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domingo, 7 de noviembre de 2010

Novela " Kevin " Cap 5



Danielle había albergado la esperanza de que a Kevin se le hubiera pasado un poco el enfado para la hora de la cena, pero para su decepción no fue así. Se sentó a la cabecera de la mesa, y apenas hablaron.
Después, salió del comedor sin decir una palabra, Danielle lo vio subir las escaleras con creciente desesperación. ¡Si pudiera ir tras él, rodearlo con sus brazos y explicarle cómo se sentía...! Pero, ¿cómo iba a hacerlo después de lo ocurrido en el pasado?
La tristeza estaba ahogándola y decidiendo que no podía aguantarlo más se levanto de la mesa, fue por su bolso y salió y se metió en su pequeño deportivo. Si Kevin creía que iba a pasarse el resto de la noche allí sentada sintiéndose miserable estaba muy equivocado
Puso en el motor y salió a la carretera aumentando la velocidad poco, dejándose envolver por esa sensación de libertad que experimentaba al volante, dejando que el viento le desordenase salvajemente los cabellos.
Kevin la odiaba, pero aquello no era nada nuevo hacía años que la odiaba; lo había herido y nunca la perdonaría. Danielle no sabía por qué había accedido a casarse con él: jamás funcionaría. Había sido una idiota, y no podía culpar a nadie más de su propia infelicidad.
Estaba tan inmersa en sus pensamientos, que no vio la señal de stop hasta que la tuvo casi encima, y la bocina ensordecedora de un camión hizo que la sangre se le congelara en las venas.
Un camión enorme rodaba hacia ella por la autopista. Su pequeño deportivo no era lo suficientemente rápido como para pasar a aquel gigante en la intersección, y no estaba segura de que el coche pudiera frenar a la velocidad a la que iba.
Aun así, con el corazón en la garganta, y la certeza de que iba a morir, pisó el freno con todas sus fuerzas. El chirrido de los neumáticos irrumpió en el silencio de la noche, y el vehículo se descontroló, empezando a girar sobre sí mismo como una peonza. El pánico hizo presa de Danielle, que agarró el volante impotente, y el coche se salió de la carretera, introduciéndose en la hondonada del arcén. Se inclinó hacia el lado, como si estuviera borracho, pero increíblemente no volcó, y Danielle se quedó sentada en el asiento, aturdida pero no herida, aunque sentía el amargor de la bilis en la garganta, y todo le daba vueltas. En ese momento se escuchó el chirrido de otro coche frenando, y cómo su ocupante abría la puerta y corría hacia ella.
— ¡Danielle! —la llamó una voz angustiada, una voz familiar... y a la vez distinta de cómo la recordaba, porque sonaba rota, áspera, y temblorosa—. ¡Contéstame, maldita sea!, ¿estás bien?
Sintió que unas manos grandes y fuertes le desabrochaban el cinturón de seguridad, para después recorrer su cuerpo con exquisito cuidado en busca de alguna herida o un hueso roto.
-¿Estás bien? —volvió a preguntarle la voz. Al fin los ojos de Danielle empezaron a enfocar de nuevo, y vio que era Kevin quien estaba a su lado—. ¿Te duele en algún sitio? ¡Por amor de Dios, vida mía, contéstame!
-Estoy... estoy bien —susurró mareada—. La puerta...
—No consigo abrirla —repuso Kevin—. Yo te sacaré, tranquila...
Se agachó, introdujo los brazos por debajo de las axilas de ella, y tiró hacia arriba con cuidado, sacándola del vehículo con una facilidad sorprendente, cuando tuvo los pies en el suelo, Danielle notó que se tambaleaba ligeramente, él la tomó en brazos con mucha delicadeza para salir del arcén. El conductor del camión había parado a unos metros, y se acercaba a ellos, pero Kevin no pareció advertirlo siquiera. Por la expresión de su rostro cualquiera habría dicho que lo tenía todo bajo control, pero le temblaban los brazos al dejarla en el suelo, sin llegar a soltarla. Danielle, que ya estaba un poco menos mareada, lo había notado temblar y, al alzar la vista y mirarlo a la cara, se quedó sin aliento. Estaba lívido, con una mirada de auténtico terror en los ojos negros, y tras observarla un instante que pareció eterno, la abrazó como si no fuera a soltarla nunca.
