin ganas una tostada. Alzó la vista hacia él cuando lo oyó llegar, y él vio que tenía los ojos rojos e hinchados, y leyó la incertidumbre en su rostro.
—Kevin... Lo que dijiste anoche... no lo dijiste en serio, ¿verdad? — inquirió escrutándolo con sus ojos verdes.
Él pasó a su lado y se sentó a la cabecera de la mesa. Se sirvió un café antes de contestar.
—Lo decía muy en serio, cada palabra que dije —se sirvió bacón y huevos revueltos—. Sigue comiendo.
Danielle se estremeció y lo miró espantada.
Kevin le devolvió la mirada con los ojos entornados. Parecía cansada y estaba muy pálida.
—No tengo hambre —murmuró.
—Tú misma —dijo él como si no le importara.
En realidad él tampoco tenía el menor apetito, pero se forzó a comer para que ella no supiera que estaba destrozado. Sin embargo, al cabo de un rato, la mirada fija y horrorizada de Danielle empezó a hacerlo sentir incómodo.
— ¿Qué clase de relación esperas que tengamos a partir de ahora? —le preguntó ella en un hilo de voz con la poca dignidad que le quedaba.
Kevin apartó su plato y tomó un sorbo de café.
— Seguirás viviendo en mi casa y te mantendré, pero dormiremos en habitaciones separadas y llevaremos vidas separadas.
Danielle cerró los ojos llena de angustia. « ¿Y qué va ser del bebé que llevo dentro de mí?», quería preguntar, «¿qué hay de nuestro hijo?»
—Imagino que ya no te importará dormir sola... ahora que ya has satisfecho tu curiosidad — le espetó Kevin.
—No, no me importa —murmuró Danielle con voz ronca. Se levantó muy despacio—. Voy a llegar tarde si no me marcho ya.
—Sí, Dios no permita que llegues tarde al... trabajo —dijo Kevin con puro veneno en la voz.
Sin embargo, Danielle se sentía demasiado mal como para captar la indirecta, y salió por la puerta sin mirar atrás.
En el trabajo tuvo que ir al cuarto de baño en cuanto llegó por las fuertes náuseas, y vomitó lo poco que había desayunado. Se lavó la cara y se sentó frente a su mesa, tratando de tranquilizarse. Tenía que hacerlo por el bien del bebé, era lo único que le quedaba. Le sería muy difícil volver a acostumbrarse al Kevin frío y rencoroso. Era como haber visto un pedazo de cielo azul a través de las nubes y tener que hacerse otra vez a los días nublados. No estaba segura de poder soportar el seguir viviendo con él, pero, ¿dónde podría ir?
— ¿No te has olvidado del cumpleaños de Nick, verdad? —le preguntó Danielle a Kevin durante la cena el día anterior a la fiesta.
Kevin alzó la vista hacia ella, y no pudo evitar admitir que tenía muy mal aspecto. Sabía que era por la frialdad con que la estaba volviendo a tratar, pero no podía sacarse de encima el resentimiento por su traición
—No, no lo he olvidado le contestó —. No tienes buena cara
—Ha sido una semana muy larga —mintió ella —No tienes por qué preocuparte —le aseguró con una risa apagada—. Estoy bien. Tengo un techo bajo el que cobijarme, y comida en la mesa, y un trabajo. ¿Qué más puedo pedir? He conseguido todo lo que me prometiste cuando nos casamos. No tengo ninguna queja.
Soltó el tenedor, incapaz de permanecer más en la misma habitación que él, y se levantó, pero lo hizo demasiado rápido y le entraron mareos, haciéndola tambalearse ligeramente. Se agarró al respaldo de la silla rogando a Dios para que Justin no lo hubiese notado pero él estaba ya a su lado.
— ¿Seguro que estás bien? —le preguntó. Se detestaba. ¿Cómo podía estar tratándola de aquel modo. Era increíble que tuviera que sentirse culpable cuando era ella quien lo había herido a él, pero no podía soportar verla así.
—Estoy perfectamente, ya te lo he dicho —murmuró Danielle. Y salió del comedor con la cabeza lo más alta que pudo.
La noche de la fiesta, Danielle se había echado a descansar un poco para que nadie notara demasiado su estado. Cuando se levantó, se puso un vestido que tenía de color esmeralda, se recogió el cabello y se maquilló lo mejor que pudo para disimular el cansancio de su rostro. Se preguntaba qué pensaría Nick cuando la viera aquella noche. Seguramente Miley le habría dicho lo feliz que la había encontrado aquel día en el supermercado, y le chocaría mucho verla en ese estado, y notaría también sin duda la tensión y frialdad de Kevin. Esperaba que no le dijera nada, no quería otra confrontación.
Se llevó una mano al vientre, preguntándose cuánto tiempo más debería esperar antes de ir a ver a un medico. No podría ser el doctor Rey, porque la comunidad de Tisdaleville era pequeña, y ella no quería que Kevin se enterase. Tal vez si fuera a Houston...
Escuchó música abajo. La orquesta que habían contratado ya había empezado a tocar. Se puso unas gotas de perfume y bajó las escaleras con cuidado, agarrándose a la barandilla. Se sentía temblorosa, no solo por el embarazo, sino también por toda la tensión de la semana, causada por la frialdad de Kevin.
En cuanto llegó al rellano inferior vio a Nick y Miley entre la gente. Estaban agarrados del brazo, y parecían tan felices que le entraron ganas de llorar.
Danielle no vio a Kevin hasta un momento después. Allí estaba, tan elegante... Danielle se preguntó si pretendía actuar delante de los invitados para que nadie se diese cuenta de que tenían problemas. No quería mirarlo a los ojos, no quería que se diese cuenta de la desesperación que reflejaban los suyos.
Se dio la vuelta y fue junto a María y López, que estaban al lado de la puerta, dando la bienvenida a las personas que iban llegando. Y entonces vio a alguien a quien no querría haber vuelto a ver en su vida. Danielle se quedó paralizada y sus ojos relampaguearon.
