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viernes, 27 de agosto de 2010

Novela Niley " Amigos y Amantes " Cap 7





Miley le miró alucinada.
-¿Estabas esperando a mi primo? -preguntó Nick fríamente mirándola de arriba a abajo.
Ella se envolvió en la toalla con manos temblorosas.
-No esperaba a nadie.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí? -inquirió Nick en tono autoritario.
Miley levantó la cabeza en actitud orgullosa. Había enrojecido ligeramente, y los ojos le brillaban.
-¿Y a ti que te importa?
-¿Eres capaz de decirme una cosa así después de lo que hemos vivido juntos? -rugió Nick.
Miley enrojeció vivamente y desvió la mirada.
-¿Crees quizás que después de lo de la otra noche eres ya mi amo y señor?
-¡Deja de contestar a mis preguntas con más preguntas!
-¿Has estado en mi casa? -preguntó entonces Miley-.¿Sabes lo que ha pasado?
-Sí, he estado en tu casa -dijo Nick palideciendo ligeramente-. Deberías haberme dejado una nota en la puerta -añadió en tono de reproche-. He tenido que sacar a la señorita Rose de la cama para preguntarle si estabas viva. A propósito, se ha quedado muy sorprendida y me ha contado no sé qué historia de que nos habíamos fugado.
-La señorita Rose es una romántica incurable.
-¿No podías haberte dignado a llamar a Josito para decir que estabas bien?
-Lo siento -se disculpó Miley-. Estaba tan disgustada que ni siquiera me paré a pensar. He tenido que comprarme un coche, llamar a los albañiles... y buscarme un sitio para vivir. ¡El árbol aplastó el techo!
-Pues cuando he pasado yo por allí no había ningún árbol -replicó Nick.
-¿Cómo quieres que siga ahí? Los bomberos ya lo han retirado.
-Este asunto no tiene ni pies ni cabeza. ¡Y todavía no me has explicado por qué estás aquí!
-Yo no tengo por qué darte explicaciones de nada. Soy una persona libre, responsable y mayor de edad, y ya hace mucho que nadie me dice lo que tengo que hacer.
-Ah, ¿eso te crees? -dijo Nick con una fría mueca.
-No, no lo creo. Lo sé. Nick, no quiero seguir discutiendo contigo.
-¿Estás viviendo con él?
-¡Pero, qué disparates dices, Nick! ¡Por supuesto que no! ¡Por el amor de Dios, qué pensaría la gente!
-La gente ya lo está pensando, si es eso lo que te preocupa -replicó Nick fríamente-¿O es que te creías que nadie se iba a dar cuenta?
Miley cerró los ojos, y una fuerte oleada de calor le golpeó la cara.
-En algún sitio tenía que vivir, ¿no?
-¿Y por qué no en casa de la señorita Rose?
-Pues por culpa de la Asociación Histórica de Viudas de Guerra, por eso.
-Podías haberte venido conmigo.
Miley palideció al escucharle. Vivir con él, estar con él, comer frente a él, compartir su vida...
Nick se acercó a ella, su gesto todavía era duro, aunque sus ojos se habían dulcificado un poquito. La cogió por los hombros y la miró atentamente.
-Vente a vivir conmigo -susurró.
Y la besó tiernamente en los labios, poniendo en peligro todas las defensas que Miley había levantado en su imaginación.
-No puedo -susurró ella.
-Pero tú quieres -objetó Nick-. ¿O no?
Entonces la levantó como una pluma entre sus brazos y besó sus labios entreabiertos con un poco más de pasión.
-¿Te acuerdas de la otra noche, Miley? Tú me suplicabas...
-¡No!
Miley luchó por desasirse de él, odiándose a sí misma por su debilidad y a él por su fácil victoria. ¡En cuanto Nick la tocaba se rendía!
-Sí.
Sin saber cómo había llegado hasta allí, Miley se encotró de pronto sobre la cama, sintiendo el calor y el peso del cuerpo de Nick sobre el suyo.
-Cuánto pesas... –gimió cuando por fin Nick dejó de besarla.
Nick esbozó una sonrisa.
-La culpa es de la ropa, no mía.
Su respiración se hacía cada vez más agitada a medida que recorría con sus labios sus mejillas, el contorno de su boca, su cuello, su escote, la blanda redondez de sus senos que revelaban la intensidad de su propio deseo al endurecerse bajo la tenaz caricia.
-Ayúdame a desnudarme -susurró Nick con voz sensual. Miley alzó las manos y le sujetó la cara cerca de sus ojos.
-Tenemos que hablar.
-Ahora no -respondió Nick trazando la línea de sus labios con un dedo-. ¡Dios mío! No sabes cuánto te he echado de menos. Sólo podía pensar en nosotros, recordaba a cada momento el tacto de tu piel contra la mía, tus gemidos...
-¡No! -sollozó Miley apartando la cara.
Nick se apartó y la recorrió con una atenta mirada.
-¿Es que te avergüenzas de ello? Sí, lo veo en tus ojos -susurró.
-Sí, me avergüenzo-consiguió decir-. Déjame, Nick. Por favor.
Sin decir una palabra más, Nick se levantó de la cama. Miley se volvió a cubrir con la toalla y se incorporó, roja como una amapola. Nick la observaba con las manos metidas en los bolsillos.
-¡Habla de una vez, maldita sea! ¡Dime qué hay de malo para que te avergüences!
En ese momento, Miley le odiaba a él tanto como a sí misma.
-Nosotros teníamos una maravillosa amistad -consiguió decir al fin-. Hemos acabado con ella. ¿Por qué tuviste que hacerlo? ¿Porqué lo estropeaste todo?
-Yo no te obligué, ni muchísimo menos -dijo Nick con voz gélida.
Miley cerró los ojos.
-No, no me obligaste. Te limitaste a aprovecharte de mis sentimientos. ¡Eres como los demás, Nick Jonas ¡Todos los hombres vais a por lo mismo! Me sorprende tu paciencia para esperar dos años, cuando hay tantas Melody por el mundo... Nick palideció intensamente.
-Entonces... ¿para ti no fue más que eso? Miley se echó a reír.
-¿Y qué más quieres que sea?
Se sentía orgullosa de lo bien que ocultaba su debilidad. Entonces Nick se puso a mirar a su alrededor como un loco.
-Dime una cosa, ¿cómo es que has venido aquí? ¿Es que estaba mi primo sentado en el porche esperándote?
-Cuando llegué a casa después de estar contigo me encontré el árbol caído, el coche aplastado y la casa hecha un desastre. Tú te encontrabas de camino hacia Denver y Kevin me estaba esperando en casa de la señorita Rose. Me ofreció su casa; no podía negarme.
-¿Cómo que no podías? Con decirle que no, hubiera sido suficiente. Tú has alentado la afición de mi primo por ti desde el día que os conocisteis. Yo lo he tolerado porque no quería poner en peligro nuestra amistad. Pero vivir en su casa ya es demasiado. Eso no lo paso.
-Me abruma tu confianza.
-No se trata de confianza -dijo Nick con un suspiro de cansancio-. La otra noche, yo creí que nosotros empezábamos algo duradero, algo mucho más importante que una aventura pasajera. Pero ya veo que tú no compartes tu vida. Tú sabes cómo es mi primo; y lo que siente por ti. Si tanto te empeñas en vivir cerca de él, será porque correspondes a sus sentimientos. He intentado desechar esa posibilidad, pero ahora veo que es cierta.
-¡Yo no tengo ningún sentimiento oculto por Kevin! -replicó Miley.
-Pues demuéstramelo. Vente a mi casa.
-No.
-Ahí está la prueba. Le prefieres a él antes que a mí.
-¡Eso no es verdad! -gritó Miley poniéndose de pie-. Nick, tú te equivocas. ¡Yo no me acuesto con tu primo!
-Tú, con mi primo... -murmuró.
-Kevin. Se llama Kevin. ¿Por qué no le llamas nunca por su nombre?
-¿Me llamabais? Me parece haber oído mi nombre. Kevin apareció en el umbral de la puerta, en pijama, con una botella de champán en una mano, dos copas de cristal en la otra, y una sonrisa burlona en los labios.
-Perdóname por haber tardado tanto, cariño...
Nick explotó. Le propinó a su primo un puñetazo tan fuerte, que fue a aterrizar en mitad de la alfombra, en medio de un barullo de cristales rotos. Milagrosamente, la botella de champán quedó intacta.
-Pero, primo Nick, ¿qué modales son esos? -preguntó Kevin frotándose la mandíbula.
Nick no se dignó contestarle. Su terrible mirada se había posado en la cara pálida y desencajada de Miley, que asistía a la escena sin dar crédito a sus ojos. Nick la miró primero a ella y luego a Kevin con gesto de reproche y desprecio. Después dio media vuelta y se marchó.
Miley se volvió a Kevin con gesto acusador.
-¿Se puede saber qué diablo se te ha metido en el cuerpo?
-Maisie me ha dicho que Nick acababa de llegar preguntando por ti y he querido obsequiarle con un recibimiento amigable.
-¿Ah, sí?
-No te enfades, nena, ya sabes que de vez en cuando me acometen unos impulsos insoportables de pinchar un poco al viejo Nick. ¿Has visto qué cara ha puesto? ¡Madre mía!
-Kevin, haz el favor de quitarte de mi vista cuanto antes.
Kevin suspiró arrepentido.
-Lo siento, Miley. Mañana recogeré los cristales rotos. Ten cuidado, no los vayas a pisar. Hasta mañana.
Miley no le contestó. Cuando se hubo marchado, se echó a llorar desconsoladamente y se metió en la cama. ¿Cómo no se habría dado cuenta de que lo estaba echando todo a perder la noche que sucumbió a Nick?
Ya no galoparían más tardes enteras los dos en el mismo caballo, ni irían más noches al ballet, ni verían juntos la televisión comiendo palomitas. Ya no recibiría más llamadas de Nick a altas horas de la noche porque él se encontraba solo y necesitaba hablar. Perder a Nick era como perder una parte de su vida...
¡Bueno! Era un consuelo pensar que aún le quedaba su libertad y su independencia, por muy vacías que éstas le pareciesen sin Nick.
A la mañana siguiente, Miley, pálida y ojerosa, salió temprano de casa para encontrarse con su amigo el policía. Cuando iba a entrar en el coche, Kevin salió a su encuentro.
-Buenos días -dijo-. Perdóname por lo de anoche. ¿Qué tal estás?
Miley no se pudo resistir a su sonrisa de niño, y se olvidó inmediatamente de su rencor.
-Estoy bien. De todas formas, no te sientas culpable. De un tiempo a esta parte, Nick y yo vamos de discusión en discusión.
-Eres una chica estupenda. ¿Dónde vas?
-A Reno's.
Reno's era un restaurante del centro de Houston.
-Estoy empezando con las investigaciones para mi próximo libro.
Kevin frunció el entrecejo.
-Supongo que sabrás que Nick frecuenta ese restaurante, ¿no?
Miley no había caído en eso. Lo que menos le apetecía en aquel momento era encontrarse con Nick. Pero ya era demasiado tarde para llamar al sargento Mulligan, no había tiempo.
-Que tengas suerte, Miley.
-Gracias, Kevin. Adiós.
Miley conoció al sargento Mulligan cuando trabajaba en la revista, y desde entonces había sido una de sus más valiosas fuentes de información.
Charlaron amigablemente mientras saboreaban unos deliciosos espaguetis.