—Oh, Dios mío... —repetía una y otra vez.
Danielle sabía que, mientras viviera, jamás podría olvidar el horror en sus ojos. Le echó los brazos al cuello, acunándolo. Aquella reacción la tenía fascinada. Nunca lo había visto tan agitado, era como si una pequeña grieta se hubiera abierto en su dura armadura.
— Estoy bien, Kevin —le aseguró en un susurro. Se apartó un poco para mirarlo a los ojos, atónita por la vulnerabilidad que reflejaban. Le tocó la boca, y sus dedos se deslizaron por las mejillas hasta el fosco cabello negro—. Amor mío, estoy bien, de verdad.
Tomó la cabeza de Kevin entre sus manos, y la atrajo hacia la suya y le plantó un beso en los labios, feliz de que no la rechazara, aunque solo fuera porque no se lo esperaba. Durante varios segundos, fue un beso dulce, inocente, pero pronto una llama pareció encenderse dentro de ella, y apretó la boca con más fuerza contra la de él. Hacía años desde la última vez que se habían besado de verdad, no como aquel beso frío que Kevin le había dado en la boda.
Al gemir Danielle suavemente, Kevin salió del trance en el que se encontraba, y respondió a su beso ávidamente. Solo cuando el conductor del camión llegó junto a ellos, despegó, de mala gana, sus labios de los de ella.
— ¿Está usted bien, señorita? —Preguntó jadeando por la carrera que se había dado—. ¡Dios, por un momento creí que la había golpeado...!
—Ella está bien —respondió Kevin—, pero ese deportivo del demonio no lo estará cuando agarre mi rifle.
El conductor del camión suspiró aliviado.
—Maldita sea, menos mal que no perdió usted la cabeza, señorita —le dijo a Danielle admirado—, si no hubiera pisado el freno tan a tiempo ahora estaría muerta y a mí tendrían que internarme en un manicomio.
— Lo siento —sollozó ella, derrumbándose por el susto que acababa de pasar—, lo siento tanto... Ni siquiera lo vi venir...
El joven camionero sacudió la cabeza.
—No se preocupe más de eso, lo importante es que no ha pasado nada. ¿Seguro que está bien?
Danielle asintió, forzando una sonrisa temblorosa.
—Gracias por parar a ver cómo estaba. Después de todo no ha sido culpa suya.
—Aun así no me habría sentido bien si le hubiera pasado algo —le contestó el hombre—. Bueno, si está usted bien me pondré en marcha de nuevo.
—Como le ha dicho mi esposa, gracias por parar dijo Kevin tendiéndole la mano. El hombre se la estrechó y se alejó.
Kevin tomó de nuevo en brazos a Danielle, y la llevó a su Thunderbird, sentándola con el mayor cuidado en su interior.
—Kevin, ¿y mi coche? ¿No vas a llamar a la grúa. Mira qué...
Los ojos negros de él se clavaron en los de ella.
— ¡A la mierda con ese condenado coche! — bramó irritado.
Cerró de un golpe la portezuela de Danielle y rodeó el coche para entrar también en él. Cuando se sentó, agarró el volante con tal fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, y ella supo que se avecinaba tormenta. Kevin estaba muy agitado, se notaba que necesitaba descargar su furia sobre alguien, y tras haberse cerciorado de que ella estaba bien, Danielle imaginaba que estaba preparando los cañones.
—Adelante, dispara —le dijo llorosa, buscando un pañuelo de papel en la guantera—, me merezco todas las reprimendas que puedas echarme. Iba conduciendo muy deprisa y no me fijé en la señal de stop —sorbió por la nariz mientras seguía rebuscando en vano—. ¿Cómo llegaste tan rápido?
Kevin suspiró, y se sacó del bolsillo de la chaqueta un pañuelo inmaculado de algodón que le tendió.
—Te seguí —le explicó concisamente—. Oí el ruido de un motor arrancando, me asomé a la ventana y vi el coche alejándose. Temí que fueras a desahogarte corriendo por la autopista... como has hecho, así que te seguí —giró la cabeza hacia ella mirándola enfadado a los ojos—. Dios mío, al ver el coche girar y salirse de la carretera sentí que estaba pagando por pecados que ni siquiera he cometido.
Danielle podía imaginar lo terrible que había sido para él ver cómo se descontrolaba el automóvil.