No podía creerlo, no podía creer la desfachatez que había tenido Kevin para invitar a esa sanguijuela. Era el cumpleaños de Nick, y sabía que estaría muy mal montar una escena, pero no pudo evitar que la sangre le hirviera mientras avanzaba hacia él, e ignorando a todos, agarró un jarrón y siguió caminando hacia él.
—Hola, Rob —lo saludó en un tono gélido—. Cuánto me alegro de verte.
Y sin pensarlo, levantó el jarrón con las dos manos, y lo lanzó a la cabeza de Rob Pattison.
Novela " Kevin " Cap 8
Ya había oscurecido cuando Kevin regresó a casa, cansado y de muy mal humor. Al pasar por el comedor, donde Danielle estaba cenando sola, le lanzó una mirada dura, y se dirigió a las escaleras sin siquiera decir hola.
Danielle suspiró y se preguntó si las cosas podían empeorar más. Al cabo de un rato, cuando ya había terminado de cenar, reapareció Kevin, recién duchado a juzgar por el cabello todavía húmedo, pero aún con una cara de siete metros. Se sentó a la cabecera de la mesa y empezó a servirse el estofado de ternera.
—Puedo decirle a María que te lo caliente un poco —le propuso Danielle.
— Si quiero que María haga algo, se lo diré yo mismo —replicó Kevin irritado.
Danielle dejó la servilleta sobre la mesa y se alisó la falda de su vestido rojo y blanco. Se lo había puesto al llegar a casa porque a Kevin le había parecido sexy, pero no parecía que aquella estratagema fuera a servirle de nada cuando él ni siquiera levantaba la vista del plato. Se quedó un buen rato observándolo en silencio sin saber cómo abordarle.
—Kevin —comenzó finalmente — si estás enfadado por lo de esta tarde... El señor Efron me dijo que quería cerrar una hora antes, y la nave le pillaba de camino.
Kevin alzó por primera vez la mirada hacia ella, sus ojos relampagueaban.
— Sabes perfectamente lo que pienso de tu maldito jefe
— Sí, lo sé —asintió ella molesta por su cabezonería—, pero no pensé que te molestaría que me llevara a la nave. Se comporta muy correctamente cuando está conmigo. Te lo he dicho un millón de veces.
— Podrías haberme llamado —replicó él—. Habría ido a recogerte.
— Llamé a la nave y me dijeron que habías salido— murmuró apartando el plato del postre a un lado—, más, no estaba segura de si querrías venir a recogerme después de cómo te marchaste al dejarme en el trabajo por la mañana, sin siquiera decir adiós.
Kevin soltó el tenedor:
—Efron estaba esperándote, paseándose impaciente arriba y abajo —le espetó en un tono gélido— Un poco más y te saca del coche en volandas para llevarte dentro. Te juro que estuve a punto de partirle la cara. No me gusta que te toquen otros hombres.
Aunque lo normal hubiera sido que la posesividad de Kevin molestara a Danielle, estaba tan ansiosa porque él diera una señal de que sentía algo por ella, con tan vehemente declaración de celos, se quedó mirándolo emocionada. Suspiró aliviada y le sonrió.
—Me alegro.
— ¿De qué? —inquirió él frunciendo el ceño.
—De que no quieras que me toquen otros hombres... porque a mí tampoco me gusta que te toquen otras mujeres.
Kevin enrojeció ligeramente.
—No estábamos hablando de eso —murmuró incómodo.
Danielle sonrió divertida.
—Nick me ha dicho que lo sacaste de una reunión para que me trajera a casa.
—Es que estaba enojado —farfulló Kevin frotándose la nuca.
Danielle habría querido probar lo que le había dicho Nick de incitar un poco a Kevin para quitarle el mal humor, y había pasado un buen rato ideando maneras de llevarlo a cabo, pero lo cierto era que resultaba más fácil pensarlo que hacerlo.
—Me ha llegado por correo una película que había pedido —dijo Kevin de repente en un tono despreocupado, como si quisiera hacer las paces. Parecía que después de todo había comprendido que su enfado no tenía fundamento—. Es una película de guerra en blanco y negro de los años cuarenta. Podrías verla conmigo... si quieres —murmuró esperando que su voz no delatara cuánto le gustaría que ella aceptara.
—Me encantaría —sonrió Danielle —, me gustan las películas de guerra antiguas.
—¿De veras? —inquirió Kevin emocionado—. ¿Y las de ciencia ficción?
La mirada de Danielle se iluminó al ver que la tensión desaparecía.
—Oh, sí, también.
—Pues tengo toda una colección —se rio Kevin.
Minutos después estaban los dos sentados frente al televisor en el salón. A medida que avanzaba la película, Danielle se encontró cada vez sentada más cerca de Kevin. Quería poner su mano sobre la de él, pero se detuvo.
Kevin giró la cabeza con una media sonrisa.
— Danielle, no tienes que pedirme permiso para tocarme — le dijo suavemente.
Sonrió con timidez, pero entrelazó finalmente los dedos con los de él, y volvieron a centrar su atención en la pantalla. Sin embargo, Danielle no se estaba enterando de nada de lo que ocurría en la película, porque Kevin había empezado a hacerle pequeñas caricias en el dorso de la mano con el pulgar y se notaba temblorosa. Entreabrió los labios excitada al recordar una vez que habían estado juntos en el sofá... y habían hecho. Recordaba vívidamente la agradable frescura del cuero bajo su espalda, y el peso del cuerpo de Justin encima de ella. Sus mejillas se encendieron al instante.
— ¿Te gustan las películas de misterio? — murmuró con la boca seca por decir algo.
—Claro —respondió Kevin—, tengo unas cuantas de Hitchcock, y también tengo Arsénico por compasión, con Cary Grant.
— ¡Oh, me encanta esa! —Exclamó Danielle —. Me reí muchísimo cuando la vi por primera vez.
Kevin se quedó un momento observándola, admirando lo preciosa que estaba con aquel vestido blanco y rojo.
—Siempre hemos tenido muchos gustos en común murmuró—. ¿Sigues tocando la guitarra?
