bueno niñas hasta ak Jemi... <3... las kiero y espero comentarios... :D
-¿Cuánto tarda?
-Tres minutos, ¿vale? -Demi le lanzó a Joe una mirada
peligrosa. Ya se lo había dicho varias veces pero, por lo visto, no tenía
efecto. En cierto sentido, lo entendía. Ella también sentía una mezcla de
pánico, miedo y nerviosismo e incluso, si era totalmente sincera consigo
mismo..., expectación.
Estaba a punto de descubrir si iba a ser madre. Madre. Ella.
Había renunciado a ese sueño en concreto cuando se encontró con Sterling
bailando en horizontal con la chica de la semana. A Demi le encantaba ser la
tía de los hijos de Selena, y hacía tiempo que se decía que eso era
suficiente. Que no necesitaba dar a luz para sentirse realizada. Pero,
obviamente, se había engañado, porque estaba allí deseando que la prueba fuera
positiva y la aterrorizaba admitirlo. Inspiró profundamente y soltó el aire muy
despacio.
-Tres minutos, repitió.
-Los tres minutos más largos de mi vida -masculló Joe,
paseando arriba y abajo por el corto pasillo que había fuera del baño.
-En contra de lo que piensa la gente -dijo ella, observando
cómo daba la vuelta de nuevo-, gritarle a la gente no hace que el tiempo
vuele.
-Perdona -se detuvo y la miró-. Es sólo que...
-Ya, lo sé -Demi apoyó un hombro en la jamba de la puerta y,
con esfuerzo, se resistió a mirar el test de embarazo que había en la
encimera. Pronto lo sabría. Entonces llegaría el momento del pánico, y de tomar
decisiones. Quizá, incluso, de levantar a Joe del suelo cuando se desmayara.
Lo vio mesarse el cabello con fuerza suficiente para
arrancárselo de cuajo y se dijo que no estaba siendo del todo justa. Podía haberle
dicho que era problema de ella y haber desaparecido, pero no había sido así. En
lugar de eso, después de descubrir el fallo del preservativo, se había vestido
y había ido a la farmacia a comprar un test de embarazo. Y estaba esperando
el resultado con ella.
Por supuesto, ella sabía perfectamente la respuesta que
esperaba. Casi lo veía recitando fervientes plegarias a todas las deidades de
la fortuna.
-Que uno se rompiera, no implica que todos los demás fueran
defectuosos -dijo Joe, y ella estuvo segura de que hablaba para sí mismo.
-En cualquier caso, los preservativos no garantizan un cien
por cien de efectividad -contestó.
-Gracias por puntualizar -rezongó él. Demi encogió los hombros
y cruzó los brazos.
-Solo digo que...
-¿Que quizá la tienda de una gasolinera no fuese el mejor
lugar donde comprar protección? -interrumpió él.
Demi sonrió. Tenía el estómago atenazado y le temblaban las
manos, por eso había cruzado los brazos. No tenía por qué hacer ostentación de
su propio nerviosismo.
-Está claro que no sirve de nada arrepentirse ahora. Lo que
sea, ya está hecho.
-Lo sé -se volvió hacia ella, apoyó la espalda en la pared y
clavó los ojos en la puerta del baño. Cuando saltó la alarma, los dos dieron un
salto. Él dio un paso, se detuvo, y la dejó adelantarse. Demi apretó el botón
del cronómetro, porque el zumbido le estaba agujereando la cabeza. Levantó la
varilla cuidadosamente, como si hubiera riesgo de explosión.
-¿Miramos juntos? -le preguntó por encima del hombro.
-Juntos -asintió él.
Ella miró el recuadro donde aparecían los resultados y vio la
cruz rosa. Se le encogió el estómago. Oyó que él inspiraba con sobresalto. Sus
dedos se aferraron al plástico.
-Como es rosa, ¿supones que será niña?
Si Joe hubiera sabido cómo hacerlo con eficacia, se habría
dado de patadas en el trasero. Era un estúpido. Estúpido, descuidado y...
atrapado.
Sentado a la mesa para dos, observó a Demi moverse por la
pequeña y acogedora cocina. Ya había hecho café y estaba llevando a la mesa
tazas y un plato de galletas de chocolate caseras. No había dicho una palabra
en quince minutos y el silencio empezaba a resultar incómodo. Joe sabía que no
podía culparla por no hablar. Diablos, él tampoco sabía qué decir. No le
parecía adecuado disculparse, pero era obvio que darle la enhorabuena estaba
totalmente fuera de lugar.
Ella por fin se sentó frente a él, sirvió el café, tomó una
galleta y procedió a desmigarla con nerviosismo.
-Tenemos que hablar de esto -Joe estiró el brazo por encima de
la mesa y puso una mano sobre la suya.
Ella alzó la cabeza y Joe intentó leer las emociones que
reflejaban sus ojos verdes como un prado. Pero cambiaban tan rápidamente que
era imposible hacerlo.
-Mira, Joe -dijo ella un minuto después-. Sé que intentas
ayudar pero, sinceramente, no quiero hablar de esto ahora.
-Pero tenemos que tomar decisiones.
-No voy a decidir nada esta noche -Demi negó con la cabeza,
sonrió y se recostó en la silla.
-Demi, esto es serio.
-¿De verdad? -mordisqueó la galleta y tragó-. ¿Quieres decir
que estar embarazada no es una broma? ¿Qué no todo es diversión y juegos? Guau.
Se lo comunicaré a los medios informativos.
-Muy graciosa.
-No pretendía serlo -se acabó la galleta y tomó otra.
