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lunes, 27 de septiembre de 2010

Novela Niley "Amor en Rosa" Cap 3




Miley salió del salón de actos a toda velocidad, cruzó el pasillo tragándose un sollozo y pulsó el botón del ascensor con urgencia. Tenía que encontrar un rincón tranquilo donde serenarse. Se decidió por la planta de marketing y luego se desmoronó contra una de las paredes mientras las puertas se cerraban. Pero daba igual. No podía quitarse de la cabeza el ridículo que había hecho.
Al ver la zona de recepción de marketing oscura, le resultó tétrica y probó con otro piso. Las lágrimas le escocían en los ojos. Nick Jonas tenía que haberse muerto de la risa al enterarse de quién le había mandado la tarjeta. ¡Todos se estarían riendo de ella! Al fin y al cabo, ella no era más que una ayudante de marketing y su físico no podía compararse con el de las mujeres espectaculares de que solía rodearse Nick. Rompió a llorar.
En el vestíbulo de abajo, Nick miraba las luces que indicaban la planta en la que estaba el ascensor. Los números se iban iluminando a medida que el ascensor descendía. Luego volvió a subir. Cuando llegó a la planta superior, esperó con suspense por si volvía a moverse.
Miley pestañeó cuando se abrieron las puertas. No había mucha luz en la planta, pero tampoco estaba tan oscura como las otras. Se dirigió hacia el cuarto de baño. Necesitaba arreglarse un poco y lavarse la cara antes de marcharse a casa.
Todavía no conseguía reaccionar. Había vuelto a meter la pata. No debía haber dado importancia a las insinuaciones de Cody. Pero había caído en su trampa y había confirmado sus sospechas. Cody no tenía pruebas, pero ella se había descubierto al abandonar la mesa de ese modo.
No conseguía tranquilizarse. Había dejado la fiesta con la delicadeza de una manada de elefantes en una cristalería. Vio la sonrisa burlona de Cody, las risas de Nick, las miradas de reproche de las demás mujeres. Miley apoyó las manos en el lavabo y bajó la cabeza, incapaz de mirarse en el espejo de tanto como se odiaba. Tenía los ojos arrasados de lágrimas.
Nick nunca había ido tan rápido al baño en su vida. Pero esos sollozos descorazonadores habían dado a sus pasos velocidad supersónica. Aunque normalmente se habría alejado de una mujer que estuviese llorando, en esa ocasión se vio impulsado a entrar en el baño para abrazar a Miley.
Esta, creyendo que estaba sola, se asustó al sentir aquel par de brazos masculinos a su alrededor, dio un grito. Luego levantó la cabeza y se quedó perpleja al ver a Nick.
-Tranquila -murmuró él-. No pasa nada.
-¿De verdad? -susurró Miley sin salir de su asombro. La situación debería haberle parecido irreal, pero el calor de los brazos de Nick era demasiado real para dudar de su presencia. Además, hacía tanto que soñaba con ese momento que por nada del mundo se habría retirado.
-Claro que sí, no pasa nada -repitió él sin saber en realidad de qué estaba hablando. Levantó una mano hacia la nuca de Miley y la invitó a que apoyara la cara sobre su hombro.
Miley notó cómo se iba disolviendo la tensión mientras reposaba sobre Nick como una marioneta a la que le hubieran cortado los hilos. El aroma de su loción de afeitar, exótico y masculino, invadió sus sentidos. Respiró profundo. Era un hombre realmente amable. ¿Cómo se había podido olvidar de la diligencia con que la había llevado al hospital al pillarse el dedo? Un poco más calmada, comprendió que no era probable que Nick hubiese estado riéndose a costa de ella con su amiga. Él no era así.
-¿Salimos? -sugirió Nick y Miley se apartó al instante.
Tenía las mejillas encendidas y debía estar espantosa después de tanto llorar. Con la nariz roja, los ojos hinchados y el maquillaje corrido. Sabía que a Nick le daría igual, pero no quería que la viese hecha una bruja. Entonces notó su mano en el talle y la dirigió con suavidad afuera del lavabo y hacia el que debía de ser su propio despacho a continuación.
Tras dejarla sola en medio de la habitación, Nick fue a la mesa de trabajo y encendió una lámpara.
-Puedes refrescarte ahí si quieres -le indicó, apuntando hacia una puerta situada a la izquierda.
Se le agrandaron los ojos al contemplar el lujoso despacho de Nick, pero en seguida devolvió la atención a aquel hombre tan alto, a perlado y magnético. ¿Cómo lo hacía para estar más atractivo cada vez que lo miraba? Al encontrarse frente a sus ojos ambarinos, el corazón se le subió a la garganta. Se puso roja. Y, definitivamente, abrió la puerta que Nick le había indicado.
Este soltó un suspiro contenido. Charlaría con ella un rato para terminar de serenarla y le llamaría un taxi que la llevara a casa. ¿Atenciones de un jefe amable? Nick puso una mueca mientras se la imaginaba con aquel vestido verde ceñido a sus mullidas curvas, con aquel cabello esplendoroso cayéndole sobre la cara y esos ojos azules intensos. Quería volver a ver su habitual sonrisa luminosa en vez de aquella expresión atormentada. Le caía bien, nada más. No había nada de malo.
