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domingo, 24 de octubre de 2010

Novela " Kevin " Cap 2



Cuando detuvo el vehículo a unos metros de la casa de huéspedes, Kevin metió un fajo de billetes en el bolso de Danielle. Ella quiso protestar, pero Kevin siguió fumando su cigarrillo y la ignoró por completo.
— Ya te dije antes que lo del dinero quedaría entre nosotros —murmuró mientras apagaba el motor. Apoyó el codo en la ventanilla abierta y se giró para mirarla—. Hablaba en serio, pero si como te dije prefieres considerarlo como un préstamo, eso es cosa tuya.
—Te prometo que te lo devolveré... algún día — contestó ella con aire miserable, mordiéndose el labio. Con lo poco que ganaba apenas si le alcanzaría para pagar el alquiler y comprarse la ropa que necesitara.
— Me da igual.
— Pues a mí no —repuso ella algo sulfurada. Dejó escapar un enorme suspiro—. Oh, Kevin, ¿qué voy a hacer? —gimió—. Por primera vez en mi vida me encuentro sola. Joe se ha marchado a Arizona, y no tengo más familia que él... —de pronto se dio cuenta de que estaba evidenciando su debilidad, y bajó la vista avergonzada —Disculpa, no me hagas caso, ya sé que no debí haber dicho eso. Solo sé quejarme...
Kevin no dijo nada. Nunca había visto a Danielle desesperada siempre estaba tan compuesta y calmada... era algo nuevo y algo incómodo verla tan vulnerable.
—Si las cosas se te hicieran demasiado cuesta arriba —le dijo con voz queda—, siempre puedes venirte a vivir conmigo.
Ella emitió una risa ahogada.
—Eso no haría mucho bien a nuestras reputaciones.
—Si las habladurías es lo que te preocupa —dijo Kevin echando una bocanada de humo—, podríamos casarnos —lo dijo de un modo indiferente, pero tenía los ojos fijos en ella.
A Danielle se le había cortado la respiración. Preguntándose si se trataría de una broma cruel…
— ¿Por qué querrías casarte conmigo?
Kevin habría deseado no tener que contestar a eso. No podía admitir que aún la amaba.
—Tú necesitas un lugar donde vivir —le dijo encogiéndose de hombros—, y yo estoy harto de estar solo. Desde que Miley y Nick se casaron y se fueron, la casa parece un maldito museo.
—No es verdad, lo harías porque me tienes lástima- lo acusó ella.
—Tal vez —murmuró él dando otra calada a su cigarrillo —. Bueno, ¿y qué si es así? —replicó molesto girándose hacia ella—. Tampoco es que tengas demasiadas opciones: o aceptas mi dinero para alquilar una habitación a la señora Giménez, o te quedas en el cochambroso almacén de la oficina de Zac Efron, exponiéndote a ser seducida por él.
—Para ya con eso, ¿quieres? —masculló ella incómoda—. El señor Efron no es de esa clase de hombres, y además, si ya no te importo, no tienes razón para mostrarte tan posesivo respecto a mí.
— ¿No la tengo? —repitió él clavando sus ojos oscuros en los de ella—. Tal vez, pero me temo que es algo que no se puede evitar. Una vez estuvimos prometidos, Danielle, y los sentimientos que implican esa clase de relación no mueren fácilmente.
—Menuda relación fue... —murmuró ella con un suspiro—. Nunca entendí por qué querías casarte conmigo.
—Para mí no fuiste más que un tanto que me apunté —mintió él con frialdad—. Eras una joven rica y sofisticada, y yo un chico provinciano lleno de ilusiones. Me lo hiciste pasar muy mal, pero la venganza es un plato que se sirve frío, y aquí estamos, yo me he convertido en un hombre influyente y con dinero, y tú te ves ahora humillada por el destino —entornó los ojos — No pienses ni por un momento que quiero casarme contigo porque quedé en mí algún rescoldo de pasión porque no lo hay.
Danielle lo miró con amarga tristeza. No era capaz de perdonarla. Se casaría con ella solo para hacerla suplicar su amor, un amor que él juraría una y otra vez que jamás había sentido. Tenía gracia que la despreciara porque creía que se había acostado con Rob Pattison, por algo que era una burda mentira. Aún era virgen, y sería desde luego un tremendo shock para él si llegaban a casarse y lo averiguaba.
—No soy tan estúpida como para pensar que aún me deseas —le respondió—, no después del modo en que herí tu orgullo —añadió alzando los ojos para estudiar el arrogante rostro—. Pero sí creía que me querías un poco, aunque nunca lo dijeras.
Aquello era verdad. Nunca había llegado a saber qué quería casarse con ella. Hasta aquella noche no había dado muestra alguna de desear llevarla a su cama y no era un hombre que mostrara sus sentimientos de un modo abierto. Sin embargo, posiblemente por lo enamorada que estaba ella de él, no había reparado jamás en lo poco que él se daba.
—Si lo que quieres es una cierta seguridad —dijo Kevin ignorando sus palabras—, puedo dártela. Nunca te faltaría nada.....aunque lógicamente no tengo la fortuna tu padre.
Danielle cerró los ojos al sobrevenirle una oleada de vergüenza. Precisamente su padre y su propia ingenuidad eran los culpables de que él estuviera resentido Sin embargo, estaba claro que lo único que quería era venganza, y no estaba dispuesta a ofrecérsela en bandeja de plata.
—Kevin, no me casaré contigo —le dijo al cabo rato—. Sería una locura —murmuró.
Entonces de un modo inesperado, él puso su mano sobre la de ella, para retirarla al instante.
—Es una casa muy grande —le dijo—. Solo viven López y María conmigo. Además, ni siquiera tendrías que trabajar si no quisieras.
Lo que usted le ofrecía era el cielo para ella... si tan solo lo hiciera de corazón no por lástima. No, era peor, no lo hacía únicamente por lástima, lo hacía por vengarse de su rechazo, y del infierno en que lo había sumido durante los últimos seis años. Su orgullo exigía una compensación. ¿Y no se lo debía?, se dijo Danielle con amargura, ¿no se lo debía después de lo que le había hecho? Después de todo, aunque no tuviera su amor, era lo que siempre había soñado; pasar el resto de su vida junto a él. Desayunarían juntos, comerían juntos, cenarían juntos, tal vez viendo la televisión. Y dormirían bajo el mismo techo. Su corazón latió apresurado. Quería aquello más que nada en el mundo, lo quería desesperadamente.
— Imagino que tú no... Es decir, que no querrías... —... «un niño». Era incapaz de decirlo. Solo Dios sabía cómo se las arreglaría para soportar lo que tendría que soportar para concebir uno.
—No, nunca te pediré el divorcio —contestó él malinterpretándola—. Soy un hombre de palabra, y cuando me comprometo a algo, lo cumplo.
Danielle no pudo evitar reconocer en sus palabras una acusación hacia ella.
— ¿Todavía me odias, Kevin? —inquirió. Necesitaba saberlo.
Él se quedó mirándola un rato, fumando en silencio.
— Ya no estoy seguro de lo que siento por ti.
Aunque Danielle hubiera preferido una ardiente declaración de amor, su respuesta había sido sincera. Probablemente no debería aceptar su proposición porque era una locura, pero no pudo resistir la tentación.
—Me casaré contigo, entonces, si es que lo dices en serio — murmuró sin atreverse a alzar la mirada.
Kevin se quedó paralizado, pero el pulso se le disparó al escuchar sus palabras. Danielle no podía imaginarse la cantidad de noches que había pasado en vela, ansiando tenerla junto a él, deseándola. Pero había perdido su confianza, y jamás podría recuperarla. No había vuelta atrás. Solo le había ofrecido esa solución porque necesitaba ayuda. Tenía que mantener la cabeza fría y los pies en el suelo. Tal vez incluso ella llegara al punto de mostrarse amable con él por gratitud, haciéndole daño otra vez. No podría bajar la guardia ni un momento, pero... ¡oh, Dios, la deseaba tanto!
—Muy bien, entonces no hace falta que vayamos a ver a la señora Giménez hasta que lo hayamos planificado todo —dijo.
Puso de nuevo el coche en marcha, camino de su rancho. ¿Por qué le temblaban las manos?, se pregunto molesto agarrando con más fuerza el volante. No podía dejar que ella supiera hasta qué punto lo había afectado su respuesta.
Si a María y a López los sorprendió ver a Kevin acompañado de Danielle, ninguno de los dos dijo nada. El anciano desapareció por la puerta de la cocina, mientras que su esposa les servía café con pastas. Kevin no quería que se molestara, pero la mujer insistió, así que no tuvo más remedio que sentarse en su sillón orejero tras hacer un ademán a Danielle para que hiciera otro tanto en el sofá que había enfrente.
—Gracias, María —le dijo Danielle con una cálida sonrisa
—No hay de qué, señorita, es un placer —repuso la mujer mexicana con otra sonrisa—. Estaré en la cocina si me necesita, señorito —le dijo a Kevin antes de salir del salón, y cerrar la puerta discretamente.
— ¿Solo, verdad? —Inquirió él inclinándose hacia la mesita y señalando la cafetera plateada—, y sin azúcar.
—Sí, gracias —asintió ella. La agradó que recordara como le gustaba el café.
Tras servirle, Kevin le tendió la taza y sirvió otra para él, añadiendo en cambio bastante leche y varias cucharadas de azúcar.
Danielle se quedó mirándolo, preguntándose por qué habría aceptado su proposición. Había sido una locura. Era como una fortaleza inexpugnable, y estaba claro que lo único que le interesaba era vengarse de ella. Claro que... por otra parte, tal vez viviendo bajo el mismo techo que él tuviera una oportunidad de demostrarle que todo había sido una treta de su padre. Lo único que tenía que hacer para probarle su inocencia, era hacer que la llevara a la cama, pero lo malo era que ahí residía el problema: esa clase de intimidad le daba un miedo atroz.
— ¿Por qué te sonrojas? —inquirió Kevin de pronto.
— Es que... hace calor aquí —balbució ella tras aclararse la garganta.
— ¿Tú crees? — repuso él lanzando una risotada Tomó un sorbo de su café—. Por si te lo estabas preguntando, tendrás tu propia habitación. No espero nada a cambio de darte cobijo.
Danielle se puso aún más colorada, y tuvo que contener el deseo de tirarle la taza a la cabeza.
—Lo estás poniendo como si yo fuera una sin techo.
—Duele, ¿verdad? —Dijo él con crueldad — En fin, lo cierto es que Joe no puede mantenerte y no puedes vivir holgadamente con lo que te paga Zac Efron... y no es que le critique por ello, pero es un hecho que las secretarias de las pequeñas ciudades de provincia no ganan demasiado.
— El dinero no me importa demasiado— repuso ella a la defensiva.
— Oh, claro que no —dijo Kevin sarcástico. Y tomó otro sorbo de su café.
— Escucha, Kevin... Fue todo idea de mi padre lo del falso compromiso con Robert Pattison y..,
— Tu padre jamás me habría hecho algo así— cortó él con aspereza. Un brillo amenazador cruzó sus ojos al inclinarse hacia delante—. No lo uses como chivo expiatorio solo porque esté muerto. Siempre me trató como a un amigo.
«Eso es lo que tú crees», pensó ella con amargura.
Estaba claro que no serviría de nada tratar de explicarle. No comprendía que Kevin lo defendiera de ese modo solo porque su padre hubiera fingido que lo apreciaba
— Jamás volverás a fiarte de mí, ¿no es cierto? le preguntó con suavidad.
Kevin se quedó estudiando un instante su bello rostro, los ojos verdes que se miraban en los suyos.
— No, un gato escaldado huye del agua. Pero si crees que me partiste el corazón, estás muy equivocada. Me di cuenta muy pronto de cómo eras en realidad, y heriste mi orgullo, pero no llegaste a mi corazón.
— No creo que ninguna mujer lo haya hecho. No dejas que nadie se te acerque —repuso ella en el mismo tono suave, recorriendo con el dedo el borde de la taza.- Miley me dijo que hacía mucho que no salías con nadie
—Tengo treinta y siete años —le recordó Kevin—. Hace bastante que dejé atrás mis días de vivalavirgen, antes incluso de empezar a salir contigo —apuró el café y dejó la tasa sobre la mesita. La miró fijamente. — Y los dos sabemos que tú también tuviste los tuyos, y con quién.
—No me conoces en absoluto, Kevin —le espetó Danielle —. Ni ahora, ni antes tampoco. Antes me dijiste que para ti era un símbolo de estatus social, y al volver la vista atrás, supongo que así era en efecto — dijo riéndose con amargura—, porque recuerdo como me llevabas a todas partes, para exhibirme ante tus amigos Me sentía como uno de esos caballos purasangre que Joe solía llevar a las carreras de obstáculos.
—Si te llevaba a todas partes conmigo era porque eras bonita y dulce, y porque me gustaba estar contigo — repuso él con aspereza—. Todo eso de que te deseaba por tu estatus no era más que una tontería
—Vaya, gracias por decírmelo —murmuró Danielle recostándose en el sofá—. En fin, supongo que de todos modos, como tú decías, ya no importa demasiado— apuró también su café y dejó la tasa sobre la mesita —. ¿Vamos a tener una boda por la iglesia? —le preguntó.
— ¿No te parece que ya somos un poco mayorcitos para esa clase de ceremonia? —respondió él.
—Yo quiero casarme por la iglesia —insistió ella.
—Muy bien, tendrás tu boda por la iglesia. Puedes quedarte en casa de la señora Giménez hasta que nos casemos, así será todo más discreto —Kevin alzó los ojos entornados hacia ella —. Solo hay una cosa que quiero que quede bien clara: Ni se te ocurra presentarte ese día con un vestido blanco, porque si lo haces, te dejaré plantada en el altar
— ¿Y qué crees que pensarán las mujeres de la congregación si no voy de blanco? —dijo ella con una mirada dolida en los ojos verdes.
Kevin se sintió mal. Quería vengarse por su romance con Rob Pattison, pero lo cierto era que no quería verla herida
—Puedes ponerte algo que sea de color crema —concedió a regañadientes
El labio inferior de Danielle temblaba de rabia.
—Llévame a la cama—le dijo. Lo desafió con la mirada, pero un rubor intenso tiño sus mejillas, y se estremeció ante su propio atrevimiento—. ¡Si crees que miento acerca de mi inocencia, puedo demostrarte que digo la verdad!
