Todavía llovía a cántaros cuando el taxi dobló la esquina de la calle de Miley.
-¡Menuda nochecita llevamos! -comentó el taxista-. En mi vida había visto unos relámpagos tan fuertes. ¡Fíjese lo que ha hecho un rayo en esa casa!
Y era precisamente la casa de Miley. El viejo roble, arrancado de cuajo, se había venido abajo aplastando en su caída el pequeño Volkswagen y el techo del salón.
-¡Dios mío! Por favor, pare. Ésa es mi casa. ¡Qué desgracia! El hombre la miró con gesto compasivo y la dejó allí mismo. Inmóvil, Miley sentía mezclarse la lluvia con sus lágrimas mientras contemplaba aquel desastre. El coche estaba destrozado, y en cuanto a la casa...
Ella no era un mujer débil; por lo general sabía salir airosa de las situaciones difíciles. Pero en aquel momento todo lo veía negro y le hubiese gustado que Nick no se hubiese marchado a Denver para poder llamarle.
¡Cuántas veces le había dicho Nick que cortase el dichoso árbol!
-¡Miley!
Kevin Jonas acababa de salir por la puerta de la vecina. Miley corrió a refugiarse en sus brazos.
-¡Gracias a Dios! -exclamó él-. Me estaba volviendo loco buscándote. ¿Se puede saber dónde estabas?
-Eso es lo de menos -gimió Miley, que no quería contestar-. Mira mi casa. ¡Mira mi pobrecito coche! ¡Oh, Kevin! Se secó las lágrimas con el reverso de la mano.
-Iba a entrar ahora mismo a preparar un café... -murmuró llorando desconsoladamente.
-Anda, vente a casa conmigo. Puedes quedarte en mi estudio, si quieres, porque ahora voy a pasarme una temporada sin pintar. Te lo dejo hasta que te arreglen el tejado. Ya verás como no es tan terrible.
-¡Mi coche! -sollozó Miley, que no salía de su aturdimiento.
-De todas formas, necesitabas uno nuevo. El motor del Volkswagen estaba hecho una porquería.
-Pero si estaba bien. Todavía podía aguantar una temporada más.
-Todo se pega menos la hermosura, dice el refrán. Se nota que frecuentas la compañía de Nick. Ese coche estaba ya para tirarlo a la chatarra, querida.
Miley se miró el vestido, que estaba empapado.
-¡No tengo ropa!
-Quédate aquí. Voy a ver si puedo entrar y te traigo algo. Parece que el árbol sólo ha alcanzado el techo del salón. Lo demás está bien.
-Pero a lo mejor es peligroso que entres, Kevin.
-No te preocupes.
-La señorita Rose... -exclamó Miley alarmada.
-Está perfectamente -la tranquilizó Kevin-. Cuando vi este desastre fui corriendo a su casa. Después te estuve llamando como un loco toda la noche. La señorita Rose me dijo que ayer pasó a recogerte un hombre con un Ferrari y que todavía no habías vuelto. Es una mujer muy observadora, y una romántica terrible. Estaba convencida de que Nick y tú os habíais fugado con la intención de casaros.
Miley se había puesto colorada hasta las orejas.
-Pues se equivocaba, la pobre.
-Bueno, bueno, no me des explicaciones, porque no es asunto mío -dijo Kevin, aunque su mirada curiosa le desmentía— Voy a ver qué se puede rescatar de ahí dentro.
Miley se quedó allí, bajo la fría lluvia.A su mente acudieron los momentos vividos con Nick aquella noche. Podía sentir aún el roce de sus labios en cada pliegue de su piel.
Por la mañana, al despertar, su actitud había sido distinta. Él se había mostrado reticente, y ella, tímida y turbada. Nick le dijo que hablarían con tranquilidad cuando él volviera de Denver. Después la había dejado en el taxi y había vuelto a entrar en la casa sin mirarla siquiera...
-Te he dicho que si quieres que nos marchemos ya -le gritó Kevin al oído-. He cerrado las habitaciones que no han sido dañadas para que no entre agua. El árbol sólo ha causado desperfectos en el salón, y creo que tampoco son demasiado graves. Lo peor va a ser retirar el árbol.
