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domingo, 8 de abril de 2012

Jemi "цаутива де Ту Амор" Cap 7




Joe la alzó de la barandilla y, aún dentro de ella, la llevó al interior de la habitación.
Ella lo rodeó con sus brazos y se aferró a su cin­tura con las piernas. Enterró la cabeza en la curva de su cuello y se estremeció.
-De acuerdo -susurró-. Eso ha sido impresio­nante.
-Y húmedo. Funciono mejor cuando estoy seco -soltó una risita y la llevó hacia su dormitorio. Ella alzó la cabeza y lo miró en la penumbra.
-Diablos, entonces dame una toalla
-Ese es el plan -dijo él, dándola un azote en el trasero.
-Me encantan los hombres con planes -sin de­jar de mirarlo, movió las caderas y se clavó en él. Joe tragó aire, sujetó su trasero con un brazo y la inmovilizó.
-Me estás matando -admitió.
-Oh -ella agitó la cabeza y gotas de agua salie­ron despedidas-, aún no.
-Tienes tus propios planes, ¿verdad? -la dejó sobre el colchón, sin separarse de ella.
-Los voy haciendo sobre la marcha -contestó ella, tomando su rostro entre las manos.
-Pues lo haces muy bien -aseguró él-. No pares ahora.
-No te preocupes por eso -ya que habían em­pezado, rindiéndose a la tensión que se había cre­ado entre ellos a lo largo de la semana, Demi no quería parar. Quería mucho más. Quería volver a sentir cómo crecía la excitación en su interior, experimentar la explosión de deseo y el latido acele­rado de la satisfacción.
No había esperado que llegaran a tanto. No ha­bía contado con ello. Pero era lo suficientemente lista como para disfrutarlo, ya que había ocurrido.
El edredón era cálido y blando. El algodón aca­riciaba su piel y la rodeaba como un capullo. Se sentía rodeada de calor, a pesar de que la lluvia, que golpeaba furiosamente el tejado, la había em­papado. La única luz de la habitación provenía de los relámpagos, pero era suficiente para ver el ros­tro de Joe, leer su expresión y saber que estaba sintiendo lo mismo que ella.
Él se movió en su interior, de nuevo a punto, y se arqueó hacia él como una gata esperando una caricia. Apoyó la cabeza en el colchón, deslió las piernas de sus caderas y apoyó los pies en la cama. Clavó las caderas en las suyas y se abrió para él, llevándolo tan dentro como pudo. Era tan grande y estaba tan duro que tuvo la sensa­ción de que le llegaba al corazón cada vez que la embestía.
-Más -exigió, arrastrando las uñas por su es­palda.
-Más -aceptó él. De repente, se dio la vuelta, sin soltarla, hasta que ella quedó sentada encima y él tumbado de espaldas.
La observó en la penumbra y deseó haber en­cendido algunas de las velas que había en la habi­tación. Por lo visto, los fallos eléctricos debían ser habituales. Unas cuantas velas le habrían permi­tido disfrutar plenamente de la imagen de Demi sobre él.
Ella, a horcajadas, apoyó las palmas de las ma­nos en su pecho y empezó a juguetear con sus pe­zones, frotando y acariciando. Se movió sobre él, balanceando las caderas, alzándose, arqueando la espalda como si estuviera montando un caballo salvaje en un rodeo.
Aún húmeda de lluvia, mientras las frías gotas de agua caían de su cabello y se estrellaban contra él, parecía fiera, tierna y libre. Echó la cabeza ha­cia atrás y cerró los ojos, moviéndose más, apre­tando. Lo llevó más y más alto, mucho más de lo que él había creído posible. El deseo que provo­caba en él, casi lo estrangulaba.
Alzó las manos y las posó en sus pechos, pelliz­cando sus pezones. Ella se entregó al contacto y él sonrió antes de deslizar una mano hacia el punto en que sus cuerpos se unían. Acarició el pequeño botón de carne que contenía sus secretos, que au­mentaba su placer.
-¡Joe! -gimió su nombre y se movió contra él con más fuerza, con un ritmo desenfrenado.
-Siéntelo -ordenó él, observando su rostro, ad­mirando el placer que suavizaba sus rasgos.
-Es demasiado -murmuró, negando con la ca­beza y mordiéndose el labio inferior.
-Nunca es demasiado -dijo él, y siguió acari­ciándola mientras ella se movía sobre él, mecién­dose y aceptándolo.
Soltó un gemido y su cuerpo se tensó sobre él. Los primeros temblores la asaltaron y se movió con fiereza, aumentando su placer y exigiendo el de él.