El sargento, hombre de gran experiencia por sus veinte años de servicio en las calles, le describió detalladamente el mundillo de la droga; los distintos tipos de marihuana, de qué países eran importados, los traficantes, los precios... todo. Miley apuntó la información en su cuaderno de notas.
-Es asombroso, ¿verdad? -comentó el policía-. Yo llevo trabajando toda la vida en ello y todavía me fascina. Miley se echó a reír, pero su sonrisa se esfumó cuando sus ojos chocaron con la alta figura de un hombre vestido con traje gris que la miraba con ojos llameantes.
-¡Oh, no! -susurró.
El sargento Mulligan siguió la dirección de su mirada.
-¿Es un amigo tuyo?
-Buena pregunta. Eso me gustaría a mí saber.
Nick Jonas se separó de sus acompañantes y se dirigió hacia la mesa de Miley con paso enérgico y terrible. Ella se echó a temblar, temiéndose cualquier cosa.
-¿Se puede saber a qué juegas? -preguntó sin más preámbulos, echando una mirada de soslayo al sargento-. Te he dicho que habíamos terminado, así que no te va a servir de nada perseguirme.
-¿Que yo te persigo?
-No, no me persigues. Te limitas a venir a mi restaurante favorito.
-Estoy comiendo con un amigo -contestó Miley fríamente-. No persiguiéndote. Yo no me dedico a perseguir a hombres engreídos como tú.
-Tienes el gusto bastante estropeado, Miley. Tu acompañante es demasiado viejo para ti.
-No te dejes engañar por las canas, hijo. Aunque no lo parezca, acabo de salir del instituto -dijo Mulligan en tono sarcástico.
A Nick no le hizo ninguna gracia. En aquel momento parecía que no había sonreído en su vida.
-Ya que estás tan desesperada que has venido a buscarme, estoy dispuesto a hablar contigo.
Cogió una silla y se sentó entre Miley y el sargento.
-Dile a tu amigo que se vaya.
-De eso ni hablar. Yo no tengo nada que decirte.
-¿Ah, no? -contestó Nick midiendo a Mulligan con la mirada-. ¿Es usted un personaje de los bajos fondos, de esos con los que Miley se trata para recabar información?
-¡No! -contestó Miley al límite de su paciencia-. Además, yo no conozco a ningún personaje de los bajos fondos.
-¿Ah, no? ¿Y aquel contrabandista retirado con el que te escribías?
-¿Te quieres callar?
Miley lanzaba angustiadas miradas a Mulligan, que hacía desesperados esfuerzos por conservar su sonrisa.
-Así no vamos a ninguna parte -anunció Nick-. Vente a comer conmigo y hablaremos tranquilamente de lo de anoche.
-Yo no quiero comer contigo -anunció Miley.
-Tú vas a comer conmigo, quieras o no. Miley esbozó una sonrisa.
-Si insistes. Toma, prueba mis espaguetis.
Y, sin dejar de sonreír, Miley cogió su plato de espaguetis y lo volcó sobre Nick. La salsa de tomate corrió en regueros por sus piernas, echando a perder la carísima tela de los pantalones.
Cuando llegaron al aparcamiento, el sargento Mulligan todavía tenía lágrimas en los ojos de lo mucho que se había reído.
-Nunca olvidaré la cara de Jonas. A partir de hoy he decidido no llevarte la contraria nunca, Miley.
Miley también se reía a mandíbula batiente.
-Yo no sé qué ha sido mejor, si la salsa de tomate o el susto que se ha llevado al enterarse de que eras policía después de todas las barbaridades que ha dicho.
-Siento que no pudieras terminarte la comida. ¿Quieres que vayamos a otro sitio a ver si te la dejan terminar?
-No, gracias, se me ha quitado el apetito. Te agradezco mucho la ayuda que me has prestado. Si alguna vez me necesitas para algo, ya sabes dónde estoy.
Horas después, cuando Miley se hallaba en el apartamento pasando a limpio sus notas, se empezó a preguntar si habría hecho bien negándose a las tentativas de Nick. Quizás lo que él quería era disculparse por sus acusaciones de antes. Quizás quería reconciliarse.
O quizás lo único que buscaba era volver a la cama... porque Nick le había pedido que fuera a vivir a su casa, pero no que se casara con él.
Y lo que más le dolía a Miley era que Nick la considerase como una mujer más.
Poco a poco, había ido llegando a la conclusión de que lo que más deseaba en el mundo era compartir su vida con Nick; tener hijos suyos, amarle para siempre. Pero no estaba dispuesta a ser relegada a un rincón escondido, como un entretenimiento vergonzoso que no se quiere dar a conocer al resto de la gente. Se levantó de su escritorio y miró por la ventana. Si seguía así, Nick iba a acabar con ella antes de que ella terminase con el libro. No recordaba haberse sentido tan vacía y tan sola nunca en su vida.
 Transcurrieron varios días sin que Miley saliera de aquel estado de depresión. Le costó un enorme esfuerzo de voluntad no llamar a Josito para averiguar si Nick se encontraba o no en Houston. En medio de su tristeza se lo imaginaba saliendo con Melody por la ciudad, sin importarle en absoluto que Miley hubiera desaparecido de su vida para siempre. Al fin y al cabo, eran incontables las mujeres que aspiraban a compartir su cama. Y ella era una más, probablemente a raíz de lo de aquella noche la había perdido todo el respeto.
El viernes por la noche, Kevin, viéndola en aquel penoso estado, insistió en llevarla a una discoteca.
-Te encantará -le aseguró-. Se puede cenar una carne asada buenísima, y la música está tan alta que llegas a olvidarte de tu propio nombre. Es el sitio de moda de la gente joven. -¿Cómo de joven? -preguntó Miley.
-No te preocupes, nena. Si nos vestimos adecuadamente, pasaremos inadvertidos.
-Hombre, muchas gracias -gruñó ella-. No sabía que pareciera tan vieja.
-Bueno, los dos tenemos la misma edad. Miley suspiró.
-Yo últimamente me siento como si hubiera llegado a los cuarenta. Tengo la terrible sensación de que estoy de vuelta de todo. Pero iré contigo.
Kevin sonrió.
-¡Así me gusta mi chica!
Miley tendría que haberle preguntado a Kevin por qué la llevaba a una discoteca cuando sus gustos musicales empezaban en Verdi y terminaban en Wagner. Hasta que no estuvieron sentados en una mesa, frente a la pista iluminada con luces multicolores y sumidos en una música atronadora, Miley no se percató de las intenciones de Kevin. A pocos metros de ellos, unas mesas más allá, se encontraba Nick acompañado de Melody, que por muy poco no estaba sentada sobre sus rodillas.
-No sé qué te haría -le dijo a Kevin dulcemente-. Sí, creo que te envenenaría y después contemplaría los lentos espasmos de tu muerte. ¡Eso haría!
Kevin bebió un sorbo de vino. Le brillaban los ojos de malicia.
-Me apuesto lo que quieras que no lo harías. Lo que pasa es que sabía que no hacías más que pensar en él, así que llamé a Josito y le pregunté dónde iba a estar. Es decir, le pedí a Maisie que llamara. El resto me ha resultado muy fácil.
Miley arrojó su servilleta sobre la mesa, indignada.
-¡Me parece magnífico! ¡Llévame a casa ahora mismo!
-No, no puedo. Mira, si te ve salir ahora con esa cara, se va a creer que estás celosa.
-No estoy celosa.
-Sí lo estás.
De pronto, Miley se sintió observada, y en cuanto levantó la cabeza se encontró con los ojos penetrantes de Nick. La miraba con un rictus rígido. Rápidamente bajó la cabeza; el corazón le latía atropelladamente.
-¡Menuda miradita! -exclamó Kevin irónicamente-. Está furioso, ¿verdad?
-Sabes perfectamente que sería capaz de marcharme andando a casa con tal de no encontrarme con Nick.
-Pues si la cara de mi querido primo expresa lo que me parece que expresa, creo que él estaría dispuesto a hacer lo mismo por su parte. Y Melody parece que le va a engullir de un momento a otro. Es preciosa esa chiquilla, ¿verdad? Es tan joven... Miley se sintió herida por aquel comentario, y le dirigió a Kevin una mirada fulminante.
-Sí, esa chica lo tiene todo -dijo con la más dulce de sus sonrisas-. Nick está de suerte.
-Qué raro -observó Kevin-. Eso no fue lo que me dijiste en la fiesta de Elise. De hecho, si no recuerdo mal, hiciste todo lo posible por rescatarle de entre sus garras.
-Entonces éramos amigos -dijo ella tristemente.
-Espero que por lo menos sigas considerándote amiga mía. Miley suspiró.
-Sí, supongo que lo soy. Con un carácter tan insoportable como el tuyo, estás muy necesitado de amistad. Tienes suerte de que yo sea una persona bastante paciente.
Kevin se echó a reír.
-Anda, sal conmigo a bailar. Vamos a enseñarles a esos dos lo que es bueno.
-Yo no sé bailar como esta gente -murmuró Miley cuando se dirigían a la pista.
-Es muy fácil. Lo único que tienes que hacer es imaginarte que estás pisando huevos. Lo demás sale solo.
Miley intentó pasar junto a la mesa de Nick sin mirar siquiera, pero no sirvió de nada, porque, como era de esperar, Kevin se paró en ese momento y le dedicó la mejor de sus sonrisas a su primo.
-Hombre, hombre; si está aquí mi querido primo Nick. Y... ¿quién eres tú? Melody, ¿verdad? -añadió dirigiéndole una intensa mirada a la rubia-. Melody, me parece que no lo sabes, pero Miley es muy amiga de John.
-Sí, la conozco muy bien -replicó Nick.
-Comimos juntos la semana pasada -le comentó Miley a Melody amigablemente-. Tomamos espaguetis, ¿verdad? -añadió mirando a Nick.
-Sí, eso me pareció -contestó él.
-No sabía que a ti te gustasen las discotecas, primo -dijo Kevin con malicia.
-A Melody le encantan -replicó Nick fríamente. Miley empezaba a sentir que la sangre le hervía en las venas, no obstante se las ingenió para esbozar una sonrisa.
-¡Claro, la gente joven es muy dada a frecuentar discotecas! Aunque, a tu edad, amigo mío, estos bailes tan movidos pueden ser perjudiciales. Sobre todo teniendo en cuenta tu artritis galopante.
-Yo no tengo artritis.
-Eso crees. Pero últimamente no has hecho más que quejarte de dolores a todas horas.
-Sí, pero ahora he encontrado un remedio perfecto para esos dolores -le contestó, pasándole a Melody el brazo por los hombros.
La muchachita se apoyó en él y dirigió una mirada triunfante a Miley.
-Vámonos, cariño -dijo entonces Kevin cogiéndola por la cintura.
Miley se dejó conducir a la pista. La embargó una tristeza desmesurada al pensar que sólo dos semanas atrás Nick y ella habían compartido lo más maravilloso que dos personas podían compartir y que, de pronto, se encontraban completamente alejados, como si no se conocieran.
Mientras bailaban, Nick y Melody acudieron a la pista. Nick bailaba maravillosamente, y la mayoría de las chicas de la discoteca le dirigían miradas lánguidas.
Miley, por su parte, se dejó llevar por la música, concentrándose en el ritmo y abandonando el cuerpo con tal sensualidad que también atraía la atención de buena parte de la concurrencia masculina.
