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sábado, 19 de mayo de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 11




La puerta se abrió. Demi tenía el pelo suelto, y caía sobre sus hombros en suaves ondas de color rojo dorado. Llevaba una camiseta blanca de tiran­tes y unos vaqueros cortos. Tenía los pies descalzos y sus piernas parecían increíblemente largas. Em­pezó a salivar y se olvidó por completo de la alfom­bra pintada del porche. Se olvidó del nuevo cliente que había conseguido en el almuerzo. Se olvidó del vino que llevaba en la mano. Sólo podía centrarse en ella y, que el cielo lo ayudara, en el efecto que tenía sobre él.
-Hola -Demi sonrió y Joe se quedó sin aliento.
-Hola -respondió.
-¿Eso es para mí? -preguntó ella, señalando el vino.
-Sí.
-¿Quieres tomar un poco ahora? -preguntó ella, apartándose para dejarle entrar.
-No tengo sed -dijo él, entrando y cerrando la puerta a sus espaldas.
-Yo tampoco -dijo ella, quitándole el vino y de­jándolo en el sofá.
-Me alegro -masculló él, la agarró y la rodeó con sus brazos, como si se le fuera la vida en ello. Y quizá, en ese momento, era verdad.
Ella se puso de puntillas y se encontró con su boca, que bajaba a besarla. Entreabrió los labios y la lengua de él la penetró, exigiendo, desvali­jando, llevándola de nuevo a ese umbral de deseo que tan bien había llegado a conocer.
Joe apartó la boca y dibujó un camino de be­sos calientes y húmedos en su cuello. Ella gimió suavemente, agarrándose a sus hombros y arque­ándose hacia él. Sus manos le levantaron la cami­seta y agarraron sus pechos; después sus dedos la acariciaron, pellizcaron y cosquillearon con insis­tencia.
Ella inspiró entre dientes y contuvo el aliento, como si tuviera miedo de no volver a respirar. Joe le mordisqueó la nuca, lamió la vena que latía ace­lerada en la base de su cuello y sintió cómo su pro­pio corazón se disparaba y acompasaba al ritmo salvaje del de ella.
Alzó la cabeza y siguió acariciando sus pezones, para ver cómo los ojos de ella, resplandecientes, se cubrían con un velo de deseo.
-¿Dormitorio?
Demi se pasó la lengua por los labios, parpa­deó un par de veces, e intentó centrar la vista en su rostro. Alzó una mano y señaló.
-Por allí.
-Vamos -se agachó lo suficiente para colocan un hombro en su estómago. Después se irguió, do­blándola sobre su espalda.
-¡Eh! -ella apoyó las manos en su espalda y se irguió-. ¿Qué esto de la vuelta a los tiempos de las cavernas?
-Es más rápido así -replicó él, dándole un azote cariñoso en el trasero.
-De acuerdo -dijo ella, dejándose caer contra su espalda-. Siempre que haya una buena razón.
Joe cruzó la sala sin mirarla. En ese momento, no le interesaba la decoración. Lo único que le in­teresaba era Demi. Y la dulce satisfacción que úni­camente había encontrado con ella. La necesi­taba, maldita fuera.
No quería eso. No lo había planeado.
Pero el fin de semana se había convertido en algo... importante. La apretó con más fuerza al darse cuenta, pero decidió no considerar las impli­caciones que podía haber tras esa palabra, «impor­tante».
Miró a través de una puerta abierta. Azulejos verdes y una cortina de plástico con palmeras y lo­ros. Era el cuarto de baño.
-Gira a la izquierda -dijo ella, al notar que pa­raba. Él lo hizo-. No, a la otra izquierda -corrigió ella-. Mi izquierda. Esto de dar direcciones boca abajo es un asco.
El entró en el dormitorio, vio la cama de matri­monio, cubierta con una colcha azul y blanca e ig­noró todo lo demás. Había una lámpara encen­dida en la mesilla, que emitía una suave luz amarilla. Se inclinó y la dejó caer sobre el colchón. Ella soltó una carcajada al rebotar un par de veces.
-No hay nada como un cavernícola -dijo, esti­rándose en la cama como un gato.
-Me alegra que me des tu aprobación.
-Oh, sí.
Demi lo miró con ojos brillantes de pasión. Te­nía un aspecto diferente. Llevaba un jersey negro y pantalones vaqueros; la ropa informal hacía que pareciese más asequible. Los trajes que solía utili­zar eran casi como una coraza bien cortada, que lo aislaba del mundo. Por lo visto, esa noche había pasado por casa para cambiarse. Por mucho que apreciara el detalle, quería que se quitara esa ropa. Inmediatamente.
Como si hubiera oído sus pensamientos, él se arrancó el jersey y lo tiró a un lado. La luz de la lámpara definió su ancho pecho y ella sintió un es­calofrío. Mientras se quitaba los vaqueros, a Demi se le aceleró la respiración y su cuerpo se tornó caliente y húmedo, dispuesto para recibirlo.
Él se arrodilló en la cama, junto a ella y la le­vantó del colchón para quitarle la camiseta. Des­pués se inclinó hacia sus pechos y empezó a besar­los, primero un pezón y luego el otro, probando, lamiendo, iniciando otra larga escalada hacia un placer sin límite.
Demi gimió, enredó los dedos en su pelo y luego deslizó las manos hacia sus hombros, su es­palda. Él alzo la cabeza y la miró a los ojos.
-Te he echado de menos, diablos -admitió-. A pesar de que hemos trabajado juntos todo el día, te he echado de menos.
-Sí -dijo ella, poniendo una mano en su meji­lla-. Lo sé. Yo he sentido lo mismo.
-Eso significa que...
-Que me maten si lo sé -Demi tragó aire cuando él llevó la mano a la cinturilla de sus pan­talones cortos. Lo contuvo mientras él desabro­chaba el botón, bajaba la cremallera y después los deslizaba, junto con la ropa interior, piernas abajo. Se libró de ambas prendas de una patada. ­Sólo sé que te deseo. Un montón.
-Ahora mismo estoy contigo, Ranita -dijo él. Sus labios se curvaron con esa sonrisa que enlo­quecía a Demi.
Ella se rió mientras él se tumbaba sobre ella. Se abrió para él, dándole la bienvenida. Aún son­riendo, pegó las caderas a las suyas y se rindió al intenso placer que creaba en su interior. Miró sus ojos y vio en ellos algo más que simple deseo. Tam­bién vio calidez, humor y ternura.
Las sensaciones la recorrieron como un torbe­llino y, cuando estaba a punto de alcanzar el clí­max, comprendió que Joe y ella habían cruzado una frontera en algún momento. Habían pasado de la mera pasión y deseo a un punto en el que las cosas podían complicarse. Entre ellos había algo más que deseo. No sabía cuánto más.
Él empezó a empujar con más fuerza, más rá­pido, y se olvidó de pensar. Se concentró en el mo­mento. En los dos, solos, iluminados por una luz suave mientras sus cuerpos se reclamaban el uno al otro y sus respiraciones se fundían en una.
Cuando sitió que las primeras llamas incendia­ban su sangre, se abrazó a él con fuerza, claván­dole las uñas en los hombros. Gimió su nombre y, un momento después, él se puso rígido y encontró su propia culminación. Demi lo abrazó fuerte­mente mientras, juntos, iniciaban una infinita ca­ída libre.


