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domingo, 7 de noviembre de 2010

Novela " Kevin " Cap 4




Danielle había albergado esperanzas de que Kevin la amara aún, de que se hubiera casado con ella porque todavía sentía algo por ella, no solo por lástima, pero el día de la boda la había convencido que, si había quedado en él algún resquicio de aquel amor, se había desvanecido por completo a causa de la amargura de los últimos seis años.
No sabía cómo superar sus propios temores y el resentimiento de él. Su matrimonio se presentaba ante sus ojos tan vacío como había sido su vida hasta entonces. No habría en ella bebes con el pelo negro de Kevin a los que criar, no harían el amor dulcemente a oscuras, como había soñado, no compartirían el gozo de construir una vida juntos... Solo tendrían dormitorios separados, vidas separadas, y la sed de venganza de él.
Se había ido deprimida a dormir la noche anterior, pero los días que siguieron no fueron mejores. Kevin toleraba su presencia, pero casi siempre estaba fuera.
Durante las comidas solo le dirigía la palabra si era necesario, y nunca la tocaba. Era como un anfitrión u educado en vez de un marido.
Danielle estaba empezando a sentirse desesperada Zac Efron le había dado unos días libres, para luna de miel, pero, ¿qué luna de miel podía esperar? Al día siguiente a la boda, Kevin se había despedido de ella de un modo impersonal tras el desayuno, y había marchado directamente a la nave. Danielle trato de entretenerse, yendo incluso con la loca de Selena hacer rafting y puenting, pero al cabo de varios días sintió que ni siquiera las emociones fuertes la llenaban, y llamó a la oficina para saber cómo iban las cosas. Echaba muchísimo de menos el trabajo porque, era lo único que la ayudaba a no pensar en su desastroso matrimonio y en sus problemas.
La secretaria suplente, Vanessa Hudgen, contestó el teléfono. Por el tono entrecortado de su voz era más que evidente que la poca paciencia del señor Efron estaba volviéndola loca, así que Danielle se puso un vestido veraniego blanco y rojo y decidió irse a la oficina.
El viejo sedán se estropeó en medio de la carretera y tuvo que llamar para que lo remolcaran hasta el taller-concesionario de Tisdaleville.
Una vez allí, como si fuera cosa del destino, los ojos de Danielle se posaron sobre el pequeño coche deportivo que fuera de Miley y está había vendido al concesionario. El verlo le trajo muchos recuerdos. Ella había conducido uno muy parecido durante los seis meses más oscuros de su vida, los meses que había pasado en Suiza después de devolverle a Kevin su anillo. Le encantaba aquel coche, pero había tenido un accidente con él y había quedado inservible. En contra de lo que se pudiera pensar, el choque no la había hecho, perder el entusiasmo por los coches rápidos, y allí estaba aquel, tentándola. Siempre le había gustado la sensación de libertad que daba conducir a toda velocidad por las autopistas.
Como el tipo del concesionario sabía quién era, ni siquiera le requirió un aval, y acordaron el pago en varios plazos que ella podía pagar de su propio salario.
Así pues, Danielle salió del concesionario conduciendo su coche seminuevo, y al aparcarlo junto a la oficina y bajarse, se quedó admirándolo un buen rato, satisfecha. Estaba encantada de poder pagarlo sin ayuda de Kevin Hasta entonces había dependido siempre del dinero de su padre, y poder tener independencia económica le resultaba muy satisfactoria. En ese momento le dio un poco de rabia haberse precipitado a casarse por el miedo a estar sola. Aspiraba a algo más en la vida que a tener un techo bajo el que cobijarse, pero eso ya no iba a suceder.
Cuando entró en la oficina halló a Zac Efron caminado arriba y abajo, mientras la secretaria suplente gimoteaba. Ambos se volvieron al verla entrar. -¿Qué ocurre? —inquirió dejando el bolso sobre la mesa de la secretaria y sonriendo.
La chica se puso a llorar aún más ruidosamente.
— ¡No hace más que chillarme! —sollozó señalando a Zac Efron, que parecía furioso.
— ¡Porque eres una incompetente! —le espetó él.
– Esta bien, está bien... —los tranquilizó Danielle —. Me encargaré de todo. Nessa, ¿por qué no le haces una taza de café al señor Efron mientras yo arreglo lo que te ha salido mal? Luego te enseñaré a actualizar los archivos para mantenerte ocupada, ¿de acuerdo? Vanessa sonrió, secándose los ojos castaños.
