-Para que lo sepas, aún no te he perdonado por lo de la muñeca
Barbie.
Joe Jonas se limitó a observar a la pelirroja alta y elegante
que había en la puerta de su despacho. Su expresión de desagrado no conseguía
disimular su belleza. Los verdes ojos irlandeses estaban entrecerrados, pero
no lo suficiente para ocultar su brillo. Tenía la boca carnosa y sensual, y las
cejas finas y arqueadas. Ondas de cabello oro rojizo caían sobre sus hombros.
Llevaba una camisa blanca remetida en unos pantalones negros y estrechos, bajo
los que asomaban unas relucientes botas negras. Llevaba aretes de plata en las
orejas y un reloj de pulsera en la muñeca izquierda. Tenía un aspecto muy
profesional, digno y demasiado atractivo.
No debería haber escuchado a su abuela. Iban a ser dos semanas
muy largas.
-Tenías once años -le recordó, por fin.
-Y tú casi dieciséis -contraatacó ella.
-Eras un incordio -al mirarla supo que no le molestaría nada
tenerla cerca, y eso lo preocupó. Ya se había dejado engañar por una cara
bonita antes. Había confiado en ella, la había creído. Y ella se había
marchado. Como todas las mujeres de su vida, excepto la abuela que lo había
criado cuando su madre decidió que prefería ser un espíritu libre a sentirse
atada a un niño.
-Cierto -admitió ella-. Pero no tenías por qué decapitar a la
Barbie.
Él sonrió levemente.
-Puede que no, pero después me dejaste en paz.
-Bueno, sí -ella cruzó los brazos sobre el pecho y golpeó con
el pie la alfombra azul acerado-. Comprendí que terminarías siendo un asesino
en serie.
-Siento desilusionarte. No tengo un historial espeluznante.
Sólo soy un hombre de negocios. Viene a ser lo mismo.
Joe movió la cabeza. Seguía teniendo el mismo temperamento que
cuando era niña. Siempre lista para la batalla. Debía ser culpa de ese pelo
rojo. Pero una personalidad así podía serle muy útil.
-¿Va a convertirse la oficina en un campo de batalla durante
las dos semanas siguientes? Porque si es así...
-No -Demi tiró el bolso de cuero negro sobre el escritorio que
ocuparía mientras estuviese allí-. Sólo te estoy tomando el pelo. Ni siquiera
es culpa tuya.
-Eso me alivia.
-Muy gracioso.
-Paz, ¿de acuerdo? Te agradezco mucho que me ayudes, Demi -lo
decía en serio. Necesitaba ayuda, lo que no necesitaba era el tipo de distracción
que ella iba a suponer.
-¡Eh! -ella alzó las cejas y sonrió-. Eso es gran mejora. No
me has llamado Ranita.
-No -dijo él, mirándola de arriba abajo con aprobación. La
escuálida niña con trenzas y costras en las rodillas había desaparecido. Esa
mujer estaba a un mundo de distancia de la niña a la que había apodado Ranita-.
No hay duda de que ahora eres una «DEMI».
Ella inclinó la cabeza en silencio y él pensó que parecía
haber aceptado la tregua.
-Ha pasado mucho tiempo -dijo ella.
-Sí -de hecho, habían pasado seis años desde la última vez que
la había visto. Cuando estaban creciendo, las hermanas Lovato y él habían
pasado mucho tiempo juntos, debido a la amistad de sus abuelas. Pero después
del instituto, desde que Selena y él rompieron, dejó de ir a su casa.
Entretanto, Demi Lovato había crecido, y muy bien. Maldijo
entre dientes.
-¿Cómo está tu abuela? -preguntó.
-Igual de dinámica y manipuladora que siempre -dijo Demi con
una rápida sonrisa que lo dejó deslumbrado-. Que yo esté aquí lo prueba. Es la
única mujer del mundo capaz de convencerme para aceptar un trabajo cuando
debería estar de vacaciones.
-Es muy buena.
-Lo es -Demi alzó la mano y se puso el cabello tras las
orejas. Los aros de plata brillaron al sol-. Y te echa de menos. Deberías pasar
a verla algún día.
-Lo haré -replicó él con sinceridad. Maggie Lovato había sido
como una segunda abuela para él. Se avergonzaba de no haber mantenido el contacto.
-¿Y tu abuela?
-En Florida -sonrió él-. Ha ido para ver el despegue de la
lanzadera espacial la semana que viene. -Siempre andaba haciendo cosas
emocionantes, por lo que recuerdo -Demi apoyó una cadera en el borde del
escritorio. Joe se sonrió; su abuela siempre había sido una aventurera.
-No es normal. Tengo la impresión de que nació en una familia
de gitanos y se la vendieron a la mía cuando era un bebé.
-¿Qué es normal? -Demi encogió los hombros y su fabulosa
cabellera destelló luz y color.
