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domingo, 24 de octubre de 2010

Novela " Kevin " Cap 2



Cuando detuvo el vehículo a unos metros de la casa de huéspedes, Kevin metió un fajo de billetes en el bolso de Danielle. Ella quiso protestar, pero Kevin siguió fumando su cigarrillo y la ignoró por completo.
— Ya te dije antes que lo del dinero quedaría entre nosotros —murmuró mientras apagaba el motor. Apoyó el codo en la ventanilla abierta y se giró para mirarla—. Hablaba en serio, pero si como te dije prefieres considerarlo como un préstamo, eso es cosa tuya.
—Te prometo que te lo devolveré... algún día — contestó ella con aire miserable, mordiéndose el labio. Con lo poco que ganaba apenas si le alcanzaría para pagar el alquiler y comprarse la ropa que necesitara.
— Me da igual.
— Pues a mí no —repuso ella algo sulfurada. Dejó escapar un enorme suspiro—. Oh, Kevin, ¿qué voy a hacer? —gimió—. Por primera vez en mi vida me encuentro sola. Joe se ha marchado a Arizona, y no tengo más familia que él... —de pronto se dio cuenta de que estaba evidenciando su debilidad, y bajó la vista avergonzada —Disculpa, no me hagas caso, ya sé que no debí haber dicho eso. Solo sé quejarme...
Kevin no dijo nada. Nunca había visto a Danielle desesperada siempre estaba tan compuesta y calmada... era algo nuevo y algo incómodo verla tan vulnerable.
—Si las cosas se te hicieran demasiado cuesta arriba —le dijo con voz queda—, siempre puedes venirte a vivir conmigo.
Ella emitió una risa ahogada.
—Eso no haría mucho bien a nuestras reputaciones.
—Si las habladurías es lo que te preocupa —dijo Kevin echando una bocanada de humo—, podríamos casarnos —lo dijo de un modo indiferente, pero tenía los ojos fijos en ella.
A Danielle se le había cortado la respiración. Preguntándose si se trataría de una broma cruel…
— ¿Por qué querrías casarte conmigo?
Kevin habría deseado no tener que contestar a eso. No podía admitir que aún la amaba.
—Tú necesitas un lugar donde vivir —le dijo encogiéndose de hombros—, y yo estoy harto de estar solo. Desde que Miley y Nick se casaron y se fueron, la casa parece un maldito museo.
—No es verdad, lo harías porque me tienes lástima- lo acusó ella.
—Tal vez —murmuró él dando otra calada a su cigarrillo —. Bueno, ¿y qué si es así? —replicó molesto girándose hacia ella—. Tampoco es que tengas demasiadas opciones: o aceptas mi dinero para alquilar una habitación a la señora Giménez, o te quedas en el cochambroso almacén de la oficina de Zac Efron, exponiéndote a ser seducida por él.
—Para ya con eso, ¿quieres? —masculló ella incómoda—. El señor Efron no es de esa clase de hombres, y además, si ya no te importo, no tienes razón para mostrarte tan posesivo respecto a mí.
— ¿No la tengo? —repitió él clavando sus ojos oscuros en los de ella—. Tal vez, pero me temo que es algo que no se puede evitar. Una vez estuvimos prometidos, Danielle, y los sentimientos que implican esa clase de relación no mueren fácilmente.
—Menuda relación fue... —murmuró ella con un suspiro—. Nunca entendí por qué querías casarte conmigo.
—Para mí no fuiste más que un tanto que me apunté —mintió él con frialdad—. Eras una joven rica y sofisticada, y yo un chico provinciano lleno de ilusiones. Me lo hiciste pasar muy mal, pero la venganza es un plato que se sirve frío, y aquí estamos, yo me he convertido en un hombre influyente y con dinero, y tú te ves ahora humillada por el destino —entornó los ojos — No pienses ni por un momento que quiero casarme contigo porque quedé en mí algún rescoldo de pasión porque no lo hay.
Danielle lo miró con amarga tristeza. No era capaz de perdonarla. Se casaría con ella solo para hacerla suplicar su amor, un amor que él juraría una y otra vez que jamás había sentido. Tenía gracia que la despreciara porque creía que se había acostado con Rob Pattison, por algo que era una burda mentira. Aún era virgen, y sería desde luego un tremendo shock para él si llegaban a casarse y lo averiguaba.