—De acuerdo.
Se levantó para dejar el asiento a Danielle y fue a la sala donde estaba la máquina del café.
—Estás de permiso por tu luna de miel, Danielle no deberías estar aquí — le dijo su jefe.
— ¿Por qué? Kevin está trabajando, no veo por qué no puedo hacerlo yo también.
—Bueno... —murmuró él frunciendo el entrecejo
— Dígame qué hay que hacer —lo interrumpió ella. No quería hablar más de ese tema.
El señor Efron le tendió dos folios a mano y llenos de abreviaturas; que quería que fueran transcritos a cristiano, y le explicó que quería cincuenta copias dirigidas a distintos destinatarios con sus direcciones correspondientes.
—Simple, ¿verdad? —Le dijo arrojando los brazos al aire—. Pues fue darle eso y se puso a llorar como una magdalena —hizo un gesto irritado con la cabeza hacia la puerta tras la que había desaparecido Vanessa.
Danielle también quería llorar. Sudaba tinta cada vez que tenía que traducir los garabatos del señor Efron, y todas aquellas abreviaturas legales eran una auténtica pesadilla.
—Hasta me preguntó para qué servía esto — exclamó Zac Efron tomando un disquete y enseñándoselo a Danielle —. ¡Creía que eran negativos!
Danielle tuvo que morderse el labio inferior para no reírse.
—Es que no tiene conocimientos de informática —la disculpó.
—Sí, pero eso no es excusa para que no tenga cerebro —espetó él exaltado.
La pobre Vanessa volvía a entrar en ese momento con el café y se quedó mirándolo con la boca abierta y las cejas fruncidas, totalmente indignada.
— ¡Eso es muy grosero e injusto por su parte, señor Efron!
— ¿No te dijeron en la empresa de trabajo temporal que para este puesto tenías que saber manejar un ordenador?-rugió él.
—Sí que sé manejar un ordenador! —Se defendió la chica—. He jugado con el Atari de mi hermano un par de veces.
Entonces fue al señor Efron a quien parecieron entrarle ganas de llorar. Apretó los dientes, masculló algo incomprensible y se metió en su oficina dando un portazo.
—No me dijeron nada de que tuviera que usar uno de estos chismes —le confesó Vanessa a Danielle —. Me preguntaron si tenía formación como administrativa y la tengo..., pero no sé leer sánscrito —murmuró señalando los garabatos de su jefe.
Danielle se echó a reír. Era maravilloso poder reír de nuevo. Le dio las gracias mentalmente a Dios por su trabajo, porque era lo único que podía ayudarla a mantener la cordura casada con un hombre que la detestaba. Sacudió la cabeza y se dispuso a explicarle a Vanessa cómo utilizar el programa. Tras el almuerzo, el señor Efron estaba más relajado, e incluso empezaba dar muestras de tolerar a la secretaria suplente. De hecho ni siquiera gruñó cuando Danielle le sugirió que no iría mal hacer fija a la chica porque el volumen de trabajo se había incrementado en las últimas semanas. Cuando finalizó su jornada, Danielle volvió a subirse al flamante deportivo y puso rumbo a casa. Al tomar la autopista pisó el acelerador, encantada de ver que iba como la seda. Adoraba la velocidad, el viento despeinándole el cabello, y esa maravillosa sensación libertad. A partir de entonces, se prometió a sí misma, iba a disfrutar de la vida.
Delante de ella iba una camioneta bastante lenta, pero, en vez de aminorar la velocidad, Danielle pisó el pedal del acelerador y la adelantó, volviéndose a meter en su carril justo antes de que un coche blanco que iba en dirección contraria chocara con ella. Le pareció que le resultaba familiar, pero no se molestó en mirar por el retrovisor cuando lo dejó atrás. Tomó el desvío, aumentando un poco más la velocidad. No tenía ganas de volver todavía a su «celda» en el rancho, todavía no.
Nick maldijo entre dientes al aparcar frente a la nave. Aquel coche que casi había chocado con él era el antiguo deportivo de Miley, y era Danielle quien iba al volante. La había visto en unas décimas de segundo, pero le habían bastado para reconocerla. Iba riendo como una loca, como si disfrutara con la velocidad, y su cabello rubio ondeaba al viento.
Entró en el despacho de Kevin, quien se extrañó al verlo allí.
—Ya es casi la hora de cerrar —comentó echando una mirada a su Rol ex —. No sabía que regresabas hoy de Montana.