Aquélla, sin lugar a dudas, fue la mejor actuación de su vida; bailó y rió hasta la saciedad mientras que el corazón se le desgarraba por dentro.
Unos minutos más tarde, Melody dejó a Nick un momento porque iba al cuarto de baño. Kevin aprovechó la ocasión y se fue al bar, dejando a Nick y a Miley solos.
-No vas a conseguir nada -dijo él.
-¿Cómo? -preguntó Miley.
-Que no vas a conseguir nada siguiéndome a todas partes -repitió él con su arrogancia habitual.
Miley tuvo que contenerse para no arrojarse en sus brazos.
-Yo no te estoy persiguiendo.
-Entonces, ¿quién llamó a Josito y le preguntó dónde iba a estar yo esta noche? Josito me dijo que eras tú.
-¡Era Maisie! -exclamó Miley sin pararse a pensar.
-Da igual, sería porque tú se lo pediste. Bueno, continúa. Ahora dime que mi primo entró en tu habitación por gastarme una broma.
-Pues sí, ésa es la verdad -dijo Miley dirigiéndole sin querer una mirada suplicante-Lo hizo para pincharte.
-Me molestó un poco, pero a los cinco minutos ya se me había pasado. ¡Cuando me puse a razonar me di cuenta de que no me importaba en absoluto lo que tú hagas o dejes de hacer! Yo no deseo a las mujeres que en cuanto salen de mi cama corren a meterse en la de otro.
-Y entonces, ¿qué es lo que haces tú abrazándote en público con Melody?
Se miraron a los ojos, y fue como si de pronto todo estuviera olvidado y empezasen de nuevo desde el principio; el uno frente al otro, deseándose tanto que nada más importaba. Llevada por aquella fuerza, Miley avanzó un paso hacia el y tropezó pesadamente.
Si Nick no la hubiera agarrado rápidamente, hubiera caído al suelo.
-¿Qué te pasa? ¿Es que has bebido?
Miley tomó una gran bocanada de aire, agradeciendo infinitamente aquel repentino acercamiento de Nick.
-He resbalado -dijo en tono desafiante.
-Bueno, pues haz el favor de calmarte -rugió Nick, asiéndola con más fuerza-. Ésta no es la fiesta de Elise, y yo no estoy dispuesto a que finjas un desmayo para sacarte de aquí. Te he dicho que lo nuestro ha terminado y te lo vuelvo a repetir. Ya no te deseo, Miley.
Miley nunca hubiera pensado que unas cuantas palabras pudieran hacerle tanto daño. Miró a Nick alucinada. Sus ojos verdes, cuajados de lágrimas, delataban el dolor que se había desencadenado en su interior.
En cuanto reaccionó, volvió la cara y se desasió de sus manos.
-Perdóname, me tengo que ir -dijo con la mayor corrección de que fue capaz.
-Miley...
En aquella manera de llamarla se escondía una inusitada debilidad, una especie de súplica. Pero ella no podía esperar ni un momento más.
Se alejó hacia el cuarto de baño. Una vez allí, pasó de largo ante Melody y se introdujo en uno de los cuartitos para tranquilizarse. Contó hasta diez y se prometió a sí misma que no iba a llorar bajo ningún concepto.
Después, se unió a Melody, que se estaba pintando los labios frente al espejo.
-¿Te pasa algo? -le preguntó Melody dirigiéndole una mirada más bien indiferente-. No tienes muy buena cara que digamos.
-Creo que he bebido demasiado vino -mintió Miley.
-Buenos, pues yo vuelvo con Nicky antes de que empiece a echarme de menos. ¡Ay! -suspiró poniendo los ojos en blanco-. ¡Es un hombre tan varonil...! Vamos a pasar el próximo fin de semana en Nassau, los dos solos. Ya sabes que él tiene una casa allí. ¡Estoy impaciente! Bueno, hasta luego, chata, que te mejores. ¡Chao!
En cuanto salió, Miley dio rienda suelta a las lágrimas que había estado conteniendo toda la noche. Odiaba a Nick, y a Melody, y lo único que deseaba era marcharse a casa y olvidarse de todo.
Cuando volvió a la mesa donde la esperaba Kevin, éste la miró con el ceño fruncido.
-¿Qué te ocurre? -preguntó alarmado.
-¿Cómo?
-¡Pareces un cadáver! Vámonos ahora mismo.
-Pero...
-No hay peros que valgan. No debería haberte traído aquí. Te pido perdón, Miley. Vamos.
Y enlazándola por la cintura la condujo hacia la salida. Miley no se atrevió a mirar a Nick cuando pasaron junto a él. Tenía que acostumbrarse a la terrible realidad de que él no la quería.
Cuando llegaron a casa, Kevin la acompañó hasta la puerta del estudio.
-¿Qué te ha hecho Nick para que te disgustes tanto? Miley sacudió la cabeza con una sonrisa.
-Nada. Ha sido la impresión de volver a verle.
Kevin se metió las manos en los bolsillos, con gesto apesadumbrado.
-Ha sido culpa mía. Tú eres la única debilidad de Nick. O por lo menos lo eras. La única que recuerdo.
Entraron y Miley se sentó en el sofá.
-¿Se puede saber por qué le odias tanto, Kevin? No creo que sea porque tu padre le dejara a el las posesiones...
Kevin soltó una amarga carcajada. Su expresión se tornó dura.
-Nick y yo nos criamos juntos. Vivió con nosotros el tiempo que su padre estuvo sirviendo en el cuerpo de los Marines. En cuanto llegó Nick, mi vida cambió completamente, siempre en función de él y de lo que él quería. Mi padre le prefería a él. Nick nunca hacía nada mal, mientras que yo, según el, no hacía nada a derechas. Nick se quedó con nosotros hasta que yo cumplí dieciséis años; lo suficiente para privarme del cariño de mi padre, porque yo nunca conseguí estar a la altura de mi querido Nick. Y no te creas que a mí me importaba tanto; yo hubiera sido capaz de tragar sin rechistar todo aquello, incluido lo de la herencia. Pero cuando él se casó con Ellen...
Por fin comprendió todo aquel misterio de odio y resentimientos. Kevin tenía la mirada perdida y triste.
-Tú la amabas...
-Sí, la adoraba. Era mi novia... hasta que Nick se interpuso.
-Pero él la quería -comentó Miley recordando las raras veces que Nick le hablaba del tema.
-Nick era su dueño y señor. Ellen tenía que pedirle permiso hasta para respirar. La tenía en un puño, no podía desenvolver una vida propia -añadió amargamente-. Y Nick sólo vivía para sus negocios. Las noches que ella pasaba sola, las vacaciones que Nick se marchaba...
Miley se puso de pie y apoyó una mano en su hombro.
-Kevin, ella pudo haberle dejado. La mayoría de las personas viven encerradas en prisiones que ellas mismas se levantan. No se puede descargar la responsabilidad sobre los hombros de los demás. La felicidad está en cada uno.
Kevin lanzó un profundo suspiro.
-¿Qué importa ya? Ellen está muerta y la vida debe continuar. Me mantiene vivo martirizar a Nick, sabes. Es una razón para levantarme cada mañana.
-¡Pues qué razón tan estúpida! Kevin se sonrojó.
-¿Cómo dices?
-El mundo no fue creado para ser un depósito de cadáveres. Ellen está muerta, y tú todavía eres joven y tienes mucho que ofrecer a otras mujeres. ¿Por qué no dejas de pasear alrededor de su sepultura y vives un poquito? Si sigues así, un buen día te darás cuenta de que ya no eres capaz de amar.
Kevin la miró como sacudido por un golpe.
-¿Estás enamorada de Nick, Miley?
-Nick era mi amigo -replicó ella apartando la mirada-. Estoy muy cansada, Kevin. Buenas noches.
Cuando llegó el día del baile anual de Caridad, dos semanas después, Miley se había organizado su vida, volcándose en su nuevo libro.
Trabajaba muchas horas diarias, así que agradeció la pequeña distracción que significaba el baile. En el último momento surgió un imprevisto y Kevin no pudo acompañarla. Ella no tenía más remedio que asistir, ya que formaba parte del comité de organización. Con un poco de suerte, Nick estaría ausente de la ciudad en alguno de sus viajes.
Nada más entrar por la puerta del majestuoso edificio vio a Nick Jonas.
Miley le contempló temblorosa, maravillada como siempre por su elegancia. En aquel momento él se volvió a su vez y la miró de arriba a abajo, con esa mirada suya que parecía desnudarla.
De alguna manera se las arregló para evitarle toda la noche. Afortunadamente, conocía a la mayoría de los invitados y no estuvo sola ni un momento.
Casi al final de la fiesta, poco antes de las doce, Jack Rafter, un amigo común de Miley y Nick, fue hacia ella y la cogió de la mano, diciendo:
-Por fin te encuentro. Nick, ven, mira, aquí está Miley. Ya que los dos estáis libres para este baile, que es el último, qué mejor pareja, ¿no? Venga, venga, ¡no habéis bailado juntos en toda la noche!
Miley le hubiera dado con el bolso en la cabeza a aquel hombrecillo.
-¿Bailas entonces? -preguntó Nick con toda corrección. La orquesta empezó a tocar una melodía lenta y romántica.
-Siento mucho que no tengas más remedio que bailar con¬migo -dijo Miley, completamente rígida entre los brazos de Nick.
-Pues me ha dado la impresión de que tú habrías echado a correr si hubieras podido. Pero, ¿hacer tú una escena? ¡Eso nunca!
Miley se sonrió y bajó los ojos. Nick respiró profundamente y la abrazó con más fuerza. Mucho más cerca, sus muslos se rozaban al moverse.
Aquella mano grande y cálida empezaba a causarle estremecimientos. Sentía el aliento de Nick en la frente.
-Relájate -le susurró él al oído-. Sólo un momento. Quiero... sentirte cerca de mí una vez más.
No debería haberlo hecho, pero Miley se sentía incapaz de resistirse después de todas las tensiones y sufrimientos de aquellos últimos días. Dejó su cuerpo como muerto contra el de Nick, y él la sujetó por la cintura. Bailaron así, pegados completamente el uno al otro. Luego, Nick apoyó la mejilla en su sien y rozó con sus labios la piel tersa de Miley. Mientras tanto, hundía los dedos en su carne, sin que ninguna queja se, escapase de sus labios. Poco a poco el abrazo se hizo más intenso, hasta que Miley sintió que una especie de incendio se desataba en su interior.
-Nick... -susurró con voz quejosa.
-¿Más cerca? ¿Quieres que te abrace así?
Nick bajó los brazos y la estrechó contra sí en el más íntimo de los contactos. Miley escondió la cabeza en su pecho. Entonces sintió que él se estremecía.
-¡No! -susurró con angustia-. ¡No, por favor! ¡No puedo... soportarlo!
-Todavía me deseas, Miley. No puedes ocultarlo.
-¡No!
Se apartó de él con los ojos cuajados de lágrimas.
-Hemos terminado, tal y como me dijiste. Me dijiste... que ya no me deseabas.
Con estas palabras, dio media vuelta y salió corriendo al jardín. Cuando quiso darse cuenta, él la había alcanzado y la retenía en la oscuridad contra una de las grandes columnas de la entrada.
-¡No te vayas! ¡Me estás volviendo loco!
Miley se limpió las lágrimas con el reverso de la mano.
-Te equivocas de mujer. ¿Es que no te acuerdas de tu rubia amiguita?
