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domingo, 26 de febrero de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 2

 el segundo Cap...



-Para que lo sepas, aún no te he perdonado por lo de la muñeca Barbie.
Joe Jonas se limitó a observar a la pelirroja alta y elegante que había en la puerta de su despa­cho. Su expresión de desagrado no conseguía disi­mular su belleza. Los verdes ojos irlandeses esta­ban entrecerrados, pero no lo suficiente para ocultar su brillo. Tenía la boca carnosa y sensual, y las cejas finas y arqueadas. Ondas de cabello oro rojizo caían sobre sus hombros. Llevaba una ca­misa blanca remetida en unos pantalones negros y estrechos, bajo los que asomaban unas relucientes botas negras. Llevaba aretes de plata en las orejas y un reloj de pulsera en la muñeca izquierda. Tenía un aspecto muy profesional, digno y demasiado atractivo.
No debería haber escuchado a su abuela. Iban a ser dos semanas muy largas.
-Tenías once años -le recordó, por fin.
-Y tú casi dieciséis -contraatacó ella.
-Eras un incordio -al mirarla supo que no le molestaría nada tenerla cerca, y eso lo preocupó. Ya se había dejado engañar por una cara bonita antes. Había confiado en ella, la había creído. Y ella se había marchado. Como todas las mujeres de su vida, excepto la abuela que lo había criado cuando su madre decidió que prefería ser un espí­ritu libre a sentirse atada a un niño.
-Cierto -admitió ella-. Pero no tenías por qué decapitar a la Barbie.
Él sonrió levemente.
-Puede que no, pero después me dejaste en paz.
-Bueno, sí -ella cruzó los brazos sobre el pecho y golpeó con el pie la alfombra azul acerado-. Comprendí que terminarías siendo un asesino en serie.
-Siento desilusionarte. No tengo un historial espeluznante. Sólo soy un hombre de negocios. Viene a ser lo mismo.
Joe movió la cabeza. Seguía teniendo el mismo temperamento que cuando era niña. Siempre lista para la batalla. Debía ser culpa de ese pelo rojo. Pero una personalidad así podía serle muy útil.
-¿Va a convertirse la oficina en un campo de batalla durante las dos semanas siguientes? Por­que si es así...
-No -Demi tiró el bolso de cuero negro sobre el escritorio que ocuparía mientras estuviese allí-. Sólo te estoy tomando el pelo. Ni siquiera es culpa tuya.
-Eso me alivia.
-Muy gracioso.
-Paz, ¿de acuerdo? Te agradezco mucho que me ayudes, Demi -lo decía en serio. Necesitaba ayuda, lo que no necesitaba era el tipo de distrac­ción que ella iba a suponer.
-¡Eh! -ella alzó las cejas y sonrió-. Eso es gran mejora. No me has llamado Ranita.
-No -dijo él, mirándola de arriba abajo con aprobación. La escuálida niña con trenzas y cos­tras en las rodillas había desaparecido. Esa mujer estaba a un mundo de distancia de la niña a la que había apodado Ranita-. No hay duda de que ahora eres una «DEMI».
Ella inclinó la cabeza en silencio y él pensó que parecía haber aceptado la tregua.
-Ha pasado mucho tiempo -dijo ella.
-Sí -de hecho, habían pasado seis años desde la última vez que la había visto. Cuando estaban cre­ciendo, las hermanas Lovato y él habían pasado mu­cho tiempo juntos, debido a la amistad de sus abuelas. Pero después del instituto, desde que Selena y él rompieron, dejó de ir a su casa.
Entretanto, Demi Lovato había crecido, y muy bien. Maldijo entre dientes.
-¿Cómo está tu abuela? -preguntó.
-Igual de dinámica y manipuladora que siem­pre -dijo Demi con una rápida sonrisa que lo dejó deslumbrado-. Que yo esté aquí lo prueba. Es la única mujer del mundo capaz de conven­cerme para aceptar un trabajo cuando debería es­tar de vacaciones.
-Es muy buena.
-Lo es -Demi alzó la mano y se puso el cabello tras las orejas. Los aros de plata brillaron al sol-. Y te echa de menos. Deberías pasar a verla algún día.
-Lo haré -replicó él con sinceridad. Maggie Lovato había sido como una segunda abuela para él. Se avergonzaba de no haber mantenido el con­tacto.
-¿Y tu abuela?
-En Florida -sonrió él-. Ha ido para ver el des­pegue de la lanzadera espacial la semana que viene. -Siempre andaba haciendo cosas emocionan­tes, por lo que recuerdo -Demi apoyó una cadera en el borde del escritorio. Joe se sonrió; su abuela siempre había sido una aventurera.
-No es normal. Tengo la impresión de que na­ció en una familia de gitanos y se la vendieron a la mía cuando era un bebé.