-Nunca es demasiado -aceptó, cuando sintió que él explotaba en su interior y la acunaba suave­mente en el descenso.
Minutos, horas, podrían haber sido días, no lo sabía ni quería saberlo, Demi se derrumbó a su lado como una muñeca de trapo. Se lamió los la­bios e intentó dominar el zumbido de su cabeza.
-Eso ha sido... increíble.
-Por decirlo en una palabra -dijo él, aunque su voz casi se perdió en el tronar de la tormenta.
-Sabes... -Demi tomó una larga bocanada de aire y la soltó antes de continuar-. Para ser un tipo con pinta de Don Tenso Inasequible, lo haces de miedo.
-A ti tampoco se te da mal -replicó él. Demi esbozó una sonrisa en la oscuridad, que empezó a difuminarse cuando volvió de golpe a la realidad.
-Vamos a arrepentirnos de haber hecho esto, ¿verdad?
-Probablemente.
-Eso me parecía -Demi estudió las sombras y destellos de luz en el techo de vigas artesonadas y escuchó el sonido de la respiración de Joe.
Los pensamientos se sucedían en su mente con tanta velocidad que era incapaz de concentrarse en ellos. Sin duda, era mejor así; si se paraba a pensar en lo que acababa de hacer con Joe, se da­ría de bofetadas.
-Quiero que sepas -dijo-, que no ando bus­cando una relación.
-Yo tampoco.
-Eso está bien, entonces.
-Sí, bien.
-De todas formas, esto va a complicar las cosas, ¿no? -preguntó ella.
-¿Quieres decir que cuando te vea sentada en la oficina voy a acordarme de esto? -inquirió él-. Oh, sí.
-Tampoco será fácil para mí -ni siquiera podía imaginarse estar en la oficina con él y no pensar en la alocada escena que había tenido lugar en el balcón. Era un estúpida. No debería haberlo he­cho. No debería haberse rendido a sus hormonas como una adolescente sin experiencia. Debería haberse acordado de que los hombres creaban problemas, y de que ella no había tenido mucha suerte con ellos.
-Por eso no deberíamos haberlo hecho.
-Cierto -Demi lo miró y se dio cuenta de que él también tenía los ojos clavados en el techo. Se preguntó qué estaría pensando realmente. Si es­taba buscando la manera de escapar de la cama dignamente, o si se planteaba despedirla para evi­tarse la incómoda escena que solía tener lugar des­pués del sexo-. Y sólo estaré en tu vida, en tu mundo, temporalmente. Dos semanas. Eso es todo.
-Debería haber sido sencillo -comentó él.
-Ya no lo es.
-No -aceptó Joe.
Demi suspiró y se puso de lado. Sintió el calor de su cuerpo y no pudo resistirse a volver a to­carlo. Apoyó una mano en su pecho y la deslizó hacia arriba.
-Piénsalo, han sido nuestras abuelas las que nos han metido esto -murmuró.
-No creo que fuera esto lo que tenían en mente -Joe soltó una risa, atrapó su mano y en­trelazó los dedos con los suyos-. Lo hecho, hecho está. Somos adultos. No tiene por qué ser difícil. Sólo ha sido sexo.
-Sexo fantástico.
-Eso no hace falta decirlo.
-Pero sería agradable escucharlo.
-Sexo fantástico -dijo él, mirándola.
-Gracias -replicó ella.
-No, gracias a ti.
-Créeme -una sonrisita curvó sus labios-. Ha sido un placer.
-Sí, ya lo sé.
Veo que no tienes problemas de ego.
Él giró, la tumbó de espaldas y se apoyó en un codo para poder mirarla.
-Es una noche. Una noche en toda una vida. Ninguno de los dos busca, ni espera, rosas y ange­litos. Lo pasamos bien juntos y mañana volvemos al trabajo como si no hubiera pasado nada.
Demi estudió sus ojos, su rostro, la curva de su boca. Quería volver a besarlo, saborearlo de nuevo. Sentir su lengua acariciándola. Deseo, nuevo y ansioso recorrió su cuerpo. Nunca se ha­bía sentido así.
Había estado con otros hombres, con su pro­metido y después con Wilmer. Pero esas experien­cias no habían sido nada en comparación con lo que sentía. Nunca había querido más y más, como esa noche.
Aunque acababa de estar con Joe, lo deseaba de nuevo. Ya. En su interior. Quería sentir su cuerpo moviéndose dentro de ella. Sentirse atra­pada entre sus brazos; era una sensación nueva.