Sin embargo, antes de que Kevin, que se había quedado de piedra, pudiera reaccionar, llamaron a la puerta y entró López con mensaje para Kevin.
—Tengo unos asuntos que atender—le dijo este a Danielle tras leer la nota que le tendió López—. Puedo llevarte a la casa de huéspedes y luego tal vez quieras llamar a Miley para que te ayude con los preparativos de la boda: las invitaciones y demás.
Danielle no discutió. Se sentía moralmente agotada. ¿Sería capaz de avergonzarla públicamente, como una adúltera exhibida por las calles? Apretó los dientes obstinada mientras subían al coche. No iba a permitírselo, iría de blanco, y si la dejaba tirada frente al altar, tal vez fuera lo mejor después de todo. Además, sabía que Kevin era perro ladrador pero poco mordedor, por lo que seguramente no pretendía llevar a término esa amenaza.... o al menos eso era lo que ella quería creer. ¡Si tan solo las cosas pudieran volver a ser como seis años atrás...!
Danielle había conocido a los Jonas de toda la vida. De hecho, su hermano Joe y Nick, el hermano de Kevin, eran muy amigos, lo cual implicaba que ella y Kevin se veían de vez en cuando. Al principio se había mostrado frío y distante, pero Danielle se lo había tomado como un reto, y había empezado a picarlo, y a flirtear con él de un modo ingenuo... y el cambio que se produjo en él fue espectacular. En una ocasión habían acudido a una fiesta de Halloween que organizaba un amigo mutuo, y alguien le había dado a Danielle una guitarra, pidiéndole que tocara. Justin se había sorprendido de su habilidad con aquel instrumento, pero al rato su anfitrión apareció con otra guitarra e insistió en acompañarla. Ella trató tocar más despacio, pero él era bastante torpe, y finalmente Kevin se acercó, y sin una palabra extendió la mano hacia el anfitrión para que le dejase la guitarra, y este accedió con una sonrisa que Danielle no comprendería hasta momentos después, cuando Kevin se sentara junto a ella, e interpretara La rosa de San Antonio con tanta pasión que los presentes aplaudieron entusiasmados. Después, tocaron una canción juntos, sin dejar de mirarse y, al llegar a la última nota, Kevin le dedicó una sonrisa tan encantadora, que ella le entregó en ese instante su corazón.
No fue algo repentino, en realidad. Hacía mucho que la había impresionado lo cariñoso y amable que podía ser, como cuando Nick y él se convirtieron en los tutores legales de Miley al morir sus padres en aquel accidente de coche.
Además, Kevin estaba siempre dispuesto a echar una mano a quien la necesitase, y no había otro hombre en Tisdaleville más generoso y trabajador que él. Cierto que tenía un fuerte temperamento, pero sus hombres lo respetaban, porque no les exigía nada que no se exigiese a sí mismo. Era copropietario del negocio junto con su hermano, pero él era siempre el primero en llegar y el último en marcharse cuando había algo que acabar. Tenía tantas cualidades admirables... Además, en aquella época, Danielle era joven e impresionable, y tenía la edad justa para enamorarse perdidamente de un hombre mayor que ella.
Después de aquella noche se tropezaban en todas partes: en el restaurante donde almorzaba los martes y los jueves con una amiga; en distintos eventos sociales; en los mercadillos benéficos; cuando iba a dar un paseo a caballo cerca del rancho de los Jonas... Entonces no se había imaginado siquiera que ella pudiera ser la razón por la que de repente un hombre tan ocupado parecía tener tanto tiempo libre ni por qué le había dado por frecuentar los lugares que ella frecuentaba. Sin embargo, se había enamorado de él y, cada segundo que pasaba a su lado, se enamoraba más y más de él.
Y de pronto, un día, todo cambió. Habían ido a hacer una excursión juntos a caballo, y tras detenerse para que descansaran sus monturas, se habían puesto a pasear hasta que Kevin se paró bajo un árbol, apoyándose en un tronco. No dijo una palabra, pero la mirada en sus ojos no podía ser más elocuente. Tenía un cigarrillo en la mano derecha, pero le tendió la otra a Danielle. Ella no sabía qué iba a pasar, pero tomó su mano. El corazón le palpitaba con violencia, y no podía dejar de observar los labios de él con ansiedad. Quizá Kevin sabía que lo deseaba, pero no se aprovechó de ello.
La atrajo hacia sí. Solo sus manos se tocaban. Los ojos verdes de Kevin buscaron el iris marrón de Danielle, inclinó despacio la cabeza, dándole tiempo para dudar, para apartarse, para mostrarle que no quería lo mismo que él... Pero Danielle sí lo quería. Se quedó muy quieta, sin cerrar los ojos, hasta que los labios de Kevin rozaron los suyos suavemente. Un instante después él alzó de nuevo la cabeza y volvió a mirarla.
Dejó caer el cigarrillo sobre la hierba y lo aplastó con la punta de la bota, mientras el corazón de Danielle, amenazaba con salírsele del pecho. Los brazos de Kevin la rodearon atrayéndola un poco hacia sí, se inclinó de nuevo sobre ella, y la besó con ternura y respeto. Danielle respondió, besándolo del mismo modo, le pasó los brazos por encima de los hombros, y dejó que su mente se hundiese entre lo que parecían interminables oleadas de placer.
Kevin se apartó al cabo de un largo minuto y la soltó sin decir nada, para a continuación tomarla de la mano y seguir caminando.
— ¿Quieres una boda a lo grande, o te conformarías con una por lo civil? —le preguntó de improviso, como si le estuviera hablando del tiempo.
Y así fue como se prometieron. Aquella noche Kevin fue a su casa para darle juntos la noticia a su padre. Fue un tremendo shock para el viejo Bass Deleasa, pero no se lo dejó entrever, recobrando pronto la compostura y charlando animadamente con Kevin, dándole la bienvenida a la familia. Después, Danielle acompañó a Justin a su rancho para comunicarles la buena nueva también a Nick y a Miley, pero el primero había volado a Oklahoma para ver a un hombre por negocios, y Miley había dejado una nota para decir que iba a pasar la noche en casa de una amiga. Así pues, se encontraron sin esperarlo con la casa para ellos dos solos. Danielle recordaba vivamente como se habían reído y brindado por su futura felicidad Kevin la había abrazado y la había besado de un modo muy diferente, y ella se había sonrojado ante la intimidad de sentir la lengua de él en su boca.
— Danielle, vamos a casarnos —le susurró él encantado ante ese pudor—, no te haré daño.
—Lo sé —respondió ella ocultando el rostro en su camisa blanca—, es solo que esto es nuevo para mí, el estar así... contigo.
—También es nuevo para mí —murmuró él. Su tórax subía y bajaba.
Se desabrochó la camisa, botón a botón, la abrió, y colocó suavemente las manos de ella en su pecho bronceado y musculoso.
—Acaríciame, Danielle —la instó.
Ella se puso un poco nerviosa, pero cuando él se inclinó para tomar sus labios una vez más, logró empezar a relajarse y a disfrutar del tacto de su piel y de su aroma.
Kevin apretó las manos de Danielle más fuertemente contra sí, y cuando ella lo miró a los ojos, vio en ellos una expresión que no había visto antes en todas las semanas que habían estado saliendo, algo salvaje y fuera de control. Se estremeció al comprender que se trataba de deseo, pero antes de que pudiera reaccionar, Kevin le pasó la mano por debajo de la nuca, atrayéndola hacia sus labios, devorándolos con besos breves como mordiscos, que tuvieron en ella un efecto inesperado y sorprendente.
Gimió asustada por aquellas sensaciones desconocidas, pero para Kevin un gemido tenía un significado totalmente distinto. Creyó que estaba tan inmersa en placer como él, y las incursiones de su boca se hicieron más insistentes a la vez que bajó las manos hasta las caderas de ella, alzándola hacia sí en un abrazo que la dejó sin sentido.
Sabía muy poco acerca de los hombres y del sexo, los contornos rígidos de cierta parte de la anatomía de Kevin le indicaron muy gráficamente que estaba excitándose y lo sintió gemir dentro de su boca mientras se frotaba contra ella.
Danielle trató de revolverse, pero él era muy fuerte, y la pasión lo tenía desbocado. De hecho, no se percató de que ella estaba tratando de apartarse de él hasta que Danielle despegó los labios de los suyos y lo empujó rogándole que parara.
Kevin alzó la cabeza con la respiración entrecortada y la frustración escrita en la mirada.
— Danielle... — gimió él desesperado.
— ¡Suéltame! —Le suplicó ella—, por favor, Kevin...no...
—Pararé antes de que lleguemos al final —le susurró él contra sus labios, inclinándose para besarla de nuevo.
Las protestas de Danielle se vieron ahogadas por la cálida boca de él, y de pronto notó que la alzaba, en volandas y la llevaba al sofá, tendiéndola sobre los suaves cojines.
La insoportable necesidad de ella hizo que Kevin! se estremeciera antes de volver a besarla con fiereza! tumbándose encima. A Danielle le estaba entrando verdadero pánico. Sabía lo que podía ocurrir, y era muy posible que él, a pesar de sus intenciones, no fuera capaz de detenerse llegado el momento.
— ¡Kevin! —lo llamó suplicante.
— No voy a arrebatarte tu virginidad, Danielle —murmuró él deslizando las manos hacia sus caderas—. Oh, Dios, cariño, no me hagas esto. Déjame que te ame, Danielle...
Sus últimas palabras se vieron ahogadas al presionar sus labios de nuevo contra los de ella, con mayor ansia aún. A Danielle pronto le quedó patente la absoluta falta de control de Kevin al sentir cómo empujaba sus caderas hacia las de ella, y cómo sus manos buscaban sus senos, pero fue al meter él una rodilla entre sus piernas cuando le entró verdadero pánico.
Trató otra vez, de revolverse, y al cabo de un rato por fin él se percató de su oposición. Alzó la cabeza, con la llama de la pasión todavía en sus ojos verdes, y se quedó mirándola un instante, desconcertado. Al leer el rechazo en la expresión de Danielle y notar la rigidez de su cuerpo, se apartó de ella y se puso de pie. Pasó un buen rato antes de que ella recobrara el aliento, y para entonces Kevin se había alejado varios metros, y estaba apoyado en un mueble fumando un cigarro.
Tras varios minutos de tenso silencio, él sirvió brandy en dos vasos, y le tendió uno a Danielle, sonriendo burlón ante el modo en que ella evitó rozarle siquiera la mano al tomarlo.
—Espero que sepas que no tengo planeado dormir en otra habitación cuando nos casemos —le dijo sombrío.
—Lo sé —murmuró ella tomando un sorbo del vaso. Las manos le temblaban de un modo exagerado. Quería explicarle lo que le ocurría, pero Kevin, con su actitud no se lo estaba poniendo nada fácil—. Kevin, yo... soy virgen.
— ¿Acaso crees que no lo sé? —masculló él. Se volvió a mirarla, pero su rostro era una máscara impenetrable. — ¡Por amor de Dios, vamos a casarnos! ¿Esperas que me mantenga a un metro de ti hasta que te haya puesto el anillo en el dedo?
Danielle enrojeció y bajó la vista al vaso.
—Tal vez.... tal vez sería lo mejor —dijo en un hilo de voz
—Teniendo en cuenta mi falta de control, quieres decir— apuntó él en un tono gélido que jamás había usado antes con ella.
Apuró el brandy y al cabo de un rato pareció disiparse su ira, para alivio de Danielle. No se disculpó, se acercó a ella, la tomó de la mano y le sonrió como si nada hubiera pasado. Siguieron bebiendo juntos y, cuando los efectos del alcohol empezaban a evidenciarse en ambos, le enseñó una canción de taberna mexicana. En ese momento entraron María y López, que volvían de una fiesta, y tras una buena regañina de la mujer a Kevin por enseñarle una canción tan grosera, él la había llevado de vuelta a casa.
Danielle había esperado el día de la boda con ilusión, pero también con miedo. Temía que llevado aquella pasión desenfrenada, se olvidara de no hacerle daño.
Durante los días que siguieron, no obstante, la demostración de amor más apasionada que le hizo Kevin fue tomarla de la mano y besarla en la mejilla, así que Danielle se relajó y volvió a disfrutar de su compañía.
Y entonces, de pronto, su padre puso fin a su relación. Le dijo que debía dejar a Kevin si no quería verlo perder todo cuanto tenía. Kevin acabaría odiándola, le dijo, la culparía por haberlo dejado en la ruina, y su matrimonio no tendría ninguna posibilidad, porque su orgullo se encargaría de destrozarlo.
Por aquel entonces ella era muy joven e ingenua, mientras que su padre era un perro viejo en cómo conseguir siempre lo que se proponía. Consiguió la ayuda de Rob Pattison, prometiéndole una beneficiosa fusión, y la obligó a mentir a Kevin, admitiendo que tenía un romance con Rob, y que solo le interesaban el dinero y una elevada posición social, cosas que Kevin no podía darle.
Hacía ya tanto tiempo de eso, se dijo Danielle, y había habido tanto dolor... Ella solo había querido proteger a Kevin, evitarle la agonía de perder todo aquello por lo que su familia y él habían trabajo tan duramente. Y sin embargo, al mismo tiempo, había sacrificado su propia felicidad. No podía culpar a Kevin por la frialdad con que la trataba. Además, no se culpaba a sí misma solo por haberlo hecho sufrir tanto, sino también por no haber sido honesta con él respecto a la razón por la que le daba pánico que la tocara.
Iba a casarse con ella por lástima, no por amor. Y estaban también sus deseos de venganza, claro. No sabía cómo iba a sobrellevar el vivir con él, pero estaba segura de que tan solo la proximidad lo llevaría a cambiar de actitud. Tal vez incluso, algún día, reuniría el coraje suficiente para decirle la verdad y hacerle comprender.
Había dicho que se casaría con él, y no iba a echarse atrás. No, iba a tratar de hacer que aquello funcionara.