— La verdad es que hace mucho que no — contestó ella— Podríamos volver a tocar juntos algún día — propuso con voz queda.
—Estaría bien —asintió Kevin sonriendo.
Danielle sonrió también. Se quedaron mirándose a los ojos largo rato, y pronto a ambos les pareció que las voces y disparos del televisor les llegaban de muy lejos. Danielle se acurrucó junto a él y apoyó la cara en el hueco de su cuello.
—Hueles a gardenia —murmuró Kevin—. El olor que siempre me ha recordado a ti.
—Es el perfume que uso.
Kevin le soltó la mano para alzar a Danielle y colocarla en su regazo, con la cabeza apoyada en su pecho
—Si quieres podemos ver otra cosa —le susurró sabiendo que ninguno de los dos estaba prestando atención a la película.
—No, esto está bien —le aseguró ella.
Kevin le acariciaba el cabello a la vez que sostenía la pequeña mano de ella contra su tórax, haciendo como que le interesaba mucho la película. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a dejarse engañar, y decidió incitarlo un poco, como le había dicho Nick. Comenzó a trazar arabescos en la camisa de Kevin, y pronto este sintió que el deseo se apoderaba de él. Bajó los ojos buscando los de ella, y al ver reflejado en ellos la misma ansia que él sentía, abandonó todo fingimiento. Sin prisas, desabrochó uno a uno los botones de su camisa, y tomó la mano de Danielle colocándola de nuevo sobre su torso desnudo para que lo acariciara. Mientras ella lo complacía, Kevin, imprimió suaves besos en la frente de ella, en los párpados, la nariz, las mejillas, la barbilla y la garganta.
Danielle notó que su respiración se volvía más y más entrecortada cuando él la atrajo hacia sí y tomó sus labios. El contacto produjo el mismo efecto que una explosión dentro de ella, y gimió encantada al sentir que Kevin hacía el beso más íntimo, a la vez que deslizaba los dedos entre sus cabellos.
Los latidos de su corazón se habían descontrolado hacía rato, y sin comprender qué la movió a hacer aquello, le clavó las uñas en el pecho a Kevin.
— Perdón —musitó al oírlo gemir.
Kevin sacudió la cabeza y volvió a besarla mordiéndole ligeramente el labio inferior.
— Me ha gustado —le susurró—. Bésame sin miedo, Danielle —la instó.
Y ella, olvidándose de todas sus inhibiciones, puso las manos a ambos lados de la cabeza de Kevin y le dio un beso largo y húmedo.
Entre los suspiros de ambos, y los ruidos de batalla fondo, que ninguno de ellos oían ya, Kevin comenzó a bajar la cremallera del vestido de ella, para desabrochar a continuación el cierre del sostén y quitárselo, Danielle gimió extasiada al sentir la piel desnuda de Kevin contra sus senos. Era delicioso estar de piel contra piel, como aquella otra noche, solo en ese momento, sus miedos habían disminuido y sabía que lo que Kevin le hiciera no iba a doler, porque sabía que iba a ser cuidadoso y paciente, noto cómo sus fuertes manos deslizaban el vestido allá de sus caderas, acariciándole los muslos temblorosos.
—Tranquila —le susurró Kevin sonriendo—, no voy a apresurarme, y en cualquier momento podemos parar si tú quieres —le aseguró.
Danielle volvió a relajarse poco a poco, dejando que sus manos recorrieran a placer la espalda de Kevin. Era glorioso poder tocarlo así, con tanta libertad, aprender cada secreto de su cuerpo.
— ¡Oh, Kevin! —Murmuró con voz ronca—. ¡Esto es tan dulce...!
El agachó la cabeza para devorar otra vez sus labios hinchados, y deslizó las manos por sus costados, quitándole la última prenda. Le encantaba cómo se erizaba la piel bajo sus manos, y su tacto era suave como el satén
La deseaba de tal modo que no estaba seguro de poder parar, pero a juzgar por el modo vehemente que respondía a sus besos y caricias, ella no parecía demasiado preocupada en esa ocasión. Se quitó el resto de la ropa mientras seguía besándola. Danielle se estremeció al sentirlo completamente desnudo, pero lo notó y fue un poco más despacio, excitándola otra vez con exquisita paciencia hasta que vio que la pasión sacudía su esbelto cuerpo.
—Ahora... —le susurró Kevin al ver que gemía desesperada por que le diera lo que ansiaba. Kevin se posicionó, y la tomó por la barbilla para alzarle el rostro—. —No apartes la cara, Danielle, necesito verte para asegurarme de que todo va bien.
Ella se sonrojó, pero no dejó de mirarlo, ni siquiera cuando empezó a tomar posesión de ella.
Kevin entreabrió los labios extasiados. Aquella era la experiencia más intensa que había tenido en su vida. Después de tantos años, de tanto soñarla... iba a ocurrir. Era suya, ya no había más barreras, y sintió que lo aceptaba plenamente dentro de sí.
Danielle se puso un poco tensa ante aquella invasión que era nueva para ella, ante lo íntimo que resultaba, y Kevin se detuvo.
—Está bien —le susurró tiernamente, besándola para que se fuera haciendo a ello poco a poco—. Eso es, así... —se rio ante la facilidad con que se iba hundiendo en ella, y ante la exquisita sensación de ser uno solo—. ¡Oh, Danielle!
Ella estaba roja como la grana, pero no apartó la cara. La expresión de Kevin era victoriosa, y los ojos le brillaban como nunca antes lo habían hecho.
—Sigue, Kevin —murmuró Danielle contra sus labios. Gimió maravillada al sentirlo moverse dentro de ella—. No pares...
Las palabras de Danielle acabaron con el control de Kevin. No podía creer lo que estaba sintiendo, era como cabalgar sobre una enorme ola. Danielle también estaba sorprendida de sí misma, porque sentía que debería estar al menos un poco asustada pero los movimientos de Kevin estaban creando una tensión deliciosa que iba en crescendo, haciéndola olvidarse de todo lo demás. El éxtasis parecía estar al límite de su mano, y Danielle sintió que llegaba a él cuando Kevin la tomó por las caderas y tiró de ellas hacia sí.