—No soy tan estúpida como para pensar que aún me deseas —le respondió—, no después del modo en que herí tu orgullo —añadió alzando los ojos para estudiar el arrogante rostro—. Pero sí creía que me querías un poco, aunque nunca lo dijeras.
Aquello era verdad. Nunca había llegado a saber qué quería casarse con ella. Hasta aquella noche no había dado muestra alguna de desear llevarla a su cama y no era un hombre que mostrara sus sentimientos de un modo abierto. Sin embargo, posiblemente por lo enamorada que estaba ella de él, no había reparado jamás en lo poco que él se daba.
—Si lo que quieres es una cierta seguridad —dijo Kevin ignorando sus palabras—, puedo dártela. Nunca te faltaría nada.....aunque lógicamente no tengo la fortuna tu padre.
Danielle cerró los ojos al sobrevenirle una oleada de vergüenza. Precisamente su padre y su propia ingenuidad eran los culpables de que él estuviera resentido Sin embargo, estaba claro que lo único que quería era venganza, y no estaba dispuesta a ofrecérsela en bandeja de plata.
—Kevin, no me casaré contigo —le dijo al cabo rato—. Sería una locura —murmuró.
Entonces de un modo inesperado, él puso su mano sobre la de ella, para retirarla al instante.
—Es una casa muy grande —le dijo—. Solo viven López y María conmigo. Además, ni siquiera tendrías que trabajar si no quisieras.
Lo que usted le ofrecía era el cielo para ella... si tan solo lo hiciera de corazón no por lástima. No, era peor, no lo hacía únicamente por lástima, lo hacía por vengarse de su rechazo, y del infierno en que lo había sumido durante los últimos seis años. Su orgullo exigía una compensación. ¿Y no se lo debía?, se dijo Danielle con amargura, ¿no se lo debía después de lo que le había hecho? Después de todo, aunque no tuviera su amor, era lo que siempre había soñado; pasar el resto de su vida junto a él. Desayunarían juntos, comerían juntos, cenarían juntos, tal vez viendo la televisión. Y dormirían bajo el mismo techo. Su corazón latió apresurado. Quería aquello más que nada en el mundo, lo quería desesperadamente.
— Imagino que tú no... Es decir, que no querrías... —... «un niño». Era incapaz de decirlo. Solo Dios sabía cómo se las arreglaría para soportar lo que tendría que soportar para concebir uno.
—No, nunca te pediré el divorcio —contestó él malinterpretándola—. Soy un hombre de palabra, y cuando me comprometo a algo, lo cumplo.
Danielle no pudo evitar reconocer en sus palabras una acusación hacia ella.
— ¿Todavía me odias, Kevin? —inquirió. Necesitaba saberlo.
Él se quedó mirándola un rato, fumando en silencio.
— Ya no estoy seguro de lo que siento por ti.
Aunque Danielle hubiera preferido una ardiente declaración de amor, su respuesta había sido sincera. Probablemente no debería aceptar su proposición porque era una locura, pero no pudo resistir la tentación.
—Me casaré contigo, entonces, si es que lo dices en serio — murmuró sin atreverse a alzar la mirada.
Kevin se quedó paralizado, pero el pulso se le disparó al escuchar sus palabras. Danielle no podía imaginarse la cantidad de noches que había pasado en vela, ansiando tenerla junto a él, deseándola. Pero había perdido su confianza, y jamás podría recuperarla. No había vuelta atrás. Solo le había ofrecido esa solución porque necesitaba ayuda. Tenía que mantener la cabeza fría y los pies en el suelo. Tal vez incluso ella llegara al punto de mostrarse amable con él por gratitud, haciéndole daño otra vez. No podría bajar la guardia ni un momento, pero... ¡oh, Dios, la deseaba tanto!
—Muy bien, entonces no hace falta que vayamos a ver a la señora Giménez hasta que lo hayamos planificado todo —dijo.