Nick la zarandeó suavemente.
-¡No pienses ahora en Melody!
-Pero, Nick, si es una chica dulce, complaciente, joven... -siguió diciendo Miley luchando desesperadamente por desasirse de sus brazos.
-¡Cállate!
Miley se echó un poco hacia atrás para mirarle y soltó una amarga carcajada.
-¿Qué te pasa, Nick, es que te molesto?
-¿Y tú me lo preguntas? -rugió Nick con una mirada que asustaba-. Dime por que entró mi primo en tu cuarto aquella noche.
-¿Cómo dices?
-Quiero que me des una explicación si es que la hay.
-¡Me conmueve tu generosidad, Nick! Es una pena que haya decidido no darte ninguna explicación de nada.
Los brazos de Nick la apretaron con brutalidad.
-Tú me deseas tanto como yo a ti, y me vas a decir lo que quiero saber de todas formas -se inclinó y la besó en la boca. En ese momento ella se sintió en el paraíso. Por mucho que lo intentó, Miley no pudo aparentar frialdad. Así que hundió las uñas en sus brazos, y abrió la boca para recibir su beso con ansiedad.
-Dios mío, cómo te necesito -susurró Nick contra sus labios, mordiéndola, besándola, trazando sus contornos con la lengua-. ¡Te necesito!
Miley hubiera querido decir lo mismo, pero hacía rato que la capacidad de articular palabra la había abandonado. Cerró los brazos alrededor de su cuello y se dejó abrazar, completamente abandonada a lo que él quisiera.
-Vente a casa conmigo, Miley -susurró él, estremecido por un escalofrío de deseo.
Al mismo tiempo, presionó las caderas de Miley contra las suyas para hacerle sentir su evidente excitación. Pero ella hizo un esfuerzo sobrehumano para recobrar la tranquilidad y se separó de él con firmeza. Sorprendentemente, Nick no se resistió.
-No, Nick.
-¿Es que prefieres a mi primo? -rugió él. Miley le miró, estaba roja de indignación.
-¡Maldito seas! -exclamó fuera de sí.
-Cálmate -le dijo entonces él, volviendo a tomarla entre sus brazos-. Vente a casa conmigo. Lo estás deseando.
Miley volvió la cara y dijo con voz trémula: -Reconozco que te debo mucho porque me has enseñado a conocer mi cuerpo y a perder el miedo al sexo. Pero me tengo que marchar, porque Kevin me está esperando en casa. Se apartó definitivamente. Después de aquella mentira, se sentía incapaz de mirarle a la cara.
Pero mentir era la única manera de evitar que se la llevase a la cama.
-Entonces no te retengo más -dijo Nick después de un momento-. Al fin y al cabo, qué más da un cuerpo que otro. Miley dio media vuelta y echó a correr para ocultar las lágrimas.
De pronto le pareció que la vida sin Nick no tenía ningún sentido.

Novela Niley "Amigos y Amantes" Cap 6





Todavía llovía a cántaros cuando el taxi dobló la esquina de la calle de Miley.
-¡Menuda nochecita llevamos! -comentó el taxista-. En mi vida había visto unos relámpagos tan fuertes. ¡Fíjese lo que ha hecho un rayo en esa casa!
Y era precisamente la casa de Miley. El viejo roble, arrancado de cuajo, se había venido abajo aplastando en su caída el pequeño Volkswagen y el techo del salón.
-¡Dios mío! Por favor, pare. Ésa es mi casa. ¡Qué desgracia! El hombre la miró con gesto compasivo y la dejó allí mismo. Inmóvil, Miley sentía mezclarse la lluvia con sus lágrimas mientras contemplaba aquel desastre. El coche estaba destrozado, y en cuanto a la casa...
Ella no era un mujer débil; por lo general sabía salir airosa de las situaciones difíciles. Pero en aquel momento todo lo veía negro y le hubiese gustado que Nick no se hubiese marchado a Denver para poder llamarle.
¡Cuántas veces le había dicho Nick que cortase el dichoso árbol!
-¡Miley!
Kevin Jonas acababa de salir por la puerta de la vecina. Miley corrió a refugiarse en sus brazos.
-¡Gracias a Dios! -exclamó él-. Me estaba volviendo loco buscándote. ¿Se puede saber dónde estabas?
-Eso es lo de menos -gimió Miley, que no quería contestar-. Mira mi casa. ¡Mira mi pobrecito coche! ¡Oh, Kevin! Se secó las lágrimas con el reverso de la mano.
-Iba a entrar ahora mismo a preparar un café... -murmuró llorando desconsoladamente.
-Anda, vente a casa conmigo. Puedes quedarte en mi estudio, si quieres, porque ahora voy a pasarme una temporada sin pintar. Te lo dejo hasta que te arreglen el tejado. Ya verás como no es tan terrible.
-¡Mi coche! -sollozó Miley, que no salía de su aturdimiento.
-De todas formas, necesitabas uno nuevo. El motor del Volkswagen estaba hecho una porquería.
-Pero si estaba bien. Todavía podía aguantar una temporada más.
-Todo se pega menos la hermosura, dice el refrán. Se nota que frecuentas la compañía de Nick. Ese coche estaba ya para tirarlo a la chatarra, querida.
Miley se miró el vestido, que estaba empapado.
-¡No tengo ropa!
-Quédate aquí. Voy a ver si puedo entrar y te traigo algo. Parece que el árbol sólo ha alcanzado el techo del salón. Lo demás está bien.
-Pero a lo mejor es peligroso que entres, Kevin.
-No te preocupes.
-La señorita Rose... -exclamó Miley alarmada.
-Está perfectamente -la tranquilizó Kevin-. Cuando vi este desastre fui corriendo a su casa. Después te estuve llamando como un loco toda la noche. La señorita Rose me dijo que ayer pasó a recogerte un hombre con un Ferrari y que todavía no habías vuelto. Es una mujer muy observadora, y una romántica terrible. Estaba convencida de que Nick y tú os habíais fugado con la intención de casaros.
Miley se había puesto colorada hasta las orejas.
-Pues se equivocaba, la pobre.
-Bueno, bueno, no me des explicaciones, porque no es asunto mío -dijo Kevin, aunque su mirada curiosa le desmentía— Voy a ver qué se puede rescatar de ahí dentro.
Miley se quedó allí, bajo la fría lluvia.A su mente acudieron los momentos vividos con Nick aquella noche. Podía sentir aún el roce de sus labios en cada pliegue de su piel.
Por la mañana, al despertar, su actitud había sido distinta. Él se había mostrado reticente, y ella, tímida y turbada. Nick le dijo que hablarían con tranquilidad cuando él volviera de Denver. Después la había dejado en el taxi y había vuelto a entrar en la casa sin mirarla siquiera...
-Te he dicho que si quieres que nos marchemos ya -le gritó Kevin al oído-. He cerrado las habitaciones que no han sido dañadas para que no entre agua. El árbol sólo ha causado desperfectos en el salón, y creo que tampoco son demasiado graves. Lo peor va a ser retirar el árbol.
-Bueno, ya llamaré a alguien. Ahora me gustaría cambiarme; me estoy quedando helada.
-Vamos entonces. Tengo aparcado el coche en casa de la señorita Rose.
En cuanto se pusieron en camino, el joven le hizo la fatídica pregunta.
-Bueno, ¿me quieres decir dónde has estado en realidad? Ya sé que no has pasado toda la noche con Nick; te conozco demasiado bien para pensar eso.
Miley se rió para sus adentros. A él le miró con una sonrisa apenas esbozada, y se encogió de hombros.
-Te mueres de curiosidad, ¿eh? Puede ser que haya cometido algún asesinato, como trabajo de investigación para mi próximo libro.
Kevin suspiró tristemente.
-Claro, y ahora a mí me acusarán de complicidad.
Miley se echó a reír, recostándose en el asiento.
-Kevin, te agradezco mucho que me dejes tu estudio. ¿No lo necesitarás para recibir a... algún amigo? -dijo con un ritintín burlón.
-Pues eso eres tú precisamente, una amiga.
-Lo que no sé es lo que va a pasar cuando Nick Jonas se entere de dónde estoy.
-La señorita Rose te ha ofrecido una habitación en su casa -señaló Kevin.
-La señorita Rose es miembro de la Asociación Histórica de Viudas de Guerra, por si no lo sabías.
-¿Y?
-Pues que de vez en cuando les gusta recordar la Primera Guerra Mundial. Se reúnen unas cuantas ancianitas y recitan poesías, cantan canciones militares, y todo eso.
-Conociendo a la señorita Rose, no me sorprende nada. Además, pensó Miley para sí, ella prefería la tranquilidad de la casa de Kevin. No le importaba la posible reacción de Nick porque, por muy maravillosa que hubiese sido aquella noche, ella no estaba dispuesta a ser tratada como una propiedad más.
El estudio de Kevin era una gran habitación adosada a la parte trasera de su casa.
Constaba de un amplio salón con una cama, un cuarto de baño completo y una cocina. La sala estaba un poco desordenada, con cuadros a medio terminar por doquier, pero a Miley no le importaba, porque ella lo único que necesitaba para escribir era una mesa con buena luz.
Cuando desempaquetó la maleta que Kevin había sacado de su casa, echó en falta la ropa interior y la máquina de escribir. En cuanto pudiera disponer de un coche, tendría que volver allí para buscar esas cosas tan necesarias.
Después de ducharse y de vestirse, fue a la casa a buscar a Kevin.
-Oye, ¿te importa que coja uno de tus coches? -preguntó sin más preámbulos-. Tengo que empezar a buscar un sustituto de mi Volkswagen.
-No tengas prisa. Puedes usar mi Lincoln cuando lo necesites.
-El Lincoln es demasiado grande -dijo Miley, aunque era una excusa porque no le gustaba depender de nadie-. Verás, es que yo sin coche no hago nada. ¿Por qué no me acompañas a una tienda de venta de coches? ¿Tienes tiempo?
-Ya sabes que por ti hago cualquier cosa.
Salieron en el enorme Lincoln.
-Bueno, ¿y qué tipo de coche quieres? ¿Un Fiat, un Ferrari...?
-No, un Volkswagen -dijo ella con firmeza.
-Pero si tú no eres una escritorcilla muerta de hambre, ni muchísimo menos.
-Es que me gustan los Volkswagen. Consumen poca gasolina, corren mucho y son muy listos.
-Dios me asista. Vámonos anda, antes de que te pongas a hablar con el coche.
Cuando hubieron terminado con la compra, que finalmente resultó ser un pequeño Volkswagen amarillo, prácticamente exacto a su malogrado coche, Miley fue a su casa. Cuando llegó, ya estaban los albañiles allí, acabando de retirar el enorme tronco derrumbado. Al ver su cochecito aplastado se le encogió el corazón como si se tratase de un viejo amigo. Después entró en la casa cogió las pocas cosas que necesitaba, y volvió al estudio de Kevin.
Transcurrieron dos días sin que recibiera noticia alguna de Nick; dos días que pasó sentada ante la máquina de escribir, trabajando arduamente en la caracterización de los personajes y los escenarios de la segunda parte de La torre de los ruidos.
En muchos aspectos prefería el método de trabajo que solía seguir cuando escribía por las noches, después de volver de la revista donde trabajaba.