Miley se mordió el labio inferior al ver el reflejo enmarañado de su pelo en el espejo del espacioso baño de Nick. Se retocó el maquillaje de los ojos, pero no se molestó en sacar la barra de labios, no fuera a pensar que quería coquetear con él. Ante todo, no debía pensar en la tarjeta de San Valentín, se dijo con firmeza. A lo hecho, pecho, y aunque supiera que había sido ella quien se la había enviado, era improbable que llegara a decírselo.
-Siéntate -le dijo Nick cuando salió del baño.
-¿No tienes que volver a la fiesta?
-No, no suelo quedarme hasta el final. Mi presencia suele inhibir a la gente -contestó esbozando una sonrisa devastadora-. ¿Te apetece una copa?
-¿Qué tienes?
-De todo. Ven, echa un vistazo...
Atenta a cada uno de sus movimientos, pero nerviosa ante la novedad de estar a solas con él, Miley se acercó, miró la variedad de bebidas del mueble bar y eligió la opción más sofisticada. Luego retrocedió con la copa en la mano hasta que sus piernas rozaron el brazo de un sofá situado en una esquina. Se sentó en el brazo para no hacerlo de la manera normal.
Lo miró mientras se servía un coñac y se fijó en la ligera sombra del vello que empezaba a asomar en sus mejillas. Nunca lo había visto necesitado de un afeitado y le daba un aire muy atractivo y varonil.
-Bueno, ¿dónde trabajabas antes de venir aquí? -preguntó entonces Nick por darle un poco de conversación.
-Era niñera... Fue para lo que estudié al terminar el colegio -explicó Miley, más tensa de lo que parecía estar su jefe.
-Así que niñera -Nick se sorprendió al principio, pero luego se la imaginó rodeada de un puñado de niños y fue como si encajara la última pieza de un puzle. Los niños la adorarían. Seguro que participaría en todos sus juegos, sin importarle si se ensuciaba y abrazándolos si se hacían daño. A diferencia de la niñera distante y estricta que él había tenido de pequeño-. ¿Cómo acabaste en Sistemas Jonas?
-Mi primer trabajo fue de interna con una familia de diplomáticos y estuve con ellos dos años...
-¿Te hacían trabajar como a una esclava a cambio de techo y comida?
-No, eran una familia maravillosa -Miley sonrió al recordarla-. Me trataban muy bien. El problema fue que les tomé mucho cariño a los niños y cuando se fueron de Inglaterra y dejaron de necesitarme, me quedé destrozada. Así que comprendí que no podría seguir en ese trabajo y me inscribí en un curso de secretariado.
Nick estuvo a punto de decirle que la consideraba una decisión equivocada, pero se dio cuenta de que no era capaz de imaginarse el departamento de marketing sin ella.
-Lo malo es que el cambio de trabajo no me ha ido muy bien -continuó Miley.
-Todo el mundo se equivoca de vez en cuando -comentó él.
-Llevo dos avisos en seis meses -dijo Miley y lamentó aquel exceso de sinceridad, con el que no había hecho sino llamar la atención de Nick sobre sus defectos.
Este tuvo que contener las ganas de decirle que su jefe de departamento había tenido una reacción exagerada con el accidente del café derramado. Había sido mala suerte. Justin Gastón acababa de asumir el cargo, quería demostrar su autoridad y había elegido un incidente trivial para hacerlo. De hecho, aunque Miley no lo supiera, la junta directiva no le había dado importancia.
-De niñera no me equivocaba -comentó ella.
-La gente te echaría de menos si no estuvieras aquí -dijo Nick. Miley miró sus ojos dorados con incredulidad. ¿Le estaba diciendo que él la echaría de menos? Pero no, era imposible. ¿Qué más le daría a Nick si cambiaba de trabajo? Ella sólo era una empleada más-.¬ ¿Tienes familia en Londres? -añadió cambiando de con-versación.
-Ya no. Mis padres se fueron a Australia hace año y medio -Miley suspiró-. Mi hermano, Peter, y su mujer, Karrie, viven en Sídney.
-¿Qué los ha llevado a marcharse al otro extremo del mundo? -preguntó Nick, recostado contra el borde de la mesa.
-Peter. Está casado con una australiana y le ofrecieron un puesto de profesor en una universidad muy prestigiosa. Es un matemático eminente -Miley resopló-. No como yo, que nunca aprobaba el cálculo en el colegio.
-Hay cosas más importantes -Nick decidió pasar por alto su propio dominio en dicha materia-. ¿Y cómo es que no te has ido tú también a Australia con tu familia?
-Porque... no me lo han planteado -confesó ella-. Mis padres adoran a Peter. Se han comprado una casa cerca de la de Peter. Mamá se ocupa de tenerles la casa limpia a él y a Karrie y mi padre se encarga de la jardinería.
-Mano de obra gratis... No está mal. ¿A tu cuñada no le importa?