—Lo siento —musitó. Se abrazó temblorosa. Kevin resopló irritado.
—Lo sientes... Es todo lo que puedes decir, ¿verdad? — le espetó—. Bien, pues ya puedes ir despidiéndote de ese maldito deportivo. Tus días de conductora temeraria han terminado.
— ¡No tienes derecho a mangonear en mi vida de ese modo! —le gritó Danielle con los labios temblorosos y los dientes apretados—. ¡No eres mi tutor!
— No —reconvino él con una sonrisa cruel—, es cierto, soy tu marido, el marido de una mujer santa y virginal que deja que cualquiera, excepto yo, la toque.
Aquello fue demasiado para Danielle. Rompió a llorar de nuevo con amargura, volviendo el rostro hacia la ventanilla.
—Oh, no... —Gruñó Kevin —, por amor de Dios, no llores, no soporto ver llorar a una mujer.
—Pues entonces no me mires, maldita sea —le espetó ella entre sollozos.
Kevin maldijo entre dientes. Se sentía como si le hubieran pegado una patada.
—Por favor, Danielle, deja de llorar. No pasa nada, lo importante es que no estás herida —le dijo en un tono de voz más suave, más sosegado.
Le acarició el cabello vacilante, y de pronto, entre la maraña de recuerdos de lo que había ocurrido minutos antes, relumbró un gesto de ella: le había acariciado el rostro, susurrándole algo, y después lo había besado para consolarlo. ¿Qué era lo que le había susurrado...?
—Me llamaste «amor mío»... antes, cuando te saqué del coche —dijo en voz alta aturdido al recordarlo. Danielle dio un respingo.
— ¿Eso dije? Debió ser por el golpe —murmuró sorbiendo suavemente por la nariz y secándose los ojos—. ¿Podemos irnos a casa, Kevin? Necesito beber algo fuerte que haga que vuelva a entrarme el alma en el cuerpo.
—Y luego me... besaste —continuó él. No iba a dejar que evadiera el asunto.
Danielle se puso pálida de repente y después enrojeció.
—Es que estabas muy alterado y quise tranquilizarte —se excusó sin atreverse a mirarlo a la cara.
—He estado alterado otras veces, y nunca me has besado, Danielle —replicó él mientras giraba la llave en el contacto, con los ojos entornados—. De hecho, ni siquiera cuando salíamos juntos diste jamás el primer paso.
—Creo que me he dejado el bolso en el deportivo murmuró Danielle azorada.
Kevin suspiró molesto ante aquella nueva evasiva, pero alargó el brazo bajo el asiento de ella, y lo sacó de allí, colocándoselo en el regazo.
—Gracias —murmuró ella.
—Recuéstate en el asiento y descansa. Enseguida llegaremos a casa.
Danielle obedeció y cerró los ojos, mientras que Justin volvió la vista de nuevo a la carretera, pensativo.
¿Sería posible que hubiese estado equivocado todo el tiempo? Hasta entonces había estado muy seguro de que ella lo había rechazado porque le provocaba repulsión, pero, ¿cómo interpretar entonces la apasionada presión de aquellos labios tan cálidos y ansiosos sobre los suyos minutos atrás? Claro que ella había estado muy asustada en ese momento, y el miedo producía reacciones curiosas en las personas. Pero si la había preocupado hasta el punto de besarlo para tranquilizarlo, algo tenía que sentir por él, se dijo confuso.
Cuando llegaron al rancho, aparcó frente a la casa y, pese a las protestas de Danielle, la llevó en brazos hasta la habitación de invitados, y la depositó despacio sobre la cama, mientras sus ojos se fijaban hambrientos en el modo en que aquel condenado vestido rojo y blanco marcaba cada curva de su cuerpo. No tenía el escote demasiado pronunciado, pero si dejaba entrever la parte superior de sus firmes senos.
Al ver la tensión en los rasgos de él, Danielle frunció el entrecejo.
— ¿Qué ocurre?
—Nada —respondió Kevin irguiéndose—. Date un baño y cámbiate. Después te llevaré al médico para que te examine, para asegurarnos de que no tienes lesiones internas.
— ¡Pero si te he dicho que estoy bien! —exclamó ella.
