Nick entró por la puerta trasera de casa de
su abuela sintiéndose confundido.
En su recuerdo, Miley era la chica más
guapa del instituto. Sin embargo, aunque seguía siendo hermosa, ya no era una
chiquilla. Se había convertido en una mujer y en madre.
Y, sin saber por qué, eso lo dejaba
confuso. También él se había casado y se había divorciado. ¿Por qué le
resultaba tan raro que ella hubiera hecho lo mismo?
De pronto, sonó su móvil y se lo sacó
del bolsillo. Era su asistente.
–Hola, Alyson. ¿Qué pasa?
–¡Esta mañana han anunciado los Premios
Wizard y tres de las historias nominadas son tuyas!
–Ah –repuso él, sin demasiada emoción. Su
mente seguía enfocada en Miley. Algún pensamiento relacionado con ella le
estaba resultando incómodo, pero no lograba detectar de qué se trataba.
–Pensé que te pondrías más contento.
–Estoy contento. Es genial.
–Bueno, tus cómics también son geniales.
Nick sonrió Su trabajo era bueno, debía
reconocerlo. Él no era vanidoso, no era eso, pero tenía seguridad en sí mismo…
Entonces, supo qué era lo que le estaba
molestando de su encuentro con Miley. Ella lo había plantado. Habían quedado
para salir la noche de la graduación y ella no se había presentado. Después de
eso, ni siquiera había ido a casa de su abuela en todo el verano. Él no la
había visto por ninguna parte, a pesar de que se había pasado todo junio, julio
y agosto preguntándose por qué había aceptado quedar con él y, luego, no se
había presentado.
–Gracias por llamar, Alyson –se despidió
él y colgó.
Miley le debía una explicación. Hacía
quince años, aunque la hubiera visto, no habría tenido el valor de enfrentarse
a ella y pedírsela.
Sin embargo, a los treinta y tres años,
después de haberse convertido en un hombre rico y de talento, ya no le
avergonzaba enfrentarse a nada.
Además, aquello era un asunto personal.
Y quería conocer la verdad.
A LA mañana siguiente, Nick se levantó con
resaca. Después de hablar con Alyson, se había ido a comprar leche, queso, pan
y una caja de cervezas. Con la excusa de celebrar la nominación de sus cómics,
había añadido a la cesta una botella de champán barato. Y, al parecer, las
burbujas del champán y de la cerveza no habían sido buena mezcla, porque tenía
la cabeza a punto de estallar.
Tras ponerse una camiseta limpia y los
vaqueros del día anterior, se preparó una taza de café y salió al porche a
respirar un poco de aire fresco.
Desde allí, podía ver la casa de al
lado. Miley estaba en el patio, colgando ropa mojada en la cuerda. La noche
anterior, Nick había decidido preguntarle por qué lo había dejado plantado. Sin
embargo, en ese momento, pensó que no tenía sentido. ¿Qué le importaba a él
algo que había pasado hacía quince años?
De todos modos, siguió allí parado,
observándola. Ajena a su público, Miley seguía colgando pequeñas camisetas y
sujetándolas con pinzas.
En el silencio de aquella mañana de
martes a finales de abril, cuando los niños estaban en el colegio y los adultos
en el trabajo, Nick se tomó su tiempo en contemplarle las piernas y el trasero
cada vez que ella se agachaba. La cola de caballo se le mecía con cada
movimiento, dándole el aspecto de una niña. Era difícil creer que tuviera
treinta y tres años y, más aún, que fuera madre de trillizos.
–Hola.
Nick bajó la vista a los escalones de su
porche. Allí estaba Jerry.
–Hola, chico.
–¿Ponemos la tele?
–No tengo tele. Mi madre anuló la
suscripción al satélite –contestó Nick, riendo y bajó los escalones–. Además,
¿no crees que tu madre se preocupará si desapareces?
El niño asintió.
–Debes irte a casa.
Jerry negó con la cabeza.
Con una sonrisa, Nick se terminó su
café. Desde abajo, ya no tenía acceso visual a Miley. Podía darle un grito para
avisarle de que su hijo estaba allí, pero…
Nada de peros, se dijo. No se
comportaría como un cobarde ni como un insociable. No le tenía miedo a Miley,
ni pensaba convertirse en misógino a causa de su divorcio.
Así que tomó a Jerry de la mano.
–Vamos –dijo Nick, llevándolo hasta la
linde entre las dos casas. Después de ayudarlo a pasar entre los arbustos, lo
siguió al jardín vecino.