Entonces aprovechaba mejor el tiempo, porque cuando dejó la revista y se dedicó por entero a sus novelas, adquirió algunas malas costumbres, tales como acudir a la oficina de correos todas las mañanas a recoger la correspondencia. Eso significaba que no se ponía a trabajar hasta bien entrada la mañana; además, añadiendo a eso la interrupción de la comida, su inspiración se veía bastante perjudicada.
Los recuerdos también le impedían concentrarse. Recuerdos de la larga y turbulenta noche pasada con Nick Jonas. Nick había sido extremadamente paciente y tierno; supo refrenar sus deseos el tiempo necesario para que Miley sintiera plenamente el momento final. Pero la segunda vez fue diferente; Nick la amó sin contemplaciones, apasionadamente, llegando a perder el control. Después se había disculpado por ello, cosa que a Miley le extrañó.
Miley había opuesto cierta resistencia al principio, recordando con cierto miedo el dolor pasado. Pero Nick supo calmarla con sus suaves palabras y con sus manos llenas de ternura.
Después la había acariciado y besado hasta que ella tuvo que suplicarle que acabase de una vez aquel exquisito tormento. Y así habían pasado toda la noche de lluvia, rayos y truenos, el uno en brazos del otro, hasta que el amanecer se hizo visible tras las cortinas.
Nick sólo pudo dormir una hora, porque tenía que marcharse en viaje de negocios a Denver. Después de oír el despertador, Miley le miró vestirse sin atreverse a salir de la cama por pudor. Él, dándose cuenta, sin duda, no dijo nada y salió de la habitación cuando ella se fue a vestir.
Apenas hablaron. La acompañó al taxi, y Miley advirtió en sus ojos grises una mirada culpable, llena de angustia, arrepentida.
Miley sacudió la cabeza releyendo el único párrafo que llevaba escrito en toda la mañana.
¿Por qué se había despertado así Nick si por la noche fue tan cariñoso, tan tierno?
-Si te hago daño, dímelo -le había susurrado en el último momento-. No quiero hacerte daño, quiero que sea perfecto. Perfecto...
-Es maravilloso.
Y entonces se había sentido sumergida en un mar de sensaciones nuevas; un placer que rayaba en la locura.
Miley cerró los ojos, abrumada por el recuerdo.
Se levantó y tapó la máquina de escribir. Se daba por vencida; si seguía pensando en Nick no iba a poder trabajar, así que se preparó un sándwich de queso y una taza de café. Con un poco de suerte, más tarde recuperaría la inspiración.
Pero a las nueve, en vista de que no había adelantado ni una línea, decidió abandonar por completo, ducharse y marcharse temprano a la cama.
La sensación cálida y tonificante del agua sobre su piel volvió a traerle recuerdos sensuales de caricias. Cerró los ojos, exasperada. No, no quería recordar.
Se había entregado a Nick una vez, y de ahí a convertirse en su amante sólo había un paso. ¡Pero ella no estaba dispuesta! No quería ser la amiguita de Nick, un cero a la izquierda. En el fondo le parecía inmoral mantener una relación de esa índole, a la vista de todo Houston.
Salió de la ducha, se secó y se cepilló cuidadosamente el pelo.
Sumida en sus cavilaciones, salió a la salita completamente desnuda.
De pronto oyó un fuerte portazo y unos pasos. Antes de que pudiera darse cuenta de que alguien se acercaba por el jardín, la puerta del apartamento se abrió de golpe y apareció la figura furiosa de Nick Jonas.

viernes, 6 de agosto de 2010

Novela Niley "Amigos y Amantes" Cap 5





Esa noche, El lago de los cisnes le pareció más hermoso que nunca.
Las bailarinas flotaban en el escenario como seres fantásticos. Por supuesto, el hecho de que Nick la tuviese cogida de la mano durante toda la representación no tenía nada que ver con el entusiasmo de Miley.
Durante el descanso, en el vestíbulo, Nick se fumó un cigarro sin apartar los ojos un momento de ella, Miley era el centro de atención de muchos de los hombres del teatro.
-Me gusta cómo te sienta ese color. Te resalta los ojos. Miley sonrió.
-A ti tampoco te queda nada mal tu traje. Hay una morena en nuestra misma fila que no ha dejado de mirarte ni un momento.
Nick esbozó una sonrisa maliciosa.
-¿Ah, sí? Luego me tienes que decir quién es.
-De eso nada -dijo Miley en un arranque de celos. Anda, vamos a entrar ya.
Nick se acercó a ella, la cogió por la barbilla y la miró a los ojos.
-Me gusta que seas así de posesiva.
-Yo no quiero agobiarte, Nick. Cierta vez me dijiste que no te gusta que nadie se te aproxime demasiado, no sé si te acuerdas.
-Dije nadie, no tú -contestó él-. Puedes acercarte cuanto quieras; ten por seguro que yo no te voy a rechazar.
-Pues en los últimos días no has hecho otra cosa-dijo Miley escudriñándole los ojos.
Nick se puso súbitamente serio.
-¿No sabes todavía por qué era? ¿No te lo imaginas?
Recordando sus besos, su manera de mirarla y acariciarla, Miley empezaba a comprender cada vez más el motivo de su reciente comportamiento.
-Así, mírame -dijo entonces Nick con voz ronca.
-Claro... me gusta mirarte -dijo Miley, como hipnotizada.
-No es eso lo que quiero decirte. ¿Te das cuenta de que estás empezando a mirarme como a un hombre?
Aquella conversación estaba amenazando con hacer todavía más intrincado el cúmulo de confusas ideas que tenía. Miley bajó los ojos y dijo:
-Siempre te he mirado así.
-Así no, y tú lo sabes. Desde hace unas semanas todos han sido diferentes. Dime, Miley, ¿qué se esconde detrás de esos repentinos impulsos por tocarme?
-Soy una persona de carne y hueso.
-De eso nada -replicó él-. Tú nunca tocas a nadie, nena, sea hombre o mujer. Fue una de las cosas que me llamó la atención cuando te conocí. En ese aspecto resultabas un tanto fastidiosa.
-Ya sabes que no he conocido a mi madre. Y mi padre, aunque estábamos muy unidos, nunca fue muy afectuoso.
-Yo no te he pedido que te justifiques, simplemente te estaba preguntando que por qué te gusta tocarme.
Miley tuvo que reprimir el impulso de echar a correr. Para no hacerlo, se aferró al bolso con todas sus fuerzas.
-Oh, Dios mío, ¿por qué empezaré yo estas conversaciones? -exclamó Nick mirando al techo-. ¿Qué prefieres, seguir viendo el ballet o ir a casa a ver si Josito tiene ya lista la cena? Lo único que he tomado en todo el día ha sido tu cerveza. Miley le miró indignada.
-¡Nick! ¡No me digas que no has desayunado!
-No he tenido tiempo. La dichosa máquina se rompió y amenazaba lluvia. Y cuando por fin terminamos, tuve que ir corriendo a casa a ducharme y afeitarme a toda prisa para llegar a tiempo al teatro.
-¿Y por qué no me lo dijiste? A mí no me hubiera importado perderme el ballet, de verdad. Vámonos, no vaya a ser que te dé un mareo y tengas que salir de aquí en camilla.
-¡Qué se pensaría la gente! ¿Te imaginas?
Salieron y tuvieron que correr hasta el Ferrari, porque ya empezaba a caer los primeros goterones del anunciado chaparrón.
-De todas maneras, no sé cómo no te compras una máquina nueva -dijo Miley cuando ya estaban dentro del coche.
-Es muy difícil arrancarse las viejas costumbres, nena. Cuando me fui a vivir con mi padre y empezamos a sacar petróleo, empleábamos aparejos provisionales por falta de recursos. Éramos capaces de arrancar un coche de la chatarra y ponerlo a funcionar con cartones de embalar y horquillas.
-Ahora puedes permitirte tener un Ferrari y un Rolls. Y, aún así, estoy convencida de que de vez en cuando añoras los viejos tiempos.
Nick se encendió un cigarro sin soltar el volante.
-Es verdad. ¿Sabes? Antes yo tenía tiempo para montar a caballo todas las mañanas, como hicimos el otro día. Miley contemplaba a través de la ventanilla las luces nocturnas de Houston. Llovía.
-¿También te dedicabas a indicar a los turistas perdidos el camino de los barracones llenos de serpientes?
Nick se echó a reír.
-No me negarás que conseguí engañar a la señora...
-Sí, hasta que dijiste lo de las serpientes de tres metros y lo de los hijos ilegítimos.
Nick guardó silencio un momento.
-Antes de casarme con Ellen, en mi casa entraban y salían muchas mujeres.
Miley se removió intranquila en el asiento.
-¿Y después?
-Voy a cumplir cuarenta años en Septiembre, Miley -dijo Nick con cierta solemnidad-. Los negocios me absorben todas las horas del día, y por las noches tengo que dormir. A eso me refiero cuando digo que añoro viejos tiempos. No tenía mucho dinero, pero disponía de mucho más tiempo.
-Lo dices como si fueras Matusalén. ¡Pero si tú les das cien vueltas a todos tus vicepresidentes! -añadió Miley mirándole significativamente.
-Te equivocas. La mayoría de ellos tienen hijos y se mantienen en forma jugando con ellos
A Miley no le pasó desapercibido su tono amargo.
-¿Es que te gustaría tener hijos? -preguntó un tanto sorprendida.
-¿A quién voy a dejarle Big Sabine y Petróleos Durango cuando me muera? ¿A mi primo? -añadió mirándola con el rabillo del ojo.
Acababan de aparcar frente a los apartamentos de Nick.
-Entonces lo que tienes que hacer es casarte.
A pesar de lo que acababa de decir, Miley no podía soportar la idea de ver a Nick casado y con hijos.
-¡Qué idea tan original! Puedo arreglarlo con un contrato: doy tantos dólares por una mujer que me dé un hijo varón.
-¡No digas eso! Lo dices con una sangre fría increíble.
-Es que, tal y como me lo has planteado, sería así. Soy cínico porque la vida me ha hecho así. Cierta vez te dije que no me importaba pagar por lo que quería, y así es; pero dentro de ciertos límites. Por ejemplo, no estoy dispuesto a pagar a una mujer por tener un hijo. Los hijos son fruto del amor, no de los intereses.
-Eres un romántico empedernido -comentó Miley con una sonrisa.
-¿Es que tú no deseas tener hijos?
-A mí ya se me ha pasado la edad de tener hijos.
-¿A los veintisiete años? ¡Pero si las mujeres tienen niños hasta los cuarenta! Lo que a ti te asusta es comprometerte, ¿verdad? Tú te las podrías arreglar para tener una relación poco seria con un hombre, pero un hijo son ya palabras mayores para ti...
Miley sonrió tímidamente.
-Me conoces bastante bien.
-No tanto como quisiera. Ni de la manera que quisiera.
-¿A qué te refieres? -preguntó Miley sin pensar. Nick abrió la portezuela del coche y salió sin contestarle. Cuando llegaron al ascensor, hizo su pregunta:
-¿De verdad le tienes miedo al sexo?
Aquello no se lo esperaba Miley. Se quedó petrificada un momento, pero luego acertó a decir:
-¿Que si tengo miedo? No lo sé. Ya sabes que sólo he hecho el amor una vez, y fue una primera experiencia bastante brutal.
-Él debió hacerte mucho daño.
Miley se arrebujó en su chal, dolorida por el recuerdo.