Danielle notó como si los cimientos del mundo se tambalearan debajo de ellos, y gritó su nombre una y otra y otra...
Kevin se rio y le sembró un reguero de besos en las sienes, en las mejillas, en los labios... besos tiernos y reconfortantes.
Danielle abrió los ojos, registrando los últimos acordes de un placer como nunca había soñado que pudiera existir. Alzó la mirada hacia Kevin, maravillándose de lo transformado que estaba: parecía años más joven, tenía el cabello húmedo, el rostro empapado en sudor, los ojos brillantes...
— ¿Kevin? —murmuró desorientada.
— ¿Estás bien, mi vida? —le preguntó él—. ¿Te he hecho daño?
— No —lo tranquilizó ella sonrojándose y bajando la vista hacia la vena palpitante de su garganta.
— Mírame, cobardita — se rio Kevin. Danielle se obligó a alzar la cabeza, y Kevin aprovechó el momento para besarla otra vez.
— Yo nunca... nunca imaginé que esto pudiera ser din... —balbució ella hundiendo el rostro en el hombro de él.
Kevin la abrazó como si no quisiera dejarla ir jamás.
— ¿Has dormido bien?
—Creo que todavía estoy dormida —murmuró ella en sus labios—. Tengo miedo de haberlo soñado y no quiero despertar.
— No fue un sueño —le confirmó Kevin—. ¿Te hice mucho daño?
— Oh, no... —Se apresuró a responder ella—, no, en absoluto.
Kevin la miró con adoración.
— A partir de hoy dormirás en mi dormitorio... en nuestro dormitorio. No más muros, ni más mirar atrás. Nuestra vida vuelve a empezar aquí, ahora, juntos.
—Sí —asintió ella con el corazón en la mirada— No vayas a trabajar, Kevin...
— Me temo que tengo que hacerlo —repuso él—. Y tú también tienes que ir —añadió frunciendo el ceño ante la idea—, pero no más paseos en coche con el jefe, ¿entendido?
—Te llamaré para que vengas a recogerme, te lo prometo —dijo ella besándolo en la mejilla—. Pero no puede ser que estés celoso después de esta noche.
— No te engañes —murmuró Kevin pasando la palma de la mano por uno de sus senos—. Ahora que hemos hecho el amor, seré diez veces más posesivo. Eres solo mía.
— Siempre lo he sido, Kevin —le aseguró ella quedamente.
Lo miró preocupada. ¿Ni siquiera entonces tras una noche de pasión y entrega había recobrado su confianza? ¿Qué más pruebas necesitaba de su amor? Kevin recorrió su esbelto cuerpo con la mirada, devorándolo.
— Eres exquisita —susurró—, toda tú. Nunca en la vida había sentido nada tan profundo como lo que he sentido esta noche. Me sentía... completo.
El corazón de Danielle dio un brinco, porque así era exactamente como ella se había sentido, pero mientras que ella lo amaba, él únicamente sentía deseo, pensó apesadumbrada.
—Yo he sentido lo mismo —le confesó.
—Sí, pero tú eras virgen, cariño —murmuró él divertido—, y yo no.
—Eso era bastante obvio —dijo ella un poco irritada, recordando su maestría y preguntándose con cuantas mujeres habría hecho lo mismo.
Kevin, en vez de molestarse, se sintió orgulloso que ella estuviera celosa.
— De eso hace ya mucho tiempo, y en los últimos seis años no he besado siquiera a otra mujer. No tienes motivos para estar celosa.
—Lo siento —murmuró Danielle abrazándolo apoyando la cabeza contra su tórax.
—No tienes por qué disculparte —repuso él besándola en la frente con ternura—. Tengo que ir al trabajo. Preferiría no tener que hacerlo, pero Nick está fuera y alguien tiene que ocuparse de todo.
— ¿Me dejarás en la oficina? —inquirió Danielle.
—Claro. ¿Qué te apetece para desayunar?
Ella alzó la vista hacia él con la respuesta escrita en sus ojos brillantes. Kevin se rio y se bajó de la cama, observando como ella se estiraba sobre el colchón mimosa, tratando de conseguir que volviera a la cama.
— Oh, no, ahora no, Danielle... —murmuró Kevin—. Vamos, vístete antes de que mi estoico control se desvanezca.
—Aguafiestas —le espetó ella con un mohín.
—No quiero pasarme —le dijo él poniéndose serio de repente—. Hasta anoche eras virgen, y no quiero hacerte daño.
Los ojos de Danielle lo miraron enternecidos mientras meneaba la cabeza.
—Y pensar que te tenía miedo!
—Era comprensible —respondió él—, pero ya no tienes por qué temerme... nunca más —Kevin se estiró un gran bostezo—. Bueno, entonces, ¿qué te apetece para desayunar?
Era increíble como una noche podía haber cambiado tanto las cosas. Finalmente parecía que iba camino a lograr tener una relación sólida y duradera, y los días que siguieron lo pusieron de relieve. Danielle podía dejar de pensar en Kevin cuando estaba en la oficina, y cuando llegaban a casa no había más discusiones, ni más barreras. Kevin la besaba a cada momento, y cada noche hacían el amor y dormían el uno en los brazos del otro. Era como haber subido al cielo, se decía Danielle, como estar soñando despierta. Pasaban juntos todo su tiempo libre: montando a caballo, tocando la guitarra, viendo películas de video... Era un buen comienzo, y a Danielle le parecía que lo que tenían era casi perfecto.
Sin embargo, aunque había habido entre ellos acercamiento físico, y aunque pasaban más tiempo junto, Danielle podía notar que todavía había una distancia emocional. Kevin no parecía corresponder al amor que ella sentía por él. Hasta la fecha no le había dicho que la quería, ni siquiera cuando estaban a solas. Tampoco hablaba del pasado ni del futuro. Era como si quisiera vivir únicamente el presente, sin preocuparse por el mañana.