-¿Qué es normal? -Demi encogió los hombros y su fabulosa cabellera destelló luz y color.
-No tengo ni idea -admitió él. Antes había cre­ído saber qué era normal. Era todo lo que a él le faltaba. Una familia corriente, con padre y madre. Una casa con valla de madera y un perro grande con el que jugar. Sueños y planes y todo lo que él había luchado por conseguir. Pero ya no estaba se­guro.
Para alguna gente, lo «normal» no funcionaba. Y no le importaba desde que comprendió que él mismo formaba parte de ese grupo. Había pro­bado esa normalidad. Se había casado con una mujer que creía que lo quería tanto como él a ella. Para cuando comprendió que no era así, ella se había ido, llevándose la mitad de su negocio. Y llevándose también su capacidad de confiar.
-Bueno -la voz de Demi interrumpió sus pen­samientos y la miró agradecido-. ¿Qué es exacta­mente lo que quieres que haga?
-Eso -él se dijo que era buena idea centrarse en el negocio. Que sus familias tuvieran amistad no era razón para que ellos no se comportaran de forma estrictamente profesional. Pensó que sería mucho mejor así, cuando la echó una ojeada y notó que se le espesaba la sangre. Iban a ser dos semanas muy largas.
-Sobre todo, necesito que te ocupes del telé­fono, tomes mensajes y mecanografíes informes. -Básicamente, que tape el agujero e impida que esto se hunda mientras consigues a alguien permanente.
-Bueno, sí, esa es una forma de expresarlo -Joe echó la americana azul marino hacia atrás y metió las manos en los bolsillos del pantalón-. Desde que Margo tuvo que irse de baja de mater­nidad prematuramente, esto es un caos, y la agen­cia de secretarias temporales no puede enviarme a nadie durante al menos dos semanas.
-Ehhh... -Demi alzó una mano y lo miró. Te­nía que admitir, al menos para sí misma, que Joe Jonas era algo más de lo que esperaba. Por al­guna razón, había seguido pensando en él como un adolescente de dieciséis años: alto, desgarbado, con el pelo alborotado y sonrisa traviesa. La son­risa seguía ahí, pero ya no era desgarbado. Tenía el cuerpo de un hombre que sabía bien lo que era un gimnasio.
Su voz era dulce como chocolate derretido. Ella era una mujer que podía distraerse por eso. Y mu­cho. Hasta que había oído las palabras «al menos». No pensaba darle ni un segundo más que el tiempo pactado.
-¿Al menos? -repitió-. Sólo puedo hacerlo dos semanas, Joe. Después me convierto en calabaza y vuelvo a Larkspur.
-¿Larkspur?
-Mi tienda -su orgullo y su alegría, el lugar que tanto había trabajado para poner en pie.
-Ah, es cierto. La abuela me dijo que trabajabas en una floristería.
-Soy dueña de una floristería. Pequeña, exclu­siva y centrada en el diseño -llevó la mano hacia su bolso, removió en su interior unos segundos y sacó un tarjetero de latón. Lo abrió y le dio una tarjeta. Era de grueso papel de lino azul claro, con el texto en relieve. En el lado izquierdo se veía un tallo con flores de aspecto delicado que rodeaba el nombre Larkspur. El nombre de Demi y su telé­fono aparecían, discretamente, en la parte infe­rior.
-Muy bonita -dijo Joe, alzó la vista hacia ella y, automáticamente, se guardó la tarjeta en el bolsi­llo de la americana.
-Gracias. Trabajamos muy bien. Pruébanos. -Lo haré -pasaron unos segundos y el silencio de la habitación se hizo más espeso, más cálido. Algo indefinible chisporroteaba entre ellos y Joe se dijo que debía detenerlo.
Nunca había tenido relaciones con una emple­ada y ese no era el momento de empezar. Si Demi se quejaba, tendría a dos abuelas dispuestas a cor­tarle la cabeza.
-En cualquier caso -dijo, con voz más alta de lo que pretendía-, dos semanas estará muy bien. Es­toy seguro de que la agencia encontrará a alguien.
-Hay montones de agencias de empleo tempo­ral. ¿Por qué no pruebas otra?
-He probado muchas -negó con la cabeza-. Esta siempre me envía a buena gente, la mayoría no. Prefiero esperar.
-¿Por qué no buscaste a alguien antes de que Margo se marchara?
-Buena pregunta -rezongó él-. Debería ha­berlo hecho, pero estaba tan ocupado intentando dejarlo todo en orden antes de que se fuera, que se me pasó el tiempo. Además, en el último mes, Margo no fue tan organizada como suele ser.
-Seguramente tenía cosas más importantes en la cabeza.