Una parte de ella deseaba explorar esas sensa­ciones. Pero otra parte, la cautelosa, quería esca­par mientras aún pudiera pensar con lógica. No había futuro con Joe. Era como los demás hom­bres que había conocido. Quería que lo ayudara en el trabajo, la quería en su cama pero, igual que los demás, no la quería a ella. Eso no era una rela­ción. Sólo eran dos personas que sentían una... conexión. Se preguntó si eso era razón suficiente para disfrutar el uno del otro y si podrían mante­nerlo a ese nivel.
-¿Crees que seremos capaces de, hacerlo?
-Yo sí -dijo Joe, acariciando su mejilla con los dedos y apartándole el pelo. Mirarla hizo que la deseara de nuevo. Pero estaba seguro de que po­dría decir adiós, porque tenía que hacerlo. No de­jaría que se acercara demasiado a él, no podía. Se había arriesgado una vez y había salido trasqui­lado. No volvería a hacerlo.
Joe había aprendido años atrás que la vida era más sencilla viviéndola a solas. El sexo era una cosa. El amor, una relación, era otra; y no le inte­resaba.
-La pregunta es, ¿lo eres tú?
Ella se estremeció bajo su caricia, sintió punza­das de calor que pasaban de la yema de sus dedos a su piel. ¿Sería capaz de olvidar lo que había pa­sado esa noche cuando llegara el día? No estaba segura. Pero sí sabía que no capaz de renunciar a volver a sentir lo que había sentido. Por eso sólo había una respuesta posible.
-Sí, claro que lo soy.
-Bien -afirmó él, apartándose.
-¿Digo que sí y te vas?
Él se levantó de la cama y se volvió para mirarla de nuevo, con una sonrisa en la boca. A ella le dio un vuelco el corazón.
-Sólo voy a encender unas cuantas velas -ex­plicó-. Esta vez quiero verte.
-Oh, vaya.
Estaba preciosa a la luz de las velas.
Las llamas chispeaban por la habitación, dibu­jando halos de luz en el papel floreado de las pare­des. Afuera, la tormenta seguía; la lluvia golpeaba los cristales y los relámpagos y truenos se suce­dían. La enorme cama parecía cálida y acogedora, y el cuerpo desnudo de Demi sobre las sábanas blancas era una tentación a la que ningún hombre podría resistirse.
Y Joe no tenía ninguna intención de resistirse. No recordaba haber sentido un deseo igual an­tes. El calor que lo asaltaba cada vez que tocaba su cuerpo era irresistible. Demi no se parecía a las mujeres que había conocido.
Todo en ella era distinto, excepcional. Único. Su actitud, su risa, su aroma. Olía a rosas y a sol, una mezcla irresistible para un hombre acostum­brado a perderse en montañas de trabajo, en edifi­cios cerrados. Ella se reía de su ética de trabajo. Le tomaba el pelo por tomarse demasiado en serio a sí mismo y discutía cuando le daba órdenes. Joe se lo estaba pasando demasiado bien. Sabía que debía preocuparlo, pero su ansia por disfrutar de ella le impedía pensarlo en ese momento.
Cruzó la habitación hacia ella, sintiendo un cosquilleo en la piel al pensar que iba a tocarla de nuevo. Ella se apoyó sobre ambos codos, ladeó la cabeza y sonrió.
-¿Sabes? Se me acaba de ocurrir algo.
La pálida luz de la habitación se iluminaba las puntas de su cabello, aún húmedo, y las gotas de agua destellaban como diamantes. Ese pensa­miento sorprendió a Joe, nunca antes había sido poético.
-¿Sí? ¿Qué es?
Ella levantó una pierna y deslizó la planta del pie por su otra pierna, en una caricia larga y lenta que lo dejó sin aliento.
-¿Siempre llevas preservativos cuando viajas con tu secretaria?
Él se detuvo al borde de la cama y tocó su pan­torrilla. Sonrió al ver que ella cerraba los ojos con el contacto. Sus dedos la acariciaron como plu­mas.
-No. ¿Recuerdas que paramos a echar gasolina?
-Mmm, sí -murmuró ella, mientras la mano su­bía por encima de su rodilla y llegaba al muslo.
-Hoy en día, las gasolineras venden de todo -Joe sonrió al recordar el impulso que lo había llevado a comprar dos polvorientas cajas de pre­servativos que descubrió en un estante.
Ella se dejó caer en el colchón y arqueó las cade­ras cuando los dedos se posaron entre sus muslos. Inhaló con fuerza y lo dejó escapar lentamente.