—Tú no eres médico, Danielle, y yo tampoco. Has tenido un accidente y vas a ir a que te vean. Date prisa en tomar ese baño y ponte algo que no sea demasiado... sexy —dijo, como irritado.
Danielle enarcó una ceja sorprendida y abrió la boca para decir algo, pero Kevin ya había salido de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Danielle resopló frustrada. ¿Por qué no tenía nunca en cuenta su opinión?, ¿por qué tenía que ser siempre él quien tomase las decisiones? Sentía deseos de agarrar algo y estrellarlo contra el suelo. Rompió a llorar, rabiosa, pero a pesar de todo se fue al cuarto de baño.
Cuando salió de la bañera, algo más calmada, se seco el pelo, y se puso una blusa blanca, una falda gris, un pañuelo gris y rojo en el cuello para darle un poco de color al conjunto. Mientras se vestía, le estaba dando pilas a las últimas palabras de Kevin. No entendía por le había dicho aquello de que no se pusiera algo demasiado sexy. Era absurdo, si ella casi nunca se ponía nada que... A menos que... ¿Podía ser que le hubiera parecido sexy el vestido rojo y blanco que llevaba puesto antes? Una sonrisa tonta se dibujó en su rostro. Era la primera vez, desde que se habían casado, que admitía sentirse atraído por ella.
Aquel beso había sido maravilloso, y los labios aún le cosquilleaban por el contacto con los de él. Y entonces, de pronto, Ashley cayó en por qué había sido tan maravilloso... ¡Porque había sido ella quien había llevado las riendas! Frunció el entrecejo pensativo. ¿Y si...?
Pero sus cavilaciones se vieron interrumpidas por unos golpes en la puerta. Cuando abrió se encontró a Kevin esperándola impaciente.
— ¿No estás lista aún?
—Iba a bajar ahora mismo.
—Bien, pues vayámonos.
En el pabellón de Urgencias del hospital los atendió el doctor Rey, un médico joven muy agradable, que parecía encontrar divertida la preocupación y la irritación de Kevin.
—Tendrá dolores musculares durante un par de días, señora Jonas —le dijo tras reconocerla—. Solo una cosa más... ¿No está embarazada, verdad? — le preguntó. Le pareció curioso que ella se ruborizara y Kevin mirara hacia otro lado—. Quiero decir, el accidente podría haber dañado al...
—No estoy embarazada —lo interrumpió Danielle azorada.
—Ah, bien, en ese caso no hay de qué preocuparse Le daré un relajante muscular por si lo necesitara para descansar bien esta noche. Y también puede tomar un analgésico si tuviera dolores. Y por supuesto si necesitan algo no duden en ponerse en contacto conmigo.
Danielle y Kevin le estrecharon la mano y le dieron las gracias antes de que el médico los acompañara hasta la recepción para pagar la factura y que les entregaran los medicamentos.
Kevin estuvo muy callado durante todo el camino a casa, y Danielle sabía por qué: había sido aquella pregunta del médico sobre si estaba embarazada. Eso debía haberle recordado la situación antinatural de su convivencia, y reavivado su frustración.
—Teníamos que haberle dicho que, si estuvieras embarazada, el Papa lo habría anunciado como un milagro —masculló mientras aparcaban y apagaba el motor.
Danielle optó por ignorar sus puyas. Se notaba demasiado cansada y dolorida como para contestar.
— ¿Qué ha pasado con mi coche? —le preguntó—. Hemos pasado el cruce y ya no estaba allí. ¿Llamaste a la grúa para que lo llevaran al taller?
Kevin la miró un instante, pero volvió a apartar la mirada.
—No quieres hablar de ello, ¿no es cierto, Danielle?
—Soy frígida —murmuró ella hastiada—, tú lo dijiste. Dejémoslo así... a menos que quieras el divorcio, claro está.
—Lo que quiero es una esposa de verdad, maldita sea —le espetó él con dureza—. Y niños, quiero niños, Danielle —añadió, en un tono que denotaba una cierta vulnerabilidad.
Ella echó la cabeza hacia atrás en el asiento, y se mordió el labio inferior.
—Probablemente no lo creerás, pero yo también quiero tenerlos, Kevin.
El se giró en el asiento para mirarla.
— ¿Y cómo piensas hacerlo sin ayuda?
Danielle aferró el bolso entre sus manos.