En el bufete, Zac Efron había conseguido que Vanesa volviera, y las cosas iban mejor entre ellos: no hacían más que lanzarse miraditas, y Danielle sospechaba que el día menos pensado estallaría el amor.
Había otra novedad. Danielle aún no le había dicho nada a Kevin, pero estaba casi segura de que estaba embarazada. La posibilidad de que fuera así la había, puesto contentísima. Tener un hijo con Kevin la haría completamente feliz. Él le había dicho que también quería tener una familia, así que tal vez cuando naciera el bebé, empezara a quererla a ella también.
Aquella tarde, estaba echada en el sofá cuando entro Kevin con un aire preocupado.
— ¿Ocurre algo? —le preguntó Danielle incorporándose.
— Tengo que ir a Wyoming. Me han pedido que actúe como testigo en el juicio de Quinn Sutton, un amigo al que han demandado —le explicó él con un suspiro—. No me apetece nada ir, pero es un buen tipo y sé que haría lo mismo por mí. Es un feo asunto. Se sentó junto a ella, atrayéndola hacia sí. y le explicó que lo habían acusado de vender carne de vaca en mal estado a una envasadora.
— ¿Y estás seguro de que no lo hizo? —inquirió ella.
Kevin asintió y la besó en la frente.
—Te llevaría conmigo —le dijo—, pero Sutton no se lleva demasiado bien con las mujeres. Su mujer los abandonó a él y a su hijo y se fue con otro hombre. No sé qué será del chico si meten a su padre en la cárcel —dijo meneando la cabeza.
—Espero que se solucione todo —murmuró ella—. Te echaré de menos.
Kevin la abrazó.
—No más de lo que yo te echaré de menos a ti, cariño. Pero te llamaré cada noche, y tal vez el juicio acabe antes de lo previsto — y volvió a besarla—. No se te ocurra correr con el coche mientras estoy fuera —le advirtió levantando el índice.
Danielle se rio. Difícilmente podría correr con el pequeño utilitario que Kevin le había comprado.
— No lo haré —le aseguró.
Sin embargo, la mirada seria no se borró del rostro de Kevin.
— Kevin, ¿hay algo más que te preocupe?
— No, yo... Danielle, ¿no estás cansándote de estar casada conmigo, verdad? Danielle lo miró boquiabierta.
—¿Qué?
—Yo no puedo darte todo lo que tenías con tu padre, y...
Danielle lo tomó por las mejillas para que la mirara.
—Kevin, tú eres todo lo que quiero. — Y lo besó apasionadamente para demostrárselo con hechos.
— ¿Cuándo tienes que marcharte? —le preguntó al despegar sus labios de los de él.
— Mañana.
— ¿Tan pronto?
Kevin la atrajo hacia sí.
— Pero tenemos toda la noche por delante... — suspiro antes de besarla de nuevo—.
— ¡Dios, te deseo tanto¡ ¡ Danielle, no puedo dejar de pensar en ti...!
Danielle quería decirle que lo amaba, y revelarle la noticia que ya se había confirmado, pero no pudo, ya que, él continuó besándola casi sin pausa y la alzó volandas para llevarla arriba. Y, como siempre, la chispa del deseo apartó de su mente todo pensamiento. A la mañana siguiente, cuando se despertó, Kevin se había marchado ya, y ella solo recordaba vagamente un suave beso cuando estaba adormilada y como le había susurrado un «adiós»
Danielle suspiró y se preguntó si las cosas podían empeorar más. Al cabo de un rato, cuando ya había terminado de cenar, reapareció Kevin, recién duchado a juzgar por el cabello todavía húmedo, pero aún con una cara de siete metros. Se sentó a la cabecera de la mesa y empezó a servirse el estofado de ternera.
—Puedo decirle a María que te lo caliente un poco —le propuso Danielle.
— Si quiero que María haga algo, se lo diré yo mismo —replicó Kevin irritado.
Danielle dejó la servilleta sobre la mesa y se alisó la falda de su vestido rojo y blanco. Se lo había puesto al llegar a casa porque a Kevin le había parecido sexy, pero no parecía que aquella estratagema fuera a servirle de nada cuando él ni siquiera levantaba la vista del plato. Se quedó un buen rato observándolo en silencio sin saber cómo abordarle.
—Kevin —comenzó finalmente — si estás enfadado por lo de esta tarde... El señor Efron me dijo que quería cerrar una hora antes, y la nave le pillaba de camino.
Kevin alzó por primera vez la mirada hacia ella, sus ojos relampagueaban.
— Sabes perfectamente lo que pienso de tu maldito jefe
— Sí, lo sé —asintió ella molesta por su cabezonería—, pero no pensé que te molestaría que me llevara a la nave. Se comporta muy correctamente cuando está conmigo. Te lo he dicho un millón de veces.
— Podrías haberme llamado —replicó él—. Habría ido a recogerte.
— Llamé a la nave y me dijeron que habías salido— murmuró apartando el plato del postre a un lado—, más, no estaba segura de si querrías venir a recogerme después de cómo te marchaste al dejarme en el trabajo por la mañana, sin siquiera decir adiós.
Kevin soltó el tenedor:
—Efron estaba esperándote, paseándose impaciente arriba y abajo —le espetó en un tono gélido— Un poco más y te saca del coche en volandas para llevarte dentro. Te juro que estuve a punto de partirle la cara. No me gusta que te toquen otros hombres.
Aunque lo normal hubiera sido que la posesividad de Kevin molestara a Danielle, estaba tan ansiosa porque él diera una señal de que sentía algo por ella, con tan vehemente declaración de celos, se quedó mirándolo emocionada. Suspiró aliviada y le sonrió.
—Me alegro.
— ¿De qué? —inquirió él frunciendo el ceño.
—De que no quieras que me toquen otros hombres... porque a mí tampoco me gusta que te toquen otras mujeres.
Kevin enrojeció ligeramente.
—No estábamos hablando de eso —murmuró incómodo.
Danielle sonrió divertida.