Puso de nuevo el coche en marcha, camino de su rancho. ¿Por qué le temblaban las manos?, se pregunto molesto agarrando con más fuerza el volante. No podía dejar que ella supiera hasta qué punto lo había afectado su respuesta.
Si a María y a López los sorprendió ver a Kevin acompañado de Danielle, ninguno de los dos dijo nada. El anciano desapareció por la puerta de la cocina, mientras que su esposa les servía café con pastas. Kevin no quería que se molestara, pero la mujer insistió, así que no tuvo más remedio que sentarse en su sillón orejero tras hacer un ademán a Danielle para que hiciera otro tanto en el sofá que había enfrente.
—Gracias, María —le dijo Danielle con una cálida sonrisa
—No hay de qué, señorita, es un placer —repuso la mujer mexicana con otra sonrisa—. Estaré en la cocina si me necesita, señorito —le dijo a Kevin antes de salir del salón, y cerrar la puerta discretamente.
— ¿Solo, verdad? —Inquirió él inclinándose hacia la mesita y señalando la cafetera plateada—, y sin azúcar.
—Sí, gracias —asintió ella. La agradó que recordara como le gustaba el café.
Tras servirle, Kevin le tendió la taza y sirvió otra para él, añadiendo en cambio bastante leche y varias cucharadas de azúcar.
Danielle se quedó mirándolo, preguntándose por qué habría aceptado su proposición. Había sido una locura. Era como una fortaleza inexpugnable, y estaba claro que lo único que le interesaba era vengarse de ella. Claro que... por otra parte, tal vez viviendo bajo el mismo techo que él tuviera una oportunidad de demostrarle que todo había sido una treta de su padre. Lo único que tenía que hacer para probarle su inocencia, era hacer que la llevara a la cama, pero lo malo era que ahí residía el problema: esa clase de intimidad le daba un miedo atroz.
— ¿Por qué te sonrojas? —inquirió Kevin de pronto.
— Es que... hace calor aquí —balbució ella tras aclararse la garganta.
— ¿Tú crees? — repuso él lanzando una risotada Tomó un sorbo de su café—. Por si te lo estabas preguntando, tendrás tu propia habitación. No espero nada a cambio de darte cobijo.
Danielle se puso aún más colorada, y tuvo que contener el deseo de tirarle la taza a la cabeza.
—Lo estás poniendo como si yo fuera una sin techo.
—Duele, ¿verdad? —Dijo él con crueldad — En fin, lo cierto es que Joe no puede mantenerte y no puedes vivir holgadamente con lo que te paga Zac Efron... y no es que le critique por ello, pero es un hecho que las secretarias de las pequeñas ciudades de provincia no ganan demasiado.
— El dinero no me importa demasiado— repuso ella a la defensiva.
— Oh, claro que no —dijo Kevin sarcástico. Y tomó otro sorbo de su café.
— Escucha, Kevin... Fue todo idea de mi padre lo del falso compromiso con Robert Pattison y..,
— Tu padre jamás me habría hecho algo así— cortó él con aspereza. Un brillo amenazador cruzó sus ojos al inclinarse hacia delante—. No lo uses como chivo expiatorio solo porque esté muerto. Siempre me trató como a un amigo.
«Eso es lo que tú crees», pensó ella con amargura.
Estaba claro que no serviría de nada tratar de explicarle. No comprendía que Kevin lo defendiera de ese modo solo porque su padre hubiera fingido que lo apreciaba
— Jamás volverás a fiarte de mí, ¿no es cierto? le preguntó con suavidad.
Kevin se quedó estudiando un instante su bello rostro, los ojos verdes que se miraban en los suyos.
— No, un gato escaldado huye del agua. Pero si crees que me partiste el corazón, estás muy equivocada. Me di cuenta muy pronto de cómo eras en realidad, y heriste mi orgullo, pero no llegaste a mi corazón.
— No creo que ninguna mujer lo haya hecho. No dejas que nadie se te acerque —repuso ella en el mismo tono suave, recorriendo con el dedo el borde de la taza.- Miley me dijo que hacía mucho que no salías con nadie
—Tengo treinta y siete años —le recordó Kevin—. Hace bastante que dejé atrás mis días de vivalavirgen, antes incluso de empezar a salir contigo —apuró el café y dejó la tasa sobre la mesita. La miró fijamente. — Y los dos sabemos que tú también tuviste los tuyos, y con quién.