-¿Crees que comer chocolate es la respuesta?
-El chocolate lo soluciona casi todo.
-Esto no.
-He dicho casi. Además, merece la pena probar.
Él empujó su silla hacia atrás y las patas rechinaron contra
el linóleo. Se puso en pie, rodeó la mesa, la agarró de las manos y la obligó a
levantarse.
Tenía los ojos dolidos, preocupados, y eso lo carcomía. Si
ella no hubiera ido a ayudarlo, por hacerle un favor, no habrían vuelto a
encontrarse y no estaría allí de pie, embarazada.
De su hijo. Esa frase botó en su corazón, estrellándose contra
los bordes. Un hijo. Nunca había esperado ser padre. Al menos desde que su
esposa lo abandonó. Cuando se casaron, se había convencido a sí mismo de que
estaba enamorado. De que Chelsea y él construirían una familia juntos. Pero en
muy pocos meses descubrió que Chelsea tenía el ojo puesto en su cuenta
bancaria, no en su futuro.
Al marcharse, acabó con su sueños. Con las cenizas que
quedaron, inició una nueva empresa y una nueva vida. Era una vida más solitaria
de lo que había imaginado, pero al menos era justa. Nunca tendría que volver a
ver a una mujer desaparecer de su vida.
De repente, las tornas habían cambiado. Una diminuta vida
existía en el interior de Demi, gracias a él. Lo quisieran o no, había
ocurrido. Y no podía dejarlo de lado, marcharse. De ninguna manera iba a
abandonar a su propio hijo, como habían hecho sus padres con él.
Dado que marcharse no era una opción, sólo podía hacer una
cosa.
-Demi -dijo, mirando esos ojos que lo habían hechizado desde
el momento que la vio entrar en su oficina-, cásate conmigo.
-¿Qué? -Demi parpadeó, sacudió la cabeza y parpadeó de nuevo.
-Me has oído.
-Sé lo que creo haber oído, pero el embarazo debe afectar al
oído -intentó apartarse, pero él la sujetó con fuerza-. Estás alterado, no
piensas racionalmente.
-¿Tú? -él soltó una carcajada y la dejó libre-. ¿Vas a
enseñarme a mí a pensar racionalmente?
-Alguien tiene que hacerlo -Demi alzó la mano y se apartó el
pelo de la cara. Se sentía atrapada. Con la espalda contra la pared, el
frigorífico a un lado, la mesa al otro y Rick bloqueando su escape, le pareció
que le faltaba el aire. Emociones reprimidas asaltaron su cuerpo, cerrando su
garganta y velando sus ojos de lágrimas que no quería derramar.
Necesitaba tiempo a solas para pensarlo. Para enfrentarse a
todo lo que estaba asolando su mente y su corazón. Estaba embarazada. Tenía un
bebé en su interior. Vivo, creciendo. ¡Era increíble!
-¿Casarme contigo? -repitió, empujándolo para que la dejara-.
Dios, Joe. Llevo unos diez minutos embarazada y tú, ¿quieres organizar una
boda?
-Es lo correcto.
-Claro -dijo ella por encima del hombro, entrando a la sala-,
si vives en una película de los años cincuenta.
Él estaba justo a sus espaldas y, de repente, la sala le
pareció mucho más pequeña de lo normal.
-Demi, ese bebé que llevas dentro es mío -insistió él,
agarrándola del brazo y obligándole a mirarlo.
-jope, es demasiado pronto para hablar de esto -necesitaba
tranquilidad. Necesitaba pensar, planificar. Era increíble, ella, Demi Lovato,
la mujer que no había hecho planes en años, necesitaba hacerlos. Si no tuviera
tanto miedo, se habría echado a reír.
-Bien -dijo él, dando un paso atrás, para controlarse y no
agarrarla-de nuevo-. Es demasiado pronto. Pero... -esperó a que lo
mirara-...necesito saber que hablarás conmigo antes de tomar ninguna decisión.
Tenía los rasgos tensos y Demi comprendió que sentía el mismo
torbellino interior que ella. Sonrió y puso la palma de la mano en su mejilla.
-Lo prometo. Sólo... dame un poco de tiempo, ¿de acuerdo?
Unas horas después, Demi entró en Larkspur y cerró la puerta a
sus espaldas. De inmediato, la envolvió el perfume de crisantemos, rosas,
guisantes de olor y otras muchas especies, que llenaban la pequeña tienda.
Sartas de diminutas luces blancas delineaban las dos grandes
ventanas que daban a la autopista, y llenaban de sombras la sala. En el centro
de la habitación había cubos de metal con agua, llenos de flores que no
necesitaban refrigeración para mantenerse frescas. A un lado de la habitación
había vitrinas de cristal refrigeradas, en las que rosas, orquídeas y otras
flores frágiles esperaban su oportunidad de ser admiradas.
Apretó el interruptor y los fluorescentes eliminaron las
sombras. Demi fue hacia la habitación trasera, en la que almacenaban los
utensilios. Había jarrones de cristal de distintas formas y colores en las
estanterías. También había cinta de florista, tijeras, espuma rígida y todo lo
necesario para montar los arreglos florales de fantasía que eran el sello
distintivo de Larkspur.
Todo estaba perfectamente ordenado. El suelo estaba recién
barrido y la basura generada durante el día ya llenaba el contenedor que había
tras la tienda.
Demi encendió la radio y escuchó una triste canción sobre amor
y pérdida. Se quitó la sudadera y eligió uno de los jarrones. Trabajar con flores
siempre la relajaba, le permitía pensar y dejar que su mente vagara mientras
mantenía las manos ocupadas.