-Justin no sabía que yo era virgen, y no se enteró hasta que ya era demasiado tarde, cuando lo había hecho todo sin ningún cuidado. Yo estaba locamente enamorada por primera vez en mi vida, o eso creía. Lo único que tengo que agradecerle a Justin es que me enseñó a no volver a cometer nunca aquel mismo error.
-No tienes nada que agradecerle -afirmó Nick tremendamente serio-. ¿Piensas seguir viviendo toda la vida como ahora?
-¿Cómo?
Miley abrió mucho sus ojos verdes.
-Sola.
-Tú también estás solo.
-Pero no siempre voy a estarlo -dijo él con evidente segunda intención.
Miley le lanzó una mirada feroz.
-A mí no me gustan las aventuras pasajeras; además, nunca me entregaría a un hombre sólo por satisfacer mis instintos sexuales.
-¿Y si ese hombre te quisiera y tú le quisieras a él? Sus miradas se encontraron.
-Entonces no lo sé.
-¿Y si fuera yo? -preguntó él con voz dulce.
Miley se le quedó mirando como si acabase de pronunciar el mayor disparate del mundo. Nick, al verla tan confusa, apenas pudo disimular una sonrisa.
-¿Qué... vamos a cenar? -preguntó entonces Miley, roja como una amapola.
Nick rió por lo bajo.
-Espera y verás.
Josito les sirvió una cena deliciosa, consistente en carne asada, ensalada italiana, vino y flan de queso. Nick comió con bastante apetito, mientras que Miley se limitó a escarbar en su plato contemplando distraída las ráfagas de luz de los relámpagos que recortaban en el horizonte los rascacielos de Houston. La asaltaba la idea de tener a Nick por amante y le parecía imposible; aún así, se lo imaginaba sin esfuerzo compartiendo su cama...
-¿No tenías hambre? -preguntó Nick mientras se servía una segunda taza de café.
-No, la verdad es que no -dijo ella un tanto violenta.
-Te noto un poco incómoda.
Nick inclinó la cabeza, mirándola inquisitivamente a los ojos y añadió:
-¿Es por lo que te he dicho de que si nunca habías pensado hacer el amor conmigo?
A Miley se le cayó la taza de las manos y el café se derramó por todo el mantel manchándolo todo y amenazando con escurrirse fuera de la mesa. Afortunadamente, Miley se levantó a tiempo de salvar su vestido.
-Bueno, eso contesta a mi pregunta. ¡Josito!
El muchacho acudió corriendo y tranquilizó a Miley diciéndole que la mancha del mantel desaparecería. Mientras él recogía todo, ellos se marcharon al salón. Nick, todavía riendo, se quitó la corbata y la chaqueta.
-¡Dios mío! ¡Qué reacción la tuya!
-Se me ha resbalado de las manos -dijo Miley muy digna, mientras se quitaba los zapatos.
Después, acurrucándose en el sofá, dirigió a Nick una mirada centelleante.
-Sí, claro.
Miley se miró las manos.
-Muy bien, tengo que reconocer que no me esperaba una proposición de ese tipo.
Nick arqueó las cejas.
-¡Ah! Pues yo no me había dado cuenta de que te estaba haciendo una proposición.
-Entonces, si no es una proposición, ¿qué es?
-¡Vaya! Eso es lo que se llama una pregunta directa. Lo único que yo quiero saber es si alguna vez has pensado en la posibilidad de hacer el amor conmigo.
-¿Por qué?
Nick se inclinó hacia delante y estrujó en el cenicero el cigarrillo que se acababa de encender momentos antes.
-Porque ya no nos podemos echar atrás. Te lo dije antes y te lo repito ahora. Ahora que te he tenido un poco por primera vez, no puedo resistirme, quiero más. La naturaleza humana es la naturaleza humana, nena, y tú no eres menos débil que yo.
-No te precipites...
-¿Que yo me precipito? -rugió Nick en el colmo de su paciencia-. ¡Has tenido dos años para hacerte a la idea!
-¡Es que no quiero ser una propiedad más, como el Ferrari, el rancho y la compañía de petróleo!
Nick exhaló un suspiro de irritación.
-¿Se puede saber por qué crees eso?
-Es que... Nick, tú eres un hombre tan poderoso... Tus cosas las posees.
-Sí, me gustaría poseerte a ti. ¡Toda tú, de la cabeza a los pies!
-¡No grites! -susurró ella-. Josito nos va a oír.
Con la tormenta que está cayendo Josito no va a oír nada. Pero si tanto te preocupa...
Nick se levantó y se dirigió a la cocina, y al cabo de un momento volvió con el muchacho.
-Buenas noches, señorita -dijo Josito a Miley con una maliciosa sonrisa-. Hasta mañana, señor Jonas.
En cuanto salió, Miley desató su indignación.
-¡Ves lo que has hecho! ¡Seguro que se piensa que seducirme!
-Pues es la verdad -contestó Nick tranquilamente.
-Miley se puso a buscar frenéticamente sus zapatos.
-¡Eso es lo que tú te crees! ¡Yo me voy a casa ahora mismo! Cuando se levantó para marcharse, Nick se acercó a ella y la cogió por los hombros.
-Perdona, Miley -dijo mirándola a los ojos-. Me estoy precipitando.
Ella se quedó confusa, sin saber qué decir, sólo acertó a soltar una carcajada nerviosa. Sentía la presión cálida y extrañamente reconfortante de las manos de Nick sobre sus hombros desnudos.
-Me siento como una colegiala con su primer amor. Y es que debe ser que me estoy comportando de esa forma. Pero comprende que hacía mucho tiempo que no tenía un hombre tan cerca.
-Lo que nos está ocurriendo a nosotros últimamente es bastante inesperado y nuevo -dijo Nick esbozando una leve sonrisa.
-Bueno... Supongo que nunca te habrás encontrado en una situación semejante.
-¿Qué situación?
-Que una mujer, a la que prácticamente ya tienes conquistada, salga en el último momento huyendo despavorida. Diciendo esto, Miley deslizó sus manos por la suave camisa entreabierta de Nick.
-Supongo que la mayoría de las veces eres tú el que tienes que librarte de ellas.
-Sí, más de una vez me he encontrado alguna escondida debajo de la cama. Pero tú no eres ni una conquista ni la aventura de una noche.
Miley le buscó los ojos con la mirada.
-¿Y entonces qué soy?
Nick dejó escapar un profundo suspiro y la abrazó.
-Eres especial, por decirlo de alguna manera. Confío plenamente en ti.
Miley se echó a reír.
-Yo antes confiaba en ti.
-Te gustó que te besara. Por eso te pusiste tan nerviosa y saliste huyendo. Pero no fuiste capaz de mantenerte alejada mucho tiempo, ¿verdad?
-Sí -admitió Miley apoyando la frente en su pecho-. No podía soportar la situación en la que nos encontrábamos. No hacíamos más que discutir, nos estábamos alejando el uno del otro. Llegué incluso a pensar en lo que sería perderte para siempre, y no podía soportar la idea. Tenía que saber si estabas enfadado conmigo.
-¿Por eso viniste corriendo a verme con una caja de cervezas?
-Más o menos.
Suspiró y luego le miró con una sonrisa.
-Cuando vi que te dirigías hacia mi coche, no sabía si darte la cerveza o tirártela a la cabeza. Parecía que ibas a pegarme.
-Estaba de muy mal humor. Pregúntale a Josito qué tal me he portado la semana pasada.
-Sí, ya me ha contado algo.
-¿Así que ese chismoso...?
-No te enfades con él. Es un buen chico.
-Yo también lo soy si tú estás conmigo.
-No siempre -murmuró Miley intentando descifrar los secretos escondidos en su mirada.
Nick trazó la línea de sus labios con un dedo.
-Los hombres no suelen ser muy agradables cuando están excitados.
-Vamos a dejar ese tema -contestó Miley-. Bueno, ¿me vas a dar otra taza de café, o vas a llevarme a tu caverna arrastrándome del pelo?
Nick levantó las manos y las hundió en sus suaves cabellos. Su respiración era cada vez más agitada.
Miley, por su parte, empezaba a sentir los efectos de la cercanía del cuerpo de Nick. Después de besarla en la boca, Nick deslizó sus labios por el rostro de Miley, como si quisiera aprenderse cada centímetro de su piel. Lo siguiente que ella supo fue que la levantaba en sus brazos y la llevaba hasta el sofá. La depositó sobre su regazo y la abrazó como a una niña. Miley murmuró:
-¿Sabes, Nick? Confío completamente en ti. Eres mi mejor amigo y haría por ti cualquier cosa.
Miley sentía el ritmo acelerado del corazón de Nick. Su mirada se había oscurecido, y sus manos habían cobrado una fuerza inesperada al apretarla contra sí. Afuera, la lluvia y el viento arreciaban.
Miley experimentaba una sensación nueva en su cuerpo. Bajo la mirada de Nick, se desperezó voluptuosamente, arqueando la espalda, y sus pezones cobraron una rigidez que la finísima tela de su vestido no pudo ocultar. Nick, entonces, la besó con pasión e impaciencia, como si quisiera devorarla. Miley protestó con un débil gemido, pero le echó los brazos al cuello y le abrazó con toda la fuerza de que era capaz. Al apartarse tenía los ojos llenos de lágrimas.
Entonces Nick volvió a capturar sus labios, esta vez sin prisa, aunque con el mismo ardor. Miley se puso tensa al notar su mano grande y cálida en el borde del escote de su vestido, sin pasar de ahí, tocándola con una suavidad insinuante que resultaba un tormento. Cuando no pudo más, Miley arqueó la espalda y murmuró con voz trémula:
-¡Por favor, Nick...!
-¿Es esto lo que quieres, Smiley? -preguntó Nick, recorriendo con exquisita suavidad las formas redondas de sus pechos. Miley se estremeció de placer. Hundió las uñas en los brazos de él, arrastrada por la pasión que encendían en ella aquellas caricias.
Nick cogió una de sus manos y la llevó hasta su camisa.
-Acaríciame, Miley. Quiero que te des cuenta de lo que me haces sentir.
Miley le desabrochó los botones de la camisa con cierta torpeza.
Cuando estuvo abierta, contempló a placer su piel morena cubierta de vello oscuro. Después deslizó las manos por sus hombros, por su estómago, sintiendo bajo sus dedos la fuerza y la solidez de sus músculos. Era la primera vez que acariciaba a un hombre con tanto deseo, la primera vez que veía tanto placer en el rostro de un hombre.
-Nick, eres maravilloso. No sabes lo mucho que me importas. Me importas... muchísimo.
-Tú... tú también a mí -contestó él con cierta torpeza, como si no estuviera acostumbrado a decir cosas así. Miley rió suavemente.
-Por lo que veo, ha llegado el momento de las confesiones, ¿no?
-Eso parece.
Miley apoyó la cabeza en su brazo y le miró con una sonrisa insinuante.
-¿Por qué no me besas un poco más?
Nick la estudió con los ojos entornados y deslizó insinuantemente un dedo por su cuello y por encima de sus senos.
-Porque no me gusta dejar las cosas a medias. Algún día tú y yo haremos el amor -dijo mientras trazaba en el asombrado cuerpo de Miley una caricia nueva que la hizo temblar bajo su mirada atenta-. Haremos el amor, ¿comprendes? Pero hasta entonces no podemos excitarnos demasiado el uno al otro para acabar en nada.
-Todavía no... Es mejor -dijo Miley en tono que tenía algo de súplica.