—No me conoces en absoluto, Kevin —le espetó Danielle —. Ni ahora, ni antes tampoco. Antes me dijiste que para ti era un símbolo de estatus social, y al volver la vista atrás, supongo que así era en efecto — dijo riéndose con amargura—, porque recuerdo como me llevabas a todas partes, para exhibirme ante tus amigos Me sentía como uno de esos caballos purasangre que Joe solía llevar a las carreras de obstáculos.
—Si te llevaba a todas partes conmigo era porque eras bonita y dulce, y porque me gustaba estar contigo — repuso él con aspereza—. Todo eso de que te deseaba por tu estatus no era más que una tontería
—Vaya, gracias por decírmelo —murmuró Danielle recostándose en el sofá—. En fin, supongo que de todos modos, como tú decías, ya no importa demasiado— apuró también su café y dejó la tasa sobre la mesita —. ¿Vamos a tener una boda por la iglesia? —le preguntó.
— ¿No te parece que ya somos un poco mayorcitos para esa clase de ceremonia? —respondió él.
—Yo quiero casarme por la iglesia —insistió ella.
—Muy bien, tendrás tu boda por la iglesia. Puedes quedarte en casa de la señora Giménez hasta que nos casemos, así será todo más discreto —Kevin alzó los ojos entornados hacia ella —. Solo hay una cosa que quiero que quede bien clara: Ni se te ocurra presentarte ese día con un vestido blanco, porque si lo haces, te dejaré plantada en el altar
— ¿Y qué crees que pensarán las mujeres de la congregación si no voy de blanco? —dijo ella con una mirada dolida en los ojos verdes.
Kevin se sintió mal. Quería vengarse por su romance con Rob Pattison, pero lo cierto era que no quería verla herida
—Puedes ponerte algo que sea de color crema —concedió a regañadientes
El labio inferior de Danielle temblaba de rabia.
—Llévame a la cama—le dijo. Lo desafió con la mirada, pero un rubor intenso tiño sus mejillas, y se estremeció ante su propio atrevimiento—. ¡Si crees que miento acerca de mi inocencia, puedo demostrarte que digo la verdad!
Sin embargo, antes de que Kevin, que se había quedado de piedra, pudiera reaccionar, llamaron a la puerta y entró López con mensaje para Kevin.
—Tengo unos asuntos que atender—le dijo este a Danielle tras leer la nota que le tendió López—. Puedo llevarte a la casa de huéspedes y luego tal vez quieras llamar a Miley para que te ayude con los preparativos de la boda: las invitaciones y demás.
Danielle no discutió. Se sentía moralmente agotada. ¿Sería capaz de avergonzarla públicamente, como una adúltera exhibida por las calles? Apretó los dientes obstinada mientras subían al coche. No iba a permitírselo, iría de blanco, y si la dejaba tirada frente al altar, tal vez fuera lo mejor después de todo. Además, sabía que Kevin era perro ladrador pero poco mordedor, por lo que seguramente no pretendía llevar a término esa amenaza.... o al menos eso era lo que ella quería creer. ¡Si tan solo las cosas pudieran volver a ser como seis años atrás...!
Danielle había conocido a los Jonas de toda la vida. De hecho, su hermano Joe y Nick, el hermano de Kevin, eran muy amigos, lo cual implicaba que ella y Kevin se veían de vez en cuando. Al principio se había mostrado frío y distante, pero Danielle se lo había tomado como un reto, y había empezado a picarlo, y a flirtear con él de un modo ingenuo... y el cambio que se produjo en él fue espectacular. En una ocasión habían acudido a una fiesta de Halloween que organizaba un amigo mutuo, y alguien le había dado a Danielle una guitarra, pidiéndole que tocara. Justin se había sorprendido de su habilidad con aquel instrumento, pero al rato su anfitrión apareció con otra guitarra e insistió en acompañarla. Ella trató tocar más despacio, pero él era bastante torpe, y finalmente Kevin se acercó, y sin una palabra extendió la mano hacia el anfitrión para que le dejase la guitarra, y este accedió con una sonrisa que Danielle no comprendería hasta momentos después, cuando Kevin se sentara junto a ella, e interpretara La rosa de San Antonio con tanta pasión que los presentes aplaudieron entusiasmados. Después, tocaron una canción juntos, sin dejar de mirarse y, al llegar a la última nota, Kevin le dedicó una sonrisa tan encantadora, que ella le entregó en ese instante su corazón.