— Echaba de menos a Miley —contestó Nick con una sonrisa—. Y hablando de Miley... —añadió sentándose en el filo del escritorio de su hermano—. Hace un rato casi me estrello contra una salvaje que iba conduciendo su antiguo deportivo. Iba al menos a ciento veinte.
—Oh, ¿al final se lo vendió el del concesionario?
— Ya lo creo que sí, no me hacía ninguna gracia que condujera un coche tan poco seguro.
—Ya veo —contestó Kevin repasando unos papeles—. Supongo que la mujer de algún otro tonto lo habrá comprado.
—Em... te pasaré por alto lo de haber sido el primer tonto —contestó Nick frunciendo los labios—, pero no creo que te haga gracia saber que tú eres el otro.
Al comprender a qué se refería, Kevin se quedó de piedra y alzó la cabeza al momento.
— ¿Me estás diciendo que Danielle iba conduciendo ese deportivo?
—Me temo que sí —murmuró Nick, contrayendo el rostro ante la furia de su hermano mayor.
Kevin no podía creer lo que estaba oyendo. Sabía que Danielle no era feliz a su lado, pero estaba tratando con todas sus fuerzas de evitar confrontaciones, de ayudarla a adaptarse, e incluso estaba guardando las distancias a la vez que intentaba ocultarle su frustración cuando ella daba un respingo cada vez que lo veía aparecer. Pero... ¡comprarse un deportivo para intentar matarse! Aquello era demasiado. Se levantó, agarró el sombrero del perchero y se detuvo frente a la puerta para preguntarle a Nick:
— ¿Iba en dirección a casa?
—No, iba en la dirección opuesta —contestó él. Se quedó mirándolo con los ojos entornados—. Kevin... no van bien las cosas entre vosotros, ¿verdad?
Su hermano mayor lo miró furibundo.
—Mi vida privada no es asunto tuyo. Nick se cruzó de brazos con terquedad.
— Miley dice que a Danielle le ha dado por hacer muchas locuras últimamente, y que tú no haces nada por detenerla. Sin ir más lejos, me ha contado que el fin de semana pasado se fue a hacer puenting con Selena... ¿Tan empeñado estás en vengarte de ella?
—Lo estás poniendo como si fuera una suicida — repuso Kevin fríamente—, y no lo es.
—Si fuera feliz no iría por ahí tratando de romperse la cabeza —insistió su hermano—. Tienes que intentar dejar atrás el pasado. Ya es hora de que olvides lo que ocurrió.
—Para ti es fácil decirlo —le espetó Kevin con una mirada peligrosa—. ¡Me dejó tirado por un tipo con el que se acostaba mientras salía conmigo!
Nick se quedó mirándolo de nuevo.
— Bueno, tal vez no hayas sido tan mujeriego como lo fui yo antes de pasar por el altar — le dijo —, pero tampoco se puede decir que hayas sido un santo, hermano. ¿Y si Danielle no pudiera aceptar que haya habido mujeres en tu pasado?
—Estábamos prometidos; era mía. Yo, como un imbécil, tuve todo el tiempo mucho cuidado de no fastidiar nuestra relación: apretaba los dientes para contener mi deseo, para no asustarla, porque cada vez que la tocaba se apartaba de mí... Y luego me enteré de que había estado engañándome con ese niñato rico desde el principio. ¿Cómo crees que me siento? —rugió—. Y encima tuvo la desfachatez de restregármelo por la cara, diciéndome que yo era demasiado pobre como para satisfacer sus caros gustos, que quería a alguien con dinero.
—Pero no se casó con Pattison, ¿verdad? —Repuso Nick—. Según me contó Joe, se fue a Europa y le dio por hacer locuras, igual que está haciendo ahora. Tuvo un accidente en Suiza, Kevin, en un deportivo —añadió—, un deportivo como el de Miley.
Kevin lo estaba mirando entre horrorizado e incrédulo.
—Nadie me había contado eso.
— ¿Acaso has escuchado alguna vez a alguien que tratara de hablarte de algo relacionado con los Deleasa? — Replicó Nick—. Solo hace unos meses que te has calmado lo suficiente como para que se te pueda hablar de los Deleasa sin que saltes.
—Yo la quería —murmuró Kevin—. No puedes imaginarte cómo me sentí cuando rompió nuestro compromiso.
— Sí que puedo —contestó Nick quedamente—. Estaba allí, y sé por lo que pasaste, pero nunca te paraste a pensar que tal vez ella tuviera una razón para hacer lo que hizo. Trató de explicártelo en una ocasión, pero tú ni siquiera quisiste escucharla.