-No tengo ni idea -admitió él. Antes había creído saber qué
era normal. Era todo lo que a él le faltaba. Una familia corriente, con padre y
madre. Una casa con valla de madera y un perro grande con el que jugar. Sueños
y planes y todo lo que él había luchado por conseguir. Pero ya no estaba seguro.
Para alguna gente, lo «normal» no funcionaba. Y no le
importaba desde que comprendió que él mismo formaba parte de ese grupo. Había
probado esa normalidad. Se había casado con una mujer que creía que lo quería
tanto como él a ella. Para cuando comprendió que no era así, ella se había ido,
llevándose la mitad de su negocio. Y llevándose también su capacidad de
confiar.
-Bueno -la voz de Demi interrumpió sus pensamientos y la miró
agradecido-. ¿Qué es exactamente lo que quieres que haga?
-Eso -él se dijo que era buena idea centrarse en el negocio.
Que sus familias tuvieran amistad no era razón para que ellos no se comportaran
de forma estrictamente profesional. Pensó que sería mucho mejor así, cuando la
echó una ojeada y notó que se le espesaba la sangre. Iban a ser dos semanas muy
largas.
-Sobre todo, necesito que te ocupes del teléfono, tomes
mensajes y mecanografíes informes. -Básicamente, que tape el agujero e impida
que esto se hunda mientras consigues a alguien permanente.
-Bueno, sí, esa es una forma de expresarlo -Joe echó la
americana azul marino hacia atrás y metió las manos en los bolsillos del
pantalón-. Desde que Margo tuvo que irse de baja de maternidad prematuramente,
esto es un caos, y la agencia de secretarias temporales no puede enviarme a
nadie durante al menos dos semanas.
-Ehhh... -Demi alzó una mano y lo miró. Tenía que admitir, al
menos para sí misma, que Joe Jonas era algo más de lo que esperaba. Por alguna
razón, había seguido pensando en él como un adolescente de dieciséis años:
alto, desgarbado, con el pelo alborotado y sonrisa traviesa. La sonrisa seguía
ahí, pero ya no era desgarbado. Tenía el cuerpo de un hombre que sabía bien lo
que era un gimnasio.
Su voz era dulce como chocolate derretido. Ella era una mujer
que podía distraerse por eso. Y mucho. Hasta que había oído las palabras «al
menos». No pensaba darle ni un segundo más que el tiempo pactado.
-¿Al menos? -repitió-. Sólo puedo hacerlo dos semanas, Joe.
Después me convierto en calabaza y vuelvo a Larkspur.
-¿Larkspur?
-Mi tienda -su orgullo y su alegría, el lugar que tanto había
trabajado para poner en pie.
-Ah, es cierto. La abuela me dijo que trabajabas en una
floristería.
-Soy dueña de una floristería. Pequeña, exclusiva y centrada
en el diseño -llevó la mano hacia su bolso, removió en su interior unos
segundos y sacó un tarjetero de latón. Lo abrió y le dio una tarjeta. Era de
grueso papel de lino azul claro, con el texto en relieve. En el lado izquierdo
se veía un tallo con flores de aspecto delicado que rodeaba el nombre Larkspur.
El nombre de Demi y su teléfono aparecían, discretamente, en la parte inferior.
-Muy bonita -dijo Joe, alzó la vista hacia ella y, automáticamente,
se guardó la tarjeta en el bolsillo de la americana.
-Gracias. Trabajamos muy bien. Pruébanos. -Lo haré -pasaron
unos segundos y el silencio de la habitación se hizo más espeso, más cálido.
Algo indefinible chisporroteaba entre ellos y Joe se dijo que debía detenerlo.
Nunca había tenido relaciones con una empleada y ese no era
el momento de empezar. Si Demi se quejaba, tendría a dos abuelas dispuestas a
cortarle la cabeza.
-En cualquier caso -dijo, con voz más alta de lo que
pretendía-, dos semanas estará muy bien. Estoy seguro de que la agencia
encontrará a alguien.
-Hay montones de agencias de empleo temporal. ¿Por qué no
pruebas otra?
-He probado muchas -negó con la cabeza-. Esta siempre me envía
a buena gente, la mayoría no. Prefiero esperar.
-¿Por qué no buscaste a alguien antes de que Margo se
marchara?
-Buena pregunta -rezongó él-. Debería haberlo hecho, pero
estaba tan ocupado intentando dejarlo todo en orden antes de que se fuera, que
se me pasó el tiempo. Además, en el último mes, Margo no fue tan organizada
como suele ser.
-Seguramente tenía cosas más importantes en la cabeza.
-Eso supongo -su leal y fiable secretaria lo había dejado en
la estacada mucho antes de dejar el trabajo. El habitualmente lúcido cerebro de
Margo se había disuelto en un mar de hormonas y sueños de piececitos corriendo
por el suelo. Estaba deseando que diera a luz para que las cosas volvieran a la
normalidad-. Me alegro un montón de que quiera volver a trabajar después de
tener al bebé.