No fue algo repentino, en realidad. Hacía mucho que la había impresionado lo cariñoso y amable que podía ser, como cuando Nick y él se convirtieron en los tutores legales de Miley al morir sus padres en aquel accidente de coche.
Además, Kevin estaba siempre dispuesto a echar una mano a quien la necesitase, y no había otro hombre en Tisdaleville más generoso y trabajador que él. Cierto que tenía un fuerte temperamento, pero sus hombres lo respetaban, porque no les exigía nada que no se exigiese a sí mismo. Era copropietario del negocio junto con su hermano, pero él era siempre el primero en llegar y el último en marcharse cuando había algo que acabar. Tenía tantas cualidades admirables... Además, en aquella época, Danielle era joven e impresionable, y tenía la edad justa para enamorarse perdidamente de un hombre mayor que ella.
Después de aquella noche se tropezaban en todas partes: en el restaurante donde almorzaba los martes y los jueves con una amiga; en distintos eventos sociales; en los mercadillos benéficos; cuando iba a dar un paseo a caballo cerca del rancho de los Jonas... Entonces no se había imaginado siquiera que ella pudiera ser la razón por la que de repente un hombre tan ocupado parecía tener tanto tiempo libre ni por qué le había dado por frecuentar los lugares que ella frecuentaba. Sin embargo, se había enamorado de él y, cada segundo que pasaba a su lado, se enamoraba más y más de él.
Y de pronto, un día, todo cambió. Habían ido a hacer una excursión juntos a caballo, y tras detenerse para que descansaran sus monturas, se habían puesto a pasear hasta que Kevin se paró bajo un árbol, apoyándose en un tronco. No dijo una palabra, pero la mirada en sus ojos no podía ser más elocuente. Tenía un cigarrillo en la mano derecha, pero le tendió la otra a Danielle. Ella no sabía qué iba a pasar, pero tomó su mano. El corazón le palpitaba con violencia, y no podía dejar de observar los labios de él con ansiedad. Quizá Kevin sabía que lo deseaba, pero no se aprovechó de ello.
La atrajo hacia sí. Solo sus manos se tocaban. Los ojos verdes de Kevin buscaron el iris marrón de Danielle, inclinó despacio la cabeza, dándole tiempo para dudar, para apartarse, para mostrarle que no quería lo mismo que él... Pero Danielle sí lo quería. Se quedó muy quieta, sin cerrar los ojos, hasta que los labios de Kevin rozaron los suyos suavemente. Un instante después él alzó de nuevo la cabeza y volvió a mirarla.
Dejó caer el cigarrillo sobre la hierba y lo aplastó con la punta de la bota, mientras el corazón de Danielle, amenazaba con salírsele del pecho. Los brazos de Kevin la rodearon atrayéndola un poco hacia sí, se inclinó de nuevo sobre ella, y la besó con ternura y respeto. Danielle respondió, besándolo del mismo modo, le pasó los brazos por encima de los hombros, y dejó que su mente se hundiese entre lo que parecían interminables oleadas de placer.
Kevin se apartó al cabo de un largo minuto y la soltó sin decir nada, para a continuación tomarla de la mano y seguir caminando.
— ¿Quieres una boda a lo grande, o te conformarías con una por lo civil? —le preguntó de improviso, como si le estuviera hablando del tiempo.