—Nick me ha dicho que lo sacaste de una reunión para que me trajera a casa.
—Es que estaba enojado —farfulló Kevin frotándose la nuca.
Danielle habría querido probar lo que le había dicho Nick de incitar un poco a Kevin para quitarle el mal humor, y había pasado un buen rato ideando maneras de llevarlo a cabo, pero lo cierto era que resultaba más fácil pensarlo que hacerlo.
—Me ha llegado por correo una película que había pedido —dijo Kevin de repente en un tono despreocupado, como si quisiera hacer las paces. Parecía que después de todo había comprendido que su enfado no tenía fundamento—. Es una película de guerra en blanco y negro de los años cuarenta. Podrías verla conmigo... si quieres —murmuró esperando que su voz no delatara cuánto le gustaría que ella aceptara.
—Me encantaría —sonrió Danielle —, me gustan las películas de guerra antiguas.
—¿De veras? —inquirió Kevin emocionado—. ¿Y las de ciencia ficción?
La mirada de Danielle se iluminó al ver que la tensión desaparecía.
—Oh, sí, también.
—Pues tengo toda una colección —se rio Kevin.
Minutos después estaban los dos sentados frente al televisor en el salón. A medida que avanzaba la película, Danielle se encontró cada vez sentada más cerca de Kevin. Quería poner su mano sobre la de él, pero se detuvo.
Kevin giró la cabeza con una media sonrisa.
— Danielle, no tienes que pedirme permiso para tocarme — le dijo suavemente.
Sonrió con timidez, pero entrelazó finalmente los dedos con los de él, y volvieron a centrar su atención en la pantalla. Sin embargo, Danielle no se estaba enterando de nada de lo que ocurría en la película, porque Kevin había empezado a hacerle pequeñas caricias en el dorso de la mano con el pulgar y se notaba temblorosa. Entreabrió los labios excitada al recordar una vez que habían estado juntos en el sofá... y habían hecho. Recordaba vívidamente la agradable frescura del cuero bajo su espalda, y el peso del cuerpo de Justin encima de ella. Sus mejillas se encendieron al instante.
— ¿Te gustan las películas de misterio? — murmuró con la boca seca por decir algo.
—Claro —respondió Kevin—, tengo unas cuantas de Hitchcock, y también tengo Arsénico por compasión, con Cary Grant.
— ¡Oh, me encanta esa! —Exclamó Danielle —. Me reí muchísimo cuando la vi por primera vez.
Kevin se quedó un momento observándola, admirando lo preciosa que estaba con aquel vestido blanco y rojo.
—Siempre hemos tenido muchos gustos en común murmuró—. ¿Sigues tocando la guitarra?
— La verdad es que hace mucho que no — contestó ella— Podríamos volver a tocar juntos algún día — propuso con voz queda.
—Estaría bien —asintió Kevin sonriendo.
Danielle sonrió también. Se quedaron mirándose a los ojos largo rato, y pronto a ambos les pareció que las voces y disparos del televisor les llegaban de muy lejos. Danielle se acurrucó junto a él y apoyó la cara en el hueco de su cuello.
—Hueles a gardenia —murmuró Kevin—. El olor que siempre me ha recordado a ti.
—Es el perfume que uso.
Kevin le soltó la mano para alzar a Danielle y colocarla en su regazo, con la cabeza apoyada en su pecho
—Si quieres podemos ver otra cosa —le susurró sabiendo que ninguno de los dos estaba prestando atención a la película.
—No, esto está bien —le aseguró ella.
Kevin le acariciaba el cabello a la vez que sostenía la pequeña mano de ella contra su tórax, haciendo como que le interesaba mucho la película. Sin embargo, ella no estaba dispuesta a dejarse engañar, y decidió incitarlo un poco, como le había dicho Nick. Comenzó a trazar arabescos en la camisa de Kevin, y pronto este sintió que el deseo se apoderaba de él. Bajó los ojos buscando los de ella, y al ver reflejado en ellos la misma ansia que él sentía, abandonó todo fingimiento. Sin prisas, desabrochó uno a uno los botones de su camisa, y tomó la mano de Danielle colocándola de nuevo sobre su torso desnudo para que lo acariciara. Mientras ella lo complacía, Kevin, imprimió suaves besos en la frente de ella, en los párpados, la nariz, las mejillas, la barbilla y la garganta.
Danielle notó que su respiración se volvía más y más entrecortada cuando él la atrajo hacia sí y tomó sus labios. El contacto produjo el mismo efecto que una explosión dentro de ella, y gimió encantada al sentir que Kevin hacía el beso más íntimo, a la vez que deslizaba los dedos entre sus cabellos.
Los latidos de su corazón se habían descontrolado hacía rato, y sin comprender qué la movió a hacer aquello, le clavó las uñas en el pecho a Kevin.
— Perdón —musitó al oírlo gemir.
Kevin sacudió la cabeza y volvió a besarla mordiéndole ligeramente el labio inferior.
— Me ha gustado —le susurró—. Bésame sin miedo, Danielle —la instó.
Y ella, olvidándose de todas sus inhibiciones, puso las manos a ambos lados de la cabeza de Kevin y le dio un beso largo y húmedo.
Entre los suspiros de ambos, y los ruidos de batalla fondo, que ninguno de ellos oían ya, Kevin comenzó a bajar la cremallera del vestido de ella, para desabrochar a continuación el cierre del sostén y quitárselo, Danielle gimió extasiada al sentir la piel desnuda de Kevin contra sus senos. Era delicioso estar de piel contra piel, como aquella otra noche, solo en ese momento, sus miedos habían disminuido y sabía que lo que Kevin le hiciera no iba a doler, porque sabía que iba a ser cuidadoso y paciente, noto cómo sus fuertes manos deslizaban el vestido allá de sus caderas, acariciándole los muslos temblorosos.
—Tranquila —le susurró Kevin sonriendo—, no voy a apresurarme, y en cualquier momento podemos parar si tú quieres —le aseguró.