-Es una pena -dijo Demi.
-¿Eh? -la miró fijamente-. ¿Por qué?
-Si yo tuviera un bebé, me gustaría quedarme en casa y
cuidarlo yo misma -Demi dejó el bolso en la mesa otra vez, la rodeó y fue hacia
la silla de cuero azul-. Es decir, conozco a muchas mujeres que tienen que trabajar,
pero si no hace falta...
-Margo se volvería loca si no tuviera algo que hacer -discutió
él, recordando la vitalidad de su secretaria-. Le gusta mantenerse ocupada.
-Dicen que los bebés consiguen eso sin problemas.
-Ni lo menciones -Joe se estremeció al pensar que Margo
decidiera quedarse en casa-. Tiene que volver al trabajo. Dirige este lugar.
-Entonces, probablemente vuelva -Demi abrió el cajón superior
del escritorio y lo inspeccionó, intentando familiarizarse con el entorno-.
Sólo decía que...
-No lo repitas. Me traerás cafe.
-Eso es muy maduro -cerró el cajón y abrió otro, removiendo
libretas, cajas de lápices e incluso una bolsa de bombones que Margo había
dejado. Sacó uno, le quitó el envoltorio plateado y se lo metió en la boca-.
¿Hay cafetera?
-Está allí -Joe señaló y apartó la vista para no fijarse en
cómo la punta de su lengua recorría el labio inferior para limpiar el
chocolate.
-Gracias a Dios -masculló ella, poniéndose en pie. Cruzó la
habitación y lo miró por encima del hombro-. Como es mi primer día, incluso te
haré una taza a ti. Después de eso, tú mismo. No soy camarera, sino
secretaria. Temporalmente.
«Temporalmente», se recordó él, clavando los ojos en la curva
de un trasero que se movía con tanta gracia que elevaría la temperatura
corporal de cualquier hombre. Pensó que todas las relaciones acababan siendo
temporales; al menos esa llevaba la etiqueta correcta desde el primer momento.
Sabía que sólo iba a darle problemas y se preguntó cómo
diablos sobreviviría durante dos semanas con Demi de nuevo en su vida.
Al tercer día, Demi recordaba exactamente por qué había dejado
el mundo de los negocios para dedicarse al de las flores. Las flores no daban
dolores de cabeza, ni esperaban que una tuviera respuestas para todo. Las
flores no estaban monumentales con traje y chaleco.
Admitió que la última no había sido una de sus razones
originales para dejar la profesión, pero empezaba a ocupar un lugar muy alto en
la lista.
El trabajo no era difícil. De hecho era bastante interesante,
aunque nunca lo habría admitido delante de Joe. Después de llevar dos años
poniéndose vaqueros y una amplia selección de camisetas, era agradable volver
a arreglarse. Era una suerte no haberse desprendido de su vestuario de trabajo:
pantalones, blusas, zapatos discretos o botas. Además, se maquillaba un poco y
se arreglaba el pelo todos los días. Un gran cambio con respecto a su cola de
caballo y un leve toque de carmín. Pero nada de eso compensaba el hecho de que
pasaba demasiado tiempo observando a Joe.
De pequeña había estado encaprichada de él, por supuesto. Al
menos hasta el desafortunado incidente de la Barbie. Selena y él la ignoraban
la mayor parte del tiempo, y cuando estaban obligados a estar con ella, Joe le
hacía rabiar hasta que deseaba pegarle. Pero..., volvió la cabeza lo suficiente
para vislumbrar el despacho por la puerta entrecerrada.
Con la corbata floja, el cuello de la camisa abierto y el pelo
alborotado porque enredaba los dedos en él cada vez que se sentía frustrado,
tenía un aspecto... Sí, la palabra era deseable. Sí.
Era una complicación que no quería ni necesitaba.
No podía fantasear sobre Joe Jonas. En primer lugar, cuando
pasaran las dos semanas, ella regresaría a su mundo habitual y no volverían a
verse. Además... no era en absoluto de su estilo. Le gustaban los tipos
artísticos con aire bohemio que se encontraba en la playa. Hombres bronceados
y relajados, con la actitud de «¿Por qué hacer hoy lo que puede posponerse
indefinidamente?» Esos eran tipos seguros. Sabía que una relación con ellos no
tenía ningún futuro; sólo pensaban en la siguiente ola que rompía, o en su
siguiente salario. No tenían planes.
Diablos, la mayoría ni siquiera tenían un par de zapatos con
los que hubiera que ponerse calcetines.
Se preguntó por qué estaba, de repente, dedicando
tanto tiempo a pensar en, y soñar con, el Empresario Millonario.
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