— ¿Qué había que escuchar? —Lo cortó Kevin perdiendo la paciencia—. Ya me había contado la verdad.
—Yo jamás he creído que aquello fuera la verdad —repuso Nick—. Y tú tampoco lo habrías creído de no haber sido porque por primera vez en tu vida te habías enamorado, y porque te sentías tremendamente inseguro, porque no te valorabas lo suficiente como para creer que una chica como Danielle quisiese estar a tu lado. Estabas siempre preocupado por la posibilidad de perderla por otro hombre... Incluso ante mí, ¿recuerdas?
Kevin no podía negar que estaba diciendo la verdad. Sabía que había sido muy posesivo con respecto a Danielle. Diablos, aún lo era, pero, ¿cómo no iba a serlo? Ella era preciosa y él... él...
—Tu forma de actuar solo la aleja de ti, Kevin,
— ¿Y qué quieres que haga, que la ate y la encierre en el sótano? —le espetó su hermano con una risa amarga—. No puedo hacer que se quede a mi lado si ella no quiere. Demonios... ni siquiera me deja tocarla. Cuando intenté hacerle el amor la noche que nos prometimos, se apartó de mí como si tuviera la peste — dijo apartando la vista—. Me tiene miedo.
— ¿Y no te parece curioso —murmuró Nick escogiendo cuidadosamente las palabras - que a una mujer que ha tenido un amante le dé pánico el sexo?
Y antes de que Kevin pudiera responder, salió del despacho y abandonó la oficina.
Kevin se quedó allí de pie, anonadado por las revelaciones de su hermano, hasta que recordó la situación, y se dio cuenta de que habían pasado varios minutos. Nick lo había entretenido demasiado. ¿Y si a Danielle le había ocurrido algo mientras tanto...? No quería ni pensarlo.
Recorrió la carretera en una y otra dirección con su coche, pero no vio signo alguno del deportivo.
Más tarde, cuando llegó a la casa, casi cayó de rodillas, aliviado, al verlo aparcado frente al porche.
Inspiró profundamente antes de entrar, procurando controlar el temblor de sus manos que le había causado el miedo a encontrarla en alguna cuneta.
Danielle estaba en el comedor charlando con María acerca de una receta.
Cuando lo oyó entrar, alzó la vista, y entonces la risa y la animación se disiparon de su rostro, como si se hubiese producido de pronto un eclipse.
—He cambiado de coche —le dijo a Kevin desafiante antes de que él pudiera decir nada—. ¿Te gusta? Es el que tenía Miley antes. Ni siquiera me han pedido un aval, y voy a pagarlo a plazos... de mi salario —le aclaró.
Kevin lanzó a María una mirada cuyo significado esta conocía muy bien, y se levantó de inmediato para dejarlos a solas. Kevin se sentó a la cabecera de la mesa y encendió un cigarrillo, recostándose en la silla para mirarla fijamente.
—Lo último que necesitas es un coche deportivo, porque, según he oído, ya conduces a demasiada velocidad.
Danielle escrutó sus ojos negros, leyendo la preocupación en ellos.
—Alguien me vio en el coche esta tarde —adivinó.
Kevin asintió con la cabeza.
—Nick—le dijo.
— Sí, me pareció que era él —murmuró Danielle dándole vueltas a la fina alianza de oro en su dedo—. No soy una imprudente, es solo que me gusta la velocidad —le dijo incómoda.
—Pues a mí no me gustan los funerales —le espetó él—. Y no tengo intención de asistir al tuyo, así que mañana devolverás el coche o lo devolveré yo.
— ¡Es mío! —exclamó ella. Sus ojos verdes relampaguearon de ira—, ¡y no voy a devolverlo!
—No pienso discutir esto contigo, cariño. Nick me ha dicho que destrozaste un deportivo como el de Miley en Europa.
—Eso fue un accidente —se defendió ella sonrojándose.
—Pues aquí no tendrás ninguno —le dijo Kevin—. No voy a dejar que te mates.
— ¡Por amor de Dios, Kevin, no soy una suicida! —protestó ella.
—No he dicho que lo seas, pero por lo visto necesitas a alguien que te ponga firme.
—Yo no soy Miley, Kevin —le espetó Danielle. Los dulces rasgos de su rostro se endurecieron—. No necesito un tutor.
Él no contestó a eso, pero se quedó mirándola un buen rato en silencio.