Y así fue como se prometieron. Aquella noche Kevin fue a su casa para darle juntos la noticia a su padre. Fue un tremendo shock para el viejo Bass Deleasa, pero no se lo dejó entrever, recobrando pronto la compostura y charlando animadamente con Kevin, dándole la bienvenida a la familia. Después, Danielle acompañó a Justin a su rancho para comunicarles la buena nueva también a Nick y a Miley, pero el primero había volado a Oklahoma para ver a un hombre por negocios, y Miley había dejado una nota para decir que iba a pasar la noche en casa de una amiga. Así pues, se encontraron sin esperarlo con la casa para ellos dos solos. Danielle recordaba vivamente como se habían reído y brindado por su futura felicidad Kevin la había abrazado y la había besado de un modo muy diferente, y ella se había sonrojado ante la intimidad de sentir la lengua de él en su boca.
— Danielle, vamos a casarnos —le susurró él encantado ante ese pudor—, no te haré daño.
—Lo sé —respondió ella ocultando el rostro en su camisa blanca—, es solo que esto es nuevo para mí, el estar así... contigo.
—También es nuevo para mí —murmuró él. Su tórax subía y bajaba.
Se desabrochó la camisa, botón a botón, la abrió, y colocó suavemente las manos de ella en su pecho bronceado y musculoso.
—Acaríciame, Danielle —la instó.
Ella se puso un poco nerviosa, pero cuando él se inclinó para tomar sus labios una vez más, logró empezar a relajarse y a disfrutar del tacto de su piel y de su aroma.
Kevin apretó las manos de Danielle más fuertemente contra sí, y cuando ella lo miró a los ojos, vio en ellos una expresión que no había visto antes en todas las semanas que habían estado saliendo, algo salvaje y fuera de control. Se estremeció al comprender que se trataba de deseo, pero antes de que pudiera reaccionar, Kevin le pasó la mano por debajo de la nuca, atrayéndola hacia sus labios, devorándolos con besos breves como mordiscos, que tuvieron en ella un efecto inesperado y sorprendente.
Gimió asustada por aquellas sensaciones desconocidas, pero para Kevin un gemido tenía un significado totalmente distinto. Creyó que estaba tan inmersa en placer como él, y las incursiones de su boca se hicieron más insistentes a la vez que bajó las manos hasta las caderas de ella, alzándola hacia sí en un abrazo que la dejó sin sentido.
Sabía muy poco acerca de los hombres y del sexo, los contornos rígidos de cierta parte de la anatomía de Kevin le indicaron muy gráficamente que estaba excitándose y lo sintió gemir dentro de su boca mientras se frotaba contra ella.
Danielle trató de revolverse, pero él era muy fuerte, y la pasión lo tenía desbocado. De hecho, no se percató de que ella estaba tratando de apartarse de él hasta que Danielle despegó los labios de los suyos y lo empujó rogándole que parara.
Kevin alzó la cabeza con la respiración entrecortada y la frustración escrita en la mirada.
— Danielle... — gimió él desesperado.
— ¡Suéltame! —Le suplicó ella—, por favor, Kevin...no...
—Pararé antes de que lleguemos al final —le susurró él contra sus labios, inclinándose para besarla de nuevo.
Las protestas de Danielle se vieron ahogadas por la cálida boca de él, y de pronto notó que la alzaba, en volandas y la llevaba al sofá, tendiéndola sobre los suaves cojines.
La insoportable necesidad de ella hizo que Kevin! se estremeciera antes de volver a besarla con fiereza! tumbándose encima. A Danielle le estaba entrando verdadero pánico. Sabía lo que podía ocurrir, y era muy posible que él, a pesar de sus intenciones, no fuera capaz de detenerse llegado el momento.
— ¡Kevin! —lo llamó suplicante.
— No voy a arrebatarte tu virginidad, Danielle —murmuró él deslizando las manos hacia sus caderas—. Oh, Dios, cariño, no me hagas esto. Déjame que te ame, Danielle...
Sus últimas palabras se vieron ahogadas al presionar sus labios de nuevo contra los de ella, con mayor ansia aún. A Danielle pronto le quedó patente la absoluta falta de control de Kevin al sentir cómo empujaba sus caderas hacia las de ella, y cómo sus manos buscaban sus senos, pero fue al meter él una rodilla entre sus piernas cuando le entró verdadero pánico.