viernes, 22 de octubre de 2010

Novela " Kevin " Cap 1



Hola chicas esta es la novela de Kanielle
espero les guste....
un beso...♥



La mañana había amanecido calurosa, pero aquello no había parecido desanimar a los postores. El subastador, de pie en el elegante porche de la enorme mansión blanca, dirigía la sesión en un tono monocorde, pero de vez en cuando tenía que echar mano de su pañuelo para secarse el sudor del rostro y la nuca.
Kevin Jonas observaba la subasta con los ojos verdes entornados. No tenía intención de comprar, no aquel día, pero sí tenía un interés personal en la subasta. Era el hogar de los Deleasa lo que se estaba subastando, con absolutamente todo lo que había en él. Debería sentir cierta satisfacción al ver cómo se desperdigaban las posesiones de Bass Deleasa, pero, extrañamente, no era así. De hecho lo hacía sentirse bastante incómodo, era como ver a un grupo de buitres despedazando a una víctima indefensa hasta los huesos.
Buscó con la mirada entre la muchedumbre, tratando de ver a Danielle Deleasa, pero no parecía haber acudido. Tal vez ella y su hermano Joe estarían dentro de la mansión, ayudando a la gente de la casa de subastas a clasificar los muebles y las antigüedades para su venta.
Alguien se acercó a él por la izquierda, y al girar la cabeza se encontró con su cuñada, Miley Cyrus.
—No esperaba verte aquí —le dijo ella sonriéndole.
Nick y él iban a ser sus hermanastros, pero un accidente de coche dos días antes de la boda, acabó con la vida del padre de ellos y la madre de ella. Miley no tenía más familia, así que se convirtieron en sus tutores legales y la joven se fue a vivir con ellos a su rancho de Texas. Solo hacía seis semanas que Nick y ella se habían casado.
—Nunca me pierdo una subasta —contestó él, volviendo la cabeza hacia el subastador—. Por cierto, no he visto a los Deleasa añadió en un tono despreocupado.
—Joe está en Arizona —contestó Miley. La divirtió verlo girar la cabeza sorprendida ante la noticia. — No quería irse sin pelear por su patrimonio, pero parece ser que se produjo algún tipo de emergencia en el rancho en el que está trabajando.
— ¿Ha dejado sola a Danielle? —exclamó Kevin. Pareció que las palabras habían escapado involuntariamente de sus labios.
—Me temo que sí —asintió su cuñada reprimiendo a duras penas una sonrisa maliciosa—. Está en el apartamento que le ha alquilado su jefe, Zac Efron, justo encima del bufete en el que trabaja...
Las facciones de Kevin se pusieron rígidas, y dejó suspendido en el aire el cigarrillo que estaba fumando.
— ¿Efron tiene el valor de llamarlo apartamento? ¡Por amor de Dios!, ¡si no es más que un almacén cochambroso!
—Bueno, le ha dado permiso a Danielle para arreglarlo un poco —repuso Miley—. No tiene otra opción, Kevin. Están vendiendo la casa y no puede permitirse otra cosa con lo que gana. Es una tragedia. Joe y ella pensaban que podrían al menos retener su hogar, pero las deudas de su padre eran demasiado cuantiosas.
Kevin farfulló algo por lo bajo con la vista fija en la mansión frente a ellos. Aquella casa simbolizaba todo lo que había odiado de la familia Tisdale en los últimos seis años, desde que Danielle había roto su compromiso y lo había traicionado.
—¿No estás contento? —lo picó Miley suavemente. —Después de todo odias a Danielle. Debería complacerte verla humillada públicamente.
Pero él no respondió a sus pullas, sino que se dio vuelta bruscamente y se dirigió a grandes zancadas al lugar donde tenía aparcado su Thunderbird negro. Miley sonrió. Durante todos esos años, Kevin había evitado todo contacto con los Dalease, hasta el punto de que no quería ni oír mencionarlo, pero en los últimos meses la lucha que se libraba en su interior estaba empezando a exteriorizarse.
Miley estaba segura de que todavía sentía algo por Danielle, y que ella también sentía aún algo por él; y feliz como se sentía en su matrimonio, quería que el resto del mundo fuera igualmente feliz, así que pensaba que quizá empujando un poco a Kevin en la dirección adecuada lograría hacer felices a dos personas muy desdichadas.
Kevin no se había enterado de la venta de la mansión de los Deleasa hasta aquella misma mañana, cuando Nick lo había mencionado en la oficina de la nave de engorde de ganado que ambos dirigían. Le dijo que había salido en los periódicos, pero Kevin había estado fuera de la ciudad. No le sorprendía en absoluto que Danielle quisiera mantenerse al margen de la subasta. Había nacido en aquella casa, y había vivido allí toda su vida. De hecho, su abuelo había sido el fundador de la pequeña ciudad en que vivían y le había dado su nombre: Tisdaleville. Eran una familia adinerada, y los andrajosos hermanos Jonas del destartalado rancho a unos kilómetros de la mansión, no eran la clase de amigos que la señora Deleasa quería para sus hijos, Joe y Danielle. Sin embargo, al morir esta, el trato hacia ellos por parte del señor Deleasa se volvió repentinamente más amistoso, sobre todo desde que establecieran su negocio de la nave de engorde, y cuando el viejo se enteró de que Danielle pretendía casarse con él, le aseguró que no podía estar más contento.
Pero después ocurrió algo... Una noche Bass Deleasa y el joven Robert Pattison habían ido a verlo. Bass Deleasa parecía muy disgustado, y le dijo a Kevin sin preámbulos que Danielle estaba enamorada de Pattison, y no solo eso, sino también que habían estado acostándose, que su compromiso con ella no había sido más que una farsa. Le aseguró que estaba avergonzado de ella, y que el compromiso había sido una estrategia de Danielle para cazar al indeciso Pattison. Por tanto, habiendo servido a sus propósitos, Danielle ya no lo necesitaba. Con tristeza, Bass Deleasa le devolvió el anillo de compromiso, mientras Robert Pattison murmuraba sonrojado sus disculpas. Bass incluso había derramado unas lágrimas, y tal vez fuera la vergüenza lo que hizo que le prometiera a Kevin respaldo financiero para su negocio. Solo había una condición: que no le dijera nunca a Danielle quién él había proporcionado el dinero. Y acto seguido, se marcharon.
Kevin incapaz de creer a Danielle capaz de algo así sin tener pruebas, corrió a telefonearla justo cuando su padre arrancaba el coche para salir de su propiedad. Sin embargo, ella no negó nada de lo que le habían dicho, que, por el contrario, se lo confirmó todo, incluso la parte acerca de haberse acostado con Pattison. Le dijo que solo había querido poner celoso a Taylor, para que le propusiera matrimonio de una vez. Añadió también que esperaba que no estuviera muy enfadado con ella pero claro, tenía que comprender que ella siempre había tenido todo lo que había querido, y por desgracia él no era lo suficientemente rico como para satisfacer todos sus caprichos, mientras que Robert...
Kevin le creyó. Además, al recordar cómo la vez que había tratado de hacerle el amor ella lo había rechazado hizo que su confesión sonara aún más cierta. Después de aquello, había agarrado una borrachera de campeonato, y en los seis años siguientes no había vuelto a mirar a otra mujer. Y no porque no hubieran surgido posibilidades, habían surgido varias, pero todas las había desdeñado. No era un hombre guapo: sus facciones eran demasiado hoscas, irregulares y casi nunca se le veía esbozar una sonrisa. Sin embargo había logrado riqueza y poder, y aquello atraía a las mujeres Pero se sentía demasiado resentido como para aceptar esa clase de atención. Danielle lo había herido como nadie antes lo había hecho, y durante años lo único que lo mantuvo vivo fueron las ansias de venganza.
Sin embargo, cuando el momento había llegado, cuando al fin la veía humillada como Miley había apuntado, no sentía la menor satisfacción. Solo podía pensar en que debía estar destrozada, sin familia ni amigos que la reconfortaran.
El lugar que su cuñada había llamado «apartamento» no era más que un pequeño almacén, y no le hacía gracia pensar que tuviera que depender de ese modo de Efron. Conocía la reputación del tipo, y sabía que le gustaban las mujeres bonitas. Y Danielle lo era, era preciosa: largo cabello negro, figura delicada, y brillantes ojos de un marrón  intenso. Ya no era una adolescente, había cumplido los veintisiete, pero no parecía mucho mayor que cuando se comprometieron. Tal vez fuera porque la rodeaba una especie de halo de inocencia y pureza que... Kevin cerró los ojos, apretó los dientes y sacudió la cabeza. Falso, era todo falso, únicamente apariencias.
Se detuvo frente a la puerta del «apartamento» y levantó el puño para golpear con los nudillos, pero le pareció escuchar un ruido ahogado dentro. No parecían risas... ¿Llanto? Apretó la mandíbula y dio un par de golpes secos en la puerta. Los sollozos pararon al instante, y se oyó un chirrido, como de una silla arrastrándose, y después pasos, que parecían hacerse eco de los rápidos y fuertes latidos de su corazón.
La puerta se abrió y apareció Danielle, con unos vaqueros descoloridos y una camisa de cuadros azul. Tenía el largo cabello desordenado, y los ojos enrojecidos.
— ¿Has venido a burlarte de mi desgracia, Kevin? — le espetó con amargura.
—No me produce ningún placer verte hundida — contestó él alzando la barbilla y entornando los ojos—. Miley me dijo que estabas sola.
Danielle suspiró, bajando la vista a las botas polvorientas de él.
—Llevo sola mucho tiempo, he aprendido a vivir con ello —contestó cambiando el peso de un pie a otro incómoda—. ¿Hay mucha gente en la subasta?
—El jardín delantero está a rebosar —respondió él. Se quitó el sombrero y se pasó una mano por el espeso y oscuro cabello.
Danielle alzó la mirada hacia él, y sus ojos se detuvieron sin poder evitarlo en las duras líneas del rostro de Kevin, y en los labios esculpidos que había besado con tanta pasión seis años atrás. Había estado perdidamente enamorada de él, pero la noche en que se habían comprometido, su ardor la había asustado. Lo había apartado y aun así el recuerdo de las deliciosas sensaciones que había experimentado hasta ese momento, hasta antes de que el miedo se hiciera tangible, quedó grabado a fuego en su mente. Había deseado ir más lejos donde habían llegado, pero tenía sus razones para temer aquella intimidad final más que cualquier otra mujer. Sin embargo, Kevin nada sabía de aquello, y le había dado demasiada vergüenza explicárselo.
Se hizo a un lado para que pasara.
—Si mi compañía no es demasiado desagradable, tal vez te apetezca un poco de té helado.
Kevin dudó, pero fue solo un momento.
—Te lo agradecería —murmuró entrando y cerrando despacio tras de sí—. Aquí hace un calor infernal.
La siguió, pero se paró en seco al contemplar la clase de lugar en el que estaba teniendo que vivir. Se puso rígido y estuvo a punto de maldecir en voz alta.