-Gracias a Dios que eres precavido.
-Es una de mis muchas cualidades -dijo él, ob­servando cómo vibraba bajo su tacto.
-Dime otra -alzó las caderas hacia su mano y ja­deó cuando él empezó a frotar.
-Estás a punto de descubrirla -Joe tenía el co­razón acelerado y la sangre le hervía en las venas. Se sentía como si estuviera en medio de un fuego. Sin aliento, se rindió a sus impulsos y agarró sus piernas. Rápidamente, tiró de ella hacia sí.
-¡Eh! -Demi agarró las sábanas como si qui­siera impedírselo.
-Cállate, Lovato.
-¿Qué has dicho? -alzó la cabeza para mirarlo. Él la llevó hacia el borde de la cama, abrió sus piernas suavemente y se arrodilló ante ella.
-He dicho que te calles.
-¿Qué diablos...? -lo miró-. Joe...
El la miró encandilado. La luz de las velas bailo­teaba en sus ojos y cubría su piel con un suave halo dorado. Estaba preciosa, salvaje y tan sensual que podría robarle el alma a cualquier hombre.
A cualquier hombre que lo permitiera, él no lo haría. Simplemente quería tenerla.
-Confía en mí -su susurro ronco se perdió en el fragor de la tormenta que seguía desatándose fuera de la cálida habitación.
Alzó sus piernas, una tras otra, y se las colocó sobre los hombros; después situó las manos bajo su trasero. Ella tembló y arqueó las piernas, remo­viéndose como si quisiera liberarse. Pero no se es­forzó demasiado.
-Joe, no tienes que... -estiró una mano hacia él.
-Como he dicho... cállate, Lovato -clavó los ojos en los de ella y posó la boca entre sus piernas. Bo­quiabierta, Demi dejó escapar el aire de sus pul­mones.
Lo observó tomarla, y su mirada excitó a Joe aún más. Lamió la delicada carne y ella gimió, en­redando los dedos en su pelo y sujetándolo, como si temiera que fuese a parar. No tenía por qué pre­ocuparse, Joe no podía parar. La sensación de cómo su cuerpo se derretía bajo él lo encendió y llenó de pasión. Probó su sabor, empujando con la lengua, volviendo loca a Demi.
Dejó una mano en su trasero y desplazó la otra para introducir primero un dedo, luego dos, en su interior. Ella se estremeció y se alzó hacia su boca.
-Joe, eso es... tan... delicioso. No pares. No pares nunca.
Sus palabras y el sonido roto de su voz hicieron que Joe, instintivamente, acelerara el ritmo. Demi se movió con él, balanceando las cade­ras, buscando el paraíso que sabía que la esperaba. No podía dejar de mirarlo, asombrada por la inti­midad del contacto. Los ojos de él ardían, y su ros­tro, entre sombras y luces tenía un aspecto peli­groso y atractivo.
Él levantó su trasero de la cama y Demi se en­contró flotando, la boca de Joe era el único punto de estabilidad de su mundo. Su cálido aliento acari­ciaba la parte más íntima de su ser, y sus dedos y su lengua provocaban en su cuerpo una sensación fre­nética que giraba como una espiral en su interior. Oía los latidos de su corazón y jadeaba. No podía aguantar mucho más. No podía hacer que durase, a pesar de que deseaba sentir su boca ahí para siem­pre. Se acercaba el final y se lanzó a su encuentro.
Puso las manos en su cuello y lo abrazó, gri­tando su nombre. Él siguió besándola hasta que los últimos temblores se detuvieron, después la dejó suavemente en el centro de la cama.
-Estás lleno de sorpresas, ¿no? -comentó ella, mirándolo con los ojos nublados.
-Lo intento.
-Pues, te va muy bien -aseguró ella, diciéndose que no importaba que el ritmo de su corazón estu­viera cerca de las trescientas pulsaciones. Si tenía un infarto, se enfrentaría a la muerte con una son­risa satisfecha.
-Me alegra saberlo -sonrió y se inclinó para buscar otro preservativo en la mesilla. Mientras abría el paquete la miró. Demi vio el deseo en sus ojos y una espiral de deseo la recorrió. Sintió sor­presa y placer, deseosa de nuevas experiencias, mientras se preguntaba dónde llevaría todo eso. Afortunadamente, la voz de Joe atravesó su cerebro y nubló sus pensamientos.
-¿Lista para otro viaje? -preguntó él, guiñán­dole un ojo.



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