Trató otra vez, de revolverse, y al cabo de un rato por fin él se percató de su oposición. Alzó la cabeza, con la llama de la pasión todavía en sus ojos verdes, y se quedó mirándola un instante, desconcertado. Al leer el rechazo en la expresión de Danielle y notar la rigidez de su cuerpo, se apartó de ella y se puso de pie. Pasó un buen rato antes de que ella recobrara el aliento, y para entonces Kevin se había alejado varios metros, y estaba apoyado en un mueble fumando un cigarro.
Tras varios minutos de tenso silencio, él sirvió brandy en dos vasos, y le tendió uno a Danielle, sonriendo burlón ante el modo en que ella evitó rozarle siquiera la mano al tomarlo.
—Espero que sepas que no tengo planeado dormir en otra habitación cuando nos casemos —le dijo sombrío.
—Lo sé —murmuró ella tomando un sorbo del vaso. Las manos le temblaban de un modo exagerado. Quería explicarle lo que le ocurría, pero Kevin, con su actitud no se lo estaba poniendo nada fácil—. Kevin, yo... soy virgen.
— ¿Acaso crees que no lo sé? —masculló él. Se volvió a mirarla, pero su rostro era una máscara impenetrable. — ¡Por amor de Dios, vamos a casarnos! ¿Esperas que me mantenga a un metro de ti hasta que te haya puesto el anillo en el dedo?
Danielle enrojeció y bajó la vista al vaso.
—Tal vez.... tal vez sería lo mejor —dijo en un hilo de voz
—Teniendo en cuenta mi falta de control, quieres decir— apuntó él en un tono gélido que jamás había usado antes con ella.
Apuró el brandy y al cabo de un rato pareció disiparse su ira, para alivio de Danielle. No se disculpó, se acercó a ella, la tomó de la mano y le sonrió como si nada hubiera pasado. Siguieron bebiendo juntos y, cuando los efectos del alcohol empezaban a evidenciarse en ambos, le enseñó una canción de taberna mexicana. En ese momento entraron María y López, que volvían de una fiesta, y tras una buena regañina de la mujer a Kevin por enseñarle una canción tan grosera, él la había llevado de vuelta a casa.
Danielle había esperado el día de la boda con ilusión, pero también con miedo. Temía que llevado aquella pasión desenfrenada, se olvidara de no hacerle daño.
Durante los días que siguieron, no obstante, la demostración de amor más apasionada que le hizo Kevin fue tomarla de la mano y besarla en la mejilla, así que Danielle se relajó y volvió a disfrutar de su compañía.
Y entonces, de pronto, su padre puso fin a su relación. Le dijo que debía dejar a Kevin si no quería verlo perder todo cuanto tenía. Kevin acabaría odiándola, le dijo, la culparía por haberlo dejado en la ruina, y su matrimonio no tendría ninguna posibilidad, porque su orgullo se encargaría de destrozarlo.
Por aquel entonces ella era muy joven e ingenua, mientras que su padre era un perro viejo en cómo conseguir siempre lo que se proponía. Consiguió la ayuda de Rob Pattison, prometiéndole una beneficiosa fusión, y la obligó a mentir a Kevin, admitiendo que tenía un romance con Rob, y que solo le interesaban el dinero y una elevada posición social, cosas que Kevin no podía darle.
Hacía ya tanto tiempo de eso, se dijo Danielle, y había habido tanto dolor... Ella solo había querido proteger a Kevin, evitarle la agonía de perder todo aquello por lo que su familia y él habían trabajo tan duramente. Y sin embargo, al mismo tiempo, había sacrificado su propia felicidad. No podía culpar a Kevin por la frialdad con que la trataba. Además, no se culpaba a sí misma solo por haberlo hecho sufrir tanto, sino también por no haber sido honesta con él respecto a la razón por la que le daba pánico que la tocara.
Iba a casarse con ella por lástima, no por amor. Y estaban también sus deseos de venganza, claro. No sabía cómo iba a sobrellevar el vivir con él, pero estaba segura de que tan solo la proximidad lo llevaría a cambiar de actitud. Tal vez incluso, algún día, reuniría el coraje suficiente para decirle la verdad y hacerle comprender.
Había dicho que se casaría con él, y no iba a echarse atrás. No, iba a tratar de hacer que aquello funcionara.




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