Solo había dos habitaciones, en el mal llamado apartamento, y estaban vacías a excepción de un viejo sofá, una silla, una mesita de café y un pequeño televisor. Había también un armario empotrado, donde debía tener guardada la ropa, y en la cocina sola había un modesto refrigerador, y una hornilla. La sola idea de imaginarla viviendo allí, cuando estaba acostumbrada a sirvientes, a batas de seda, a servicios de plata v muebles antiguos...
— Dios... —murmuró.
Al escuchar el tono de lástima en su voz la espalda de Danielle se tensó, pero no se dio la vuelta.
—No necesito tu compasión —le dijo con aspereza—. No es culpa mía ni de Joe que hayamos perdido la Mansión, sino de nuestro padre. Además, puedo abrirme camino en el mundo por mí misma.
— Sí, pero no tendría que ser de este modo, maldita sea —masculló Kevin arrojando furioso el sombrero sobre la mesita. Le quitó de las manos la jarra de té helado, depositándola también con violencia en la mesa y la agarró por las muñecas—. No puedo hacerme a un lado y mirar cómo tratas de sobrevivir en esta ratonera. ¡Zac Efron y su maldita caridad!
Danielle se había quedado como en estado de shock, no tanto por lo que le estaba diciendo, sino por lo alterado que se había puesto de repente.
— No es una ratonera —balbució.
—Comparándolo con el estilo de vida al que estás acostumbrada sí lo es —repuso él. Dejó escapar un suspiro exasperado—. Puedes quedarte conmigo hasta que puedas permitirte algo digno.
— ¿Con... contigo? —repitió ella poniéndose roja como una amapola—, ¿en tu casa... sola contigo?
—En mi casa —recalcó él alzando la barbilla—, «no» en mi cama. No tendrás que pagarme un alquiler, y tengo presente que no te gusta que te toque.
A Danielle le dolió la hiriente mordacidad de sus palabras, pero no podía mirarlo a los ojos ni negar aquella última afirmación sin embarazo para ambos. De todos modos, ya no importaba, hacía demasiado tiempo de aquello. Así que, en vez de buscar su mirada, se quedó mirando su blanca camisa, y la espesa masa de vello que se adivinaba a través de la tela. Una vez había tocado esa parte de su cuerpo, la noche en que se prometieron. Kevin se había desabrochado botón tras botón, dándole acceso, permitiendo que lo acariciara como quisiera. Y luego había empezado a besarla como si no fuera a haber un mañana, y  Danielle no puedo evitar asustarse cuando él trató de ir más lejos.
Hasta aquella noche, Kevin jamás había intentado tocarla de un modo íntimo, y se habían limitado a intercambiar breves besos inocentes. Al principio esa actitud la había dejado un poco perpleja, y había despertado su curiosidad, porque estaba segura de que tenía mucha experiencia en ese terreno. Claro se había dicho, tal vez el problema radicaba en la diferencia de estatus entre ambos. Por aquella época, Kevin apenas sí podía clasificarse dentro de la clase media mientras que su familia era rica. Eso a ella no le había importado, pero podía imaginar que quizás si lo intimidase un poco, y lo que era peor, esa sensación de inferioridad seguramente se habría tornado en odio cuando, ante la insistencia de su padre, se vio forzada a romper el compromiso.
Sin embargo, se ocupó de ajustarle las cuentas a su padre Su padre quería haberla casado con Robert Pattison un hombre frío al que solo le interesaba la fusión de sus propiedades, pero Kevin se había interpuesto, y por eso urdieron la mentira de que ella lo había utilizado, y que lo había utilizado para atraer a Robert. Ella había rechazado repetidamente a Robert, y nunca había dejado que le pusiera un dedo encima. Le dijo a su padre que nunca se casaría con su amigo, y aún así el viejo no capituló hasta su muerte. Solo entonces, tras años de haber sido testigo de lo desesperadamente que ella amaba a Kevin, de lo desgraciada que la había hecho, le rogó su perdón. Lo único que no le dijo era que la culpabilidad lo había llevado a impulsar el negocio de Kevin.
Danielle buscó los oscuros ojos de Kevin, perdida en los recuerdos. Había sido muy duro seguir adelante sin él. Los sueños de vivir una vida a su lado, sintiéndose amada, dando a luz a sus hijos... habían muerto hacía ya tiempo. Y, aun así, el tacto de sus grandes manos en sus muñecas estaba haciendo que la temperatura de su cuerpo aumentara, que el deseo dormido se despertara cosquille ante en su interior. Si su padre no hubiera interferido... No, también era culpa de ella, había sido incapaz de explicar sus temores al hombre al que amaba, de pedirle que tuviera cuidado, que fuera despacio... Pero ya era demasiado tarde.
—Sé que ya no me quieres, Kevin —le dijo suavemente—. Y comprendo el porqué, pero, en cualquier caso, no tienes por qué sentirte responsable de mí. Estaré bien, puedo cuidar de mí misma.
Kevin inspiró despacio, tratando de controlarse, pues la sedosa textura de su piel lo estaba volviendo loco. Sin darse cuenta, comenzó a acariciarle las muñecas con movimientos circulares.
—Lo sé —respondió—, pero este no es lugar para ti.
—No puedo pagar otra cosa —dijo ella—, pero Zac Efron me ha prometido que dentro de dos meses me subirán el sueldo, y tal vez entonces alquile la habitación que tomó Miley en casa de la señora Giménez.
—No tienes que esperar —repuso él con aspereza—. Yo te prestaré el dinero.
—Eso no estaría bien. La gente murmuraría —musitó Danielle bajando la vista.
—No tiene por qué enterarse nadie. Quedaría entre tú y yo.
Danielle se mordió el labio, buscando en su interior la fuerza necesaria para negarse, pero resultaba difícil cuando, aunque nunca lo admitiría delante de Justin, detestaba tener que vivir allí, tan cerca de Zac Efron, que era un buen jefe, pero también un donjuán.
En ese momento llamaron a la puerta. Kevin la soltó de mala gana y la observó mientras ella iba a abrir. Era Zac Efron, con una expresión esperanzada en el rostro.
—Hola, Danielle —la saludó en un tono amistoso—pensé que tal vez necesitarías ayuda para la mudanza que... —se quedó callado al ver a Kevin detrás ella.
—Ya ves que no —contestó este con una fría sonrisa—. De hecho, va a alquilar una habitación en la casa huéspedes de la señora Giménez y yo he venido para ayudarla a cargar algunas cosas, aunque sé que aprecia mucho tu «generosidad» al dejarle este... apartamento —añadió mirando en derredor con disgusto.
Zac Efron tragó saliva. Conocía a Kevin desde hacía mucho tiempo, y estaba convencido de que lo se rumoreaba era cierto: no quería a Danielle para él pero tampoco dejaba que otros hombres se acercaran ella.
—Bien —dijo, aún sonriendo—, pues entonces vuelvo abajo, al bufete. Tengo que hacer unas cuantas llamadas. Me alegra haberte visto, Kevin. Hasta el lunes por la mañana, Danielle.
—Gracias de todos modos, señor Efron —le dijo ella apoyando la mentira de Kevin, pues no podía ya, ni quería, contradecirle—. No querría que pensara que soy una desagradecida, pero es que la señora Giménez me ofrece pensión completa, y es un lugar muy tranquilo. No estoy acostumbrada a la vida de ciudad, y como la señora Giménez  tenía libre una habitación...
—Tranquila, Danielle, no tienes por qué darme explicaciones —sonrió Zac—. Hasta luego.
Kevin lo miró furibundo mientras salía, y después se giró hacia Danielle.
—He dicho que te prestaré el dinero para el alquiler y lo haré —le dijo con voz firme—. Si supone demasiado para tu orgullo, puedes pagarme cuando mejor te convenga.
No era orgullo lo que hacía dudar a Danielle, sino la sensación de que sería muy poco considerado aprovecharse de él. Sabía que Kevin no la dejaría permanecer allí, porque a pesar del rencor era un hombre cariñoso, que seguía preocupándose por ella. Tenía un corazón demasiado grande como para darle la espalda, a pesar de lo que pensaba que ella le había hecho. Las lágrimas afloraron a sus ojos verdes al recordar lo que su padre la había obligado a decirle, y cómo lo había herido.
—Lo siento tanto... —sollozó de pronto mordiéndose el labio inferior y dándose la vuelta.
Aquellas palabras, y la emoción que subyacía en ellas, sorprendieron a Kevin. ¿Acaso sería posible que, a esas alturas, ella sintiera remordimientos? ¿O quizá estaba fingiendo para conseguir su compasión? Ya no podía fiarse de ella.
Danielle recobró la compostura, y sirvió el té frío en dos vasos con hielo.
—Si de verdad no te molesta hacerme ese préstamo lo aceptaré —le dijo tendiéndole un vaso sin mirarlo a los ojos—. No es ningún secreto que este sitio no me gusta demasiado, y siempre será mejor vivir acompañada, aunque sea en una casa de huéspedes. No me gusta estar sola.
—Tampoco a mí me gusta, Danielle, pero es algo a lo que acabas por acostumbrarte —murmuró él. Sorbió un poco del té sin apartar la mirada del rostro de ella—. ¿Y cómo llevas lo de tener que trabajar para poder vivir?
—Me gusta —respondió ella con una sonrisa, ignorando la burla. Alzó los ojos hacia los de él—. Pero antes también hacía cosas, ¿sabes?, cuando teníamos dinero. Estaba en varios grupos de voluntariado y asociaciones de beneficencia. Sin embargo, a un bufete acude gente con auténticos problemas, y al poder ayudarlos me siento mejor, y me hace olvidar los míos.
Kevin frunció el entrecejo.
—¿No me crees, verdad? —inquirió ella adivinando lo que estaba pensando—. Tú siempre me viste como a un miembro más de la clase alta, una mujer atractiva con dinero y una selecta educación... Pero, no era más que la fachada. En realidad nunca llegaste a conocerme de verdad.
—Pero te deseaba —replicó él con una mirada desafiante.
— Tú jamás me deseaste a mí. ¡Lo que pasó es que tú quisiste acelerar las cosas —exclamó ella a la defensiva, sonrojándose al recordar aquella noche.
— ¿Acelerarlas? Hasta esa noche ni siquiera te había besado de un modo íntimo, ¡por amor de Dios! —los ojos de Kevin relampaguearon de furia al pensar en cómo lo había rechazado—. Hasta esa noche te había tenido en un pedestal, adorándote como a una diosa, mientras estabas acostándote con ese chico millonario!
—Nunca me acosté con Robert Pattison.
—No es eso lo que me dijiste —le recordó Kevin con un una sonrisa fría—. De hecho juraste que sí lo habías hecho.
Danielle cerró los ojos, presa del amargo remordimiento
—Es cierto, lo dije —asintió cansada—. Casi lo había olvidado —añadió dándose la vuelta.
—Agua pasada no mueve molino —dijo Kevin sin apartar los ojos del rostro tenso de Danielle —. No, ya no importa. Vamos, te llevaré a la casa de la señora  Giménez a ver si puede alquilarte la habitación.
Danielle sabía que él no daría su brazo a torcer lo más mínimo. No había olvidado, y seguía despreciándola. Mientras tomaba su bolso, y lo seguía hasta la puerta, sintió como si alguien le hubiera colocado un enorme peso sobre los hombros