Danielle volvió a relajarse poco a poco, dejando que sus manos recorrieran a placer la espalda de Kevin. Era glorioso poder tocarlo así, con tanta libertad, aprender cada secreto de su cuerpo.
— ¡Oh, Kevin! —Murmuró con voz ronca—. ¡Esto es tan dulce...!
El agachó la cabeza para devorar otra vez sus labios hinchados, y deslizó las manos por sus costados, quitándole la última prenda. Le encantaba cómo se erizaba la piel bajo sus manos, y su tacto era suave como el satén
La deseaba de tal modo que no estaba seguro de poder parar, pero a juzgar por el modo vehemente que respondía a sus besos y caricias, ella no parecía demasiado preocupada en esa ocasión. Se quitó el resto de la ropa mientras seguía besándola. Danielle se estremeció al sentirlo completamente desnudo, pero lo notó y fue un poco más despacio, excitándola otra vez con exquisita paciencia hasta que vio que la pasión sacudía su esbelto cuerpo.
—Ahora... —le susurró Kevin al ver que gemía desesperada por que le diera lo que ansiaba. Kevin se posicionó, y la tomó por la barbilla para alzarle el rostro—. —No apartes la cara, Danielle, necesito verte para asegurarme de que todo va bien.
Ella se sonrojó, pero no dejó de mirarlo, ni siquiera cuando empezó a tomar posesión de ella.
Kevin entreabrió los labios extasiados. Aquella era la experiencia más intensa que había tenido en su vida. Después de tantos años, de tanto soñarla... iba a ocurrir. Era suya, ya no había más barreras, y sintió que lo aceptaba plenamente dentro de sí.
Danielle se puso un poco tensa ante aquella invasión que era nueva para ella, ante lo íntimo que resultaba, y Kevin se detuvo.
—Está bien —le susurró tiernamente, besándola para que se fuera haciendo a ello poco a poco—. Eso es, así... —se rio ante la facilidad con que se iba hundiendo en ella, y ante la exquisita sensación de ser uno solo—. ¡Oh, Danielle!
Ella estaba roja como la grana, pero no apartó la cara. La expresión de Kevin era victoriosa, y los ojos le brillaban como nunca antes lo habían hecho.
—Sigue, Kevin —murmuró Danielle contra sus labios. Gimió maravillada al sentirlo moverse dentro de ella—. No pares...
Las palabras de Danielle acabaron con el control de Kevin. No podía creer lo que estaba sintiendo, era como cabalgar sobre una enorme ola. Danielle también estaba sorprendida de sí misma, porque sentía que debería estar al menos un poco asustada pero los movimientos de Kevin estaban creando una tensión deliciosa que iba en crescendo, haciéndola olvidarse de todo lo demás. El éxtasis parecía estar al límite de su mano, y Danielle sintió que llegaba a él cuando Kevin la tomó por las caderas y tiró de ellas hacia sí.
Danielle notó como si los cimientos del mundo se tambalearan debajo de ellos, y gritó su nombre una y otra y otra...
Kevin se rio y le sembró un reguero de besos en las sienes, en las mejillas, en los labios... besos tiernos y reconfortantes.
Danielle abrió los ojos, registrando los últimos acordes de un placer como nunca había soñado que pudiera existir. Alzó la mirada hacia Kevin, maravillándose de lo transformado que estaba: parecía años más joven, tenía el cabello húmedo, el rostro empapado en sudor, los ojos brillantes...
— ¿Kevin? —murmuró desorientada.
— ¿Estás bien, mi vida? —le preguntó él—. ¿Te he hecho daño?
— No —lo tranquilizó ella sonrojándose y bajando la vista hacia la vena palpitante de su garganta.
— Mírame, cobardita — se rio Kevin. Danielle se obligó a alzar la cabeza, y Kevin aprovechó el momento para besarla otra vez.
— Yo nunca... nunca imaginé que esto pudiera ser din... —balbució ella hundiendo el rostro en el hombro de él.
Kevin la abrazó como si no quisiera dejarla ir jamás.
— ¿Has dormido bien?
—Creo que todavía estoy dormida —murmuró ella en sus labios—. Tengo miedo de haberlo soñado y no quiero despertar.
— No fue un sueño —le confirmó Kevin—. ¿Te hice mucho daño?
— Oh, no... —Se apresuró a responder ella—, no, en absoluto.
Kevin la miró con adoración.
— A partir de hoy dormirás en mi dormitorio... en nuestro dormitorio. No más muros, ni más mirar atrás. Nuestra vida vuelve a empezar aquí, ahora, juntos.
—Sí —asintió ella con el corazón en la mirada— No vayas a trabajar, Kevin...
— Me temo que tengo que hacerlo —repuso él—. Y tú también tienes que ir —añadió frunciendo el ceño ante la idea—, pero no más paseos en coche con el jefe, ¿entendido?
—Te llamaré para que vengas a recogerme, te lo prometo —dijo ella besándolo en la mejilla—. Pero no puede ser que estés celoso después de esta noche.
— No te engañes —murmuró Kevin pasando la palma de la mano por uno de sus senos—. Ahora que hemos hecho el amor, seré diez veces más posesivo. Eres solo mía.
— Siempre lo he sido, Kevin —le aseguró ella quedamente.
Lo miró preocupada. ¿Ni siquiera entonces tras una noche de pasión y entrega había recobrado su confianza? ¿Qué más pruebas necesitaba de su amor? Kevin recorrió su esbelto cuerpo con la mirada, devorándolo.
— Eres exquisita —susurró—, toda tú. Nunca en la vida había sentido nada tan profundo como lo que he sentido esta noche. Me sentía... completo.
El corazón de Danielle dio un brinco, porque así era exactamente como ella se había sentido, pero mientras que ella lo amaba, él únicamente sentía deseo, pensó apesadumbrada.
—Yo he sentido lo mismo —le confesó.
—Sí, pero tú eras virgen, cariño —murmuró él divertido—, y yo no.
—Eso era bastante obvio —dijo ella un poco irritada, recordando su maestría y preguntándose con cuantas mujeres habría hecho lo mismo.