-Bueno, ya llamaré a alguien. Ahora me gustaría cambiarme; me estoy quedando helada.
-Vamos entonces. Tengo aparcado el coche en casa de la señorita Rose.
En cuanto se pusieron en camino, el joven le hizo la fatídica pregunta.
-Bueno, ¿me quieres decir dónde has estado en realidad? Ya sé que no has pasado toda la noche con Nick; te conozco demasiado bien para pensar eso.
Miley se rió para sus adentros. A él le miró con una sonrisa apenas esbozada, y se encogió de hombros.
-Te mueres de curiosidad, ¿eh? Puede ser que haya cometido algún asesinato, como trabajo de investigación para mi próximo libro.
Kevin suspiró tristemente.
-Claro, y ahora a mí me acusarán de complicidad.
Miley se echó a reír, recostándose en el asiento.
-Kevin, te agradezco mucho que me dejes tu estudio. ¿No lo necesitarás para recibir a... algún amigo? -dijo con un ritintín burlón.
-Pues eso eres tú precisamente, una amiga.
-Lo que no sé es lo que va a pasar cuando Nick Jonas se entere de dónde estoy.
-La señorita Rose te ha ofrecido una habitación en su casa -señaló Kevin.
-La señorita Rose es miembro de la Asociación Histórica de Viudas de Guerra, por si no lo sabías.
-¿Y?
-Pues que de vez en cuando les gusta recordar la Primera Guerra Mundial. Se reúnen unas cuantas ancianitas y recitan poesías, cantan canciones militares, y todo eso.
-Conociendo a la señorita Rose, no me sorprende nada. Además, pensó Miley para sí, ella prefería la tranquilidad de la casa de Kevin. No le importaba la posible reacción de Nick porque, por muy maravillosa que hubiese sido aquella noche, ella no estaba dispuesta a ser tratada como una propiedad más.
El estudio de Kevin era una gran habitación adosada a la parte trasera de su casa.
Constaba de un amplio salón con una cama, un cuarto de baño completo y una cocina. La sala estaba un poco desordenada, con cuadros a medio terminar por doquier, pero a Miley no le importaba, porque ella lo único que necesitaba para escribir era una mesa con buena luz.
Cuando desempaquetó la maleta que Kevin había sacado de su casa, echó en falta la ropa interior y la máquina de escribir. En cuanto pudiera disponer de un coche, tendría que volver allí para buscar esas cosas tan necesarias.
Después de ducharse y de vestirse, fue a la casa a buscar a Kevin.
-Oye, ¿te importa que coja uno de tus coches? -preguntó sin más preámbulos-. Tengo que empezar a buscar un sustituto de mi Volkswagen.
-No tengas prisa. Puedes usar mi Lincoln cuando lo necesites.
-El Lincoln es demasiado grande -dijo Miley, aunque era una excusa porque no le gustaba depender de nadie-. Verás, es que yo sin coche no hago nada. ¿Por qué no me acompañas a una tienda de venta de coches? ¿Tienes tiempo?
-Ya sabes que por ti hago cualquier cosa.
Salieron en el enorme Lincoln.
-Bueno, ¿y qué tipo de coche quieres? ¿Un Fiat, un Ferrari...?
-No, un Volkswagen -dijo ella con firmeza.
-Pero si tú no eres una escritorcilla muerta de hambre, ni muchísimo menos.
-Es que me gustan los Volkswagen. Consumen poca gasolina, corren mucho y son muy listos.
-Dios me asista. Vámonos anda, antes de que te pongas a hablar con el coche.
Cuando hubieron terminado con la compra, que finalmente resultó ser un pequeño Volkswagen amarillo, prácticamente exacto a su malogrado coche, Miley fue a su casa. Cuando llegó, ya estaban los albañiles allí, acabando de retirar el enorme tronco derrumbado. Al ver su cochecito aplastado se le encogió el corazón como si se tratase de un viejo amigo. Después entró en la casa cogió las pocas cosas que necesitaba, y volvió al estudio de Kevin.