jueves, 21 de octubre de 2010

Novela Niley " Nicholas " Cap 11 ♥Final♥




Miley no pudo dejar de pensar en aquella respuesta de Nick durante las semanas siguientes. ¿Qué habría querido decir? ¿Que se convertirían en amantes, o... o sería lo que ella pensaba? Después de aquel beso apasionado la había llevado de regreso a la casa de huéspedes sin hacer ningún otro comentario al respecto.
Además, cumpliendo lo que le había dicho, no la llamó por teléfono ni fue a visitarla. Le estaba resultando verdaderamente duro no verlo.
La noche de la fiesta, Miley estaba deseosa por volver a ver a Nick.
Se había puesto un vestido azul que resaltaba el azul grisáceo de sus ojos y marcaba su exquisita figura. Se había arreglado el cabello trenzándolo y recogiéndolo sobre la cabeza, y se había puesto unos pendientes largos de plata. Parecía muy madura y sofisticada. Tal vez no fuera una belleza, pero se sentía como si lo fuera.
Fue María quien le abrió la puerta y la abrazó efusivamente.
— ¡Niña, qué bonita estás! Está todo casi dispuesto: la banda llegará dentro de un instante, y algunos invitados ya están aquí —le dijo—. Los Deleasa fueron los primeros. Están en el salón con Kevin —ante la cara de horror de Miley, la mujer se rio y la tranquilizó—. No, no... Va todo bien. El señorito Kevin y el señorito Joe están hablando de ganado, y la señorita Danielle... —la mujer sonrió con tristeza—. Sus ojitos no hacen más que mirar a Kevin como flores secas agradeciendo la lluvia. Me parte el corazón verla.
—Entremos —dijo Miley—. Tengo muchas ganas de saludarla.
Pasaron al salón. Danielle se había puesto una falda larga de terciopelo verde con una sencilla blusa camisera blanca, pero estaba preciosa, como siempre. Kevin y Joe, con trajes oscuros, se pusieron en pie al verla entrar, mirándola admirados.
—Feliz cumpleaños, cariño —le deseó Kevin con un fraternal abrazo y un beso en la mejilla—. Y que te veamos cumplir al menos cien más.
—Y yo lo secundo —sonrió Joe adelantándose para besarla también—. Estás espectacular, Miley.
Danielle se levantó también para felicitarla.
—Espero que esté siendo un día muy especial para ti. Mi veintiún cumpleaños lo fue —le dijo. Miró a Kevin, quien la miró también con la emoción escrita en los ojos.
En el salón estaban también ya algunos compañeros del colegio y el instituto, y estuvo un buen rato siendo saludada y felicitada. Sin embargo, había alguien que seguía faltándole. Se excusó con una vieja amiga y regresó donde estaban Kevin y los hermanos Deleasa.
—Kevin, ¿dónde está Nick? —le preguntó.
—No sé si podrá venir, cariño —murmuró Kevin. Ni él mismo tenía idea de dónde diablos estaba. La pobre Miley parecía desolada, así que improvisó—. Me dijo que te dijera feliz cumpleaños y... Oh, no, Miley. no—
La joven no pudo evitarlo. Las lágrimas comenzaron a rodar solas por sus mejillas, y temblaba por la tremenda decepción.
—Lo siento... perdonad... —sollozó.
—Danielle, ¿te importaría llevarla al estudio? —inquirió Kevin.
—Claro que no —murmuró ella rodeándola con el brazo—. No llores, Miley, estoy segura de que Nick estaría aquí si hubiera podido...
Cuando llegaron al estudio, Miley se dejó caer en el sillón de cuero rojo.
— ¡Lo odio! —Gimió hundiendo el rostro entre sus manos—. ¡Lo odio, lo odio, lo odio!
—Shhh... Lo sé, lo sé —la tranquilizó Danielle sonriendo débilmente. Le dio una copa de brandy a la joven, quien tomó un sorbo y contrajo el rostro ante el agrio sabor.
—Hace semanas que no lo veo. No me ha llamado ni una sola vez, y tampoco ha venido a verme. Yo no sabía por qué, pero ahora ya lo sé... Me estaba dejando, Danielle... Sabe cómo lo quiero, y no quiere hacerme daño, y por eso...
—Si sirve de algo —la interrumpió Danielle mirándola compasiva con sus grandes ojos tristes—, sé cómo te sientes, Miley.
—Perdóname, tú debes estar pasándolo mucho peor que yo —murmuró la joven secándose las lágrimas. La tomó de la mano—. Kevin no ha vuelto a salir con nadie,. Danielle María dice que morirá amándote.
—Y odiándome también —suspiró Danielle con una sonrisa amarga—. Kevin cree que me acosté con alguien —le confesó—, creyó lo que le dijeron mi padre y uno de sus amigotes, y nunca he conseguido que escuche mi versión. Es muy doloroso que piense que yo sería capaz de hacerle algo así, Miley, cuando no puedo pensar en nadie más que en él.
—Oh Danielle,... —murmuró Miley, olvidándose por un momento de su propia desgracia.
—Es un hombre tan orgulloso, tan terco, tan cabezota... —masculló Danielle rabiosa. Pero al instante alzó la vista hacia ella, y la mirada en sus ojos era la misma mirada triste que Miley conocía—. Y, sin embargo, moriría por él.
—Espero que algún día podáis arreglarlo.
—Bueno, a veces puede darse un milagro... supongo —suspiró Danielle. Miró a la joven a los ojos—. ¿Estás mejor?
Miley asintió con la cabeza.
—No me importa que Nick se pierda mi fiesta. Puedo pasarlo bien sin él. Después de todo, solo era mi tutor, y ya no lo es, es únicamente un hombre más —se levantó echándose el cabello hacia atrás.
Regresaron al salón. La banda había llegado ya y estaba tocando. Era bastante buena. Tocaron una sucesión de valses de ensueño. Seguidos de viejas canciones country. Miley, decidida a no dejarse llevar por la tristeza en el día de su cumpleaños, bailó todas y cada una de las piezas.
De pronto, ya avanzada la velada, y en medio de una canción lenta que estaba bailando con Joe, escuchó un murmullo de voces profundas, proveniente del rincón cercano a la puerta del salón. Paró, separándose de Joe, y miró en aquella dirección. Nick, con la cara y las ropas manchadas de grasa y barro, había llegado, y Kevin, sin levantar la voz, aunque visiblemente frustrado, parecía estar echándole en cara su tardanza.
En cuanto Miley se acercó a ellos, Kevin se hizo a un lado.
—No me lo digas a mí, cuéntaselo a ella, ha pasado un rato horrible al encontrarse con que no habías venido —le espetó a su hermano. Y se alejó hacia el otro extremo de la sala.
—Miley, te juro que lo siento —murmuró Nick—, iba conduciendo demasiado rápido, y las ruedas resbalaron sobre una mancha de gasolina que había en la carretera. A pesar de que frené, el coche salió disparado hacia el arcén, y se quedó atascado en un barrizal. Creí que no podría salir...
Miley se había puesto pálida. La idea de que podría haber resultado herido o muerto borró en un instante todas sus ridículas sospechas. Se abrazó a él con todas sus fuerzas.
—Estás temblando —dijo Nick conmovido. La rodeó con sus brazos y le acarició la espalda suavemente—. Estoy bien, cariño, estoy bien.
Pero la joven lo abrazó aún con más fuerza, conteniendo a duras penas las lágrimas, así que Nick la llevó al estudio, cerrando la puerta tras de sí.
—No me hubiera perdido por nada tu fiesta de cumpleaños, Miley —le dijo tomándola por la barbilla.
—Lo siento —balbució ella—, siento haber dudado de ti, Nick. Yo... es solo que ha sido una semana muy larga y te he echado tanto, tanto de menos...
Pero no pudo seguir hablando, porque Nick la silenció con un delicado beso en los labios, al tiempo que deslizaba algo frío y metálico en su dedo. Cuando se separaron, la joven bajó la vista hacia su mano. ¡Un anillo! Alzó los ojos hacia él, y este vio reflejado en ellos todo el amor que sentía por él.
—Te quiero, Miley. Perdóname tú a mí por haber tardado tanto en darme cuenta. Estas últimas semanas también han sido un verdadero infierno para mí. No tienes idea de cuántas veces estuve a punto de ir a tu oficina para raptarte y llevarte conmigo. Pero prometí darte tiempo y he cumplido mi palabra. ¿Querrás casarte conmigo?
—Claro que quiero, Nick —balbució ella lanzándose de nuevo a sus brazos... y a sus labios.
El beso se fue haciendo cada vez más apasionado, y las manos de Nick apartaron los tirantes de sus hombros, y fueron bajando el corpiño hasta dejar los senos al descubierto. Se inclinó sobre ella y tomó uno en su boca.
Miley se estremeció al sentirlo, y le acunó la cabeza besándole el cabello y murmurándole que lo amaba.
Nick deslizó un brazo por detrás de la joven para alcanzar la cremallera del vestido, y tiró de ella hacia abajo hasta que la prenda cayó, y pronto tuvo a la joven sobre la alfombra, desnuda a excepción de las medias y las braguitas, con él colocado sobre ella.
—Miley... ¿y si hiciéramos el amor aquí mismo?, ¿ahora? —murmuró acariciándola.
— ¿Y si entra alguien? —repuso ella sin aliento.
—Cerré con pestillo al entrar —confesó él con una sonrisa pícara—. Pero si quieres también podríamos subir a mi habitación. Ni siquiera Kevin nos molestaría allí...
— ¿Y los invitados?
—No nos echarán de menos, lo están pasando muy bien. Oh, Dios, Miley... Quiero pasar a tu lado el resto de mi vida —alzó la cabeza un momento para mirarla—. Nunca había imaginado lo maravilloso que podía llegar a ser pertenecer a alguien, poder formar mi propia familia... —le acarició delicadamente los senos—. Tú me completas.
—Oh, Nick, yo siento lo mismo por ti... —murmuró ella besándolo con ternura—. ¿No se enfadará Kevin si subimos arriba y...?
— ¿Dónde está tu sentido de la aventura? Mañana tendremos un papel que dirá que somos marido y mujer, pero yo no necesito eso para sentirme más unido a ti de lo que ya me siento, Miley, y te deseo tanto...
—Yo también a ti, Nick... —murmuró ella besándolo de nuevo.
Tras ponerse otra vez el vestido, salieron por la puerta trasera del estudio, pasaron por la habitación de invitados, y subieron sigilosamente las escaleras. Sin embargo, justo cuando torcían la esquina del pasillo que llevaba al dormitorio de Nick, se encontraron a Kevin bloqueando la puerta.
— ¿Ya os retiráis? —Inquirió frunciendo los labios con malicia—. La noche aún es joven, y la fiesta está en todo su apogeo.
Nick carraspeó.
—Íbamos a...
—... charlar —improvisó Miley. Kevin enarcó una ceja.
—A... «¿Charlar?» ¿Así lo llaman ahora?
—Está bien —murmuró Nick impaciente—, estoy enamorado de Miley, y vamos a casarnos mañana mismo. Tengo la licencia de matrimonio en el bolsillo.
—Y me ha comprado un anillo —dijo Miley mostrándoselo para corroborar sus palabras.
—Vaya, pues felicidades —contestó Kevin con una sonrisa—. No podía sentirme más feliz por vosotros. Y debo decir que ya era hora, me estabais volviendo loco con vuestras discusiones.
—Gracias, hermano —dijo Nick.
—Vas a ser un cuñado estupendo —intervino de nuevo Miley.
—El mejor —añadió Nick. Kevin sonrió burlón.
—No les servirá de nada adularme —les dijo—. No los voy a dejar entrar.
— ¡Oh, venga, Kevin! —le espetó Nick con fastidio.
—Si se van a casar mañana, ¿qué son veinticuatro horas? —continuó Kevin divertido—. Mañana pueden tener su luna de miel, como Dios manda, en tu apartamento de Houston.
Nick miró a Miley y, al ver a la joven encogerse de hombros, se rindió, dejándola en el suelo con un suspiro.
—En fin, supongo que no nos queda más remedio que esperar a mañana. Kevin es capaz de quedarse aquí de pie hasta echar raíces...
—Puedes jurarlo —aseguró su hermano entre las risas de Miley.
—Bajemos —le dijo Nick ofreciéndole su brazo—. Bailaremos hasta el amanecer y luego cantaremos juntos esa horrible canción de taberna que te enseñó Kevin.

La noche siguiente, estaban en el ático de Nick, acurrucados juntos en la enorme cama, satisfecho al fin su deseo.
—Pobre Kevin —murmuró Nick pensativo mientras acariciaba distraídamente la nuca de Miley—. Amar de ese modo a alguien y no tener ni un recuerdo al que aferrarse.
— ¿Qué quieres decir? —inquirió la joven apoyándose en el codo y enredando los dedos en el vello de su pecho.
—Kevin no llegó a hacer el amor con Danielle —le explicó él—. Y desde que rompiera su compromiso no ha tenido ningún romance, así que desde que conoció a Danielle no ha vuelto a hacerlo con nadie —añadió. Al ver la extrañeza en el rostro de ella apuntó—: no es tan increíble, Miley. Yo tampoco he podido volver a tocar a ninguna otra mujer desde la primera vez que te besé.
—Eso es muy romántico —susurró ella, temblando al sentir cómo su mano le acariciaba los senos y se deslizaba hacia el estómago para detenerse en los muslos.
—Miley —murmuró Nick besándola—, ¿te he hecho mucho daño; te molestaría si hiciéramos el amor de nuevo?
Ella se sonrojó al recordar esa primera vez. Nick la había tratado con exquisita delicadeza, poniendo freno a su propia e imperiosa necesidad para excitarla una y otra vez hasta lograr que el apetito feroz que despertó en ella minimizara el dolor.
—Estoy perfectamente, Nick —le dijo mirándolo con adoración—. No podías haberlo hecho con más cuidado.
Comenzaron a besarse de nuevo, y tras un breve pero ardoroso intercambio de caricias, Miley sintió a Nick acomodarse otra vez dentro de ella. Aquella vez, sin embargo, Nick no tuvo piedad, y la incitó hasta que la tuvo gimiendo entre sus brazos de irrefrenable deseo, rogándole que le diera lo que ansiaba. Y así lo hizo Nick, estableciendo un ritmo enloquecedor que los llevó a los dos a una nueva dimensión de placer, más allá incluso de la experiencia de él.
Al cabo de unos minutos, Nick la acunaba contra su cuerpo sudoroso, temblando aún por la excitación mientras la acariciaba. Miley hacía una aventura del sexo, una expresión exquisita del amor que se tenían. Nunca antes había sentido nada parecido con otra mujer, y así se lo dijo en un susurro.
—Yo no tengo con quien compararte —dijo ella sonriendo—, pero en una escala del uno al diez, te daría un veinte.
Nick se rio suavemente y cerró los ojos, suspirando satisfecho al sentir cómo ella se acurrucaba contra él.
—Miley, ¿qué te parecería la idea de irnos a vivir a Dempsey?
—¿Quieres decir en esa enorme casa victoriana que compraste el año pasado? Pensé que ibas a utilizarla para oficinas.
—Sí, la verdad es que en principio esa era la idea, pero... ¿no te gustaría que fuera nuestro hogar? Para Kevin sería un infierno que le restregáramos cada día nuestra felicidad por la cara.
—Me encantará vivir en Dempsey, Nick. Mi hogar está donde estés tú.
Nick la miró amorosamente y tiró de la sábana para taparlos a ambos.
—Te quiero, Miley —le dijo con voz soñolienta. —Y yo a ti, Nick —contestó ella.
Le pasó un brazo por el tórax y suspiró feliz. Estaban en primavera, y pronto los pastos se alfombrarían de flores silvestres. Cerró los ojos y se imaginó sentada en la hierba, apoyada en el hombro de Nicholas, y a varios niños correteando y riendo a su alrededor.