-Eso supongo -su leal y fiable secretaria lo ha­bía dejado en la estacada mucho antes de dejar el trabajo. El habitualmente lúcido cerebro de Margo se había disuelto en un mar de hormonas y sueños de piececitos corriendo por el suelo. Estaba deseando que diera a luz para que las cosas volvieran a la normalidad-. Me alegro un montón de que quiera volver a trabajar después de tener al bebé.
-Es una pena -dijo Demi.
-¿Eh? -la miró fijamente-. ¿Por qué?
-Si yo tuviera un bebé, me gustaría quedarme en casa y cuidarlo yo misma -Demi dejó el bolso en la mesa otra vez, la rodeó y fue hacia la silla de cuero azul-. Es decir, conozco a muchas mujeres que tienen que trabajar, pero si no hace falta...
-Margo se volvería loca si no tuviera algo que hacer -discutió él, recordando la vitalidad de su secretaria-. Le gusta mantenerse ocupada.
-Dicen que los bebés consiguen eso sin proble­mas.
-Ni lo menciones -Joe se estremeció al pensar que Margo decidiera quedarse en casa-. Tiene que volver al trabajo. Dirige este lugar.
-Entonces, probablemente vuelva -Demi abrió el cajón superior del escritorio y lo inspeccionó, intentando familiarizarse con el entorno-. Sólo decía que...
-No lo repitas. Me traerás cafe.
-Eso es muy maduro -cerró el cajón y abrió otro, removiendo libretas, cajas de lápices e in­cluso una bolsa de bombones que Margo había dejado. Sacó uno, le quitó el envoltorio plateado y se lo metió en la boca-. ¿Hay cafetera?
-Está allí -Joe señaló y apartó la vista para no fijarse en cómo la punta de su lengua recorría el labio inferior para limpiar el chocolate.
-Gracias a Dios -masculló ella, poniéndose en pie. Cruzó la habitación y lo miró por encima del hombro-. Como es mi primer día, incluso te haré una taza a ti. Después de eso, tú mismo. No soy ca­marera, sino secretaria. Temporalmente.
«Temporalmente», se recordó él, clavando los ojos en la curva de un trasero que se movía con tanta gracia que elevaría la temperatura corporal de cualquier hombre. Pensó que todas las relacio­nes acababan siendo temporales; al menos esa lleva­ba la etiqueta correcta desde el primer momento.
Sabía que sólo iba a darle problemas y se pre­guntó cómo diablos sobreviviría durante dos se­manas con Demi de nuevo en su vida.
Al tercer día, Demi recordaba exactamente por qué había dejado el mundo de los negocios para dedicarse al de las flores. Las flores no daban dolo­res de cabeza, ni esperaban que una tuviera res­puestas para todo. Las flores no estaban monu­mentales con traje y chaleco.
Admitió que la última no había sido una de sus razones originales para dejar la profesión, pero empezaba a ocupar un lugar muy alto en la lista.
El trabajo no era difícil. De hecho era bastante interesante, aunque nunca lo habría admitido de­lante de Joe. Después de llevar dos años ponién­dose vaqueros y una amplia selección de camise­tas, era agradable volver a arreglarse. Era una suerte no haberse desprendido de su vestuario de trabajo: pantalones, blusas, zapatos discretos o bo­tas. Además, se maquillaba un poco y se arreglaba el pelo todos los días. Un gran cambio con res­pecto a su cola de caballo y un leve toque de car­mín. Pero nada de eso compensaba el hecho de que pasaba demasiado tiempo observando a Joe.
De pequeña había estado encaprichada de él, por supuesto. Al menos hasta el desafortunado in­cidente de la Barbie. Selena y él la ignoraban la mayor parte del tiempo, y cuando estaban obliga­dos a estar con ella, Joe le hacía rabiar hasta que deseaba pegarle. Pero..., volvió la cabeza lo sufi­ciente para vislumbrar el despacho por la puerta entrecerrada.
Con la corbata floja, el cuello de la camisa abierto y el pelo alborotado porque enredaba los dedos en él cada vez que se sentía frustrado, tenía un aspecto... Sí, la palabra era deseable. Sí.
Era una complicación que no quería ni necesi­taba.
No podía fantasear sobre Joe Jonas. En pri­mer lugar, cuando pasaran las dos semanas, ella regresaría a su mundo habitual y no volverían a verse. Además... no era en absoluto de su estilo. Le gustaban los tipos artísticos con aire bohemio que se encontraba en la playa. Hombres broncea­dos y relajados, con la actitud de «¿Por qué hacer hoy lo que puede posponerse indefinidamente?» Esos eran tipos seguros. Sabía que una relación con ellos no tenía ningún futuro; sólo pensaban en la siguiente ola que rompía, o en su siguiente salario. No tenían planes.
Diablos, la mayoría ni siquiera tenían un par de zapatos con los que hubiera que ponerse calceti­nes.
Se preguntó por qué estaba, de repente, dedi­cando tanto tiempo a pensar en, y soñar con, el Empresario Millonario.

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