— Es que... me da miedo... —confesó en un hilo de voz.. Estaba demasiado cansada hasta para mentir, para buscar excusas.
Hubo una larga pausa.
— Bueno, tengo entendido que dar a luz no es tan terrible como solía ser en el pasado —dijo Kevin—. Y hay medicamentos que pueden aliviar los dolores.
Danielle se quedó de piedra. ¡Lo había entendido totalmente al revés! ¡Creía que tenía miedo al parto! Se quedó mirándolo sin saber cómo explicarle su error.
—Y tampoco tenemos por qué tenerlos ya... — insistió Kevin.
Había vuelto la cabeza hacia la ventanilla como si para él también fuera embarazoso hablar del tema. La verdad era que siempre le había costado tratar con los demás de temas íntimos. Sí, se dijo Danielle, en cierta forma eran muy parecidos.
— Podrías pedirle a tu médico que te recetara «algo» para no quedarte embarazada, o yo podría usar «algo» cuando... No voy a obligarte a tener hijos contra tu voluntad.
Danielle se puso roja como la grana al comprender que le estaba diciendo que no tenían qué tener hijos aún, pero sí podían hacer «eso».
—Yo... —dijo carraspeando—. ¿Podemos entrar en la casa?, estoy cansada y me duele todo.
— Danielle, a mí también me cuesta hablar de esto —murmuró él—, pero quería que lo supieras, me gustaría que lo pensaras, porque si es por eso por lo que no quieres que te toque...
—Kevin, por favor... —gimió ella, escondiendo el rostro entre las manos.
Él exhaló un profundo suspiro.
—Lo siento, no sé para qué he dicho nada —murmuró con amargura.
Salieron del coche, y caminaron en silencio hasta la casa, cada uno sumido en sus pensamientos.
— Ve subiendo a acostarte —le dijo Kevin —. ¿Quieres que te lleve algo de comer?
—No, gracias —respondió ella.
Se detuvo al pie de la escalera, y pasó la mano ensimismada por la barandilla, como si no quisiera subir aún. Alzó los ojos y miró a Kevin con una mezcla de anhelo desesperado y vergüenza.
—No debería haberme casado contigo —murmuró con voz ronca—. No quería hacerte infeliz.
La mandíbula de Kevin se tensó.
—Yo tampoco pretendía hacerte infeliz, pero es lo que he hecho.
Danielle se quedó dudando un instante, sin saber si debía preguntarle aquello en ese momento.
—No me has dicho qué ha pasado con mi coche. Vas a devolvérmelo, ¿verdad?
—Si eso es lo que quieres... —contestó él alzando la barbilla y frunciendo los labios—, siempre podemos convertirlo en una pieza de arte moderno.
Danielle frunció el entrecejo sin comprender.
— ¿Qué quieres decir?
—Ahora debe medir unos doce centímetros de ancho y un metro y medio de largo. Supongo que si le ponemos un marco quedaría muy bien en la pared.
— ¿De qué estás hablando? —exclamó Danielle enfadada—. ¿Qué has hecho con él?
—Llamé al viejo Doyle para que se lo llevara. Danielle se quedó paralizada.
—Pero Doyle... tiene una chatarrería —murmuró.
—Exacto —asintió él con una breve sonrisa—, y tiene una máquina nueva, que deja los coches como si fueran papel de fumar.
— ¡Lo has hecho a propósito! —exclamó Danielle
Rojo de ira.
—Sí, maldita sea —replicó Kevin con un brillo de judicante en los ojos—, si lo hubiera devuelto al concesionario no habría podido estar seguro de que no volverías a comprarlo. De este modo, me he asegurado de que no volverías a por él.
— ¡Ni siquiera había acabado de pagarlo! Kevin sonrió burlón.
—Estoy seguro de que se te ocurrirá algún modo de explicárselo a la compañía de seguros. No sé, ¿la presión atmosférica?, ¿las termitas...?
Al principio Danielle había pensado pasar sin el relajante muscular, pero cuando subió a su habitación para acostarse, furiosa todavía con Kevin por lo que había hecho, tenía todo el cuerpo en tensión, así que se tomó el comprimido con un poco de agua, se puso su pijama de satén, y se metió bajo las sábanas.