♥FIN♥

miércoles, 20 de octubre de 2010

Novela Niley " Nicholas " Cap 10





El apartamento de Nick era un ático con ascensor privado, y una vista impresionante de Houston. Estaba amueblado en tonos canela y castaños, y decorado con estatuillas y tapices africanos, pinturas del oeste y alfombras indias. El efecto general, aunque masculino, era acogedor.
— ¿Te gusta? —inquirió Nick.
—Muchísimo —asintió ella sonriendo—. Me encanta la vista que tienes desde aquí.
—Sí, no está mal. Detesto los hoteles, y como tengo que venir muchas veces aquí por negocios, se me ocurrió buscar un apartamento.
Miley lo escuchó acercarse por detrás. Se detuvo a unos centímetros de ella. Aún a esa distancia podía sentir su calor, y el pulso se le disparó cuando las grandes manos de Nick le rodearon la cintura, tirando hacia atrás para apretarla contra su cuerpo.
Nick inspiró el olor dulce del champú de Miley, y la acunó suavemente mientras observaban la ciudad a sus pies. Inclinó la cabeza y le rozó el cuello con los labios a través del sedoso cabello.
—Te he echado tanto de menos... —murmuró—. Me tienes embrujado.
—Pronto te acostumbrarás a que no esté en casa —le dijo ella con tristeza—. Después de todo, Kevin y tú vivían sin mí hasta hace cinco años y medio...
—La vida está llena de cambios. Recuerdo que cuando te viniste a vivir con nosotros, de pronto la casa se llenó con tus risas, tus carreras escaleras arriba y abajo, la música a todo volumen en tu dormitorio, tus amigas adolescentes entrando y saliendo, chicos impertinentes queriendo llevarte al cine o a bailar...
Miley se rio ligeramente.
—La verdad es que, a pesar de lo mucho que me he quejado, habéis sido realmente tolerantes conmigo. Puse vuestra vida patas arriba.
Nick se quedó callado. Al recordar ese pasado, no tan lejano, recordó también a sus muchas amantes, sus flirteos, y se sintió mal al pensar que había deseado a otras mujeres cuando había tenido a su lado a la más maravillosa.
—En la oscuridad, una mujer no es más que un cuerpo, Miley —le dijo quedamente—. Nunca le he entregado mi corazón a ninguna de las mujeres con las que he salido.
—Yo pensaba que no tenías corazón —repuso ella en un tono extraño.
Nick la hizo girarse, tomó su mano y la puso sobre su torso.
—Claro que tengo, ¿acaso no lo sientes latir? — susurró.
Bajó la vista a la mano de la joven, sintiendo que se excitaba ante el leve contacto, y la movió hacia uno de los pezones para que ella lo notara también. Miley abrió mucho los ojos, sorprendida.
—Creía que eso solo le sucedía a las mujeres — murmuró. Nick se rio suavemente.
—Desabróchame la camisa. Voy a enseñarte cómo tienes que tocarme.
Nerviosa, pero llena de curiosidad, desabrochó uno por uno los botones, sacó la camisa de la cinturilla del pantalón y la abrió, dejando al descubierto el bronceado y vasto tórax cubierto de vello. Nick sonrió al ver cómo se sonrojaba.
—Dame tus manos... Así —le explicó haciendo que lo acariciara en largas y sensuales pasadas. Las llevó hacia abajo, pero cuando alcanzaron las caderas, Miley se detuvo. El la miró a los ojos, intuyendo su nerviosismo—. Un hombre necesita algo más que unos pocos besos, Miley.
La joven se sonrojó con más intensidad, y de pronto Nick la tomó en volandas y la llevó hasta el final del pasillo, para entrar con ella en el dormitorio, donde había una enorme cama de matrimonio.
—Nick, no... —susurró ella asustada.
—Tranquila, ni siquiera voy a desvestirte —la calmó él rozando sus labios—. Solo vamos a acariciarnos y besarnos un poco, y luego te llevaré a casa. Te lo prometo.
Nick la tendió en la cama y se colocó junto a ella, tan cerca, que la joven podía notar lo excitado que estaba.
—Pero tú me deseas... —replicó ella.
—Claro que te deseo —respondió él sonriendo y acariciándole el cabello—. Pero no pasará nada si tú no me haces perder el control.
— ¿Cómo podría yo hacer eso? —inquirió ella alzando el rostro amorosamente hacia el de él.
—Haciendo algo que yo no te indique —murmuró él—. No me acaricies, ni me beses, ni te frotes contra mí a menos que yo te diga cómo, ¿de acuerdo? —y comenzó a besarla suavemente en los labios—. Eso es, relájate.
Nick le estaba haciendo las cosas más sensuales a su boca. Era increíble cómo lograba excitarla con tan poco esfuerzo. La respiración de Miley ya se había tornado entrecortada, y sintió que su cuerpo se tensaba al empezar a extenderse a cada nervio esa sensación de placer.
Nick la hizo rodar con él hasta que él quedó debajo y ella encima. Escudriñó su rostro en la penumbra con ojos brillantes.
—Eso está mejor —murmuró—. ¿Te sientes menos amenazada así, encima de mí?
Miley se sonrojó de nuevo, haciéndole reír otra vez. Comenzó a besarla de nuevo, y de pronto, antes de que ella se diera cuenta de lo que ocurría, Nick le alzó las caderas para colocarla a horcajadas sobre las de él. Cuando la notó tensarse, le susurró:
—No pasa nada. Túmbate otra vez sobre mí y siénteme.
Miley hizo lo que le decía, pero no podía evitar sentirse temblorosa.
—Estás... estás ya muy excitado, Nick...
—Pues voy a excitarte a ti del mismo modo.
Volvió a hacerla rodar sobre la cama para colocar se encima de ella, e introdujo una de sus fuertes piernas entre las de ella. Miley se puso rígida al notar el peso de su masculino cuerpo aplastarla contra el colchón. Resultaba raro estar tan pegados, y las sensaciones que le provocaba la asustaban un poco.
—No voy a hacerte ningún daño —le dijo Nick intuyendo su miedo, y acariciándole de nuevo el cabello—. Quédate muy quieta, Miley. Voy a enseñarte lo que es la pasión.
—Pero si ya sé lo que... ¡oh!
La joven apretó los dientes y hundió las uñas en la tela de la chaqueta de Nick, al sentir cómo se frotaba contra ella. El sentirlo de un modo tan íntimo la hizo ponerse roja como una amapola, y un gemido ahogado escapó de su garganta.
Nick cubrió los labios de Miley con los suyos, y comenzó un incitante juego, introduciéndole la lengua, enredándola con la de ella y explorando cada rincón de su boca. Poco a poco, Miley se fue atreviendo a intervenir también mordiéndole suavemente el labio inferior y respondiendo con su lengua hasta que la excitación empezó a hacerla estremecer. Nick se incorporó un poco y volvió a hacerla rodar otra vez sobre el colchón, abrazándola tiernamente.
—Está bien —le susurró—. Te haré soportable esta tortura.
Le quitó la chaqueta y el suéter, deslizó una mano por detrás de la espalda de Miley para soltar el enganche del sostén, y lo apartó también. La reacción natural de la joven fue la de taparse con las manos, pero Nick las tomó en las suyas y empezó a hacerle cosas tan dulces y adictivas a sus senos, que pronto se olvidó de su inhibición. Se arqueó hacia él, dejándose llevar por su ardor. Parecía que Nick sabía exactamente lo que tenía que hacer para volverla loca, y poco a poco fue como si su cuerpo se estuviese derritiendo. Nick se incorporó un instante para sacarse la camisa y la chaqueta, y volvió a colocarse sobre ella, los ojos brillantes de deseo mientras la acariciaba.
— ¿No te parece que esto es maravilloso, Miley? —murmuró frotando su torso contra los senos de ella—. Piel contra piel... Tu pecho contra el mío... Nuestros labios buscándose en la oscuridad... Bésame, cariño, abre la boca y bésame hasta que no puedas soportar el deseo...
La joven hizo lo que le decía, y rodaron sobre el colchón ignorando el quejido de sus muebles.
—Dios, no estoy seguro de poder parar... —murmuró Nick de pronto con voz ronca.
—Pero yo no quiero que pares —gimió Miley—. Oh, Nick, por favor, por favor, por favor...
La boca de Nick fue descendiendo con húmedos besos hasta engullir ansiosa uno de los senos de la joven. Su mano se movió hacia el cierre de la falda, lo abrió, e introdujo los dedos para acariciarle el vientre.
—Nick... ¿y qué hay del riesgo de...?
— ¿Un embarazo? —adivinó él frotando la mejilla contra los senos de la joven. Dejó que sus manos se deslizaran hasta sus caderas y tomó posesión de ellas, alzándolas—. Por primera vez en mi vida, no me preocupan las consecuencias...
Miley no estaba segura de haber escuchado bien lo que había dicho. Su mente estaba aturdida por el creciente deseo. Se arqueó hacia él de un modo intuitivo. Lo deseaba, lo necesitaba. Se sentía salvaje. Quería que la poseyera, quería unirse a él, ser parte de aquel cuerpo musculoso. Alzó los brazos para enredar los dedos en su cabello chino, y sacudió sus caderas sensualmente contra las de él.
— ¡Miley...! —gimió de pronto Nick, estremeciéndose.
La besó y empezó a quitarle la falda. Iba a suceder, allí, en ese mismo momento, iba a conocerlo del modo más íntimo posible... Sin embargo, en medio de sus enfebrecidos ruegos de que no se detuviera, sonó el timbre de la puerta.
—Oh, Dios mío —murmuró él deteniéndose, y con la voz entrecortada por las emociones que lo sacudían.
—No vayas a abrir —le pidió ella desesperada.
Pero el timbre seguía sonando insistente, y finalmente Nick se apartó de ella de mala gana, bajó de la cama, encendió la luz y se giró para mirarla antes de salir de la habitación. Los senos de Miley, tirantes por la excitación, eran sedosos y bien formados, y a través de la falda entreabierta asomaban unos muslos preciosos.
—Dios, me quedaría horas mirándote —murmuró Nick con voz ronca—. Nunca había visto a una mujer tan perfecta como tú.
La joven se sonrojó, entre pudorosa y halagada.
—Ahora me perteneces —le dijo Nick. Había en sus ojos una mirada hambrienta y posesiva—. No habría parado si no... A partir de esta noche no habrá nadie más para mí. No tocaré a otra mujer.
Y con esa vehemente afirmación, salió del dormitorio. Miley quería pellizcarse para asegurarse de que no estaba soñando. Se levantó y volvió a ponerse el sostén y el suéter, temblando por la emoción. Quería llorar y reír al mismo tiempo, gritar y bailar.
Entonces escuchó la voz de Nick. Estaba hablando con alguien, y su tono era seco, casi enfadado. Miley frunció el entrecejo y salió al pasillo con los labios hinchados por los apasionados besos, el cabello revuelto y la falda de seda arrugada. Al llegar a la puerta del salón reconoció al instante a la mujer que estaba allí de pie con Nick. Era la rubia con la que lo había visto en el restaurante aquella noche que Kevin la había llevado a cenar con los Trevor.
—Así que ella es la razón por la que no has tenido tiempo para mí en estos días —masculló la modelo en cuanto vio a Miley—. ¡Por Dios, si es casi una chiquilla!
—Miley, vuelve al dormitorio —le ordenó Nick.
—Sí, Miley, ve y escóndete —le dijo la rubia en un tono venenoso. Sin embargo, había lágrimas en sus grandes ojos.
Miley fue despacio al lado de Nick y entrelazó su mano con la de él.
—Lo amo con todo mi corazón —le dijo a la mujer—. Imagino que probablemente tú también, y lo siento, pero preferiría morir antes que perderlo.
La rubia se quedó mirándola un momento antes de girarse hacia Nick.
—Te merecerías que ella te odiara, por todos los corazones que has roto —balbució sin poder contener ya el llanto. El labio inferior le temblaba—, pero eso no sucederá, porque las mujeres somos tan estúpidas que somos incapaces de dejar de amar, incluso a un hombre como tú, con un corazón de piedra —se volvió hacia Miley—. No lo tendrás nunca —le espetó riéndose amargamente—. Lo único que puede ofrecerte es su cuerpo, y pronto se cansará de ti y saldrá en busca de una nueva conquista. Entérate ya de que los hombres como él no quieren atarse, cariño, así que si eres de las que esperan un final feliz, yo que tú saldría corriendo —le lanzó a Nick una mirada de odio y se marchó.
Nick cerró la puerta despacio y se volvió hacia Miley.
—Siento que hayas tenido que oír eso —murmuró.
—Yo también —asintió ella buscando sus ojos, preguntándose si la otra mujer había dicho la verdad. De ser así, tal vez debería alejarse de él, pero, ¿cómo hacerlo, amándolo como lo amaba?
Nick entornó los ojos al ver la indecisión y el temor en los de ella.
—No confías en mí, ¿verdad, Miley? Piensas que ella podría tener razón, que no puedes tener un futuro conmigo.
—Bueno, tú mismo me dijiste que no querías atarte —contestó la joven—. Y lo entiendo —murmuró bajando la vista—. Quizá incluso sea cierto que sea demasiado joven para el matrimonio. Acabo de independizarme, y no he tenido ninguna relación. Tal vez lo que siento por ti sea solo un enamoramiento adolescente, mi primer contacto con el deseo.
En realidad no era eso lo que pensaba, pero era su manera de ofrecerle a Nick una salida. No quería que se sintiera obligado hacia ella.
Nick, sin embargo, no comprendió su intención, sino que se tomó sus palabras al pie de la letra, y fue como si le clavaran una daga en el corazón.
Él nunca antes había amado, y la idea de que ella estuviera pasando simplemente por una fase de su desarrollo hacia la madurez, de que si le entregaba su corazón ella terminara despreciándolo tiempo después, lo aterraba.
Aquella amarga conclusión oscureció su mirada. Había caído en la trampa en la que se había jurado a sí mismo que jamás caería. Allí estaban, a un paso de convertirse en amantes, y ella le decía que todo había sido un error.
— ¿Podrías llevarme a casa... por favor? —le rogó Miley sin mirarlo a los ojos.
Nick asintió quedamente. Fue al dormitorio a vestirse, y la joven se sentó en el sofá a esperarlo. Agarró el bolso y lo retorció nerviosa entre las manos mientras escuchaba los bruscos ruidos de Nick poniéndose la ropa. Cerró los ojos avergonzada por las libertades que le había permitido que se tomara con ella, y lo cerca que habían estado de llegar al final. Si aquella mujer no los hubiese interrumpido, ella no habría tenido la suficiente cordura para detenerlo, ni él para detenerse. Se notó el rostro ardiente al recordar como él le había quitado la ropa. No, Nick no se habría detenido, ni siquiera había tenido intención de hacerlo. ¿Y qué habría ocurrido después? Ella se habría visto devorada por el dolor y la culpabilidad, y él se habría sentido obligado a casarse con ella porque le había robado la virginidad. Sí, se habría sentido atrapado.
No podía tomar en serio lo que él le había dicho en la oscuridad del dormitorio. Los hombres no eran coherentes cuando se dejaban llevar por la pasión. Hasta ella, ingenua e inexperta, sabía eso. Él hacía mucho que la deseaba, se lo había dicho, y seguramente habría pensado que aquella noche era su oportunidad para llevársela a la cama. ¡Dios!, casi había conseguido lo que quería. Sabía que ella lo amaba, y se había aprovechado de eso.
Nick regresó al cabo de unos minutos, pálido y con aspecto cansado. Ni siquiera se había peinado el cabello. La joven apartó la vista y se puso de pie.
—Miley, yo... Lo siento, no sé qué decir —murmuró Nick.
—No hace falta que digas nada. Después de todo era de imaginar que en algún momento aparecería una de tus muchas amantes desechada.
— ¿Es eso en lo que piensas que te habrías convertido si no nos hubiera interrumpido? —le preguntó él dolido.
—Tú desde luego no tenías intención de parar —le espetó ella.
—No podía —corrigió Nick—. Y sé que tú tampoco querías que parara. Debes saber que es la primera vez que me ocurre. Nunca antes había estado a punto de perder el control.
— ¿Debería sentirme halagada? —inquirió ella con una risa temblorosa de incredulidad.
—Te habría hecho el amor toda la noche, Miley — le dijo Nick—, y al amanecer no te quedaría ninguna duda de lo que hay entre nosotros.
Pero la joven no estaba escuchándolo.
—No habría sido más que otra conquista para ti.
Nick la tomó entre sus brazos y la apretó contra sí, acariciándole el cabello mientras sentía su joven cuerpo temblar por los sollozos que escapaban de su garganta.
—Te sientes frustrada nada más, Miley, tú me deseabas tanto como yo a ti, y ninguno de los dos hemos satisfecho esa necesidad, no es más que eso. Se te pasará.
Los puños de Miley golpearon su tórax con furia.
—Te odio —gimió mientras las lágrimas caían a raudales por sus mejillas.
Nick se limitó a sonreír, porque comprendía lo que le ocurría. Le besó el cabello dulcemente. Era tan joven aún... Demasiado joven, seguramente. Dejó escapar un suspiro, y se preguntó cómo podría vivir sin ella.
—María me dijo que la llamaras cuando pudieras —le dijo cuando Miley se hubo calmado un poco—, para ultimar los detalles de tu fiesta de cumpleaños. Creo que quiere contratar un servicio de catering. Y también puedes darnos la lista de invitados. Haré que una de las secretarias de la nave imprima las invitaciones y las mande.
Miley se apartó un poco de él, sorbiendo por la nariz. Nick sacó su pañuelo del bolsillo y le secó el rostro.
—No tenéis por qué hacer eso por mí —murmuró la joven.
—«Queremos» hacerlo —le aseguró él—. No volveré a verte hasta ese día, Miley —añadió para sorpresa de ella—. Y tampoco te llamaré. Es lo mejor.
— ¿Por lo de esta noche? —inquirió ella con la dignidad que aún le quedaba.
—En parte sí —contestó él guardando el pañuelo y mirándola a los ojos—. ¿Por qué tienes miedo a entregarte a mí?
—Porque no quiero que te sientas obligado a casarte conmigo —confesó ella, mordiéndose el labio.
Nick rozó sus labios contra los de ella, y le frotó la nariz con la suya.
—Miley, ya te dije que mis días de playboy se han terminado —le dijo suavemente—. Es cierto que estos últimos años no he llevado la vida de un monje, pero sí he ido sentando la cabeza, y si quieres saber la verdad —añadió descansando la frente contra la de ella—, no he vuelto a desear a ninguna otra mujer desde aquella noche en que te descubrí medio desnuda en la cama. Desde ese día no he podido apartarte de mis pensamientos. Tu recuerdo me persigue desde el alba hasta el anochecer.
El corazón de la joven comenzó a latir más deprisa.
— ¿Yo? —susurró incrédula.
—Tú —contestó él con una sonrisa afectuosa. Volvió a rozar los labios de ella con los suyos—. Y si te hubieras entregado a mí hace unos momentos, en el dormitorio, por la mañana habríamos ido a solicitar una licencia matrimonial.
— ¿Por tu mala conciencia? —inquirió ella. Nick se rio suavemente.
—No, porque hacer el amor contigo es como una adicción, y nunca tendré bastante, y te deseo tanto que te dejaría embarazada a la primera semana.
Ella se sonrojó profusamente y ocultó el rostro contra el pecho de Nick, sintiendo como subía y bajaba por las risas.
— ¿No oíste lo que te dije cuando me advertiste acerca del riesgo de dejarte embarazada? —ella alzó la cabeza y asintió, sin saber a dónde quería llegar con aquello—. ¿Y no te pareció una respuesta extraña viniendo de un playboy desalmado?
—Pensé que no te importaba porque me deseabas... —replicó ella confusa.
—Dios, y aún te deseo, pero un hombre cuyo interés es únicamente pasar un buen rato, se cuidaría mucho de no dejar embarazada a una mujer, Miley, y a mí no me importaba el riesgo porque me encantaría tener hijos contigo.
Ella comprendió al fin, pero no pudo evitar volver a sonrojarse ante la idea. Nick sonrió, divertido y conmovido por esa inocencia. Sus preocupaciones se habían esfumado. Acababa de darse cuenta de que ella había dicho que no estaba segura de sus sentimientos para ofrecerle una salida. No quería ninguna, la quería a ella, y quería pasar junto a ella el resto de su vida.
—Vamos, te llevaré a casa —le dijo con suavidad—. Y tendrás hasta el día de tu cumpleaños para pensar en mí, y echarme de menos, y ese mismo día, cuando sientas que ya no puedas seguir lejos de mí, obtendrás un regalo que jamás olvidarás.
— ¿Qué? —murmuró ella sin aliento.
—A mí —contestó él besándola con pasión