Dos días después estaban de nuevo en su dor­mitorio, como habían hecho en todos los momen­tos en los que no estaban trabajando. Algo estaba ocurriendo entre ellos, pero ninguno estaba dis­puesto a admitirlo y, menos aún, a hablar de ellos. En vez de eso, se dejaban llevar por las fantásticas sensaciones que los rodeaban. Se perdían en la magia. Habían encontrado más de lo que espera­ban, más de lo que querían reclamar.
A Joe lo preocupaba que la relación se estu­viera complicando demasiado, pero era incapaz de mantenerse alejado de ella. En un diminuto rincón racional de su mente, una vocecita le ad­vertía que debía empezar a distanciarse. A escapar de Demi y el peligro que representaba.
Pero no podía hacerlo. Aún no.
Lo haría. Tenía que hacerlo. Pasara lo que pa­sara, no estaba dispuesto a ponerse en una situa­ción en la que una mujer tuviera el poder de aplastarlo de nuevo. Había tiempo. Todavía tenía tiempo para disfrutar de lo que había encontrado, antes de tener que renunciar a ello.
Volvió a moverse en su interior, balanceándose, llevándolos a ambos al límite. Después, con una última embestida, Joe sintió como ella fundía su cuerpo con el suyo, observó sus pupilas dilatarse y oyó cómo susurraba su nombre mientras empeza­ban sus espasmos; sólo entonces se permitió a sí mismo buscar la cima que necesitaba desesperada­mente.
Unos minutos después se dejó caer a su costado y soltó un gruñido.
-Maldición.
Demi intentaba recuperar el aliento y que los latidos de su corazón volvieran a la normalidad. Se volvió hacia él con una sonrisa satisfecha en el ros­tro.
-Joe, ¿es posible que algo vaya mal?
-El preservativo se ha roto -dijo él con rostro tenso. Ella abrió los ojos de par en par y la vio pali­decer.
- Oh, oh.
-Eso lo dice todo -sentía una opresión en la boca del estómago, pero aún había una espe­ranza-. Dime que tomas la píldora.
-¿Quieres que mienta en un momento como este?
-Maldición.
-Oye -dijo ella, agarrando la colcha para ta­parse-, hacía un par de años que no estaba con nadie -lo tapó también a él-. No iba a estar to­mando la píldora cuando no había ninguna nece­sidad.
-Entendido -se pasó una mano por el pelo y apretó la mandíbula-. Vamos a echar cuentas. ¿Cuándo tuviste el periodo la última vez?
Demi miró el techo e intentó concentrarse. Le resultaba difícil pensar cuando su cuerpo aún no había dejado de vibrar. Pero lo intentó. Mental­mente, contó. Después volvió a contar. Lo hizo una vez más. «Oh, Dios», pensó. Titubeó y com­prendió que no había forma fácil de decirlo.
-Fue, erm..., debió empezar hace tres días.
-Oh, oh.





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