Minutos más tarde se había quedado dormida, pero entonces comenzó a soñar: iba conduciendo a toda velocidad por los Alpes, tomando con destreza cada curva, cuando de pronto la carretera se cubría de hielo, el coche patinaba, y ella perdía por completo el control sobre el vehículo. El coche rodaba y rodaba, precipitándose montaña abajo... El freno se había atascado y no podía hacer nada, excepto esperar el impacto y gritar...
Unas manos fuertes la sacudieron con delicadeza, levantándola de la almohada.
—Shhh... Tranquila —le dijo una voz masculina tranquila... —Estabas soñando.
Danielle se despertó por completo, como si alguien hubiera accionado un interruptor en su cerebro. Kevin la sostenía por los hombros, y la observaba preocupado
—El coche... —murmuró Danielle — Estaba rodando montaña abajo...
—Estabas soñando, cariño —le dijo Kevin apartándole los desordenados cabellos de las ardientes mejillas y los hombros—. Era un sueño nada más. Estás a salvo.
—Siempre lo he estado a tu lado —respondió ella involuntariamente, apoyando la cabeza en su hombro Exhaló un profundo suspiro, sintiéndose ya relajada y segura. Sin embargo, al mover la cabeza para acomodarse mejor, notó que su mejilla rozaba no la tela de una camisa de pijama, sino piel.
La luz estaba encendida y Justin se había sentado a su lado en la cama con el cabello revuelto. Danielle contuvo el aliento mientras se apartaba despacio, turbada, pero volvió a respirar con normalidad cuando vio que al menos llevaba puesto un pantalón de pijama. Aun así, la visión del musculoso torso desnudo, y del vello rizado extendiéndose por él, hasta desparecer bajo el elástico del pantalón, resultaba espectacular. Además, le daba la impresión de que no llevaba nada debajo, y la sola idea la hizo sentirse amenazada.
Flexionó las piernas y se abrazó las rodillas, apoyando la frente contra ellas.
—Supongo que lo que ha ocurrido hoy ha hecho que vuelva a mi memoria el accidente que tuve en Suiza —murmuró—. La verdad es que de aquello recuerdo más bien poco. Me dijeron que tuve una conmoción cerebral y que te llamaba todo el tiempo, noche y día... —dijo sin pensar.
— ¿A mí y no a tu amante?
—Yo nunca tuve un amante, Kevin —replicó ella. Cuántas veces más tendría que negar esa acusación ?
— Y yo soy cura.
Kevin se levantó y la miró enfadado. Estaba preciosa con aquel pijama de satén, y estaba seguro de que no podría dejar de pensar en ella en toda la noche.
La camisa era bastante escotada, y le había permitido fijarse un instante a aquel tentador balcón de sus senos. Parecían pequeños, pero perfectamente formados a juzgar por el contorno que formaban bajo la tela. Se esforzó a apartar la vista, porque estaba empezando a sentir un deseo irrefrenable de destaparlos.
—Bueno, será mejor que vuelva a la cama e intente dormir un poco. Mañana tengo una cita en el banco a primera hora.
Danielle lo vio dirigirse hacia la puerta con profunda tristeza. El abismo entre ellos se iba haciendo cada vez mayor, y cada día que pasaba lo hacía más infeliz.
—Gracias por venir a ver si estaba bien —musitó. Kevin se detuvo frente a la puerta con la mano en el picaporte, y le dijo sin volverse:
—Sé que preferirías morir antes de hacerlo, pero si vuelves a tener otra pesadilla, puedes venirte a mi dormitorio —dejó escapar una risa sin alegría—. Y no tienes que temer nada, no volveré a arriesgarme a que destroces mi orgullo: el gato escaldado huye del agua.
Y se marchó, antes de que ella pudiera contestarle. Danielle contrajo el rostro dolida por sus palabras. ¿Por qué no podía solucionar aquello de una vez? ¡Tenía que decírselo! «¡Por amor de Dios, Danielle!, ¡actúa como una persona madura!, tienes veintisiete años...» Decidida, se levantó de la cama, encendió la luz y se dirigió hacia la puerta. Había llegado el momento, Kevin tenía que saber la verdad.

2 comentarios:

  1. Holis!!! soy una nueva lectora....

    estan re lindas tus noves...

    espero que sigas con esta,

    un beso... suvi prontoooooooo

    el proximo cap.


    Un beso♥

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