martes, 19 de octubre de 2010

Novela Niley " Nicholas " Cap 9





Miley se sintió aliviada de que los negocios mantuvieran a Nick ocupado los dos días siguientes, y se las arregló para evitarlo el jueves y el viernes gracias a que estaba poniendo al corriente de todo a la mujer que la sustituiría, y a Nick no le parecería lo más indicado discutir de cosas privadas delante de una nueva empleada. Era unos años mayor que ella y, por desgracia para Miley, inmediatamente se prendó de Nick. Cada vez que pasaba no hacía más que suspirar y pestañear con coquetería, y Miley no podía evitar estar feliz de que ese fuese su último día. Tener que ver a Nick con una potencial nueva conquista la volvería loca.
Esa tarde, sin embargo, Kevin, el señor Ayker y las otras secretarias, la sorprendieron con una pequeña fiesta de despedida. Le regalaron una pluma con su nombre grabado, habían llevado una tarta, y el señor Ayker incluso hizo un emotivo discurso sobre lo valiosa que había sido para ellos, y lo mucho que sentían perderla. Nick no asistió a la celebración, así que la joven se marchó con una mezcla de alivio y decepción. Según parecía, ni siquiera se merecía una despedida. ¡Pues le daba igual!
A pesar de todo, sí le importaba, y lloró todo el camino de regreso a la casa de huéspedes.
Joe llegó puntual para recogerla. Se había puesto muy elegante, y sus ojos verdes bailaron al ver a Miley bajar las escaleras con un vestido gris perla de falda larga, y corpiño sin mangas. Se había arreglado el cabello a la última moda, y le daba un aire muy sexy.
—Estás preciosa —la elogió Joe con una sonrisa.
La joven, divertida, hizo una pequeña reverencia.
—Tú también estás muy guapo —se volvió hacia la casera—. Buenas noches, señora Giménez, volveré antes de medianoche.
La mujer los acompañó hasta la puerta con una amplia sonrisa.
—Buenas noches, Miley. Pasadlo bien.
Minutos después, cuando iban en el coche, Joe hizo un comentario acerca de lo agradable que parecía la casera y le preguntó si echaba de menos su casa.
—Hecho de menos a Kevin y a Nick —contestó Miley—. Se me hace raro estar sola.
— ¿Puedo preguntarte por qué te marchaste tan apresuradamente? —inquirió él mirándola.
— Humm... No —contestó ella con una sonrisa divertida.
Joe arqueó las cejas malicioso.
—Déjame adivinar...Nick no pudo resistir tus encantos por más tiempo y trató de propasarse contigo.
Las mejillas de la joven se pusieron de color escarlata.
—No digas bobadas.
Joe se rio ligeramente.
—No es una bobada... teniendo en cuenta el modo en que te miraba el otro día mientras bailabas conmigo.
—Tonterías. Estaba demasiado embelesado mirando a tu hermana como para fijarse en nosotros —murmuró Miley—. Y Kevin se fue a casa y bebió hasta emborracharse —añadió prefiriendo omitir el hecho de que ella también se había emborrachado.
— Danielle lloró toda la noche —suspiró Joe—. Han pasado seis años desde que rompieron y aún siguen igual de enamorados.
—Debe ser un infierno para los dos —asintió ella. No pudo evitar comparar mentalmente su situación con la de ellos, y deseó no terminar como Danielle, penando por un hombre al que jamás podría tener. Se obligó a esbozar una sonrisa—. Bueno, ¿adónde vamos?
—A un restaurante griego. Me han dicho que es estupendo.