—Y ya que estamos hablando de esto... Tampoco me gusta que trabajes para Zac Efron.
La irritación se estaba apoderando de Danielle. Era como si de repente sintiera que le estaban quitando el control de su vida.
—Kevin, yo no te pregunté si te gustaba o no —le recordó—. Antes de casarnos te dije que quería seguir trabajando.
—Aquí hay mucho que hacer. Puedes ocuparte de organizar las tareas de la casa. Danielle lo miró indignada.
—María sabe muy bien lo que hay que hacer. Y antes de que se te ocurra sugerirlo, no quiero quedarme en casa todo el día en pijama y bata de seda, dando fiestas un día sí y otro también. Ya he tenido bastante de eso en mi vida.
—Yo creía que echarías de menos esas cosas, esa época en que no tenías que mover un dedo. Selby suspiró.
—Mi padre me veía solo como un florero —le confesó con tirantez—. Se habría puesto furioso si hubiera intentado cambiar esa imagen.
— ¿Le tenías miedo? —inquirió Kevin frunciendo el ceño ligeramente.
—Me consideraba como algo de su propiedad — alzó la mirada, y la sorprendió ver curiosidad en los ojos negros de él—. No era fácil vivir con un hombre como él, y tenía formas bastante desagradables de ajustamos las cuentas cuando a Joe o a mí se nos ocurría desobedecer —le explicó—. Tú fuiste el segundo hombre con el que me dejó salir, y el primero con el que podía quedar a solas —vio que se reflejaba sorpresa en el rostro de él —. ¿Te extraña lo que te estoy contando? —Inquirió riéndose sin alegría—. ¿Qué creías?, ¿Qué mi padre me permitía llevar la vida de una fresca? Le aterraba la idea de que pudiera seducirme un caza fortunas; nuestra casa era para mí como una jaula dorada.
Kevin no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Ladeó un poco la cabeza y entornó los ojos.
— ¿Te importaría repetir eso? ¿Dices que no habías estado a solas con un hombre hasta que saliste conmigo?
Danielle asintió con la cabeza.
—No me atreví a escapar de la vigilancia de mi padre hasta después de romper nuestro compromiso, cuando me marché a Suiza —añadió con una sonrisa triste—. Supongo que entonces la sensación de libertad fue demasiado para mí, porque me descontrolé e hice locura tras locura. Aquel coche deportivo era como una válvula de escape para mí, una forma de celebrar esa libertad recién encontrada... No era mi intención estrellarlo.
— ¿Saliste muy mal parada?
—No, la verdad es que tuve suerte, solo me rompí la pierna y un par de costillas.
— No sabía que te tuviera tan controlada — murmuró Kevin suavemente. Estaba empezando a comprender lo inocente que había sido ella en aquel entonces. Si como decía solo había salido con otro hombre antes de él, era más que probable que su primer contacto con el sexo hubiera sido aquella noche con él. Al pensar en aquello, se puso tenso. Entonces, aunque estaba seguro de que era virgen, había pensado que tendría al menos alguna experiencia, por poca que fuera. Pero si como le estaba diciendo no había tenido ninguna, eso explicaría por qué la había asustado su ardor de esa manera.
—No podía hablar de estas cosas contigo en aquella época —le confesó Danielle —. Era demasiado joven, y terriblemente ingenua.
Kevin se quedó mirándola fijamente, como si estuviera dudando entre creerla o no.
—Te asuste la noche que nos prometimos, ¿verdad? —le preguntó de repente—. ¿Fue por eso por lo que te apartaste de mí...?, ¿No por qué te repugnara?
— ¡Tú nunca me repugnaste! —exclamó Danielle, espantada de que pensara algo así—. ¡Oh, Kevin, no...! ¿No creerías eso?
— Apenas nos conocíamos, Danielle —dijo él con voz ronca—. Supongo que teníamos una idea equivocada del otro. Yo te veía como a una mujer elegante, sofisticada. Sabía que eras inocente, pero pensé que habrías tenido alguna experiencia con los hombres. Si hubiera imaginado siquiera por un momento lo que me has dicho, te aseguro que no me habría mostrado tan exigente contigo.
Danielle enrojeció y apartó la mirada de él. ¿Por qué no podía encontrar las palabras? Era increíble que, a pesar de que estuviesen casados y de que ella tuviese veintisiete años, esa clase de conversación la pusiese nerviosa.
—Tuve miedo de que no pudieras parar —murmuró sin levantar la cabeza. Kevin suspiró con pesadez.