-Todavía no, nena -dijo él con ternura-. De todas formas, hoy es un mal día, porque estoy muerto de cansancio y mañana tengo que estar en el aeropuerto para coger un avión a las siete de la mañana. Pero tenemos que hacer el amor, te lo aseguro.
El silencio creció entre ellos, al compás de sus miradas.
-¿Y luego, qué? -preguntó finalmente Miley.
-Eso lo dirá el tiempo.
-Pero es que yo no quiero perderte -murmuró Miley acurrucándose contra él.
-No te preocupes, Miley. Yo siempre estaré contigo. La respiración de Miley se volvió dificultosa y entrecortada de repente, como si hubiera sufrido una fuerte impresión.-Nick, tú nunca me llamas Miley.
-Smiley te va mejor -contestó él.
Mientras tanto, había llevado las manos a su espalda y, muy lentamente, empezaba a bajarle la cremallera del vestido.
La voz de Miley protestó sin energía.
-Nick... -dijo sujetándole la mano-, no llevo ropa interior debajo.
-Lo sé -contestó él con una sonrisa malévola.
-Acabas de decir que no te gusta dejar las cosas a medias.
-Puede ser que haya cambiado de opinión. Déjalo.
Y diciendo esto, se libró de la mano de Miley y le bajó el vestido hasta la cintura. Contempló su desnudez largo rato, sin pestañear.
-Eres preciosa -dijo con ternura.
Nick la hizo recostarse en su brazo y le acarició la piel suave de sus senos con movimientos leves y lentos. Miley se estremeció en un gemido.
-No tengas miedo.
Entonces se inclinó y recorrió la suavidad de su seno con los labios. Miley, aturdida por aquella sensación cálida y húmeda, le cogió por la cabeza, no sabiendo si apartarle o apretarle más contra sí.
Mientras tanto, Nick había deslizado los brazos por debajo de ella para acercarla más a sus labios.
Miley sintió la dureza de sus dientes en su piel, y se estremeció como si la hubieran pinchado con cien agujas. Entonces Nick la besó trazando un camino ascendente, en busca de su boca. Cuando la tuvo, se apoderó de ella con voracidad. En ese momento, sintió la respiración pesada de Nick en su oído y un estremecimiento que la sacudió con violencia.
-¿Nick? -susurró.
Nick se extendió en el sofá llevándola a ella bajo su cuerpo, sin dejar de besarla un momento.
Su excitación se hacía ya evidente, y Miley le devolvió las caricias con la misma ternura que él ponía en ellas, con la misma delicadeza llena de deseo.
-Me deseas... mucho, ¿verdad? -susurró en un momento en que consiguió hablar.
-Sí, pero puedo controlarme.
Pero su voz trémula y la tensión de sus brazos, decían lo contrario.
Miley respiró profundamente. Tantas emociones nuevas la desbordaban; se sentía a punto de estallar. Lo único que deseaba en ese momento, con todas sus fuerzas, era darle a Nick lo que tanto necesitaba.
-¿De verdad... estás tan cansado?
-Sí, estoy cansado. Pero vamos a hacer algo maravilloso, porque quiero ir muy despacio contigo. Déjame tomarte, nena. Déjame amarte. Quiero enseñarte lo maravilloso que es hacer el amor cuando las dos personas... se importan mutuamente -susurró con voz ronca.
Miley sintió un escalofrío.
-Yo lo único que deseo es complacerte. Quiero dártelo todo.
-Yo también voy a dártelo todo. Y no quiero sexo. Quiero hacer el amor contigo. Quiero poseerte y ser poseído por ti. Quiero dar y recibir. Quiero unir nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras almas... Quiero unirme completamente contigo, sólo contigo.
Y entonces se apoderó de su boca como si estuviera muerto de sed y sólo pudiera saciarla en los labios de ella. Miley le abrazó con ternura, y en aquel mismo momento se dio cuenta de que no tenía nada que temer porque le amaba, le amaba de verdad.
-Sólo contigo -repitió entonces.
Y se dejó llevar en sus brazos por el oscuro pasillo hasta la calidez remota de sus sábanas...

jueves, 5 de agosto de 2010

Novela Niley "Amigos y Amantes" Cap 4





Miley pasó el resto de la mañana pensando en lo ocurrido. Ella, que se creía inmune después de lo de Justin...
Justin... Llevaba mucho tiempo alejada de sus recuerdos; pero esa tarde, cuando se sentó ante la máquina de escribir, resurgieron con inesperada fuerza, al compás del monótono golpear de la lluvia en las ventanas.
Hacía más de dos años... le había conocido en una reunión, en la asociación de escritores. Él era arquitecto, y sonaba con escribir una novela algún día. Miley, que acababa de publicar su primer libro, se ofreció a echarle una mano. No consiguieron nada; a Justin le faltaba talento. Pero Miley se enamoró de él.
Se entregó a él una noche que le dejó mal sabor de boca. A la mañana siguiente, cuando aún no se había recuperado de la desagradable experiencia, él dejó caer la noticia. Justin le suplicó su perdón después de hablarle de su matrimonio y de su hijo, y de lo atrapado que se encontraba. También se disculpaba por su comportamiento aquella noche. La deseaba tanto... y no sabía que era virgen.
Miley se levantó y vagó por la habitación. Aquél había sido el peor día de su vida. Le faltó muy poco para derrumbarse. Despidió a Justin fríamente, sin gritos ni escenas. Después, se sentó ante la máquina y trabajó horas y horas como una posesa. Cuando se hizo de noche, se tomó unas cuantas copas y salió a pasear bajo la lluvia. Cuando se quiso dar cuenta, se encontraba en la carretera, en medio de un raudal de coches que pasaban rozándola. Entonces apareció él, salió de su Rolls Royce blanco, furioso, y empezó a gritarle.
Así había conocido a Nick Jonas. A mitad de su furiosa perorata se detuvo en seco, la cogió en brazos y la metió con delicadeza en el coche. La llevó a su apartamento de la ciudad y, una vez allí, le dio ropa limpia, le preparó un café bien cargado y la obligó a andar de arriba a abajo hasta que le dolieron las piernas. Finalmente, la acostó en la habitación de huéspedes.
Aquél fue el principio de una extraña y maravillosa amistad, que no había cambiado con el tiempo. Enseguida descubrieron que tenían un montón de cosas en común.
El timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. Acudió corriendo a cogerlo, con la vaga esperanza de que fuese Nick.
-¿Diga? -preguntó con el corazón palpitante.
-¡Hola! Hija mía, ¿quién esperabas que fuese? –dijo Kevin Jonas con una risita-. Voy a tener que decirle al primo Nick que tiene algún competidor por ahí.
-Ah, Kevin, eres tú. ¿Qué tal?
-Bien. Anoche te marchaste tan repentinamente de la fies¬ta, que no tuve tiempo de transmitirte mi invitación para cenar esta noche. ¿Aceptas? He preparado carne asada a la pimienta y postre de melocotón.
Miley echó una mirada a la ventana.
-No sé. Hace un tiempo malísimo. Y han dicho por la radio que se esperan tormentas fuertes...
-¿Y por eso no quieres venir? ¿No será más bien por miedo a la posible reacción del gran Nick si se entera de que estás cenando conmigo?
-No seas tonto. A Nick no tengo por qué temerle y, además, él no sé dedica a decirme con quién tengo que salir.
-Nick tiene debilidad por ti. Y eso que no sabe apreciar como yo tu inteligencia y tu encanto, aunque creo que, en parte, es culpa mía. Si yo no hubiera pasado tanto tiempo con Ellen... Nick no es el mismo desde que ella murió. En fin, ¿qué me dices de la cena?
-¿La cena? -repitió Miley distraídamente-. Está bien, iré.
-De acuerdo. Pasaré a buscarte sobre las cinco y media.
-Bien. Hasta luego.
Miley colgó el receptor y se quedó mirándolo pensativa. A Nick no iba a hacerle ninguna gracia que se viera con su primo; pero, como él, ella llevaba su propia vida.
Cuando Kevin acudió a buscarla, el cielo estaba negro y llovía a todo llover. Iba al volante de un enorme Lincoln negro.
-Es curioso -comentó Madeline por decir algo-. Tú con tu Lincoln, y Nick con su Ferrari. Cada uno de vosotros ha ele¬gido el coche que mejor le va a su personalidad.
-Lo que pasa, nena -dijo Kevin con una risita traviesa-, es que Nick sólo parece conservador, y yo lo soy. Nuestros respectivos coches nos van como anillo al dedo. Verás, tú no conoces al primo Nick tan bien como crees.
-No estoy muy de acuerdo contigo -murmuró Miley, recordando vívidamente su beso de aquella mañana.
-Tu problema, querida, es que estás reprimida. Lo que tú necesitas es un hombre.
Miley le obsequió con una mirada asesina, que dejó a Kevin petrificado, sin ánimos de decir ninguna otra impertinencia.
Un momento después, ella preguntó:
-¿Qué estás haciendo últimamente?
-Estoy preparando una exposición, como siempre. Por eso te he invitado a cenar; tú tienes muy buen gusto y podrás ayúdame a escoger los veinte mejores lienzos. He traído todo el material que tenía en el estudio donde trabajo y lo he repartido por el salón de mi casa, para que le eches un vistazo.
-Me siento muy halagada.
-Tienes razones para ello, porque yo suelo ser muy reacio a que la gente vea mis trabajos antes de la exposición. Miley sonrió.
-No acierto a comprender por qué trabajas tantísimo pintando. Tienes talento, eso ya se sabe, pero , ¿para qué quieres más dinero si ya eres inmensamente rico?
-Pues porque me gusta incordiar. Sabes lo mucho que se enfada Nick cada vez que expongo en un banco en el que él es el principal accionista.
Miley se echó a reír a su pesar. Sabía perfectamente lo mucho que sufría Nick en aquellas ocasiones en que no tenía más remedio que ser amable con su odiado primo.
-Comparadas con las vuestras, las rencillas familiares de Falcon Crest son juegos de niños.
Kevin la miró con el rabillo del ojo, con cara de niño bueno.
En aquel momento, un relámpago rasgó las nubes.
-¡Vaya! -exclamó Miley amedrentada-. Se prepara una buena tormenta eléctrica. Acuérdate, la última vez vino con tornado.
-No te preocupes, Miley. No es más que un relámpago de nada. Tranquilízate.
Después de aparcar el coche frente a la casa de Kevin, se metieron corriendo a la casa.
Después de cenar, Kevin fue mostrando a Miley sus diversos cuadros de paisajes. Por su técnica a base de delicados tonos pastel, siempre difuminados y nebulosos, evocaban cuentos de hadas y gozaban de una originalidad única. Miley tenía una pintura de Kevin en su casa y, siempre que se encontraba deprimida, la miraba hasta sentirse dentro del marco.
-Es extraño -comentó ella-. Tus pinturas respiran tranquilidad, cuando tú eres tan poco tranquilo...
-Todo el mundo necesita un poco de paz de vez en cuando. De pronto, un relámpago iluminó el cielo y la casa retumbó desde los cimientos al tejado. Un segundo después, la oscuridad era absoluta.
-¿Qué ha pasado? -susurró Miley muerta de miedo.
-Nada, nena. Ha debido caer un rayo por aquí cerca y se ha ido la luz. Pero, ¡no hay que alarmarse! Creo que tengo una linterna por aquí. ¡Aja! La he encontrado. Y ahora... ¡caramba! No tiene pilas.
-¿No tendrás una vela?