Entretanto, Nick andaba arriba y abajo por el salón, como un león enjaulado, las manos a la espalda y el ceño fruncido.
— ¿Quieres parar? — le pidió Kevin mientras trataba de completar unos cálculos en el libro de cuentas—. Miley ya no es responsabilidad nuestra. Ya es mayor de edad, y se ha independizado.
—No puedo evitarlo, y menos sabiendo que está con Joe. No es un muchacho.
—Mientras ella no esté interesada en él, no tienes por qué preocuparte.
Nick se detuvo frente a él, lanzándole una mirada furibunda.
—Pero, ¿y si lo está? —exclamó—. ¿Y si se lanza a sus brazos por venganza?
Kevin dejó el bolígrafo sobre la mesa.
— ¿Venganza? ¿Y de quién se supone que se va a vengar? —inquirió encendiendo un cigarrillo.
Nick hundió las manos en los bolsillos y se asomó a la ventana. Fuera reinaba la oscuridad de la noche.
—De mí. Está enamorada de mí —contestó quedamente.
—Lo sé —murmuró Kevin.
Nick se volvió hacia él sorprendido.
— ¿Te lo dijo ella?
Kevin asintió con la cabeza y dio una calada a su cigarrillo.
—Miley es muy joven, pero eso también podría ser una ventaja: no es una cínica, ni una promiscua, como la mayoría de las mujeres con las que sueles salir. Y no es una mercenaria.
—Sí, pero querría que me casara con ella —replicó Nick con tirantez—. Seguro que se cree todo ese rollo de «y vivieron felices para siempre». No sé, no creo que pudiera hacerme al matrimonio.
—¿Y sí serías capaz de hacerte a la idea de una vida sin ella? —le espetó Kevin.
Nick se quedó paralizado, con una mirada de terror en sus ojos.
—¿Pero y si no dura? —contestó ásperamente—. ¿Y si todo lo nuestro se va al diablo?
—El verdadero amor no muere nunca —le dijo Kevin soltando el humo—. Y si lo que te preocupa es no poder serle fiel, tal vez te des cuenta de que la fidelidad no es algo imposible.
Nick entornó los ojos.
—A otro perro con ese hueso. Tu perfecta relación se hizo pedazos hace seis años. ¿En cuántas mujeres has buscado consuelo desde entonces?
Kevin se quedó mirándolo con dureza un momento.
—No ha habido ninguna otra.
Nick no sabía qué decir. No se había esperado esa respuesta, y se sentía avergonzado de haberlo acusado injustamente de ser como él.
—Soy un hombre chapado a la antigua, de los que piensan que el sexo viene después del matrimonio, de unirte a la mujer a la que amas —le explicó en un tono suave—. Cuando rompí con Danielle..., sencillamente no podía mirar a nadie más —ignoró la expresión atónita de Nick—. Mi único refugio es el trabajo. No he vuelto a desear a otra mujer desde que conocí a Danielle.
Nick tenía la impresión de que lo hubieran golpeado con un mazo de dos toneladas, dejándolo clavado en el sitio. Lo cierto era que él tampoco había vuelto a sentir deseo por ninguna otra mujer desde que había empezado a sentirse atraído por Miley... ¿Terminaría sus días como su hermano, atrapado por el recuerdo de una mujer a la que no podía tener?
—Yo... Lo siento, Kevin, no tenía ni idea. Su hermano mayor se encogió de hombros.
—No importa que no creas en el matrimonio, Nick. Hay sentimientos que te pueden unir más íntimamente a una persona que un anillo o un certificado.

Miley pasó un rato muy agradable cenando con Joe, y la comida estaba realmente deliciosa, pero mientras lo escuchaba hablar de su nuevo trabajo no podía evitar pensar en Nick, y en lo vacío que el futuro se le antojaba sin él. Se había acostumbrado a quedar se despierta hasta que lo oía llegar de madrugada, a ver la televisión con él, a tenerlo todo el día cerca en el trabajo...
—El único inconveniente es que va a mandarme a Arizona —estaba explicándole Joe mientras tomaban café después del postre—. El viejo Regan tiene una hija allí que lleva un rancho para turistas —contrajo el rostro—. Odio los ranchos para turistas. Además, parece que la hija de Regan trató de convencer al viejo de que no necesitaba ayuda, de que podía arreglárselas sola.
— ¿Sabes qué clase de persona es? —inquirió Miley.
—Ni idea. Seguro que es una de esas feministas que piensan que son los hombres quienes deberían tener los hijos y ellas llevar el dinero a casa. ¡Pero que me aspen si dejo que me diga como tengo que hacer mi trabajo!
Miley sonrió divertida. Joe era tan anticuado como Kevin y Nick en lo referente a las mujeres. Iba a ser interesante ver cómo se desenvolvería frente a una mujer moderna...

De vuelta en casa de la señora Gimenez, Miley subió a su habitación tratando de hacer el menor ruido posible, pero justo cuando abrió la puerta empezó a sonar el teléfono de la mesilla de noche. Cada habitación tenía una extensión, así que indudablemente la llamada era para ella. ¿A quién se le habría ocurrido telefonearla a esas horas? Seguramente sería Selena, que quería cotillear sobre su cita. Cerró la puerta y fue a contestar antes de que despertara a los demás huéspedes o a la casera.
— ¿Diga? —dijo soltando el bolso sobre el pequeño silloncito de la esquina y sentándose en la cama.
La voz masculina que contestó hizo que el pulso se le disparara al instante:
—Hola, Miley.
— ¿Nick? —inquirió ella en un hilo de voz.
—Sí. Perdona, pero es que estaba inquieto y quería saber si habías llegado y...
—Estoy bien, Nick —contestó ella entre conmovida y molesta porque siguiera preocupándose por ella como si fuera una adolescente—. Acabo de llegar ahora mismo —le dijo recostándose sobre la almohada.
— ¿Dónde te llevó Joe?
—A un restaurant griego.
Nick se quedó callado un momento, como dudando si preguntarle lo que le iba a preguntar.
— ¿Y luego te llevó directamente de vuelta a la casa de huéspedes?
Miley no pudo reprimir una sonrisa ante sus ridículos celos.
—Sí, me llevó directamente de vuelta; y no, no ha intentado seducirme.
—Yo no he sugerido nada parecido.
Miley sonrió de nuevo y enrolló distraídamente el cable del teléfono entre sus dedos.
— ¿Cómo va todo por ahí?
—Bien —respondió Nick. Hubo una pausa—. Pero nos sentimos muy solos sin ti.
—Yo también me siento sola aquí —murmuró ella. Hubo otra pausa.
—Esa tarde en la oficina, yo... —comenzó Nick—. No quería decir lo que tú creíste que quería decir, y me duele que pensaras, siquiera por un momento, que, después de todos estos años, te seduciría como a una cualquiera para luego olvidarme de ti.
A la joven se le encogió el corazón. Agarró el auricular con ambas manos.
—Pero es que tú dijiste...
—Lo que yo quería decir era que podríamos satisfacer al menos esta ansia que tenemos el uno del otro, tejer algunos recuerdos, pero sería algo especial, no algo sórdido.
Miley no sabía qué decir.
— ¿Sigues enfadada conmigo? —inquirió él suavemente.
—No estoy enfadada contigo, Nick. Yo... lo intento, pero... me es imposible —admitió Miley con un suspiro.
—Entonces, ¿querrías cenar conmigo mañana por la noche... solo cenar?
—Nick, no creo que sea una buena idea...
—Escucha, Miley, hace cinco años no podría haber imaginado que pudiera surgir entre nosotros lo que ha surgido, pero sencillamente ha sucedido, y no podemos dar marcha atrás en el tiempo y hacer que nuestra relación sea como era antes. Yo... sé que tú no puedes comprender que no quiera un compromiso, pero tampoco soportaría la idea de perderte sin remedio. Debe haber algún modo para que no tenga que ser así. Odio pasar por tu dormitorio sabiendo que ya no estás en él; odio ver la televisión yo solo; odio sentarme solo a la mesa cuando Kevin está en alguna cena de negocios; y odio la nave porque ahora hay otra mujer en tu escritorio... —hubo un largo silencio—.Ven a cenar conmigo mañana, Miley. Por favor.
La joven suspiró indecisa.
—No debería, Nick...
—Pero vendrás, ¿verdad?
—De acuerdo, iré —se rindió Miley riéndose.
— ¿Te parece bien que pase a recogerte a las cinco? Quiero llevarte a un restaurante de Houston.
—Nick...
— ¿Qué? Solo cenar y bailar, lo prometo... Si es lo que quieres.
Miley se quedó dudando un momento.
—Está bien. Mañana a las cinco.

Miley se pasó toda la mañana del sábado de compras, buscando algo bonito para su cita con Nick. Finalmente compró un conjunto de falda roja de seda con dibujos, y un suéter a juego. Resaltaba su cabello y le daba un aire sofisticado. Después, de vuelta en la casa de huéspedes, estuvo casi una hora probando distintos peinados, para al final dejárselo sencillamente suelto.
A las cuatro y media ya estaba lista. Trató de entretenerse leyendo un libro, pero aquellos treinta minutos de espera se le antojaron la más lenta agonía que había conocido. Sin embargo, de la media hora no tuvo que esperar más que veinte minutos, ya que Nick apareció a las cinco menos diez. Según parecía, él también estaba impaciente por verla de nuevo.
Llevaba un traje gris oscuro, y botas y sombrero texano gris perla. Estaba tan guapo que Miley sintió que estaba viviendo un sueño.
— ¿No me habrás invitado a cenar por lástima, verdad? —le dijo insegura.
—Por supuesto que no —replicó él con una sonrisa de reproche—. ¿Estás nerviosa?
—La verdad es que sí.
—Yo también.
La joven lo miró sorprendida, y él se rio ligeramente.
—Lo sé, sé que suena increíble, pero es verdad.
Nick la llevó a un restaurante muy exclusivo, de música suave, interpretada por una pequeña orquesta. A medida que la velada avanzaba, Miley se sentía cada vez más azorada por la intensa mirada de Nick, y un cosquilleo parecía estar apoderándose de todo su cuerpo.
No era la única afectada por la magia del momento. El corazón de Nick parecía estar bailando un tango, y se notaba nervioso y un poco inseguro, como en su primera cita, pero le gustaba esa sensación.
Mientras tomaban el postre, sin embargo, no pudo soportar más el no tenerla cerca de sí.
—Vamos a bailar —dijo de improviso.
El tenedor de Miley se quedó a unos centímetros de la porción de tarta de manzana que estaba tomando, y alzó la vista tímidamente hacia él, pero Nick ya se había puesto de pie y le estaba tendiendo la mano.
La condujo a la pista de baile, donde unas pocas parejas se movían al compás de los suaves acordes de la orquesta, y le rodeó la cintura, atrayéndola hacia sí.
— ¿Te has dado cuenta de lo bien que encajan nuestros cuerpos? —Murmuró en su oído—, como si fuéramos dos piezas de un mismo puzle —la apretó más contra él—. Me encanta sentirte tan cerca...
Miley cerró los ojos y trató de dejarse envolver por la música, pero pronto la fricción de sus cuerpos comenzó a enloquecerla, y a juzgar por el modo que estaba reaccionando cierta parte de la anatomía de Nick, y por la apenas perceptible tensión de sus músculos, él debía estar también bastante excitado.
—Dios, Miley... —gimió contra su cuello—. Vayamos a mi apartamento, salgamos de aquí... Dime que sí, por favor.
Los ojos de la joven buscaron los de él. Ansiaba más que nada yacer con él y dejar que le hiciera el amor. Sí, ella también quería que la llevara a algún lugar donde pudieran estar a solas, pero aun así se sentía tan inexperta, tan ingenua...
—Nick, yo... No sé cómo... Nunca he...
Él se inclinó sobre ella para hacerla callar con un suave pero firme beso.
— ¿Estás asustada?
—Sí.
Nick rozó su nariz con la de ella.
—Pero aun así quieres entregarte a mí.
—Sí —la respuesta fue involuntaria, abandonó sus labios antes de que pudiera evitarlo.
— ¿Y después me odiarías el resto de tu vida?
—No, eso jamás —contestó ella temblorosa.
— ¿Tanto me amas? —inquirió Nick conmovido.
Azorada, la joven bajó la vista, pero él la tomó de la barbilla para que lo mirara a la cara.
— ¿Tanto me amas? —susurró de nuevo.
Miley cerró los ojos, incapaz de negarlo.
— ¡Sí! —admitió sin aliento.
La mano de Nick subió hasta la nuca de la joven y la atrajo hacia sí para depositar un tierno beso en su frente.
—Eres maravillosa —le dijo con voz ronca por la emoción. Miley apenas podía escucharlo ya, con el corazón golpeando salvajemente contra su caja torácica—. No te haré ningún daño. Ven conmigo.
Miley dejó que la sacara de la pista como sonámbula. Nunca antes se había sentido tan vulnerable. Lo único que podía hacer era seguirlo, con las mejillas encendidas, embriagada de deseo.