— Yo también —le confesó inesperadamente—, hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer.
—Nunca hubiera pensado que... —murmuró Danielle alzando la vista al fin hacia él—. Quiero decir, hoy día la sociedad es muy permisiva, nadie vería mal que un hombre soltero...
—Puede que la sociedad sea permisiva, pero yo no lo soy conmigo mismo —le dijo él sin rodeos—. Un caballero no va por ahí seduciendo vírgenes, ni se aprovecha de las mujeres inexpertas, y eso solo deja en la lista a las chicas de cascos ligeros —le explicó—. Y para serte sincero, cariño, esas nunca han sido mi tipo.
Los ojos verdes de Danielle recorrieron los duros rasgos de Kevin, deteniéndose en los labios.
—Pero imagino que no te habrán faltado las ocasiones —murmuró bajando la vista a su regazo.
—Tengo dinero, Danielle —le recordó él con cinismo—; por supuesto que ha habido ocasiones —la miró a la cara, esperando ver el efecto de lo que iba a admitir a continuación—. De hecho, se me presentó una el fin de semana pasado, cuando tuve que ir a Nuevo México, a pesar incluso de que llevaba el anillo de casado.
Danielle apretó los dientes. No quería que él se diera cuenta de que estaba celosa, pero resultaba difícil ocultar un sentimiento tan fuerte.
— ¿Y tú... accediste?
—Eres tan posesiva respecto a mí como lo soy yo respecto a ti —dijo él de pronto. Los ojos de ambos se encontraron en ese momento, y fue como si saltaran chispas—. No te hace gracia la idea de que otras mujeres se fijen en mí, ¿no es cierto, Danielle?
Ella asintió incómoda, y Kevin sonrió burlón mientras encendía un cigarrillo.
— Si te vas a quedar más tranquila, la rechacé. Nunca te engañaría, cariño.
—Yo nunca he pensado que pudieras engañarme... igual que yo jamás te engañaría a ti —contestó ella.
—Si lo que me has contado es verdad, y basándome en las dos semanas que llevamos casados, eso sería casi inconcebible... Cada vez que me acerco a ti actúas como un cordero al que fuera a sacrificar.
Danielle inspiró despacio, tratando de mantener la calma.
— Lo sé —respondió avergonzada—. Soy consciente de mis defectos, Kevin, y supongo que no lo creerás, pero nadie se siente tan culpable como yo de lo que ocurrió entre nosotros.
Kevin frunció el ceño enfadado consigo mismo. No había pretendido hacer que se pusiera a la defensiva. Su orgullo saltaba sin que pudiera evitarlo, pero no quería seguir hiriéndola; ya la había herido bastante.
—No era eso lo quería decir... —murmuró cansado—. Las cosas sucedieron como sucedieron. Eso es todo. Destrozaste mi orgullo, Danielle, y uno tarda mucho tiempo en recuperarse de un golpe así. De hecho, creo que aún no lo he hecho.
—Yo también salí malparada de aquello —murmuró Danielle —; y he sufrido mucho por lo que te hice.
— ¿Y entonces por qué lo hiciste?
Danielle cerró los ojos y contrajo el rostro.
—Lo hice por tu bien —susurró.
Kevin dejó escapar una risotada de irritación.
—Vaya, eso es nuevo... —apagó el cigarrillo a medio fumar y se puso de pie—. Discúlpame, pero tengo que repasar unos papeles antes de que María sirva la cena.
Sin embargo, antes de salir del comedor, se detuvo junto a la silla donde estaba sentada ella, observando cómo se tensaba al acercársele. Extendió la mano, enredando los dedos en sus cabellos, y tiró suavemente hacia atrás para escudriñar sus ojos. Su expresión no dejaba lugar a dudas.
—Miedo —masculló—, eso es lo que veo en tus ojos cada vez que me acerco a ti. Pero tranquila, no te obligaré a hacer ese sacrificio que temes, no estoy tan desesperado.
Le soltó el cabello y se alejó enfadado.
Danielle sintió acudir las lágrimas, pero no hizo nada por detenerlas. Él no sabía por qué lo temía, y tampoco sabía cómo explicárselo. ¿Cómo podía haber llegado a creer que lo había rechazado porque le repugnaba? Nada más lejos de la verdad. Ansiaba hacer el amor con él, desesperadamente, pero quería que fuera tierno con ella, que pudiera controlarse, y por lo que recordaba, no estaba segura de que pudiera serlo.

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