Kevin, en vez de molestarse, se sintió orgulloso que ella estuviera celosa.
— De eso hace ya mucho tiempo, y en los últimos seis años no he besado siquiera a otra mujer. No tienes motivos para estar celosa.
—Lo siento —murmuró Danielle abrazándolo apoyando la cabeza contra su tórax.
—No tienes por qué disculparte —repuso él besándola en la frente con ternura—. Tengo que ir al trabajo. Preferiría no tener que hacerlo, pero Nick está fuera y alguien tiene que ocuparse de todo.
— ¿Me dejarás en la oficina? —inquirió Danielle.
—Claro. ¿Qué te apetece para desayunar?
Ella alzó la vista hacia él con la respuesta escrita en sus ojos brillantes. Kevin se rio y se bajó de la cama, observando como ella se estiraba sobre el colchón mimosa, tratando de conseguir que volviera a la cama.
— Oh, no, ahora no, Danielle... —murmuró Kevin—. Vamos, vístete antes de que mi estoico control se desvanezca.
—Aguafiestas —le espetó ella con un mohín.
—No quiero pasarme —le dijo él poniéndose serio de repente—. Hasta anoche eras virgen, y no quiero hacerte daño.
Los ojos de Danielle lo miraron enternecidos mientras meneaba la cabeza.
—Y pensar que te tenía miedo!
—Era comprensible —respondió él—, pero ya no tienes por qué temerme... nunca más —Kevin se estiró un gran bostezo—. Bueno, entonces, ¿qué te apetece para desayunar?
Era increíble como una noche podía haber cambiado tanto las cosas. Finalmente parecía que iba camino a lograr tener una relación sólida y duradera, y los días que siguieron lo pusieron de relieve. Danielle podía dejar de pensar en Kevin cuando estaba en la oficina, y cuando llegaban a casa no había más discusiones, ni más barreras. Kevin la besaba a cada momento, y cada noche hacían el amor y dormían el uno en los brazos del otro. Era como haber subido al cielo, se decía Danielle, como estar soñando despierta. Pasaban juntos todo su tiempo libre: montando a caballo, tocando la guitarra, viendo películas de video... Era un buen comienzo, y a Danielle le parecía que lo que tenían era casi perfecto.
Sin embargo, aunque había habido entre ellos acercamiento físico, y aunque pasaban más tiempo junto, Danielle podía notar que todavía había una distancia emocional. Kevin no parecía corresponder al amor que ella sentía por él. Hasta la fecha no le había dicho que la quería, ni siquiera cuando estaban a solas. Tampoco hablaba del pasado ni del futuro. Era como si quisiera vivir únicamente el presente, sin preocuparse por el mañana.
En el bufete, Zac Efron había conseguido que Vanesa volviera, y las cosas iban mejor entre ellos: no hacían más que lanzarse miraditas, y Danielle sospechaba que el día menos pensado estallaría el amor.
Había otra novedad. Danielle aún no le había dicho nada a Kevin, pero estaba casi segura de que estaba embarazada. La posibilidad de que fuera así la había, puesto contentísima. Tener un hijo con Kevin la haría completamente feliz. Él le había dicho que también quería tener una familia, así que tal vez cuando naciera el bebé, empezara a quererla a ella también.
Aquella tarde, estaba echada en el sofá cuando entro Kevin con un aire preocupado.
— ¿Ocurre algo? —le preguntó Danielle incorporándose.
— Tengo que ir a Wyoming. Me han pedido que actúe como testigo en el juicio de Quinn Sutton, un amigo al que han demandado —le explicó él con un suspiro—. No me apetece nada ir, pero es un buen tipo y sé que haría lo mismo por mí. Es un feo asunto. Se sentó junto a ella, atrayéndola hacia sí. y le explicó que lo habían acusado de vender carne de vaca en mal estado a una envasadora.
— ¿Y estás seguro de que no lo hizo? —inquirió ella.
Kevin asintió y la besó en la frente.
—Te llevaría conmigo —le dijo—, pero Sutton no se lleva demasiado bien con las mujeres. Su mujer los abandonó a él y a su hijo y se fue con otro hombre. No sé qué será del chico si meten a su padre en la cárcel —dijo meneando la cabeza.
—Espero que se solucione todo —murmuró ella—. Te echaré de menos.
Kevin la abrazó.
—No más de lo que yo te echaré de menos a ti, cariño. Pero te llamaré cada noche, y tal vez el juicio acabe antes de lo previsto — y volvió a besarla—. No se te ocurra correr con el coche mientras estoy fuera —le advirtió levantando el índice.
Danielle se rio. Difícilmente podría correr con el pequeño utilitario que Kevin le había comprado.
— No lo haré —le aseguró.
Sin embargo, la mirada seria no se borró del rostro de Kevin.
— Kevin, ¿hay algo más que te preocupe?
— No, yo... Danielle, ¿no estás cansándote de estar casada conmigo, verdad? Danielle lo miró boquiabierta.
—¿Qué?
—Yo no puedo darte todo lo que tenías con tu padre, y...
Danielle lo tomó por las mejillas para que la mirara.
—Kevin, tú eres todo lo que quiero. — Y lo besó apasionadamente para demostrárselo con hechos.
— ¿Cuándo tienes que marcharte? —le preguntó al despegar sus labios de los de él.
— Mañana.
— ¿Tan pronto?
Kevin la atrajo hacia sí.
— Pero tenemos toda la noche por delante... — suspiro antes de besarla de nuevo—.
— ¡Dios, te deseo tanto¡ ¡ Danielle, no puedo dejar de pensar en ti...!
Danielle quería decirle que lo amaba, y revelarle la noticia que ya se había confirmado, pero no pudo, ya que, él continuó besándola casi sin pausa y la alzó volandas para llevarla arriba. Y, como siempre, la chispa del deseo apartó de su mente todo pensamiento. A la mañana siguiente, cuando se despertó, Kevin se había marchado ya, y ella solo recordaba vagamente un suave beso cuando estaba adormilada y como le había susurrado un «adiós»
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