-Sí, hay una aquí mismo.
-¡Pues entonces enciéndela! -¿Con qué?
-¡Con una cerilla, tonto!
-¡No tengo cerillas porque no fumo!
-Pues entonces arranca dos astillas de tu caballete y frótalas hasta que salgan chispas. ¡Sé un poco imaginativo!
Kevin lanzó una risotada terrible, y exclamó con voz teatral:
-¡Ven aquí y bésame, y te aseguro que incendiaremos la casa con nuestro ardor!
Miley suspiró dándose por vencida. En aquel preciso momento, volvió la luz.
-¡Menos mal! -exclamó-. Odio la primavera en Houston con tanta humedad, lluvia y tormentas.
-Estoy de acuerdo contigo, Miley, pero ahora olvídate de eso y vamos a ponernos manos a la obra con los cuadros.
Pasó una semana triste y lenta, durante la cual Miley dio los primeros pasos en el trabajo de investigación para su nueva novela. Llamó a un amigo suyo que trabajaba en el departamento de policía y quedó con él para que le proporcionase información acerca de asesinatos y tráfico de drogas.
Pero, por muy ocupada que estuviese, no podía quitarse de la cabeza el recuerdo de Nick besándola y abrazándola. ¿Qué habría ocurrido si ella, cediendo a sus impulsos, le hubiera abierto la camisa y le hubiera acariciado y besado a su vez? Miley no sabía lo que le estaba pasando; sólo notaba que, fuese lo que fuese, iba minando poco a poco su fuerza, su orgullo y su voluntad.
El viernes Miley se pasó todo el día pendiente del teléfono, y cada vez más enfadada porque éste no sonaba. Quizás Nick había salido de viaje. O, poniéndose en lo peor, no tenía intención de llamarla. Teniendo en cuenta que ella le había dicho que no quería verle nunca más, tampoco era una idea muy disparatada.
Sin poder soportar más la espera ni el silencio, Miley descolgó el auricular y marcó muy deprisa, odiándose a sí misma por su debilidad. Josito contestó a la llamada.
-¡Hola, señorita! -dijo sorprendido.
-Hola, Josito. ¿Está Nick por ahí?
-Sí -contestó el chico en tono vacilante.
-O sea, que no ha salido de Houston.
-No, señorita. Está aquí, en el rancho. ¿No la ha llamado a usted?
-No, no me ha llamado. ¿Dónde está ahora?
-Si se lo digo no me va a creer.
-Ah, ¿no? ¿Dónde está? Venga, Josito, si me lo dices, te diré quién va a ser la víctima de la segunda parte de La torre de los ruidos.
-¿Me lo dirá? -preguntó el muchacho entusiasmado-. Entonces se lo cuento. Nick está ayudando a sus hombres a hacer las gavillas de heno.
-¿Nick? Pero si él odia ese trabajo. Además, con la máquina empaquetadora sólo hacen falta un par de hombres.
-La máquina no funciona.
-¿Otra vez? Vaya. ¿Y cómo lo está haciendo? ¿En forma de pelotas?
Josito suspiró.
-No, lo está haciendo como siempre.
-Pues yo no me lo pierdo. Ahora mismo voy para haya
-Sí, señorita. Pero ahora dígame quién va a morir.
-Raggins. El viejo diablo se lo merece, ¿no crees?
-¡Oh, sí! ¡Desde luego!
-Yo también le tengo cierta manía a ese hombre. Es poco tonto. Pero creo que alegrarse de un asesinato no está muy bien que digamos, ¿no? Un mundo que se divierte con las tragedias ajenas debe estar falto de juicio. ¿A ti que te parece, Josito?
-Eso déjeselo a los filósofos, señorita -dijo Josito con una risotada-. Yo no entiendo.
-Bueno, pues yo voy para allá a ver a Nick. Oye, ¿no estará de mal humor?
-Ha dado en el clavo. Está que echa chispas, señorita. Yo espero que algún día se le mejore el humor. Es horrible pasarse horas muertas preparando un maravilloso bizcocho, para que él se lo eche luego en la sopa para que se ablande «porque está muy duro».
-¡No me digas que te ha hecho eso!
-Sí. Y luego vació su taza de café en una maceta porque estaba demasiado flojo.
-¡Pobre planta!
-No, pobre planta, no. Pobre de mí. Señorita, no necesitará una víctima para su próxima novela, ¿verdad? -aventuró Josito.
-No querrás que me cargue a mi mejor amigo, ¿eh, Josito?
-Con el humor que tiene, no puede ser amigo de nadie. No sé qué le pasa. Muy mal le tienen que ir los negocios para que esté así.
-Bueno, pues voy a ver si puedo alegrarle un poco. Gracias Josito.
En el camino, Miley paró a comprar una caja de cervezas. El sol estaba alto en el cielo, y apretaba el calor; Nick y sus hombres iban a agradecer una bebida fría.
Cuando Miley llegó a la explanada; cerca del río, había dos hombres inclinados sobre el motor de la máquina estropeada, sudorosos y rojos por el esfuerzo. Nick y más de la mitad de sus hombres estaban cargando las gavillas sobre dos enormes remolques. En el horizonte se perfilaban nubes de tormenta; la tarea debía ser terminada antes de que empezara a llover.
Antes de salir del coche, Miley contó las cabezas. Sí, había cerveza para todos. En cuanto la vio, después de un momento, Nick dejó de trabajar y fue derecho hacia ella. Tenía el torso desnudo, quemado por el sol y sudoroso. Mientras avanzaba, iba quitándose los guantes. Su expresión era tan sombría como las nubes que se habían formado en el horizonte.
Sin decir nada, abrió la puerta del coche y se sentó junto a ella. La miró fijamente.
-Hola -dijo Miley, atacada por un extraño acceso de timidez.
-Hola -respondió él secamente-. ¿Qué haces aquí?
Ella le miró, recordando vívidamente la sensación de aquella boca sobre la suya, y el brillo de deseo que se había encendido en sus ojos al besarla.
-Pues verás, estoy investigando para mi novela. Traigo cerveza envenenada, porque estoy buscando un voluntario para estudiar los espasmos de la muerte por intoxicación.
Nick sonrió involuntariamente y, también involuntariamente, Miley se le quedó mirando como si no le hubiera visto desde hacía muchos años.
-Creo que podré conseguirte un par de voluntarios murmuró al fin con un suspiro.
Diciendo esto, se quitó el sombrero y se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano.
-Puf, qué calor hace.
-¿Quieres una cerveza?
Miley le alargó una lata de cerveza, pero Nick la cogió por la muñeca y la miró a los ojos.
-No quiero cerveza -dijo con voz suave-. Todavía no. A ti no te gusta la cerveza, ¿verdad?
Miley negó con la cabeza, extrañamente turbada por su mirada insinuante.
Nick arrojó el sombrero hacia atrás y se inclinó hacia ella, los ojos fijos en sus labios.
-Voy a besarte antes -susurró-. ¡Hace días que no puedo pensar en otra cosa!
Miley alargó las manos y le acarició la nuca.
-Tenía miedo de que... estuvieras enfadado conmigo -susurró con voz trémula.
-No digas nada. Bésame.
Miley sintió aquel beso como una descarga de electricidad, como una sacudida que la hizo temblar de pies a cabeza.
-Dios mío, lo estabas deseando tanto como yo, tienes que reconocerlo -dijo él en un murmullo apenas audible.
Volvió a apoderarse de su boca y de su cuerpo con fuerza posesiva, hundiéndola más en el asiento. Sus manos, grandes y ásperas, se deslizaron por su cuello y trazaron el pronunciado escote de su vestido, tocando apenas sus pechos. Fuera de sí, Miley arqueó la espalda y lanzó un quejido que fue ahogado por la presión insistente de los labios de Nick.
-No puedo acariciarte así delante de mis vaqueros. ¿Es eso lo que quieres, Smiley, que meta las manos bajo tu vestido y te toque la piel desnuda?
-¡Nick!
Miley escondió la cabeza en su pecho y deslizó las manos bajo su camisa, sintiendo la fuerza de sus músculos.
Los brazos de Nick parecían devorarla. Él también luchaba por mantener sus impulsos bajo control. Miley sentía un dolor agudo que le procedía del alma, un dolor que no comprendía.
-No debería haber hecho esto -le susurró Nick al oído-. Estábamos demasiado hambrientos.
Miley se echó un poco hacia atrás, y le contempló con los ojos llenos de lágrimas.
-Me siento extraña.
-Yo también. No había sentido una cosa así desde que tenía quince años. No te has encendido tú sola.
-Te he echado de menos -susurró ella sin dejar de mirarle a los ojos.
-Lo sé. Yo también te he echado de menos -dijo apartándole el pelo de la cara con ternura-. Creía que te había perdido para siempre, y no sabía qué hacer para remediarlo.
Miley le acarició los labios. Resultaba maravilloso poder tocarle sin miedo a ser rechazada.
-Si tú quieres, me afeito el bigote. Miley sonrió.
-No, a mí me gusta. Me gusta tanto, que estoy pensando en dejármelo yo también.
-Ni se te ocurra, Smiley. Ya sabes que ni siquiera me hace gracia que te pongas pantalones.
-Eres un asqueroso machista -dijo Miley en tono burlón.
-Tienes unas piernas increíbles -dijo él buscándoselas con la mirada.
-Tú también.
-Ah, lo sabes porque ayudaste a Josito a bañarme cuando tenía tanta fiebre, ¿verdad?
-Sí, tienes unas piernas llenas de pelos pero preciosas. La mayoría de los hombres tienen las piernas feas, llenas de pelos y blancuchas. Las tuyas son largas y morenas, muy masculinas. Nick sonrió.
-Menudo comentario -murmuró con un guiño-. Yo creía que nunca te habías dado cuenta de que yo tengo un cuerpo.
-Es difícil dejar de darse cuenta.
Nick cogió un mechón de su melena rojiza y lo retorció entre sus dedos. Miley tenía los ojos muy abiertos, y los labios húmedos.
-Bésame -murmuró Nick acercándose.
Ella le echó los brazos al cuello y se besaron dulcemente, sin prisa. Cuando se separaron, Nick sonreía.
-¿Te apetece ver un ballet esta noche? Tengo dos entradas para El lago de los cisnes.
-¡Me encantaría! -contestó Miley con entusiasmo. -Pasaré a buscarte a las seis. Luego podemos cenar en mi apartamento. Le encargaré a Josito que se ponga a cocinar un poco antes para que esté lista la cena en cuanto lleguemos.
-Estás distinto, Nick.
Se miraron largamente a los ojos.
-Tú también, cariño. Eres tan dulce... Miley bajó los ojos.
-Anda, bébete la cerveza envenenada y vete a hacer gavillas. Y si tienes un poco de sentido común, tira esa porquería de máquina a la chatarra y cómprate una nueva.
-No -contestó Nick-. La tiraré cuando ya no pueda dar más de sí. Yo nunca he sustituido una máquina que todavía funciona.
-¡Pero si tiene ya diez años!
-Yo tengo un caballo de diez años, y ahora corre mejor que nunca.
-Seguramente tiene miedo de que les encargues a tus maravillosos mecánicos que lo arreglen si marcha mal.
Nick se inclinó a besarla.
-Me voy. Hasta luego.
Salió con la caja de cervezas. Miley le vio alejarse y puso en marcha el coche. Se alegraba de haberlo llevado, porque le temblaban tanto las piernas que no hubiera podido andar.