Transcurrieron dos días sin que recibiera noticia alguna de Nick; dos días que pasó sentada ante la máquina de escribir, trabajando arduamente en la caracterización de los personajes y los escenarios de la segunda parte de La torre de los ruidos.
En muchos aspectos prefería el método de trabajo que solía seguir cuando escribía por las noches, después de volver de la revista donde trabajaba.
Entonces aprovechaba mejor el tiempo, porque cuando dejó la revista y se dedicó por entero a sus novelas, adquirió algunas malas costumbres, tales como acudir a la oficina de correos todas las mañanas a recoger la correspondencia. Eso significaba que no se ponía a trabajar hasta bien entrada la mañana; además, añadiendo a eso la interrupción de la comida, su inspiración se veía bastante perjudicada.
Los recuerdos también le impedían concentrarse. Recuerdos de la larga y turbulenta noche pasada con Nick Jonas. Nick había sido extremadamente paciente y tierno; supo refrenar sus deseos el tiempo necesario para que Miley sintiera plenamente el momento final. Pero la segunda vez fue diferente; Nick la amó sin contemplaciones, apasionadamente, llegando a perder el control. Después se había disculpado por ello, cosa que a Miley le extrañó.
Miley había opuesto cierta resistencia al principio, recordando con cierto miedo el dolor pasado. Pero Nick supo calmarla con sus suaves palabras y con sus manos llenas de ternura.
Después la había acariciado y besado hasta que ella tuvo que suplicarle que acabase de una vez aquel exquisito tormento. Y así habían pasado toda la noche de lluvia, rayos y truenos, el uno en brazos del otro, hasta que el amanecer se hizo visible tras las cortinas.
Nick sólo pudo dormir una hora, porque tenía que marcharse en viaje de negocios a Denver. Después de oír el despertador, Miley le miró vestirse sin atreverse a salir de la cama por pudor. Él, dándose cuenta, sin duda, no dijo nada y salió de la habitación cuando ella se fue a vestir.
Apenas hablaron. La acompañó al taxi, y Miley advirtió en sus ojos grises una mirada culpable, llena de angustia, arrepentida.
Miley sacudió la cabeza releyendo el único párrafo que llevaba escrito en toda la mañana.
¿Por qué se había despertado así Nick si por la noche fue tan cariñoso, tan tierno?
-Si te hago daño, dímelo -le había susurrado en el último momento-. No quiero hacerte daño, quiero que sea perfecto. Perfecto...
-Es maravilloso.
Y entonces se había sentido sumergida en un mar de sensaciones nuevas; un placer que rayaba en la locura.
Miley cerró los ojos, abrumada por el recuerdo.
Se levantó y tapó la máquina de escribir. Se daba por vencida; si seguía pensando en Nick no iba a poder trabajar, así que se preparó un sándwich de queso y una taza de café. Con un poco de suerte, más tarde recuperaría la inspiración.
Pero a las nueve, en vista de que no había adelantado ni una línea, decidió abandonar por completo, ducharse y marcharse temprano a la cama.
La sensación cálida y tonificante del agua sobre su piel volvió a traerle recuerdos sensuales de caricias. Cerró los ojos, exasperada. No, no quería recordar.
Se había entregado a Nick una vez, y de ahí a convertirse en su amante sólo había un paso. ¡Pero ella no estaba dispuesta! No quería ser la amiguita de Nick, un cero a la izquierda. En el fondo le parecía inmoral mantener una relación de esa índole, a la vista de todo Houston.
Salió de la ducha, se secó y se cepilló cuidadosamente el pelo.
Sumida en sus cavilaciones, salió a la salita completamente desnuda.
De pronto oyó un fuerte portazo y unos pasos. Antes de que pudiera darse cuenta de que alguien se acercaba por el jardín, la puerta del apartamento se abrió de golpe y apareció la figura furiosa de Nick Jonas.
oh-oh
ResponderEliminarjejejejeje
me encantoooo
Mee encanta la novelaa ..pero podrias sacar el pajarito porq es mui incomodo ..JAJA!:.Graciias!!
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