-Para nada. Karrie es médico y trabaja muchas horas. Ahora está esperando su primer bebé. Les viene de maravilla a todos.
-¿Tienes algún otro pariente en Inglaterra? -se interesó Nick entonces.
-Tengo una tía abuela muy mayor en Gales, a la que visito de mucho en mucho. ¿Y tú? -se atrevió a preguntar Miley, animada por la fluidez con la que discurría la conversación.
-¿Yo?
-Supongo que si te queda algún familiar, estará en Italia -comentó ella-. ¿Cuándo murió tu madre?
-No está muerta. Mis padres se divorciaron -dijo Nick con tensión. Miley asintió desconcertada. La mayoría de los compañeros de trabajo pensaban que Máximo había sido viudo-. No la veo desde los quince años.
-¡Qué horror! -exclamó ella, conmovida por el adolescente al que imaginó abandonado por una mujer desalmada.
-Fui yo quien decidió echarla de mi vida -comentó él. Luego trató de desviar la conversación y le ofreció otra copa, pero Miley rehusó la invitación.
-¿Se portaba mal contigo? -preguntó intrigada.
-En absoluto. Me quería mucho. Pero no era tan buena esposa de mi padre -respondió con un tono de advertencia con el que le daba a entender que debía zanjar la conversación.
-Ah... entiendo. Te pusiste del lado de tu padre cuando se divorciaron -dijo sin darse cuenta de que estaba hablando en alto. ¡Como si fuera tan sencillo!, pensó irritado Nick. Sobrevino un silencio violento. Entonces, dándose cuenta de que se había entrometido demasiado, Miley se puso roja y se disculpó-. Perdón... Es que... como decías que te quería mucho y has sido tan cruel con ella... Ya he vuelto a meter la pata. Será mejor que cierre la bocaza y me marche -murmuró mortificada al tomar conciencia de lo que acababa de decir.
-No, antes deja que me defienda -replicó con autoridad Nick-. Deja que te explique por qué odio el día de los enamorados.
-¿Lo... odias? -Miley lo miró confundida.
-Yo adoraba a mi madre -arrancó él-. Y mi padre también. Un día de San Valentín compró dos billetes de avión y la llevó a su hotel favorito de París. ¿Y sabes lo que hizo ella? ¡Decidió que era la noche perfecta para contarle que estaba viendo a otro hombre y que lo dejaba por su amante! -bramó disgustado.
-Se sentiría tan culpable que no pudo evitar confesar lo que estaba haciendo -comentó Miley-. Estoy segura de que no eligió esa noche adrede.
-Pero mi padre se quedó destrozado -sentenció Nick.
-¿Él siempre... siempre le fue fiel?- se atrevió a preguntarle Miley, a pesar de la indiscreción.
Nick nunca había hablado de ese tema y Miley lo estaba abordando desde una perspectiva que nunca había considerado. La miró con incomodidad y se preguntó por qué diablos sentía la necesidad de justificar una decisión de la que no había dudado desde que tenía quince años. Había sido la palabra «cruel» lo que lo había conmovido como no había creído posible.
-No estás seguro... ¿verdad? -susurró ella-. Y, sin embargo, juzgaste a tu madre y a tu padre no. Aunque tengo entendido que a los chicos les cuesta más perdonar los... deslices de su madre.
-Ahora resulta que Campanilla es psicóloga -la atacó Nick-. Esta sí que es buena.
Fue como si le hubieran dado una bofetada que la dejó pálida. Él nunca le había hablado con tanta agresividad, nunca la había mirado con tanta animadversión. Y lo peor de todo era que tenía razón. Al fin y al cabo, ¿qué sabía ella de esa clase de situaciones? Algunas de sus amigas habían sufrido el divorcio de sus padres, pero no podía hablar por experiencia. No tenía el menor fundamento para llamarlo cruel.
-Tienes razón -dijo con la voz quebrada, como si estuviera a punto de volver a llorar, al tiempo que se levantaba del sofá-. No sé solucionar mis problemas, mucho menos los de los demás. Además... tú no has dicho que... para ti sea un problema.
-Perdón -se disculpó entonces Nick.
-No importa. No puede decirse que sea la persona más diplomática del mundo... sobre todo, después de un par de copas -murmuró mientras, en sus prisas por marcharse, esquivaba en el último instante una escultura situada sobre un pedestal-. Quizá hasta estaba un poco celosa.
-¿Celosa? -repitió confundido Nick mientras la seguía hacia la puerta.
-Sí -Miley se obligó a darse la vuelta-. Dices que tu madre te quería mucho. Si la mía me quisiera así, quizá contestara las cartas que le escribo más a menudo.
Nick gruñó algo en italiano y le agarró una mano para impedirle que llegara a la puerta.
-Ven aquí... -susurró con voz rugosa.

2 comentarios:

  1. Diooos! me ecantoo!! esta supeer!... haha Hola!! soi yo valpal del blog de novelas niley me encanta tu nove la seguire leyendo! gracias x seguir mii blog ers lo maximoo!
    tkm!
    atte. valpal :)

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  2. me encantooooo
    jejeje
    Miley solo queria ayudar
    jejejeje
    pobre...

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